No caben más que lágrimas al ver y escuchar la historia de un hombre de cara grotesca que cae atrapado en las redes del amor sin tener respuesta posible. En su corazón, late desbocado el deseo de decir lo que se ama a quien se ama y, por eso, como última salida del sentimiento, acepta ser el guía poético de alguien que tiene rostro, pero no tiene ingenio. Dioses crueles, ignominiosos que se empeñan en confundir destinos que estaban reservados para quien sabía utilizar las palabras como dardos de Cupido en aras de la belleza, de la verdad y de la emoción. Siempre habrá espadas que se ofrezcan a ser acompañamiento de la rabia pero nunca serán suficientes, tal vez porque la memoria se halla presente recordando a los afortunados que fueron a recoger el beso de la gloria. Es más bello derribar inútiles valladares, aunque el precio sea la distancia que siempre marca la amistad en detrimento del amor. A luchar, bandidos, a luchar. Los enemigos aparecen escondidos en rayos de luna que quieren alcanzar y helar almas y castigar nobles empeños. Porque amar es un noble empeño que no todos saben realizar. El ingenio de Cyrano era maravilloso pero, en cambio, Christian era hermoso. Y el beso, sólo uno, furtivo y esquivo, huye para aparecer sólo en una noche de viento que se lleva al espíritu que, a pesar de poner el amor en palabras, muere infeliz por no haber probado el sabor de Roxana, su amada.
Las ropas, vive Dios, parecen cosidas por manos divinas. Los diálogos son pura delicia. Los actores reviven a los personajes con Gerard Depardieu deletreando cada una de sus frases con acentos de expresión única. La agilidad de la puesta en escena no puede sino compararse a un duelo de contendientes hábiles y de certeras estocadas. Parece que cada una de las imágenes haya sido previamente soñada. Parece que el corazón se encoge cada vez que vemos al héroe ridiculizando al petrimetre, o jugando con el lenguaje a la vez que con el filo para finalizar con una herida de gramática que, en sus labios, es pura matemática, o escribiendo cartas que llegan a su destino pero que permanecen en el misterioso silencio porque no son dichas por su boca que se mueve y no para porque lo que siente la vuelve loca, o subiendo la moral de sus hombres recordando las hojas verdes de la Gascuña , o atravesando las líneas enemigas porque quiere seguir diciendo cuánto ama y cuán poco le dejan hablar. La valentía no está reñida con la intensidad del pensamiento. El amor devora y es devorado y la fábula está servida. Servida para un público que debería sentirse honrado.
Prosa poética inútil la que intento enhebrar con hilos de cine y puntadas de recuerdo. En esta película amé, sentí, morí y caminé. Así que desplieguen el pergamino, dejen la protección de los sentimientos en algún lugar, sean testigos de las falsas dichas y las verdaderas desgracias, no dejen de prestar atención a la brillante rima y al gentil intento. Esto es cine. Esto es poesía. Esto es amor. No se caigan de la luna y tomen sus líneas como una celebración. Es lo menos. Es un favor.