martes, 31 de octubre de 2023

ELLA Y SUS MARIDOS (1964), de Jack Lee Thompson

 

Debido a la festividad de Todos los Santos, mañana no habrá artículo. Os veo el jueves día 2.

Louise May Foster es una pobre chica de provincias que lo ha tenido muy claro desde que vivía con sus padres. El dinero no es la felicidad. Más bien es una fuente de problemas. Su padre decía lo mismo, pero su madre era todo lo contrario y, claro, lo primero que tenía que hacer Louise era buscarse un marido. A ser posible, pobre, porque la muy tonta tiene al potentado de la ciudad detrás de ella y no le hace ni caso. Así que cuando se presenta con el anillo en el dedo diciendo que se ha casado con un cualquiera, su madre se pone a aullar como un coyote y se siente tan pequeña, tan pequeña, como se ha sentido su marido durante muchos años.

El afortunado es Edgar Hopper, un tipo que promete a Louise no trabajar mucho porque ella ha de ser su única ocupación. Si viven en una cabaña andrajosa, no pasa nada. Si hay goteras y se clavan los alambres del sofá, todo va bien. Sin embargo, ese puñetero potentado le introduce el veneno de la competencia al pobre Edgar. Y el pobre Edgar, resuelto e inteligente, se convierte en el rico Edgar. Tan rico que no puede dejar de amasar dinero y se muere de tanto trabajar. Louise se convierte en viuda.

Rota de dolor, se va a París y conoce a un taxista que, además, es pintor. Uno de esos locos que cree en el arte trascendente y esas tonterías. El caso es que inventa una máquina para pintar y a ella se le ocurre que se ponga música para que la máquina se mueva al compás de Mendehlsson, o Beethoven, o lo que sea. Ya la hemos liado. El tipo consigue introducirse en los circuitos comerciales del arte y va a quemar la máquina. O va a ser devorado por ella, no sé. El caso es que Louise se convierte en viuda.

De regreso a casa, conoce a un tipo que ya es rico de por sí. Es el multimillonario Rod Anderson. Y es un romántico que siempre dice lo mismo. “Recuérdame que te diga que te quiero”. Es bonito. Es romántico. Y es puro lujo. Ella se viste como una auténtica princesa, con los diseños más bonitos y atrevidos y visitan los lugares más increíbles del mundo. Mientras tanto, no deja de recordarle a Rod que le diga que la quiere. Hasta que Rod, cansado de ganar tantos millones, deja a Louise que se convierta en viuda, por si no lo había probado antes.

Nada como distraerse con algún espectáculo. Y Louise conoce a Pinky Benson. La verdad es que Pinky es un artista que aún no ha destacado. Él es feliz cantando y bailando y haciendo el payaso en una taberna, pero el amor…ah, el amor que Pinky encuenta en Louise hace que sus facultades se exalten y el éxito está ahí mismo a la vuelta de la esquina. A Pinky, sin embargo, le estalla el corazón de amor. Y Louise se convierte en una viuda musical.

Menudo camino lleva la pobre Louise. Sabe que el dinero ha sido la causa de todas sus desdichas, así que quiere devolver su fortuna al fisco estadounidense, pero es tal cantidad que creen que está loca. Su psiquiatra, el doctor Stephenson, también cree que ella llama al dinero y al éxito así que le propone en matrimonio, pero ella reconoce en el fregador del despacho a aquel tipo que espoleó la competencia del pobre Edgar y se pregunta si no tomó la decisión más inadecuada en aquel momento.

Shirley McLaine nos enseña una colección de maridos. Y ahí están Dick Van Dyke, Paul Newman, Robert Mitchum, Gene Kelly y Dean Martin. Sucesivamente se va creyendo que está dentro de una película de cine mudo, de una película francesa sacada directamente de la nouvelle vague, de una producción tan lujosa que deja de baratillo a cualquier producción lujosa, o de una producción musical con sus números de baile y sus escenarios increíbles. Una vida de película para decir que lo mejor es seguir el instinto. Lo malo de todo es que podría haber sido un largometraje divertido y se quedó en aceptable. Puede que Jack Lee Thompson no fuera el mejor director para algo así, pero sólo por ver a McLaine dejando en la cuneta a cada uno de sus maridos, es posible que merezca algo la pena. Siempre que nadie se quede viudo, claro.

viernes, 27 de octubre de 2023

LA TIENDA DE LOS HORRORES (1986), de Frank Oz

 

Y es que la vida puede cambiar en cualquier momento. Basta con que haya un eclipse de sol y un extraño rayo extraterrestre se fije en la mesa de un chino vendiendo plantas  para que todo se vuelva al revés y la principal preocupación sea alimentar a un vegetal insaciable que sale directamente de la imaginación de un caníbal como Roger Corman. Sin embargo, si se intercalan unas cuantas canciones y se dota de personalidad a la planta en cuestión, el terror de cuarta se convierte en un musical de primera, con algunas canciones inolvidables, con unas letras que parecen robadas del espacio exterior y todo es dejarse llevar por unas melodías que nos sitúan en los sesenta, esos felices sesenta, esos de casas inmaculadas, teléfonos blancos, cocinas impolutas y jardines segados. Más que nada porque había otro lado. Ese en el que se movían seres sin rumbo por calles llenas de basura, húmedas, sin final, que sólo reflejaban la infelicidad de unos seres que querían salir de su barrio y aspirar a algo parecido a la vida.

Un coro griego nos conduce por esas calles de los suburbios, en los que una floristería languidece. No hay mucha razón para regalar flores en un ambiente así. La planta extraña que Seymour recogió parece querer sangre. Y quiere crecer. Y para crecer hay que comer. Para comer se necesitan víctimas. Nada mejor que sacrificar al peor tipo que merodea por los contornos. Mientras tanto, la música hace que, de alguna manera, nuestro corazón baile porque, de repente, Seymour es el mejor tipo del mundo, o Audrey quiere soñar con una vida de revista, o los arrabales siguen siendo el peor sitio por donde arrastrarse, o… maldita sea, Seymour, aliméntame y te daré todo lo que deseas. La tienda, Audrey, la popularidad, el dinero y el mundo y todo cuanto quieras. Al fin y al cabo, soy una planta del espacio exterior y soy mala.

Frank Oz dirigió con mucho acierto esta versión musical del clásico del cine de terror barato de Roger Corman La pequeña tienda de los horrores, apartando, por supuesto, cualquier tentación de sangre excesiva, caricaturizando a los personajes y alterando el final. Rick Moranis da muestras de que dominaba el escenario y también las cuerdas vocales, al igual que Ellen Greene, escondida tras una voz atiplada que, en realidad, es un auténtico chorro. Por ahí detrás, mucho prestigio en apariciones especiales de Vincent Gardenia, Steve Martin, Bill Murray, Jim Belushi o John Candy. Y, por supuesto, la principal atracción de la velada es la voz de Levi Stubbs, de los Four Tops, para Audrey II, la planta carnívora asesina que, en realidad, esconde un plan maquiavélico para invadir un mundo que, no nos engañemos, está relleno hasta los topes de idiotas de manual. Tanto que no se sabe si la película nos quiere advertir sobre los peligros de una planta carnívora algo díscola o sobre la proliferación de la idiocia en cualquier vecindario que se precie.

En cualquier caso, más allá de una historia que no deja de ser un inocente cuento de horror, la música de Alan Menken y Howard Ashman hace que los recuerdos se amontonen en algún lugar…puede que sea en la tienda de la próxima esquina…

jueves, 26 de octubre de 2023

LOS ASESINOS DE LA LUNA (2023), de Martin Scorsese

 

El hombre blanco no puede permitir que una nación india llegue a ser insultantemente rica. Se acercarán a los indígenas con una sonrisa y, con la mayor sangre fría y con el peor de los engaños, tratarán de arrebatarles todo, incluso la vida, con tal de cobrar los beneficios del petróleo encontrado en sus tierras. El hombre blanco debe colonizar no sólo sus tierras, sino también sus hogares, su ánimo, su agonía y su último aliento. En las verdes praderas tardará en llegar la justicia. Y aún así, la sociedad que no quiere enfrentar sus tremendos errores acabará por escuchar los sucesos como si fuera un programa de radio en directo.

No cabe duda de que hay enormes pasajes del mejor cine en esta película. Sin embargo, carece de esa sensación vibrante que impregna muchas de las imágenes del maestro Scorsese. Aún así, sus primeros diez minutos delatan la presencia de un cineasta de ritmo, que no ha perdido un ápice de su pulso, que sabe lo que quiere narrar y cómo plantearlo. Y sus tres horas y media de metraje son absolutamente necesarias porque no sobra ni una escena. Es el tiempo preciso para contar todas las prácticas mafiosas que se pusieron en marcha con tal de robar y usurpar los derechos que los indios se habían ganado con el oro negro. Leonardo di Caprio realiza una labor repleta de valentía, encarnando a un perfecto cretino veleidoso, que no es capaz de demostrar personalidad en ningún momento y que acaba por ser uno de los nuestros. Robert de Niro parece cómodo manejando los hilos de la especulación y del delito sugerido. Lily Gladstone hace recorrer por su piel cetrina los sufrimientos de un entorno que, paulatinamente, va desapareciendo. El resultado es una excelente película que no llega a la categoría de obra maestra, con grandes momentos, sin ese nervio especial, pero con magistral mirada de uno de los últimos maestros del cine.

En cada instante, casi se puede sentir la angustia de los personajes, atrapados en sus propias decisiones en una guerra invisible que sólo se cuenta por el lado de las víctimas. El asesinato discurre en libertad porque a nadie le interesa saber quién está acabando con los nativos de la zona. Ni siquiera poseen una condición legal que les permita disponer de los fondos que se van generando. Y el hombre blanco, el maldito hombre blanco, sonríe y dispara, tiende una mano y les ahoga con la otra, cuenta los muertos con la facilidad con la que se revisa el número de billetes. La ambición blanca no tiene límites. Y no parará hasta que el último indio rico sea un indio enterrado.

En esta ocasión, no hay redención, ni catarsis. Sólo culpabilidad sazonada con conciencias erráticas. El espectador tampoco se puede identificar con nadie porque no hay ningún personaje que presente un rostro positivo. Todos quieren algo y todos tienen a punto el instrumento de la traición. Sólo Molly y su agonía parece despertar alguna simpatía por el lado más difícil del sufrimiento prolongado. El resto es doblez, cinismo, frases dichas sin respaldo de sinceridad, traumas, melancolía, horror, disparos en la noche, explosiones que revientan la opinión, manipulaciones descontroladas. No es un western. Es otra película de gangsters, sólo que en otro ambiente. Con los mismos métodos y los mismos objetivos. Eliminar competencias. Establecer monopolios. Amasar fortunas. Quitarse de en medio elementos incómodos. Y, por supuesto, reflexionar detenidamente sobre lo que se acaba de ver tras tres horas y media de exterminio por entregas con tal de que esos malditos indios traspasen a sus herederos toda su fortuna. En el fondo, Martin Scorsese no deja de asestar una buena tanda de puñetazos en el estómago. Y el espectador debe dirimir cuánto daño le ha hecho.

miércoles, 25 de octubre de 2023

SCARFACE (1932), de Howard Hawks

 

El mundo es tuyo, Tony. Lo has ido cogiendo desde la base hasta que los has estrujado en tus mismas manos. Has ido escalando apropiándote de todo y, al final, como cualquier mortal, has acabado solo allí arriba, en la cúspide. Te creíste que estabas en el derecho de hacer y deshacer a tu antojo. Comenzaste con Lovo, que te dio algunos trabajos aunque tú siempre ibas un poco más allá. Y te fuiste quedando con la parte Norte, con la parte Sur y hasta con la chica de Lovo. Ese pedazo de mujer que mira con desprecio a los débiles y que elige quién debe darle fuego. Sin embargo, cometiste un error garrafal. Tu punto más vulnerable era tu hermana. En el fondo, se podría decir que estabas enamorado de ella. Y no soportaste determinadas cosas. Te convertiste en juez, jurado y ejecutor y te equivocaste en la sentencia. Ése fue el pistoletazo de salida para que la policía cayera sobre ti y el destino te dijera que no podías dar ni un paso más. Tony Camonte creyó que podía vencer a todos y a todo. Y perdió más que nadie.

Noventa años después del estreno de esta película, el asombro no deja de visitarnos porque resulta extraordinariamente moderna en muchos de sus apartados. Uno de ellos es el de la interpretación, destacando, sobre todo, Paul Muni, esa especie de Robert de Niro de los años treinta, que dominaba miradas que, por entonces no se estilaban, queriendo decir mucho más de lo que se decía con palabras. Siguiendo por Karen Morley, una actriz que muestra su desinhibición con una actitud displicente hacia los hombres y una sensualidad fuera de lo común. La estética de Howard Hawks, con preponderancia de los impactos de bala en los cristales, hace que tengamos muchas ganas de quitarnos de en medio cada vez que se oye un tiroteo. El uso de elipsis con un acierto y una precisión espectaculares hace que la película, a pesar de los evidentes años que han pasado, conserve una sobrecogedora modernidad. Ahí está la secuencia de la bolera con Boris Karloff, por ejemplo. El guión de Ben Hecht es inteligente y, sin duda, la película da un formidable paso adelante en el género de gángsters por encima de otras obras destacadas de su época como La ley del hampa, de Josef Von Sternberg, Hampa dorada, de Mervyn Le Roy, o El enemigo público número uno, de William Wellman. Hay que fijarse…y dejarse llevar. Sólo de esa manera el mundo será nuestro.

Así que ya sabes, Tony. Coge todo lo que desees porque te será arrebatado de repente por dejarte llevar por la sangre. Y la sangre con sangre se paga. El resto no son más que fanfarronadas que congelan esa especie de afán de venganza que te domina porque quieres demostrar que tú, un italianini de los bajos fondos, vales tanto como cualquiera de los mafiosillos que ocupan las calles de la ciudad. Y lo vas a demostrar por la fuerza. Porque el mundo es tuyo. Y las balas, también.

martes, 24 de octubre de 2023

NOSFERATU (1922), de Friedrich Wilhelm Murnau

El cielo plomizo cae sobre Wisborg. Las sombras se deslizan por la noche, como si fueran algo inaprensible que deambula por las calles mientras el agua exhibe su lamento chocando contra los muelles del canal. Las siluetas de la iglesia y del ayuntamiento parecen abrir profundos agujeros negros en el lienzo rojizo del día muerto. Las cervezas en las tabernas estallan sus burbujas, como urgiendo al parroquiano a que termine de una vez y se vaya a casa. Algo flota en el ambiente. Es una sombra sin figura. Es una encarnación de los miedos más ocultos. Es el no-muerto. Con él, viene la peste.

Y todo comienza con la felicidad llamando a espuertas porque el amor se siente a gusto. Sólo un encargo de trabajo puede separar a esa pareja que apenas puede separarse y, entonces, todo se vuelve tenebroso, abismal. La enfermedad va a cruzar Europa del Este para sembrar las pieles de pústulas y heridas, muy similares a las mordeduras de algo innombrable en un cuello virgen. Parece que el sol purificará las pesadillas y la maldad se olvidará de regresar a su ataúd. Nada queda. Ni siquiera el rastro de esas manos puntiagudas que desean lo inalcanzable y sólo anhelan proseguir con su infausta inmortalidad. Cierren las puertas y ventanas. El no-muerto surgirá entre la tierra de sus dominios y llevará consigo el dolor, la angustia y la presencia inequívoca del infierno.

Friedrich Wilhelm Murnau dirigió esta obra maestra del cine y mirar a través del objetivo ya no fue lo mismo. A partir de ese momento, el cine quiso establecer una estética enormemente atractiva, como si fuera un vampiro acechando a su público potencial. Las sombras comenzaron a tomar forma. Los significados ocultos empezaron a sembrarse en el surco de los agujeros del fotograma. La noche pareció perderse entre las brumas de un día que nunca comenzaba y el día tardaba y parecía anunciarse con dolor. Inenarrable, imposible, infiel, terrible, implacable.

Hay que destacar que la viuda de Bram Stoker denunció a Murnau por utilizar la novela de su marido Drácula sin pagar ni un centavo de derechos. Ganó en los tribunales y la pena fue excesiva: no sólo no se podía exhibir la película en ningún lugar a pesar de que, en la fecha de la sentencia, ya se había estrenado en Alemania, Francia y Checoslovaquia, sino que también se ordenaba la destrucción de todas las copias existentes para que no se pudiera exhibir de nuevo. Algunos años más tarde, surgieron copias piratas e incompletas en Berlín, en Praga, en Londres…el español Luciano Berriatúa, verdadera leyenda en la restauración de películas, localizó una copia casi completa en París, con los tintes originales que había pensado Murnau para su película. Gracias a su labor, se puso rescatar con cierta fidelidad este tesoro del cine, aún no superado, con la magia intacta de su silenciosa modernidad, con la seguridad de que, tal vez, al otro lado de la puerta, el mal aceche con aviesas intenciones. Puede que Murnau nos estuviera poniendo en el mismo umbral de Paracelso para que nos diéramos cuenta de no hay demasiada esperanza, pero que el amor es lo que más nos puede salvar.

 

viernes, 20 de octubre de 2023

DE-LOVELY (2004), de Irwin Winkler

 

Extraño, querida, pero verdad.

Cuando estoy cerca de ti, querida,

las estrellas llenan el cielo.

Así de enamorado estoy de ti.

Incluso sin ti,

Mis brazos se doblan sobre ti.

 

Ya sabes, querida, por qué

estoy tan enamorado de ti.

Enamorado con la noche misteriosa.

Esa noche en la que estabas allí por primera vez.

Enamorado en mi delirio de gozo,

cuando supe que tú cuidarías de mí.

 

Así que pínchame, hazme daño,

engáñame, abandóname,

soy tuyo hasta la muerte,

así de enamorado, así de enamorado,

así de enamorado de ti, amor mío, estoy.

 

Y es que hay que tener mucho amor para componer tantas canciones  que se quedan tan indeleblemente grabadas en el corazón y en el alma. Es posible que no sea el amor a una sola persona, sino a la vida misma, a todo lo que te ofrece. A la diversidad, aunque siempre haya ese puntal único que ayudará a permanecer de pie contra viento y marea en una época en la que se acepta el viento, pero no la marea. Sentarse a un piano puede ser algo mágico cuando se está tocado con una mano divina para hacer una melodía pegadiza, que coquetea descaradamente con el jazz, pero que se hace descifrable para cualquier oído que quiera escuchar. Y, luego, con la partitura escrita, poner letra con frases que sólo pueden llevarse bajo la piel, o que resuenan noche y día, o que hacen que el amor sea algo natural, liviano, nada pasajero, nada fácil, pero que, prácticamente, se hace sinónimo de la felicidad.

Y es que la fábrica de sueños también ayuda a trasladar las ideas de Broadway a Hollywood y el compositor Cole Porter, posiblemente, fue el mejor de todos. Supo dar con las melodías más interpretadas y con las letras más estremecedoras. Solía hablar de amor, sí. Pero no de una manera cursi, aunque irremediablemente apasionada. Solía ser un mensaje directo al corazón, sin escalas, sin contaminaciones. Sólo con el hechizo propio de ir montadas sobre la poesía. Sí, hablaba de amor a pesar de las incomprensiones y los rechazos y a pesar de algún que otro fracaso aunque ya sabía que para triunfar, primero había que perder. Siempre la palabra justa. Esa misma que encoge los sentimientos y luego los suelta en el recreo. Siempre el toque nítido de un hombre que, cada vez que acariciaba una tecla del piano, lanzaba un mensaje para enamorarse de nuevo.

Espléndido trabajo de Kevin Kline en la piel de Cole Porter en una biografía mucho más ajustada a la realidad que la que realizó Michael Curtiz en 1946 con Cary Grant de protagonista con el título de Noche y día. Esto puede parecer algo chocante debido a que la película apuesta decididamente por un formato musical, pero es que es imposible contar la historia de este grandísimo compositor sin pasar por sus canciones, ni tampoco por su compleja vida privada en la que visitaba ambas aceras a pesar de tener una pareja estable que estuvo a su lado siempre. Hasta el final. Como las canciones que él hizo que han acompañado vidas enteras y han hecho que, durante unos minutos, la vida tuviera otro color, otra sonrisa, otra esperanza. No es poco para una película que se hizo sin demasiadas pretensiones y que acaba por ser una cromática emoción que nos lleva hasta la misma cima. You´re the top.

jueves, 19 de octubre de 2023

SOUND OF FREEDOM (2023), de Alejandro Monteverde

 

Mirar para otro lado no sólo es un signo de cobardía sino que también lo es de complicidad. La pederastía generalizada ha conseguido que, hoy en día, haya más esclavos que en la época en la que esa actividad estaba legalizada. Y no sólo por la inoperancia de gobiernos, por la dejadez en la cooperación y por la desidia en la investigación, sino porque hay un ingente mercado dispuesto a consumir esa repugnante vergüenza que nos denigra como seres humanos, destroza vidas inocentes y produce una serie de daños irreparables físicos y morales. Hay que luchar, denunciar, implicarse, ser y no sólo estar. En esta guerra, todos debemos ser combatientes activos.

En algún lugar de una lucha secreta que apenas goza de difusión en los informativos, un hombre decidió dejarlo todo porque se dio cuenta de que esa red de auténticos malnacidos podía llegar a los rincones más insospechados de la infancia. Con tesón y compromiso, el agente de seguridad Tim Ballard puso trampas, fingió identidades, implicó a muchos otros e, incluso, abandonó el respaldo que le proporcionaba su trabajo con tal de rescatar a niños que habían sido secuestrados para servir como esclavos sexuales. Tuvo que contener las lágrimas. Hubo de soportar humillaciones. No llegó a ganar una guerra que, hoy en día, se continúa librando, pero ganó algunas batallas allí donde no había ninguna posibilidad de victoria.

La película es necesaria y, ateniéndonos exclusivamente a sus valores cinematográficos, resulta inteligente en sus planteamientos, huyendo de la más baja sordidez que impregna tales actividades aunque se encarga de poner delante del espectador toda la terrible verdad. En algunos momentos, languidece la acción, porque parece encallarse de tal manera que no va a saber salir adelante, pero sí que lo hace, en alguna ocasión, con tropiezos, pero la película es más que aceptable. Más allá de la interpretación del algo inexpresivo Jim Caviezel, hay que destacar a ese personaje que acaba por ser el cerebro de la planificación de toda la acción que encarna Bill Camp en el papel de Vampiro, o la solidez que demuestra Javier Godino, una vez más, en un personaje sin mucha cancha, pero sin fisuras. Y, por supuesto, el gozo que supone reencontrarse con Mira Sorvino en su brevísima aparición. El resultado es una película punzante, incómoda, sincera y certera, sin llegar a la categoría de magistral, pero con elementos de indudable interés.

Y es que la repugnante vergüenza que debería causarnos todo lo que nos plantea debería movilizarnos y proteger a esos seres humanos que no quieren perder el brillo en su mirada, ni el ritmo de sus juegos. Son parte de nosotros, porque nosotros somos los que los hemos traído a este mundo. Y no hay excusas. Ni en la iglesia, ni en los recónditos parajes selváticos, ni en la vil apelación a la débil vanidad de sus incipientes personalidades, ni en el fácil parapeto de las relaciones diplomáticas o de las injerencias en la realidad social de otros países. Es algo que no debe permitirse. Es una línea roja sin ambages. Es por la vida. La de ellos. La nuestra.

Las lágrimas, en esta ocasión, deberían de hacernos ver con más claridad y ser conscientes de que, en una batalla tan ingrata, el desánimo también se ceba con aquellos que se emplean a fondo por erradicar esta degeneración que nos coloca a la altura de los animales. No son personas. Son pedazos de carne que deberían ser castigados con la máxima fuerza sin conmiseración alguna. No hay medias tintas. Y deben recibir una condena de auténtico compromiso. Quizá no estemos preparados. Quizá es más cómodo quedarse en el sofá, ladear la cabeza y dejar que la compasión sólo permanezca durante unos segundos en nuestro pensamiento. Sin saber que eso nos hace ruines, sin corazón, sin alma, sin destino, sin futuro. 

miércoles, 18 de octubre de 2023

PELIGROSAMENTE UNIDOS (1991), de Lewis Teague

 

El futuro ya está aquí y ha llegado a las prisiones. Y ha traído un invento para ahorrar costes y guardias. Es un simple collar. Es como un anillo de boda, une misteriosamente a un prisionero con otro y, si se separan más de cierta distancia, el collar lleva una carga explosiva que hace que la cabeza salte por los aires. Bueno ¿y qué? Pues que nadie sabe quién es su compañero. De esta forma, ya se puede dar luz verde a las prisiones unisex, a los trabajos forzados al aire libre y a un buen puñado de ventajas adicionales. Los prisioneros no pueden escapar aunque no haya rejas limitando los movimientos. O se quedan dentro de un determinado perímetro o ya tomaste tu última comida, compañero. Dos prisioneros menos.

Sin embargo, toda la seguridad del invento se pone un poco en entredicho cuando llega por ahí un tipo que es más listo que cualquiera que se le ponga por delante. Es un ladrón de joyas al que, por otra parte, no conviene volarle la cabeza por mucho que se empeñe en escapar porque tiene un botín escondido en alguna parte. Y ahí empieza el juego del gato y el ratón. Que si llevo el collar, que si tengo a una prisionera como pareja, que me cojo un autobús y ella tiene que correr como el viento si no quiere que la corbata apriete demasiado…todo un muestrario de inconvenientes. Lo que importa realmente es que el tipo cante y diga dónde está todo ese alijo de diamantes que no se ha podido recuperar ni siquiera para el juicio que le condenó. Hay algunas cosas que no cambian para el futuro.

No cabe duda de que Peligrosamente unidos es una película con vocación de serie B, pero es entretenida, llena de acción, con algunos giros realmente inteligentes y con una interpretación más que solvente de los dos protagonistas, Rutger Hauer y Mimi Rogers, pero que cojea ostensiblemente en la sobreactuación de los secundarios que les acompañan, como Joan Chen, James Remar o Stephen Tobolowsky, que no hacen más que convertir una prometedora película de acción trepidante en un guiñol algo pasado de rosca.

En cualquier caso, se pasa un gran rato, con mención especial a la primera mitad de la historia, en la que los protagonistas hacen lo imposible con tal de permanecer a la distancia adecuada, cosa que no es fácil cuando ella es atractiva y él no está nada mal. Alrededor de ellos, como un alambre de púas invisible con tendencia a estrecharse, unos cuantos traidores intentarán saber lo imposible, ajustar el collar hasta que la situación sea bastante explosiva y, de paso, tratar de dar el último golpe con la colaboración de algún cerebro privilegiado. Y se produce algo muy extraño. De alguna manera misteriosa, el espectador también se coloca un collar con respecto a esta película. No es posible desengancharse. Sólo hay que quedarse en el sofá mientras se rescata y esperar que no haya ningún signo de alarma. La historia te lleva en volandas para pasar un rato realmente entretenido.

martes, 17 de octubre de 2023

LA MONTAÑA RUSA (1977), de James Goldstone

Ocurre lo impensable. Una montaña rusa sufre un descarrilamiento y hay varias víctimas mortales. El inspector de seguridad Harry Calder había revisado recientemente las instalaciones y no había encontrado nada raro. Eso hace que Calder alimente la sospecha de que ha sido un sabotaje. Cuando, unos días después, ocurre lo mismo en otro parque de atracciones, Calder tiene la seguridad de que todo obedece a un plan, quizá a un chantaje, urdido por un terrorista con rasgos psicopáticos. Sin embargo, las sospechas crecen en todas las direcciones. Ese loco sin nombre parece saber todo lo que Calder habla con el FBI. El chantaje se paga. Y el loco no es tonto. El engaño se pagará con lo que mejor sabe hacer. Saboteará las instalaciones de una montaña rusa gigante para hacer una demostración de fuerza y de venganza. Sólo Harry Calder podrá introducirse en la mente del terrorista y tratará de evitarlo.

Con esta premisa muy atractiva, el mediocre director James Goldstone, responsable de uno de los mayores errores de la carrera de Paul Newman, William Holden, Jacqueline Bisset, Ernest Borgnine y unos cuantos actores solventes más en la película de catástrofes El día del fin del mundo, articula una historia con una tensión algo más que aceptable, con giros inesperados, con esperas angustiosas y con ese maldito ruido de las montañas rusas resonando a cada paso de la investigación para atrapar al maldito trastornado responsable. Además, Goldstone se rodea de un reparto atractivo, con George Segal en la piel de ese inspector de seguridad que trata de descifrar todo el enigma, Richard Widmark, Henry Fonda, Susan Strasberg, Timothy Bottoms, Harry Guardino y por allí pasaba también una prometedora principiante llamada Helen Hunt. El resultado es, cuando menos, entretenido, eficaz, con cierta mordiente y sin renunciar a fórmulas mil veces vistas. Quizá es lo mismo que entrar en una montaña rusa. Te lleva arriba y abajo, las vísceras se te remueven y sales mirando a ver si hay mucha cola para entrar de nuevo.

Algo de miedo, acción trepidante, escenas bien resueltas, suspense, emoción, entretenimiento. No se puede pedir más a un argumento que sólo trata de plantear un tira y afloja entre unos tipos que se conocen las atracciones de feria como si fueran sus propios coches, juegan con ellas y uno trata de hacer víctimas mientras otro intenta evitarlas. Y siempre hay una pregunta planeando sobre toda la historia. ¿Por qué? ¿Por qué ese individuo de sangre fría y mente retorcida está haciendo todo eso más allá de la motivación económica? ¿Por qué las montañas rusas con todo su complejo mecanismo de hierros y motores? La calculada eficiencia de la sociopatía debe tener alguna razón más para odiar y actuar de ese modo, no sólo los ceros de un puñado de billetes a los que, de una manera o de otra, se les puede seguir el rastro. Quizá, después de ver esta historia de persecución y daño, se pueda sentir algo de pánico viendo esos circuitos imposibles que arrastran gusanos a toda velocidad, jugando con el vértigo y la impresión de las alturas bajadas repentinamente. O quizá no. ¿Quién sabe? Puede que haya un tipo perdiendo la cabeza y desatornillando los soportes de los caballitos del tiovivo…

 

miércoles, 11 de octubre de 2023

EL EXORCISTA (Creyente) (2023), de David Gordon Green

 

Debido al puente del Pilar, ya nos despedimos hasta el martes 17 de octubre. Felices días y no dejéis de ver cine. Es el mejor esclarecedor de ideas.

Probablemente ha sido el diablo el que tuvo la idea de hacer esta película. Y con ella, viene la confirmación de que hay largometrajes que es mejor dejarlos como están. Sin secuelas, ni nuevas versiones. Aprovechando que la fuerza de Cristo me obliga, voy a decir algo que, sin duda, me abre las puertas del infierno. La mejor secuela que ha tenido El exorcista es aquella que se estrenó con el título de El exorcista III y que contó con William Peter Blatty, autor de la novela original, como guionista y director. El resto han sido errores del tamaño del inacabable purgatorio de los espectadores sufridos.

Esta secuela inclusiva de la primera parte ni tiene sentido, ni posee fuerza, ni guarda conexión alguna con todos los misterios e interrogantes que allí se ofrecían. Tenemos todos los elementos de la modernidad. Mezcla de razas, pluralidad religiosa con el ateísmo como invitado especial, preponderancia del catolicismo como la única fuerza capaz de hacer reaccionar al maligno, un pequeño apunte de lesbianismo y, desde luego, menos ideas que en un patio de colegio de primaria. Ni siquiera la aparición de Ellen Burstyn anima la función porque, cuando se está disfrutando de una grandísima dama de la actuación, lo mejor que se les ocurre es prescindir de ella a los tres minutos haciendo que su presencia sea sólo justificable en un guiño final que no produce ni siquiera un pequeño escalofrío de emoción.

Varios son los baches que atraviesa la historia. Toda la película está en función de su parte final que, se supone, es la auténticamente terrorífica aunque, sinceramente, la vecina de enfrente de mi rellano me produce más miedo por las mañanas. No hay ni un solo momento álgido, los pelos, en lugar de ponerse como escarpias, se echan una placentera siesta. Las interpretaciones son aburridas e inanes. No hay intriga, ni excitación, ni elementos de ocultismo, ni nada de nada. Cuesta encontrar alguna razón convincente para ir a verla. Ah, sí, el famoso Tubular Bells, de Mike Oldfield, suena un poco, al final.

Y es que el diablo, probablemente, ha sido quien urdió las pretendidas trampas de su encarnación en dos niñas que lo ponen todo de su parte, pero que ni siquiera consiguen ese instante preciso de terror, de miedo a lo desconocido, aunque, hoy en día, a Satanás lo vemos en todas partes y bajo las más diversas apariencias. Ni un segundo de inquietud ante la posible presencia de Lucifer porque además, esto se llama El exorcista como podría haberse llamado Labios resecos o Los ojos velados de Belcebú, porque no hay ningún exorcista por ninguna parte. Parece que puede haber alguien que sabe algo de exorcismos, pero nada, mejor relegar al personaje para que deslicemos un mensaje más bien ingenuo sobre la posible verdad que hay en todas las religiones, aunque falta el judaísmo, por ejemplo. ¿Dónde estará el Padre Merrin? ¿Habrá iniciado ya su ritual particular para echar al demonio que pensó esta película? ¿El Padre Karras estará gritando de nuevo aquel “¡entra en mí! ¡entra en mí!”  que le hacía tan especialmente vulnerable? Lo mismo el diablo le hace caso y nos ahorra cualquier visión espeluznante en latín, en arameo o en vulgarismos soeces que, por supuesto, brillan por su ausencia en esta ocasión. Sí, ha debido ser el diablo, probablemente. Y merece todas las condenas de Dios en cualquiera de sus fes. Sin amnistía. Lo mejor es pasar página y no olvidar que el mejor truco de Pepe Botero ha sido convencer al mundo de que existía. Ya basta el ser humano para perpetrar sus tenebrosas intenciones. 

martes, 10 de octubre de 2023

EL BESO DE UN EXTRAÑO (1983), de Matthew Chapman

 

El genio puede manifestarse en cualquier rincón de una cinta agujereada. No importa que el dinero sea corto y que los participantes comiencen a tener una autoestima algo exagerada para una película de escaso presupuesto, pero largas ideas. Stanley, el director, está seguro de que puede sacar algo provechoso en esta ocasión. Quiere estrenarse en el cine comercial antes de dar el siguiente paso, una película sobre unos tipos que se juntan para perpetrar un golpe en un casino… ¿o en un hipódromo? Es igual. Será un mecanismo de relojería que dejará al mundo boquiabierto. En esta ocasión, no será así, pero sí que habrá algún que otro elemento que deje ver que hay un talento especial tras la cámara. Por ahí detrás, algún banquero encaprichado con una rubia joven tratará de poner dinero, no mucho, en la película, para que su chica se luzca como es debido. Sin embargo, el banquero no es artista, y no ve nada claro que Stanley y su socio, Farris, se inclinen por la estética antes que por la narración. Estos jóvenes bohemios tienen poco que ofrecer y mucho que enseñar y el banquero pertenece a otra generación. Fue esa en la que todo se solucionaba con el arma en la sobaquera y la amenaza en la mirada. No sabe que ese director joven, algo excéntrico, que está empezando, pero sabe muy bien lo que quiere, también sabe mirar como nadie lo ha hecho antes.

Todo será muy exigente, pero también habrá un cierto sentimiento de que se está contribuyendo a hacer algo distinto, algo fuera de lo normal. Es una historia negra más sobre un boxeador que se mete en líos y tal, pero el ambiente será de tanto trabajo que incluso habrá un rincón privado para el amor. No para el director, no es tan romántico, sino para la pareja protagonista, que quiere llevar un poco más lejos esa relación tan extraña que llevan sus personajes. Una vez más, la realidad y la ficción se confunden y la única línea divisoria la marca una cámara genial.

El beso de un extraño es una producción independiente, de bajísimo presupuesto, que pretende, ante todo y sobre todo, rendir homenaje al Stanley Kubrick más primerizo. Ése que tenía ideas sorprendentes para ser apenas un novato y que revolucionó el cine con una mirada completamente distinta. No trata de ser una hagiografía porque también se ocupa de sus excentricidades y sus salidas de tono, pero el cine, ese juguete maravilloso que se nos ha dado y que, por las mismas circunstancias de la vida, se trata de acabar con él, necesitaba a un director así. Minucioso. Valiente. Perseverante. Mirando desde una perspectiva diferente. Seguro de lo que quería. Seguro de lo que hacía. E hizo historia. Mal que les pese a algunos que se dedican con constancia a derribar todo lo que huela a leyenda. En esta ocasión, se puede apreciar cómo se estaba formando y cómo trataba de destacar por encima de la mediocridad imperante dentro de un Hollywood que estaba empezando a cambiar las formas. Peter Coyote asume la piel de Stanley. Victoria Tennant es la protagonista. Y no, no es una película para quedarse con la boca abierta. Es justo el preludio de eso.

viernes, 6 de octubre de 2023

CERRAR LOS OJOS (2023), de Víctor Erice

 

Convertirse en una sombra pertenece exclusivamente al territorio de la edad. Según van pasando los años, la figura incorpórea se va convirtiendo en un pálido reflejo que acaba por ser una mancha oscura de la que nadie se acuerda y, mucho menos, nadie se da cuenta. Una película que nunca acabó es una historia que jamás salió de las sombras. Un actor que desapareció misteriosamente en medio del rodaje es la prueba viviente de que la realidad se desvanece con lentitud, igual que la ficción que tanto nos ha marcado y que, en el fondo, ha hecho que, junto con los recuerdos, seamos quienes verdaderamente somos.

Así, Víctor Erice rinde cuentas con los latidos de su alma de cineasta. Ya con el billete de vuelta comprado, con el sufrimiento en la mochila y la decepción en su justa medida. Poco se puede hacer para dar vida a tantos años de vacío y de silencio y basta con cerrar los ojos para darse cuenta de que todo lo que se ha experimentado sigue ahí, conformando nuestra personalidad, modelando nuestra implícita idiosincrasia, martilleando con la eterna sensación de que el fracaso ha estado merodeando sin descanso. Sólo queda perseguir tímidamente esa sombra en la que uno se transforma cuando el olvido cae sin conmiseración. Caminito que el tiempo ha borrado…

Dentro de este testamento cinematográfico subyace tanta poesía que las rimas han quedado perfectamente medidas e inevitablemente descolocadas. Erice quiere decirnos cuánto ha amado el cine y, al mismo tiempo, qué rápido ha pasado la vida entre película y película. Para ello, Manolo Solo asume sus rasgos de director maldito, encerrado en las limitaciones que nunca buscó y que trata de conseguir con una última quimera como es la de encontrar al amigo que se fue. Ese amigo que no sólo era el protagonista de esa película que nunca pudo terminar, sino también ese amigo que compartió vida, pasión y, de vez en cuando, algún que otro amor. El resultado es estremecedor en su melancolía, vigoroso en su tiempo relajado, útil en su mirada de años agotándose, terrible en su constatación de que todo, no sólo la vida, es efímero. Alrededor de Manolo Solo, que merece todos los premios del mundo, un plantel de maravillosos secundarios como José María Pou, o Helena Miquel, o María León,o Mario Pardo, o Petra Martínez, o Ana Torrent, o la maravillosa Soledad Villamil que nos hace nadar de nuevo hasta el fondo de sus ojos con su breve aparición, o, desde luego, José Coronado, convincente en su velada memoria, con un ojo avizor y otro que parece extraviarse en busca de la razón. Esto que ha hecho Erice con Cerrar los ojos, no sólo es cine. También es un último suspiro de una vida que no se sabe muy bien si mereció la pena.

Por el camino, el enorme director nos desliza homenajes llenos de sutilidad que apenas se pueden reconocer y alguno que otro muy evidente como es el que utiliza para recordarnos una cárcel, unos amigos encerrados y un asedio imposible en Río Bravo, de Howard Hawks. Tal vez porque Erice creció con el cine, estudió cine, hizo cine, dejó cine y nunca ha dejado pensar en el cine. Eso, por fuerza mayor, debe dejar huella porque, al mismo tiempo, rinde homenaje al celuloide físico, a las cámaras de rollos enormes, al inconfundible ruido de los proyectores, a todo eso que, por sensaciones, olores y experiencias, ha venido con el cine al que ha dedicado este testimonio de amor, al igual que a la amistad y a las pocas cosas que han merecido la pena vivir fuera de una sala de proyección. Hagan la prueba y cierren los ojos. Se darán cuenta de que un buen puñado de sombras pasarán por delante de su campo de visión, con los rostros de Brando, de Wayne, de Newman, de Redford, de Hepburn, de Hepburn, de Tracy, de Bergman, de Magnani, de Leaud, de Lancaster, de Cardinale o de Stewart. Da igual. Ellos fueron los maestros. Hoy, en una sala de cine de una ciudad cualquiera, el maestro se llama Víctor Erice. Y también cerramos los ojos por él y por su forma de ver la vida y las películas. 

jueves, 5 de octubre de 2023

GOLPE DE SUERTE (2023), de Woody Allen

 

Echaremos de menos el cine de Woody Allen. Ya ha confesado que esta es su última película, aunque bien podría haber sido su excursión a San Sebastián con Rifkin´s Festival porque hay más elementos de despedida en ella que aquí. Sin embargo, Allen vuelve con el elemento de la suerte como factor fundamental de la vida, como sintaxis que diferencia la gramática de seguir respirando o no. Y, en el fondo, todo es consecuencia de una serie de casualidades y hechos que se van desencadenando como si todo estuviera previamente escrito.

Chica se encuentra con individuo que habitó en su pasado como una sombra de atracción juvenil. Se vuelven a ver y nace lo inevitable. No obstante, hay una pequeña dificultad que añade algo de interés al asunto y es que el marido de ella es un macarra de las grandes finanzas al que no le gusta perder y, cuando vienen mal dadas, soluciona los problemas por la vía rápida y sin dar explicaciones.

Y es que hay algunos que no entienden muy bien que una mujer puede moverse por sus pasiones y que no basta rodearse de lujos, de botellas de vino de cosechas invaluables y de amistades algo vacías que hablan sin parar de viajes de ensueño y de abducciones de extraterrestres. Quizá, en algún momento, necesiten el alimento de alguien bohemio, con sueños y creaciones, con talentos naturales y pensamientos más profundos que el último modelo de móvil. Y es entonces cuando se desencadenan los hechos que finalizan con el golpe de suerte, con esa lotería que vuelve a tocar a pesar de que el mero hecho de nacer ya es, de por sí, un premio gordo. Aunque, la verdad, más vale no darle demasiadas vueltas…a no ser que la vida vaya en ello.

La última película que veremos de Woody Allen habla sobre la suerte, pero también lo hace desde una perspectiva de drama leve o de comedia seria. No hay ni una sola sonrisa provocada en toda la cinta, pero sí hay un saludable tono de desenfado en una historia que presenta alguna variación afortunada sobre lo que siempre cuenta el director. Y, por el camino, nos ofrece un variado repertorio de recursos que nos recuerdan que, a veces, también puede ser un virtuoso de la técnica con sus planos secuencias de complicado diseño, sus acciones paralelas llevadas con ritmo y un estupendo manejo del suspense cuando lo requiere la situación. No es lo mejor de Allen, sin duda, pero es una despedida ciertamente digna. Sin estrellas, con modestia, cambiando Manhattan por París, pero conservando esa alta sociedad de fotografía cálida debida al siempre inspirado Vittorio Storaro haciendo que Francia sea tan acogedora como ha sido la ciudad de los rascacielos para el cineasta.

Atrás quedan las frases brillantes, las situaciones algo estrambóticas encuadradas en el más estremecedor realismo, la reflexiones sobre la pareja y las consecuencias de sus actos, las bandas sonoras llenas de un jazz exquisito, en este caso con profusión de temas de Nat Adderley, psicoanálisis de callejón sin salida, críticas feroces a la falsa intelectualidad, homenajes a películas que permanecen en la memoria de nuestra juventud y de nuestra madurez. Un maestro se retira y lo hace con una película pequeña, pero muy apreciable, con cierta elegancia y dejando a la mujer en lo más alto, con sus intuiciones, sus impulsos, sus adorables volubilidades, sus apegos a los más ínfimos detalles…como un boleto de lotería, como un beso furtivo, como un no que siempre ha sido sí, como la curiosidad innata que conforma gran parte de su personalidad, con su valía en la búsqueda. Buen viaje, Allen. Y que no haya, a partir de ahora, demasiadas variables aleatorias que, al fin y al cabo, es una parte impresionantemente importante del hecho de hacer cine.

miércoles, 4 de octubre de 2023

THE CREATOR (2023), de Gareth Edwards

 

Siguiendo la evolución natural, no cabe duda de que, en determinado momento, la inteligencia artificial tendrá conciencia de sí misma y tratará de poner fin a los desmanes de la Humanidad. Para ello, no dudará en iniciar una guerra para ganar la supremacía de las decisiones. Sin embargo, siempre quedará la duda. Al ser una inteligencia superior, nunca se sabrá si el objetivo es acabar con la raza humana o es imponer, de una vez por todas, un futuro de paz y de prosperidad. El hombre, siempre falible, siempre inseguro, tendrá que resolver ese enigma poniendo en juego su propia sangre.

Por el camino habrá mucho sufrimiento y más aún si se descubre que la propia inteligencia artificial ha creado a un mesías que es capaz de anular la voluntad de la tecnología para reducir las muertes y transmitir el raciocinio como máxima en el transcurrir zozobrante del mundo. Puede que todo esté caóticamente mezclado y haya robots con pellejo, movimientos que simulan a la perfección la capacidad psicomotriz del ser humano, destrucciones innecesarias y, desde luego, la construcción de una nave que establece una situación de superioridad siempre y cuando consiga fijar los objetivos hacia los que disparar. El sacrificio también tendrá su lugar dentro de la programación y el día de mañana puede depender de la distinción sistemática de quiénes son los buenos y de quiénes son los malos.

Había mucha expectación por la siguiente película del director Gareth Edwards después de Rogue One, una historia de spin off que superó con creces lo que posteriormente se nos ofreció como la última trilogía de La guerra de las galaxias. En esta ocasión, Edwards parece que ha perdido algo de pegada, por mucho que trate de disfrazar la flojera con un atractivo diseño de efectos especiales que tapan cualquier defecto a base de espectáculo. Es como si no hubiese puesto tanto cuidado como en su otra incursión en el universo del sacrificio y del heroísmo. Hay momentos que no están suficientemente explicados. Otros que visualmente son extremadamente interesantes y el conjunto es aceptable por los pelos, pero algo decepcionante. Al contrario que Rogue One, esta película no deja poso alguno, se olvida con facilidad, no tiene recorrido. A ello ayuda una nueva demostración de la limitación interpretativa de John David Washington aunque esté ayudado por algún otro secundario de cierto empuje como Allison Jenney o el desaprovechado Ken Watanabe. En cualquier caso, es difícil de explicar hasta el tema de la historia en cuanto se ha abandonado el cine y eso, en una película que presume de ambiciosa y con algún que otro apunte de originalidad, es pecado de cortocircuito.

Sin duda, está clara la inspiración en Terminator, con esa guerra entre máquinas y hombres, y se ponen en juego homenajes bastante nítidos a Doce del patíbulo, de Robert Aldrich, o Blade Runner, de Ridley Scott, pero The Creator no pasa el examen con holgura, le falta más capacidad descriptiva y le sobra algo de precipitación. Y es una lástima porque es posible que exista el germen de algo que hubiera merecido bastante la pena.

Así que mucho cuidado con las máquinas. Cualquier inteligencia aprende de sus propios errores y pronto se darán cuenta de que el mayor error que se puede analizar es el mismo ser humano que ha querido crearlas. Hemos permitido que ellas se hagan con nuestro trabajo, que limiten nuestro pensamiento, que conviertan nuestro cerebro en un organismo vago y sin capacidad de superación. Bien pensado, ellas pueden enderezar el rumbo de una raza que ha elegido la extinción como forma de vida.

martes, 3 de octubre de 2023

ESQUILACHE (1989), de Josefina Molina

 

A veces el progreso tiene que vérselas con la sin razón. Tal vez hubiera algunos que, dentro de un cierto despotismo ilustrado, soñaran con una sociedad mejor, más segura, con la gente andando tranquilamente por las calles, con unos parques realizados para solaz y sosiego de un pueblo cansado de tanto trabajo y tanta miseria. Puede que, para ello, hubiera que prohibir llevar capa y embozo, cortina de tantas facas que se escondían en las noches bañadas de aguardiente y suciedad y telón traidor de muchas muertes de madrugada. A pesar de ser una medida pensada para que hubiera algo más de seguridad en las calles, el pueblo se rebela. Consideran que eso es decir al español medio cómo debe de vestir. Y la tradición manda. Y además, eso es consecuencia de un bando de obligado cumplimiento dictado por ese extranjero del demonio, ese advenedizo que no tiene ni idea de las costumbres patrias, ese Esquilache que ocupa el lado derecho del trono de Carlos III porque entre ellos hay complicidades y risas que el resto de la nobleza no entiende.

Y entonces es cuando se levanta la sospecha. El pueblo no quiere a ese italiano que el rey se trajo de Nápoles, pero la nobleza tampoco lo quiere, luego tan malo no puede ser. Ahí está el Duque de Villasanta, insidioso y malhadado que, en castigo por su intento de tráfico de influencias al que se niega Esquilache, es comisionado por el rey para ejercer de asistente de su primer ministro. O el Marqués de la Ensenada, que detrás de su bondadosa sonrisa esconde a un conspirador de corte y confección. Esquilache se las tiene que ver con todos porque cree, realmente, que está llevando el progreso a las calles. Y lo que está trayendo es una ruptura.

Estupenda adaptación de la obra teatral de Antonio Buero Vallejo Un soñador para un pueblo, la directora Josefina Molina realiza un espléndido trabajo de sobriedad y de atención al diálogo, siempre cortante y lleno de dobles y triples sentidos, en manos de un reparto excepcional, perfecto en cada uno de sus papeles. Ahí está Fernando Fernán Gómez en la piel de Esquilache y un tremendamente apropiado Adolfo Marsillach para dar gesto y encarnadura al Rey Carlos III. Alrededor grandes nombres, especialmente Alberto Closas como Villasanta, Ángel de Andrés como Ensenada, Ángela Molina como la criada de Esquilache, la única que realmente se preocupa por él, Concha Velasco como su caprichosa e influyente esposa y una maravillosa Amparo Rivelles como la madre del rey, clara en sus pretensiones, cortante en sus acepciones y metafórica en sus planteamientos. Al fin y al cabo, el juego del poder puede ser fácilmente equiparable a una simple partida de cartas…

Así que no es suficiente la buena voluntad y el deseo de prosperidad. Hay que conectar también con los anhelos del pueblo que quiere seguir llevando capa y embozo a pesar de todo lo que se pueda esconder tras ellos. Y quiere echar al maldito italiano. Con la de españoles que hay aquí dispuestos a hacernos la vida imposible sólo faltaría que tuviéramos que traer uno de Italia para que sea aún peor. Intolerable. Despotismo, no. Ilustrado, tampoco.