viernes, 28 de abril de 2023

ACERO AZUL (1989), de Kathryn Bigelow

Debido a las festividades de lunes y martes, retomaremos la actividad habitual el miércoles día 3. Mientras tanto, id al cine. Es acero. Es azul. Y es aprendizaje.

La vida de una policía está llena de sorpresas cuando un tipo, aparentemente normal, con una profesión que le permite una holgada independencia, esconde el arma de ella en pleno atraco a un supermercado. A la policía se le cae y, luego, misteriosamente, desaparece. El fulano siente una cierta fascinación por el arma. Y también por la agente Megan Turner. Tal vez, después de pelearse por cientos de valores que cotizan en Bolsa en el parquet, experimenta una sensación de descarga utilizando la pistola y culpando a la chica de los crímenes. Es la tensión acumulada después de tantos gritos durante horas en plena sesión del mercado de valores mobiliarios. Ella, en realidad, es una novata. No comprende que pueda haber gente así. No sabe qué ocurrió con su pistola. No tiene ni idea de que, por las calles, deambula un individuo que quiere probar el sabor del cañón en su boca. Y, lo que es peor, le encantaría apretar el gatillo.

En la comisaría, la agente Turner no es tomada demasiada en serio. En la primera ocasión que ha tenido, ha extraviado su arma y eso no describe, precisamente, a una policía muy profesional. Sólo Nick Mann, un compañero inspector, intenta ver en ella algún resto de querer hacer las cosas bien y comienza a creer que, efectivamente, de alguna manera insospechada, está sufriendo un acoso. Velado. Imperceptible. Presente. Actual. Continuo. Es la forma de proceder por parte de un pirado que cierra tratos de mucho dinero y que ha olvidado el lugar donde dejó sus escrúpulos. La ciudad será un campo de caza. Ahora sólo falta dilucidar quién es el cazador y quién la presa.

Kathryn Bigelow dirigió una de sus mejores películas con Acero azul. Dejando de lado algunos de sus habituales nerviosismos, la historia es sobria, acertada, creíble y obsesiva y cuenta con una excelente interpretación de Jamie Lee Curtis encarnando a la agente e inspectora Megan Turner. En frente, seguramente al otro lado de la calle, Ron Silver asume un papel no demasiado habitual en su filmografía, como el trastornado Eugene Hunt que está en todas partes, no está en ninguna y, sin embargo, deja siempre un dedo acusador en dirección de Megan. Con agresividad en algunos instantes y, en otros, con una calculada ambigüedad, Silver compone un personaje al que se comprende en su locura, aunque no se experimente ninguna piedad por él. El resultado es una película tensa, estupenda, con un ritmo muy apropiado porque no dejan de pasar cosas en todo momento. Es el miedo, agente. La placa no asegura que no se meta hasta el último rincón de tu interior.

Así que mucho cuidado con disparar. En una bala están inscritas todas las palabras y se puede tomar por el lado que se quiera si la que dispara es una advenediza que, para rematarlo todo, también ha perdido su instrumento fundamental de trabajo y coacción. La chica no sabe por dónde se anda. Y un respetable bróker no va a perder el tiempo con ella en ningún sentido. ¿O sí?

 

jueves, 27 de abril de 2023

¡VAYA VACACIONES! (2023), de Víctor García León

A la hora de tener descendencia, muchos hijos buscan un respiro que sólo pueden proporcionar los abuelos. Y, no nos engañemos, en bastantes ocasiones algunos abusan de que ellos, recios y siempre con la sonrisa dispuesta, nunca dicen que no. Extrayendo lo peor de un egoísmo cómodo, que no se detiene ni siquiera a pensar en las consecuencias, se prescinde de la idea de que ellos también pueden tener planes, proyectos, ilusiones y, también, algún que otro respiro que merecen más que ningún otro. Todos los que hemos sido padres, hemos caído en esa trampa. Y, lo que es peor, todos, alguna vez, hemos llegado a arrepentirnos.

Así que, una vez comprobado el abuso que significa un sacrificio más de los muchos que ya han echado en el saco, puede que a alguno se le ocurra plantear una guerra contra los nietos, paradigma, por otro lado, del egoísmo más individualista, con el fin de que, a base de hacer la vida insoportable, lleguen a llamar a sus inconscientes progenitores y pasen a buscarlos para dejar libres a los más mayores. Y ya está el lío montado porque aparecen los cargos de conciencia, la instalación en la inconsciencia, la madre de la ciencia y la santa paciencia.

No cabe duda de que los abuelos merecen todos los homenajes del mundo y en esa dirección se mueve Víctor García León con esta comedia leve, bastante prescindible, con la que se echa de menos algo más de ingenio en lo que podría haber sido un poco más de mala idea y rebajar las ganas de quedar bien con todo el mundo. Las intenciones son buenas, todo lo demás es, por decirlo suavemente, tan flojo como una próstata de la tercera edad. Sólo podríamos exceptuar el trabajo esforzado de Tito Valverde y de Gracia Olaya en la piel de esos abuelos que luchan por intentar ser malos, pero no mucho. Y todo ello redunda en que en ningún momento hay una carcajada. Sólo alguna sonrisa furtiva, casi alta en azúcar y baja en colesterol. Los abuelos tienen un plan, pero aquí el único que queda verdaderamente mal es el personaje de Ernesto Sevilla.

Y es que las vacaciones son muy golosas para la dejación de responsabilidades que, al fin y al cabo, es lo que atenaza y estrangula las existencias. Los abuelos tienen unas arrugas que atestiguan todas y cada una de esas responsabilidades que ellos, haciendo auténticos malabarismos y echando horas, han tenido que afrontar y en las que no se incluía ningún viaje de quince días a las Chimbambas, ninguna cena con copa y apenas una peliculita al mes en la sala más cercana siempre que hubiera algo de suerte y algún alma caritativa se aviniera a juntar hijos con sobrinos. Atrás quedaban amistades, intimidades, momentos para la confidencia y, sobre todo, para la complicidad. Ése era el precio que había que pagar. Y aún hoy no ha habido rebajas.

Y es que, mientras la mente funciona y el resto del mundo enloquece sacando conclusiones precipitadas y, a menudo, equivocadas, no hay nada más placentero que sentarse en el sofá de toda la vida y abandonarse a una cena tranquila mientras se ve cualquier programa, cualquier partido o cualquier película. Y cada vez que los abuelos hacen eso, deberíamos pensar que son todos aquellos programas, partidos y películas que ellos dejaron de ver para que nosotros, hoy en día, tuviéramos el sentido común y la posición suficiente como para poder coger un avión, alquilar un apartamento, caminar por la playa, tomar algo, cenar y ser conscientes de la inmensa responsabilidad y del inmenso cansancio que significa tener hijos. Y ojalá nos diéramos cuenta de que llegará un momento en que todo eso lo echaremos muchísimo de menos. 

 

miércoles, 26 de abril de 2023

AL FILO DE LA NOTICIA (Broadcast news) (1987), de James L. Brooks

 

Las rivalidades en cualquier profesión que suponga estar de cara a la galería con el fin de vender una imagen están a la orden del día. Ya se sabe. Uno está en televisión, ocupándose de su área de noticias, o de su programa, y faltará muy poco para que un competidor de otra área completamente distinta comience a sembrar trampas en el camino. Y si, además, se cruza una mujer por en medio entonces ya puedes apagar el micrófono. No habrá más que lugar para la inquina olvidándose de todo matiz profesional. Una jugada allí, una palabra de más aquí, un ripio a consecuencia de un error, la ridiculización a la menor oportunidad…Todas esas cosas son algo corriente. Las noticias no tienen piedad, salen cada día, y hay que contarlas lo mejor posible. Si se imprime algo de estilo en el trabajo, mejor. Si no, lloverán los comentarios sobre lo grisáceo, sobre la inanidad, sobre lo prescindible que eres. Apaga el teleprompter y a otra cosa. Las noticias de hoy a las nueve. Buenas noches.

Debe ser agradable creer que eres mejor, que eres la persona más agradable del mundo mientras te introduces a través de la pantalla plana en los hogares de miles de personas deseando digerir la ración de morbo de cada día. O a lo mejor no. Todo depende del grado de vanidad, muy a menudo alimentado por los ceros del salario, que seas capaz de acumular. Por supuesto, en esto de informar hay que tener más cuidado que un elefante en una cristalería porque no falta el matiz que se quiera dar a la información, pecado sempiterno del periodista que debería limitarse a dar la información objetivamente, sin aditivos, creando, de verdad, el sentido crítico en el espectador. Sin embargo, al fin y al cabo, las noticias son también un producto y hay que venderlas a la clientela que las desea comprar. Mal asunto. Pasamos a la información exterior.

James L. Brooks, más tarde creador de Los Simpson, realizó esta película adulta que habla sobre problemas de adultos mientras tienen que ofrecer su mejor cara a la audiencia millonaria de una cadena de televisión. William Hurt, Holly Hunter y Albert Brooks son los tres competidores que quieren crecer y multiplicarse profesionalmente. Los dos hombres son los presentadores y ella es la productora y, por tanto, la encargada de poner algo de paz entre ambos, algo realmente difícil cuando ella es parte del objetivo discordante. En cualquier caso, el trabajo de los tres es digno de mencionarse porque son creíbles y dan vida a esas emisiones que parecen tan fáciles en el telediario de cualquier cadena. Además, los diálogos no tienen desperdicio. Es como si Brooks, el director, estuviera ensayando para lo que vendría después.

Así, pues, pasamos a deportes. La liga parece muy competida después de los últimos varapalos de los equipos menos importantes. Por allí aparecerá la sombra del colegio de árbitros, intentando poner orden en el comité de competición. Y, desde luego, los titulares llamarán cada vez más la atención. Tanto…que acabaremos por no prestar ninguna.

martes, 25 de abril de 2023

ESTACIÓN TRES ULTRASECRETO (1965), de John Sturges

 

Parte de la indudable valía de esta película se origina por el impresionante plantel de secundarios que pueblan toda su trama. No hay grandes estrellas, aunque sí actores muy conocidos, como George Maharis y Richard Basehart en los principales papeles. Sin embargo, por ahí detrás, dando textura y credibilidad a una historia que, en manos de cualquier otro director, se hubiera tambaleado peligrosamente, andan una serie de intérpretes que hemos visto en mil películas, todos ellos competentes, aunque no recordemos sus nombres (por citar sólo dos vayamos a por Ed Asner y Simon Oakland), que otorgan un aire compacto a esta compleja aventura que emprende un ladrón cuando roba de un laboratorio una muestra de un peligroso germen. Por supuesto, el individuo no es nadie demasiado equilibrado y está dispuesto a dispersarlo por el mundo. Hay que detenerlo a toda costa.

A través de una premisa que se presenta simple y efectiva, la película destaca por su inteligencia, especialmente después de una brillante primera mitad. El microbio del diablo se agita dentro de una probeta y es letal para la Humanidad. Toda la fuerza de los servicios científicos y secretos del Estado se pone en movimiento porque, ya se sabe, en el fondo son los culpables de desarrollar un arma biológica con fines bélicos. Y sólo un integrante de esos servicios ha sido el culpable de que se desaten todas las alarmas. Sturges, con su pericia y color habituales, retrata al desierto de California como parte del escenario del complot y, lo que es cierto, la película ha pasado sin pena ni gloria al baúl del mayor de los olvidos. Merece rescatarse y poner en funcionamiento este virus. Tiene potencia, es letal y llega a ser, por momentos, apasionante.

Alistair MacLean es el autor del que parte el material original y, durante los años sesenta, fue un novelista de garantías, proporcionando obras tan valiosas para el cine como Los cañones de Navarone, El desafío de las águilas o Estación Polar Cebra, aventuras con fondo militar, absorbentes y ágiles y, en esta ocasión, trae una historia en la que se respira tensión, con un científico loco, muy cercano a Shakespeare, con ganas de acabar con todo para que nada siga igual. Por supuesto, a pesar de la sencillez de su punto de partida, la película contiene sus correspondientes giros inesperados, sorpresas dramáticas e, incluso, algún tópico suficientemente conocido, pero que funciona con precisión, añadiendo ritmo a una trama que, no necesariamente, es de acción, pero que resulta atractiva e interesante.

Es cierto que todo flojea un tanto según se acerca el final, pero se pasa un buen rato, más que nada porque es la parte más explicativa, en la que se atan todos los cabos sueltos y se comprende cualquier espacio vacío que se haya podido dejar por el camino. El suspense parece hallarse alrededor del asiento y comienza a dibujarse la sombra de la sospecha porque, en algún momento, la duda se presenta sin avisar. No se sabe muy bien quién está al lado de quién. Y eso es el laboratorio perfecto para que la ambigüedad, en esta ocasión, también sea un ingrediente fundamental en la fórmula de una película que no fue un éxito, que nadie conoce y que el mundo se pierde. Destapemos el virus.

viernes, 21 de abril de 2023

99,44% MUERTO (1974), de John Frankenheimer

 

Big Eddie piensa que la ciudad es demasiado pequeña para dos jefes, así que es el momento de plantear una lucha a muerte para que el tío Frank se largue de una puñetera vez y deje el espacio libre para una ciudad que tampoco merece mucho la pena, pero que es lo único que tienen. El tío Frank, por su parte, y debido a que conoce muy bien los planes de Big Eddie, decide llamar a un viejo conocido suyo, Harry Crown, para que elimine a su oponente. Por su parte, el oponente se opone, naturalmente, y también llama a un especialista en estas lides, un tal Zuckerman, sádico y demente. Para rizar el rizo, Crown y Zuckerman también tienen cuentas pendientes y a alguno se le fue la mano. Harry aprovechará su visita a la ciudad para buscar compañía con una maestra y el asistente que el tío Frank le ha asignado, un jovenzuelo que no pasa de aprendiz y que se llama Tony, también se lía con una chica ingenua, pero muy hábil en el arte del timo rápido y carrera. Mal hecho. Todo el mundo sabe que si andas con mala gente, no debes iniciar ningún romance con chicas que no tienen ninguna culpa. Así que Zuckerman, que se le suele ir la mano, decide secuestrar los principales intereses de Harry y Tony. Lo que empezó siendo una guerra de jefes, acaba siendo una guerra de sicarios.

Una guerra entre clanes, por lo general, nadie la puede ganar. Y John Frankenheimer realizó esta película en la peor época de su pesadilla con el alcohol. Quizá no tenía las ideas muy claras, pero, en el fondo de sus brumas, sí veía una historia con posibilidades. Por eso, cuando se ve una película como ésta, se tiene la sensación de que hay momentos en que se pierde la dirección y el sentido y que, incluso, el tono es confuso, pero que, sin duda, hay una buena historia sobre venganzas nunca satisfechas y guerras sin cuartel. Los títulos de crédito de Saul Bass son absurdamente buenos y el reparto es muy competente con Richard Harris como Harry Crown, Bradford Dillman como Big Eddie, Edmond O´Brien como el tío Frank y Chuck Connors como Zuckerman. Hay negrura en la trama con Roy Lichtenstein de fondo. Originalidades para tener muy en cuenta, pero el conjunto no funciona y sólo queda la sensación de que ésta es una de esas películas que hubiera merecido mejor suerte si la vida se hubiese estado más quieta con sus creadores. No merece verse, pero sí merece una segunda versión.

Así pues es el momento de mirar desafiante y sumergirse en un lago lleno de cocodrilos. Y sin olvidar en ningún momento que Harry Crown es un tipo que todo el mundo quiere conocer. Están muriéndose por hacerlo. Y él sabe que deberá jugar duro si quiere ganar dentro de ese conflicto de intereses estúpido entre dos jefecillos que luchan por una ciudad muerta. Son los misterios del bolsillo que, a menudo, van cargados con balas del 45.

jueves, 20 de abril de 2023

CONSPIRACIÓN EN EL CAIRO (2022), de Tarik Saleh

 

Un joven en edad universitaria, visitando por primera vez una gran urbe, rodeado de gente extraña en un ambiente que huele a calor y corrupción es una presa fácil para que las ideas desplieguen sus redes y traten de cazarle. Sin embargo, es un tipo inteligente que, a pesar de que posee una mirada huidiza y muestra una actitud tímida y temerosa, se da cuenta de todo, sabe lo que hay que hacer en cada momento y va a mover sus fichas con mucha sabiduría en el complejo juego de espionaje en el que se va a ver involucrado.

Más que nada porque, de alguna manera, el poder militar y policial busca el modo de colocar como Gran Imán de la Universidad de Al-Azhra a algún prohombre que esté de acuerdo con el poder político imperante en Egipto. No es bueno tener a la religión en contra y hay que ingeniárselas para que la rectoría caiga en manos de alguien conveniente. Y por eso hay que infiltrarse en las filas del alumnado. Hay que conocer movimientos, doctrinas radicales, grupúsculos potencialmente peligrosos y cualquier signo de agitación. Lo más grave de todo es que el trabajo que va a costar el husmeo se va a pagar muy caro…a no ser que en la cabeza se tenga algo más que pelo.

Tarik Saleh ya dio una buena muestra de su excelente trabajo con la estupenda El Cairo Confidencial en la que no dudaba en mostrar las miserias de un policía que quería lavar levemente su conciencia con algún acto honesto. Aquí, realiza todo un homenaje a la inteligencia, a la capacidad de alguien que merece ser protegido porque, al fin y al cabo, ése es el verdadero tesoro de un país y, también, destacar al policía que vuelve a encarnar extraordinariamente bien el inevitable Fares Fares, que, además de un cambio físico importante, maneja con habilidad registros de dureza, de amabilidad, de compasión, de justicia y de deseo porque encarna de nuevo a otro personaje que también quiere ejecutar algún acto verdaderamente honesto en una trama que apesta por todos lados. El resultado es una película notable, algo inferior al anterior trabajo de Saleh, pero muy interesante, con el ritmo propio de una historia árabe, pero con un trasfondo en el que se valora de forma auténtica eso que tanto falta en nuestros días y en el cine. No en vano, ésta fue la Palma de Oro al mejor guión del último Festival de Cannes.

Así que oremos a Alá, sabiendo que la islamización corre como la pólvora, pero que también fabrica almas nobles de loables intenciones aunque, en el camino, saquen algún beneficio colateral. Un concurso de almohadíes será una excusa perfecta para colocar pruebas de despiste y, quizá, sea lo único reprochable a quien exhibe un grado más de listeza. No hay nada como mantener la imagen de ser poca cosa para que, al final, se pueda ser el mejor. Y, mientras tanto, un policía que no ha perdido el sentido de lo que está bien y de lo que está mal, será el control y el salvador, será el padre y el amigo, será el tipo de mano dura y palo largo cuando sea necesario. Eso no se puede evitar en una ciudad como El Cairo donde la noche parece engullir toda la buena intención para dejar un desierto de luces de neón, de alumbrados mortecinos o de sospechas sostenidas con un par de pinzas en la chilaba. Al fin y al cabo, la inteligencia en nuestros días es tan escasa que casi se piensa que está en peligro de extinción y nadie va a creer que es la mejor tabla de salvación a la que nos podemos agarrar cuando las paredes se estrechan y sólo se siente frío a la sombra de un minarete.

miércoles, 19 de abril de 2023

REPULSIÓN (1965), de Roman Polanski

 

Las paredes parece que se estrechan a la vez que los rayos de sol asoman, con su brillo tardío, a través de las persianas de la casa. La sensación ahoga y oprime y el horrible tacto de los dedos de los hombres que se convierten en monstruos que salen de la pared con su pensamiento de siempre en busca de carne blanda, se vuelve lija, puro rechazo, dentera sobre la piel. El color se ha ido en busca de nuevos horizontes y el blanco y negro se ha aposentado cómodamente en todas las estancias de la casa. Es como si ella quisiera desaparecer, como si quisiera que esas paredes acuciantes se estrecharan aún más, como si buscara un refugio en el que el mundo exterior pudiera olvidarla por el inmenso asco que siente cuando un hombre está cerca. Repulsión, repulsión, sólo repulsión. Volver la cabeza, estrangular las sensaciones, negarse el placer de una relación, sin ninguna solución. Sólo transformándose en una víctima de un naufragio en su propia casa. Con un espejo que siempre devuelve la imagen y que se divierte reflejando figuras de hombre que no existen. El terror cotidiano. Tal vez la muerte. La sangre también será negra. El horror a acercarse a alguien que quema, que araña, que hace daño, que da asco. Frigidez. No. Es aún peor que eso. Es pura androginia.

El ambiente de pesadilla persigue a Carole, extraña en una ciudad extraña, extranjera en su propio dormitorio, fugitiva del sentir. Y está tan atrapada en sus aversiones que no sabe cómo salir al mundo real. Ignora los procedimientos para volver a ser una persona normal. La locura espera. Y el miedo hará que el asesinato sea algo que quisiera esconder debajo de una alfombra. Su casa será un campo de batalla. La contrincante será la propia Carole.

Roman Polanski rodó esta parábola sexual con envoltura de terror y cargando la narración de detalles atmosféricos que hacen que la película sea todo un experimento de angustia y rechazo. Con tanta sabiduría que, en algún momento, se puede creer que lo que se está viendo no es completamente real y con la colaboración extraordinaria de Catherine Deneuve en uno de los mejores papeles de su carrera, la película es extraordinaria, única, una rara avis que no ha tenido imitadoras realizadas con la misma clase e idéntica claridad de ideas. Merece mucho la pena adentrarse en el piso de Carole, compartir sus terribles miedos porque, en el fondo, hay algo, un rincón que casi nunca se usa de nosotros mismos, que nos permite identificarnos con lo que ella siente, con lo que ella sufre y con lo que ella rechaza.

Y es que, quizá, no todas las personas están creadas para vivir en sociedad, aceptando con normalidad  las relaciones sexuales, las insinuaciones, los coqueteos, las amistades o las contribuciones particulares de cada uno. Es posible que todo se vea a través de esa tabla rasa de percepciones y sentimientos que poseen que les impiden salir al exterior y darse cuenta de que la vida, en el fondo, también es algo que no deja de querer relaciones con cualquiera que pise la calle. Y, a veces, dentro de casa. 

martes, 18 de abril de 2023

RÍO BRAVO (1959), de Howard Hawks

 

John T. Chance es sheriff de una ciudad que está amenazada por el caciquismo y la injusticia. Es un hombre encerrado en su idea de justicia, que trata de repartirla por igual entre la comunidad que le eligió. Y cuando uno de los miembros del clan caciquil comete un error, él no tiene más remedio que hacer cumplir la ley. No valen sobornos, ni coacciones, ni cualquier otro truco barato de quien se cree dueño del lugar. Ese hombre va a ser entregado al comisario federal y sólo hay que esperar su llegada. Con una cárcel fortificada, un viejo cojo y parlanchín guardando la puerta y un tipo que un día fue grande y hoy no es más que un amasijo de alcohol y espasmos. Habrá alguna otra ayuda de un joven que conoce los manejos del revólver como si hubiera nacido con uno, pero eso será después.

Mientras tanto, una mujer de las que quita el sentido por su inteligencia, su atrevimiento y su mordacidad, sitia también al bueno de Chance. Los hechos se suceden y ese amigo empapado en whisky comienza a resurgir. Ya no va a recoger monedas tiradas con desprecio en escupideras inmundas. Ya no va a mendigar un trago en cualquier tasca de mala muerte con matarratas en los vasos. Chance ha conseguido que su viejo amigo de balas y camaradería vuelva a tener dignidad. A partir de ahí, ya sólo debe dominar los temblores que dejan huella de muchos grados y utilizar esa cabeza que perdió en el fondo de su desesperación.

Sí, no cabe duda de que Río Bravo es una obra maestra. Es el encierro de unos valientes que deciden llevar hasta el final sus decisiones. Es la certeza de que siempre habrá algunas manos amigas que quieran ayudar a los que están pasando apuros. Es la madera olida a los pasos de John Wayne, Dean Martin, Ricky Nelson y Walter Brennan mientras ahí fuera se prepara toda una guerra para rescatar de los barrotes a un tipo que merece que tiren la llave de su celda. Es el sonido del degüello a todas horas para debilitar la moral de los que resisten contra viento y marea. Es Howard Hawks llevando al máximo su obsesión por la camaradería, porque eso, en un mundo que parece olvidar los valores más elementales de la amistad, existe. Habrá un sitio para las pausas, para el coqueteo con Angie Dickinson, para reírse un poco de un ambiente que no da demasiadas facilidades, para recordar para qué están todos aquellos que forman la familia que se elige como son los amigos. Y sí, un trago rehusado puede hacer mucho. Dos, aún más. Cuando la maldad ya no tenga un lugar asegurado en ese pueblo que, prácticamente, sólo parece una calle, quizá haya un nuevo amanecer dispuesto a emborracharse un poco, celebrar que se está vivo y darse cuenta de que hay alguna gota de amor en medio del polvo.

Mientras tanto, atrancaremos la puerta con tres vueltas de cerrojo, dispondremos las contraventanas contra tentaciones de revólver, arrojaremos tiestos por la ventana para que las condiciones sean más o menos iguales y quizá, sólo quizá, una mujer tirará algo por la ventana para recordarnos que hay noches que merecen ser vividas. Una de ellas es viendo Río Bravo.

viernes, 14 de abril de 2023

EL IMPERIO DE LA LUZ (2022), de Sam Mendes

 

Estamos a principios de los ochenta. Fue esa época en la que se sucedían estrenos como Granujas a todo ritmo, All that jazz, Toro salvaje, Cómo eliminar a su jefe, Carros de fuego o Bienvenido Míster Chance y el cine, a pesar de todo ello, comenzaba a mostrar signos de un tímido declive. Por aquel entonces, las salas olían a ambientador y a tela, a palomitas de maíz y a patatas fritas y los sueños aún eran una ventana hacia la evasión que se ofrecía a través de un haz de luz que salía de un proyector por el que pasaba una película a la velocidad de veinticuatro fotogramas por segundo.

Hillary es una mujer que lo ha pasado mal porque, de alguna manera, siempre ha estado sola y siempre se ha sentido reprochada. En su sonrisa aún se pueden encontrar las huellas de una crisis nerviosa y, en sus movimientos, es posible intuir que le tiene miedo a todo. Le basta con tener una vida razonablemente ordenada. Sus mañanas libres, su comida, su trabajo en la sala de cine Empire, sus furtivos y sucios encuentros sexuales con el jefe, su vuelta a casa en medio del frío, de la nieve y de la noche…Todo es una rutina que, precisamente por su repetición insistente, le ofrece seguridad. Sin embargo, la oscuridad puede ser muy adictiva y es lo que llega a la vida de Hillary. Es como una ilusión que puede prever efímera, pero enormemente satisfactoria. Es la seguridad de que aún es atractiva, de que puede ofrecer algo y, lo que es aún mejor, de que alguien puede ofrecerle algo.

El entorno no es amable en una Inglaterra que nunca dejó de tener prejuicios raciales. Ya se sabe. Muchos británicos tienen miedo de la oscuridad y lo manifestaban a través de una violencia irracional. Mientras tanto, Hillary no ha probado la mejor de las oscuridades. Es esa misma que resulta herida por un rayo de luz procedente de la cabina de proyección. Es esa que regala los sueños, desborda lágrimas, reparte sonrisas, expone emociones y limpia el corazón. Tal vez, la mejor realidad sea, precisamente, la certeza de los sueños.

Sam Mendes, en esta ocasión, se coloca más cerca de aquella Un lugar donde quedarse que de otras películas con más envergadura. En esta ocasión, se detiene en una mujer cualquiera a la que da vida de forma magistral Olivia Colman, que hubiera merecido la nominación al Oscar, y a la que acompañamos en su periplo nervioso y afectivo, siempre al borde de la locura y, al mismo tiempo, ignorante de los pequeños respiros de felicidad. El resultado es una película que duele, pero que también salva. Que hunde, pero que también eleva. Mendes evita premeditadamente los rincones más fáciles de la emoción y ofrece un compendio de razones para la frustración, para la depresión y para la capacidad de levantarse con un aliado inmejorable como es el propio cine. Ese mismo que estamos destruyendo a conciencia.

Así que saquen su entrada, no olviden pasar por el bar y déjense inundar por la oscuridad de lo imposible. Más que nada porque, cuando vuelvan a darse de bruces con la fría luz del exterior, el pensamiento habrá descansado durante un par de horas y afrontarán de otra manera todos los problemas que tanto ahogan y aplastan. Tendrán más ganas de vivir porque el estado mental será otro, aunque no necesariamente mejor. Y mientras tanto, traten de sonreírse con sinceridad cuando vean el reflejo de su propia imagen en el espejo. Puede que descubran cosas que ni siquiera sospechaban en algún lugar de su interior. Seguro que se ven guapos en su ánimo.

jueves, 13 de abril de 2023

AIR (2023), de Ben Affleck

 

Cualquiera con dos dedos de frente puede suponer con facilidad que una parte suculenta de los ingresos de un deportista de élite provienen de la publicidad de las marcas del equipamiento que llevan puesto. Cuanto mejor sea el individuo, más dinero podrá sacar de cualquier multinacional de ropa deportiva. Sin embargo, una vez, el responsable de una sección de una conocida marca creyó ver algo especial en un chaval de dieciocho años que supo meter una canasta en la liga universitaria de baloncesto con total frialdad, sin tensión, sabiendo que, sencillamente, era el mejor. El mejor de todos los tiempos.

A partir de ahí, todo fue competir entre marcas. La firma que lo intentó todo para ganar la exclusiva de ese ser de otro mundo rompió reglas y creó unas zapatillas que llevaron un nombre conocido en todo el orbe. Y es que cualquier leyenda debe tener unos buenos cimientos que sujeten todo el entramado financiero que se forja alrededor de un tipo que parecía sostenerse en el aire durante un par de segundos más que el resto de los mortales, que hacía del baloncesto todo un arte y que consiguió las más increíbles hazañas con la única ayuda de un balón, una canasta y una cancha donde pisar con esas zapatillas.

Ben Affleck vuelve a dar muestras de su talento como director porque, en esta ocasión, ni siquiera muestra a ese jugador que fue más y mejor que todos, sino al equipo que diseñó toda la estrategia publicitaria a base de ilusión, de riesgo, de profunda creencia en un jugador que, en ese momento, prometía todo y que aún tenía que jugar un partido en la NBA. Por supuesto, entre medias, hay todo un entramado de intereses y de cuidados porque la propia familia del chaval tomó cartas en el asunto y el resultado fue que esa marca de zapatillas deportivas aún sigue vendiendo el modelo que se hizo para que el jugador la llevara. Con ellas, pisó los escalones de la gloria, llegando más alto, más lejos y más fuerte que ningún otro. Se llamaba Michael Jordan.

Alrededor de Affleck hay que reconocer que se forma un equipo interpretativo excepcional, con especial mención a Matt Damon, un tipo gordo, que lo sabía todo de baloncesto y que tenía un especial ojo para saber qué es lo que necesitaba la empresa. También Viola Davis, como esa madre especialmente intensa, pero acertada, que trata de sacar el máximo partido al nombre de su hijo. O, incluso, el propio director que, casi en una especie de guiño, trata de sacarse de encima ese aura de intérprete sometido a un aire adormilado para componer, en esta ocasión, un empresario con carácter que, de hecho, tiene que acudir al adormilamiento para dominar sus nervios. El resultado es una película espléndida, que no llega a la categoría de obra maestra, pero que acaba por ser una historia bien llevada, bien contada, bien explicada, con una banda sonora extraordinaria, que descubre varios de los secretos que se esconden detrás del nacimiento de una figura que jamás será olvidada. No como todos los que le rodean, que terminarán devorados por el olvido porque, al fin y al cabo, ese tira y afloja, ese esfuerzo, ese continuo devenir de ideas, lo puede hacer cualquiera. Sólo falta que se haga.

Affleck maneja el ritmo de la trama con maestría, pisando el acelerador cuando es necesario, explicando y soltando nombres míticos como Akeem Olajuwon, Magic Johnson, Larry Bird, Pat Ewing, Julius Irvine, James Worthy, John Stockton o Moses Malone y colocando al único y auténtico as del deporte de la canasta por encima de todos ellos porque, durante toda la película, no podemos dejar de tener la impresión de que Michael Jordan estuvo por encima de todos ellos, con sus altos y sus bajos, con sus luces y sus sombras y con su contrato con la firma, al pie. Al igual que sus zapatillas, que también iban firmadas con su peculiar estilo de mantenerse en el aire, igual que si fuera un imposible gato con alas. 

miércoles, 12 de abril de 2023

EL BARRIO CONTRA MÍ (King Creole) (1958), de Michael Curtiz

 

Todo se aprieta un poco más cuando se vive en un barrio no demasiado hospitalario. Un joven tiene talento para cantar y muchas ganas de hacerlo para mantener a su padre, que es un parado recalcitrante. Sin embargo, la juventud, a veces, no ve los peligros de decir no a quien no se debe y Maxie Fields quiere a ese chico en su local. En ese conflicto de intereses es donde va a estallar una guerra sin cuartel entre Danny Fisher, el chico,  y ese gángster de tres al cuarto que pretende controlar el barrio entero. En el bosque de negrura que se abre ante él, los caminos son de calzada y los árboles, de cemento. Quizá haya una o dos chicas que están totalmente cegadas por ese chico apuesto, que canta como nadie y que es tan valiente que no teme a los chulos de traje y sobaquera. Al fin y al cabo, ser un hombre de verdad no es una cuestión de edad, sino de agallas. Y a Danny le sobran, porque se mueve como un pez en el agua en el turbio estanque de intereses creados, sobornos y prostituciones que controla un maldito mafioso como Maxie Fields. ¿Quién sabe? Lo mismo hasta trabaja para alguna pieza de caza mayor. Lo cierto es que a Maxie Fields nadie le dice que no.

Así que en el barrio del rey criollo no hay tregua. Las gargantas deben callarse si no cantan en el sitio adecuado. Y todo se convierte en una obra negra de suspense asegurado porque la vida de Danny corre peligro cada vez que vuelve la esquina. Es lo que ocurre cuando alguien tiene carisma, honestidad, intensidad, encanto y emoción. Se convierte en un ser peligroso para el sistema establecido.

Pisando un territorio reservado para James Dean, el cantante Elvis Presley realiza aquí la que es su mejor actuación en la mejor película de todas cuantas hizo. Bien es verdad que a ello ayuda la composición magnífica del malvado interpretado por Walter Matthau, en un registro nada habitual y que, sin embargo, es absolutamente odioso. Con una trama que, en principio, parece destinada a la blandura habitual de todas las películas que hizo después Presley, sorprende encontrar una historia negra, bastante turbia, con momentos de dramatismo muy intensos, como si fuera un cuento de horror cuando el fracaso llama con insistencia a la puerta de un joven que no lo merece. Al lado de Presley y de Matthau, una plantilla muy competente de actores que incluye nombres como Dean Jagger, Paul Stewart, Vic Morrow, Carolyn Jones y Dolores Hart, que actúan y sufren en un escenario como Nueva Orléans, primorosamente fotografiada en blanco y negro, algo nada habitual en las películas del astro rey. Con una ligera inspiración en La ley del silencio, de Elia Kazan, el director Michael Curtiz ofrece una muestra de su veteranía al convertir lo que parecía ser un vehículo de lucimiento para la estrella del momento en una película a tener muy en cuenta. Es lo que pasa cuando hay una buena historia, con buenos personajes y actores que saben lo que hacen. Es hora de darse una vuelta por ese barrio por donde resuena la música y la maldad.

martes, 11 de abril de 2023

ASESINATO EN LA CASA BLANCA (1997), de Dwight Little

 

Investigar un asesinato en el 1600 de la Avenida Pennsylvania de Washington D.C., no tendría que ser muy diferente a cualquier otro de no ser porque ésa es la dirección de la residencia presidencial, la Casa Blanca. La víctima estaba a treinta y seis metros de donde duerme el presidente con su familia, sólo que, esta vez, estaban en Camp David pasando el fin de semana. El problema está en que la policía, habilitada en su jurisdicción, tiene un cierto conflicto de competencias con el Servicio Secreto del Presidente. No están muy interesados en dar información sobre las treinta y una personas que, en ese momento, estaban en el interior del palacio. Y, para colmo, se asigna a una agente de enlace para que las narices del servicio de seguridad de la Casa Blanca se sientan claramente debajo de la barbilla de la policía. Demasiadas dificultades para el Inspector Regis, un honesto agente del orden que trata de dominar sus nervios haciendo maquetas gigantescas. Cada uno con su manía. Unos tratan de recrear en una mesa la batalla de Stonewall Jackson. Otros, dejan un reguero de sangre a su paso con intenciones más que ocultas.

No cabe duda de que, en cualquier caso, con Servicio Secreto o sin él, hay que andarse con pies de plomo. La agente Nina Chance, enlace asignado, tiene que obedecer órdenes, pero empieza a darse cuenta de que el trabajo de Regis es impecable y que merece alguna que otra ayuda. Y ella es la mujer de dentro. Ella tiene acceso a lugares y documentos que el Inspector Regis no podría ni soñar. Todo se desencadena muy rápidamente porque hay fuerzas muy poderosas que se están moviendo en el entorno del Presidente y los tambores de guerra parecen llamar con fuerza. Pagar el precio de la vida de una simple secretaria a cambio de armarla en Extremo Oriente no es tan caro.

Desde luego, no es una gran película. Sólo es una más de tantas que se deja ver con cierto agrado porque la premisa argumental no deja de ser atractiva. La película está razonablemente bien dirigida, sin alardes, con algún elemento original en la investigación plagada de dificultades, con las escenas de acción bien dosificadas y sin excesos y con una interpretación competente, sobre todo, por parte de Diane Lane en la piel de la agente Chance, valerosa e inteligente, campeona olímpica de tiro al blanco y dispuesta a llegar hasta el fondo en una investigación en la que ve demasiados espacios vacíos puestos adrede. Wesley Snipes cumple sin más, Alan Alda despacha con su habitual solvencia el papel de consejero de seguridad de la presidencia, y Ronny Cox encarna al máximo mandatario con tranquilidad y sin un gesto de exceso. El resultado de todo ello es una película muy entretenida, eficaz, que no va ningún paso más allá, pero tampoco se echa de menos, aunque, en algún momento, puede llegar a ser previsible. Aún así cumple con su objetivo con creces y desliza la idea de que ningún acontecimiento, por pequeño sea, en un entorno político y de poder ocurre por casualidad, producto del impulso irresistible. Todo obedece a un plan que, tal vez, no sea demasiada buena idea.