En ocasiones, cuando se
comunica el fallecimiento de alguien que te ha acompañado durante toda tu vida
aunque no hayas llegado a conocerle, lo sientes como si hubieras perdido a un
amigo. Y eso es lo que me ha pasado con Peter Bogdanovich. Creci con sus
películas y siempre admiré esa capacidad para rendir homenaje al mismo cine sin
importar demasiado cuál era la historia. El cine fue su vida desde el
principio. Como espectador, vio todo, analizó todo, descifró todo y, más tarde,
intentó hacerlo. Tuvo su momento de gloria porque era poseedor de una ironía y
de un sentido del humor muy fino. Después, encadenó varios fracasos
consecutivos cuando ya estaba en la cima. Y, por último, su relación con la
muerte de la modelo de Playboy Dorothy
Stratten acabó por despertar todas las desconfianzas. El hombre que solía ser
sinónimo de calidad pasó a convertirse en el tipo que tuvo una vida privada en
franco desequilibrio y que era incapaz de hacer otra película de éxito.
Pocas veces he
conseguido reírme tanto en un cine como lo hice en ¿Qué me pasa, doctor? Aquella historia de tres maletas, de unas
piedras sonoras, de una alocada persecución en bicicleta y de un pánfilo
atrapado en las redes de una chica que era un seísmo arrancó carcajadas a
primeros de los setenta bajo la sombra de la calidad de Howard Hawks y de las screwball comedies más clásicas de los
años treinta. Peter Bogdanovich era tan bueno, que era capaz de hacer revivir
al espectador de esos años de desorientación y decepciones el júbilo de una
comedia que no reparaba en lógicas y que trataba de hacer reír en cada
secuencia con unos diálogos vertiginosos, unas situaciones tronchantes y unos
actores entregados.
Por supuesto, fue el
anzuelo perfecto. Eso hizo que quisiera más películas de ese individuo de
apellido algo impronunciable. Me sumergí en la tristeza que emana de La última sesión, considerada por muchos
como su mejor película y supe que la vida también podía ser en blanco y negro y
estar recubierta de una melancolía juvenil llena de polvo y derrota. Luego
quise ver ese tratado sobre la picaresca que es Luna de papel y reírme con las ocurrencias de Ryan y Tatum O´Neal,
perdidos en las carreteras de los años veinte, tratando de sacar unos pocos
dólares. Y ese tal Bogdanovich consiguió sacarme una sonrisa mezclada con una
mirada sabia. A veces, el cine tiene estas cosas. Y ese director conseguía esa
extraña mezcla de sentimientos con sabiduría, y sin dejar la ironía de lado.
Fue Chicho Ibáñez
Serrador quien me descubrió una película suya en su mítico Mis terrores favoritos y esa no fue otra que El héroe anda suelto, un acercamiento a la violencia psicópata y a
una declaración llena de tristeza en la que se aseguraba que el cine de terror
ya no tenía ningún sentido porque el pánico estaba suelto por las calles. Con
Boris Karloff como protagonista y héroe, Bogdanovich hizo una película con
trazas de cineasta muy independiente y, a la vez, enormemente efectiva. Sin
demasiadas concesiones y con la certeza de que el cine es capaz de cambiar la
vida y, también, de salvarla.
Después de tantos
éxitos seguidos, comenzó la cuesta abajo. Abandonó a su esposa y colaboradora,
Polly Platt, para iniciar un romance de larga duración con la actriz Cybill
Shepherd. Se empeñó en realizar un vehículo para el lucimiento de su pareja y Una señorita rebelde, una comedia sobre
el choque de los modos y maneras de conducirse en la rígida Europa de finales
del siglo XIX fue una película cara y un fracaso aún más caro. No contento con
eso, intentó rendir homenaje a Cole Porter y su música a través de un musical
de gran formato como es Un largo y
definitivo amor en el que trató de convertir en estrellas del género a
intérpretes que se hallaban muy alejados de él como la propia Cybill Shepherd o
Burt Reynolds. Con una producción lujosa y con todos los medios a su alcance,
la película es mucho mejor de lo que la crítica de la época quiso otorgarle y
la masacró sin conmiseración. Bogdanovich ya no era un realizador tan
brillante, sólo era un tipo que quería homenajear al cine, al mejor cine, y no
sabía cómo hacerlo. A pesar de todo, estaban muy equivocados.
Aún intentó una última
gran producción con Nickelodeon: Así
empezó Hollywood todo un homenaje a los pioneros del cine a través del slapstick y de la comedia más loca.
Naufragó totalmente y, en esta ocasión, con motivo. Bogdanovich quiso ser
gracioso y se volvió pesado, sucediendo los gags
en una película que navegó sin control, excesiva en todas sus facetas.
Probablemente hundido porque la separación de Cybill Shepherd era un hecho y
tuvo que sustituirla a toda prisa, el director intentó revivir viejos tiempos
juntando en el reparto a Ryan O´Neal con su hija Tatum, con Burt Reynolds, con
Brian Keith, con Stella Stevens y con el siempre efectivo John Ritter. Todo fue
en vano. Provocó pérdidas millonarias y perdió toda la confianza de la
industria. Bogdanovich estaba en punto muerto.
Le costó casi tres años
poner en pie una película modesta, de muy bajo presupuesto, que no fue ningún
éxito de público, pero que llamó la atención de la crítica. Saint Jack, con Ben Gazzara en el papel
protagonista, habla sobre un jugador de ventaja que quiere hacer un último
negocio para poder regresar a los Estados Unidos desde Singapur. La película,
aún así, se advierte deslavazada, algo aburrida, pero abrió algún que otro
interrogante que no sirvió de mucho a Bogdanovich.
Con enormes
dificultades financieras, puso en pie una excelente película que no tuvo
ninguna repercusión. Todos rieron es
una comedia detectivesca marcada por la presencia de una madura Audrey Hepburn,
antiguo amor de un investigador privado encarnado por Ben Gazzara. El escándalo
perjudicó notablemente la distribución de esta película porque Bogdanovich se
enamoró de la modelo de Playboy
Dorothy Stratten y fue asesinada por su marido cuando le hizo saber su
intención de abandonarle para irse a vivir con el director. La historia fue
contada, pocos años después, en la que fue la última película de Bob Fosse, Star 80 en la que el papel del personaje
que, supuestamente, es el de Peter Bogdanovich, no sale muy bien parado. El
director denunció a Fosse y a los guionistas y perdió. Y el sensacionalismo
hizo el resto. Peter Bogdanovich ha quedado como un manipulador que fue, en
parte, culpable de la muerte de la modelo. Todo esto hizo que Todos rieron tuviera un estreno muy
limitado y, aún hoy, es difícil de conseguir. En compensación y, en un giro
digno del Vértigo, de Hitchcock,
Bogdanovich se casó con la hermana de Dorothy, Louise Stratten, en un
matrimonio que duró trece años.
Cuatro años sin rodar
y, cuando volvió a ponerse tras las cámaras, lo hizo con un proyecto ajeno como
Máscara, la historia de un joven con
un rostro deforme que, a pesar de todo, consigue algo de felicidad en un mundo
que ya está demasiado pendiente de la imagen. Un excelente drama que reportó la
primera nominación al Oscar para Cher.
A pesar de ser una
película inocuamente divertida, Infielmente
tuyo fue otro vehículo pensado para el fugaz estrellato de Rob Lowe. Con
momentos divertidos dentro de una comedia de intriga, la película también tuvo
un estreno reducido y pasó con rapidez al mercado del vídeo donde consiguió
algo más de dinero.
Intenta reverdecer
viejos laureles con una especie de segunda parte de La última sesión con Texasville,
pero había pasado ya demasiado tiempo. Nadie parecía acordarse de esa película
que revolucionó a los jóvenes de principios de los setenta con una mirada
triste y nostálgica y fue otro completo fracaso.
Con ¡Qué ruina de función!, Bogdanovich se
marca un par de lecciones sobre cómo filmar una obra de teatro descubriendo lo
que ocurre entre bambalinas. Con un reparto extraordinario que incluía a
Michael Caine, Carol Burnett, Christopher Reeve, John Ritter, Denholm Elliott y
Julie Hagerty, el director imprime el ritmo necesario a una obra trepidante,
divertida y sin respiro (estrenada en España con el título desafortunado de Por delante y por detrás) que, sin
embargo, vuelve a estrellarse en taquilla. Con el tiempo, la película ha ido
ganando adeptos y, hoy en día, es un pequeño clásico. Otro más que nos dejó
este viejo amigo que puso todos sus conocimientos de arte dramático a nuestra
disposición.
No acierta con el tono
de Esa cosa llamada amor, con River
Phoenix como protagonista, entre otras cosas porque Bogdanovich no sabe moverse
en los ambientes de la música country,
no pertenecía a esa generación y su mirada es distante aunque la película es
aceptable. Aún así, fue otro fracaso sin paliativos. Tampoco tuvo éxito El maullido del gato, la historia del
asesinato del cineasta Thomas Ince en el yate del magnate multimillonario
William Randolph Hearst con Kirsten Dunst y Cary Elwes de protagonistas. Las
fórmulas habituales de Peter Bogdanovich parecían estar agotadas.
Sin embargo, aún nos
tenía preparada una pequeña joya que, como es habitual, tampoco tuvo ningún
éxito y es una película más que notable, testimonio de amor por el mundo del
teatro, con aroma a comedia clásica y sofisticada titulada Lío en Broadway. Aquí es como si Bogdanovich nos dijera que una comedia
se hace así, con elegancia, con buenas situaciones, sin buscar la risa del
espectador a cualquier precio, con mesura, con un gusto exquisito y con un
reparto tan solvente que incluye nombres como Owen Wilson, Jennifer Aniston,
Rhys Ifans, Cybill Shepherd o Austin Pendleton. Con un guión escrito por él
mismo y por su ya ex mujer Louise Stratten, la película es una auténtica
delicia que merece ser vista desde los ojos de un hombre que sabía que ya le
quedaba muy poco cine por hacer y que, a pesar de todo, a pesar de todos, quiso
seguir siendo el hombre que solía ser. Un director independiente, criado y
educado en las salas de cine, al que se debe una impagable labor como
historiador y crítico con libros fundamentales como sus estudios sobre Orson
Welles o varios documentales entre los que destaca su retrato insustituible
sobre John Ford.
Todos reiremos, Peter.
Gracias por buscar tantas fórmulas para hacer que el cine estuviera más cerca,
como un buen amigo, como tú.