Fue un gran compañero de la infancia. Sí, porque Peter O´Toole fue casi un amigo en muchas de las tardes en las que mis padres me llevaban al cine de barrio que estaba más cerca de mi casa, el Aragón. Allí me quedaba fascinado con sus ojos, con su tormento interior, sufría con él y sabía que, a pesar de todo, era un hombre en el que se podía confiar. Uno de los grandes se nos ha ido. Ya estoy llenando mi copa, Peter.
A la vez que escribo estas
líneas, estoy saboreando una copa de buen whisky irlandés. Quizá sea un modesto
homenaje a Peter O´Toole, no lo sé. Lo cierto es que siempre le consideré un
irlandés de talento prodigioso que, sin duda, se nos ha ido con una rutilante
taberna en su maltrecho hígado. Michael Caine decía que, cuando empezó en el
teatro de segundo suplente del protagonista “yo
rezaba para que nadie se pusiera enfermo. El protagonista era Peter O´Toole y
el primer suplente, Richard Harris y yo sabía que no era capaz de igualar a
ninguno de los dos”. Luego añadía que “con
Peter O´Toole inicié una buena amistad pero tuve que distanciarme de él porque
mi cuerpo no aguantaba tal cantidad de bebida”.
Puede ser que el color del whisky
me recuerde también al cabello de este inigualable actor de estilo tan
sumamente particular, de mirada aviesa y cuerpo delgado, que ayudaba al dominio
expresivo tan extraordinario que siempre destiló en una carrera que destacaba
por la enorme complejidad de su galería de personajes interpretados con una
característica intensidad trémula, muy significativa de la espantosa tormenta
interior que se desata en todos ellos, incluso en los más intrascendentes.
Él siempre sostuvo que “cada día que me levanto, con resaca o no,
lo primero que hago es dar gracias a Dios por Lawrence de Arabia” donde nos muestra, de forma increíble, los
recovecos del alma de un espía militar que luchó contra el desierto aprendiendo
a amarlo, contra los intereses de las tribus árabes y las balas de los turcos
al mismo tiempo que se enfrentaba al ejercito inglés por ir más allá de lo que
el deber le exigía. La tortura moral y física del personaje, que ya para
siempre asumió los rasgos de Peter O´Toole, adquirió en sus manos una grandeza
épica, espiritual y humana que, sin duda, hace que sea una interpretación
histórica.
Todo el mundo dijo, en la época,
que le sería imposible mantener un nivel parecido y que su siguiente trabajo
sería una decepción con toda seguridad. El genial irlandés volvió a dar en el
clavo con Becket, de Peter Glenville,
estupenda adaptación de la obra teatral de Jean Anouilh dando vida a Enrique II
de Inglaterra caracterizándolo como un rey caprichoso, irascible, voluble,
tramposo y traicionado por el honor de Dios. En un memorable duelo con Richard
Burton, que concentró su actuación en la insinuante modulación de su
privilegiada voz, O´Toole consigue encarnar con enorme coherencia los vaivenes
de un monarca débil en una película que fue muy famosa debido a que ambos protagonistas realizaron
una escena totalmente ebrios (al parecer la de la audiencia con los Obispos,
casi al principio de la película) y la amistad que surgió entre ellos fue tal
que O´Toole llegó a declarar en cierta ocasión que “Richard Burton ha sido la persona con la que he tenido el mayor de los
privilegios de emborracharme junto a él a más de 10.000 metros de
altura”.
Su primer fracaso lo afronta con Lord Jim, una película en la que tenía
puestas fundadas esperanzas al trabajar con un director de la talla de Richard
Brooks, pero ni siquiera su interpretación, atormentada al máximo, fue muy
acertada y, a continuación, prueba el terreno de la comedia más disparatada con
¿Qué tal, Pussycat?, de Clive Donner,
un rodaje del que siempre ha dicho que “fue
uno de los más divertidos de mi vida”. La astracanada escrita por Woody
Allen (a años-luz del estilo de hoy en día) no funciona ni al nivel más
grotesco pero fue un éxito no solo por el multiestelar reparto sino también por
la canción del título original que interpretó Tom Jones sobre un tema del, por
entonces, muy de moda Burt Bacharach.
Trabaja con Wyler, uno de sus
deseos hechos realidad, en Cómo robar un
millón y… pero es un fracaso artístico y económico y empieza a perder el
rumbo de su carrera. Acepta el papel de los tres ángeles que se aparecen a
Abraham que le propone John Huston en su adaptación de La Biblia. El propio Huston llegó a confesar que eligió
expresamente a O´Toole por su quieta y apolínea belleza y aunque su
interpretación no aporta nada a su carrera, su presencia llega a ser tan
enigmática que, entre lo irreal y lo sagrado, apenas hay diferencia.
Tenía ganas de interpretar a un
malvado y lo consigue en la excelente La
noche de los generales, de Anatole Litvak, en el papel del General Tanz, un
perfecto y brillante ario de tendencias psicopáticas y esquizoides que
desembocan en una incontrolable violencia que no hace sino calmar su traumática
fatiga de guerra. Una estupenda película en la que el actor acapara
protagonismo a través de un fascinante y complejo personaje que se ve algo
descompensado ante un improbable Omar Sharif como el Mayor Grau, el oficial
encargado de investigar los brutales crímenes contra prostitutas en el París de
la ocupación.
Después de una episódica aparición
en Casino Royale, horroroso delito
contra la primera novela de Ian Fleming sobre la saga Bond, O´Toole borda uno
de los papeles de su vida. A nadie sorprende cuando se anuncia que, por segunda
vez en su carrera, va a interpretar a Enrique II de Inglaterra en la adaptación
que Anthony Harvey prepara de la obra de James Goldman El león en invierno pero su poderosa y avasalladora actuación sobre
un rey astuto e imprevisible que le gusta, de vez en cuando, poner en juego su
corona entre sus tres hijos, Juan Sin Tierra, Ricardo Corazón de León y
Godofredo de Bretaña en el lúdico y algo cruel duelo por su sucesión y que saca
de prisión a su mujer, Leonor de Aquitania (impresionante Katharine Hepburn)
porque es la única rival que está a su altura, contrasta notablemente con el
Enrique de Becket, probablemente más
cercano a la realidad histórica. En cualquier caso, realiza una memorable e
inteligente creación en un legendario duelo con la gran Kate Hepburn que nos
hace pensar que, tal vez, los dos sean ya inmortales y que eso, en medio de una
gran carcajada, no podrá hacerles cambiar.
Todo el mundo le da como seguro
ganador del Oscar, incluso él mismo cree que por fin lo va a conseguir cuando,
contra todo pronóstico, pierde frente a Cliff Robertson por su trabajo en la
muy mediocre Charly, de Ralph Nelson.
Sin embargo, el terco irlandés nunca se rindió y al año siguiente, volvió a ser
nominado por la nueva versión de Adiós,
Míster Chips volviendo a perder, en esta ocasión, frente al veterano
poderío de John Wayne en Valor de ley.
Hay una estupenda película suya,
algo olvidada: La guerra de Murphy,
la obsesión de un hombre acosado por la muerte de todos sus compañeros y que
convierte la guerra en una lucha personal contra un buque alemán sin más ayuda
que un barco-grúa y buenas dosis de ingenio. Un extraño y bastante desconocido
estudio sobre la paranoia obsesiva y el triunfo pagado a cualquier precio,
incluso con la vida.
Aunque, sin dudarlo ni por un
momento, él es el actor extranjero que físicamente más se acerca a nuestra
imagen de Don Quijote de la Mancha, imaginarse a Sophia Loren como Aldonza
Lorenzo ya es todo un ejercicio de contorsionismo mental. El hombre de La Mancha, basada en el famoso musical de Broadway,
fue un rotundo fracaso en parte porque Arthur Hiller no era el director más
adecuado para llevar un musical a buen término pero fue notable el esfuerzo de
un O´Toole que, además, declaró con profesionalidad que conocía a la perfección
la inmortal obra de Cervantes y que esperaba poder interpretarla algún día tal
y como había sido escrita. Más tarde, O´Toole cosecha todo un éxito de crítica
y público con una película muy desconocida como es La clase dirigente, de Peter Medak, un aviso muy británico sobre un
lord con responsabilidades políticas que llega a creer que es el mismo
Jesucristo.
La década de los setenta marcan
su decadencia en personajes de interés muy escaso. Trabajó con Preminger en el
fiasco de Rosebud y en una nueva
versión del clásico Robinson Crusoe narrada
desde el punto de vista de su compañero negro en Yo, Viernes, de Jack Gold. Un film curioso fue la producción
canadiense Asalto al poder que
contaba minuciosamente todos los detalles de un hipotético golpe de estado
militar en un país imaginario. Al final, el sentido supuestamente patriótico es
reemplazado por la irresistible erótica del poder sabiamente expresada en el
vicioso rostro del Coronel Zeller, interpretado por O´Toole. Una película con
un punto de interés.
La década de los ochenta, se
presenta con dos papeles maravillosos para el actor. Uno es El especialista, de Richard Rush, en el
papel de un excéntrico director de cine (vagamente inspirado en Stanley
Kubrick) que rueda una película de amor y guerra y maltrata a un especialista
en escenas de acción hasta límites insospechados en aras de un mayor realismo
de tinte sádico. Nueva nominación y nueva derrota a manos del insuperable
Robert de Niro de Toro salvaje. El
otro es una tronchante comedia al viejo estilo titulada Mi año favorito, de Richard Benjamín, sobre los divertidos avatares
de un ayudante de dirección televisivo que debe cuidar para que la estrella
invitada (y, normalmente, ebria) de su programa, no se desmande. La película es
divertidísima con el actor interpretando a la estrella con un cruce de sí mismo
y de Errol Flynn y está simplemente fantástico haciendo reír a carcajada limpia
y diciendo, de un modo que ningún otro podría igualar, aquella frase entre el
enfado y el terror de “¡Yo no soy un
actor! ¡Soy una estrella de cine!”. Otra nominación al Oscar que pierde
ante Ben Kingsley por Gandhi.
En El último Emperador, de Bernardo Bertolucci, en la que da vida al
preceptor del joven monarca chino, O´Toole, en un papel secundario, viste de
una inusual y elegante serenidad desprovista de dobleces a su personaje, como
máscara del aprecio y de la amistad que siente hacia su joven discípulo.
En el año 2003, la Academia de
Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood le concede un Oscar especial por
el conjunto de su carrera y para compensar santísimas derrotas. Su inmediata reacción
fue la de un luchador nato: “No deberían
dármelo. Aún estoy en la carrera y puedo ganar alguno en competición”. Casi
lo consigue. Aún obtuvo una nominación más por su sabio papel en Venus, perdiendo, por última vez, ante
Forest Whitaker por la discutible El
último rey de Escocia.
Su filosofía fue la de
considerarse un afortunado ciudadano del mundo al que le encantaba “despertarse en un hotel después de una
buena borrachera y no saber si estoy en París, Londres, Berlín o Madrid”.
Lo cierto es que se nos ha ido y estoy seguro que el mejor homenaje que se le
puede hacer a su inmenso talento es beber un buen trago de whisky a la salud
del Comandante Lawrence, de Enrique de Plantagenet o del General Tanz,
Comandante en Jefe de la División Nibelungen…brumas de genialidad depositadas
en la barra de la taberna de este terco irlandés.