Dicen los más entendidos en esto del cine que ganar un Oscar es como
echarse a volar. El mundo alrededor se desvanece, se aleja y se pierde y los
actores, actrices, directores y productores que se llevan la estatuilla a casa
van en volandas, como si hubiesen adelgazado unos cuantos kilos en una sola
noche de parranda, con sus elegantes vestidos y sus vanidades a punto. El
próximo día 22 de febrero hay una nueva entrega y los más numerosos, es decir,
los perdedores, tendrán que volver a su mansión en taxi.
Así pues podríamos echar un
vistazo a la categoría de Mejor Película Extranjera. Nuestro corazón español
nos lleva a estar al lado de Damián Szifrón y su Relatos salvajes, divertida e inteligente antología de fábulas
sobre la ira que se esconde en cualquier ser humano. Tiene opciones pero ahí
está la polaca Ida, de Pawel
Pawlikowski, la historia de una novicia que, justo antes de tomar los votos de
monja católica, quiere indagar sobre sus padres judíos que la abandonaron en un
convento nada más nacer ante la cercanía de la barbarie nazi. Está rodada en un
esplendoroso blanco y negro, con un ritmo y una cadencia bastante lentos pero narrada
con cuidado y además tiene una gran baza a favor.y es que Polonia nunca ha
ganado un Oscar a pesar de que grandes gurús del cine polaco se han quedado a
las puertas como Andrzej Wajda, Roman Polanski, Jerzy Kawalerowicz o Agnieszka
Holland.
Como mejor director, me temo que
la Academia se va a echar en los brazos de Richard Linklater por la paciencia que
derrochó a lo largo de doce años para rodar esa cosa insulsa y sin gracia que
se llama Boyhood pero si la justicia
desplegara sus alas infinitas el premio debería recaer en Alejandro González
Iñárritu por la discutida y discutible Birdman
(o la inesperada virtud de la ignorancia) por varias razones. La primera es
la excelente dirección de actores de todo el reparto frente a la improvisación
recurrente en el cine de Linklater con un puñado de interpretaciones grises
como las plumas de una paloma zurita. En segundo lugar, por el despliegue
técnico de Iñárritu que no solo es impresionante, sino que en ningún momento
llega a chirriar. Y en tercer lugar porque la historia es bastante más
interesante, más apasionante y más certera que la de Linklater. Ahora bien, no
faltarán los que defiendan a morir a Boyhood
más que nada porque el postureo de la independencia coloca a los entendidos en
otro status más molón.
En cuanto al mejor actor
secundario el premio está muy decantado justamente hacia J.K. Simmons por el papel
de maestro tiránico y psicópata de Whiplash,
toda una disección sobre el sacrificio del virtuosismo musical. Simmons
consigue hacer que la película, más que una historia de aprendizaje, se sitúe
en los márgenes del thriller y todo
esté bajo la sombra de ese inmenso cuervo que exige más y más por razones que
solo el que haya ido a ver la película podrá entender. Será el ganador.
En cuanto a mejor actriz
secundaria pondremos nuestras cartas, ahí sí, al lado de Patricia Arquette por Boyhood por esa sufrida interpretación
de una madre que tiende hacia la inestabilidad familiar que, por otra parte, no
influye en absoluto en el chaval protagonista de la película. A través de los
doce años que el director Richard Linklater tuvo que esperar vemos a Arquette envejecer
ante nuestros ojos y pasar de una mujer irremediablemente atractiva a una
cincuentona pasada de kilos, arrugada por el tiempo y castigada por los
errores. El trabajo es meritorio y que la película no sea maravillosa no quita
su reconocimiento. También será ganadora con casi todas las papeletas en el
bolsillo.
La categoría de mejor actor será
de las más competidas porque hay dos claros dominadores: Uno es Michael Keaton
en la piel de ese actor inseguro que quiere su ración de prestigio en el hostil
mundo teatral de Birdman. El otro
será Eddie Redmayne, réplica perfecta del científico Stephen Hawking en La teoría del todo. Ambos serían justos
ganadores pero me inclino a pensar que el que irá volando a casa será el
propietario de las alas, es decir, Michael Keaton. Aparte de su soberbio
trabajo hay dos razones más que apoyan la apuesta. Es un actor veterano, de
cierta solvencia, al que no le quedan muchas más oportunidades para obtener el
reconocimiento de la Academia. La otra es justo la contraria: Redmayne es un
actor joven, con un largo recorrido por delante y con un talento excepcional
que le coloca entre los mejores de su generación. Físicamente su encarnación
del brillante científico condenado por la esclerosis lateral amiotrófica fue
una auténtica tortura y tal vez la Academia lo valore pero Keaton tiene las
garras dispuestas para llevarse al calvo de oro hasta la repisa de su chimenea.
Como mejor actriz, la cosa va a
estar muy clara. Julianne Moore va a ganar de calle por su papel de enferma de
Alzheimer en Siempre Alice. Sin ser
una película estupenda, ha sido una actriz que siempre ha dado lo mejor y ya es
hora de que le llegue su agradecimiento. Esta va a ser su última oportunidad y
lo hace francamente bien. Julianne Moore es la chica que, cuando te mira,
sientes que eres capaz de volar.
Por último, llegamos a la
categoría de mejor película con tres títulos luchando por hacerse un hueco en
una lista para la historia. Una es, desde luego, Birdman, de Alejandro González Iñárritu. Otra es, por supuesto, Boyhood, del ínclito Richard Linklater.
La tercera y más tapada es El Gran Hotel
Budapest, de Wes Anderson, una película que podría dar la sorpresa a pesar
de que no está nominada en las categorías principales. En todo caso, yo me
inclinaría por Birdman, más que nada
porque, amiguismos aparte, es la mejor película del año. Decir lo contrario no
sería justo. Por mucho que duela a los amantes del “soy diferente porque yo lo valgo”.
Llegó la hora de mirar hacia el
cielo y ver quién planea mejor sobre las corrientes artísticas, comerciales e
industriales de Hollywood. En cualquier caso, no se preocupen si no gana la que
ustedes prefieren, este día hay que tomarlo como la fiesta de San Cine y nada
más. El resto es pura vanidad. Como un pájaro que vuela, altivo y arrogante,
sobre las cabezas de millones de mortales.