viernes, 15 de julio de 2022

¡JO, QUÉ NOCHE! (After hours) (1985), de Martin Scorsese

Con este artículo de verano urbanita, cerramos el blog ya hasta el jueves día 1 de septiembre para que el verano sea lo que tiene que ser. Una noche prolongada de disfrute y de encontrarnos de nuevo. No dejéis de ver cine, si no, las criaturas nocturnas acabarán por hacer de nosotros estatuas inmóviles. Abrazos para ellos. Besos para ellas.

La noche en las calles de Nueva York debe ser como visitar los rincones del infierno en pleno agosto. Los monstruos escondidos salen de los interiores de las personas y se desparraman bajo la lluvia torrencial o entre las rarezas del alma. Puede que haya algo de vida dentro de unas mediocres esculturas de yeso disfrazadas de arte alternativo. Puede que los ejemplares de la flora y de la fauna urbanita sean cada vez más extraños e, incluso, algo indeseables. Hasta es posible que el taquillero del Metro sea algo inusitado. Y ahí mismo, entre las telarañas de lo nocturno y de la ensoñación, comienza a tejerse una situación tras otra, con aires kafkianos de asfalto y cemento. Todo comienza con un ligue casual mientras se lee un libro de Henry Miller. Y, a partir de ahí, todo viene rodado. Aunque también es una demostración preclara de que el destino tiene algo de circular. Paul Hackett será un Ulises perdido entre islas de sirenas y Polifemos de portería. No sabrá regresar a casa. Cuando lo consiga, no le esperará ningún reinado esplendoroso, ni ninguna Penélope ansiosa. Sólo obtendrá la rutina de todos los días. Y esa noche que parecía no acabar nunca en un mar de pesadillas será algo que rompió con todo y que le hizo sentir vivo…y muerto.

Y es que, cuando llega lo diferente en oleadas, puede que se llenen todos los tarros y todo te dé igual. Paul lo experimenta en su propia carne. Una música ajada, una chica desinhibida, otra desequilibrada, un barman disperso, una camarera incapaz de acertar, una mujer madura de cierta serenidad que también esculpe, una loca de la buhardilla con ínfulas paranoides…Paul, vas de piedra en piedra y a cada cual más áspera.

Martin Scorsese dirigió esta película con la idea de trasladar a Kafka al mismo centro de Nueva York, una ciudad a la que él pertenecía y que conocía como la palma de su mano. Además de Griffin Dunne como protagonista (y también productor), el director contó con un reparto muy eficaz compuesto por Linda Fiorentino, Teri Garr, Catherine O´Hara, John Heard, Tommy Chong, Verna Bloom y la aparición nada casual de Dick Miller, el protagonista de Un cubo de sangre, de Roger Corman, película con la que Scorsese traza diversos paralelismos esculturales y siempre muy sospechosos.

Un billete de veinte dólares aún vuela sobre el cielo de la ciudad buscando un dueño que le guarde en el bolsillo. Travis Bickle también parece tener una actuación como estrella invitada mientras sólo quedan noventa y siete centavos en el bolsillo. Y, además, hay alguno que se las da de caritativo. Ciudad de monstruos encerrados en sus propias formas que se desatan cuando llega la eterna e inacabable noche. Nueva York es como una mujer que se te ofrece y, cuando aceptas su invitación, cierra las piernas. A veces, no es posible ni hacer una simple llamada telefónica. Todo se confabula para que Paul no llegue a su destino, y, sin embargo, llega. Con muchas dificultades. Con profunda decepción. Con Mozart como fondo y la informática como bienvenida. Buenos días, Paul. La noche ya pasó.

jueves, 14 de julio de 2022

THOR: LOVE AND THUNDER (2022), de Taika Waititi

 

Los Dioses deben estar locos porque, en lugar de ocuparse de arreglar el desaguisado que han formado con sus caprichos y veleidades que no han causado más que confusiones y desastres, se entretienen en hacer chistes y soltar frases solemnes en plan burlesco, como si eso, de alguna manera, los acercase un poco más al caótico mundo de los mortales. Un dios puede enamorarse, ya se sabe. Puede abandonarse hasta crear una barriga legendaria. Incluso puede tener problemas de afecto ya que si no se hacen realidad los deseos pasan a ser malvados. Y, por supuesto, deben hacer gala de un sentido del humor que, en muchas ocasiones, es bastante discutible.

Y ése es uno de los grandes defectos de este acercamiento al dios del trueno por parte del director y guionista Taika Waititi. Sí, no cabe duda. Al susodicho le gusta no tomarse demasiado en serio mientras profundiza en una de sus obsesiones favoritas como es el mundo de la infancia con sus ídolos intocables y sus poderes nacidos directamente de la fuente inagotable de la ingenuidad. Sin embargo, la historia de super-héroes-dioses se desdibuja un tanto si todo se dirige a esperar el próximo chiste. No es suficiente con esa falsa trascendencia que parece flotar durante toda la historia para desembocar en una moraleja sobre el amor o, en el peor de los casos, sobre la falta de él. Waititi pone aventura, pero no es seria. Pone dilemas morales que, al momento, son desechados por ese afán casi enfermizo de bajar a los dioses de los pedestales. Pone alguna que otra idea que no acaba de estar mal sin llegar, en ningún momento, a la genialidad. Y cuenta con apariciones especiales como la de Russell Crowe en la piel de Zeus (ya se sabe, aquel dios al que no le gustaba que le cabreasen o metía uno de sus rayos por donde amargan los pepinos), Matt Damon en una caracterización que, en teoría, es graciosa, o Chris Pratt y su pandilla de guerreros de la galaxia cuya única razón es soltar paridas a troche y moche.

El conjunto se resiente porque parece que el objetivo del director es realizar una especie de cómic cómico, aunque rescate a Natalie Portman para hacer más llevadero el intento. O, para los más marginales, ponga a Christian Bale de malo malísimo, maquillado maquilladísimo para asistir, una vez más, a la evidencia de que es un actor al que se le ven los engranajes hasta las ruedas dentadas (y nunca mejor dicho en esta ocasión). Mientras tanto, búsquedas, personajes que, mirados con cierta frialdad, no aportan absolutamente nada a pesar de que disfrutan de sus ratos importantes, desafíos a la muerte, perplejidades a mogollón, niños con cierto aire al secuestro colectivo de Indiana Jones y el templo maldito y final abierto para que Thor tenga la oportunidad de resarcirse en un próximo episodio de la serie Marvel. Ah, sí, y concedamos con magnanimidad divina que hay dos o tres bobadas que provocan alguna que otra risilla murmurada.

Así que nada. Para mentes de tres o cuatro sobre diez será un rato estupendo. Si el coeficiente es algo superior el tema es preclaro y bastante tonto. Mientras tanto, dudaremos si quedarnos con el martillo o con el hacha porque los destinos divinos puedan dar bandazos humanos y no se puede hacer todo desde ahí arriba. Al fin y al cabo, como todo el mundo sabe, Thor es un héroe que tiene mucha gracia. Ya se lo dijo el Hombre de Hierro en uno de los episodios de Los vengadores: “¿Sabe vuestra madre que os vestís con sus ropajes?”. El resto ya se lo pueden imaginar en esta época de inclusiones forzosas y forzadas para no dejar de ser en ningún momento políticamente correcto y obligadamente mediocre, no sea que alguien pueda llegar a ofenderse.

miércoles, 13 de julio de 2022

GUÍA PARA EL HOMBRE CASADO (1967), de Gene Kelly

 

Una de las teorías más llamativas de esta guía es que, para ser feliz en el matrimonio, es imprescindible ser infiel. Al menos, es lo que Ed Stander le cuenta a su amigo Paul Manning. Todo por que éste le ha confesado de que es tan feliz con su mujer, que teme perder todo lo que ha conseguido, que ya está cerca de tocar techo. Bien es cierto que esta guía está algo anticuada. Ya saben, es sobre esa época en que el signo más preclaro de sofisticación radicaba en los tres martinis de aperitivo antes de comer, esos mismos días en que las tendencias femeninas se marcaban entre las páginas del Playboy y, por supuesto, en aquellos años en los que las guerras entre hombres y mujeres se libraban en los suburbios acomodados de clase media y no en los juzgados y tribunales. En esos tiempos, se pensaba que el adulterio era un deporte y no un obstáculo y, eso hay que decirlo a favor de esta guía algo insidiosa, se avisaba de que tenía muchos riesgos, de que no todo era como lo pintaban y que la felicidad, sin duda, no estaba en la infidelidad.

Y es que, si buscamos dentro de las mismas entrañas de esta comedia convertida en guía, lo cierto es que lo único que le pasa al bueno de Paul Manning es que está con la picazón del séptimo año. Ya saben. Ese momento en el que los hombres se dan cuenta de que hay vida más allá del rellano de su casa y que un mundo entero de posibilidades se abre y se ofrece y que el único freno para disfrutar de todo eso se halla en el interior de la vivienda. Lo que se ha venido en llamar por nuestros lares “la crisis de los cuarenta”. Más de uno ha caído, que lo sé yo. Más que nada porque en todas estas consideraciones hay un componente de ligereza, de disfrutar sin pensar demasiado en las consecuencias y, a pesar de esa vida idealizada que contiene esta guía, también hay un momento para pensar sobre ello aunque sin dejar de disfrutar de la actuación del atribulado Walter Matthau, que va y viene y llega un momento en que no sabe si va o viene porque, en contra de lo que pudiera parecer, hay hombres que tienen un resquicio de ética o de conciencia en su interior y no es tan fácil cerrar completamente la puerta a esos valores de clase media.

Así que, bajo la dirección de Gene Kelly, esta guía resulta atacada por el tiempo, con ambientes estéticamente irreprochables y elegancias trasnochadas, pero terriblemente entretenida, con algún que otro momento brillante, siempre desde una perspectiva dispuesta a reírse de los hombres y, también, a ponerles en valor, porque, seamos sinceros, para algo valen. No para mucho, desde luego, pero, en algún instante, tienen su utilidad y se hacen a sí mismos dos o tres preguntas. No todos piensan en lo mismo aunque, para muchos, sea lo más importante. Esos seguros que no necesitan una guía. La tienen algunos centímetros por debajo de la cintura.

martes, 12 de julio de 2022

JAMES CAAN: EMBOSCADA HACIA EL ÉXITO

 

Su estilo era muy viril, muy seguro. Era como si se dejara de lado los tics y manierismos propios de los actores del Método que tan de moda estuvieron en los años setenta y, de repente, una especie de James Cagney rejuvenecido, algo menos expresivo, pero muy energético, irrumpiera con naturalidad dentro de nuestras admiraciones. James Caan fue uno de los actores más en boga en aquellos años. Más tarde, su adicción a las drogas, la pérdida de su hermana por leucemia y la ruina económica, además de un especial instinto para rechazar papeles importantes, hicieron que su carrera ya no pudiese recuperarse salvo algún título aislado. Fue una víctima de la emboscada hacia el éxito que se plantea a cualquier estrella.

Se le puede apreciar casi como extra en Irma, la dulce, de Billy Wilder y compone uno de esos típicos chicos malos que hacen pasar un mal rato a una vieja atrapada en sus circunstancias, en este caso la parálisis y un ascensor averiado, en la excelente Una mujer atrapada, de William Castle. Sin embargo, se podría decir que fue Howard Hawks quien descubre realmente a James Caan. Le ofrece el papel protagonista en su película sobre automovilismo Peligro, línea 7000 y, a continuación, le da su celebrado personaje de Alan Bedillion Treherne, más conocido como Mississipi, en la estupenda El Dorado. El estilo relajado, discreto, con buen ritmo para las situaciones de humor y con un indudable tono varonil lleva a ser conocido en todo el mundo. Después de trabajar con el Coppola primerizo de Llueve sobre mi corazón, el director le otorga el papel por el que James Caan es más recordado: el Sonny Corleone de El padrino. La interpretación del nervioso hijo mayor del clan Corleone resulta impactante y Caan consigue una nominación al Oscar al secundario. A partir de ahí, su cotización subre como la espuma e interviene en películas que, quizá no hayan sido debidamente recordadas, como la excelente Permiso para amar hasta medianoche, de Mark Rydell, o esa divertida extravagancia que es Una extraña pareja de polis, de Richard Rush, al lado de un también muy divertido Alan Arkin.

Después de hacer un breve cameo en  El padrino, segunda parte y de actuar como compañero de Barbra Streisand en la segunda parte de Funny girl con el título de Funny lady, Caan alcanza un éxito excepcional para la época con ese futuro distópico que se describe en la película Rollerball, de Norman Jewison. Su físico atlético le ayuda a conseguir el papel frente a otras estrellas del momento como Robert Redford o Steve McQueen y la historia deja un impacto importante para la época, con la invención de un deporte en el que el público vuelca toda su frustración y toda su rabia para evitar las confrontaciones políticas entre bloques. Aborregamiento general para que no se piense demasiado. ¿Les suena? El defecto de todo eso que, tal vez, el deporte también fabrica mitos.

Peckinpah le requiere para una de sus películas menos conseguidas, Los aristócratas del crimen e interviene haciendo de sí mismo en un divertido episodio al servicio de la pandilla de Mel Brooks en La última locura. De aquella época es una estupenda película que ha caído lastimosamente en el olvido y que resulta muy divertida, con una ambientación extraordinaria y con un reparto de campanillas que es Harry y Walter van a Nueva York, la historia de dos pícaros de principios de siglo que se topan con el negocio del ídem a pesar de los esfuerzos en contra de un malvado Michael Caine. El que comparte protagonismo con Caan es Elliott Gould y la chica fue Diane Keaton. Y sí, señores. Nadie se acuerda de esta excelente película.

Escoge el episodio más lucido para la superproducción Un puente lejano, de Richard Attenborough, en la piel de ese sargento que promete a su teniente hacer lo imposible para cuidar de él y se empareja con Jane Fonda para una hermosa película como es Llega un jinete libre y salvaje, de la que tampoco se habla mucho y que, no obstante, resulta una bonita diatriba ecológica exenta de panfletos.

Los ochenta empiezan bien para Caan cuando acepta participar en Ladrón, de Michael Mann, como ese profesional de guante blanco que reviente cajas fuertes al son de la música de Tangerine Dream y acepta ser el fantasma en la versión americana de Doña Flor y sus dos maridos, al lado de Sally Field y Jeff Bridges con el título de Bésame y esfúmate, de Robert Mulligan, un director con el que Caan no se llevó nada bien a pesar de que la película es divertida, muy ligera y en la que él aparece con una clase indudable.

Y aquí, salvo por una intervención en televisión, James Caan debe parar para someterse a una cura de desintoxicación. Está arruinado, su hermana, que era su principal apoyo, fallece y los focos le ciegan la mirada. Demasiados matrimonios. Demasiado todo para convertirse en nada. Cuatro años permanece alejado de las pantallas para pensar un poco más en su futuro. Durante ese tiempo, Caan no quiere saber nada del cine y trata de poner su vida en orden. Regresa con fuerza en 1987 de la mano de Francis Ford Coppola con una de las películas más conmovedoras del realizador italoamericano, Jardines de piedra, al mando de la unidad de enterramiento del cementerio de Arlington. Consigue un curioso éxito con Alien Nación, encarnando a un policía al que le asignan un compañero extraterrestre en una Tierra que ha aceptado como normal que hayan venido seres del espacio exterior que tienen sus partes sensibles debajo de las axilas y no duda en aceptar, después del rechazo de Warren Beatty, el papel protagonista de Misery, una de las mejores adaptaciones del universo de Stephen King. Aún da un par de coletazos de cierta clase con Ayer, hoy y siempre, estupenda recreación de una pareja de cómicos que estuvieron juntos dentro y fuera del escenario durante más de cuarenta años y en la que destila una química especial con Bette Midler, que consiguió una nominación al Oscar por este papel, y también en Como uña y carne, una áspera película en la que Caan compone un malvado que no se olvida fácilmente.

A partir de este momento, la carrera del actor comienza a diluirse entre películas sin garra, elecciones equivocadas y papeles que no se hallaban a la altura de su talento. Sí es destacable su encarnación de un Philip Marlowe maduro, casi jubilado, en la excelente Poodle Springs, de Bob Rafelson, y se le puede ver como el hombre que lo controla todo desde el poder del crimen en ese experimento interesante que fue Dogville, de Lars von Trier. A partir de ahí, quizá, sólo resulta notable su encarnación de un anciano solitario, con fantasmas en su interior, muy interesante de concepción y de desenlace en la película Alguien está vigilándote, en el año 2016, apenas reconocible por los excesos cometidos cuando la juventud aún habitaba su cuerpo.

Lo cierto es que se ha ido un actor muy sólido, de gestos muy medidos, nunca excesivo, siempre en su sitio. Su etiqueta de rebelde fue casi una rémora en una época en la que, también, había demasiada parafernalia, con las drogas volando a su alrededor, con las marquesinas refulgiendo con su nombre y con la prensa repitiendo su nombre como el heredero de los actores más duros de los años dorados de Hollywood. Quizá siempre vivió como ese rebelde que, en el fondo, no dejó de ser. “Lo cierto es que tanto Pacino, como de Niro, como yo, no éramos más que unos arrogantes, unos culos superiores al resto de la Humanidad”. Hasta la vista, Sonny. Creo que podemos decir que, a pesar de tus ganas de ir en contra de todo y de todos, nos has dejado muy buenos ratos mientras caías en las emboscadas que te preparaba el éxito.

viernes, 8 de julio de 2022

NOCHES DE HARLEM (1989), de Eddie Murphy

 

Son tiempos de abrigos largos y armas de fuego. El dinero corre a espuertas en los tapetes verdes de las casas de juego ilegales y el negro domina cuando corren las apuestas. Siempre habrá jugadores de ventaja cuando algún local despunta y lo que está claro es que hay que salir de Harlem porque ya nada volverá a ser lo mismo. Lo única condición es salir con clase, dejando un reguero de venganzas bien tramadas contra aquellos que se han dedicado a imposibilitar el desarrollo de un negocio que iba bien, que se limitaba a lo que mejor sabía hacer, que no molestaba salvo por el dinero que generaba. Así que Quick y Sugar Ray van a tener que tramar un plan para librarse de Bugsy Calhoun y de su esbirro con placa, el teniente Cantone. Quizá no sea nada espectacular, que es lo que, de alguna manera, se espera, pero va a ser enormemente rentable. Y va a dejar con un par de narices a esos tipos. A uno, un poco chamuscado. Al otro, respirando por tiempos. No está mal para despedirse de las noches de Harlem. No está mal para empezar en cualquier otro sitio con la gente que jamás te volverá la espalda.

Esta película fue absolutamente masacrada por la crítica en el momento de su estreno, aunque no tanto por el público. Y tiene varias virtudes y algún que otro defecto. Entre las primeras podríamos citar su diseño de producción. Es lujoso, cuidado, muy bien ambientado, con vestuario y decorados de primera clase. También tiene una trama que, tal vez, debería acabar con más fuerza, pero que resulta más que aceptable. Entre sus defectos, tiene uno y es bastante grande. Es el largo episodio en el que sale Arsenio Hall desgastando lágrimas y balas. Tremendamente ridículo, sin conectar para nada con el tono general del resto de la película, rompe el ritmo y es excesivamente largo y, por supuesto, prescindible. Un error mayúsculo, quizá atribuible a la inexperiencia de Eddie Murphy tras las cámaras que, no obstante, maneja la planificación con cierta soltura y sin salirse en ningún momento de la sobriedad. Es evidente que tampoco se esforzó en demasía en la dirección de actores, destacando entre todos ellos el tremendo trabajo que realiza Della Reese como la dueña del prostíbulo que también ejerce de madre. La historia, por otro lado, es negra y quiere ser ingeniosa y, con el tiempo, ha ido reivindicándose como un ejercicio de cierto valor a pesar de su penoso estreno a finales de los ochenta.

Así que es el tiempo de unirse a estos granujas de cierta inteligencia y estilo. Quick (Eddie Murphy) y Sugar Ray (un inusualmente comedido Richard Pryor) dejarán unas cuantas propinas en su ajuste de cuentas, levantarán alguna que otra polvareda a su paso por las calles en las que siempre parece ser de noche y se darán cuenta de que, detrás de cada sonrisa, hay un engaño con el que hay que tener mucho cuidado. El arma en la pistolera. El dinero en el bolsillo. La clase en el sombrero. Y Harlem como testigo.

jueves, 7 de julio de 2022

LA ISLA DE BERGMAN (2022), de Mia Hansen-Love

 

La isla de Farö fue el refugio y la inspiración de un cineasta de la talla de Ingmar Bergman. Allí, de alguna manera, se sintió identificado con ese paisaje en el que no predominan abruptos precipicios, pero sí rugosidades que parecen salidas de la misma alma de la isla. El mar parece que besa unas rocas que se adentran casi con timidez, temiendo herir el agua y, a la vez, osando desafiarla. No rodó toda su filmografía allí, pero sí que hizo unas cuantas obras importantes, imperecederas, impregnadas de dudas, impresionadas con su crueldad, empapadas de ausencia.

Un matrimonio de dos cineastas trata de encontrar inspiración allí. Y quizá, aunque el viento y la lluvia y el olor de la madera inviten a atraerla, se sientan demasiado empequeñecidos ante la sombra de un director que hizo arte con su afán y su obsesión y que, desde luego, ha quedado como emblema del turismo en la isla. Puede que sí, que haya inspiración y no sean capaces de identificarla en lo que escriben. Puede que, al fin y al cabo, sean personas diferentes que tratan de buscar lenguajes distintos. El silencio, la incomunicación, la búsqueda incansable de la creatividad está ahí, escondida entre esas hierbas altas, entre esas dunas adentradas en el bosque, entre esos paisajes de interior que ellos mismos dibujan porque, sencillamente, no saben dónde radica la verdadera genialidad.

Así, de esa manera, la cineasta Mia Hansen-Love realiza visitas ocasionales al universo de Bergman dentro del territorio del virtuoso director sueco. Reconocemos miradas tangenciales a Como en un espejo, a Secretos de un matrimonio, a La hora del lobo o a Persona porque, al fin y al cabo, desarrollan secretos y espejos en esos instantes en los que la imaginación se confunde con la realidad y apenas se sabe distinguir una de otra. La crisis existencial, con frecuencia paralizante, se desliza en esas mesas de escritorio impolutas que exhiben vacíos que deben ser rellenados con indecisiones decididas, con exploraciones indebidas, con la asunción de que, tal vez, el otro sea mejor. Se echa de menos ese silencio insoportable de Dios, pero, quizá, se halle en esa última playa que es el cariño de quien más se quiere.

Brillante Tim Roth como ese cineasta consagrado, que no necesita de halagos, que está un poco de media vuelta de todo. Voluble Vicky Kriebs, a la que ya vimos en Tiempo, de M. Night Shyamalan, y que aquí sabe expresar el zarandeo existencial al que se somete desde la mediocridad en la que cree estar inmersa. Eficaz Mia Wasikowska como esa actriz-personaje que pone sobre imagen todo aquello que su creadora guarda en estado de frustración. El resultado es una película que sólo puede ser entendida por y desde Ingmar Bergman. Si no se han visto suficientes títulos de su filmografía, es posible que todo pase por la inanidad, por lo fútil. Si, por el contrario, se conoce bien la obra del maestro sueco, entonces, desde allí, desde esa isla que fue su cobijo y su papel en blanco, es posible que todo cobre un cierto sentido existencialista, efímero e irremediablemente agradable.

Es hora de abandonarse a ese cineasta que no supo ser persona, pero sí artista. Trató siempre de ofrecer lo mejor desde una perspectiva trascendente y profunda y lo consiguió la mayoría de las veces. Tal vez sabiendo que el común de los mortales nos hacíamos las mismas preguntas que él y que ni siquiera podíamos darles respuesta acudiendo a los ignotos terrenos de la más fértil imaginación.

miércoles, 6 de julio de 2022

ADÁN TAMBIÉN TENÍA SU MANZANA (1963), de David Swift

 

Hogan mantiene un negocio de alquiler de apartamentos para señoritas sólo para estar listo para morder la manzana. Al fin y al cabo, no deja de ser una tentación tener en la puerta de enfrente a un puñado de chicas universitarias inocentes y simpáticas dispuestas a ser cortejadas por un madurito que también se sabe unos cuantos trucos. Sin embargo, a Hogan se le va a acabar el chollo. La chica que viene es guapísima, pero tiene novio y, además, el novio se va a quedar a dormir en el apartamento. Aunque con intenciones castas, eso sí. Hogan se entera y decide que eso va a jugar a su favor. Ya se sabe, basta con rellenar algunos resquicios para sacar el máximo provecho. El caso es que Hogan es rastrero, tramposo, bastante insistente y algo prepotente, pero no es malo. No acepta un no, pero no se rebela. Vuelve a insistir por otro medio. En el fondo, es simpático, y no demasiado mala persona. La fama hace el resto y, claro, un hombre soltero, que alquila apartamentos a jovencitas y está pendiente de ellas algo más allá del deber de un patrón, no deja de ser sospechoso. Además, la señora de la limpieza ha visto la cantidad de aparatos electrónicos impensables que tiene en su cubículo para llevarse a las candidatas al huerto. Son tan ingeniosos que llegan a ser ridículos. Si hasta hay tres violines mecánicos que funcionan apretando un botón para que la más encantadora y envolvente de las melodías haga su trabajo. El tío es un fiera. Y el jardinero le envidia. Siempre bajo la mirada inquisitiva de su mujer, claro, que le conmina a cortar esquejes y dejarse de copiar modos y maneras. Podaderas, amigo, podaderas.

Jack Lemmon, como siempre, está eminente en la piel de este conquistador de tercera que agota todos los recursos con su nueva inquilina, interpretada por Carol Linley. Con equívocos, enredos, puertas que se abren y se cierran (a menudo, en el momento más inoportuno en las dos direcciones), intentos frustrados, trampas grotescas y diálogos supersónicos, la diversión está servida con cierta elegancia y con indudable clase. No cabe duda de que la procedencia teatral de la película es muy clara, pero, entre mirada brillante y carcajada, apenas se nota. Lemmon consigue que rechacemos su personaje y, a la vez, desarrollemos una enorme empatía hacia este individuo caradura y ventajista. Tal vez, porque Jack era un maestro cogiendo el ritmo a la comedia y ésta lo tiene, aún con sus defectos debidos, sobre todo, al paso del tiempo. Es una película con un indudable sabor a Lemmon.

Así que Hogan tratará de abrir con su llave cualquier puerta que se cierre con tal de conseguir sus picantes objetivos. Por supuesto, se va a llevar su merecido y va a tener que bregar con unos cuantos enemigos dispuesto a aguarle la fiesta. Esta chica es espectacular, pero no va a caer en sus redes. Palabra de mujer. Y de eso se encarga la siempre excelente Edie Adams que también tiene algo que ver con Hogan. Aquí quien no corre, vuela. Y Hogan va a tener que correr, volar y caer.

martes, 5 de julio de 2022

EL MISTERIO DE GOD´S POCKET (2014), de John Slattery

Un chico joven puede morir y que no sentirlo nadie. Tal vez porque es un auténtico estúpido que le gusta presumir de navaja y de lengua y merece un buen porrazo en la cabeza para que se calle. Esto es God´s Pocket, amigos, es una ciudad que no merece ni ser nombrada, pero es la ciudad de los que viven en ella. Mickey, su padrastro, va haciendo trabajitos aquí y allá, al otro lado de la ley, con seguridad y buen tino y, de repente, como quien no quiere la cosa, se ve obligado a investigar un accidente que le da exactamente igual, a contentar a una mujer a la que no puede hacer feliz y a hacer frente a una deuda que no puede pagar. A los muertos hay que enterrarlos y eso cuesta dinero. La madre del muchacho cree que su muerte no fue un accidente. Además Mickey tiene un socio algo díscolo que se retrasa algo en los pagos aunque es un buen hombre. Una copa para ahogar los malos tragos es lo que hace falta. Por allí, también pasa un columnista que está con el billete de vuelta algo caducado y, aunque escribe certeramente sobre lo que pasa en esa ciudad sin demasiada esperanza, no le interesa absolutamente nada salvo un buen cuerpo de mujer. No hay nada que le pueda motivar. Bueno, al igual que Mickey, él tampoco es de God´s Pocket… ¿qué saben ellos?

En esa ciudad de mala muerte y peor vida, también hay un funerario que no está dispuesto a fiar ni un dólar. Es capaz de compartir una cerveza y, a la vez, echarte al muerto a la calle. El negocio es el negocio, aunque el negocio sea la muerte. Mickey tiene que resolver demasiados problemas. Sin embargo, eso no es lo peor. Lo más penoso del asunto es que resolviendo esos problemas no va a encontrar ninguna satisfacción porque vive en God´s Pocket, un sitio sin mañana. Y a Mickey se le van a acabar las mañanas.

El actor John Slattery probó en el guión y la dirección de esta película que cuenta con un reparto solvente que incluye a Philip Seymour Hoffman, John Turturro, Richard Jenkins y Christina Hendricks. La película resulta algo áspera en algún momento, pero no pierde el interés porque hay suficientes momentos intensos, en los que, incluso, se espera algo de humor, pero Slattery lo resuelve con lo sorprendente. Y no es que nada es lo que parece, es que todo es exactamente tal y como lo parece. Las cosas son muy simples en God´s Pocket. Deja a la gente en paz, que bastantes avatares tienen encima. Los días deben ser todos iguales. Las noches se beben con el mismo líquido de la noche anterior. Y, mientras tanto, no se sabe si mañana será mejor.

No cabe duda de que escribir una columna desgasta mucho, así que voy a dejarlo por el momento. Lo mismo consigo que una chica comparta unas copas conmigo y puedo hacer que el día sea distinto para poder decir, en mi columna de mañana, que ha sido exactamente igual. Nos vemos en God´s Pocket.

 

viernes, 1 de julio de 2022

AL CAER LA NOCHE (2002), de Robby Henson

 

No es fácil superar los prejuicios cuando has vivido siempre en una comunidad que no se ha movido un ápice desde hace muchos, demasiados años. Tal vez, se han tolerado ciertas conductas que han recibido la consideración de degeneradas porque alguna válvula de escape deben tener los habitantes de ese pueblo que no está tan lejos de Nueva Orléans. Y todo se va a poner muy a prueba cuando aparezca misteriosamente el cadáver de una mujer transexual que, además, ha causado un accidente de camión. El sheriff Hardwicke posee muchos de esos prejuicios, pero es un profesional y está dispuesto a llegar hasta el fondo del asunto con tal de averiguar quién es el asesino. Alguien le metió una bala en la espalda a la chica y eso, se mire como se mire, es un crimen. Y le va a costar algo más que trabajo encontrar al culpable.

Por otro lado, la chica transexual estaba casada. Legalmente casada. Con una mujer. Y, por la insignia del santo policía, ella es preciosa. Hardwicke tendrá la duda del sexo de ella, pero se siente irremediablemente atraído. Y él estará abrumadoramente perdido porque los poderes fácticos, como siempre, querrán tapar la muerte de la chica. Hubo una fiesta. Hubo gente importante. Alguien se propasó. La huida, el disparo, el camión, la muerte. El sheriff ahora tendrá que hallar todas las explicaciones por sí mismo, para demostrar que él podrá tener prejuicios, pero que es honesto y que está empleándose a fondo para resolver el misterio. Quizá la solución sea mucho más simple de lo que se cree. ¿Quién sabe? Es lo que suele pasar en los pueblos pequeños. Por el camino, Hardwicke aprenderá a superar esa primera barrera, que siempre es la más difícil. Se enfrentará al pasado, a la injusticia que perpetró un día, a la seguridad de que el cariño es la mejor medicina contra todos los preconceptos de su vida.

El director y actor Robby Henson (famoso por ponerle voz a la criatura de La bella y la bestia, versión Disney), se atrevió a dirigir esta película que combina perfectamente la resolución de un misterio con la lucha contra los prejuicios sexuales que siguen asolándonos todos los días aún cuando han pasado diecinueve años desde que se estrenó esta historia. Con Billy Bob Thornton y Patricia Arquette en los principales papeles, Al caer la noche está bien llevada, con algunos momentos realmente incómodos, con alguna que otra mirada algo dispersa en la narración, pero efectiva en lo que se refiere a esa figura terca y profesional del sheriff Hardwicke que llega a ser creíble incluso en el momento en que acepta la compañía de otros transexuales porque no es algo instantáneo, sino que tiene instantes de vacilación y vergüenza. Sin embargo, da el paso, el paso hacia la normalidad, el paso hacia su propia verdad interior.

Así que no olviden reclamar su par de zapatos para seguir deprisa por los rincones de esta historia. Es posible que el sheriff Hardwicke les llame a declarar y tenga que hacerles un par de preguntas sin demasiada gracia. Sin embargo, les diré el secreto. Basta con contestar con normalidad, sin darle importancia a nada, sin esquivar la mirada, sin tartamudear y sin pensar que el otro se forjará una idea escandalosa por lo que se pueda decir.