Con este artículo, ilustrativo del próximo coloquio que tendrá lugar en Conversacines, iniciamos unas pequeñas vacaciones con motivo de la Semana Santa. Retomaremos el blog allá por el martes 2 de abril. Mientras tanto, id mucho al cine. Es un amigo que te coloca las ideas y no te abandona nunca. Un abrazo para todos.
Pensar que se pudo haber sido grande cuando la vida y la decepción te han hecho muy, muy pequeño suele ser la puerta que está más abierta para perderse en los sueños. El paisaje, antaño lleno de luces de neón, de elegancia en los trajes, del brillo de farolas en las armas negras, se ha convertido en una desolación cargada de ruinas. Todo está siendo demolido. La ciudad, los coches, la antigua ética profesional de los negocios poco claros y también el pasado. Huye a la velocidad del dinero. Y lo peor es que no volverá. El estilo americano de vida, el estilo americano de sueño y el estilo americano de la realidad parecen conjuntarse extrañamente para que haya una última oportunidad, un último fulgor, un último reflejo de miradas de triunfo cuando todo está en trance de desaparición.
Y parece que el destino se empeña en hacer que un viejo sombrero y una bella dama huelan permanentemente a fracaso, a derrota. Por eso se pasan limones por los cuerpos, para espantar el intenso hedor de la nada en la que viven. Por eso se mira por la ventana, porque se intenta recuperar la efervescencia de una juventud que se marchó estafada. Y hay algo peligroso en la cobardía que genera la tristeza y es que se puede transformar en pura humanidad. Simpleza en el carácter. Razón para el fracaso. El respeto a sí mismo tal vez sea el último asidero del triunfo. Y así, y solo así, es como nacen los mitos.
Una ciudad en transición como espejo de una serie de personajes en transición. El deseo de cambiar el destino a través de un irreprimible retrato de dignidad y pasión es el primer paso para volver a construir un futuro. La edad, terrible enemigo, se asienta en los huesos cansados y en las lujurias olvidadas y entonces es cuando aparece el consuelo, la protección e, incluso, el amante de manos vacías, el hombre que solo es capaz de escuchar resonantes ecos del pasado como pisadas que se pierden en algún callejón a punto de cambiar. Seres vulnerables que quieren esconderse tras un fugaz brillo de las estrellas. El corazón, de tanto billete de vuelta, se estremece. La ciudad en plena construcción está ahí impasible, a punto de ser terminada para afrontar, de nuevo, otro fracaso. El mar, entonces, sí tenía un significado.
La melancolía de Louis Malle se refleja en esos dos magníficos actores como Burt Lancaster y Susan Sarandon. Ellos son el punto de partida y el punto final de una historia que habla de oportunidades perdidas, de deseos inacabados, de sueños interrumpidos por una vida que no ha parado de demoler sus esperanzas. Todo es quieto, tranquilo, no hay grandes explosiones, ni tampoco grandes persecuciones. Esos efectos están en el rostro de ellos dos, que buscan un maldito final y un nuevo comienzo. La amargura de un tiempo que se ha ido definitivamente sobrevuela toda la dirección de Malle. Porque lo que nos quiere decir realmente es que los héroes están cansados pero, los de verdad, nunca dejan de serlo.