viernes, 30 de septiembre de 2022

EL INFORME PELÍCANO (1993), de Alan J. Pakula

 

Todo empieza casi como un juego, o como un mero afán de impresionar. Una alumna de Derecho quiere impresionar a su amante y profesor y elabora una intrincada teoría en la que expone los motivos y los posibles culpables del asesinato de dos jueces del Tribunal Supremo. La historia puede ser verdad. La historia puede ser mentira. Y, sin embargo, la chica da en la diana. Acierta con todo. La teoría, vista en frío, puede incluso ser bastante ridícula, pero es cierta. Y están implicadas unas cuantas personas importantes. Entre otras, el mismo Presidente de los Estados Unidos. Ya se sabe. Intereses creados, deudas impagadas, financiaciones de rostro legal e intención ilícita, corrupción, poder…Todo cambia porque un asesino profesional entra en juego. Ella intenta confiar en alguien, pero, uno a uno, todos los que merecen su confianza van cayendo eliminados. Hasta que encuentra a un periodista llamado Gray Grantham, uno de esos tipos a los que sólo les interesa la verdad, y contarla.

El peligro acecha detrás de cada rincón. Grantham admira el tesón de la chica, su capacidad investigadora, su inteligencia evidente. Sin duda, está indefensa porque la inteligencia rara vez puede parar las balas, pero sí puede evitarlas. La sangre corre con facilidad y los perseguidores son insistentes. El informe Pelícano es un problema de los grandes. Si la Casa Blanca niega lo que en él se dice, tendrá que dar explicaciones que no puede dar. Si lo acepta, será culpable de un buen puñado de ilegalidades bastante graves. La política es el arte de guardar el equilibrio entre lo malo y lo peor y este Presidente está al borde del fascismo. No se puede jugar con la justicia. Y mucho menos utilizarla como diana.

Lo que más impresiona de esta película, aparte de la luminosa sonrisa de Julia Roberts, es la meticulosa dirección de Alan J. Pakula. A poco que se pueda prestar atención, se cae en la cuenta de que no hay ni un solo plano de más, de que todas las situaciones están milimétricamente rodadas, de que el suspense se administra con un gran sentido del ritmo y de que, más allá de diálogos y de hechos, el espectador sabe dónde se encuentra en cada momento, por qué molesta tanto un informe hecho de cualquier manera y hasta qué punto las esferas del poder son capaces de remover el cieno para conservarlo.

Por supuesto, Pakula, un hombre que siempre destacó por su inteligencia, también se rodea de un espléndido reparto de secundarios que incluye nombres como Sam Shepard, James Sikking, Robert Culp, John Lithgow, Stanley Tucci, John Heard, Tony Goldwyn o el ya anciano Hume Cronyn. Nombres que quizá no son de primerísima línea si los comparamos con la propia Julia Roberts y con Denzel Washington que, en esta ocasión, se limita a ser eficiente y a actuar en un tono menor dejando la parte del león a su compañera. El resultado es una película que llega a ser apasionante y absorbente, con algunos momentos de enorme altura cinematográfica que, curiosamente, pasan muy desapercibidos para la gran mayoría. Quizá de la misma manera en la que un informe redactado por una estudiante debería haber permanecido en el fondo de un cajón para no provocar a los lobos.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

MODELO 77 (2022), de Alberto Rodríguez

 

En una época de indecisión en la que un país todavía no tenía ni idea de hacia dónde podía dirigir sus pasos, en el que había demasiadas anclas enterradas en una época oscura donde se dio poder a unos cuantos funcionarios públicos que lo ejercieron con crueldad, como jueces, magistrados, policías y funcionarios de prisiones, siempre se olvidan a los colectivos más marginales, a aquellos que parece que no existen aunque estuvieran encerrados en esas cárceles grises de desagradable recuerdo. Desangeladas y amarillentas, con mucho ladrillo visto y poca vida sentida, ahora pueden ser monumentos para recordar de que hay muchas cosas que nunca debieron ocurrir.

Y es que, en esa época precisamente, parece que el tiempo se detuvo. No había mucho futuro porque, prácticamente, se desconocía la palabra. Y todo había que lucharlo porque se necesitan altavoces para hacer saber cuáles eran las necesidades después de cuarenta años de silencio y de represión. Es cierto que se decretó una amnistía para los presos políticos, y que nunca se hizo lo mismo con los presos comunes. Era justo no encarcelar a nadie por sus ideas. Y también era justo una revisión profunda del sistema penitenciario y de la ley penal para adecuar los delitos a las condenas. No se puede juzgar igual dentro de un régimen represivo que en democracia, aunque fuera una palabra que no tuviera ningún significado intrínseco para muchos.

Siendo muy pequeño, recuerdo que, no sé por qué, un día estuvimos con la familia en los alrededores de la cárcel de Carabanchel. Mis tíos vivían por la zona y yo me planté, llevado por la curiosidad de mis cinco o seis años al pie de uno de sus muros. Quise atisbar lo que había al otro lado, lo que, por otra parte, era del todo imposible, pero sí pude ver entre las rejas de una ventana minúscula unos brazos que asomaban con tranquilidad como si estuvieran tomando el sol. No sé por qué, aquella imagen se me quedó grabada. Y también recuerdo cómo, de alguna manera inexplicable, volví triste a casa.

El tándem formado por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos vuelve a sorprendernos con esta película que, más que un drama carcelario, se erige como una historia de trasfondo social ligeramente apuntada hacia la post verdad. Desde luego, hay que destacar el trabajo de Javier Gutiérrez, preso resabiado y al borde de la decepción, y el de Miguel Herrán, un chico que está madurando con un físico muy interesante y con un sorprendente dominio de miradas. La película tiene momentos brillantes, otros no tanto, en algún pasaje es ligeramente cansina y no concede demasiados respiros al espectador. Por supuesto, con habilidad, Rodríguez y Cobos deslizan homenajes muy sugeridos a otros clásicos del tema como La evasión, de Jacques Becker; o El hombre de Alcatraz, de John Frankenheimer; o, incluso, Cadena perpetua, de Frank Darabont, o Un condenado a muerte se ha escapado, de Robert Bresson. El resultado final es aceptable, pero no impresionante. Y podría haberlo sido.

Entre sus virtudes, sin duda, habría que destacar que los presos, que en algún momento parecen todos buenas personas, también ejercen su código de justicia particular que lleva al traste algunos de sus planes colectivos, restándoles fuerza y no dejando toda la responsabilidad en la formación de una democracia que, como todas, nació imperfecta, que aún arrastra muchos errores, pero que, de alguna manera, también devolvió mucha ilusión en unos días en los que el tiempo se detuvo. Para los presos. Para los ciudadanos. Para todos.

EL FESTÍN DE BABETTE (1987), de Gabriel Axel

En la rígida moral protestante, no cabe el disfrute de nada terrenal. Ni siquiera cuando hay unos cuantos manjares dispuestos encima de la mesa. Esta europea continental que se ha instalado entre estas buenas gentes cree que provocando unos cuantos gemidos de placer culinario va a pagar todo cuanto se ha hecho por ella. Y lo que va a hacer es poner el pecado al mismo borde los labios y en el mismo centro del estómago. No, no puede ser. Ha ganado un premio en la lotería y lo quiere gastar poniendo encima de la mesa unos cuantos platos para que todos caigan en la gula, en la despiadada e infame ansia de comer. Nadie en su sano juicio podrá hacer ningún comentario elogioso hacia lo que ha cocinado. Lo contrario sería atentar contra las buenas costumbres y contra el mismo Dios. Templanza, recogimiento, represión. Esas son las soluciones. Nadie le hará un feo, pero nadie se va a deshacer de gusto.

Claro que siempre hay algún elemento ajeno que rompe toda disciplina. Y no deja de ser paradójico que el susodicho sea un militar. Es un hombre que ha viajado por toda Europa y es posible que haya estado en algunos lugares ignotos donde la tripa ha pedido siempre más. Puede que incluso reconozca alguno de esos elaborados platos que la francesa pretende servir con primor, pero ese señor es casi tan extranjero como ella y se atreve, con una inusitada osadía, a comentar lo bueno que está esto, o lo arrebatadoramente exquisito que está esto otro. Habráse visto. Un hombre tan acostumbrado a la disciplina, cuyo modo de vida debería ser cuasi espartano, es incapaz de mantener la boca cerrada. Malditas costumbres continentales. Fuera hace mucho frío y el horno no está para bollos. ¿O sí?

Con un estilo casi ligero, rodeado de una falsa y ridícula trascendencia, Gabriel Axel dirigió esta película que se degusta como un género exquisito de alta comedia crítico-costumbrista, poniendo en solfa los pretendidos valores morales de aquellos que callan lo que piensan en aras de una estúpida creencia que no les va a llevar más cerca de ninguna parte. Los platos de Babette se suceden con maestría y los comensales experimentan un placer casi sexual al degustarlos, pero con la espartana obligación de callar en una demostración de grotesca austeridad inasequible a la alegría de vivir. Stephane Audran, con movimientos medidos y manteniendo una seriedad que siempre hace equilibrios con la perplejidad, realiza una interpretación muy contenida y acertada. Y es que es lógico pensar, cuando pones toda tu sabiduría en el sabor, que los invitados están descontentos cuando nadie dice ni esta boca es mía. ¿O sí?

Así que en una noche de invierno inolvidable, no habrá hambre ante el arte y el olor a guiso parece elevarse por encima de las imágenes, con el calor del fogón poniendo de su parte ante tanta aparente indiferencia. Al final, parecerá que el licor digestivo también ha trabajado duro y los convidados vuelven a sus casas con calefacción incorporada. Es lo menos cuando han practicado aquello de que la oveja que bala, bocado que pierde. ¿O no?

lunes, 26 de septiembre de 2022

LOCK AND STOCK (1998), de Guy Ritchie

Provocar una reacción en cadena por apostar más de la cuenta en una partida de cartas. Surrealista. Eso sólo puede pasar en los bajos fondos ingleses. A partir de ahí, todo un rosario de personajes impensables pasan con sus historias entrecruzadas, a cada cual más grotesco. Sí, los más inocentes son esos cuatro chicos que quieren algo de pasta, se envalentonan y caen en la trampa del mafiosillo de turno que tiene un truco audiovisual para jugar sobre seguro. Y lo peor de todo es que, si no pagan, pierden el bar del padre de uno de ellos y un dedito por cada día de retraso. Es decir, tienen veinte días para hacer efectivo el pago antes de que tengan que andar con suelas de monstruo. Y hasta que caiga el primero (seguro que van a por el pulgar, los muy cerdos), sólo seis días. Y es un montón de pasta. Así que no hay nada como escuchar por las paredes y aprovecharse un poco de otros tipos que son tan duros como ridículos. Claro que por ahí también va a andar un sicario que no soporta que digan palabras malsonantes delante de él. Curioso. Y, por otro lado, hay un par de escopetas que pasan de mano en mano y que son del año en el que el Capitán Kidd abordaba a los navíos en pleno océano. Y un traficante de drogas un tanto particular, unos cuantos cultivadores de marihuana más colgados que una percha, un apostador más torpe que un dedo anular (es que estoy obsesionado con los dedos), un par de ladronzuelos baratos que no saben ni hablar…Esto es Londres, muchachos…aquí todo se mueve por dinero. Y, al final, todo quedará en un vilo imposible con la boca ocupada y las manos negociando.

Guy Ritchie comenzó con su estilo particular con esta película que marca el principio de muchas otras. Con un reparto que, más tarde, se convirtió en habitual, y un ágil estilo que busca la sorpresa en la tipología más que en las situaciones, hay que reconocer que, entre un poco de sangre y unos cuantos puñetazos, sabe sacar las sonrisas con cierta maestría de marginal algo fumado. Y la fórmula funciona. Porque, al fin y al cabo, todos estos individuos que tratan de conseguir dinero fácil, invariablemente, tiran por el camino más difícil. Aunque la suerte tenga mucho que ver en ello.

Así que es el momento de estrujarse los sesos y estar atento en la trayectoria de la fatídica bolsa llena de tantas libras que se pierde la cuenta. En una de estas, te encuentras a un policía y todo se va por el desagüe al Támesis. Y se trata de llenarse los bolsillos a la par que se liquidan deudas. Un peligroso castillo de naipes que se derrumbará en cuanto alguien haga algo imprevisto. Y todo este muestrario de inteligencias cortas y armas largas aman lo imprevisto más que cualquier otra cosa. Y, eso sí, no hay que olvidar guardar algo de ética. Eso, incluso en el mundo del hampa más callejera, es imprescindible. Es notable. Es palpable. Y es posible.                                                                            


viernes, 23 de septiembre de 2022

HUÉRFANOS DE BROOKLYN (2019), de Edward Norton

El síndrome de Tourette es un trastorno nervioso caracterizado por movimientos repetitivos y sonidos indeseados incontrolables. Y, no nos engañemos, eso es un inconveniente bastante grande para un investigador privado a finales de los años cuarenta, cuando ni siquiera se tenía conciencia de que existía tal enfermedad. A Lionel le llaman monstruo o cosas parecidas desde que era un niño y creen que su inteligencia está tan descolocada como sus nervios. Y ya se sabe. Es muy peligroso fiarse de las apariencias porque Lionel es extraordinariamente inteligente y tiene una memoria prodigiosa. Todo eso va a ser clave cuando su jefe, un tipo que ha cuidado de él y de sus compañeros desde que eran niños en un orfanato, muera de un disparo. Habrá que saber en qué estaba metido. La policía está fuera de juego y parece que hay un entramado de intereses que oculta un racismo extremo. Lionel va a tener que meter las manos en el fango. Y mucho cuidado, porque en uno de sus movimientos inesperados, puede salpicar.

Así que Lionel, en homenaje a quien realmente fue su padre, va a intentar destapar todo el asunto. La corrupción política, el jazz y las palizas en los callejones se van a entremezclar con un buen puñado de equívocos por culpa de su maldito trastorno. Lionel lucha para controlarlo, pero Bailey, su yo interior, no hace más que salir a la superficie. Nada va a ser espectacular, porque todo concluirá con una promesa de una vida tranquila y con un pacto imposible, pero Lionel Essrog tendrá que jugarse mucho el tipo. Algún negro creerá que husmea donde no debe, unos matones le acosarán en momentos muy escogidos y el amor merodea intentando posarse en sus nervios. Tal vez ése sea el mejor remedio para todo.

Edward Norton escribe, dirige e interpreta de forma notable una película que, aunque peca de algún momento de irregularidad, destaca por su elegantísima banda sonora, su espectacular fotografía y su extraordinaria ambientación. Si a eso le sumamos un reparto que incluye a Bruce Willis, Bobby Cannavale, Willem Dafoe y Alec Baldwin, la película pasa la prueba sobradamente. La trama, retorcida en el vientre más negro, es interesante y absorbente y Norton sólo se distrae más de la cuenta con los momentos románticos, que alarga innecesariamente perdiendo el ritmo. Aún así, Lionel Essrog, su personaje, termina por ser apasionante, sorprendente, con regusto a asombro y con mucho estilo.

Así que es el momento de dejarse inundar por el humo flotando en un club de jazz con el sonido de fondo de una trompeta quejumbrosa, de aspirar el perfume de una mujer que se antoja irrepetible y sin dobleces, de juntar las piezas de un rompecabezas que, como bien dice el protagonista, “no hace más que darme dolores de cabeza, especialmente a mí”, de estar atento a las espaldas, de controlar el espasmo, de pagar una vieja deuda, de conseguir quitarse de encima la etiqueta de monstruo y de encontrar a algunas almas en el camino que merecen mucho la pena. Brooklyn y sus luces difuminadas parecen mirar con más brillo que nunca en la noche eterna de una música que sólo se intuye. Y así es como un detective privado empieza a tirar de la madeja.

 

miércoles, 21 de septiembre de 2022

LA CASA ENTRE LOS CACTUS (2022), de Carlota González-Adrio

 

Puede que allí, en medio de ningún lugar, haya habido la necesidad de poner cactus alrededor de una casa para que hagan la función de una alambrada de púas. A salvo de curiosos y de necios, aislarse es una solución para que unas chicas no conozcan nada del mundo. Nada de lo bueno. Nada de lo malo. Así la inocencia continuará intacta con el paso de los años. Lo único que hay que hacer es mantener escondidas las púas en las raíces de la situación. Lo demás es sólo la vida. Aunque sea algo mutilada.

Entre la vegetación exuberante y el calor del verano, se suceden los juegos y las apariencias. Una maestra, un teatrillo para dar rienda suelta a la creatividad, algunos discos, los años setenta pasando con lentitud. Todo parece estar en orden a pesar de que todo se base en el caos y en la pérdida. Hasta que aparece un desconocido que mira y observa, que hace todo lo posible por permanecer en la casa, con un propósito escondido, con unas intenciones oscuras.

La verdad puede aparecer en unos titulares, en un coche que debe desaparecer, en unas miradas que sólo juegan al temor de ser descifradas porque se hizo algo realmente malo, por mucho que haya dado lugar a muchas cosas buenas. La felicidad, en ocasiones, escoge caminos realmente tortuosos para sobrevolar y hacer un amago de posarse. En esta ocasión, también ella va a quedar herida con las punzantes agujas de la planta del desierto. Y más aún cuando, por el mismo discurrir del tiempo, las preguntas comienzan a aparecer como si fueran flores de cactus, en la madrugada, efímeras, pero hirientes.

Muchas razones deberían aducirse para que esta película quedase relegada a un intento, más o menos honesto, pero tremendamente fallido. Una de ellas puede ser la errática dirección de Carlota González-Adrio que decide ponerse la cámara al hombro incluso en las escenas más pacíficas. Tal vez habría que echar mano más de la estética y menos del academicismo propio de las modernas escuelas de cine. También es muy discutible la elección de ese color desvaído, intentando acentuar la levedad de los años setenta en medio de un paraje natural que merecería exhibirse en toda su belleza. Y otro error, aún más importante, es la continua obsesión por confundir lentitud con tensión. No es lo mismo. Como tampoco lo es equiparar el ritmo excesivamente pausado con la incertidumbre. Sobran subrayados sobre la inquietud que acaece sobre los protagonistas de la historia porque está todo muy claro, por mucho que se quiera conectar con honradez con el espectador. A su favor, sin duda alguna, se halla la naturalidad de Ariadna Gil, siempre con el tono de voz perfecto, con un timbre de ensueño, con una economía de gestos que ayuda entre esa confusión de movimientos de cámara. El resultado final es una película morosa, pesada, ciertamente aburrida, por mucho que su punto de partida sea atractivo. Quizá porque el pretendido misterio se descubre demasiado pronto y la eficacia de las púas pierde fuerza.

Así que no queda más que intentar elucubrar con algunas razones y tratar de esquivar el oportunismo del tema. Ni siquiera la banda sonora de Zeltia Montes ayuda a saltar sobre las carencias de la película. Su pretendida disonancia de cuerdas acaba por ser bastante soporífera y ni siquiera el consolador final consuela a un espectador que llega agotado de planos de pensamiento, de miradas temerosas y de púas por doquier. Más que nada porque parece que saltan y se clavan en la butaca intentando recordar que, en el fondo, la verdad es algo que sólo interesa a los que sufren la mentira.

ALMA EN SUPLICIO (1945), de Michael Curtiz

Sí, sé que he cometido demasiados errores. He abandonado al hombre que realmente me quería. He jugueteado con otro. Creí enamorarme de un tercero que sólo se sentía atraído por mi chequera. Y, sobre todo, he asumido las culpas que no me correspondían. Tal vez porque, cegada por el amor, creí que mi primera obligación como madre era proteger a mi hija. Y he ido más lejos de lo permitido. He preferido mirar hacia otro lado, creyendo que en ella habitaba algo más que el capricho pasajero y la sensación, siempre efímera, de poder. Ella cayó por un abismo y yo pensé que debía recogerla antes de que llegara al suelo. Y me equivoqué. Totalmente. Sin paliativos. Debí echarme atrás, dejar que ella tomara sus responsabilidades, guardarme la facilidad de extender billetes para su seguridad, olvidarme de los atajos hacia el cariño y la protección. Ella prefería las tinieblas. Y yo, siempre y sin descanso, he buscado la luz.

Así que, al final de todo el periplo del sufrimiento y la incredulidad, he querido pagar por sus pecados. La quiero. No puedo evitarlo. Sin embargo, ella no quiere a nadie. Sólo quiere satisfacer su necesidad más inmediata para, a continuación, darse cuenta de que no es suficiente y buscar lo siguiente, lo que la hace ir un poco más allá, lo que consigue drogarla con ansias de poder, como si fuera un amante insaciable llamado ambición y que no es más que la falta de realización personal compensada con una crueldad inusitada. Las lágrimas han abierto sus surcos y ella me mirará con desprecio. Aunque sea mi hija. Aunque todo lo que hice, lo hice por ella.

Joan Crawford y Ann Blyth son la cara y la cruz de esta alma en suplicio que descubre la miseria y la grandeza de una mujer. Por el camino, ambas se encontrarán con unas cuantas piedras con forma de hombre que se irán apartando por su fuerza y su tesón, tratarán de aprovecharse de ellas y, por supuesto, tontearán con la devoción de una de ellas. Michael Curtiz dirige con su habitual sobriedad en una historia en la que Raymond Chandler también colaboró en el guión de forma no acreditada. Y así, todos, nos llevan en un viaje hacia el coraje, hacia la valentía, hacia la decepción y hacia la pérdida. Todo irreparable. Todo insuperable.

El destino se va construyendo entre copas y las palabras suelen ser falsos vestidos de gala para una intención mucho más inconfesable. No hay nada como decir todas aquellas que los demás quieren oír. Volarán y se introducirán. Y se harán verdad sólo porque el que escucha desea que sea así. Mientras tanto, se irá un paso más allá en busca de un modo que, inevitablemente, pasará por una pizca más de maldad. Hasta que ya no haya final del camino y se convierta en un modo de vida tan deleznable como aparentemente seguro. Lo demás es mejor dejarlo en el ánimo de la generación anterior. Esos que se contentaban con una noche larga, una sonrisa conquistadora y un reflejo de felicidad. Ahora todo se cuenta por ceros. Y el día acabará vencido ante tanta conspiración.

 

lunes, 19 de septiembre de 2022

EL EFECTO DOMINÓ (1996), de David Koepp

 

Hay veces que las vidas se apagan. No se sabe muy bien por qué, todo se convierte en una agonía, en un no llegar a tiempo, en una pérdida continua del sentido de la oportunidad. Se apagan igual que una ciudad que se queda sin luz. Sin embargo, ese hecho desencadena una serie de acontecimientos que limitan con el absurdo en una concatenación imposible de situaciones. No hay luz. No se pueden expedir recetas médicas. No se puede continuar con una obra. La oscuridad está en todas partes. Comienza el pillaje. El miedo crece. La confianza es lo de menos. El tercero en discordia se introduce en la casa. Es un viejo amigo, pero tiene un deseo oculto de irse a la cama con ella. Y ya se sabe. El sexo es la más antigua de las razones y la más evidente. Y si ahora reina la oscuridad habrá ocasiones para todo.

Hay que comprar un arma. A precio de oro, naturalmente. La gente anda por ahí presa del pánico y la defensa es el primer pensamiento. Habrá que irse lejos para pasar el trago. La carretera es interminable y la  gasolina escasea. Aquel tipo que un día molestó en un cine puede que se vuelva en algo de imprescindible utilidad. Maldito efecto dominó. No dejan de caer fichas. Todo por un apagón. Es posible que haya que echarse unas cuantas carreras para desahogar la neurosis y convertirse en el hombre que se espera ser. Corre, maldito, corre. Tu amigo se desangra. Y la locura se extiende.

Kyle MacLachlan, Elisabeth Shue y Dermot Mulroney componen el inquietante trío protagonista de esta película que hace que sus personajes se muevan siempre por el incómodo filo del error en una situación atípica que se va volviendo paulatinamente más caótica. Sin embargo, coincidiendo con esa carrera desesperada que emprende el marido y cabeza de familia, comienzan a encenderse las luces en la relación de esa pareja que parece haberse desacompasado de forma un tanto ilógica, arrastrada por el cansancio inacabable de un recién nacido. En el guión y en la dirección, un maestro de las letras como David Koepp lleva a cabo un proyecto profundamente personal que atrae en sus planteamiento con algún que otro descuelgue hacia la incredulidad, pero manteniendo siempre el interés hacia una historia que parece complicarse a cada paso, como si los caracteres descritos en ella se deslizaran inevitablemente hacia un destino implacable que los condena a la ausencia de control en sus vidas. Quizá la rutina tenga una pequeña parte de felicidad en la relación de una pareja. Sólo falta que ellos mismos se den cuenta de ello.

Los cartuchos se encallan porque el agua se apresura a inundar las almas que siempre tienden hacia la corrupción. Puede que el ser humano, en el fondo, esté deseando hacer daño para que se abra un camino hacia el desahogo. La tranquilidad es algo que ya no se estila y es posible que sea necesaria una situación sin control para valorarla en su justa medida. La camisa limpia, el atardecer, el llanto, la noche sin fin, la mañana oliendo a café, los buenos días del vecino…ése debería ser el auténtico efecto dominó.

viernes, 16 de septiembre de 2022

NOP (2022), de Jordan Peele

 

Charlas de seguridad antes de rodar un maldito anuncio con abundancia de gráficos e interpretado por una estrella de cine más ajada que la cortina del baño de un hotel de tercera. Desesperación por una muerte absurda porque del cielo cayó lo impensable. La vida apretando haciendo que los tréboles pierdan su suerte y se conviertan en fantasmas. Sólo queda mirar hacia arriba…o tal vez no. Entre las nubes, inmóviles, blancos visillos para escondites perfectos, se tapa el cielo devorador. Hambriento. Insaciable. Perfecto. Y algo vergonzoso.

Así que, quizás, los caballos tengan unas cuantas respuestas cuando el cielo se vuelve gris y la lluvia se torna violencia. La curiosidad mata al que se atreve a mirar y  puede que las desgracias que debieron ocurrir tuvieran, simplemente, una suspensión temporal. El destino se escribe de rojo y los días áridos terminan siendo noches inundadas. Cámaras, documentalistas, inadaptados, descentrados, despreciados…todos se juntan para hacer un equipo imposible y captar la imagen deseada en una época en la que sólo vale el último vídeo subido a la red o la última muerte grabada en directo. Cabalgar contra el viento no deja de ser un acto de heroicidad para alguien que sabe en cada momento lo que hay que hacer. Como un forastero llegando a un pueblo desierto. Como una chica de salón que tiene marcado el instinto de la supervivencia. Como el encargado de un bar que maneja ordenadores en lugar de vasos diminutos. Como el viejo que está de vuelta de todo y siempre quiere ir un poco más allá.

No cabe duda de que Jordan Peele es uno de los realizadores más originales del panorama cinematográfico actual y que destaca siempre por unas excelentes ideas, desarrolladas con paciencia, narradas con imaginación y visualizadas con sobriedad. Aquí, destaca por el delicado rompecabezas que va armando en gran parte del metraje, dando tiempo, explicando cosas que, en el fondo, son bastante inexplicables, otorgando tensiones realmente inquietantes. Peele, sin embargo, se equivoca dilatando tanto el final, metamorfoseando reglas y alargando innecesariamente una acción que acaba por perder un poco la atención obsesiva que se ha ido ganando a pulso durante el resto de la película. El resultado es bueno, pero, sin duda, con algo más de contención, eliminando alguna que otra escena que no añade nada y que subraya lo que es más que evidente, hubiera conseguido algo parecido a una muy buena película, con mimbres, incluso, de leyenda. Eso sí, una vez más, extrae una interpretación más que notable de Daniel Kaluuya que está muy por encima del resto del reparto. Por el lado contrario, Michael Wincott interpretando a esa especie de Stanley Kubrick documentalista que, por aquellas cosas de los guiños, se llama Holst, nombre del compositor de la pieza sinfónica Los planetas.

Así que dejémonos de tanta comercialidad y reconozcamos que Peele apuesta por un cine fantástico notoriamente diferente y que maneja de forma excelente algunos de los resortes del género. Es un hombre que sabe de cine y sabe cómo hacerlo y que, a pesar del enorme éxito que tuvo Déjame salir, aún tiene que ofrecernos una obra maestra del suficiente calibre como para que los críticos de las generaciones futuras le recuerden sin una sobredosis de aerofagia. Y esto no lo digo por ser grosero u original. Tal vez lo mejor sea no mirar arriba para no ser víctimas del cielo devorador que nos acecha en las pantallas de los ordenadores, en los parques temáticos o en la estúpida publicidad que se cuela en nuestras casas.

jueves, 15 de septiembre de 2022

VIAJE AL PARAÍSO (2022), de Ol Parker

 

A veces, el destino se encarga de ponernos en alguna situación levemente embarazosa que hace que tengamos que citarnos con el pasado de forma ineludible. Sí, ese pasado del cual nos hemos arrepentido siempre porque no salió como pensábamos, o porque terminó de forma abrupta, o porque no supimos ni quisimos entender lo que estaba ocurriendo. Quizá ya ha pasado incluso la época de disculparse y ya no hay freno para coartar el pensamiento y la boca echa todo lo que tiene en mente. El paraíso espera. Y lo hace con un objetivo común con ese pasado que, de alguna manera, siempre quisimos dejar atrás…pero nunca olvidamos.

Y así una pareja que nunca fue se vuelve a juntar sólo para convencer a la hija que, un día, tuvieron en común para que no cometa el mismo error en el que ellos cayeron veinticinco años atrás. Pensándolo fríamente, eso no lo hace ningún padre. Sobre todo cuando la hija ha dado muestras más que sobradas de responsabilidad, de saber hacia dónde se dirige y de que, después de unos años de sacrificio, también merece una recompensa. De esto modo, se establece una relación de amor-odio que, en ocasiones, tiene su gracia, en otras, pierde sentido y, aún en otras, se empeña en dejar en ridículo a sus protagonistas. Es lo que tiene la segunda edad, que empiezas a no darte cuenta cuán bajo puedes llegar a caer.

Sin duda, Viaje al paraíso no es más que una historieta sin pretensiones que da todo lo que se pide. Situaciones conocidas, previsibilidad a cascadas, alguna que otra salida de tono graciosa y levedad a raudales. La única razón para ir a verla es disfrutar de la pareja protagonista, George Clooney y Julia Roberts, porque son dos intérpretes ya veteranos, agradables a la vista, maestros en el manejo de los tiempos en la comedia, sabedores del lugar que debe ocupar el acento de la risa y que emanan complicidad como si fueran realmente pareja en la vida real. Lo demás, es un cúmulo de tópicos, con el consabido ambiente edénico, con ropa cómoda y al viento, con hoteles que huelen a madera barnizada y con piscina infinita, con comida degustada con delectación y con alguna que otra trastada con rasgos vodevilescos. Sin más. Y su mayor virtud es, precisamente esa. No quiere ser más.

La dirección de Ol Parker es rutinaria, centrándose todo en el guión superficial y resultón, y hay que reconocer que ellas besarían a George Clooney y ellos a Julia Roberts (¿o es al revés?), así que no cabe duda de que se sale con la sonrisa puesta, con la sensación de haber pasado un rato amable y con el deseo de ver más películas de aquellos intérpretes que nos hicieron soñar. Ellos y ellas. Ellas y ellos.

Eso sí, no se olviden de pararse un momento a reflexionar si la excesiva protección paterna inhibe los deseos de sus hijos o les produce urticaria o algo parecido, o de preguntarse si han sido los mejores ejemplos para ellos. Es posible que, aunque la película sobrevuela un poco por encima de ese tipo de problemas, también quiera que pensemos en el respeto que se merecen cuando ya saben volar por sí solos. Sin sufrir por el hecho ineluctable de que nuestras experiencias, para ellos, tienen el mismo valor que un globo sin aire. En caso contrario, ya saben. Es posible que todo esté muy cerca del dolor que produce la mordedura de un delfín. Ah… ¿pero los delfines muerden? Sí, igual que los padres, aunque quizá sea involuntariamente.

miércoles, 14 de septiembre de 2022

BULLET TRAIN (2022), de David Leitch

 

Siendo sinceros habría que decir que lo único que hay que hacer para seguir esta película es subirse al tren y dejar que la velocidad te lleve. El argumento va a discurrir por las vías del absurdo con la rapidez como insignia. De esta manera, se podrá disfrutar de una película que es espectáculo japonés desquiciado, Tarantino pasado por un filtro oriental un tanto alejado de Kill Bill, diálogos de risa floja y, simplemente, entretenimiento pasado por sangre.

Y es que, sin duda, es una película que conserva algunas ideas originales, siempre jugando con la perplejidad que provocan determinadas actitudes y algunos derrapajes. Incluso contiene alguna línea ingeniosa que arranca una sonrisa sin llegar a la carcajada. Sin embargo, en varios momentos, se decanta por la tuerca suelta y el intento de risa floja y ahí es donde pierde bastante porque es una historia que, bien sujeta, podría haber coqueteado con la comedia de acción de resultados más que notables. Mucho Japón, mucha sonrisita falta, mucha reacción desmedida e inesperada, pero cuando eso es lo que se convierte en costumbre, entonces la sorpresa disminuye y ya no hace tanta gracia tonta.

Por supuesto, resulta reconfortante ver la seguridad de Brad Pitt haciendo el papel de estúpido que intenta encontrar explicaciones a lo que, sencillamente, no tiene ninguna. Y hay algunos puntazos de complicidad con el espectador en las apariciones especiales de Michael Shannon, Sandra Bullock, Channing Tatum y Ryan Reynolds. Sin embargo, teniendo en cuenta que todo el viaje gira en torno al director David Leitch, responsable de llevar al extremo al héroe más anti-héroe de todo el universo Marvel como Deadpool en su segunda parte, empiezas a entender algunas cosas. ¿Me estoy enrollando mucho o es que las letras salen porque están destinadas a ser escritas?

El caso es que no es necesario gastar ni una sola neurona en verla, eso es cierto. Todo se resuelve a base de mamporros, de alianzas imposibles combinadas con enfrentamientos brutales y, al final, uno se queda con la pregunta sobre si la suerte es algo que está planeado con antelación o es una sucesión de hechos inesperados que deben ser vengados porque las distintas fuerzas que rigen la existencia se confabulan para que corran los higadillos por los pasillos del tren de alta velocidad.

Sin duda, las secuencias de acción están bien resueltas y no se hacen muchas concesiones al espectador. Algunas secuencias no se las cree ni un japonés viendo a Pokémon, pero allá cada cual con lo que es capaz de tragar. Ya saben, el limón y la mandarina son dos cítricos que son bastante opuestos, pero que coinciden plenamente en su poder desinfectante. Las mariquitas, no obstante, siempre se plantean el por qué de las cosas y van de planta en planta, tratando de no perder sus alas. Lobos, voces sensuales por teléfono, destrozos por doquier, viejos de sabiduría de templo imperial, pestes blancas omnipresentes…mucho sol naciente que, sin atisbo de indecisión, deleitará a los incondicionales de las historias cogidas con pinzas, de los arrasamientos inesperados y de esa especie de adoración hacia todo lo que signifique que todo se va a tomar por donde amargan los pepinos nipones.

Y el caso es que, de alguna manera, los implicados en la historia, por una razón u otra, no pueden abandonar el tren. Es como si Luis Buñuel y El ángel exterminador hubieran comprado un billete de vía rápida…

martes, 13 de septiembre de 2022

WOLFGANG PETERSEN: EL AGOBIO BAJO LA PIEL

 

-. ¿Una película de submarinos? ¿Es que te has vuelto loco?

Esa es la reacción de mis amigos cuando, con apenas quince años les propuse ir a ver al desaparecido cine Valle-Inclán, al lado mismo de la Torre de Madrid, El submarino, de Wolfgang Petersen. En mi propuesta anidaba una sesión de tarde de Televisión Española en la que pude ver una estupenda película que también se ambientaba bajo el agua con el título de U-47 Comandante Prien, dirigida a finales de los cincuenta por Harald Reinl y que causó un buen impacto en mi infantil sensibilidad porque se atrevía a poner en juego a unos cuantos héroes de la marina alemana en plena Segunda Guerra Mundial que cuestionaban todo lo que hacían y que luchaban por la supervivencia en el Atlántico Norte. El caso es que, como siempre ha sido habitual en mí, prescindiendo de la presión grupal, me cogí el Metro hasta Plaza de España y me adentré en las oscuridades del océano con esta tripulación que hacía que el olor a sudor y a grasa rancia se entremezclara con el mismo miedo mientras trataban de cruzar Gibraltar subrepticiamente escapando de los avezados ojos ingleses. Cuando salí, noté que llevaba tatuado el agobio bajo la piel, como si la tensión me hubiera mellado, produciendo una serie de sensaciones que aún permanecen en mi memoria. Expectantes, atenazadas, sumergidas en el pánico y ahogadas en el proceloso mar de la sala de un cine.

A partir de ahí, ya no pude perder la pista a Wolfgang Petersen. Me parecía un realizador de esos que agarraba la historia con las dos manos y la mantenía bajo un control férreo. Con el tiempo, por supuesto,  había investigado lo que había hecho antes y sólo había encontrado un largometraje teutón con el título de La consecuencia, que también planteaba una serie de interrogantes de interés mientras Petersen buscaba su propio estilo. Después de El submarino, ya pude convencer a uno de mis amigos para que fuéramos hasta el cine Paz para ver Enemigo mío, esa historia de enfrentamiento y alianza entre dos enemigos irreconciliables que luchan también por la supervivencia con el rostro de Dennis Quaid y la máscara de Louis Gosset Jr. y que, en realidad, no era más que una puesta al día espacial del clásico de John Boorman Infierno en el Pacífico, con Lee Marvin y Toshiro Mifune necesitándose y odiándose en una isla en medio de ninguna parte.

Más tarde, ya un poco más mayor, fui hasta el Palacio de la Música para asistir a La noche de los cristales rotos, con Tom Berenger, Greta Scacchi y Bob Hoskins retorciendo la tuerca hasta el máximo en una historia de misterio que me hizo pensar que Petersen era un director para tener en cuenta incluso cuando nadie parecía reparar en él. Recuerdo que la película duró apenas dos semanas y que permaneció en el purgatorio de los video-clubs durante mucho tiempo sin que nadie se acordara de ella. Y no lo merecía.

La confirmación a mi teoría de simple aficionado un poco desquiciado por el cine se confirmó cuando fui al cine Vergara y estuve corriendo al lado de Clint Eastwood tratando de proteger el coche presidencial en la excepcional En la línea de fuego, completada con René Russo y con un excelso John Malkovich. Ahí pude ver con nitidez toda la depuración a la que había llegado en el manejo de la tensión y en ese juego de gato y ratón que entablan el guardaespaldas y el asesino. Y los susurros telefónicos de Malkovich se me quedaron grabados justo en el mismo lugar donde tenía tatuado ese agobio bajo la piel que Petersen me grabó a conciencia.

Aún me dejó impresionado con Estallido, una película que, al fin y al cabo, casi ha acabado siendo premonitoria. Me quedé sorprendido de que Petersen eligiera como héroe de una película que, fundamentalmente, se decantaba por la acción a Dustin Hoffman, pero, con un acierto espectacular, lo rodeó de figuras de primer orden como Morgan Freeman, Donald Sutherland, Kevin Spacey o René Russo y fue apasionante, no sólo seguir las aventuras, sino saber algo más de las consecuencias de un virus sin control. Bien es cierto que resulta algo increíble esa escena en la que dos oficiales de distinto rango dan órdenes contradictorias a un piloto dispuesto a soltar una bomba sobre la población civil, pero el director alemán tenía un especial olfato para que eso, en ese instante, no importara demasiado.

Hay muchos seguidores de una película como Air Force One, pero, sin embargo, nunca me pareció una película que estuviera a la altura del talento de Petersen. Fue como si el director renegara por completo de su formación europea y se adecuara a los gustos americanos poniendo a su presidente de héroe improbable en una aventura sin demasiado sentido, todo ello acrecentado por la excesiva caracterización que Gary Oldman imprimió al villano mientras que Harrison Ford representaba todo lo bueno y ejemplar del ideal norteamericano. Cuando fui al cine, ya parecía que el agobio no tenía tanta cabida en esa visión un tanto acomodaticia.

Con La tormenta perfecta, Petersen volvió al agua, medio que manejaba con gran precisión. Con escenas espectaculares y una historia de interés humano, pareció como si la tristeza se instalara en él, retratando a una serie de perdedores a los que la naturaleza engulle como último plato de una furia encajada. George Clooney se aplica y se esfuerza y, sin duda, el océano es un personaje más dentro de esta derrota entre las olas. Hay algo del director, pero parece estar de vuelta, como si de alguna manera nos llegara a decir que las fuerzas comerciales de Hollywood habían ganado la batalla y que ese cineasta sorprendente y vigoroso se dejaba avasallar por algo contra lo que no podía luchar.

Cuatro años de parón para describir Troya con las suficientes dosis de espectacularidad. Y, a pesar de ser una película que se ajustaba perfectamente a los cánones comerciales, se puede reconocer de nuevo al creador que era capaz de sorprender con un material que nunca se ha llevado al cine con resultados plenamente satisfactorios. Dejando aparte la encarnación de Aquiles que realiza Brad Pitt y los devaneos de Eric Bana y de Orlando Bloom, resulta casi gozoso comprobar cómo un actor de valía incomparable como Peter O´Toole fue capaz de expresar con una mirada lo que otros tardaban varios planos en transmitir. Además de algunas escenas de probada eficacia, es algo que, tal vez, Wolfgang Petersen sabía destacar con singular habilidad.

Un fiasco total fue Poseidón, una película sin fuerza, sin dinámica, absurda en muchos pasajes y que se aleja notablemente del original de Ronald Neame La aventura del Poseidón. Parecía como que Petersen no era capaz de sacar del agua una historia que necesitaba empuje y brazos fuertes. Ni artísticamente añadió nada, ni comercialmente funcionó con energía. Petersen, desde ese momento, no halló más que dificultades para rodar en Estados Unidos. A ello contribuyó, posiblemente, el hecho de que el director desechara el montaje inicial de ciento veintitrés minutos para reducirlo a noventa y ocho al tener el control completo del corte final. Su excusa fue que quiso hacer que la historia avanzara con mayor rapidez cuando lo que consiguió fue una sucesión de hechos inexplicables que perjudicaron a la película notablemente. Pagó el error con el mayor fracaso de su carrera.

Las puertas de Hollywood se le habían cerrado y decidió volver a Alemania para rodar su última película casi diez años después de su fracaso con Poseidón. Se trató de Cuatro contra el banco, una historia muy en consonancia con la crisis económica sobre unos individuos que se ven notoriamente perjudicados por su entidad financiera y deciden arruinarlo. Una historia bien contada, pero ligeramente intrascendente.

Wolfgang Petersen ya ha partido con su último bote. Y nos deja un puñado de estupendas películas en las que recrearse y degustar con clase sus habilidades narrativas sobre unas cuantas historias en las que los acontecimientos sobrepasan a sus protagonistas y, en la mayor parte de las ocasiones, se ven impotentes para hacerles frente. Quizá porque la única respuesta sea la supervivencia. Eso por encima de todo. Y él nos ayudó a sobrevivir durante unos cuantos años con tensión, con vigor y, sobre todo, con este maldito tatuaje del agobio bajo la piel.

viernes, 9 de septiembre de 2022

LOS PERDONADOS (2022), de John Martin McDonagh

 

Un matrimonio que ha llegado al final del camino decide aceptar la invitación de un amigo para participar en una especie de bacanal alargada en pleno desierto del Sahara, cerca de Marrakech. Ella le desprecia. Cree que es un hombre que ha vivido por y para el dinero y que es lo único que le interesa. Él es un cínico que se esconde detrás de una botella porque piensa que ella ya no le quiere. Tienen la insana certeza de que vivir unos días de desenfreno y frivolidad puede arreglar lo que ya está roto.

Sin embargo, camino de esa especie de hotel de cinco estrellas lujo en el que circularán las bebidas, los intercambios de pareja y la droga, ocurre algo trágico. Él deberá pagar una deuda y, en ese viaje interminable por las dunas silenciosas, se podrá ver el hombre que hay debajo de esa capa hecha de billetes verdes y superficialidad. En sus ojos, siempre elocuentes, se hallará el sentimiento de lo que ha hecho y la convicción de que nada lo podrá reparar. En realidad, a través de las arenas del desierto, va en busca de sí mismo aunque eso pueda tener un coste tan alto que ya no importará la vida, la muerte, el número de ceros de su cuenta corriente o el amor de su mujer. Ese mismo que salió de estampida hace ya demasiado tiempo.

Mientras tanto, su mujer tratará de dejarse llevar por el placer del sexo rodeada de lujos y seda. Y no podrá saber que ese hombre, en su juventud, llegó a tener inquietudes idealistas, alejadas de la pose y cercanas al compromiso. Todo eso se quedó en amargas aguas de borrajas porque, sencillamente, el dinero corrompe todo lo que toca. Y él fue tocado con la varita de la comodidad en algún momento que ni siquiera es capaz de recordar.

Podría resultar atractiva esta adaptación de la novela de Lawrence Osborne que, de alguna manera, también se colocaba en la órbita de John Bowles y El cielo protector, pero la historia acaba por ser leve, evidente, plana y muy previsible a pesar de la presencia de dos pesos pesados de la interpretación como Ralph Fiennes y Jessica Chastain. El director John Martin McDonagh, a medio camino entre el trágico destino que describía para el sacerdote protagonista de Calvary y del rudo policía que causaba perplejidad en la notable El irlandés, no consigue conmover en ningún momento porque resulta pueril, tanto como los personajes que intenta mover de un lado a otro de ese desierto que esconde secretos y que guarda escrita la verdad bajo su arena.

Y es que la culpabilidad y el billete de vuelta no son suficientes razones como para que podamos sentir simpatía por ese matrimonio perdido y a la deriva, que ha olvidado la emoción y se entrega a un instante que no desean porque no guardan ya ningún deseo, ninguna meta que alcanzar. Ni como matrimonio, ni como personas. Son basuras sobrantes que se inundan de alcohol y de placeres efímeros que hacen que sólo posean el minuto siguiente de sus tristes vidas. Tratarán de alcanzar el perdón y sólo hallarán la indiferencia, la certificada realidad de que a nadie importa lo que ocurra con ellos igual que con el resto de invitados de esa fiesta que pide a gritos que haya algún asesino que acabe con todos al igual que el asesino de Diez negritos. Desde el suelo, los fósiles gritarán por una justicia que no es igual para todos. Y la desesperación es lo único que les queda a los pobres cuando todo se esfuma en un segundo, en medio de la noche y de la nada, como la conciencia que todos los pudientes deberían aún conservar.

jueves, 8 de septiembre de 2022

42 SEGUNDOS (2022), de Dani de la Orden y Álex Murrull

 

Aquel equipo de waterpolo encabezado por Manel Estiarte y Pedro García Aguado y que destacó por su entrega y su lucha en las Olimpiadas de Barcelona, hizo que ese deporte ya no sonara como algo raro reservado a unos pocos niños pijos de piscina privada. Por primera vez, se vibró con una selección que hizo todo para ganar, que mereció ganar y que ganó en el corazón de todos los que vieron su esfuerzo extenuante. Por primera vez, la gente dejó la conversación en la mesa del bar y se dieron la vuelta para ver por televisión y en directo de lo que eran capaces un puñado de españoles con un corazón más grande que una piscina olímpica.

Por supuesto, por el camino no hubo sólo rosas. También se sembraron espinas y hubo que superar separaciones propiciadas por el grupo de los prepotentes catalanes y los chulitos madrileños. Todo ello bajo la dirección de un hombre que buscaba gladiadores del agua y que fue el encargado de dar unas cuantas patadas en la retaguardia de aquellos musculosos muchachos para que creyeran en sí mismos y tuvieran la certeza absoluta de que podían ganar a cualquier selección que se les pusiera por delante.

Resulta curioso comprobar cómo el cine español se ha acercado muy pocas veces, por no decir ninguna, al deporte desde una perspectiva épica para resaltar algunas de las increíbles hazañas de nuestros deportistas. Siempre ha sido matizado desde el punto de vista del humor, que podría arrancar con aquella El fenómeno, con Fernando Fernán-Gómez marcando el gol de forma poco ortodoxa, o con fines propagandísticos, como ocurrió con La saeta rubia, tratando de convertir a Alfredo di Stefano en un héroe cinematográfico. Más recientemente tenemos otros ejemplos del que cabría destacar el intento de Javier Fesser con las cejas levantadas y la efectividad puesta en marcha de Campeones. En esta ocasión, hay que alabar sin ambages el trabajo de Dani de la Orden de Alex Murrull a la hora de abordar esta historia de empuje, de esfuerzo constante, de separación y de encuentro, de inseguridades y errores, porque ambos directores saben tensar la cuerda y mantener en todo momento un ritmo alto de narración, con secuencias creíbles de los partidos y con un sentido heroico absolutamente cercano y certero. En el apartado interpretativo, habría que destacar la contenida interpretación, llena de matices que realiza Álvaro Cervantes en la piel del que, por aquel entonces, estaba considerado el mejor jugador de waterpolo del mundo, Manel Estiarte, que se halla muy por encima de ese chica más de chupa y de gafas de sol vacilonas que interpreta Jaime Lorente encarnando a García Aguado. El resultado es excelente. Una película que deja satisfecho y que, con toda seguridad, cosechará unas cuantas nominaciones a los Premios Goya.

Y es que el triunfo puede encontrarse de mil maneras diferentes cuando los músculos se hallan al límite y el gesto se frunce en busca de la fiereza. Cualquier error se paga con la derrota y, a veces, cuando se cree en el fracaso se obtiene un reconocimiento inesperado porque entra dentro de la forma de ser española. Sí, el español es ese individuo que defenderá a los suyos a pesar de que no esté de acuerdo con ellos, es ese tipo que luchará hasta que no pueda más, tragándose mares de orgullo mientras remueve las aguas con su carácter. Es ese mismo que puede fracasar una vez, pero que, a la siguiente, saldrá con la seguridad de que jamás se podrá alcanzar la gloria si, primero, no se ha perdido. 

miércoles, 7 de septiembre de 2022

LA MEMORIA DE UN ASESINO (2022), de Martin Campbell

Nadie, ni siquiera alguien acostumbrado a apretar el gatillo al servicio de otros, está exento de padecer esa terrible enfermedad llamada Alzheimer. Por supuesto que, en este caso, es un grave inconveniente y más aún cuando todo se desordena porque, incluso en esa profesión, debe haber ciertos límites a los que se podría denominar ética y que, sin embargo, también se hallan relacionados con la memoria. No todas las balas valen. No todos los encargos son justificables. Y el tiempo apremia, porque los recuerdos vuelan y sólo queda un suave rastro, una esencia, apenas nada, para seguir adelante con algo que ni siquiera tiene nombre.

La muerte es algo cotidiano para quien trabaja como sicario del mejor postor. E, incluso ella, se presenta como algo difuso que espera al final de todos los caminos. Se trata de ser inteligente cuando todo en la mente tira hacia el lado contrario. No vale quedarse quieto, esperando que llegue la hora y dejar que todo eso que se ha sido, se evapore. Por mucho que se haya sido algo innombrable y terrible y haya quedado escrito con letras de sangre. Si no se tiene la certeza de terminar lo ya empezado se trata de encarrilar a otros para que la justicia, esa que tanto se debe a los más débiles, se ejecute. Y lo hará el el elemento disonante. El que no tiene sitio. El que, tal vez, sea más implacable para que, por una vez, no pierdan los de siempre, sino los de más arriba.

Cuando las palabras comienzan a sonar incoherentes y los olvidos son algo más que un despiste, el mundo se quiebra en mil pedazos y el pánico se adueña de la desorientación y de la blancura de una memoria que se queda borrada. Otros, no obstante, preferirían olvidar. No tener grabados a sangre y fuego los recuerdos que hicieron que la persona que se fue nunca más volviera. La mente es traidora porque abandona el cuerpo sin avisar y hay que correr para que todo tenga un sentido antes de que se vaya definitivamente. La acción consiste en no pensárselo dos veces y tener claras las ideas en medio de las brumas. Sólo los que han tenido bien presente lo que son y lo que han sido podrán salir del coche por la puerta de atrás para llegar a la última e inevitable conclusión. Y la belleza, por una vez, no será la excusa, sino la coartada.

Interesante película de premisa muy atrayente dirigida por Martin Campbell con cierta pericia a pesar de que la trama tarda un trecho en centrarse debidamente. Liam Neeson resulta perfecto en la piel de ese asesino al que se le deshilacha la memoria a marchas forzadas mientras Guy Pearce trata de comprender, detrás de la placa y del chaleco antibalas, las motivaciones y verdades de un asesino que se ha negado a matar. Monica Bellucci, por su parte, aporta su categoría de femme fatale a un relato que se mueve dentro de los márgenes del cine negro, aunque, en principio, puede no parecerlo. El resultado es eficaz, sin llegar nunca al magisterio, con momentos realmente brillantes y serenos, como intentando abrirse paso en un bosque de medias verdades y de intereses creados que tratan de confundir a cualquier intruso que trate de seguir la pista.

Así que es tiempo de revivir todo aquello que se queda como esencia en la memoria, porque, al fin y al cabo, somos nuestros recuerdos y, cuando alguien sufre una demencia cognitiva, pierde todo lo que es. Por mucho que sea alguien despreciable. Por mucho que, en un último acto de lucidez, quiera dejar el rastro de una buena acción en un mundo que se mueve peligrosamente en los márgenes de la crueldad sin paliativos. Para ello, es necesario tener el cargador repleto y los objetivos claros. El resto es recordar. Sólo recordar. Nada más que recordar.

martes, 6 de septiembre de 2022

EL AGENTE INVISIBLE (2022), de Anthony y Joe Russo

 

Existen algunos individuos que se dedican a limpiar las vergüenzas inconfesables de los servicios secretos. Están cuidadosamente seleccionados y han sido reclutados atendiendo a diversas circunstancias de contrastada rigidez. No deben tener familia, ni amigos y es posible que hayan tenido algún que otro problema en el pasado. El trato, al fin y al cabo, es la desaparición total de su expediente de cualquier archivo embarazoso a cambio de sus inapreciables servicios. Lo malo de todo esto es que los servicios secretos no tienen por qué ser los buenos.

Sierra Seis es uno de esos individuos. Es el típico hombre solitario, que no ha necesitado de ningún agarradero afectivo para continuar con su vida. Tal vez tenga algo de aprecio por aquel otro cazador de cabezas que consiguió ver algo que merecía la pena en su interior, pero eso se guarda en el baúl de las cosas que jamás deben ver la luz. Y la hora, naturalmente, llega. Es ese momento en que el asesino a sueldo que trabaja para la compañía en lo que eufemísticamente se denomina “operación encubierta” resulta un estorbo porque no hace lo que debe o, si lo hace, es a destiempo. El campo de batalla será Europa. Y la vista de pájaro será esencial para que ni el más abominable de los mercenarios sea capaz de echarle el guante encima.

Son hombres de gris, que se confunden con la multitud con una extraña facilidad. Tendrán algún que otro apoyo, pero será también para asegurar la supervivencia ajena. Todo lo que Sierra Seis ha aprendido a través de los años, deberá ser puesto en práctica y a prueba. Praga, Viena, Londres, Washington serán los escenarios. Y lo que nadie podría esperar es que ese “limpiador” que ha trabajado para la compañía tiene un lugar, en un sitio bien escondido de su corazón, en el que conserva una idea muy clara de hasta dónde puede llegar y de la diferencia entre el bien y el mal.

Hay que reconocer que, en esta ocasión, Anthony y Joe Russo han articulado una notable película de acción, con un ritmo trepidante que casi no da ningún respiro. Hay alguna que otra secuencia de lucha que tiene una realización discutible, pero el punto de partida es irremediablemente atractivo y ponen en juego acontecimientos que destacan por su originalidad, con peleas bien ideadas, con situaciones interesantes y, desde luego, con un tópico suelto sin anilla de seguridad. El resultado final es muy alto porque el trabajo de Ryan Gosling sigue siendo, a pesar de lo que digan los supuestos entendidos, un modelo de contención en el que se da a entender todo el torrente subterráneo de sentimientos que se desencadenan en su interior. Chris Evans, por otro lado, peca justo de lo contrario. Excesivo y, a ratos, bastante convincente, no duda en dotar de crueldad cínica a su personaje, con cierto ramalazo delicado para construir una vida que en ningún momento se llega a intuir. Billy Bob Thornton es el secundario con textura, Ana de Armas parece que se está acostumbrando a ser una mujer de armas tomar y pasa con nota y siempre es interesante volver a ver a una actriz sólida en un breve papel como Alfre Woodard. El resto, por supuesto, son dobles juegos, mentiras a medias, arrogancias propias del puesto ganado con demasiada rapidez y la seguridad de que las cloacas de cualquier estado están infestadas de ratas creadas a su conveniencia y a consecuencia de sus intereses. Así que no duden en ponerse a cubiertos porque las explosiones proliferan por doquier, las emboscadas son lo habitual y Sierra Seis va a perder una buena cantidad de sangre mientras trata de acabar con la injusticia con la seguridad que sólo puede proporcionar la experiencia de haber acabado con todo lo que se mueve. Ustedes no se muevan. Puede que pase de largo. 

viernes, 2 de septiembre de 2022

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE (2022), de Giordano Bruno Gederlini

 

Un hombre sin pasado y aún menos futuro pierde lo que más ama. Y no se detendrá ante nada y ante nadie hasta que se haga justicia. El día se ha convertido en una noche permanente y ya sólo le quedan lágrimas de sangre ante una vida que no le ofrece nada. Es un fugitivo de sus propias elecciones y sigue pagando un precio muy alto por haber hecho lo que nadie se atrevía a hacer. No importa que la policía le crea sospechoso. No importa que, a la vuelta de la siguiente columna, haya una pistola esperándole. Él se encargará de apretar los gatillos. Él cuidará de soltar las espoletas.

Cambió todo por una existencia de discreción, sin armar demasiado ruido, dejando esquirlas a cada vuelta de vía. Tiene una misión que cumplir y tendrá que hacerlo solo, sin ayuda de nadie, confiando en que los demás saquen las conclusiones adecuadas. Tal vez, tenga que ponerse en el lugar de aquellos a los que ha perdido para alcanzar sus objetivos y el vacío podrá llenarse con la sangre fragmentada de los que quisieron quedarse con el papel lleno de ceros, en algún lugar de un país europeo en el que todo parece equívoco. Como lo fue siempre su secreto. Como lo fue siempre su cariño.

El silencio ha sido un compañero fiel que costará dejar atrás porque tuvo la costumbre de hablar con sus hechos y no con sus comportamientos. Habrá que reparar errores, buscar en chimeneas, parapetarse en autobuses, esquivar las balas y sentir el dolor del acero en el vientre. Ese español perdido en los caminos subterráneos de Bruselas tiene mucho que contar aunque tenga poco que decir. Preferirá expresarse con lo mejor que sabe hacer. Y estará arrodillado en la playa, una vez más. Pensando en que, tal vez, sea mejor meterse una bala en la cabeza y dejar de hacer sufrir a aquellos que tiene más cerca. No está vivo. No está muerto. Y está muy cerca de ambas cosas.

Una de las principales razones para acercarse a ver esta película es la impresionante interpretación que realiza Antonio de la Torre, lienzo de sensaciones contradictorias ante un destino injusto que le ha zarandeado hasta la náusea. En él, en esa dejadez física que le domina y que sólo refleja el estado de su alma, se dan cita todos los sentimientos que se hallan entre el amor y el odio, como si los reflejos de las luces en el agua se convirtieran en balas escurridizas bajo la estela de un farol huidizo. La dirección de Giordano Bruno Gederlini no es la mejor, con una cierta obsesión por situar el encuadre dos metros más cerca de lo conveniente y con un nerviosismo poco acertado por la singularidad de una historia que atrapa lo suficiente como para olvidar sus fallos. Entre los aciertos, está esa decisión de situar al personaje protagonista como alguien muy lejos del típico justiciero y acercarlo más a la visión de un hombre que se defiende como puede y que emprende una cruzada en la que, en todo momento, se tiene la impresión de que él puede salir mal parado. Un poco en la misma línea de lo que hizo Michael Caine en esa espléndida película que es Harry Brown, pero con un aire mucho más europeo y mucho menos británico. Lo cierto es que la tensión está presente a cada paso de un hombre que ha perdido antes de empezar y que, en el fondo, siempre ha salido victorioso de todos los desafíos que se le han puesto por delante menos en su papel de padre. Algo que, es verdad, puede ser el mayor de los fracasos en un mundo que se empeña en mostrar su lado más feo. Sin concesiones. Lleno de aristas. Con la arena introduciéndose en el cañón. Ensuciando las intenciones. Taponando las verdades. Habrá que sacar el cargador sin olvidarse de la bala en la recámara. Puede que el arma descargada merezca la pena, una vez más.

jueves, 1 de septiembre de 2022

EL MEDIADOR (2022), de Mark Williams

 

Sacar del atolladero a agentes infiltrados que ya han llegado al límite de sus posibilidades no es un trabajo fácil. Más aún cuando es una tarea al margen de los canales oficiales y la clandestinidad es una de sus señas de identidad. Esta especie de mediador, aunque más bien sería un “regresador”, siente que está llegando al final de la última página y cree que es hora de terminar, de hacer algo que merezca realmente la pena en su propia vida y recuperar una mínima parte del tiempo perdido. Será algo tremendamente difícil. Tal vez porque ya sabe demasiado, porque mete la nariz a destiempo y las balas están dando ya la vuelta para buscarle a él.

Por amistad se pueden hacer muchas cosas, pero llega un momento en que las deudas deben dejar de pagarse. Habrá que remover entre la suciedad para que alguien, en algún lugar, pueda enterarse de los sucios tejemanejes de las cloacas de una institución que se define a sí misma como grande e ideada para proteger a la ciudadanía cuando, en realidad, se está convirtiendo en un oscuro cónclave que trata de lavar los platos manchados de un Estado al que siempre se le llena la boca con la democracia y utiliza métodos de las peores dictaduras. Ese monstruo creado desde las mismas entrañas del sistema debe ser desmantelado y aniquilado. Y justamente alguien que trabaja con ellos, pero desde fuera, tratará de hacer circular lo que nunca se debe saber.

Resulta algo sorprendente que el director Mark Williams, que había dado muestras de algún que otro rasgo de buen hacer en su anterior colaboración con Liam Neeson en Un ladrón honesto, haya creado una película que destaca por su falta de fuerza, por su estructura roma, mientras que, por detrás, se desarrolla un argumento atractivo que hubiera merecido una mejor realización y un mayor empeño. El resultado es escaso, débil, algo decepcionante, irregular, con tan sólo una secuencia de vigor y con un reparto alrededor de Neeson que no demuestra arte por ningún lado, dejando a la película sin textura, sin una sólida construcción dramática, acudiendo a trucos fáciles y sin profundidad en ningún sentido. Neeson, como buen abuelo acostumbrado a poner trampas, pone oficio y ganas, pero ya está también acudiendo a su recta final como héroe de acción y, por esta vez, está muy lejos de su espléndido trabajo en la reciente La memoria de un asesino.

Así que es hora de tomar venganza para que la verdad sea algo que perdure en la opinión pública. No vale todo a la hora de tomar el poder. No vale todo tampoco a la hora de perderlo. Siempre habrá obreros que han dedicado gran parte de su vida a hacer algo por los demás y que vean injusto que haya personas que tengan que pagar por su deseo de sacar a la luz más brillante la sinceridad de unas entidades que paga el ciudadano y cuya obligación es garantizar su seguridad sin sacrificar ni un ápice de su libertad. Son dos términos que, habitualmente, se contraponen y que son difíciles de compaginar, pero todos los que se encargan de esa área deben aplicarse y trabajar sin descanso por hacerlos compatibles. Incluso aquellos que ya tienen tantas arrugas como muescas poseen sus revólveres y que saben cuáles son las trampas que suelen ponerse desde los pasillos del poder. Y, no nos engañemos, esos son los que controlan continuamente todo el entramado de intereses que se mueve dentro de esas palabras mágicas que son “seguridad nacional”.