viernes, 29 de marzo de 2019

EL CRIMINAL (1960), de Joseph Losey


Johnny Bannion es un señor entre rejas. Todos deben rendirle el adecuado respeto y si él ordena una represalia, hay que ejecutarla. Al fin y al cabo, dentro de su naturaleza de delincuente, hay un resquicio de ética criminal que hace que sea uno de esos tipos de fiar si se llega a necesitarlo. Cuando sale de la jaula, tiene un golpe preparado. Y es extraña la sensación que un preso tiene cuando es liberado. Una antigua novia aparece de nuevo y sólo se encuentra desprecio. Un antiguo socio le asegura trabajo y a Bannion eso le parece un mal necesario. Una chica deslumbrante desea lío y Johnny se considera un afortunado. El golpe se realiza, aunque no se ve y, claro, antes de que pueda repartirlo, le pillan de nuevo. Todo el mundo quiere el dinero. Sólo los que le han guardado lealtad desde el principio mantienen sus principios intactos. De repente, Bannion tiene un buen montón de enemigos con los puños y las armas cargadas con ceros.
En la cárcel no te puedes fiar de nadie. Y menos aún si acudes al gran jefe para que haga que todo sea la trama ideal para poder salir. Un jaleo, un coche negro y un traslado. Bannion tiene que huir. Todos quieren el dinero, Johnny. El precio para salir es tan alto como el botín y vas a tener que jugar duro si quieres conservarlo. Cuando vuelve a salir, Johnny se encuentra con que el socio ya no es tan socio y ha encontrado nuevos compañeros asociados. La chica sigue deseando lío, pero se ha convertido en algo que a Bannion no le gusta demasiado. Dinero, maldito dinero, enterrado en un erial de barro que se confundirá con la sangre. Los disparos resuenan en medio del frío inglés y Bannion emprenderá un camino de venganza en el que la última víctima puede que sea él mismo. Quizá se estaba mejor dentro de la cárcel, aunque tuvieras que compartir celda con dos cerdos a sueldo. Allí, al menos, alguien te quería. Y eres un criminal dentro y fuera, pero dentro aún hay alguna esperanza de conservar los billetes.

Joseph Losey dirigió esta película que fue prohibida en España durante muchos años, estrenándose después, casi, a escondidas. Seca y dura, sin demasiadas concesiones, con una carga importante de rencor en la trama y de imparcialidad a la hora de mostrar las dos caras del mundo de ladrones y asesinos que pueblan las cárceles y las calles. Sólo cambia el entorno con la colaboración de Stanley Baker, que consigue un buen trabajo, duro en el rostro, implacable en la acción, imponente en el físico. Así es cómo se consigue el respeto entre tipos que sólo entienden el lenguaje del fuego y del engaño. Bannion-Baker tendrá que combatirlos a todos para atisbar un pequeño brillo de esperanza en un mundo que, en el fondo, no le ha dado nada. Sólo rejas, heridas, decepción, traición y un buen puñado de desgraciados que no consiguen distinguir entre la ética y el negocio.

jueves, 28 de marzo de 2019

DOLOR Y GLORIA (2019), de Pedro Almodóvar

La inspiración es una brisa que, en demasiadas ocasiones, roza suavemente el rostro y se va volando, sin posibilidad alguna de atraparla y convencerla de que se quede durante más tiempo. Y, a veces, los que crean, se esfuerzan por asfixiarla porque sólo miran hacia adelante, buscando un nuevo éxito que parece aún más difícil, como si temieran defraudar las expectativas de un público ávido de respuestas y de sensaciones aumentadas. Y no es tan complicado, porque esa inspiración suele estar ahí, ya en el pasado, esperando solamente el filtro de la razón.
Somos nuestros recuerdos. Y no sólo eso. Somos nuestros recuerdos compartidos porque, de lo contrario, no son más que momentos inútiles que quedan en nuestro cine interior de un solo espectador. De esa forma quizá se pueda crear algo nuevo, en una imposible amalgama de pasados, presentes, ensoñaciones, verdades o, incluso, recuerdos que creemos sinceros cuando son solamente rememoraciones insistentes que nos hemos llegado a creer. Hay que acudir a esos instantes que nos han hecho ser quienes realmente somos, sin fingimientos, sin posturas, nada más que seres humanos que han acertado, han fallado, han caído, han viajado, se han quedado y han fracasado en muchos aspectos. Tal vez la soledad comience a dar largos silbidos que delaten su existencia, acuciando la perezosa imaginación. Puede que haya que regresar a situaciones que se decidieron borrar de la mente por un equivocado instinto de supervivencia. Incluso, con un último error, es posible hacer trampas para que el día a día sea un poco más soportable cuando no nos soportamos a nosotros mismos.
Así que es el momento de aguantar un poco la respiración y salir a la superficie para saborear de nuevo el aire que ha dado vida a toda la obra que se deja atrás. Quizá la casualidad y el destino se alíen para que todo tenga un cierto sentido que haga seguir hacia adelante. No es fácil continuar viviendo cuando la tristeza se apodera de la rutina y no hay satisfacción en nada que se pueda hacer de nuevo. La mirada cesa. El cuerpo dimite. Y los remordimientos derivados del fracaso y del incumplimiento ahogan el aliento con la alarma como consecuencia cuando el accidente llama a la carne.

No cabe duda de que, en esta ocasión, Pedro Almodóvar ha querido volver hacia los terrenos que ya había pisado Federico Fellini con Ocho y medio y le ha salido una película profundamente personal, casi confesional, con ideas estéticas brillantes y consiguiendo una sorprendente y estupenda interpretación de Antonio Banderas. Quizá nada de lo que ocurre en pantalla pasó realmente y sólo son situaciones que bordeó el cineasta en distintos pasajes de su propia vida, pero consigue que podamos llegar a sentir que la gloria, inevitablemente, lleva mucho dolor dentro y que una forma parte de la otra. Y acaba por resultar apasionante esa búsqueda de la inspiración que emprende ese otro director de cine del que cuenta, en un aparente desorden casi genial, cómo el deseo ha dominado todas sus acciones hasta que el tiempo se ha encargado de atenuar sus impulsos en cualquier orden vital. Y es que la madurez suele ser esa compañera que acaba por ser habitual en un futuro en el que es difícil ilusionarse porque ya no se puede sentir como se hacía desde la infancia. Y sólo así se llega al convencimiento de que la inspiración no puede nunca morir de asfixia…sólo está en el fondo de la piscina esperando para emerger.

miércoles, 27 de marzo de 2019

FAMA (1980), de Alan Parker

El camino del éxito siempre está jalonado de fracasos. Y en una escuela de artes dramáticas de Nueva York parece que los sueños pueden estar un poco más cerca cuando, en realidad, es sólo un pequeño escalón en una trayectoria que está repleta de sufrimiento, de trabajo duro, de esfuerzo sin recompensa ninguna, de fama frustrada. Sólo es un aprendizaje que, quizá, te haga más duro aunque más profesional. El talento nunca es suficiente, siempre hay que aportar algo más a un mundo que es despiadado y arrogante, donde sólo unos pocos llegan a lo más alto y donde el engaño y la decepción es el amargo trago de todos los días.
Así que Alan Parker nos introduce en las pruebas de selección y en los tres años de estudios que, sencillamente, significan muy poco. El deseo de reconocimiento es inherente a todos los seres humanos y vivir vidas ajenas, bailes impensables, fingimientos apasionantes resulta tan atrayente como la peor de esas drogas que ensucian las calles e inundan las existencias de seres mediocres. También hay de esos en la escuela. El horario es apretado y allí habrá danza e interpretación, composición, creatividad, pero también Literatura, Biología, Matemáticas, Geografía. Un artista, cuando lo es, no tiene que saber solamente de su campo de acción. Tiene que saber dónde investigar, qué elementos destacar, a qué fuentes acudir, cuáles son las mejores referencias. Se puede innovar, intentar hacer algo diferente, pero, precisamente, esa es una profesión que nunca promete nada, que no asegura el éxito en ningún momento y que, además, puede que no aparezca jamás. Es la inversión en un tiempo irreal, es pisar las orillas de la fama y, aún así, es tan atractiva, tan apetecible, tan diferente, tan fantástica que muchos son los que prueban y, es posible, que ninguno lo consiga.

Esta película quedó en el olvido cuando, a raíz de ella, apareció una serie de televisión que explotaba a algunos de sus personajes, permaneciendo en el recuerdo sólo por un par de temas musicales que fueron muy importantes y sonados en los incipientes años ochenta. Y, sin embargo, en sus imágenes hay magia, porque es apasionante acompañar a estos jóvenes que intentan agotar las posibilidades de su talento a través del estudio. Y se entregan en cuerpo y alma, como si el mañana estuviera repleto de luces de candilejas y de flashes de fotógrafos. Hay entusiasmo y júbilo en esa improvisación que hace mover los pies en la cafetería, hay intimidad en una chica de voz prodigiosa al piano, hay cierto rechazo y algo de fascinación en ese baile ejecutado con provocación y futuro; hay espectáculo en una graduación que no es promesa, pero que pone la piel de carne de gallina porque, en el fondo, nosotros también hubiéramos querido bailar, cantar, actuar y componer…y no sabemos hacerlo. Lo verdaderamente hipnótico no es el resultado que siempre es incierto, es el viaje para alcanzarlo. Aunque en el fondo se esconda la tristeza dispuesta a ahogar todas las esperanzas; o la presencia temible de esa sensación que conduce a la inutilidad del esfuerzo agotador. Eso es la fama, la auténtica, la que se trabaja y nunca se tiene. Pónganse los calentadores en las piernas y exterioricen sus sentimientos en busca de la mejor interpretación. Quizá, si tienen suerte y lo hacen bien, lleguen a ser famosos. Y no esperen nada. Al fin y al cabo, la fama también es una devoradora incansable.

martes, 26 de marzo de 2019

ENEMIGO A LAS PUERTAS (2001), de Jean-Jacques Annaud

La virtud del francotirador es la paciencia. Es mimetizarse con el entorno y esperar, con el ojo abierto y la calma presente. Es aprovecharse de ese alrededor de ruinas que huelen a cemento partido y a muerte y ser también una columna que parece herida, pero que aún se mantiene. Por la mirilla, el francotirador observa, calcula, evalúa todas las posibilidades y, con muchísima tranquilidad, aprieta el gatillo sabiendo que manda un mensaje de desolación y sangre, de sorpresa y de repente. El problema se presenta cuando, al otro lado, hay un rival de altura, capaz de esperar tanto, de calibrar tanto la situación, de disparar con tanta precisión que el fusil es una ecuación matemática. Y no es fácil mantener las manos sin temblores cuando el mundo se desvanece, cuando la crueldad toma cartas decisivas y cuando la confusión ahoga en un sitio de hambre y desgaste. Sí, el enemigo está a las puertas y el mensaje que trae consigo es el de la aniquilación.
Por ello, hay que tener un arma suplementaria. Es fácil de llevar y muy difícil de conseguir. Se llama astucia. Se trata de ser más listo que el oponente y no dejarse arrastrar por la tortura gratuita, por la información a cualquier precio, por no renunciar a esa pequeña parte que aún se conserva y que hace que ese tipo al otro lado de la culata sea humano. No todo vale a cualquier precio. Y en el fondo eso es lo que diferencia a ambos contendientes. El polvo se acumula con su grisácea presencia y las balas silban buscando un lugar donde hincarse. Incluso en los que ya están muertos. La envidia saldrá a relucir porque el amor también existe cuando todo está en llamas y eso provocará el conflicto de la conciencia, una guerra que aún es más cruel que la que tiene lugar en las calles inexistentes de Stalingrado.

Enemigo a las puertas es, tal vez, la película que mejor ha retratado el sitio de Stalingrado integrando una historia particular dentro del destrozo general. Con ella, llegamos a sentir el agobio de una situación desesperada hasta las lágrimas sin consuelo y, al mismo tiempo, asistimos con pasión al duelo a muerte que tiene lugar con dos hombres que, quizá, sólo persiguen la gloria personal. Para ello, la dirección de Annaud es certera, precisa, lógica y clásica y cuenta en su haber con unos trabajos maravillosos de Jude Law, en el que quizá sea el mejor papel de su carrera y, aún así, nadie lo ha reconocido, y de Ed Harris, poderoso e intenso, mar en calma con una tormenta en las profundidades que no puede admitir la derrota. Buenos trabajos también de Rachel Weisz y de Joseph Fiennes que dan cuerpo a la historia de amor y a la propaganda y que convierten a la película en un hervidero de ambiciones personales que se ahogan en la búsqueda de la supervivencia. Es el momento de respirar hondo y de afinar la puntería, de dejarse llevar por el caos y la angustia, de dejarse seducir por jugadas magistrales que ponen en evidencia dónde está el contrario. No es un disparo perfecto, sin duda. Pero sí es lo suficientemente bueno como para dar en el blanco.

viernes, 22 de marzo de 2019

EL BUENO, EL FEO Y EL MALO (1966), de Sergio Leone

Un círculo de muerte para saldar cuentas. Al fin y al cabo, el Oeste no hace amigos y los sonidos de los revólveres hablan con elocuencia cuando el dinero es el motivo. Los hombres se miran, escrutando sus movimientos, esperando la hora de desenfundar y que la sangre juzgue quién es el próximo rico. Los dedos se preparan, tensos; los rostros se contraen, expectantes; el calor se toca, pegajoso y la resolución está al caer. Las tumbas están abiertas y los días parecen más largos porque se antojan los últimos. Tuco lo sabe bien desde hace algunos años a pesar de que ha ido ganándose la vida a base de engaños y de traiciones. Sentencia siempre se ha arrimado a la situación más ventajosa, tratando de sacar oro de una tierra cicatera. Rubio es el hombre sin nombre, el tipo que utiliza el revólver con inteligencia y el rifle con precisión. El dinero no entiende de nombres. Sólo de disparos. Y aquí se van a hendir en la carne más vil, atraída por la avaricia, por un puñado de billetes y de monedas que están enterrados ahí mismo, al lado de la muerte.
Para llegar a ese cementerio que parece estar diseñado por un geómetra, hay que atravesar desiertos, escuchar confidencias, disparar por la espalda y torturar a los competidores. Si no, la meta es imposible. Es dinero sin dueño que espera que lo desentierren, como un muerto que quiere volver a la vida. Ya no valen ni antiguas asociaciones, ni uniformes manchados con el deshonor. El Oeste no tiene piedad con los que buscan la riqueza y hace sufrir con intensidad a los que desafían su ley que, casi siempre, es la del más fuerte, aunque aquí va a ser también la del más listo. Si falta cualquiera de las dos, el resultado es un cadáver entre sepulturas.

Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef ponen en juego todo un repertorio de miradas para llegar al lugar que Sergio Leone les tiene reservado en la historia del cine. Con sus duelos largos, casi paroxísticos, con esa ópera que huele a muerte bajo la música del siempre oportuno Morricone, con la seguridad de que el paisaje español ofrece la suficiente aridez como para que las balas duelan el doble y el oportunismo sea la mitad de la hazaña. Quizá alguna vez hubo un bueno, un feo y un malo cabalgando por los montes y rocas de una tierra hostil en busca de un botín que tuvieron al alcance de la mano y que nadie pensó en repartir. Atrás quedan demasiadas jugarretas para seguir ganándose la vida con mugrientas partidas de cartas, asaltos triviales en los que solo se puede robar el aliento ajeno y ofensas de un honor que, sencillamente, nadie tiene. Algo huele a muerte…y está seguido de muchos ceros.

jueves, 21 de marzo de 2019

EL GORDO Y EL FLACO (Stan & Ollie) (2018), de Jon S. Baird

El veneno de la actuación suele ser tan fuerte que se puede hacer cualquier cosa con tal de conseguir una ovación más, o una carcajada más, o ese momento mágico de complicidad con el público en el que se establece un código tácito de acción y reacción. Stan Laurel y Oliver Hardy fue, probablemente, la pareja de cómicos más aplaudida de toda la historia del cine. Nunca hubo nadie como ellos y fueron fuente de inspiración para muchos de los que vinieron detrás. Desde Woody Allen a Jerry Lewis pasando por Mel Brooks o Marcel Marceau.
Como todas las parejas, tuvieron sus desavenencias, pero no dudaron en volver a reunirse para buscar esa última ovación que les devolviera la vida de los aplausos, la jovialidad de las carcajadas de un público que siempre estaba a favor a pesar de que la Segunda Guerra Mundial había apagado muchas luces y era más difícil hacer reír. Se subieron al escenario para regresar al vodevil y, siempre con trabajo y esfuerzo, consiguieron que los focos les enfocaran de nuevo. Sólo la misma vida, ingrata y cicatera, pudo hacer que dejaran de actuar juntos y, claro, el mundo se puso un poco más serio.
Sin embargo, durante esa última gira por el Reino Unido ambos se dieron cuenta de que la ovación más importante, la que más deseaban, era la de la amistad que les unía. Aquellos dos hombres eran hermanos, con sus peleas, con sus rencores, con sus distanciamientos y con sus abrazos. Siempre con la conciencia segura de que el auténtico genio de la pareja era Stan Laurel, sabían crear magia y transmitirla, hacían de la torpeza todo un arte y repitieron sus roles hasta que ya no pudieron más. Y lo que es aún más de agradecer es que intentaron que, en todas sus apariciones públicas, su humor continuara representándolos, dando al público lo que querían ver, sin dejar de trabajar cuando estaban delante de la prensa, o de unos niños, o de una cámara de noticiario.
Impresionante trabajo de Steve Coogan como Stan Laurel, copiando todos sus gestos, imitando hasta su forma de andar, mimetizándose a la perfección hasta tal punto que se llega a creer que el gran cómico ha vuelto de entre los muertos. No cabe decir menos de John C. Reilly que dota a Oliver Hardy de humanidad, de razones para odiar a Laurel y de entender el último fin de una pareja que hizo de la risa su razón de ser. La dirección de Jon. S. Baird es cuidada, con una ambientación excepcional, llegando a emocionar en su homenaje a esta entrañable pareja que dejó su impronta para toda la eternidad. Más allá de los kilos de más. Más allá de los celos de menos.

Y es que hay que ahorrarse a los intermediarios cuando se trata de comerciar con la risa. Las nuevas generaciones quizá hayan oído hablar de ellos, pero no los han probado y eso es algo que habría que remediar con urgencia. Esta película trata de introducir esas ganas de revisitar sus rutinas cómicas, su humor que oscilaba entre la repetición y la finura, su entrega total a la hora de ejecutar su famoso baile que, esta vez sí, supo arrancar la última ovación que tanto merecían. Y, de paso, asentar el cariño que se profesaban porque, en el fondo, sabían que el uno sin el otro valía muy poco, y no sólo en un plató o en un escenario. También en las risas que se provocaban entre ellos fabricando islas del absurdo en una vida que se ha empeñado con insistencia en matar las ilusiones. Stan y Ollie nunca la perdieron.

miércoles, 20 de marzo de 2019

EL BESO DE LA PANTERA (1982), de Paul Schrader

La llamada de la selva es mucho más fuerte que la propia condición humana. Integrarse entre los seres normales no es fácil cuando impera el sentido más felino de la vida. Es necesario esquivar las trampas que te ponen los cazadores e intentar sentir como lo hacen las personas. Y la oscuridad está ahí, atractiva, única, dando alaridos salvajes, como si la sangre oliera fuerte y la carne fuera el más sabroso de los aperitivos. La noche es un beso. La pantera es la noche. Los celos se disparan. Las fauces se enseñan. Y los ojos…los ojos parecen hablar por sí solos, gritando por hacerse un sitio en la jungla de asfalto y brujería, suplicando por una piedad que muy pocos van a entender. Es el sentido místico de las fieras, que se agudiza cuando sienten que el peligro de sus semejantes es más brutal que cualquier jauría.
El amor es una fuerza poderosa que se expresa a través del sexo. Quizá sea ahí, en la intimidad, donde nos mostramos tal y como somos, con nuestros rugidos de furia, con nuestro instinto a flor de piel. Y eso permite que nos fuguemos, que no podamos mirarnos hacia quien realmente queremos ser, tal vez porque hacer el amor sea el acto más sublime del ser humano…Y el problema está en que algunos no lo son. La belleza subsiste sea cual sea la carne que la recubre y el viaje por los sentidos se hace aún más intenso cuando se enseñan los colmillos. La bestialidad habita en nosotros y el secreto está en saberla controlar.
Paul Schrader quiso realizar una nueva versión de La mujer pantera y casi le salió más un homenaje que otra cosa. Contó con la belleza indiscutible de Nastassja Kinski y la mostró desnuda, en su más terrible virginidad, tratando de hacer inmortal un amor que siempre estará separado por las rejas. En los rincones de esta película hay mucha turbiedad porque la búsqueda de la pasión está siempre sujeta a los latidos del interior, sean humanos o felinos. Más vale entregarse para recordarnos que siempre tenemos un lado que nos llama hacia la única verdad que debería guiarnos…y eso las panteras lo saben muy bien.
Nueva Orleans es ese lugar donde la selva y la ciudad se confunden y por donde deambulan seres que no pueden ser realidad más que en nuestros más indómitos sueños. El ambiente de oscurantismo favorece el surgimiento de esas criaturas, ofrecidas en sacrificio, que han mutado en espíritus inquietos que nunca encuentran su lugar. Puede que sea al otro lado de unas rejas, exhibidos como criaturas lejanas que, sin embargo, se hallan muy cerca. Puede que sea al otro lado de la cama, hundiéndose en la más entrañable de las experiencias, oliendo la piel del otro hasta hacerlo irremediablemente suyo. Tal vez porque el amor, el verdadero amor, jamás hará daño al destinatario de sus caricias y no importa desde dónde. Todo queda. Todo permanece. Y, al mismo tiempo, todo se va.

martes, 19 de marzo de 2019

AL MORIR LA NOCHE (1945), de Alberto Cavalcanti, Charles Crichton, Basil Dearden y Robert Harmon

Si tenéis ganas de escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla sobre esa obra maestra de Vincente Minnelli que es "Cautivos del mal", podéis hacerlo pinchando aquí.

Todo empieza porque un arquitecto se traslada a una mansión de las afueras en aras de un posible trabajo de ampliación. Allí hay una serie de invitados tomando el té y el arquitecto, totalmente perplejo, comprueba que conoce a todas esas personas a pesar de que no las ha visto nunca. Son personajes de una de sus pesadillas y, además, tiene una cierta sensación de ya haber vivido esa amigable charla. Su rostro no pasa desapercibido y, a requerimientos de los demás, él cuenta esa incómoda sensación. Uno a uno, irán desgranando sus propias pesadillas, esas que para ellos fueron tan reales que aún no han dejado de martillearles el pensamiento, como si un buen puñado de seres malditos se dieran cita en aquel salón estirado y rural.
Así, lo que es pesadilla se vuelve realidad. Un espejo refleja lo que nadie ve. Un muñeco de ventrílocuo se torna más cruel de lo que parece. Una joven tiene una charla con dos niños que ya no existen y que fueron asesino y víctima de un asesinato. Los sueños van tomando forma dentro de otro sueño y nadie quiere creer que esas cosas que han soñado pueden ser reales. Todo puede ser una premonición de una pesadilla que entra en bucle y que, inevitablemente, se repetirá. Un accidente que acaba por salvar una vida, la casualidad de la existencia, la noche que muere, la incredulidad que acecha. Hacemos mal en no creernos nuestros propios sueños. Encierran las maldiciones que evitamos durante el día. Y si no que se lo pregunten a esos golfistas que hablan entre sí a pesar de que uno de ellos está bien muerto. Sí, incluso las pesadillas pueden ser cómicas aunque, no por ello, menos terribles. Hay que tener los pies bien plantados en el suelo y la mente bien abierta en lo desconocido. Los miedos salen a la superficie sin avisar y, al final, todo comenzará de nuevo en una suerte de epílogo que no es más que el principio.

El único intento de la mítica productora Ealing en el cine de terror dio como resultado esta película atípica que se antoja como el primer antecedente de muchas y variadas series que, con sus historias, nos adentraban en el territorio de lo sobrenatural. Con cuatro directores distintos narrando los diferentes relatos, la película es divertida, misteriosa, sin renunciar en ningún momento al humor, llevándonos de aquí a allá con unos enlaces imaginativos que transcurren en ese salón en donde se ponen encima de la mesa las jugadas de la conciencia y los vericuetos de la fantasía. En su reparto, podemos encontrar figuras como Michael Redgrave y a esos maravillosos cómicos llamados Basil Radford  y Naunton Wayne que encarnan una especie de prolongación de aquellos personajes que interpretaban con el cricket como obsesión en la inolvidable Alarma en el expreso, de Alfred Hitchcock. El resto, damas y caballeros, tendrán que ponerlo ustedes con esos pánicos que siempre aparecen cuando la noche muere y el incierto día despunta…tal vez con algún deseo de fuga, de imaginación y… ¿quién sabe? De asesinato. 

viernes, 15 de marzo de 2019

STARMAN (1984), de John Carpenter

“Nos interesa vuestra raza. Siempre sacáis lo mejor de vosotros mismos cuando peor os van las cosas”
No hay quien entienda al ser humano. Miles de millones gastados en enviar una sonda espacial errante con todos los mensajes posibles para invitar a venir a la Tierra a quien lo escuche y, cuando por fin alguien se decide, le recibimos con unos cuantos misiles. Y lo que va a aprender ese ente que ha aterrizado y adoptado la forma de un humano es que la violencia casi es una forma de vida en este precioso planeta que ha picado su curiosidad. Es bastante difícil de explicar. Quizá ese extraterrestre que aprende rápido y trata de sobrevivir, no se ha dado cuenta de que aquí no hay igualdades, sólo egoísmos; que no hay preocupación por los demás, sólo individualidades; que no nos preocupamos por dejar ninguna huella agradable de nuestro paso por el mundo, sólo fealdad y destrucción. Sí, ese hombre de las estrellas va a recibir un curso acelerado de recibimiento hostil, estancia peligrosa y huida rápida.
Lo cierto es que lo único que salva al ser humano y que puede hacerle ligeramente superior a otras razas es el amor. Es ese sentimiento que el hombre de las estrellas experimenta cuando decide dejar un regalo en forma, precisamente, de amor, de preocupación por aquello que es lo más preciado, de verdad entre tanta agresión. Eso es lo que hace que el ser humano, realmente, valga la pena y lo que consigue que saque lo mejor cuando ve que lo que más ama está amenazado. El hombre del espacio exterior se dará cuenta de que hemos construido un ambiente lleno de intereses creados, de contradicciones sin sentido, de odios, de animadversión inexplicable basada en cosas tan estúpidas que sólo podrían causar sonrojo ajeno en otras galaxias. Y eso aumenta el miedo del ser humano y de todo aquél que se atreva a visitarnos. Venir a la Tierra es toda una aventura y, aún así, ese hombre extraño, de gestos y movimientos extraños, de lógica tan sencilla como definitiva, está interesado en nosotros, en esos seres primitivos que lanzaron una nave espacial con un buen puñado de mensajes sin ningún sentido.

Quizá ésta sea la ocasión en la que John Carpenter estuvo más cerca de la serie A aunque su pasión por el cine algo chapucero se deja notar en los efectos especiales de la película. Sin embargo, eso no molesta en absoluto cuando se tiene delante a un actor de la talla de Jeff Bridges y a una actriz de los recursos de Karen Allen. A pesar de la situación y de la excentricidad de una propuesta que no deja de ser un cuento, ellos pasan por todos los estados de ánimo moviéndose siempre en los registros de bondad que inspira la inocencia y simpleza de un ser que sólo quiere admirar la belleza y acaba por sentirla en los ojos de otra persona. Algo que muchos de nosotros no podemos experimentar en toda una vida.

jueves, 14 de marzo de 2019

MULA (2018), de Clint Eastwood

A veces se puede echar la vista atrás y llegar al convencimiento de que nada de lo que se ha hecho ha merecido realmente la pena. Y eso no quiere decir que no haya habido momentos apasionantes en los que la vida ha propinado experiencias y sentimientos que han forjado el alma. Quizá cuando las arrugas son tan profundas en la piel que ya parecen cicatrices es cuando hay que darse cuenta de que la lucha no ha acabado y de que se puede dejar alguna que otra huella en un camino que parece interminable.
Tal vez, con un cierto afán por sentirse útil dentro de las existencias de los que rodean los días, se quiere volver a extender los pétalos y lucir fulgurante y atractivo y ser, de forma efímera, alguien que embellece la vida. Dinero fácil, carretera por delante y una ayuda por aquí, una buena acción por allá y darse algún que otro capricho. Sin embargo, sólo hay una cosa que el dinero, por mucho que se tenga, no puede comprar y es el tiempo. Los días ya han pasado y la vida se convierte en un préstamo hasta la siguiente entrega. El peligro extiende sus alas, pero a esas alturas en las que la enfermedad de la vejez avanza inexorable con metástasis de segundos, ya importa bien poco. Un último momento de gloria agradecida, una última demostración de cariño, un último buen rato rodeado de piel suave y música insinuante. Hay despedidas que, en el fondo, no tienen precio.
En un principio, podría parecer que Clint Eastwood va a contar una historia geriátrica, sin mucha gracia y aún menos enjundia, pero, con sabiduría de viejo cineasta que sabe mover los resortes que siempre funcionan, convierte la historia de este viejo que transporta droga en una comedia de buenos diálogos, con situaciones atractivas, con algún que otro fleco que no acaba de resolver, pero siempre efectivo, dando a entender que, en el fondo, los grandes narradores de historias nunca mueren. Y sabe muy bien que trata de ser flor de un día más dentro de un jardín que nos deja lleno de plantas hermosas y bien cuidadas que han acabado por ocupar un lugar muy importante en nuestro corazón de amantes del cine. En esta ocasión, no hace una gran película, pero sí es una buena razón para volver a las raíces de su cine más clásico, aquel que construía héroes con paciencia y les ponía en situaciones imposibles de aire muy serio.

Así que ahí tenemos al anciano que nos vuelve a recordar, en más de un aspecto, al Walt Kowalski que ya había encarnado en Gran Torino, lo mete en una furgoneta nueva y lo envejece diez años más. Y el disfrute no tarda en aparecer porque vemos cómo la voz de la experiencia casi siempre tiene razón y, de paso, parece entonar un cántico que, esta vez sí, parece de nuevo una despedida. Mientras tanto, no deja de mostrarnos su preocupación por las relaciones paterno-filiales, siempre llenas de aristas, y asume que ya no habrá mucho más tiempo para ampliar el jardín con más flores. El juez está a punto de dictar sentencia y es hora de pagar por los defectos que se eligieron porque, en ocasiones, se cree que el trabajo es más importante que la familia cuando no es así. La voz se quiebra y los ojos se nublan cuando se intenta buscar algo más de lo que se tiene y nadie se da cuenta de que Clint Eastwood ha estado ahí, llenando horas de gozo, pasando bultos por la frontera del aburrimiento mientras, despreocupadamente, canta entusiasmado alguna canción de Dean Martin.

miércoles, 13 de marzo de 2019

TAMBORES LEJANOS (1951), de Raoul Walsh

La misión parece fácil. Sólo hay que desembarcar, destruir un fuerte español y volver. Sin embargo, la Naturaleza es un combatiente con el que hay que contar y el regreso se convierte en una larga marcha con los mosquitos marcando el paso, el barro juntándose para hacer el camino más pesado, las emboscadas más crueles para teñir de rojo la jungla de los pantanos de Florida. Los indios semínolas acechan detrás de cada ramaje espeso, al otro lado de enormes árboles que sirven de parapeto o de vida, las mujeres avanzan con dificultad bajo la sombra del bosque salvaje de agua, calor, traición y muerte. Sí, los tambores están demasiado lejanos.
El capitán Quincy Wyatt, de los exploradores, sabe que los pantanos no tienen piedad. Sus ojos son los del siguiente cocodrilo que espera paciente el abrazo del fango y sabe que tiene que tomar el mando cuando la misión está completada. Ahora se trata de salvar la vida y no hay mucho tiempo para que las canoas vengan a recoger a todos. El capitán Wyatt es algo distante, pero hay algo en él que transpira seguridad. Es como si la jungla se apartara a su paso. El verde se echa a sus pies, con toda su crudeza, y le rinde pleitesía. Esto no es el Oeste que tanto conocemos. Quizá sea un puñado de almas intentando sobrevivir en un medio tan hostil como los propios indios. Los cipreses del pantano parece que se yerguen con orgullo sólo para hacer la derrota más humillante y bajo el agua nada con fuerza la muerte. No hay un segundo de respiro. No hay alivio para tanta huida.

La ternura aparecerá en el rostro avejentado de Gary Cooper, a punto de estar solo ante el peligro, mientras Raoul Walsh trata de recordar antiguos laureles bélicos con el objetivo en Birmania disfrazándolo todo de aventura en tiempos del lejano Oeste que, en esta ocasión, es el Este cercano. Tal vez porque los héroes sólo pueden serlo si previamente han sabido amar, Cooper es una figura paterna para todos esos soldados que buscan una salida de la trampa natural en la que están inmersos mientras los semínolas les persiguen. Puede que Tambores lejanos no sea una gran película, pero es un vehículo de acción trepidante, dirigido con pulso firme, cambiando escenarios para hacer la misma película de siempre, con distintos objetivos que apuntan siempre hacia la supervivencia en tiempos aún más difíciles. Pero no hay que preocuparse. El capitán Quincy Wyatt seguirá guiando la expedición. Y él prefiere dar la vida antes que condenar a los demás a seguir vagando por el infierno de los pantanos.

martes, 12 de marzo de 2019

BEAUTIFUL GIRLS (1996), de Ted Demme

Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca de "El padrino 2ª parte", de Francis Ford Coppola, podéis hacerlo pinchando aquí.

Regresar al origen cuando se está en la encrucijada del amor y de la vida puede ser una terapia de choque, pero también muy aconsejable. Puede que allí te encuentres con tus amigos del instituto y recuerdes viejos tiempos, como si no hubieran pasado los años, entre risas y confidencias. Quizá eso es algo que sólo tienen los verdaderos amigos. Pueden pasar eternidades enteras sin verse y, cuando vuelven a encontrarse, parece que fue ayer cuando se despidieron. Y eso es lo que siente Willie Conway. Está en casa, quizá en ningún lugar del mundo podría haber estado mejor, pero no es su casa, es la casa del pasado. Y entre la nieve y la copa de rigor, entre la música y el recuerdo, comprueba cómo les ha ido a ellos, cómo han cambiado, cómo siguen siendo iguales, cómo la vida es una prueba absurda que te coloca en la soledad a pesar de estar rodeado de gente. Willie lo sabe y espera encontrar respuestas.
Hay que permitirse un cierto tiempo para volver a ver esta película. Quizá porque te hace reflexionar sobre tu trayectoria vital desde los tiempos del colegio y las respuestas no siempre son satisfactorias. También porque hace muchos años que no ves a los que compartieron contigo risas juveniles, ilusiones y primeros amores y no sabes cómo reaccionarías al volverlos a ver. Puede que incluso uno caiga rendidamente enamorado de una niña y la vea como un sueño inalcanzable, algo que debió de ocurrir hace muchos años y, sin embargo, nunca pasó. La imaginación cae presa del corazón y todo se hace encantadoramente doloroso. Es un descenso para conseguir algo de claridad y, también, para seguir aquello que te hace sentir más hombre. El amor espera allí, al otro lado del camino, la vida está a su lado y hay que agarrar con fuerza los sueños porque dentro de muy poco tiempo pasarán de largo y ya no habrá segundas oportunidades. Quizá, por una vez, el cine ha traído la vida hasta delante de nuestros ojos.

Sin importar demasiado la trama, Ted Demme nos regaló una película de situaciones y circunstancias que se detienen en los rostros de Timothy Hutton, de Matt Dillon, de Natalie Portman, de Mira Sorvino, de Uma Thurman, de Michael Rapaport, de Pruitt Taylor Vince, de Noah Emmerich…y en todos ellos nos reconocemos, o reconocemos a alguien, o creemos que reconocemos a alguien…incluso ahora cuando el tiempo ha pasado y ya somos los adultos que han tomado sus propias decisiones dejando atrás a aquellos verdaderos amigos que, en buena medida, hicieron de nosotros lo que somos actualmente. Tal vez, lo único que necesitamos es volver la vista atrás y darnos cuenta de lo importantes que fueron en nuestras vidas.

viernes, 8 de marzo de 2019

LO QUE PIENSAN LAS MUJERES (1941), de Ernst Lubitsch

¡¡¡Keeks!!! Cómo me revienta que me hagan eso. Estamos hablando de cosas serias y llega mi marido y me hace keeks, como para quitar hierro al asunto. No sé yo si mi marido me quiere o no. Está tan enfrascado en sus negocios de seguros que apenas me presta atención. ¿Qué tal, querida? ¿Has tenido buen día? ¿Alguna novedad? Sí, sí, bien, bien y ya está. Y, de repente, se me aparece Sebastian. Él es todo lo que no es mi marido. Es bohemio, artista, excéntrico, divertido, despreciativo, arrogante, nada vulgar. Claro, la comparación ofende. Con Sebastian me divierto. Con mi marido, no. Es como si hubiésemos caído en una monotonía infame de la que no se divisa la salida. Le enseñas un cuadro a mi marido y para él como si le enseñaras un papel en blanco. No ve nada, no siente nada, no dice nada. Sin embargo, Sebastian penetra en el trazo del pincel, en el significado de la pintura, en el simbolismo de la obra y todo tiene un sabor diferente. Quizá no mejor…pero sí diferente. ¿Cómo puede alguien comparar la pasión que pone Sebastian con la que pone mi marido en los seguros? Quiero dejar de ser una tecla negra en el teclado de la vida. Allá voy. Tengo que ganar en seguridad y Sebastian me la va a proporcionar.
¡¡¡Fui!!! Menuda forma de escribir, mi dulcecito. Lo haría mejor un niño de parvulitos que tú, pero hay que reconocer que tu belleza es tal que se derrama por las letras cual fuente inagotable de inspiración. Ahora mismo, estoy tocando el piano por todo lo que me sugieres en tu escrito, ése que me retrata como un genio incomparable, ése que supera a tu marido en todos los aspectos de la vida, ése que, al fin y al cabo, hace que la vida se vuelva arte mientras tú, mi dulcecito, estés a mi lado. Soy Alexander Sebastian ¿acaso lo dudas? Mi melodía es no detenerme nunca porque en cada gesto te diré que te quiero…a veces te quiero lejos…pero sólo porque el arte me llama implacable y me convierte en un esclavo de las sensaciones ajenas. ¡¡¡Fui!!!
Valiente tontaina es este individuo. Me quita a mi mujer y luego quiere que le dé consejos para cuidarla. A ver si sale de su mundo de partituras y se pone a tocar la sinfonía de la vida. No sé qué le ha visto mi mujer. Y es más, no sé qué tiene él que no tenga yo como no sea esa forma pedante e insoportable de aporrear el piano. Se cree un genio, pero éste no aguanta ni medio asalto de la rutina de un matrimonio. Y mi mujer, inocente ella, cree que cada día será diferente, lleno de descubrimientos cuando lo único que hay que descubrir realmente es la forma para no dejar nunca de estar enamorado. Tendré que cambiar todas las tácticas, enfocar el asunto desde una perspectiva diferente. Tal vez si me mudo a un hotel, ella tenga algo guardado en su corazoncito. Fingir, fingir. Todo es fingimiento. Pues bien, ahora me toca a mí. Voy a ser el conquistador que nunca fui, voy a hacer creer a todo el mundo que las mujeres están locas por mí, a ver si así le parece a mi mujercita que la rutina no es lo que parece.

Soy Ernst Lubitsch y sí, es verdad. Esta película puede que no esté a la altura de otras mías, pero hay que reconocer que tiene su gracia. En el fondo se llama Lo que piensan las mujeres porque nadie sabe realmente qué es lo que piensan…y esperemos que nunca lleguemos a saberlo porque entonces ya todo perderá la gracia y no podré cerrar puertas para sugerir ósculos, ni dejar la cámara quieta para dar a entender que fuera de campo está pasando eso que tanto nos gusta a todos. En eso, seamos sinceros, pensamos lo mismo que las mujeres. No se preocupen. Yo no hago ningún ruido. Intento insinuar tan sólo. ¿Ustedes saben comprender?

jueves, 7 de marzo de 2019

BIENVENIDOS A MARWEN (2018), de Robert Zemeckis

La mente siempre busca la evasión cuando la realidad golpea tan duramente que todo se borra, se difumina y se pierde en la vorágine del trauma. Y la fantasía y la imaginación son armas muy poderosas para conseguirlo. También es verdad que hay que tener un poco de cuidado porque esa imaginación, por muy poderosa que sea, suele estar teñida de jirones de la realidad, del alrededor de uno mismo y, a menudo, se solapan y se puede llegar a la confusión más frustrante.
Sin embargo, la frustración suele llevar un pasaporte de vuelta para volver a posar los pies en el suelo y ahí es cuando se deja que la imaginación vuele para llegar a su propio final mientras que la realidad se encarga de colocar el pensamiento y tener la certeza de que todo estará bien a pesar de lo que ha pasado. Es un largo camino jalonado de aventuras, de conductas malinterpretadas, de desapego a la rutina, de agradecimiento, de asumir que la soledad existe aunque puede que no sea tan desoladora como en principio puede parecer. El sol sale de nuevo cuando se llega a la seguridad de que el miedo siempre está del lado de los malos.
Así que es hora de ponerse los tacones de aguja y agarrarse a las mujeres porque ellas son los seres más fuertes que existen. Pueden doblarse, pero rara vez se rompen. Ellas se encargan de que el siguiente escalón no parezca un abismo y, cada una a su modo, proporcionan todos los medios para sentirse bien. Por supuesto que es posible que haya alguna que, disfrazada bajo la máscara del cariño, haga más mal que bien, pero acaba por descubrirse su verdadera naturaleza. Es hora de mirar de frente y, de vez en cuando, volver a la fantasía como válvula de escape. Y si no se hace, el pánico no tardará en aparecer.
Arriesgada apuesta de Robert Zemeckis combinando dibujo animado con imagen real sin entremezclarse en ningún momento en una película que contiene acción y drama, comedia y tragedia a partes iguales. Excelente el trabajo de Steve Carell, sobre el que gira toda la historia saliendo más que airoso en todos sus registros. Excepcional la banda sonora de Alan Silvestri, con temas para ambos mundos muy notables. Y magia a raudales para que, de un modo misterioso, queramos que la ensoñación no pare y que la vida se manifieste. Es cierto que la magia está ahí y que, tal vez, falta algo de emoción, pero si se pide algo más que una exhibición de trucos visuales, la trama regala diversión y, también, momentos de profundidad humana que siguen dando vueltas cuando las luces se encienden. Nadie ha prestado demasiada atención a esta película, tal vez porque se basa en un documental titulado Marwencol en el que se detalla la verdadera historia de este hombre que recibió una paliza brutal simplemente por parecer lo que no era y, en su jardín, montó un fascinante juego de muñecos y maquetas para poder afrontar su penosa realidad. Y ahí es donde se convirtió en el verdadero héroe con el que soñaba.

Es tiempo de tomar el té y, sin prisa, dejarse llevar en volandas por todos esos pedazos de cine de acción frenados casi con brusquedad por los trozos de vida que intentan recomponer, ante todo, razones para seguir adelante. No hay que olvidar que solemos ser nuestros recuerdos y, si nos los arrebatan, quedará muy poca cordura para que la voluntad siga queriendo levantarse todas las mañanas sin sudores fríos. Y, al fin y al cabo, todos, de una manera o de otra, hemos estado en Marwen, tratando de imaginar cuál sería nuestra siguiente hazaña.

miércoles, 6 de marzo de 2019

REBECA (1940), de Alfred Hitchcock

Dulce señora sin nombre que te enamoraste de un hombre encantador que algo oculta en su pasado más reciente. Le encontraste ahí, mirando al mar, como queriendo alcanzar algún sueño cuando lo que deseaba realmente era dejar atrás alguna pesadilla. Quisiste hacerle feliz haciéndote cargo de una mansión fabulosa llamada Manderley, como si anhelaras echar de allí a los fantasmas que la habitaban, incluido el de una dama que a todos conquistaba con su elegancia, con su sonrisa, con su belleza y su inteligencia. Se llamaba Rebeca. Sí, tenía un nombre, no como tú. Ella leía la correspondencia, la contestaba, se ocupaba del menú sugiriendo platos a la señora Danvers. Organizaba fiestas opulentas y se ocupaba de mantener la fachada de Manderley y todo lo que representaba en una impoluta apariencia de señorío. Nada más lejos de la verdad, dulce señora sin nombre.
Quizá una noche, ella mostró su verdadero rostro y a Max, tu marido, se le vinieron todos los cielos al infierno. Tal vez no quisiera ejercer como la señora de Winter y esa respetable apariencia que se ocupaba de mantener no fuera más que la misma mentira de sus sentimientos. Su sombra era alargada, pero falsa. Su elegancia era magnífica, pero sólo exterior. Era la más hermosa de las criaturas, pero también el más horrible de los monstruos. Sé que deambulas por los rincones de Manderley y te la encuentras a cada paso, pero no deberías dar demasiada importancia a tus tropiezos, dulce señora. Todo es decorado, todo es tan ideal que, por fuerza, tiene que ser muerte y, para demostrártelo, Manderley arderá, dejando en sus cenizas el recuerdo de dos mujeres que nunca tuvieron que pisar sus suelos, ni gobernar sus muros, ni airear sus cortinas, ni vivir entre sus paredes.

La primera aventura americana de Alfred Hitchcock dejó a todos boquiabiertos y maravillados. Rebeca es Joan Fontaine, es Laurence Olivier, es Judith Anderson, es el peso del recuerdo, tan inamovible, tan aplastante, que puede aniquilar cualquier otro intento de vida mientras la crueldad se extiende por corazones de piedra y por memorias en trance de olvido. No faltan los advenedizos que, presos de la envidia, tratan de hacerse con las existencias ajenas invadiendo sus debilidades hasta la humillación. Bien lo sabes, dulce señora sin nombre, porque estuviste al servicio de una estúpida que apenas pudo creer en su derrota de tan alto que creía hallarse. Anoche, soñaste que volvías a Manderley y que empezabas de nuevo en algún lugar de la Costa Azul, dispuesta a salir de tu hoyo de timidez y ninguneo y abrazar al amor de tu vida al que crees demasiado lejano cuando, en realidad, está mucho, mucho más cerca de lo que nunca llegarás a pensar. El amor es así, dulce señora. Sólo depende del punto de vista con el que te arriesgues a observarlo. 

lunes, 4 de marzo de 2019

NEGOCIADOR (1998), de F. Gary Gray

Existen algunos individuos especializados en psicología criminal que se dedican a negociar con los delincuentes cuando hay rehenes de por medio. Y llega el caso en el que un negociador tiene que negociar para limpiar su nombre y salvar su vida. Quizá sea algo bastante contradictorio porque, al ser parte implicada, es posible que cometa algún fallo en su análisis de la situación. Danny Roman tiene por delante una papeleta complicada. Un amigo muerto, la sospecha de corrupción, un despacho tomado con un teniente de policía dentro…Va a ser difícil que la negociación llegue a buen puerto.
Claro que la primera condición que pone Danny Roman es que venga otro negociador desde la parte opuesta de la ciudad. Es tan bueno como él, o eso dicen. Se llama Chris Sabian y le pillan negociando con su hija. El caso es que Danny Roman sabe lo que se hace porque ha oído por ahí que Sabian es un tipo perspicaz, que puede darse perfecta cuenta de lo que intenta Danny, que puede despojarse del peso de estar rodeado de policías que pueden tener algo que ver con lo que persigue Roman. Y lo que es más importante, Sabian puede ser una ayuda.
Así que ahí está, en ese despacho, intentando averiguar por qué ha muerto un amigo y quién es el que intenta implicarle en la sospecha de corrupción. Por el camino, su habilidad psicológica hará que algunos de los rehenes le tomen simpatía. Al fin y al cabo, una de las cosas que quiere Roman es acabar con algunos de los policías más impresentables de toda la ciudad. Nada es lo que parece y todo es como se presenta. Sabian intenta seguir el manual del buen negociador, pero nada vale con Roman. Y lo que se presenta como una apasionante partida de ajedrez entre dos negociadores de alto nivel, comienza a ser paulatinamente una búsqueda de la verdad compartida, con dos negociadores que juntan sus esfuerzos por destapar la corrupción policial. No está mal. Todo en una noche. Roman tiene muchos enemigos dentro de su distrito y eso es algo que no es normal teniendo en cuenta que es uno de los mejores negociadores del país. Algo extraño está pasando y habrá que estar alerta en cuanto al movimiento de ojos de la gente a la que se pregunta, a sus expresiones, a sus posturas, a sus cambios de opinión, al reflejo en el espejo y al engaño perpetuo. Son dos expertos en eso y va a ser muy difícil que todos sepan dónde han colado su mentira.

Excelente película de acción y diálogo, donde Samuel L. Jackson y Kevin Spacey demuestran lo que son capaces de hacer cuando detrás de ellos hay una dirección sobria y un guión sólido. Desde el otro lado de la valla del perímetro de seguridad, habrá que tomar toda afirmación como una media verdad, toda actuación como una media mentira, toda cesión como una media comprensión y todo convencimiento como una trampa que puede volverse contra nosotros. Atrás, señores. 

viernes, 1 de marzo de 2019

MAREA ROJA (1995), de Tony Scott

La vieja guardia militar y el moderno mando universitario se encuentran en el reducido espacio del U.S.S Alabama, un submarino nuclear de última generación destinado a las aguas del Pacífico más frío. El salto generacional está servido y las órdenes se repetirán…sólo hasta cierto punto. La tensión militar crece y se está al borde de una guerra por culpa de unos rebeldes rusos partidarios de socavar el poder mundial de los Estados Unidos. El conflicto estalla cuando se recibe un mensaje cifrado a medias que puede significar la orden de lanzamiento de misiles o la retirada. En el estamento militar, los razonamientos pueden sobrar. La prudencia es un signo de debilidad. Y, hay que reconocerlo, tal vez la mirada del veterano comandante hacia su segundo, no sea precisamente de comprensión. Recela de él…tal vez porque es más listo que él.
Cuando las órdenes pueden significar el holocausto nuclear, es lícito cuestionar esas órdenes. Los militares también son humanos. El deber no es una etiqueta que se cuelga al cuello, igual que las llaves del botón, para gritar que ante todo está él, con razón o sin ella. Y que los protocolos de ataque deben de ser llevados al extremo en una situación de emergencia. El personal del U.S.S. Alabama es competente, pero también muy leal al comandante de la nave y ese advenedizo de segundo oficial no es más que un petimetre de Harvard que no tiene las agallas suficientes como para cumplir las órdenes. ¿Es ése el enfoque que hay que dar al servicio en estado de alerta?
Todos ellos han sido entrenados. Para bien y para mal. Incluso la tropa dará un par de lecciones de profesionalidad y de trabajo bajo presión para que la razón impere. Y habrá que soportar un par de puñetazos cuando la rabia pueda al mando. La decisión de enviar un misil nuclear a cualquier objetivo no debe partir de un solo hombre. Y la marea roja debe evitarse a toda costa. Ante todo, y sobre todo, está la vida de millones de personas.

Denzel Washington realiza un trabajo admirable en la piel de ese segundo que cree que hay que estar en posesión de una seguridad completa para actuar en una orden de lanzamiento de misiles. Gene Hackman, sencillamente, demuestra lo enorme que siempre ha sido, con un dominio de miradas crueles, que traspasan, que ponen de manifiesto el peso del mando frente a un intento de motín, que describe cómo cada una de sus arrugas están curtidas en mil batallas anteriores. Por el camino habrá discusiones sobre cuál es el auténtico Estela Plateada, sobre la velocidad de hiperespacio ordenada por el Capitán Kirk de Star Trek, sobre el dominio de la tensión cuando la situación resulta ser desesperada y, también, del valor del sacrificio cuando se pone en riesgo la seguridad de la nave. Cuando se ve esta película, hay que endurecer las tripas y colocarse en medio de una discusión entre dos actores que son capaces de sonreír mientras, con los ojos, están lanzando sus propios misiles sobre el objetivo más cercano.