miércoles, 27 de diciembre de 2023

ANATOMÍA DE UNA CAÍDA (2023), de Justine Triet

 

Con esta excelente película francesa, quiero desear a todos una feliz salida y entrada de año. El próximo artículo será el jueves día 4 de enero. Espero que, a pesar de que son días de familia, comida y locura, no hayáis dejado de ir al cine. Ésta es una buena opción.

Ella es alemana. Él es francés. Ella es una escritora de cierto éxito. Él es un oscuro profesor que quiso escribir y que se encuentra asediado por los sentimientos de frustración y culpabilidad. En un principio, era una pareja abierta, pero feliz, hasta que la desgracia se instaló en sus vidas. Él aparece muerto. Y aunque todo apunta a un aparente suicidio, hay circunstancias tremendamente sospechosas que apuntan hacia ella. De este modo, asistimos a la disección de una caída, de sus motivos, de sus confusiones, de sus desenlaces y de los abismos que ellos mismos habían creado. El vacío se erguía entre sus deseos. Y el asesinato asomó la cabeza pidiendo testificar en un juicio basado en premisas de especulación.

De esto modo, podemos comprobar que el carácter germánico de ella es de una pieza. Para los teutones, las cosas son como son y no tienen más vueltas. Para él, volver hacia el problema una y otra vez no ofrecía ninguna vía de escape en ese jeroglífico que siempre es la convivencia. Los testimonios comienzan a ser contradictorios. Puede que sí, pero también puede que no. La ambigüedad se instala en el estrado del tribunal. El fiscal es insospechadamente insidioso, añadiendo coletillas de incomprensión e intransigencia. Sólo hay una prueba científica y no es concluyente. Nadie sabe lo que realmente ha pasado. Quizá, salvo al consabido morbo de la prensa, a nadie le importa.

Sin embargo, hay un tercer jugador del rompecabezas. Es el personaje aparentemente más débil y necesita una mayor protección. No ha tenido acceso a todos los hechos porque es lo que correspondía a una persona que estaba limitada físicamente y que, además, era lo más preciado para la pareja. En el juicio sale todo a relucir. Cómo se llevaban, cómo discutían, con grabaciones de una discusión en la que se trazan nítidamente las líneas de comportamiento de uno y de otro. Y ese niño que apenas puede ver, pero que es un modelo de sensatez y de inteligencia avanzada, comienza a juntar todas las piezas que le faltaban. Es como si a alguien se le recitara unos versos y se le hurtara la última palabra de cada línea. Con el proceso, consigue completar todas las estrofas. Al fin, el poema tiene sentido, tiene ritmo, tiene sentido y tiene conclusión. Es una demostración de cómo alguien que es ciego puede llegar a ver más que cualquiera con sus facultades completas. La caída acaba con todo y también con su propia inspección anatómica. Todo es comprensible. Todo está claro. El ciego enseñará el camino. Con especulaciones similares a las que ha hecho el fiscal. Y la justicia, que también es ciega, se quitará la venda de los ojos.

Justine Triet ha dirigido con fuerza y claridad una película que guarda una virtud insospechada y es la capacidad de absorber la atención del espectador, secuestrado por captar los detalles de esa trama que se teje alrededor de una familia que ya no funcionaba y que clamaba por un final. Maneja la cámara con un estilo casual, como si pasara por allí y fuera testigo de todo el litigio que pone en entredicho la inocencia de la escritora alemana mientras desgrana todo un muestrario de pruebas supuestas y hechos difuminados. El resultado es un largometraje apasionante, ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes y serio candidato a los Oscars, realizado con rigor e inteligencia, sin querer influir en el espectador y con una enorme honestidad dentro de ese raro sistema judicial francés que permite el careo entre los interesados en medio del testimonio de los testigos. Lo cierto es que también es un aviso sobre aquellos que parecen espectadores tangenciales de lo ocurrido y guardan claves indispensables para que la verdad se abra paso. En esta ocasión, estamos ante una película que acaba por ser realmente verdadera. Seamos justos.

viernes, 22 de diciembre de 2023

ORDET (La palabra) (1955), de Carl Theodor Dreyer

 

Con estas palabras acerca de una película única, ya cerramos el blog hasta el martes 9 de enero. Como siempre habrá dos excepciones y serán referidas a los estrenos que se publicarán el jueves 28 de diciembre (tranquilos, no es una inocentada) y el siguiente jueves día 4 de enero, retomando, como he dicho, el ritmo habitual a partir del martes 9. Quiero desear a todos una Feliz Navidad y un Feliz Año Nuevo. Y leed atentamente este artículo. Dice cosas. 

El amor. Ese aire especial que inunda cada rincón de la vida. Esa condición inasible para hacer que toda una existencia merezca la pena. El amor arrasa. El amor impulsa. El amor perdona. El amor acepta. El amor es ese comodín que vale para todas las sensaciones humanas. Es ese momento suspendido en algún lugar en el que se navega por la piel de la otra persona, deseando que sea un mar infinito, con las olas como arrugas y el rostro como remanso. El amor es aquello que hace que no haya nunca ni un segundo en el que no estemos pendientes del otro. El amor es la escucha. El amor es la respuesta. El amor es la pregunta y la clave de la cuestión. La locura coquetea estrechamente con el amor y, a menudo, es un maridaje en el que caminan juntos como si fueran dos enamorados que se complementan a la perfección. La rutina también es amor. En esa luz que entra por la ventana. En esa sombra que proyecta alguna tiniebla de recogimiento. En ese deseo porque salgan las cosas para alcanzar un escalón más en la ascensión hacia la felicidad más absoluta. En ese mimo por las cosas que hace que un café sepa a conversación y unas palabras, a galleta recién hecha. Dios anda por ahí, susurrando al oído que está presente porque está el amor y Él suele estar en aquellos lugares donde se nota que el ambiente está cargado del más noble de los sentimientos.

Más allá de eso, en una granja, en medio del viento danés, una familia se debate entre sus propios problemas porque tratan de encontrar la palabra exacta para que no se vaya lo que tanto les ha costado ganar. Por un lado, la estabilidad proporcionada por el cariño y la bondad. Por el otro, la seguridad de amar y ser amado aunque la fe muestre sus debilidades. Aún por allí, la locura se ha hecho con un rincón por culpa de la fe excesiva, del estudio obsesivo y de la ausencia de creer. Todo es un universo que no acaba de encajar en el plan más divino porque, sencillamente, estamos sometidos a los vaivenes humanos. Sin embargo, en medio de la desgracia más terrible, cuando las lágrimas son imparables e inagotables, la locura se vuelve serenidad y la fe se asienta para pedir lo imposible. Y el deseo es concedido. Sin más explicaciones. No hacen falta. Sólo la sonrisa de la infancia acepta con normalidad lo que la razón no puede asimilar. Y la felicidad está ahí justo, en medio del júbilo, del abrazo inmortal que sólo el amor puede establecer. El amor sin condiciones. Sólo con la vida.

Carl Theodor Dreyer dirigió esta obra maestra del cine que, sin duda, estremecerá a todos, sea cual sea la creencia o el agnosticismo que profesemos. En esta película, hay sinceridad, sin ningún énfasis, sin mediar ese intento de convencimiento que a tantos revienta. Es sólo una historia de fe, de vida y, sobre todo, de amor. Un amor que debe manifestarse todos los días y que, en esta ocasión, lo hace a través de la fe. Fe en nosotros mismos. Fe en los que nos rodean y nos quieren. Fe. Sólo fe. Como estilo de vida. Como un signo, de cualquier tendencia, que hace que las personas encajen, por fin, exactamente con sus propios actos. Sin médicos de alma. 

jueves, 21 de diciembre de 2023

LA SOCIEDAD DE LA NIEVE (2023), de Juan Antonio Bayona

 

A finales de 1972, un grupo de jóvenes se encontraron a Dios en la última cumbre de los Andes. Descubrieron que Dios estaba en la profunda amistad que sentían unos por otros y que el verdadero aliento de la vida estaba en su voluntad, en su fuerza, en su inteligencia, en su empuje, en su lucha. Cuando todo estaba perdido, decidieron lo impensable e hicieron de la supervivencia, su religión. Hicieron todo y más por aguantar un día, dos, una semana, dos, un mes, dos…Y allí, en aquel lugar en donde la Tierra parece tocar el cielo con los dedos, allí mismo donde Dios parecía no estar, se dieron cuenta de que, a pesar de todo, se tenían unos a otros.

El destino puso a prueba la capacidad de resistencia de todos ellos, haciendo frente a un accidente de avión imposible, conservando la vida en un desierto de blanco y viento, apagando sus existencias con la paciencia de la agonía, combatiendo con rabia contra aludes y soledades, contra desesperaciones y derrotas inasumibles, contra pérdidas y morales. El resultado fue que, en esa última cumbre, se abrió paso la vida porque, con su corazón y con el ánimo maltrechos, fueron capaces de lo mejor tras visitar lo peor. Vivieron el mismo infierno en las alturas. Murieron en el cielo de las profundidades. Desgastaron todos los gramos de su fuerza. Y estremecieron al mundo entero con su supervivencia inimaginable.

Más allá de eso, cada uno fue un héroe en sí mismo porque todos colaboraron mientras todos perdían. Devastados y rotos, con la esperanza hecha pedazos, cuidaron al de al lado, dieron calor a pesar de estar ateridos de frío, encararon a la noche heladora con coraje de titanes, agotaron todos los recursos, extrajeron oportunidades de un lugar donde no había ninguna. Ante eso, sólo queda el estremecimiento de ser testigos de una muestra incomparable de superación, de ganas de vivir, de sacrificio, de la verdad más profunda del ser humano. Desde ese momento, ya nada fue igual en sus vidas, pero mantuvieron, a pesar de las terribles decisiones que tuvieron que tomar, el respeto por los que ya no estaban. Nada ni nadie puede imaginar lo que pasaron. Fueron gigantes en un lago de nieve que les repetía a cada minuto que iban a morir.

Cuando se camina por un abismo, sin calorías para aguantar, sin fuerzas para seguir, sólo queda alargar la mirada y desear que, tras la siguiente montaña desafiante, habrá un motivo para mantener la esperanza. En esa cumbre donde Dios sólo habitaba en el otro se hallaba la certeza de que no era un lugar para que nadie estuviera. Los dientes serrados de las cimas parecían mandíbulas dispuestas a devorar a quien osase respirar un día más entre sus amenazantes peligros. El recuento de bajas se sucede para que, sólo al final, en una letanía de júbilo ahogado, sus nombres se dijeran dos veces porque todos los que consiguieron salir de allí nacieron de nuevo tras regresar de la muerte. A veces, el destino, tras poner a prueba cruelmente la resistencia de unos muchachos, también sonríe y abre la mano para justificar lo que se hizo con la emoción de los que esperan. Puede que una lágrima, levemente congelada, también resbale por la mejilla de los que asisten a tal hazaña bajo los acordes de una música de intensidad escalofriante, o con los juegos comparativos de un sonido que no se olvida con facilidad. No es necesario comparar con otras versiones de la misma historia porque, en esta ocasión, sin que haya más espejos que los utilizados para pedir ayuda, Juan Antonio Bayona nos quiere decir que salvar la vida de un amigo es una de las cosas más grandes que te pueden pasar en la vida.

miércoles, 20 de diciembre de 2023

A LA MAÑANA SIGUIENTE (1986), de Sidney Lumet

 

Alex se despierta una mañana y no recuerda nada. Sólo tiene una pista bien grande. El tipo que está muerto a su lado en la cama. ¿Un cliente? ¿Un ligue? Está muerto. ¿Lo ha matado ella? ¿Demasiado alcohol? ¿Demasiado fuerte como para recordar lo que ha pasado? Alex no lo sabe. Todo es un enigma que no sabe resolver porque ella sólo es una prostituta de cierta categoría que ha ido con todo aquel que ha puesto el dinero por delante. Sólo hay un fulano, un ex policía ahogado en alcohol que puede ayudarla. Está de vuelta de todo y quizá posea unas facultades un tanto mermadas, pero algo del instinto del viejo sabueso puede conservar. Y todo apunta hacia un chantaje cuidadosamente planeado en el que Alex puede desempeñar un papel fundamental. La sensación de atontamiento va pasando según transcurre la mañana. El asesinato debe ser resuelto. La prostituta tendrá que tomar cartas en el asunto. Y quizá sea el peón más débil de la partida de ajedrez que se ha planteado.

Sidney Lumet dirigió con buen tino esta película que brilla por sus dos intérpretes principales como son Jane Fonda y Jeff Bridges. Dentro de un misterio, subyace un drama porque la prostituta que encarna Fonda, en realidad, está dando sus últimas bocanadas dentro del negocio. Ya empieza a dejar de ser atractiva para pasar con ella una noche loca y las preguntas sin respuesta la asolan por doquier. Demasiados ceros teñidos de verde, demasiadas copas, demasiado todo. Es la hora de ir pensando en la retirada y el único espejo que tiene para verse es ese antiguo policía que tiene la vida hundida y el pensamiento brumoso por el alcohol. La chica va a tener que luchar contra cosas que desconoce. Tal vez escuchó lo que no debía en algún lugar. Tal vez estuvo con el hombre equivocado. Tal vez, después de todo, ella sí tenía algo que ver con el asesinato. Todo son interrogantes de difícil respuesta. Y la noche se cierne sobre ella para que el silencio sea su próximo cliente.

Y es que las profesiones de riesgo entrañan cierta dificultad porque, en cualquier momento, te puedes encontrar con cosas que no habías buscado, ni querías escuchar. Que parezca todo un crimen casual de una tipa de la calle que se ha pasado con las rayitas de coca. Así no habrá duda de que ella no era trigo limpio y que el fulano que estiró la pata a su lado tampoco podía ser nada bueno. A la mañana siguiente, en los pesados márgenes de los párpados macilentos, el pensamiento avanza despacio, sin ninguna claridad, sin más objetivo que alcanzar el segundo siguiente con las luces dadas. Y sólo se quiere un escondite hasta la noche, hasta ese momento en que la penumbra disfraza todos los miedos, todos los errores, todos los caminos y todas las vueltas. El amigo, entre las sombras, no se sabe de qué lado está hasta que no desvela sus actitudes. A partir de ahí, todo entra en el viejo juego de las ambiciones que no deben ser truncadas porque la chica de todos esté en el momento menos adecuado en el lugar menos indicado.

martes, 19 de diciembre de 2023

LA SOMBRA DEL ZAR AMARILLO (1967), de Jack Lee Thompson

 

El doctor John Hathaway ha colaborado varias veces con el gobierno de los Estados Unidos en sus estudios sobre nuevas formas de cultivo agrario y nutrición. Ahora ese mismo gobierno le reclama porque tiene que robar una fórmula que parecen haber obtenido los chinos sobre una enzima modificada que hace que cultivos que parecían imposibles, como piñas en ambientes gélidos, sean posibles. Los chinos han obtenido resultados a través de los trabajos de un antiguo profesor del doctor Hathaway, al que han aislado y torturado moralmente para que trabajase para ellos. Así que el doctor Hathaway es el único capaz de descifrar esa fórmula que podría acabar con el hambre en el mundo siempre que esté en las manos adecuadas.

Todo eso está muy bien. No deja de ser una historia de espías propia de la guerra fría que puede entrar dentro de lo convencional, con toda la gama de estereotipos en juego. Sin embargo, hay varios elementos que hacen de esta historia algo diferente. Uno es que a los rusos no les hace mucha gracia que los chinos posean esa fórmula y se avienen a colaborar de una forma un tanto secundaria. La otra es que el atrevimiento y valentía que demuestra el doctor John Hathaway no es la consecuencia directa de un sentimiento de patriotismo sino de servir a la Humanidad. Y así se lo hará saber a los que controlan la misión.

Por otro lado, lo difícil, lo que es casi imposible es que Hathaway va a estar permanentemente vigilado desde el mismo instante en que traspase la frontera china y eso hace que la huida sea enormemente complicada. Más aún si el eminente científico tiene que intercambiar impresiones con el mismísimo Mao. A partir de ahí, incluso, Hathaway se convierte en una marioneta a la que quieren manejar los chinos, los americanos y, lateralmente, los rusos. Sí, porque los americanos, en su afán perfeccionista para tener todas las posibilidades controladas, han instalado un diabólico transmisor en la base cerebral del doctor Hathaway con el fin de escuchar todas sus conversaciones. No obstante, tiene una siniestra doble utilidad…

No cabe duda de que La sombra del zar amarillo no está en la línea de las películas de James Bond, como tampoco lo está en los dominios de las adaptaciones de John Le Carré. En esta ocasión, podría moverse dentro de la moda de coger las ideas de best-sellers para recoger una apasionante trama que está discutiblemente dirigida por Jack Lee Thompson, con resoluciones de planos trasnochadas como el uso del zoom inverso, o con un montaje extraño que ahorra tiempo y dinero con escenas de transición. El resultado es una película de trama eficaz, que esconde durante todo el rato sus verdaderas intenciones, y que acaba por resultar apasionante en su desarrollo y bastante deficiente en su realización. Gregory Peck,  por su parte, es eficaz en el papel del doctor Hathaway porque, a pesar de ser un científico especializado en alimentación, sin aparentar grandes seguridades, está bastante convencido de lo que hace y huye, en un acierto de composición, de las vacilaciones propias de un agente que debería tenerlas por hallarse en un terreno que no es el suyo. En cualquier caso, hay que correr, jugársela, seducir, traducir y estar en el tablero de una diplomacia que se sostiene por pulgadas enzimáticas. Un complicado rompecabezas que, en algún pasaje, hasta regala algo de humor. Entretenida. No es poco.

viernes, 15 de diciembre de 2023

EL PUENTE DE REMAGEN (1969), de John Guillermin

 

Sólo queda un puente para avanzar sobre Berlín y los alemanes no tienen nada con qué defender su propia retirada. Al Mayor Krueger le han prometido dos divisiones blindadas, mil seiscientos hombres y armamento suficiente como para detener dos avalanchas americanas. Sin embargo, nada de eso es cierto. Los alemanes no son capaces de afrontar la verdad y su ejército está prácticamente deshecho. No hay tanques, no hay armamento, no hay explosivos y sólo posee doscientos hombres malamente pertrechados. Los americanos mandan a un destacamento para inspeccionar el puente y da la casualidad de que siempre es el mismo. Son esos tipos a los que siempre eligen para ser punta de lanza de cualquier operación y están un tanto cansados de ser punta y de ser lanza. Y por detrás de ellos vienen algunos mandos que se debaten entre el deber y la ambición. No es plato de gusto para unos guerreros agotados, que se van diezmando a medida de que pasan los días de combate. Allí está el puente y, una vez que han llegado, nadie sabe muy bien qué hacer con él. Los alemanes quieren destruirlo. Los americanos quieren destruirlo. Y se arma una batalla porque cada bando cree que el otro pretende lo contrario.

Mientras tanto, el Mayor Krueger comprueba de primera mano la corrupción en el pueblo alrededor del puente y cómo cada uno se sube a la primera bandera que pasa por delante por una simple cuestión de ventaja. El Teniente Phil Hartman, valiente, veterano, bastante justo en sus decisiones y algo discutido por algunos de sus subordinados, también está llegando a las últimas bocanadas de bravura porque cada vez soporta peor asistir a la muerte de sus amigos. Esta maldita guerra parece no acabar nunca y ya se sabe que los alemanes harán todo lo posible para perder con honor. Y el honor es una palabra que no rima demasiado bien con batalla.

Excelente película dirigida por John Guillermin, con un reparto en el que no hay grandes estrellas, pero sí actores muy competentes como George Segal, Robert Vaughn, Bradford Dillman y Ben Gazzara. Es un título que ha caído algo en el olvido general porque, probablemente, en el momento de su estreno no llamó demasiado la atención porque lo que se vendía, por aquel entonces, era el cine de comandos y misiones suicidas tales como Doce del patíbulo, de Robert Aldrich; La brigada del diablo, de Andrew McLaglen o El desafío de las águilas, de Brian G. Hutton. Sin embargo, es una película bien llevada, espléndidamente interpretada con especial mención a George Segal, más duro y más amargado que en sus habituales papeles, con escenas realmente meritorias de batalla y de movimiento de masas y con cierta calidad en todos sus extremos. Quizá al final se agote un poco la munición, pero se perdona con facilidad por la profesionalidad de todos los que intervinieron en ella, actores sólidos, alejados del estrellato, que daban lo mejor de sí mismos en una película que, pasara lo que pasase, iba a ser menor.

Así que es hora de cruzar este puente incómodo. Los alemanes no saben si volarlo o esperar hasta el último momento para facilitar la retirada de su ejército. Los americanos no saben si volarlo para aislar esa misma retirada o cruzarlo a toda velocidad para llegar a Berlín antes que los rusos. La respuesta está en una explosión que nunca fue lo suficientemente violenta y en un camino lleno de pitilleras de oro.

jueves, 14 de diciembre de 2023

MAESTRO (2023), de Bradley Cooper

 

Hubo una vez un compositor y un director de orquesta que llegó a límites insospechados de la música contemporánea. Combinó con singular fortuna el jazz, la música popular y el academicismo más exquisito para dar forma a algunas de las piezas más impresionantes que se hayan interpretado en una sala de conciertos. En su genialidad, siempre sensible, mantuvo un apoyo sin fisuras de una persona que soportó todos sus defectos y, entre ellos, su egoísmo desprovisto de maldad porque, en su historia de amor, él busco entretenimientos pasajeros que le sacaran del aburrimiento y del agobio que sentía por la presión del éxito. Tocó todas las notas de su vida, una tras otra, formando un arpegio que, aunque imperfecto, hizo de él una leyenda del atril.

Y es que Leonard Bernstein encontró el amor verdadero en Felicia Montealegre, una actriz de origen chileno, que supo lo que él era, lo que él significaba y en lo que se iba a convertir. En ella no sólo obtuvo el respaldo necesario para desarrollar su arte, sino también su espejo, su voz de la conciencia. Ni él mismo se daba cuenta de que, en todos sus pentagramas, ella estaba presente porque, en algún momento, sintió que la vida era realmente insoportable y buscó a otros para que la diversión difuminara la búsqueda de su propia genialidad. Sólo al final se dio cuenta de que, como ella, no habría nadie más, nadie haría de él esa persona única que dirigía de forma tan particular, casi bailando en el estrado, llevando a Mahler hasta alturas insospechadas de sonoridad y sentimiento, subrayando la importancia de hacer que los jardines de la convivencia de una pareja crezcan hasta lo mejor que supieron, alcanzando el sentimiento de unos salmos sorprendentes en su encaje y, por supuesto, preguntando a todos si tienen alguna pregunta formulada desde la candidez. Bernstein fue un genio. Felicia Montealegre, también.

Con Martin Scorsese y Steven Spielberg en la producción, Bradley Cooper desarrolla una película algo irregular, combinando algunos momentos realmente grandes, con transiciones imaginativas y otros, quizá, algo reiterativos en el dibujo reprochable de un hombre que nunca supo dónde se hallaba la felicidad hasta que fue demasiado tarde. Su esfuerzo interpretativo resulta encomiable, con una transformación física sorprendente, pero, por encima de él, hay que destacar el soberbio trabajo de Carey Mulligan, otorgando profundidad y sentido a una mujer que fue todo en la vida del director aunque ni él mismo se diera cuenta. La música de Leonard Bernstein no sólo es incidental a lo largo del metraje, sino que también ocupa la banda sonora dando ambiente a las discutidas decisiones, sobre todo sentimentales, del gran músico. El conjunto consigue llevar al espectador en brazos de los pentagramas del genio en algunos pasajes y se detiene precariamente una y otra vez en el problema de la bisexualidad promiscua sazonada de excesos para superar los miedos de alguien que fue saludado como el primer director de orquesta estadounidense de prestigio de la historia. Por otro lado, se obvian algunos momentos legendarios como el concierto que Bernstein ofreció con la Filarmónica de Berlín a los pies del muro derribado en 1989 interpretando la Novena Sinfonía de Beethoven y cambiando la palabra “alegría” por “libertad”.

Aún así, es una buena película y, en sus trechos sobresalientes, se disfruta de una música que van desde La ley del silencio hasta los Salmos de Chichester pasando por el ballet Fancy free que dio lugar, posteriormente, a Un día en Nueva York. Sin él, la música clásica, hoy en día, no sería igual porque, con su estilo, trasladó entusiasmo y corazón, tocando todas y cada una de las notas de un arpegio en el que él mismo se encargó de poner la nota disonante. Al fin y al cabo, todos nosotros lo hacemos. ¿Alguna pregunta?

miércoles, 13 de diciembre de 2023

ESTÁN VIVOS (1988), de John Carpenter

 

Todo comienza con una simpleza. Como si hubiera una especie de resistencia algo fanatizada y bastante inútil contra el poder establecido. Ese mismo que se mueve entre las finanzas y los medios de comunicación. Alguien como Nada no cuenta para ídem. Es sólo un obrero, un trabajador cualquiera al que le llama la atención que haya unos cuantos acampados en chabolas delante de la parroquia de su barrio y que a las cuatro de la mañana haya movimiento en ella. Algo estúpido, poco corriente. Nada. Sin embargo, las narices sirven para meterlas en aquellos sitios donde huele y Nada descubre algo sin demasiado sentido y a punto está de tirarlo todo a la basura y que todo quede en la típica resistencia débil aplastada por la policía, desalojada a la fuerza y llevándose al párroco detenido. Un incidente más dentro de esta civilización deshumanizada e indolente.

Sólo un gesto rutinario, inocente, ínfimo es lo que abre los ojos a Nada. Sólo ponerse unas gafas de sol y las cosas se convierten en una trampa mortal dominada por unas extrañas criaturas que han adoptado una apariencia humana. Y nunca mejor dicho. Una apariencia humana. Ni los mismos humanos saben y pueden distinguirlos. Todo está inundado de mensajes subliminales para ejercer una dominación desde los ceros y las líneas de definición televisiva. Parece de locos. Es posible que sea parte de ese mundo cuya entrada ha sido prohibida a gente como Nada. Y Nada no entiende ídem. Están vivos. A su alrededor. Y se comunican entre ellos. Y van a por él. Va a ser difícil convencer al mundo de que se han instalado entre nosotros y que viven como si fueran nuestros vecinos de todos los días. Mientras tanto, el plan monstruoso sigue creciendo. Y, en algún lugar, una antena parabólica consigue interferir en la visión humana para que no sepamos cuál es la verdad.

No cabe duda de que la imaginación es parte importante de esta relajada película de John Carpenter. Tras la apariencia del terror, el rebelde por excelencia del pánico americano cuenta una historia en la que pone en solfa la alienación de la sociedad por parte de los poderes fácticos que dominan la modernidad sin saber que, en el fondo, estamos rodeados de monstruos insensibles que pueden acabar con todo de un plumazo. Con actores no demasiado conocidos salvo Keith David que acabaría cogiendo fama en años posteriores y Meg Foster, probablemente la actriz con la mirada más cristalina del cine, Carpenter articula una fábula que guarda un improbable sentido del humor en todas sus secuencias porque trata de atacarnos de improviso, dejándonos perplejos y pensativos, mediante nadamos entre las aguas de la serie B con un punto de caspa y con una conciencia continua de que no se está tomando nada demasiado en serio. Sorprendentemente, la película fue un éxito mayúsculo en el año de su estreno a pesar de su evidente falta de pretensiones y del intento, por parte de grupos radicales, de arrimar la historia a su ascua. Nada que ver. Nada pondrá las cosas en su sitio. Con el anular levantado. Ya lo verán. Sólo hace falta ponerse unas gafas de sol.

martes, 12 de diciembre de 2023

SÓLO LOS ÁNGELES TIENEN ALAS (1938), de Howard Hawks

A veces, volar es algo carente de sentido. Unas montañas casi insalvables que tapan la salida por aire de cualquier cosa que tenga alas convierten el intento en algo casi grotesco. Es como si un trapecista quisiera realizar sus imposibles acrobacias sin red. El peligro estará ahí, pase lo que pase. Y el tiempo aumenta el riesgo porque, a pesar de estar en algún lugar remoto de Argentina, parece el lugar donde las ventiscas se almacenan para luego salir despedidas como niños en un recreo. Para una corista de tercera, aquello es lo más inhóspito que se puede imaginar. Sólo que hay un hombre lo suficientemente valiente como para llevar una compañía aérea en aquel lugar, donde ni los pájaros se atreven a volar. Además, está en un aprieto, y va a pedir a todos sus pilotos que arriesguen un poco más. Como si eso fuera posible. Sí, sin ninguna duda, sólo los ángeles tienen alas.

Es un tipo que se hace querer con facilidad porque, debajo de su imperturbable expresión en la que parece que no le importa nada, se remueve una tormenta de sentimientos en la que sobresale el de culpabilidad. Apenas puede aguantar la pérdida de uno de sus pilotos, pero nunca lo muestra. Sabe que no hay otra salida si quiere que la compañía permanezca en el aire. Ha trabajado y sacrificado mucho, incluso el amor, para estar allí, al lado de las cumbres impenetrables cercanas a la pampa. Y tiene que seguir adelante, aunque eso signifique la soledad más absoluta en el rincón más recóndito de la Tierra.

Howard Hawks fue aventurero profesional antes que director de cine. Y una de sus ocupaciones anteriores fue la de aviador. La pasión de volar es algo bastante frecuente dentro de su cine y aquí se decide por homenajear a los hombres que son capaces de transportar comida, correo, medicinas o género mientras arriesgan su vida a los mandos de un aeroplano que, en condiciones paupérrimas, parecen hechos de papel. Siempre a merced de los vientos, de las nubes cegadoras, de la nieve intransigente, de los trámites burocráticos, de los papeles y manifiestos, de la gasolina, de la revisión de motores, de ese huracán de cara que parece poner una mano delante del avance. Para él, eran auténticos héroes que desafiaban todo tipo de dificultades y que trataban de hacer su trabajo de la forma más eficiente y más segura aunque no siempre era posible. Cary Grant, Jean Arthur, un conmovedor Thomas Mitchell y una juvenil Rita Hayworth se hallan en el reparto, dando verdad a pesar de algún que otro vestuario que bordea el ridículo. En esos rostros angustiados que esperan en la estación de radio hay más cine que en auténticas epopeyas que nos han querido vender como si quisiéramos quedarnos en la guarida de lo mediocre. Los cielos acogen a estos ángeles con verdadero júbilo, porque, en ellos, está la gracia alada de unos seres de los que nunca supimos su nombre y ni siquiera nos paramos a pensar en ellos. Howard Hawks y su sangre de aventuras lo hicieron porque él fue uno más a los mandos.

 

martes, 5 de diciembre de 2023

NOCHE DE PAZ (2023), de John Woo

 

Con motivo del puente de la Constitución y la Inmaculada, cerramos el blog hasta el martes 12 de diciembre para enfilar la recta final hacia la Navidad. Mientras tanto, siempre lo digo, id al cine. No lo creeréis, pero nos ayuda a sobrevivir.

Brian ha perdido la voz. No tiene el derecho de gritar. Sólo puede derramar lágrimas por todo lo que ha perdido y nunca son suficientes. Siempre hay alguna más que quiere salir. El silencio se ha convertido en su modo de protestar. A su lado, hay alguien que quiere amar y desea ser amado, pero Brian prefiere ahogar sus penas en el fondo de muchas botellas. Sólo busca la muerte porque todo se fue. Malditas bandas. Han arrebatado muchas vidas de una forma o de otra. Ahora van a pagar por todas ellas.

Brian decide ir a por todos y cada uno de los responsables de tanta basura moral, tanto vertedero de corrupción. En el mundo de las bandas, la droga es la causa de todo y Brian sólo es un simple electricista que ya no tiene nada que perder. Aparcará la bebida y el cariño de su pena y se preparará para una noche de paz eterna. Músculos, reflejos, técnicas, trampas, resistencia, ánimo, empuje, soledad, rabia, rencor…Su silencio habla mucho y se oye muy poco. Los va a matar. Aunque él vaya incluido en el paquete. Ya está en lo más bajo de la consideración humana… ¿qué más da bajar un poco más?

El director John Woo realiza un interesante experimento de resultados dudosos. Articula una película sin diálogos. Sólo hay alguna que otra palabra incidental y esporádicos partes radiofónicos. El resto es el mismo silencio en el que se ha sumido el protagonista. Para ello, acuda a una historia simple, sin muchos recovecos, sin dobleces. Todo es lineal, con algún que otro flashback para justificar la conducta del personaje principal. Sin embargo, comete un error. Woo cansa con tanto cadáver, tanta brutalidad que acaba por ser irremediablemente efectista a pesar de que establece unas pretendidas reglas de realismo. En su haber, el muy esforzado trabajo de Joel Kinnaman, que siempre recuerda a aquel Keith Carradine de los setenta y ochenta, que debe dotar de entidad a base de simples expresiones faciales a un personaje que no puede hablar. Y, hay que reconocerlo, en algunos instantes, llega a ser brillante.

Por otro lado, mucho disparo, mucho cuchillo, mucha salpicadura de sangre, metáforas algo planas, cosas que uno no se acaba de creer, otras que sorprenden por su evidente posibilidad, pesadillas urbanas, tatuajes a granel, cierto parecido a Taxi Driver sin llegar a su profundidad ni intención y huesos más rotos que unas promesas electorales. Y como diría Shakespeare, el resto es silencio.

Hay que mancharse las manos de sangre para lavar la de las verdaderas víctimas de una violencia que pone en peligro la misma existencia en la calle. Adictos de todas las edades acuden a su proveedor habitual sin pensar siquiera en que están alimentando organizaciones criminales que, con su sentido anárquico y su desprecio por cualquier vida, están tomando el control de sociedades enteras. Y, tal vez, no es posible rebelarse porque preferimos quedarnos cómodamente en el salón de nuestras casas quejándonos, eso sí, de lo inseguro que es el mundo en el que vivimos. Nadie hace nada por resolver un problema tan básico como es el tráfico de drogas y toda la sindicación criminal que conlleva. Cuanto más dependiente seamos, más fáciles seremos de manipular, porque no nos importará nada más que la próxima dosis y el dinero que cuesta. Y el individuo que entregue su propia vida con tal de acabar con los maníacos de la suciedad, del sudor más vil y del crimen, será tomado por loco, por alguien que, en el fondo, no merece seguir viviendo. El mundo se está volviendo del revés y el rencor va imponiendo su silencio porque es posible que sea un nuevo sistema contra el que no queremos rebelarnos. 

viernes, 1 de diciembre de 2023

EL GRAN HOUDINI (1953), de George Marshall

 

Entre los bastidores de la ilusión, surge un hombre que quiere ir más allá que ningún otro en el desafío de lo imposible. Esto no sería más que una pomposa frase publicitaria si, en realidad, ese hombre no hubiese existido. Harry Houdini asombró a propios y a extraños con su osadía casi provocadora intentando realizar los trucos más asombrosos, casi siempre en la vertiente del escapismo, poniéndose en el mismo centro de los medios más hostiles con tal de dar a su evasión un aire épico e impensable. Cada vez había más agua, cada vez había más esposas o ataduras, cada vez había más cadenas, cada vez había más minúsculos habitáculos rodeados de candados cerrados a cal y canto. Eso hizo que coqueteara con la muerte. Al fin y al cabo, era un hombre atractivo y creía que había algo al otro lado.

Sí, es posible todo eso, pero bastante improbable. La pretendida biografía de Harry Houdini, sin ser despreciable porque tiene valores cinematográficos más que evidentes, no deja de ser una versión algo novelizada de su vida. Al final, no se salvó, pero tampoco amó como aquí se describe. Intentó superar los retos más difíciles, acaparando las expresiones de susto y asombro de todos los espectadores y de la prensa mundial, pero no era tan atractivo. Y, por supuesto, es posible que creyera en el más allá, pero no fue, ni mucho menos, un destapador de conexiones fraudulentas con el otro mundo. Revolucionó el mundo de la magia y del ilusionismo, sin duda. Fue más allá que ningún otro, también. Y perdió el punto de vista de hasta dónde podía llegar.

Al mando, George Marshall, un director de cierta eficacia del que podemos recordar su incursión afortunada en el cine negro con el único guión firmado enteramente por Raymond Chandler en La dalia azul. Enfrente, una bellísima y joven Janet Leigh y, por supuesto, el primer aviso de Tony Curtis, diciendo con cierta autoridad que allí había un actor que valía para algo más que para aventuras juveniles de capa y espada y para comedias tontas e intrascendentes. Sin dejar de estar relajado en todo momento, Curtis fue capaz de ejecutar muchos de los trucos que salen en la película y de barajar diversos registros interpretativos que no hicieron más que beneficiar la lujosa puesta en escena, con ambientes muy conseguidos y duelos con la muerte que, en ocasiones, hasta podían dejar algo helados.

Y es que todo vale con tal de ganarse la atención del público. Un mago e ilusionista trata de ganarse la atención del público, al igual que una película que habla sobre la vida de ese mago e ilusionista. Es casi un bucle sin fin que puede terminar en el próximo nudo, prisión de cáñamo o hierro para el nuevo número que sólo trata de distraer para ejecutar con facilidad algo que parece tremendamente inalcanzable. Ya se sabe, lo difícil no es hacerlo. Lo difícil es hacer creíble que se quiere hacerlo para disfrazar el hecho de que lo más fácil no se puede hacer. No sé si me explico. Si no, prueben a darle al off y verán como estas letras desaparecen en el vacío para siempre jamás.

jueves, 30 de noviembre de 2023

NAPOLEÓN (2023), de Ridley Scott

 

A menudo se ha reprochado al cine no ser demasiado riguroso cuando se hacen películas pretendidamente históricas. Y es bien sabido que el cine tiene permitido esas licencias siempre que respete los códigos establecidos en los primeros compases de cualquier relato. En esta ocasión, Ridley Scott opta por el entretenimiento, contando hitos de la vida del general francés, pero inventándose los cómos. El resultado es una película que, a pesar de sus intenciones de espectacularidad y de servir como instrumento de ocio, parece quedarse sólo en la superficie que otorga la pasión.

En hechuras y bordados, Ridley Scott articula una cinta que se parece más a Waterloo, de Sergei Bondarchuk, con Rod Steiger de protagonista, que a cualquier otra sobre el insigne personaje, apodado certeramente por Arturo Pérez-Reverte como “El petit cabrón”. Dejando bien claro que lo mejor que se ha hecho en este terreno pertenece a la época muda y a la dirección de Abel Gance con el mismo escueto título del nombre del emperador que se coronó a sí mismo, la película de Scott no duda en centrarse, de forma un tanto melodramática, en el amor que Napoleón sentía por Josefina y, desde luego, en su desmedida ambición de tintes enfermizos. Joaquin Phoenix dibuja a un Bonaparte introspectivo, acertado en su indisimulada reserva, ligeramente desquiciado, inevitablemente torpe en los juegos eróticos e ignorante del patriotismo al que tanto apela. Por su parte, Vanessa Kirby nos trae a una Josefina amante del juego sexual, sacrificada por amor y expectante en el rincón, soslayando los exquisitos modales que adornaban a la auténtica emperatriz y su valía de inteligencia y empuje de la que hizo gala a lo largo de su vida. Y hasta aquí se puede escribir porque uno de los grandes errores que comete Ridley Scott es no dotar a los personajes secundarios de actores de cierta entidad, salvo a Rupert Everett encarnando al Duque de Wellington que, con su gesto torcido, llega a ser bastante discutible.

Sin embargo, no hay que dudar de que la película contiene virtudes muy valorables, como la exquisita selección musical, el cuidado vestuario y, por supuesto, la espectacularidad de la muerte en el campo de batalla, aunque las contiendas dejen bastante que desear en el plano histórico. Como ejemplo, basta citar que Napoleón nunca a lomos de un caballo al frente de sus tropas. Scott, además, toma como modelo estético los múltiples cuadros que Jacques-Louis David realizó por encargo del propio Bonaparte y eso eleva la categoría visual de la cinta.

Así que cuidado con esos oficiales oscuros que desean, ante todo, ser conocidos por la multitud porque ya se sabe que la popularidad puede ser un enemigo imbatible. No vale todo para mantenerse en el poder y mucho menos si se trata de conquistar objetivos comprometiendo el futuro de la nación. Más que nada porque el resultado suele ser nefasto y se acaba con la idea primigenia que se quiere defender. La ambición también puede llevar unas apuestas botas de caña, brillantes e imponentes, para deslumbrar al enemigo con palabras de supuesta grandeza que suelen ser tan falsas como una espada sin nombre. Las cesiones cotizan demasiado alto y, en ocasiones, el propio orgullo se confunde con el deseo del pueblo. No suele ser así. Hay que poner un límite a la ambición si no se quiere acabar desterrado en una isla en la que la libertad fue sólo un espejismo que pasó de largo porque no quiso acabar guillotinada.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

EDUCANDO A RITA (1983), de Lewis Gilbert

 

-. Doctor Bryant…creo que no me está escuchando…

-. Señor Collins…creo que en realidad usted no me está diciendo nada…

-. Doctor… ¿está usted borracho?

-. ¿Borracho? Pues claro que estoy borracho. No esperará que yo enseñe todo esto estando sobrio…

-. Entonces no le importará si me voy de clase.

-. ¿Por qué debería de importarme?

Y esa es la esencia del Doctor en Literatura Profesor Frank Bryant. Ya no le hace ilusión nada. Tal vez porque un día quiso ser poeta y su mujer le dijo que habían desperdiciado sus mejores años de pasión mientras él intentaba ensamblar versos. O puede que se haya encontrado con el paradigma de la mediocridad que supone, en muchas ocasiones, la universidad. O, incluso, no ha visto más que signos de ridiculez en el claustro, con su pompa, su ceremonia y su permanente guarda de apariencias. El caso es que el Profesor Frank Bryant ya está de vuelta y le importa todo tres versos de Blake (¡qué perra han cogido con Blake!) y el caso es que todo va a cambiar de arriba abajo cuando Rita entre en su despacho, queriendo obtener un grado en Literatura. Es basta, vulgar, con una voz irritante y un sentido del humor arrabalero y, sin embargo…sin embargo tiene algo que al Profesor le subyuga. Quiere aprender. Quiere ser algo más que una simple peluquera de algún local de tercera del Soho. Y eso, para alguien que no ha sido nada, es muy importante. El Profesor se da cuenta y tratará de ayudarla, de hacer que sus trabajos sean cada vez más importantes, más cultos, más profundos. Y ella es una alumna extraordinaria. Puede que no sea muy inteligente, pero pone empeño porque no quiere ser toda su vida una cortapelos sin futuro.

-. ¿No cree que la vida no merecería la pena sin Mahler?

-. Obviamente, no.

En la crisis personal del Profesor Bryant, entrará Rita rompiéndolo todo, evolucionando desde la ordinariez a la elegancia, de la falda rosa y el zapato de tacón hasta la chaqueta y el pantalón vaquero, de la inseguridad a la elegancia. El Profesor Bryant sabe que esa chica, esa paleta de cuarta, tiene todo lo que él desea en una mujer. Él seguirá bebiendo, pegado a su botella porque es su imperceptible modo de protestar, pero ella será su obra maestra, esa poesía que nunca escribió y que se quedará en las hojas en blanco de sus próximos dos años. Es posible que Rita y Frank estén hechos el uno para el otro y,  no obstante, nunca estarán juntos.

Enorme el trabajo de Julie Walters como Rita, pero más impresionante es el de Michael Caine en la piel de ese profesor descreído, abandonado de sí mismo, lleno de polvo como uno de esos elegantes tomos que luce en su estantería, cínico, con un particular sentido del humor que viene, ante todo, de su postura de ser un espectador de la vida que se va agotando y resbalando como las gotas dentro de la botella. En el fondo, su Profesor Frank Bryant es un whisky que se va apurando. Deja restos de su paso, pero va quedando nada del hombre que fue. Y Rita le demostrará que él aún sirve para algo, para ensanchar mentes, para crear inteligencias, para motivar tesones. Y eso, aunque sea lejos, al otro lado del mundo, es toda una experiencia que hay que seguir transmitiendo aunque aquí ya no haya mundo al que regresar.

martes, 28 de noviembre de 2023

LA BIBLIOTECA DE LOS LIBROS RECHAZADOS (2018), de Remi Bezançon

 

¿Cuántas obras maestras han podido quedarse sin publicar? ¿Cuántas almas se han quedado sólo en el papel en el que se escribió su relato, o su estudio, o su filosofía a pesar de ser sinceras y muy legibles? ¿Cuántas veces lamentó en privado un escritor ese continuo rechazo a su obra que, por supuesto, él consideró tan buena mientras la escribía? En una biblioteca de la Bretaña francesa se almacenan los manuscritos de cientos de autores desconocidos que jamás llegaron a la imprenta. Y en uno de sus estantes, existe una novela, ambientada en los tiempos de Pushkin. Un relato de amor y muerte titulado Las últimas horas de una historia de amor. Un título atractivo, sereno y, a la vez, trágico. Lo escribió un tal Henri Pick, un pizzero de una localidad cercana que, entre pizza y pizza, se sentaba en su escritorio de repasar cuentas y ponía en papel todo lo que anidaba en su corazón…

Y un cuerno, dice Jean Michel Rouche, un afamado crítico literario. La novela es fantástica, inigualable, perfecta, pero de ahí a que la escriba un pizzero de un pueblo del interior de Francia, va un trecho. Investigando un poco, Rouche descubre que ese señor ni había sido visto escribiendo en su vida, ni había leído a Pushkin, ni sabía nada de Rusia…e, incluso, su hija le enseña una carta preciosa en la que no hay ni rastro de su estilo, ni rastro de intelectualidad y ni rastro de nada. Aquí hay un engaño de tomo y lomo, nunca mejor dicho, y Rouche se propone descubrir qué es lo que hay detrás de esta fantástica conspiración artística. Mientras tanto, por supuesto, su vida se derrumba porque, al poner en duda una novela de tan amplia aceptación, ha perdido su trabajo al frente de un afamado programa de televisión y, de paso, su matrimonio se ha ido al apéndice.

Sin dejar el humor de lado en ningún momento, hay que reconocer que Remi Bezançon consigue una película divertida, ágil, en la que coloca al espectador encima mismo de las pistas que sigue este individuo un tanto elitista, educado, pero bastante cínico, que trata de derribar mitos porque cree que no hay nada más allá de Víctor Hugo y que absorbe los rasgos de un actor seguro y efectivo como Fabrice Luchini. Se pasa por pueblos pintorescos, calles mojadas, ambientes limpios y fingimientos intelectuales de salón de copas de vino blanco y alta charla sobre la mejor literatura y entre esas dos fronteras debe moverse el protagonista, decidido a hacer que un libro sea sincero no sólo por lo que dice, sino también por lo que es. Y lo primero de todo es ir a ver, sentir y tocar esa biblioteca de libros rechazados que ha sacado del anonimato a un simple pizzero que, por otro lado, ha desencadenado una moda absurda por parte de los siempre caprichosos editores por buscar obras maestras en ese templo del saber mandando a un par de becarios a ver si consiguen ver algo salvable en un manuscrito titulado Las muñecas no sufren de menopausia. Cosas del mundo editorial.

viernes, 24 de noviembre de 2023

CUANDO ÉRAMOS SOLDADOS (2002), de Randall Wallace

 

Se trata de la primera acción bélica de los Estados Unidos en suelo vietnamita. Una guerra incomprensible a diez mil kilómetros de distancia. Sin embargo, los soldados elegidos van sin pestañear porque ése es su deber, porque han sido entrenados para intervenir en esas situaciones. Y no hay que hacerse preguntas. Lo que sí van a tener es muchas respuestas porque van a probar a sangre y fuego lo que significa una batalla sin cuartel que, a pesar de ganarse, no es más que una muestra de que esa guerra se iba a perder. Por allí está un reportero y fotógrafo de prensa que tratará de reflejar la historia de todos cuantos allí murieron aunque no fueron abandonados. El Teniente Coronel Harold Moore se encargará de que todos, vivos o muertos, sean trasladados como es debido a sus lugares de origen. Mientras tanto, en casa, ellas, sus mujeres esperan y esperan y unos malditos sobres amarillos parecen llegar con cuentagotas, llevando una misiva, muy cuidadosamente redactada por el Secretario de Estado, dando el pésame por el fallecimiento en combate de sus maridos. Eso, se quiera o no, también es una batalla muy difícil de librar porque, en cualquier momento, el ruido de un motor parándose en la puerta de sus casas puede ser el preludio de la peor de las noticias.

En el frente, mientras tanto, las peores cosas desfilan por el terrible teatro de operaciones. La muerte se presenta de forma brutal, sin piedad, en sus peores formas, con los peores sufrimientos. Y los sueños y los planes se esfuman con un bombardeo de napalm demasiado ajustado, o un ataque lanzado en hordas para que no haya suficientes balas que disparar. La guerra hace a los hombres demasiado pequeños y, en contadas ocasiones, demasiado grandes. Y todos mueren. Los unos y los otros. Los que escriben en un idioma incomprensible largas cartas a sus novias y los que están deseando volver para conocer a un hijo que aún se está gestando.

A pesar de ser una victoria, el director Randall Wallace sabe retratar el momento como una derrota personal porque todos aquellos hombres vieron como su vida jamás volvió a ser la misma después de probar el sabor de la sangre. Con un reparto muy eficaz, encabezado por un acertado Mel Gibson y secundado por una Madeleine Stowe admirablemente contenida en su papel de ser la primera defensa contra las peores noticias, la película guarda momentos realmente poéticos frente a otros tremendamente duros. Y es que no sólo son vidas perdidas. Son vidas trastornadas, que transforman su existencia totalmente. Sin remisión. Sin posibilidad de marcha atrás. Por la estupidez. Por la inclemencia de los hombres que siempre planean el asesinato de los demás. Por la seguridad de que la infelicidad y la desgracia se van a instalar para siempre en el corazón de muchas personas. Por defender un uniforme que empuja hacia la muerte. Por un muro conmemorativo donde figurarán los nombres de aquellos que cayeron y no tuvieron ninguna oportunidad. Por aquellos que una vez creyeron que eran soldados.

jueves, 23 de noviembre de 2023

LA ERMITA (2023), de Carlota Pereda

 

En una villa cualquiera, de esas en las que el tiempo dibuja el negro sobre los muros impávidos de la lluvia gris, corren leyendas que han perdurado a través de los siglos en las que los espíritus parecen no haber encontrado descanso. Todos los años se organiza una representación de una crueldad sin límites cuando la medicina era tan primitiva que se creía que Dios era el mejor galeno. Mientras tanto, algunas personas han desarrollado un don que intenta, una y otra vez, establecer comunicación con la víctima más inocente de aquellas indecencias. La muerte, ya se sabe, le gusta jugar con el mundo de los vivos y de los que ya no pueden protestar.

Las despedidas se han sucedido en el mantenimiento de ese don sobrenatural que se mueve tan fácilmente entre la credulidad y la falacia. Una niña lo posee y trata de entrenarlo y dominarlo para salvar la única despedida que nunca nadie ha querido experimentar. Y una mujer que mantiene la mitad de su rostro hundido entre las tinieblas reniega de él porque no comprende tanto sufrimiento sin sentido, tanto sentimiento herido, tanta desgracia que ha vaciado su corazón sin relleno posible.

La directora Carlota Pereda sorprendió con aquella Cerdita que basaba su venganza en una cuestión de kilos para adentrarse ahora en el difuso terreno de lo real y lo sobrenatural. Su escritura, durante la mayor parte de la película, es nítida y hasta ejemplar. Durante ese período, introduce elementos de inquietud, de incomodidad removida y hasta algún que otro instante de turbiedad rechazable. Sin embargo, en la recta final, parece perder el centro de visión y se tiene la sensación de que no sabe muy bien qué es lo que quiere contar. Con ese defecto, la película llega al aprobado, pero no ofrece mucho más aunque cuente con la esforzada interpretación de Belén Rueda, que se está convirtiendo en la primera dama del terror español al igual que Barbara Steele lo fue en el británico de los años sesenta. Y, por supuesto, hay que destacar por derecho propio, la ingenuidad infantil maravillosa que desprende la niña Maia Zaitegi y la ternura terminal que exhibe con seguridad Loreto Mauleón. Incluso sorprende lo poco aprovechada que está la protagonista de Cerdita, Laura Galán, en lo que es, prácticamente, una aparición especial que brilla en apenas unos momentos. Por lo demás, las hechuras de la película son notables, con una buena fotografía y una cierta seguridad en la destreza de la planificación de Carlota Pereda.

Y es que en el verde de algún pueblo de fuego y humedad se hallan esos muros que han separado cariños y que, muy a menudo, la muerte se ha encargado de edificar con piedras insalvables. Todo para que el infierno sea exclusivo de aquellas que saben mirar y soportar visiones horribles de putrefacción enfermiza, sangre de inocentes que fueron sacrificados para supuestamente salvaguardar la salud de la mayoría, madres de obsesión que quisieron mostrar los caminos del otro lado, despedidas de lágrima injusta asesinando la inocencia. Las fiestas demuestran también la indiferencia basada en la diversión cuando las llamas están ahí mismo, cruzando el siguiente prado, salvando la siguiente colina. El escepticismo trocará en acérrima creencia y la vida, quizá por última vez, se impondrá a la muerte…aunque el precio sea, siempre y sin solución, la soledad más dolorosa. Las piedras serán testigos. El fraude será desterrado. Sólo queda abrir los dos ojos y despejar el velo que nos separa de los lamentos.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

EL FARSANTE (1956), de Joseph Anthony

 

Quizá Lizzie necesite un cambio. Alguien que venda ilusión y un punto de sorpresa en medio de unas vidas aburridas y empolvadas. El tiempo ha sido implacable y Lizzie ya tiene todas las papeletas para ser una de esas chicas que se quedan para vestir santos. No, nunca ha venido alguien que plantara una semilla de alegría en el corazón lo suficientemente grande como para que ella se decidiera a dar el sí. Y ha dicho mucho que no. Y se ha convertido en un terreno yermo, algo árido y, por supuesto, bastante abandonado. Lizzie sigue esperando la lluvia.

Bill es un charlatán, un tipo que se aprovecha de la credulidad de las gentes para convencerles de que tal o cual día el agua caerá del cielo. O que un tornado se va a formar en pocas fechas en un lugar donde jamás ha habido uno. Es el hacedor de lluvia, es el tipo del que nadie se fiaría. Sin embargo, él vende ilusión aunque no hace magia. Él tiene un punto de sorpresa aunque es un oportunista algo despreciable. Puede que Bill sólo sea otro tipo que está de paso y que intentará sacar partido de la situación. Sin embargo, es posible que los milagros existan. Es posible que la lluvia caiga allí donde el sol parece estar inmóvil. Es posible que éste individuo despreciable y algo idiota sea quien encienda el corazón de Lizzie.

Y así, damas y caballeros, es como llega la esperanza. Bill promete siempre lo que no puede cumplir y, sin embargo, parece como si esta vez se removiera su emoción. La maldita solterona de ese pueblo perdido le hace sentir algo, como unas cuantas nubes que se mueven orgullosas de su tono grisáceo, como un rayo lejano caído en algún sembrado más allá del horizonte. Lizzie sabe que es un farsante, pero quiere creer. Puede que lea en él algo que nadie más es capaz de leer. Cuando no suelta su verborrea estúpida sobre tornados y tormentas llega a ser un hombre encantador. Y Lizzie le mira de otra forma, de esa forma, de la única forma.

Adaptación de la obra teatral de Richard Nash, El farsante reunió a Burt Lancaster con Katharine Hepburn para narrar lo que, realmente, es una historia de amor. Con algún momento de vacío, como si determinadas piezas quedaran suspendidas en el limbo y no terminaran de encajar, ambos realizan una interpretación maravillosa, sensible, llena de matices, otoñal e ilusionadamente crepuscular. Puede que el amor sea imposible, pero también lo es la lluvia y, de vez en cuando, el milagro ocurre. Luego habrá otros pueblos, otros días despejados, otros soles abrasadores, pero no habrá otro hombre como Bill. Lizzie lo sabe. Y quizá merezca la pena arriesgarse por una vez con alguien que sólo vende humo. Sus fanfarronerías son sólo apariencia. La cuesta abajo de Lizzie es sólo un estado de ánimo. Y… ¿quién sabe? Es posible que, un día, mirando al suelo, todos comiencen a darse cuenta de que se forman unos pequeños circulitos de agua en el polvo y el aire sople con algo de fuerza. Tanta como la que puede tener el amor de verdad.

martes, 21 de noviembre de 2023

S.O.B. (1981), de Blake Edwards

 

Durante algún tiempo, hubo un guión circulando por Hollywood bajo el título de Blue Movie que fue considerado maldito. No era más que una sátira del mundo del cine con escenas pornográficas. Una especie de película de calidad, pensada para ser estrenada en circuitos comerciales, con escenas sexualmente explícitas. Stanley Kubrick estuvo muy interesado en dicho guión porque veía en él una oportunidad para explorar nuevas fronteras dentro de un cine que no renunciaba a la calidad a pesar del sexo. Pronto descubrió que no tenía muchas posibilidades de éxito y que el órgano encargado de la calificación de edad de las películas jamás le daría permiso para exhibir la película en salas de cine habituales. Luego, el proyecto estuvo en un cajón durante años, hasta que Blake Edwards lo rescató. Sólo con las ideas argumentales en mente, el director escribió su propio guión para que la película llegase a las pantallas de todo el mundo. El resultado fue S.O.B.

Edwards introdujo muchas de sus experiencias personales vividas en los rodajes de Darling Lili y Dos hombres contra el Oeste, le dio un aire de comedia salvaje y se dispuso a reunir un reparto irremediablemente atractivo para dar vida a las peores personalidades que se había encontrado en el negocio del cine. Empezó con Julie Andrews, su propia esposa, a la que convenció para realizar un desnudo, siguió con William Holden, Marisa Berenson, Larry Hagman, Robert Loggia, Richard Mulligan, Robert Preston, Robert Vaughn, Robert Webber y Shelley Winters. Y el resultado funciona sólo en algunos pasajes.

Todo se centra en la figura de un productor que lleva varios fracasos seguidos y que ha empeñado hasta su último dólar en realizar su nueva película. Sin embargo, la película va a ser un fracaso más y no se lo puede permitir, así que decide convertirlo en una cinta erótica y su mujer y protagonista, famosa por ser la actriz preferida de los niños de todo el mundo, va a tener que desinhibirse bastante. Lo malo de la película no es el argumento, ni las intenciones. Lo malo es que Edwards concede todo el protagonismo a este productor, interpretado por Robert Mulligan, y no le pone freno. Para entendernos de alguna manera, podríamos decir que es algo así como si el Inspector Clouseau se hubiera metido en el negocio del cine. Hay escenas divertidas, hay otras que el exceso preside cualquier atisbo de idea, hay una crítica profunda y corrosiva hacia los que manejan los hilos en Hollywood y hay una cierta sensación de que nada llega con claridad, que es más importante la payasada que la comedia, que, al fin y al cabo, estamos ante una película de hechuras formales impecables, de reparto impresionante y de astracanada del quince y medio.

Y es que no es fácil intentar describir a los más variopintos canallas intentando poner una sonrisa en la boca. Es verdad que ellos también pueden ser unos payasos que tratan de sacar el beneficio de auténticos subproductos que deberían quedarse en la estantería mental de un enfermo ídem, pero sólo se puede aguantar un número limitado de situaciones de humor físico y desenfrenado porque el cansancio aparece y la sonrisa, esa que se busca porque se cree que puede haber un buen material de fondo, se queda a las puertas de los labios. Es como un puñado de buenas ideas que nunca llegan a ninguna parte. Y, además, es la última película que hizo el gran William Holden. Más vale comenzar a llenar el vaso y apurar hasta la última gota.

viernes, 17 de noviembre de 2023

MARES DE CHINA (1935), de Tay Garnett

 

Hay que suponer que se pueden pensar muchas cosas mientras el dolor se hace insoportable por la tortura de una bota malaya. Para los no iniciados, es un artilugio, una especie de bota de madera con un torno a un lado que va apretando el tobillo hasta romperlo y que se utiliza para que alguien confiese algo enterrado en las profundidades de su voluntad. Mientras la bota malaya estrecha de su holgura, es fácil pensar en traiciones pasadas, en amores que no merecieron la pena, en verdades que se convirtieron en mentiras al instante siguiente y en la seguridad de que los piratas que han abordado el barco no dejarán ni a un alma con vida. La pena es insufrible y casi no se puede articular un pensamiento coherente mientras la maldita bota hace su trabajo. Piratas malayos con su bota. Y el Capitán Alan Gaskell tiene que encontrar alguna salida porque toda la tripulación depende de ese macabro juego que han puesto en marcha la maldita rubia de la que un día quedó enganchado y su puñetero amante. Ahí, en medio del dolor más insoportable, Gaskell se dará cuenta de que nada mereció la pena y que lo más fácil es rendirse. Con la bota puesta, tratará de salvarlos a todos. Más tarde ya ajustará las cuentas.

Habrá algún momento de risa, pero también de tragedia en esta travesía por los mares de China. El final no acaba de convencer porque lo único que demuestra es que ese hombre que ha soportado los infiernos de la tortura está demasiado raído por una rubia que no merece ni su mirada. Y lo que es peor, desprecia a la chica que, aún siendo menos espectacular físicamente, rezuma elegancia y saber estar. Claro, no se puede permitir que el héroe se quede sin la rubia explosiva, pero aquí nadie hubiera dicho ni esta bota es mía.

Clark Gable, Wallace Beery, Jean Harlow y Rosalind Russell son los peones de la trama, que resulta apasionante prácticamente en sus dos primeros tercios, para luego desbarrar en aras de la comercialidad en su recta final. La lujuria manda y más en una época en la que las reglas de la censura aún estaban algo difusas. Lo único cierto es que esa secuencia con un Gaskell desesperado, cojeando lastimeramente porque lleva un ataúd para pies, tratando de salvar a todo el pasaje y a la tripulación de la ira vengativa de unos piratas que obedecen ciertas órdenes, se queda grabada en la mente porque uno no se puede imaginar la pena que puede surgir de un trozo de madera puesto alrededor del tobillo. La dirección de Tay Garnett, especialista en escenas de acción, es delicada y vigorosa mientras los diálogos de Jules Furthman y James Kevin McGuinness, a menudo brillantes y mordaces, van elevando los estandartes de la resistencia a un abordaje que resulta interesante, lleno de peripecias, indeleble en ciertas escenas y con un cierto halo de fascinación que hace que aún guarde algo de magia para los que se acercan con un bote la primera pez. Botes, botas, bocas, bobas, bogas….todo es cuesta arriba en un mar que es más hostil de lo que sugieren sus aguas…

jueves, 16 de noviembre de 2023

EL MAESTRO QUE PROMETIÓ EL MAR (2023), de Patricia Font

 

Hubo una vez un país que se dedicó a exterminar cualquier intento de formar mentes libres. Para ello, no se dudó en perseguir y acabar con todos aquellos maestros que seguían los preceptos de la Institución Libre de Enseñanza, basados en  instruir y educar el carácter, desarrollar cuerpo y espíritu, cuidar el respeto hacia cualquier forma de pensamiento, basarlo todo en la práctica, con viajes, excursiones, mantener vivo el interés de la infancia, alejarse de cualquier dogma oficial en materia religiosa, política o moral, enseñar a hacer, enseñar a pensar sin adoctrinar…Todo eso murió el 18 de julio de 1936…

Con algunos de estos preceptos se educaron nombres tan increíblemente ilustres como Leopoldo Alas “Clarín”, los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, María Moliner, María Zambrano…pero también se intentó que unos cuantos héroes y heroínas sin nombre trasladaran este revolucionario y maravilloso método de enseñanza a los pueblos de ese país que, más tarde, persiguió al conocimiento, porque, al fin y al cabo, todo el mundo sabe que el conocimiento forma a librepensadores y son mucho, mucho más difíciles de manipular. Ante cualquier atisbo de crecimiento personal, ira. Ante cualquier asomo de cultura, religión en su parte más oscura y tenebrosa. Ante cualquier intento de libertad, muerte.

Un día, a un pueblo cualquiera de la provincia de Burgos, llegó un maestro catalán, aunque poco importaba su lugar de nacimiento. Él sólo quería dedicarse a lo que le entusiasmaba, que era enseñar. No creía en Dios, pero nunca dijo una palabra en clase en contra de la iglesia. Sólo retiró un crucifijo porque en la escuela laica que preconizaba la Institución Libre de Enseñanza, no cabía ninguna idea que debía ser sólo y exclusivamente competencia del niño y de su familia. Enseñó a los niños a leer con soltura, a hacer cuentas, a escribir e, incluso, editó unos cuadernillos con las composiciones literarias de sus chicos. Uno, especialmente, era muy importante. Se llamaba El mar, visión de unos niños que nunca lo han visto y sólo consistía en una serie de ingenuas redacciones sobre lo que creían que era el mar unos alumnos que nunca habían salido del medio rural. Y eso fue considerado peligroso, subversivo, susceptible de persecución, porque el maestro que hacía que sus alumnos experimentasen tanto quitaba cuota de autoridad al párroco y al alcalde e, incluso, a algún que otro padre que educaba con severidad a su prole. Ante el conocimiento, ira.

Y así es cómo muere el pensamiento. Dejando a los enemigos en fosas comunes, aunque no hubiera ninguna razón para ello. Sólo por envidia, por esa vieja costumbre española de odiarnos tanto que no nos podemos ni ver, por esa sombría mirada que inunda cualquier cosa o concepto que no comprendemos y que tendemos a apartar a manotazos o, lo que es mucho peor, a balas. Sin embargo, hay algo que prevalece en todo ello. La huella de esa formación, de esa humanidad recibida, aunque sólo fuera durante un curso escolar, perdura tanto que ni siquiera la pérdida de la razón podrá sumirla en el olvido. Y esa es la inmensa labor de los maestros y, también, su infinita responsabilidad. Todos hemos tenido algún profesor que nos ha marcado, que, de alguna manera, nos ha enseñado el sendero que teníamos que seguir para que fuéramos buenas personas, buenos profesionales, buenos ciudadanos. Y la bondad no está reñida con la protesta. Todo lo contrario. Es lo que hace que también seamos parte de un país que, tal vez, aunque mucha gente no piense lo mismo, no mereció sufrir tanto.