La soledad del hombre que se enfrenta a la basura de nuestras vidas se puede resumir en el simple gesto de rescatar un filtro de café de los desperdicios. Y, tal vez, Harper, investigador privado fue una película clave dentro del género negro a mediados de los años sesenta cuando los héroes estaban demasiado cansados y a Humphrey Bogart, unos años antes, se lo había llevado ese matón llamado cáncer que aún no se ha cansado de actuar.
En cualquier caso, aún manteniendo algunos elementos del más clásico cine negro gracias a un guión espléndido de William Goldman, uno de los mejores escritores de cine, a partir de la novela de Ross McDonald La diana móvil, la película supone una renovación de las premisas típicas de tanta mujer fatal, de tanta impenetrabilidad en la vida privada de los investigadores…esos tipos que encienden un cigarrillo con la esperanza de no encontrarse la vida a la vuelta de la esquina y que intentan arreglar la existencia de los demás dentro de un mundo que aborrecen. En cualquier caso, es una película nacida del esfuerzo personal de Paul Newman (cuyo personaje, Lew Harper, estaba inmortalizado en las novelas de McDonald como Lew Archer y que se cambió por simple sonoridad), que navega con una abrumadora precisión por las escurridizas aguas de la ambigüedad, que siempre pide la colaboración del espectador para seguir el pensamiento del protagonista en los tortuosos recovecos del crimen que investiga y que, en más de una ocasión, se sirve de medios más que reprochables para llegar a algún sitio distinto de lo sórdido y lo ingrato.
La película, dirigida por un artesano que nunca hizo un trabajo mejor en toda su filmografía como Jack Smight, contiene, además del inmejorable trabajo de Newman, extraordinarias interpretaciones de una episódica Lauren Bacall, una poco habitual Shelley Winters, un excelente y versátil Robert Wagner, una eficaz y adornante Pamela Tiffin y una cortante y experta en caminar por el filo del alma Julie Harris que hace que nos sobrecoja el corazón y nos provoque un tierno e incómodo rechazo. Personajes todos con un lado turbio que encoge nuestra visión y que nos hace estar al lado de un héroe que hace de su trabajo una religión y que no puede poner en orden su vida precisamente porque se dedica a la de los demás.
No hay nada que no pueda arreglarse con las necesarias dosis de dureza si se sabe prescindir del sentimiento. La mirada azul de un sabueso puede acabar en un golpe seco en el pómulo o una barra de hierro en una cabeza. Perder es lo normal. Ganar no siempre significa vencer. Y al final de cada calle, siempre hay una mujer que tan sólo necesita una bala de cariño. Ellas son transparentes y verdaderas. El hombre es oscuro y cruel. Lew Harper sabe de todo eso y si están dispuestos a alquilar sus servicios, llegará hasta el fondo del asunto. Simplemente siéntense y cuéntenle lo que les pasa. Él encenderá un cigarrillo y escuchará atentamente.
En cualquier caso, aún manteniendo algunos elementos del más clásico cine negro gracias a un guión espléndido de William Goldman, uno de los mejores escritores de cine, a partir de la novela de Ross McDonald La diana móvil, la película supone una renovación de las premisas típicas de tanta mujer fatal, de tanta impenetrabilidad en la vida privada de los investigadores…esos tipos que encienden un cigarrillo con la esperanza de no encontrarse la vida a la vuelta de la esquina y que intentan arreglar la existencia de los demás dentro de un mundo que aborrecen. En cualquier caso, es una película nacida del esfuerzo personal de Paul Newman (cuyo personaje, Lew Harper, estaba inmortalizado en las novelas de McDonald como Lew Archer y que se cambió por simple sonoridad), que navega con una abrumadora precisión por las escurridizas aguas de la ambigüedad, que siempre pide la colaboración del espectador para seguir el pensamiento del protagonista en los tortuosos recovecos del crimen que investiga y que, en más de una ocasión, se sirve de medios más que reprochables para llegar a algún sitio distinto de lo sórdido y lo ingrato.
La película, dirigida por un artesano que nunca hizo un trabajo mejor en toda su filmografía como Jack Smight, contiene, además del inmejorable trabajo de Newman, extraordinarias interpretaciones de una episódica Lauren Bacall, una poco habitual Shelley Winters, un excelente y versátil Robert Wagner, una eficaz y adornante Pamela Tiffin y una cortante y experta en caminar por el filo del alma Julie Harris que hace que nos sobrecoja el corazón y nos provoque un tierno e incómodo rechazo. Personajes todos con un lado turbio que encoge nuestra visión y que nos hace estar al lado de un héroe que hace de su trabajo una religión y que no puede poner en orden su vida precisamente porque se dedica a la de los demás.
No hay nada que no pueda arreglarse con las necesarias dosis de dureza si se sabe prescindir del sentimiento. La mirada azul de un sabueso puede acabar en un golpe seco en el pómulo o una barra de hierro en una cabeza. Perder es lo normal. Ganar no siempre significa vencer. Y al final de cada calle, siempre hay una mujer que tan sólo necesita una bala de cariño. Ellas son transparentes y verdaderas. El hombre es oscuro y cruel. Lew Harper sabe de todo eso y si están dispuestos a alquilar sus servicios, llegará hasta el fondo del asunto. Simplemente siéntense y cuéntenle lo que les pasa. Él encenderá un cigarrillo y escuchará atentamente.