Todos estamos pensando ya en marcharnos de vacaciones y las visitas han bajado bastante, así que os voy a dejar descansar durante una semana para volver luego a nuestro ritmo habitual a partir del martes 3 de abril. No olvidéis hacer una visita al cine. Siempre es bueno dedicarle un rato a quien nos ha regalado tantas horas de disfrute.
Despedirse de algo que
ha sido una verdadera fuente de buenos ratos no deja de ser muy doloroso para
quien ha estado al mando de ese submarino. Al fin y al cabo, gracias a él
pasaron por sus minúsculos camarotes personajes tan dispares como el Teniente
Holden, un individuo que sabía sacar agua de las piedras, pero que no tenía ni
idea de dónde se hallaba el barlovento, o como una enfermera encantadora que
sacó de la soltería al capitán con más torpeza que encanto, o, incluso, como
una faja que actuó de elástico muelle para que un motor pudiera funcionar. Sí,
era la guerra, pero alguna especie de encanto hacía que pareciera que no
hubiese más que situaciones pintorescas. Tanto es así que se llegó a pintar el
submarino de color rosa. El hazmerreír de toda la Armada de los Estados Unidos.
Y más con ese supuesto nombre aguerrido de Tigre
del mar. ¿Baja bien? Baja estupendamente, señor. ¿Y el marinero Hornsby? En
la sala de oficiales, señor. Bien, echemos un vistazo.
No es fácil reflotar lo
hundido. Solo el entusiasmo y el trabajo esforzado en equipo será capaz de
sacar a ese montón de chatarra a mar abierto. Bien es verdad que no se ha
podido hundir ni a un solo buque enemigo, pero, je, amigos, tenemos en nuestro
haber un camión. De eso no pueden presumir todos los submarinos. ¿Qué se han
creído? Lo cierto es que hubo que robar hasta el papel higiénico para que se
pudiese zarpar. Lo único que se pedía es que el Tigre del mar tuviera una oportunidad para demostrar lo que valía…y
lo que consiguió fue una oportunidad para hacer de lo imposible, un chiste. No
está mal. No, señor, no está nada mal.
Capitán, si me permite,
voy a enseñar a estas señoritas lo que hay detrás de las compuertas. Hágalo, se
lo ruego. Pero cierre cuando ellas pasen. Porque van esparciendo la esencia del
encanto por toda la nave y es muy difícil contener a la tripulación.
Enfermedades fingidas, cerdos robados, balsas de goma pinchadas, dejen paso a
la enfermera Cantrell, paso libre, por favor. Y así se va escribiendo un inolvidable
diario de bitácora que es el reflejo de toda una historia que termina en el
desguace. Mientras tanto, unos cuantos sentimientos en la cámara de torpedos,
unas cuantas prendas íntimas femeninas como mensaje de socorro y a ver quién es
el guapo que se atreve a hundirnos. Hasta el mar, con su espuma, parece que se
ríe. No va a ser usted menos.
Una comedia fabulosa,
con Cary Grant y Tony Curtis en estado de gracia, haciéndonos reír con un buen
montón de elegancia en el periscopio y atisbando a la seriedad como elemento
imprescindible para que el motor funcione. El desenfado es la contraseña. No
hundamos al humor, señores. Avante dos tercios.