Con este artículo de una película sorprendente y estupenda, vamos a cerrar el blog hasta el martes 6 de abril. Decir que vayáis al cine es algo que puede tildarse de temerario, pero hacedlo, son lugares muy seguros. Feliz Semana Santa.
Cuatro
hombres se citan en la habitación de un hotel de Miami. Uno de ellos, es
Muhammad Ali, que acaba de proclamarse campeón del mundo de los pesos pesados
contra Sonny Liston. Otro es Malcolm X, luchador por los derechos civiles. Otro
más es Sam Cooke, el famoso cantante. El último es Jim Brown, estrella del
fútbol americano a punto de pasarse al mundo del cine. Esa noche, en Miami,
hablarán de su amistad, de su compromiso, de su habilidad, de su frustración y
de su destino.
Muhammad Alí es el
hombre-espectáculo. Sabe que abre la boca y el mundo ríe escandalizado. Aún
así, no se puede negar que tuvo talento con su izquierda temible y su baile de
mariposa sobre el cuadrilátero. Posiblemente, fue el mejor boxeador de todos
los tiempos. Buscador incansable de primeras planas, también fue uno de los
primeros personajes públicos alejados de la política que dijo unas cuantas
verdades sobre la supremacía blanca, sobre los derechos civiles y sobre la
verdad de una sociedad hipócrita que no dudó en llamarle para luchar en una
guerra de blancos. Su mensaje eran sus golpes. La verdad ineludible de que,
físicamente, era tremendamente superior.
Jim Brown es el hombre
razonable. Ha saboreado el éxito y es muy consciente de que se acaba. Los años
pasan y sus rodillas se resienten. Debe buscar un estilo de vida en el cine y
nunca dice una palabra más alta que otra. Sabe que la fama devora y que su
presencia en las pantallas romperá moldes. Ya ha hecho Río Conchos y vendrán otras películas de éxito indiscutible. Dejará
el fútbol. Será actor. Quizá no sea de los más grandes, pero dará textura a
muchas de sus películas. Con presencia. Con la evidencia de que un hombre de
color impone si sabe estar.
Sam Cooke es el hombre
romántico. Quizá es el que más se ha acomodado a lo que los blancos quieren
hacer de los negros, pero sus canciones llegan a los corazones de todos incluso
en una genial improvisación. Sabe que tiene que competir con blancos y, de
forma inteligente, también hace canciones para que los blancos paguen. Puede
que las letras de sus melodías tengan que ser un poco más significativas y algo
menos comerciales. Puede que deba asumir algún compromiso más. Tal vez en un
maravilloso mundo en el que sólo sabe que amar es la solución a la ignorancia.
Malcolm X es el hombre
manipulador. Ha probado el sabor de la amistad y, sin embargo, la lucha por los
derechos civiles desde una perspectiva absolutamente radical y casi incendiaria
le ciega en algún momento. En esa larga noche de conversaciones y verdades,
propondrá a sus amigos que se comprometan, que sean, que luchen, que sean
altavoces. Se olvida de la razón. Y de la moderación. A los amigos no se les
utiliza. A los amigos no se les pide que sean adalides culturales o deportivos
de la prueba fehaciente de que los negros pueden superar a los blancos. El
camino es otro. Y uno de ellos es el libre albedrío.
No cabe duda de que Una noche en Miami se resiente un poco de su origen teatral, pero hay que reconocer que sus diálogos son muy buenos y de que los cuatro intérpretes encargados de dar vida a estos mitos de los sesenta prestan algo más que su físico para parecerse a ellos. Sus discusiones son reales, su amistad sentida, también. Y sus encuentros con el destino oscilarán entre la opresión, la muerte, el éxito y la aceptación. Quizá, por una vez, más allá de la justicia, habrá que dejar de lado la radicalidad impostada y luchar con la razón en la mano. La venganza y la demostración nunca fueron caminos adecuados.