Con esta excelente película francesa, quiero desear a todos una feliz salida y entrada de año. El próximo artículo será el jueves día 4 de enero. Espero que, a pesar de que son días de familia, comida y locura, no hayáis dejado de ir al cine. Ésta es una buena opción.
Ella
es alemana. Él es francés. Ella es una escritora de cierto éxito. Él es un
oscuro profesor que quiso escribir y que se encuentra asediado por los
sentimientos de frustración y culpabilidad. En un principio, era una pareja
abierta, pero feliz, hasta que la desgracia se instaló en sus vidas. Él aparece
muerto. Y aunque todo apunta a un aparente suicidio, hay circunstancias
tremendamente sospechosas que apuntan hacia ella. De este modo, asistimos a la
disección de una caída, de sus motivos, de sus confusiones, de sus desenlaces y
de los abismos que ellos mismos habían creado. El vacío se erguía entre sus
deseos. Y el asesinato asomó la cabeza pidiendo testificar en un juicio basado
en premisas de especulación.
De esto modo, podemos
comprobar que el carácter germánico de ella es de una pieza. Para los teutones,
las cosas son como son y no tienen más vueltas. Para él, volver hacia el
problema una y otra vez no ofrecía ninguna vía de escape en ese jeroglífico que
siempre es la convivencia. Los testimonios comienzan a ser contradictorios.
Puede que sí, pero también puede que no. La ambigüedad se instala en el estrado
del tribunal. El fiscal es insospechadamente insidioso, añadiendo coletillas de
incomprensión e intransigencia. Sólo hay una prueba científica y no es
concluyente. Nadie sabe lo que realmente ha pasado. Quizá, salvo al consabido
morbo de la prensa, a nadie le importa.
Sin embargo, hay un
tercer jugador del rompecabezas. Es el personaje aparentemente más débil y
necesita una mayor protección. No ha tenido acceso a todos los hechos porque es
lo que correspondía a una persona que estaba limitada físicamente y que,
además, era lo más preciado para la pareja. En el juicio sale todo a relucir.
Cómo se llevaban, cómo discutían, con grabaciones de una discusión en la que se
trazan nítidamente las líneas de comportamiento de uno y de otro. Y ese niño
que apenas puede ver, pero que es un modelo de sensatez y de inteligencia
avanzada, comienza a juntar todas las piezas que le faltaban. Es como si a
alguien se le recitara unos versos y se le hurtara la última palabra de cada
línea. Con el proceso, consigue completar todas las estrofas. Al fin, el poema
tiene sentido, tiene ritmo, tiene sentido y tiene conclusión. Es una demostración
de cómo alguien que es ciego puede llegar a ver más que cualquiera con sus
facultades completas. La caída acaba con todo y también con su propia
inspección anatómica. Todo es comprensible. Todo está claro. El ciego enseñará
el camino. Con especulaciones similares a las que ha hecho el fiscal. Y la
justicia, que también es ciega, se quitará la venda de los ojos.
Justine Triet ha dirigido con fuerza y claridad una película que guarda una virtud insospechada y es la capacidad de absorber la atención del espectador, secuestrado por captar los detalles de esa trama que se teje alrededor de una familia que ya no funcionaba y que clamaba por un final. Maneja la cámara con un estilo casual, como si pasara por allí y fuera testigo de todo el litigio que pone en entredicho la inocencia de la escritora alemana mientras desgrana todo un muestrario de pruebas supuestas y hechos difuminados. El resultado es un largometraje apasionante, ganador de la Palma de Oro del Festival de Cannes y serio candidato a los Oscars, realizado con rigor e inteligencia, sin querer influir en el espectador y con una enorme honestidad dentro de ese raro sistema judicial francés que permite el careo entre los interesados en medio del testimonio de los testigos. Lo cierto es que también es un aviso sobre aquellos que parecen espectadores tangenciales de lo ocurrido y guardan claves indispensables para que la verdad se abra paso. En esta ocasión, estamos ante una película que acaba por ser realmente verdadera. Seamos justos.