Vamos a darnos un pequeño respiro por las consabidas vacaciones de Semana Santa. Retomaremos el ritmo habitual el martes día 7 de abril, mientras tanto intentad escuchar el pensamiento de otros. Quizá así sepamos qué es lo que realmente necesitan y, en el fondo, conseguiremos desentrañar el misterio que somos nosotros mismos. La clave está en amar. Felices días.
El mundo en blanco y negro porque
solo se pueden escuchar los pensamientos ajenos y no intervenir en las azarosas
vidas humanas. Sensación de compañía pero también de impotencia. Se ven cosas
impensables. Un hombre se arroja desde lo alto de un edificio. Un anciano
espera la muerte. Un muro espera ser derribado. Pero se asiste a la maravillosa
complejidad de la mente humana. Las pasiones pensadas, las frustraciones
asimiladas, las rabias ahogadas…Todos aman, sienten, odian, lloran, ríen,
descubren la vida, asesinan la vida, quieren la vida, aborrecen la vida. Y los
ángeles están ahí, invisibles pero insustituibles. Receptores de todo lo que se
esconde en el sentimiento y, sin embargo, a pesar de tanta desgracia, de tanta
imperfección en la misma naturaleza de la existencia…desean ser humanos.
No es fácil ser ángel y no
intervenir. Tal vez se les creó para eso. Para no intervenir pero dar siempre
una sensación de que el pensamiento es escuchado en la inmensidad de la urbe,
en la soledad intrínseca de uno mismo, en el rincón ausente y recogido que, a
menudo, se convierte en el espejo de lo que realmente somos y ellos…sí, ellos
también ven nuestro reflejo de seres perdidos, de visiones en blanco y negro
que parecen héroes de cine negro que llegan por la noche de un trabajo que
desprecian y dan de comer al gato. El muro entre ángeles y humanos es casi
insalvable. El muro de libertades y opresiones caerá, tarde o temprano.
Wim Wenders es uno de esos
realizadores cinéfilos que siempre han investigado las fronteras de la imagen.
Su obsesión es poder retratar una realidad que sabe que es alterada por el mero
hecho de que la cámara esté ahí, recogiendo el instante. Los ángeles son
testigos de la realidad y alteran con su presencia porque son capaces de
introducir un leve, apenas perceptible, ánimo en el pesimismo reinante. Saben
que el amor es la verdadera virtud y ellos aman sin poder amar. Eso es lo que
les mueve a querer ser uno más entre la multitud. Quieren dejar de ser
inmortales y poder morir para alcanzar la auténtica belleza que significa amar.
Y así, de nuevo, ser inmortales.
Y por encima de otras obras que
han sido más valoradas como París, Texas;
El estado de las cosas; En el curso del tiempo o Alicia en las ciudades, se halla esta
película que encierra un profundo homenaje hacia todo lo que puede sentir el
ser humano. Y así, tal vez, Wenders realiza la que es su mejor historia, esa
que perdura a través del tiempo y permanece en el recuerdo porque para ella no
pasan los días, ni los colores, ni los deseos. Solo pasa la imaginación y el
maravilloso cuento que contiene. Quizá, por una vez, un director de cine se
volvió ángel y supo penetrar, aunque fuera lejanamente y solo por un rato, en
los pensamientos ocultos de todos los que nos acercamos a escuchar la historia
que él tenía en la mente al lado del un escritor como Peter Handke. Ángeles que
estuvieron ahí, al otro lado del muro y luego, como humanos, cruzaron la
inmortalidad para contarnos una historia de amor y de escucha. Sigamos
pensando. Alguien lo oye.