Son tiempos en los que hay que
dejar que la mirada se pierda en la inmensidad de un espacio que suspira por
recoger ideas. Una cascada, un páramo, una carretera de tercera, el ruido
incesante del motor. La amistad que siempre coloca las cosas en su sitio
mientras el sufrimiento cala en el corazón y se siente la necesidad de hacer
algo por los que menos tienen. Quizá no haya mejor recompensa que una sonrisa,
que un agradecimiento silencioso, que una noche bajo las estrellas. Solo así,
paladeando la felicidad de la obligación, se puede ver la luz al otro lado del
río. Porque solo así, dando longitud al pensamiento, se puede ver con claridad
cuál es el destino que se quiere seguir.
Y hay demasiadas cosas que
resolver en el exterior para que el interior se remueva y se decida a actuar.
No se puede pasar de largo, en un viaje de aventura y conocimiento, ante
alguien que llora, ante alguien que sufre, ante alguien que muere e, incluso,
ante alguien que sueña. Lo más hermoso es hacer algo para que el sueño se
convierta en algo tangible, verdadero, auténtico. Luego ya vendrán las
ambiciones, la muerte del ideal, las envidias malsanas y la leyenda, tal vez,
algo injusta. Pero ahí, con la mirada escrutando la oscuridad, buscando la luz
que ilumina el camino, es donde está el hombre de verdad, el que no se arredra
ante los embates de los intereses creados, el que no retrocede ante el enemigo
inmovilista y acomodado, el que cree realmente en otro futuro posible. Basta
con que el corazón hable y el alma se agite. Basta con que el río no sea solo
la corriente de una vida sino decidir ser el cauce de muchas aguas.
El idealismo debería ser algo que
pudiéramos conservar hasta el fin. No olvidarlo. Tenerlo a resguardo de todo el
ruido exterior que es producido por la malsana satisfacción de explotar a un
igual. Debería estar ahí, latente, dando sentido a nuestros actos y no
escondiéndose cuando la corrupción se presenta como un monstruo devorador que
se lleva por delante al hombre que un día habitó en nosotros. En esa mirada
idealista, única, es donde se halla nuestra esencia, nuestra facultad humana
para la empatía y el altruismo. Hacer algo para los demás es maravilloso y, no
solo eso, es esencial si, realmente, queremos cambiar las cosas. Allí, en algún
lugar de Argentina, un hombre se vio a sí mismo intentando remar contra la
corriente y llegando a aguas tranquilas. Más tarde, la vida se encargó de
instalar en él algo parecido a la confusión y al desaliento, obligándole a
tomar atajos que no todos pudimos comprender.
Ser parte de la historia quizá no
sea suficiente…
Walter Salles. Robert Redford. Gael
García Bernal. Rodrigo de la Serna. Nombres para acompañar en un viaje que no
debió de terminar nunca. Aunque la moto se estropease. Aunque no hubiera gasolina
para seguir empujando.