El debate marítimo que se sostuvo con pasión en "La gran evasión" acerca de "Master and Commander", de Peter Weir podéis escucharlo, si os apetece, aquí.
Martin Scorsese ha sido uno de
los cineastas más fundamentales de los últimos cuarenta años. Su influencia ha
sido tan decisiva que su estilo ha sido imitado hasta la saciedad y, lo que es
aún mejor, ha servido de indiscutible inspiración a otros cineastas con
identidad propia como podría ser el caso de Quentin Tarantino. Esto puede
parecer una simpleza pero no lo es en absoluto habida cuenta de que no estamos
hablando de dos hombres de cine cualquiera, sino de dos pesos pesados que han
establecido nuevas reglas y nuevas miradas.
Pedro Almodóvar dice que lo que
destacaría de Scorsese es su “inquietud
crónica” y que, en cierta ocasión, se entrevistó con él y con uno de sus
guionistas habituales, Paul Schrader y que era “divertidamente patético ver a los dos parar de hablar cada cinco o
seis palabras para aspirar aire a través de una mascarilla de oxígeno porque
ambos son asmáticos”.
Malas calles fue su primera llamada de atención aunque aún no había
encontrado ese ajuste de tuerca que sería, después, su seña de identidad. Es
una película que ha obtenido un cierto prestigio en determinadas tertulias pero
que refleja que aún no sabe dar un acabado formal sólido a pesar de tener
algunos diálogos brillantes y de aparecer unos primeros chispazos de talento a
la hora de dirigir a un actor como Robert de Niro.
El auténtico éxito de Scorsese
vino con Taxi Driver, una bofetada
(o, más bien, un disparo en la cabeza) a la sociedad norteamericana a través de
ese personaje ya mítico llamado Travis Bickle y que, afectado de insomnio, acepta trabajar en el
turno de noche de una compañía de taxis. Su visión del mundo es tan oscura y
obtusa como la noche en la que trabaja buscando clientela. Por su taxi pasan
los personajes más variados mientras él, mirando a través del cristal de su
parabrisas, va trastornándose porque no aguanta y no entiende la corrupción y
la degeneración callejera, desarrollando patologías mentales muy peligrosas. La
catarsis, un tema recurrente en su cine, llega mediante una terrible explosión
de violencia, vomitona desbocada del asco que siente. La película es una obra
maestra gracias al enorme y degradado retrato de la ciudad de Nueva York
mezclado con la histórica actuación de un Robert de Niro absolutamente genial y
acompañado de la sugerente y expresiva banda sonora que pasa por ser el último
trabajo del genial Bernard Herrman.
Deseoso de mostrar su
versatilidad, Scorsese se embarca en New
York, New York, un homenaje al musical y a los músicos de jazz y a la
ciudad que merece ser nombrada dos veces desde una óptica bien distinta a su
anterior película con una mirada a los años cuarenta y cincuenta. Scorsese
logra una fantástica ambientación y la película ha pasado a la historia por ese
número final a cargo de una pletórica y deslumbrante Liza Minnelli pero no deja
de ser una decepción en la carrera del director italoamericano. Un paso atrás
que hundió a Scorsese hasta que de Niro insistió en que dirigiera su siguiente
película.
En 1980 arriesgó mucho al rodar
en blanco y negro la biografía del campeón mundial de los pesos medios Jake La
Motta en Toro salvaje. Recientemente,
esta película fue elegida como la mejor de los últimos veinticinco años del
siglo XX. Con aroma de cine clásico, la cinta es hipnotizante desde su primer
plano tomado a cámara superlenta desde uno de los lados del cuadrilátero en el
que vemos a La Motta calentando para un combate con el albornoz puesto bajo un
cargado ambiente de humo al compás de los impagables sones de Cavalleria Rusticana, de Pietro
Mascagni. El camino hacia la catarsis y la redención de este curioso personaje
pasa por el tongo, los celos desmedidos, una pelea con su hermano, la pérdida
del título mundial a manos de su eterno rival Sugar Ray Robinson, una carrera
de humorista, la obesidad enfermiza, el divorcio, la pérdida del night-club de
su propiedad, el ingreso en la cárcel acusado de estupro, su inicio desde
cero…Magistral de principio a fin, la película supuso un merecidísimo Oscar a
Robert de Niro y otro a la montadora Thelma Schoonmaker, colaboradora habitual
del director.
Su siguiente película fue un
rotundo fracaso a pesar de que tenía todos los ingredientes necesarios para ser
un éxito. El rey de la comedia narra
los avatares de Rupert Pumpkin (un sensacional Robert de Niro, una vez más), un
hombre que quiere ser humorista a cualquier precio hasta tal punto que decide
secuestrar al cómico de mayor éxito del mundo (un inusualmente serio Jerry
Lewis) con la ayuda de unos personajes tan marginales como un mal chiste. La
película combina momentos realmente brillantes con otros en los que se estanca
peligrosamente, flojeando hasta la debilidad. La crítica dejó bien claro que no
se lo iba a poner fácil a Scorsese a pesar del éxito de Toro salvaje.
Scorsese vuelve al terreno seguro
y acepta el encargo de rodar la segunda parte de la maravillosa El buscavidas retomando el fascinante
personaje de Eddie Felson “El Rápido”
veinte años después contando para ello con el gran Paul Newman y con la sombra
de Tom Cruise interpretando al típico joven deseoso de éxito y compulsivo hasta
la médula, pálido reflejo de lo que fue Eddie Felson en su día. El aspecto
visual de la película es impecable, con planos de una espectacularidad
deslumbrante pero, lo más importante, es que Martin Scorsese consiguió con esta
película que Newman, por méritos propios, se alzara con un Oscar indiscutible.
A continuación, Scorsese se
embarca en el proyecto más polémico de toda su carrera. La última tentación de Cristo es una visión de la historia de Jesús
(Willem Dafoe) constantemente tentado por el Diablo que, lejos de ofender a
nadie, levantó ampollas en los círculos más fundamentalistas del catolicismo
que, con las más diversas manifestaciones de protesta contra la película, le
proporcionaron una impagable propaganda que redundaron en un beneficio muy
tangible para la taquilla. La película, basada en el libro de Nikos
Kazantzakis, solo establece la posibilidad de que Cristo, en la misma cruz,
fuera tentado para dejar de sufrir renunciando a su lado divino a favor de su
vertiente humana y viviendo una vida relativamente normal que incluía la
cohabitación en matrimonio con María Magdalena y llegando a tener descendencia.
Tan solo una simple tentación que Jesús rechaza para cumplir con su destino de
Hijo de Dios. Probablemente, hoy la pretendida polémica estaría trasnochada
pero el argumento no deja de ser apasionante ayudado por una magnética
interpretación de Harvey Keitel en el papel de Judas Iscariote y a una
fascinante factura visual que llevó a Scorsese a una nueva nominación al Oscar.
Otra apuesta arriesgada fue Jo, qué noche, basada en el guión de un
estudiante de la Escuela de Cine de Nueva York en el que se relata la odisea de
un moderno Ulises navegando por la madrugada neoyorquina. Más que por la
interpretación, hay que descubrirse ante el poderío visual de una película independiente,
rodada con muy poco presupuesto, sin estrellas, pero que fascina a cada
fotograma y que, en sus dos primeros tercios, es absolutamente brillante y
certera con el retrato de la más variada fauna que puebla la noche de la ciudad
de los rascacielos.
Después de dirigir el episodio Apuntes del natural, el mejor de los
tres que componían la muy mediocre Historias
de Nueva York, Scorsese consigue otra obra maestra con Uno de los nuestros, la vida de un hombre que siempre soñó con
convertirse en gángster y que salva su pellejo tirando por la calle de en
medio. La película cuenta con una interesantísima estructura narrativa, uno de
los puntos fuertes en los que se ha apoyado el mejor Scorsese y cuenta con una
impresionante interpretación de Joe Pesci en el papel de un matón violento y
sanguinario con un sentido del humor fuera de lo común y extremadamente
cariñoso con su madre además de las maravillosas actuaciones de Robert de Niro,
Ray Liotta, Lorraine Bracco y Paul Sorvino. Uno
de los nuestros no deja de ser en ningún momento un apasionante retrato del
mundo del hampa en sus estratos más bajos desde los años cincuenta a nuestros
días.
Sorprendentemente, cambia de
registro con su siguiente película, La
edad de la inocencia. A primera vista no sería la elección lógica como
director para trasladar al cine el espíritu de Edith Wharton dentro de una
trama decimonónica ambientada en una alta sociedad tan hipócrita como cerrada
(¿algo así como la Mafia?) en la que existen unas reglas estrictas de conducta
ancladas en un conservadurismo demasiado reacio a los cambios, a la excepción
y, por supuesto, al amor más apasionado. La película roza la obra maestra, con
unos estupendos títulos de crédito de Saul Bass, una memorable banda sonora de
Elmer Bernstein, una exquisita actuación de Daniel Day-Lewis (rabiosamente
contenido ante el asco que siente al formar parte de la gran farsa que impone
la moral más estúpida) y la encantadora elegancia de Michelle Pfeiffer. Pero
por encima de todo destaca la enorme fuerza que imprime Martin Scorsese a la
película, convirtiéndola prácticamente, en una historia de gángsters sin
sangre, contada con encaje y té en lugar de disparos además de un hermoso
relato sobre un amor que nunca fue posible.
Por aquella época, desde algunos
sectores de la prensa se empezó a acusar a Martin Scorsese de ser un director
muy poco comercial. Cansado de estas acusaciones, se decidió a hacer la
película más descaradamente comercial que pudiera. El resultado es El cabo del miedo, cinta muy irregular y
muy inferior a su predecesora El cabo del
terror, de Jack Lee Thompson. Como homenaje a esa primera versión, Scorsese
respetó íntegra la banda sonora de Bernard Herrman, colocó unos inquietantes
títulos de crédito de Saul Bass e incluyó en pequeños papeles a los
protagonistas de la primera Gregory Peck (cuyo rol revisó Nick Nolte) y Robert
Mitchum (mucho, mucho más amenazador e inquietante que el desacertado,
desorientado y pasado de revoluciones Robert de Niro).
El éxito moderado de El cabo del miedo, le permitió afrontar Casino, un auténtico fresco sobre la
Mafia en Las Vegas. Lo cierto es que la primera hora de Casino contiene, quizás, los momentos más brillantes de toda la
carrera de Martin Scorsese aunque muchos vieron en ella una repetición del
esquema trazado en Uno de los nuestros
con la introducción de varias voces en off contando distintas partes de la
historia bajo su punto de vista. Sin embargo, cuando la cámara sale al
exterior, la trama pierde fuerza pero, esa primera parte, en la que se descubre
el tremendo personaje que compone Robert de Niro además de los trucos,
entramados y engranajes del funcionamiento del casino que dirige, no solo es
poderosa e impecable en su vertiente argumental, sino también en su
extraordinario acabado visual con imágenes de pura fascinación.
Extrañamente, realiza un giro
inoportuno e inesperado hacia el budismo de Kundun,
una película totalmente fallida, anodina, sin fuerza ninguna que, tal vez,
trata de aprovechar la brecha abierta un poco antes por Bernardo Bertolucci con
El pequeño Buda. Ambas resultaron un
fracaso comercial y artístico para los dos directores.
Al límite es un camino de redención, directamente emparentado con Taxi Driver, a través de un enfermero y
conductor de ambulancias perseguido implacablemente por su conciencia. Pero si
a Travis Bickle la catarsis le sobreviene recurriendo a la violencia desbocada,
el protagonista de ésta película encuentra la paz mediante la voluntaria y
piadosa aplicación de una eutanasia. Película incomprendida y maldita dentro de
la filmografía de Martin Scorsese que merece una revisión más profunda.
Los sucesivos desastres de Kundun y Al límite le mantuvieron alejado durante algunos años del cine,
entre otras cosas, porque se divorció de su productora habitual, Barbara de
Fina, que desde ese momento no quiso financiarle ni un metro más de película y
tuvo que buscarse a otro productor que quisiera invertir en un proyecto que
llevaba acariciando durante más de veinticinco años con el título de Gangs of New York.
Harvey Weinstein fue quien dio el
paso adelante pero la película en sí ya nació con problemas. Después de
múltiples modificaciones en el guión, Scorsese había pensado en su fiel Robert
de Niro para el papel de El Carnicero,
el hombre que hace y deshace a su antojo en Five Points, suburbio de Nueva
York, merced a la legendaria victoria que obtuvo en una cruenta batalla entre
clanes en plena calle. Ante la negativa de de Niro, el papel recayó en un
histriónico Daniel Day-Lewis. El rodaje se fue de las manos y las fechas se
sucedían. Scorsese se pasa de presupuesto, monta la película y se la pasa a
Weinstein que le impone el corte de una hora del metraje original del director
para dar una mayor importancia a la historia de amor entre Cameron Díaz y
Leonardo di Caprio en detrimento de toda la parte final que resulta precipitada
y con vacíos inexplicables rematados por un embarullamiento confuso
introduciendo algarabías callejeras en medio de un fenomenal despliegue de
medios. Aún así se aprecian momentos brillantes en la película, como sus cinco
primeros minutos, la secuencia del desembarco de inmigrantes y su inmediato
reclutamiento para la contienda civil de los Estados Unidos o el impresionante
plano final de las Torres Gemelas para señalar un nuevo principio, una vuelta
al caos y la esperanza de que, tras el humo de las hogueras, el sol volverá a
brillar.
Discute con Weinstein por el
resultado final de Gangs of New York
y se niega a participar en su edición para el mercado videográfico rechazando
de plano cualquier intención del productor de realizar una edición especial con
el montaje propuesto por Scorsese. Ante tal situación, Scorsese acepta una
propuesta de Michael Mann para dirigir por encargo El aviador, biografía del magnate Howard Hughes con una soberbia
interpretación de Leonardo di Caprio. Aún cuando resulta una película más
impersonal, Scorsese filma con brillantez el proceso mental de un hombre que
temía a la soledad y que no se movía por las leyes de la lógica. En todo caso,
el éxito es inmediato y Cate Blanchett, interpretando a Katharine Hepburn,
también obtiene su Oscar.
Uno de los grandes éxitos de la
carrera de Scorsese es Infiltrados,
versión de la película surcoreana Infernal
affairs, con un reparto que incluía a Leonardo di Caprio (su nuevo actor
fetiche), Matt Damon, Martin Sheen, Alec Baldwin, Mark Whalberg y Jack
Nicholson que, en el último momento, sustituyó a Robert de Niro. La historia es
brillante, hablando de los elementos infiltrados en cada uno de los lados de la
ley, con giros en el guión inesperados y bajo el ojo de una cámara que, en esta
ocasión, destaca por su honestidad. Scorsese, por fin y a la quinta, consigue
su ansiado Oscar. Hollywood había pagado sus deudas.
Repite de nuevo con Leonardo di
Caprio en la inquietante y excelente Shutter
Island, otro producto de encargo que realiza con extrema lucidez e
introduciendo de nuevo redenciones y catarsis como elementos que distinguen una
forma de hacer cine que, poco a poco, se va haciendo única. Su radiografía de
la culpa en esta película resulta estremecedora por lo que habita en sus
consecuencias y el espectador sale del cine con un montón de cuchillas de
afeitar agitándose en su pensamiento. Brillante. Espectacular y con un sentido
de la imagen y de la historia que pudo confundir a más de uno.
Su inspiración continúa rindiendo
un homenaje al universo infantil y al mismo cine con la maravillosa La invención de Hugo, encantadora mezcla
de cuento y realidad que descubre la magia de la fabricación de los sueños y la
capacidad de fantasear por parte de un niño que comprueba hasta dónde puede
llegar la imaginación.
El lobo de Wall Street vuelve a contar con una interpretación
prodigiosa de Leonardo di Caprio además de ser una denuncia sin tapujos del
mundo de las finanzas que fabrica auténticas bestias con tal de acumular lujos
y depravaciones. Scorsese, después de la sensibilidad demostrada en La invención de Hugo, se muestra
implacable, con algún toque de buen humor, descarnado, ácido hasta la
corrosión, tremendamente incisivo, alucinantemente agresivo.
Ningún artículo sobre Martin
Scorsese estaría completo sin mencionar su extraordinaria faceta como
documentalista, en especial, en lo que se refiere a sus incursiones en los
mitos musicales que marcaron toda su juventud. Ahí está un extraordinario
musical con el último concierto de The Band en El último vals, o el homenaje a George Harrison en Living in a material world, o a los
Rolling Stones en Shine a Light, o a
Bob Dylan en el documental para televisión No
direction home, así como un sincero y honesto acercamiento a la figura de
Elia Kazan en A letter to Elia. Lo
cierto es que, sea como sea, el cine de Martin Scorsese es toda una colisión,
es un intento obsesionante por introducirse en ambientes herméticos de duras
reglas, es un camino jalonado de sangre y violencia, ya sea física o moral,
para llegar a la redención a través de un terrible impacto catártico. Es un
taxi emergiendo de entre las tinieblas de una sucia ciudad, es un puñetazo
letal en un rostro entumecido de dolor, es una bola de billar que rueda salvajemente
hacia un choque inevitable, es un matón descerrajando un tiro en la nuca, es un
hombre cegado por el reflejo de un amor verdadero, es una Biblia arrojada a las
heladas aguas de un río…Es una sacudida mortal al otro lado, el lado más turbio
del sueño americano.