viernes, 22 de marzo de 2024

CENA A LAS OCHO (1933), de George Cukor

 

Con esta invitación a cenar, vamos a echar el cierre al blog hasta el martes día 2 de abril con motivo de la Semana Santa. No dejéis de ver e ir al cine. Todas las cenas para el espíritu están en él. 

Hay que ponerse las mejores galas para una de esas cenas de alta sociedad que, al día siguiente, merecerán una nota destacada en la sección de frivolidad de cualquier diario de Nueva York. La elegancia es algo que se debe llevar en el exterior, demostrarla y, si es posible, restregarla en la cara de todos aquellos que se creen la reoca con tal de lucir su smoking o su vestido de gala. Sin embargo, no es demasiado cierto. La elegancia no es un término que se pueda aplicar al exterior de nuestra apariencia física. Eso lo puede ser cualquiera. La elegancia es un concepto que, tal vez, sea muy difícil de ver porque se lleva en el interior, en lo más profundo de nuestro comportamiento. Tal vez, un actor está nadando en océanos de alcohol en la soledad de su habitación de hotel porque ya se ha dado cuenta de que no sirve de nada poseerla y que no siempre se puede mantener. Muchas mujeres han pasado por sus brazos y no ha conseguido atisbar la felicidad. Muchos éxitos se han posado en sus méritos y ya puede que el miedo se haya instalado en su ansiedad. Por otro lado, puede que un especulador, un constructor de cemento y dinero quiera ganarse el favor del más favorecido y no tenga ningún problema en decir las cosas como las piensa, a pesar de que no sean el distintivo de una buena educación. O una chica sin nada en la cabeza más allá de ese polígono de escalada de forma rectangular que se halla en todos los dormitorios del mundo, no tenga ningún problema en demostrarlo cada vez que abre la boca…

El microcosmos de los dineros llenos, de las arrogancias sublimes, de las ruinas escondidas…porque también hay quien está pasando un momento malo en las finanzas y la única salida sea convertirse en una mala persona. Y deberá decidirse en esa cena. No faltará tampoco la natural ironía de una dama entrada en años que se lo sabe todo y aún guarda el alma limpia sin renunciar a desparramar algo de veneno por los brillantes suelos de los grandes salones… George Cukor hizo una película extraordinaria que, en su día, quiso ser deudora de Gran Hotel y que, sin embargo, ha envejecido mucho mejor, con un diseño de personajes superior en todos los sentidos y con unos diálogos en los que ya se empieza a notar el distanciamiento con las frases ingenuas y a la ligera de algunas primeras obras del sonoro. El resultado es una película que, a primera vista, puede parecer un folletín de altas finanzas y bajas pasiones, pero que acaba por ser una disección crítica, tremendamente ácida, de la burguesía americana que ha sobrevivido a la crisis del veintinueve. Ágil, trágica, cómica y sincera, no deja de ser cierto que Cukor cuenta con un reparto de primera línea en el que destaca Marie Dressler, pero también Jean Harlow, Lionel Barrymore, atrapado entre sus convicciones empresariales y personales, Wallace Beery, basto y brutal y, por supuesto, John Barrymore interpretándose a sí mismo, ahogado en las cuatro paredes de una habitación de hotel y acostado sobre un colchón de alcohol.

Al final, todos los comensales se irán satisfechos. Unos habrán llenado el estómago. Otros, habrán asegurado la abundancia de sus bolsillos, y aún otros, sencillamente, perderán y tendrán que digerir una derrota total. Sin paliativos, con una ventana abierta y una llamada a la puerta. Y hay que abrir para ver esta película.

jueves, 21 de marzo de 2024

EL CASO GOLDMAN (2023), de Cédric Kahn

 

Pierre Goldman fue un militante de izquierdas cercano a la revolución que fue acusado de cuatro asaltos a mano armada con resultado de muerte en el último de ellos. Él reconoció la autoría de los tres primeros, pero negó en todo momento la autoría del más sangriento. Esta película no trata de poner en antecedentes, ni de establecer un ambiente previo al proceso. Simplemente es el mismo juicio, con los únicos intervalos de los vis a vis que mantiene con sus abogados.

Esa ausencia de contexto se compensa con los testimonios que se suceden en la corte de justicia. Al igual que en Anatomía de una caída, se asiste al particular procedimiento de litigación francesa, permitiendo el careo de testigos con el acusado, interviniendo de uno u otro lado y realizando consideraciones que, en muchas ocasiones, se salen de lo meramente procedimental para adentrarse en la formación de una opinión según se favorezca a la acusación o a la defensa. Incluso el jurado puede formular preguntas en cualquier momento. Todo esto no es baladí porque el proceso estuvo mediatizado por la política en el que las fuerzas de izquierda presionaban para la liberación de Goldman mientras los sectores más conservadores eran partidarios de la cadena perpetua y, a poder ser, de la pena de muerte que, por aquel entonces, en 1974, todavía estaba vigente.

La primera consideración que se pasa por la cabeza de cualquier espectador es si es necesaria una película que, prácticamente, es una mera transcripción del juicio. A todos los efectos, no se airea la trama en ningún momento. Se llama a los testigos, se les somete al correspondiente careo y se dicta veredicto y sentencia. Goldman no era un individuo recomendable, desde luego, pero se pone de manifiesto el latente fascismo policial, la ambigüedad de muchas pruebas y de algún que otro testimonio, además de la evidente insidia de la acusación, burlándose de cualquier tipo de defensa que pueda esgrimir el acusado.

A todo esto, a lo que se asiste, es a una obra de teatro. Protagonista: el acusado. Como actores secundarios, el juez, los abogados, los testigos, todos con su momento de lucimiento, y una algarabía de los espectadores en la que es imposible apagar el murmullo ante la aparición de tantas dudas. El resultado es una película a la que se niega cualquier capacidad dramática al constreñir toda la acción en un solo lugar, sin recuerdos, ni recursos narrativos. Todo se cuenta y nada se ve. No se sabe realmente si el acusado es culpable o inocente y no deja de ser una especie de objetivo indiscreto que se ha introducido en la sala para que podamos escuchar de boca de los actores-actrices-testigos lo que pasó o lo que dejó de pasar mientras los letrados ponen en duda cada palabra.

El señor que ocupaba el asiento justo dos filas atrás se echó una buena siesta a juzgar por los sonoros ronquidos. Más que nada porque todo esto suena a bastante conocido. Denunciar la corrupción racista, descaradamente autoritaria de los estamentos policiales parece retrotraer de nuevo el famoso Caso Dreyfuss que tan certeramente retrató en 2019 el director Roman Polanski, y anteriormente, en 1991, Ken Russell en Prisioneros del honor. Nada nuevo bajo el sol. Da la impresión de que basta con quejarse con la suficiente fuerza como para armar ruido y que no haya demasiados escrúpulos en absolver de un crimen mayor a un individuo que se dedicaba a asaltar comercios a punta de pistola y que, por si fuera poco, fue considerado un intelectual de izquierdas por los dueños del buen pensamiento. Todo para conseguir una sentencia que, en el fondo, fue bastante inútil. Como esta película. 


miércoles, 20 de marzo de 2024

CUNA DE HÉROES (1955), de John Ford

 

El Sargento Marty Maher puede parecer un fracasado. Soñó con una vida de heroísmo y combate y se quedó en los peldaños más bajos de la Academia Militar de West Point como instructor. Y aún así tuvo que aprender a enseñar. No sabía boxear, y, sin embargo, se calzó los guantes. No sabía nadar, y, no obstante, se deslizó sobre el agua. Obró milagros en la labor más ingrata. Fue la semilla de la razón y del arrojo que hizo mella en nombres míticos que, más tarde, pusieron en práctica todo lo que el Sargento Maher les pudo enseñar en West Point. Incluso él tuvo la sensación de que no se había enrolado en el ejército para eso, para enseñar a unos cuantos imberbes los extremos más prácticos de su posterior labor como oficiales. No enseñaba la teoría de la guerra según Von Clausewitz. No desguazaba las estrategias del campo de batalla para que esos futuros jefes tuvieran la mirada amplia que distingue a los profesionales. Sólo se quedó allí, en West Point, apreciando las evoluciones de sus chicos y asistiendo, año tras año, a las graduaciones. Era un don nadie que fue todo para muchas generaciones.

Detrás de su uniforme y de sus sueños no cumplidos, había una mujer admirable que sabía cuáles eran sus puntos más débiles. Si el ánimo del Sargento Maher flaqueaba, allí estaba ella para decir la palabra justa, o para organizar cualquier cosa que hiciera que la moral estuviese alta. Ella fue la General del ejército del empuje del Sargento. Una oficial imprescindible que mandaba tropas para luchar contra el desaliento, o contra la decepción, o contra cualquier cosa que hiciera mella en el interior de ese Sargento que fue leyenda dentro de la institución. Con su mirada, con sus ademanes, con sus gestos y su toque siempre teñido de moderación. Marty Maher no hubiera existido si ella no hubiese estado.

John Ford puso mucho cariño en esta película porque reflejó en ella su admiración por la vida castrense. No porque fuera un belicista, porque no lo era. Sólo era un tipo que apreciaba las relaciones fuertes que se originan en un ambiente de convivencia en pos de un objetivo común. No era fascista, ni mucho menos. Sólo era alguien que creía que los grandes hombres se forjan a través de figuras que pasan desapercibidas para la mayoría y en esta película realiza un homenaje a todos aquellos que ponen los cimientos para los que se llevan el oropel y la gloria o, también, el fracaso e, incluso, la muerte. Para ello, es notable la atención que presta a las interpretaciones de Tyrone Power en uno de los mejores papeles de toda su carrera (y frecuentemente olvidado) y de Maureen O´Hara mientras se preocupa de una puesta en escena cuidada, realizada con esmero, con un punto de lírica en el corazón y unos cuantos poemas de pérdida. Así era el maestro. Nunca se cita este título como uno de los más importantes de su filmografía y, aún así, quizá sea un compendio de lo que él pretendía transmitir, de eso mismo que él guardaba en el interior y que tanto le molestaba que otros descubrieran. Por eso, querido Almirante, le pido disculpas. Tenga por seguro que en estas líneas sólo yace la admiración, el respeto y la seguridad de su valentía al mostrar que, en el camino del éxito, se resbalan muchas, muchas lágrimas.

martes, 19 de marzo de 2024

STATE AND MAIN (2000), de David Mamet

 

Pasar una película del papel al fotograma suele ser una tarea ardua y bastante ingrata. Lo saben bien los integrantes del equipo de La vieja milla que deben trasladar el rodaje de su película desde New Hampshire hasta Vermont porque los habitantes del lugar exigían más de la cuenta. Así que, con algo de metraje ya rodado, todo empieza de nuevo en medio de las montañas. Sin embargo, los problemas se suceden. El actor protagonista es incapaz de mantener la cremallera de la bragueta cerrada, la actriz protagonista dice que no va a hacer un desnudo a pesar de que lo ha hecho en películas anteriores y los habitantes de ese pueblecito no son tan tranquilos como aparentan. A eso hay que añadir que el director es un tipo sin ningún escrúpulo que está dispuesto a llegar a donde sea con tal de terminar la película. Menos mal que por allí, y por cortesía de la producción, anda el guionista, que es el único que pone algo de sentido común en esa merienda de blancos. Por supuesto, el sentido de común está frecuentemente interrumpido por la verborrea imparable del productor, que sólo mira los números y se echa las manos a la cabeza. Ya ha costado bastante el traslado. Ahora, encima, hay que lidiar con las tonterías de los actores y los caprichos de los lugareños.

Podría parecer que, a primera vista, ésta es una película más que habla sobre el rodaje de otra película. Así, es fácil imaginarse que va a visitar un buen puñado de lugares comunes con otras historias de parecido corte, pero no es así. Detrás de todo ello, está la pluma y la dirección de David Mamet y nos encontramos con una trama brillante, excepcionalmente bien engarzada, sin estereotipos de ninguna clase, sin acudir a los chistes fáciles de sexo y funcionando bien a todos los niveles, edificando con seguridad una comedia inteligente, sin fisuras, sin asomo de predictibilidad y con un reparto excepcional, destacando Philip Seymour Hoffman en la piel del guionista que asiste, algo atónito, a la locura que se desata, Rebecca Pidgeon, Alec Baldwin, Sarah Jessica Parker y un estupendo William Macy tratando de dar forma a una película que tiene todas las papeletas para fracasar antes de salir de la lata.

Por supuesto, Mamet aprovecha la ocasión para decirle dos o tres verdades a Hollywood en plena cara y lo hace con elegancia. Tal vez por eso es una película que permanece totalmente olvidada y fuera de los circuitos habituales de exhibición, pero merece la pena porque es sincera, es divertida (más de sonrisa que de carcajada), es honesta y pone en solfa la ridiculez de un mundo que contamina todo lo que toca. Quizá, salvando un poco las distancias, recuerda bastante a aquella otra que Alan Alda dirigió consigo mismo como protagonista y al lado de Michael Caine, Michelle Pfeiffer y Lillian Gish con el título de Dulce libertad.

Así que motor rodando, cámara y acción. Hay que tratar de aislarlo todo de los caprichos tontos de la gente tonta. Y esa abunda en todas partes. No es necesario buscarla solo en los barrios más altos de Beverly Hills. También existen en un tranquilo y precioso pueblo de Vermont. Quizá sea lo más abundante en este mundo. Y una película, con toda la gente que trae, con toda la parafernalia y trabajo que supone, puede ser la mecha perfecta para prender el fuego de la fama…sí, es eso que tanto atrae y que tanto enferma a cualquier persona que nació normal…

viernes, 15 de marzo de 2024

ADIÓS, PEQUEÑA, ADIÓS (2007), de Ben Affleck

 

Nadie puede imaginar cuál es el dolor de una madre al comprobar que su pequeña ha sido secuestrada. Y, tal vez, éste sea un caso demasiado grande para que lo lleven una pareja de detectives pequeña como Patrick Kenzie y Angie Gennaro. Ellos dos se entienden bien, tienen una complicidad especial, un respaldo continuo, una especie de continuación ideal a los pensamientos del otro. Aceptan el caso porque se conmueven ante la perspectiva de que esa niña esté siendo torturada o haya sido asesinada. Tendrán que moverse entre los testimonios de mucha gente poco recomendable en los bajos fondos de Boston. La policía se aviene a colaborar con ellos porque, al fin y al cabo, son un par de fisgones bastante listos y tienen los contactos adecuados como para que puedan tirar del hilo con una información de aquí y otra de allá. Sin embargo, no todo es como lo imaginaban. La madre de la niña no es, precisamente, un prodigio de responsabilidad y se ha juntado con una serie de ladrones de tres al cuarto que comienzan a mover droga y a estafar a proveedores y vendedores. Los propios detectives desatan la liebre y entonces ocurre lo impensable.

Y es ahí donde Pat y Angie comienzan a enfrentarse a un dilema moral que es muy difícil de solucionar. No siempre lo correcto es lo legal. Más aún cuando dentro de lo correcto se halla la moral. Y hay que decidir. Quizá Pat esté equivocado y quiera llevar las consecuencias legales hasta sus últimas consecuencias a pesar de que es un hombre que se equivoca muy pocas veces. Sólo una y no es la mejor decisión de su vida. Angie, desde su segundo plano de mujer, tiene más razón y está en lo cierto. No quiere participar en la decisión de Pat y eso no es bueno para ellos. Boston se erige, fría e impasible, con sus casas de madera al borde del río, y no ayuda en una decisión de la que Pat se va a arrepentir el resto de su vida aunque trate de minimizar los daños prometiéndose a sí mismo que, todos los días, sean un poco más fáciles para quien ha sufrido su error. Pat no puede despedirse de la pequeña. El resto del mundo lo hará sin pensar en nada más.

Impresionante película basada en una novela de Dennis Lehane, que Ben Affleck dirige con precisión, con un pulso muy tenso y bien medido y que otorga a su hermano Casey uno de los mejores papeles de su carrera (incluso superior a la película que significó su Oscar al mejor actor, Manchester frente al mar). Al lado de él, excelente Michelle Monaghan y, alrededor de ellos, una pléyade de intérpretes eficaces, sólidos y creíbles como Amy Madigan, Ed Harris, John Ashton, Amy Ryan y dos monstruos sagrados como Ed Harris y Morgan Freeman. El resultado es una película dura, que no suaviza nada en su contexto, pero que coloca al espectador en el mismo dilema moral de los protagonistas y es difícil realizar una elección que lleva a la infelicidad a pesar de que es, indudablemente, lo correcto. ¿Es lo correcto?

jueves, 14 de marzo de 2024

LA EXTORSIÓN (2023), de Martino Zaidelis

 

Sólo hay dos razones posibles para que las cloacas del Estado se muevan, sientan y trabajen. Una es la natural tendencia hacia el fascismo de cualquier aparato que opera bajo el brazo protector de la seguridad nacional. La otra, como no podía ser de otra forma, es la corrupción. Dinero fresco y sin procedencia, propietario ni destino. Y no es nueva la idea de utilizar a miembros de compañías aéreas, privilegiados que pasan los controles con cierta facilidad, para trasladar el dinero de aquí a allá sin preguntas y, a menudo, sin saber demasiado bien qué es lo que llevan en esas valijas en negro.

He aquí el caso de un comandante. Es veterano, capaz de llevar un avión de pasajeros con los ojos cerrados. Es aparentemente feliz con su pareja y es legendariamente respetado por sus compañeros. Sin embargo, se le puede apretar porque tuvo un lío con alguien y, además, ha conseguido pasar los controles médicos periódicos a pesar de que comienza a tener algún defecto físico que, de saberse, le bajaría de los aviones automáticamente. Es el correo ideal. Nadie sospechará de él. No ha cometido nunca un error. Sólo quiere retirarse en vuelo. Tampoco es tanto. Hará lo que sea para que no le sea retirada la licencia. Denle valijas. Las pasará sin problemas. Destino: Madrid.

Así, las cloacas se cobran una nueva presa. Tiene una debilidad y eso lo hace vulnerable. Será uno más en la red de correos con galones que algún espabilado de los servicios secretos ha puesto en marcha para vaciar las arcas destinadas a eso tan ambiguo y tan misterioso como los fondos reservados. Ya se sabe. Son esos fondos que no son susceptibles de facturas incómodas que justifiquen a dónde han ido a parar todos los ceros que faltan. De todas formas, la extorsión tiene sus inconvenientes. Si se ajustan demasiado los pernos, puede que salten por algún lado. Tiene que ser la presión justa, en el momento adecuado, con el individuo más indicado. Listos, no, por favor. Esos pueden complicar la vida a cualquiera si se ven con el agua al cuello.

No está nada mal la película que ha dirigido Martino Zaidelis con producción de Juan José Campanella. La trama está muy bien urdida, con momentos de tensión tremendamente agobiantes y una resolución de cierta altura. Por supuesto, Guillermo Francella absorbe todo el apartado interpretativo y la música de Pablo Borghi es excelente, con una variedad de temas que resulta sorprendente siendo todos ellos muy efectivos. Quizá no esté demasiado bien explicada alguna relación entre personajes, pero eso se perdona pronto ante una película que ofrece suspense, alguna que otra sorpresa, angustia, diálogos de ingenio y una contención narrativa notable. Llega un instante en el que poco importa lo que lleven esas valijas en negro porque los personajes dominan todo el drama, que llega a ser tan cercano como posible. Abróchense los cinturones. La intriga saldrá en unos minutos. Se prohíbe fumar.

Y es que no es fácil renunciar a la vida fácil porque unos tipos, equívocos y engañosos, asegurando que vas a estar vigilado y protegido, tengan un par de fotos y unos informes comprometedores. Lo suyo es conservar lo que se tiene porque el lujo ya no está en la tierra, sino en el cielo. En estar hoy en Miami, mañana en Londres, pasado en Nueva York y al otro en Roma, sin dar explicaciones a nadie, en hoteles de categoría y probando las noches de todos los rincones del mundo. Las nubes pasan con lentitud y puede que estén conspirando para convertirse en una tormenta. Sólo los tipos con decisión e inteligencia pasarán la aduana. Nada que declarar. 

miércoles, 13 de marzo de 2024

GUERRA ENTRE HOMBRES Y MUJERES (1972), de Melville Shavelson

 

Peter Wilson: Y éste es el autor de “Bésame, mátame, cómprame, ámame”, creo que ése es el título. O posiblemente sea “Cómprame, tómame, córtame, quémame”, no lo sé, pero en cualquier caso ya se hacen a una idea. Es una novela romántica.

Howard Mann: Es Harold Marcus, el autor de “Apuñálame, revuélveme, atúrdeme, quiéreme”

Peter Wilson: Ya sabía yo que era algo así.

Y es que Peter Wilson es un tipo algo descreído. Para empezar no cree en el amor ni siquiera aunque lo tenga y lo reconozca delante de sus propios ojos. Es un encuentro fortuito, una nada que se convierte en algo al instante y, aún así, no, no, el emparejamiento no es más que la debilidad de las mentes más retorcidas. No puede caer en una trampa tan burda e irse con esa mujer que, para más inri, tiene tres hijos. De ninguna manera. Ella por su lado y yo por el mío, aunque sea el mismo camino. Tendré que volver a mis dibujos que, al fin y al cabo, son los que me dan de comer y me hacen tener todo lo que poseo. Ella que se vaya con sus frustraciones sus ataques histéricos y sus tonterías de mujer.

El caso es que Theresa Kozlenko, tampoco es que sea muy diferente a Peter. Ya probó eso del amor en una ocasión y acabó en divorcio, y no es muy divertido pasar por ello más de una vez. Mejor no caer en la trampa de iniciar una relación, por muy atractivo que sea ese señor Wilson con el que he chocado con el coche delante de la consulta del oftalmólogo. No es amor a primera vista, es sólo una simple dilatación de pupila. Aunque tengan en común que él vende libros y ella los vende también. O sea, él los hace con sus dibujos, y ella los vende detrás del mostrador y conoce bastante bien la misoginia que destila el tal Peter Wilson. Esto no tiene ningún futuro, señores. ¿O sí?

Jack Lemmon se junta con la siempre divertida y desenfadada Barbara Harris bajo la dirección de Melville Shavelson y sale este conflicto bélico entre hombres y mujeres que nunca tiene un ganador hasta que no se inician unas conversaciones de acercamiento. Sí, de ese tipo de acercamiento, porque no negarán que es bastante difícil llegar a un acuerdo con un señor que odia a las mujeres, a los perros, a los niños y va como un loco por la vida. Claro que tampoco es fácil coincidir con esa señora Kozlenko, que no cabe duda de que posee un cierto atractivo, pero está un poco trastornada, es bastante despistada y ese peinado merece unas cuantas tijeras impías. Y si mezclamos dentro de la inevitable historia que va a surgir en unos cuantos fotogramas de animación, lo mismo sale una película algo original. Lo que suele ser entre una guerra entre hombres y mujeres, donde ambas partes ponen la imaginación al servicio de sus fobias construidas en privado y que han tardado mucho tiempo en salir. Aquí está la oportunidad de sacarlas como si fueran armamento pesado que, si lo pensamos con un poco de frialdad, se queda en mero juguete ante algo tan poderoso como los sentimientos. ¿Y qué son los sentimientos? Para eso es mejor leerse el libro de Howard Marcus…

martes, 12 de marzo de 2024

UN PASO ADELANTE (1991), de Lewis Gilbert

 

Mavis Turner estuvo una vez ahí arriba. Realizó una audición para Bob Fosse y participó en los coros de tres o cuatro musicales de Broadway. No pasó nunca de ahí, pero se tuvo que bajar porque tomó unas cuantas decisiones erróneas. Quiso empezar de cero y, tal vez, lo mejor era poner un estudio en un barrio cualquiera, con una vieja amiga al piano, y dar clase de claqué a unas chicas que ya no cumplen los cincuenta. Sorpresivamente, también hay un hombre, un tipo algo perdido y despistado que le pone mucha voluntad. Ahí, sobre esas tablas y ante ese espejo, Mavis se da cuenta de la humanidad que se desprende de los mediocres, de los que no llegan a ninguna parte, de los que utilizan el baile como terapia mientras que para ella llegó a ser una forma de vida. A lo mejor pueden hacer una actuación como cuerpo de baile en algún teatrillo. Quizá no estén en la mejor forma física posible, pero trabajan mucho y quieren sudar el maillot. Todos quieren dar un paso adelante. Y Mavis no está segura de darlo.

Un, dos, un, dos, un, dos, tres…vamos, paso adelante, paso atrás, vuelta, punta, tacón, punta, tacón, sombrero y vuelta…Una y otra vez. Mavis puede creer que no hay ya más salida que ese estudio en medio de ninguna parte, en la ciudad de Nueva York, donde un día creyó que podía alcanzar las estrellas en forma de luces de neón, con su nombre en los carteles y la música en sus piernas. Todo fue un sueño que apenas la acarició y ahora cree que todo se queda ahí, en esa madera vieja, en ese piano que toca una amiga que la quiere de verdad, pero que también está con el ticket de vuelta, en ese espejo que sólo devuelve cuerpos que ya están muy castigados por la vida y los desengaños. Eso no es lo que quiso y, sin embargo, es todo lo que tiene. Ella descubrirá que hasta los más pequeños principios, tienen grandes beneficios.

El último papel protagonista de Liza Minnelli en una película fue aquí, en un título que pasó totalmente desapercibido en su día y que está basado en una obra de teatro que obtuvo un gran éxito y que en España interpretaron Ana Marzoa, Gemma Cuervo y una insuperable Mari Carmen Prendes. El cambio en la cabecera de la producción de la Paramount Pictures en el año 1991 perjudicó la promoción de la película y fue un sonoro fracaso en Estados Unidos aunque consiguió un éxito moderado en el Reino Unido, atraído por la presencia en el reparto de Minnelli, Shelley Winters y Julie Walters. El resultado es una película estupenda, entretenida, con unos cuantos números musicales de cierta categoría asumiendo que es un musical eminentemente de cámara, de producción pequeña y largos sentimientos. Algo que, quizá, no está hoy mismo muy de moda, pero se pasa un gran rato y se aprecia el increíble sentido del espectáculo de una actriz que maravilló durante unos cuantos años a pesar de todas sus dificultades personales. Ella sólo dio pasos atrás cuando lo tenía todo para ser una dama de leyenda.

viernes, 8 de marzo de 2024

EL ÓSCAR ATÓMICO

 


Después de bajar el nivel hasta límites insospechados con la lluvia de premios del año pasado para Todo a la vez en todas partes, los Premios de la Academia necesitan una explosión atómica para revitalizar el poco prestigio que les quedaba. Tras decisiones persistentes que resultan del todo equivocadas como el establecimiento del voto preferencial, que hace que pueda ganar cualquier mediocridad, hasta la eliminación de la entrega de los Oscars especiales de la gala, la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood se ha convertido en un contubernio de supuestos modernos que no hacen más que torpedear las cosas que siempre han funcionado en aras de un rejuvenecimiento que resulta chabacano, indiferente y prescindible. Sin embargo, no deja de ser el día de San Cine así que, a pesar de todo, los cinéfilos de pro y de hecho deberíamos celebrar un año más de películas como signo de que, en contra de inútiles y nuevas y alienantes tecnologías, nuestro cine siga vivo.

Vamos con los premios y el de mejor película está bastante definido para Oppenheimer, de Christopher Nolan. No cabe duda de que, quizá, sea la cinta más interesante del año, la mejor realizada, la que recupera el sabor del cine bien hecho y con sentido, aunque sí que se le pueden atisbar un par de defectos. Aún así es la mejor del año y de justicia sería que se llevase el premio.



Para mejor actor, las apuestas se decantan por Cillian Murphy por Oppenheimer. No obstante, el premio, sin ningún lugar a dudas cinéfilas, debería ser para Paul Giamatti, un actor con alguna que otra nominación anterior, de esos que dan textura a cualquier película en la que interviene, un todo terreno capaz de exhibir la mayor crueldad o la más conmovedora de las ternuras. Giamatti lo merece, por mucho que le premio a Murphy no moleste del todo a pesar de ser un actor que tendría que mostrar algo más.



Para mejor actriz, hay una encarnizada lucha entre la ya premiada Emma Stone por esa cosa llamada Pobres criaturas y Lily Gladstone por Los asesinos de la luna. Stone lo merece más que Gladstone, si nos ponemos serios, por muy extraterrestre que sea la película que protagoniza, pero sospecho que la Academia se inclinará por la segunda por aquello de la cuota de raza y demás historias. Les quedaría un palmarés muy redondo para ellos. Por cierto, quien lo merece realmente porque hace una interpretación de arrodillarse ante ella es Carey Mulligan por Maestro.



Para el mejor actor secundario, parece claro que Robert Downey Jr. no tendrá rival por su papel antipático y equívoco de científico que se opone por medios, digamos, discutibles al protagonista de Oppenheimer. También es un actor que ha estado nominado en anteriores ocasiones y que ha arrastrado fama de difícil y caprichoso y complicado de carácter y puede que sea una ocasión perfecta para que Hollywood le otorgue el perdón después de hacerles ganar muchísimo dinero con su acertada encarnación de Tony Stark en la serie de Iron Man y Los vengadores. Hay que cuidar a los amigos, aunque antes hayan estado proscritos.



Para la mejor actriz secundaria, tampoco parece que el premio a Da´vine Joy Randolph tenga ninguna discusión. Hace un gran trabajo, es una actriz afroamericana y ya se sabe que alguien tiene que ganar y lo merece. Por una vez, se juntan todos los intereses, así que sería una auténtica sorpresa que ganara otra candidata.



Para la mejor dirección, es hora de dar el premio a Christopher Nolan por Oppenheimer porque se podrá estar o no de acuerdo con su estilo a la hora de hacer cine…pero hace cine. Lo hace con sentido, con ambición y con muchísima profesionalidad. De los realizadores de los últimos años, lleva todas las papeletas para ser el más interesante por encima de supuestos genios como Paul Thomas Anderson, Joe Wright o Yorgos Lanthimos. Sería muy merecido. Y me temo, para eterna rabia de los que le odian, que no será el último.



La película internacional, ese divertido eufemismo para no decir la palabra “extranjero” y marcar diferencias dentro del cine, tiene un claro favorito con La zona de interés, de Jonathan Grazer. Se da la paradoja de que es una película de producción británica, pero participa en la categoría de película “internacional” porque el lenguaje que se utiliza es el alemán. Vale, es una buena película. Está muy bien, aunque no sea la cinta mejor dirigida del mundo. Debe estar ahí, pero permítanme deslizarme por el sentimiento patriotero porque la mejor de toda la terna de películas “internacionales” es La sociedad de la nieve, de J. A. Bayona. Y si no fuera español, diría lo mismo.



Así que acudan a los refugios nucleares. Esperen el atronador sonido de la explosión de unos premios devaluados hasta la mayor de las bajezas en vista del cuadro de honor de los últimos años (¿en serio Todo a la vez en todas partes tiene el premio a la mejor película…lo mismo que Lawrence de Arabia, El apartamento, Amadeus o Memorias de África? ¿En serio?). Todo puede pasar, incluso que la Academia persista en su política de errores en aras de ganar un público que no quiere ser fichado porque le falta contexto. ¿Ha pensado alguien en eso? Vale, vale, ya pongo el punto final. Viva el cine.

jueves, 7 de marzo de 2024

AMERICAN FICTION (2024), de Cord Jefferson

 

La política de lo incorrecto consiste en no escandalizarse porque el título de una novela situada en el profundo Sur de los Estados Unidos lleve la palabra “negro”. También está en escribir un libro para reírse de toda la estupidez basada en los estereotipos de la gente de color, titularlo procazmente y que el éxito llame a la puerta con la fuerza de un ariete. O…¿por qué no? Está en creer que estar en lo alto de la lista de best-sellers sea una puñetera vergüenza porque se han escrito unas cuantas líneas basándose en una jerga, sin ninguna cohesión dramática y con unos problemas centrales que a nadie importan, pero, eso sí, todo el mundo se siente aludido o concernido.

Por otro lado, la política de lo incorrecto también encierra secretos que no pueden ser desvelados y que merecen ser fusilados sin compasión. Al fin y al cabo, no es bueno que, de la noche a la mañana, te ordenen una temporada de vacaciones de tus cursos de Literatura, vayas a casa a ver a tu familia y a tu hermana le dé un ataque al corazón que la deje en el sitio. Eso, para qué nos vamos a engañar, también es la política de lo incorrecto, sobre todo, en esa área en el que no se pueden controlar los acontecimientos y que se agolpan, por sí solos, en el ánimo ya bastante maltrecho por el excesivo coqueteo con el fracaso.

Así que es el momento de montar una ficción puramente americana, basada en la obscenidad de cobrar una cantidad de dinero que roza la pornografía por escribir una auténtica basura que la ya falsa intelectualidad que puebla todos los estratos de la sociedad ha calificado de obra maestra porque “dice cosas que nadie ha dicho”, “pone de manifiesto la opresión blanca ante la desgracia negra” y “coloca a la raza blanca al borde de la culpabilidad generalizada”. Así estamos. En un mundo sostenido por falsedades llega un momento en que se encumbra la mayor de todas las falsedades.

Estamos ante una excelente película, dirigida por Cord Jefferson y con un intérprete entregado y perfecto como Jeffrey Wright, que encarna al hombre quemado por sus propios sueños y que se da cuenta de que, en realidad, no tiene nada porque, mirado de frente, nunca tendrá nada, por mucho éxito que tenga. O por mucho fracaso que acumule. Sencillamente, es una persona que está de más y que no disfruta de una cosa ni de otra. Bastante tiene el pobrecillo con mantenerse cuerdo en una ciudad de locos de atar. El guión es de una originalidad sorprendente, con algunas ideas narrativas excelentes aunque la dirección sea muy sobria. No llega al absurdo, pero es ácida. No es una comedia, pero hace reír. No es una tragedia, pero resulta triste. Así es esta película. En el fondo, es muy parecida a nuestras vidas aunque toque realidades radicalmente diferentes.

No es de extrañar que ante tal panorama, la mente opte por el escapismo fácil y decida vivir en un mundo que no es de estos días. Hasta los concursos literarios son cúmulos de estupidez supina que deciden premiar lo más vergonzoso. Mientras el misterio siga, serían capaces de otorgar sus bendiciones a cualquier libro que hable…no sé…de la dificultad de tomar una decisión a la hora de bajar una escalera. Bajo, no bajo, ahora sí, ahora no, mis motivaciones son, fueron, serán, tal vez, Dios mediante, espero no caerme, mis miedos, mis traspiés…seguro que luego llega algún crítico listillo diciendo que es la última gran obra maestra de un modo de escribir nuevo, o alguna tontería parecida. No les hagan caso. No tienen ni idea de nada. 





miércoles, 6 de marzo de 2024

DOS CHICAS A LA FUGA (2023), de Ethan Coen

 

Después de ver las primeras obras en solitario de los hermanos Coen, nos damos cuenta de que en todos los trabajos que hicieron juntos parece ser que Joel ponía la estética y el arte y Ethan aportaba el absurdo y la perplejidad. El equipo era prácticamente perfecto y las carencias son evidentes cuando analizamos lo que están haciendo por separado. A Joel le falta sentido del humor. A Ethan le puede el caos. En esta ocasión, Ethan nos cuenta la estrambótica historia de dos chicas que quieren trasladarse a Tallahassee, capital del estado de Florida, mientras se van encontrando con una serie de personajes que parecen sacados de un barrio sin razón y de una ciudad sin norte.

Ahí tenemos a dos chicas a las que les encanta ser lesbianas aunque, en un principio, son sólo amigas. Y cogen el coche que no deben, con un equipaje que no es apropiado (¿o sí?) y perseguidas por una serie de individuos que parece que quieren poseer las réplicas engrandecidas de enhiestos órganos sexuales de diversos prohombres de la enferma sociedad estadounidense. Ya está el asunto formado. Dinero, chicas, policías con un perro, algún que otro asesino profesional con miedo escénico y las dos protagonistas pasándoselo bien con ese combate de caracteres que predispone a una hacia la ninfomanía y a la otra hacia la represión. Un cóctel muy Coen.

Sin embargo, parece que Ethan se da cuenta de que la historia se le queda corta e introduce una serie de secuencia oníricas que no tienen más sentido que añadir un toque psicodélico sin venir a cuento y algo de metraje a esta trama que avanza con rapidez y que puede acabar en cualquier momento. Por supuesto, algún rostro conocido se disfruta con la rapidez necesaria como el de Matt Damon o el de Colman Domingo, el último descubrimiento afroamericano del cine, pero esta aventura de carretera sin sujeción acaba por ser más intrascendente de lo habitual porque le falta esa férrea disciplina que sí se notaba en las obras de los dos hermanos, especialmente en películas tan necesarias como Muerte entre las flores o Barton Fink.

Así que dejémonos de tonterías y abrámonos a nuevas experiencias. El humor tampoco es que sea tronchante y la perplejidad que solían causar en el espectador acaba por ser casi una máscara para tapar las posibles carencias. Es como si a Ethan Coen le diera por contar uno de sus absurdos viajes con algún que otro alucinógeno de más y sin tomarse demasiado en serio en ningún momento. Ni siquiera hay uno de esos famosos cortes que te dejaban con la sonrisa y el talante helado cuando mejor te lo estabas pasando. No sea que el tono de comedia se olvide en el interior de una maleta como si fuera…yo qué sé, una colección de consoladores. Ni con lacito, oigan.

Más vale ir recogiendo lo que se ha podido arramblar teniendo en cuenta que hay una buena cantidad de personajes enfermos y enfermizos que tratan de hacer negocio con unos productos bastante absurdos para el gran público. Aunque quizá yo mismo sea una película de Ethan Coen y destaque por mi corto entendimiento detrás de estas teclas en las que se dibujan tantas y tantas perversiones reprimidas por mi sentido común. Ese mismo que falta cuando el día se convierte en asfalto y hay que perseguir a unas chicas que, realmente, lo único que desean es pasárselo bien, sin ataduras, sin herir a nadie y sin tener ganas de complicarse la existencia por unos cuantos aparatos de apariencia masculina y que más bien parecen billetes de alto valor ordenados pulcramente en una maleta de cáscara metálica. Ustedes verán.

martes, 5 de marzo de 2024

DUNE, PARTE DOS (2024), de Denis Villeneuve

Si en la primera parte de esta historia asistíamos a la complicada conspiración urdida por elementos cercanos a la dictadura para eliminar a una dinastía de nobles demasiado liberal, en esta ocasión nos colocamos justo enfrente para ver, casi incrédulos, cómo la tentación del poder rodea al héroe hasta situarlo en el mismo borde del cesarismo. Ahí están los peligros del mesianismo exacerbado. No se suelen ver los defectos del protagonista hasta que ya ha pasado la hora de las consideraciones.

Y es que allí, en la cumbre de un planeta asolado por la arena, debe ser toda una prueba no sentirse por encima del pueblo y de cualquiera que se une a los gritos de victoria y alabanza. La épica suele preceder casi siempre al autoritarismo y es fácil cambiar el modo de pensar hacia uno en el que todo el mundo va a pensar lo mismo. Es la misma historia de siempre. Mucho elemento religioso, mucha venganza, mucho amor dejado atrás y vamos a lo práctico que es mandar y si se desencadena algún que otro conflicto, mejor que mejor.

Más farragosa y menos fluida es esta parte en comparación con la primera y no es tan redonda narrativamente. Algunos extremos se han quedado en la sala de montaje, como es la caída como prisionera de la amiga de la protagonista o también escaramuzas que deberían haberse visto. Además, en contraposición a la casi impresionante estética de la primera, parece como si el director Denis Villeneuve quisiera escudarse en el plano grandilocuente porque tiene poca historia que contar. Algunos personajes son rematadamente planos, como el de Austin Butler, aunque la hechura de la película es notable, con ideas visualmente muy interesantes y está llena de rostros conocidos que hacen pensar que esta, casi sin ninguna duda, no va a ser la última parte de la lucha por la especia más buscada del universo.

Los personajes deben asumir roles para los que no están preparados, pero son tan acomodaticios que da lo mismo. El personaje de Javier Bardem, bastante misterioso en su breve aparición en la primera parte, se convierte en un fanático de la profecía aunque es justo reconocer que tiene momentos de contención muy adecuados. La música de Hans Zimmer sigue siendo una presencia constante que bajo algo de intensidad  en comparación, pero llega a cansar. Notables secuencias de acción, bien coreografiada la lucha final y mucho protagonismo de los gusanos gigantes que, al fin y al cabo, fueron los que dejaron con la boca abierta a medio mundo no hace tanto tiempo. Pongámonos a las órdenes de Paul Atreides, que se pone bastante intenso hacia el final, porque Timothée Chalamet sigue esparciendo su carisma, pero insiste en tener un empaque físico mediocre, moviéndose con cierta torpeza, sin presencia de cuerpo entero o en la reiterada manía de pillarle planos por la espalda cuando las intenciones de su personaje son bastante oscuras. Al fin y al cabo, a nadie le amarga un poco de dictadura, sobre todo si se ejerce.

Dejemos que el veneno de la vida penetre en nuestro organismo para que podamos descubrir quiénes somos realmente. Pronto los Atreides darán la bienvenida a un nuevo miembro de la familia y veremos si esta ha sido una película de transición hacia algo realmente prometedor o si basta con ponernos unas siluetas a contraluz de un sol abrasador, unas capas al viento y unas posturas heroicas a lomos de bestias voluminosas para quedarnos con la boca abierta sin atender a lo que se nos cuenta. No sé si seremos capaces de apreciar la diferencia.

lunes, 4 de marzo de 2024

JUGAR DURO (1985), de Burt Reynolds

Hay películas que pasan directamente al baúl del olvido solamente porque están protagonizadas por antiguas estrellas que no viven sus mejores horas y que son calificadas como de último recurso para ellas. Ése es el caso de Jugar duro, que cuenta en su reparto con Burt Reynold, Candice Bergen y George Segal. Basada en una novela de Elmore Leonard, no es una mala película en absoluto y, sin embargo, nadie se acuerda de ella y los que se acuerdan tratan de hundirla con premeditación. Con el propio Burt Reynolds dirigiendo, Jugar duro es una historia que no es tan amable, ni tiene ese punto socarrón que parece ser uno de los lugares comunes que visitaron las películas más taquilleras de Reynolds en su época dorada. Quizá el único reparo que se le puede poner es algo de precipitación en el planteamiento de la trama amorosa entre los dos protagonistas y la caracterización algo básica y prototípica de Charles Durning como el villano, pero en el resto, es modélica en cuanto a que es una historia sin concesiones, sin renunciar a la acción ni un ápice, pero sin media sonrisa.

Salir de la cárcel siempre es complicado para un tipo que se ha movido con gente demasiado poco recomendable. Sin embargo, en el fondo de su ética, no es bueno decir que no a los amigos y, de vez en cuando, hay que hacer algún favor que no sale exactamente como se había planeado. La huida por un campo de maíz puede ser el principio de algo nuevo y diferente, pero también hay que desenlazar algo que se había estado cocinando en el horno de la venganza  durante todos los años que se han pasado entre barrotes. Stick es un tipo que sabe dar palos. También recibirlos, pero ya es hora de jugar duro para que la suerte se incline, de una vez, de su lado.

Florida, al fin y al cabo, puede ser el escenario perfecto para que se desarrolle todo el sexo y toda la violencia de ese mundo latente y escondido en el que se mueve Stick. El malvado es un tipo al que cuesta tomar en serio porque, ya se sabe, entre playas y palmeras pululan los seres más extraños que se pueden encontrar entre drogas y balas. Mención especial merece ese sicario, de nombre Moke, que transmite miedo con sólo aparecer y que se encarga de hacer los trabajos más delicados. Uno de ellos, por supuesto, es encontrar a Stick, que es el fulano más listo que ha salido últimamente de la prisión y que trata de jugársela a todo el mundo. Sólo si juega duro podrá conseguirlo. También pondrá en juego su cinismo, su encanto y su irresponsabilidad, más que nada porque la ambigüedad es una pieza de intercambio habitual en las calles. Puede que, al final, nadie esté preparado para estar con Stick. Es difícil acompañarle porque es un hombre que nunca dejará de estar en guerra. Consigo mismo y con los demás. Es su destino. Y quizá ha dejado pasar demasiadas ocasiones en las que no quiso jugar tan duro. Stick debe hacer su camino de vuelta.

 

viernes, 1 de marzo de 2024

EL GRAN DICTADOR (1940), de Charles Chaplin

 

Adenoid Hynkel desea poseer el mundo y jugar con él como si fuese un globo grácil que se mueve a su voluntad. Extiende sus garras sobre Europa desde su nación Tomania y pone toda su maquinaria de guerra a disposición de la crueldad que representa. En el camino, por supuesto, deberá aniquilar al pueblo judío al que odia profundamente a pesar de que en el noticiero se traducen sus palabras como que expresa un intenso amor hacia ellos. Hynkel representa la ridiculez del mal, aunque el mal nunca sea una broma. Es la absoluta certeza de que el cielo estará siempre encapotado para los más débiles, para los países que se oponen a la injusticia, para los estúpidos oligarcas que han permitido que un megalómano gobierne los destinos de una nación que nunca existió.

Por otro lado, un barbero judío, con el mismo aspecto que el dictador, sólo quiere extender sus garras sobre la felicidad a la que cree que tiene derecho, pero los gobernantes, esos extraordinarios cínicos que perdieron el alma en algún escalón de su ascenso al poder, no dejan que pueda poseer algún momento parecido a la plenitud al lado de una chica sencilla, guapa, humilde y sincera. Ése es el gran chiste del mundo yéndose por el desagüe. No hay tregua para los nadie y los alguien son imbéciles desquiciados que cifran toda la erótica del poder en el miedo, en el silencio del más desfavorecido, en la nada de los nadie. Es muy fácil aplastar a los mosquitos. No lo es tanto acabar con ese último reducto de resistencia que es el alma con su compasión, con su solidaridad, con su certeza de que no estamos en un mundo que nos pertenezca, con su verdad incólume e imbatible, sea cual sea. El barbero judío, en el fondo, es mucho más sabio que ese mamarracho de Hynkel, con sus peleas de salón a base de chucrut y spaghettis con ese otro payaso de Napoloni. No hay demasiadas salidas cuando gente así se hace con un poder que nadie hubiera imaginado. Sólo queda esa puerta trasera del interior, esa trinchera inabordable, ese pequeño rincón en el que depositamos todo lo que realmente nos hace hombres.

Charles Chaplin dirigió esta obra maestra de la comedia y de la denuncia del fascismo con pasión, deshaciéndose prácticamente del personaje del vagabundo que, en el fondo, nunca quiso ser otra cosa que eso mismo. Un ser libre, sin ataduras impuestas por nadie, que repartía risas por un mundo en llamas y hacía pensar un poco con un leve gesto de atención. Aquí, Chaplin nos hizo reír a carcajadas, consiguió que tomáramos una figura siniestra de forma ridícula y, además, hizo un alegato por la libertad que, algunos seres bastante abyectos, trataron de convertir en mensaje comunista:

“Lo siento, pero no quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo –si fuera posible-: a judíos, gentiles, negros, blancos. Todos nosotros queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos son así. Queremos vivir para la felicidad y no para la miseria ajena. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede proveer a todos.

El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido el camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y la matanza. Hemos aumentado la velocidad, pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos demasiado poco. Más que maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá.

El avión y la radio nos han aproximado más. La verdadera naturaleza de estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora, mi voz está llegando a millones de seres de todo el mundo, a millones de hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que tortura a los hombres y encarcela a las personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les digo “no desesperéis”.

La desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la avaricia, la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que arrebataron al pueblo, volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren, la libertad no perecerá jamás.

¡Soldados! ¡No os entreguéis a esos bestias, que os desprecian, que os esclavizan, que gobiernan vuestras vidas; decidles lo que hay que hacer, lo que hay que pensar y lo que hay que sentir! Que os obligan a hacer la instrucción, que os tienen a media ración, que os tratan como a ganado y os utilizan como carne de cañón. ¡No os entreguéis a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquinas con inteligencia y corazones de máquina! ¡Vosotros no sois máquinas! ¡Sois hombres! ¡Con el amor de la humanidad en vuestros corazones! ¡No odiéis! ¡Sólo aquellos que no son amados, odian, los que no son amados y los desnaturalizados!

¡Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud! ¡Luchad por la libertad! En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios se halla dentro del hombre, ¡no de un hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres! ¡En vosotros! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder, el poder de crear máquinas ¡El poder de crear felicidad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Luchemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos una seguridad.

Prometiéndoos todo esto, las bestias han subido al poder ¡pero mienten! No han cumplido esa promesa. ¡No la cumplirán! Los dictadores se dan libertad a sí mismos, pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar el mundo, para terminar con las barreras nacionales, para terminar con la codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo de la razón, un mundo en el que la ciencia y el progreso lleven a la felicidad de todos nosotros. ¡Soldados! ¡En nombre de la democracia, unámonos!

Hannah… ¿puedes oírme? ¡Donde quiera que estés, alza los ojos! ¡Mira, Hannah! ¡Las nubes están desapareciendo! ¡El sol se está abriendo paso a través de ellas! ¡Estamos saliendo de la oscuridad y penetrando en la luz! ¡Estamos entrando en un mundo nuevo, un mundo más amable, donde los hombres se elevarán sobre su avaricia, su odio y su brutalidad! ¡Mira, Hannah! ¡Han dado alas al alma del hombre y, por fin, empieza a volar! ¡Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza! ¡Alza los ojos, Hannah! ¡Alza los ojos!”.

Alcemos los ojos….