miércoles, 26 de diciembre de 2018

UN ASUNTO DE FAMILIA (2018), de Hirokazu Koreeda

Con este artículo quiero desear a todos los que se atreven a prestarme sus ojos unos minutos todos los días un feliz Año Nuevo. Gracias por ese préstamo tan valioso y que sigamos viéndonos en el cine.

Las paredes son de ropa. El mañana es un triunfo. La irresponsabilidad es una forma de vida. Las sonrisas se suceden. El aprendizaje es continuo. El sueño de tener una familia por encima de cualquier otra consideración. La delincuencia a la vuelta de la esquina. La prostitución está llamando. Las miradas buscan razones que se han perdido en la nada. Las lágrimas son ciertas. El resto es la noche fría y la incomprensión. No hay lugar para suposiciones, porque nada es verdad.
Y así, Hirokazu Koreeda lanza una mirada furtiva al interior de una familia que no tiene nada de normal. Las apariencias suelen engañar y, en este caso, siempre caminando por el filo de una navaja cortante, más aún. El agradecimiento es una llamada a la muerte y el silencio huye despavorido. En el fondo, el director nipón sabe que el cariño es lo que mueve al ser humano y aquí se dedica a retratar a una serie de personajes que lo buscan desesperadamente. Sin ataduras. Sin obligaciones. Hoy se tiene y mañana ya se verá. Los lazos son tan débiles que se pueden deshacer por pura protección. Y cuando un niño pronuncia una de las palabras más hermosas que desea escuchar un hombre, sólo queda correr para retener, durante un segundo más, esa sensación de haber sido importante para alguien.
La unión imposible de los restos de muchos naufragios puede encajar para construir una nueva nave. No demasiado sólida. No demasiado auténtica. Pero navegará y se mantendrá a flote siempre y cuando las obligaciones sociales se cumplan en su mínima expresión. Un plato de tallarines. Una manta para abrigarse. Un juego. Una simple caricia que sabe a cielo. Unos pocos billetes. Dejar al pasado atrás. Definitivamente. Absolutamente. Incluso la sociedad se encargará de asesinar lo que, durante un tiempo, fue un bonito espejismo. La posibilidad de saberse querido. La duda de las propias huellas. El disfraz del delito. Y las heridas interiores comienzan a cicatrizar por el suave tacto de la ingenuidad, como una mirada que lo dice todo más allá de una barandilla, tratando de atisbar alguna motivación en el futuro.

Un asunto de familia es una película que requiere tiempo y, sobre todo, paciencia. El espectador, siempre inteligente, va construyendo su propia historia y Koreeda va administrando la información con cuentagotas. Y el público, aún sabiendo que su suposición cojea por algún lado, cae en la trampa de sus propios prejuicios o de sus propios deseos porque el director se encarga de romper con todos ellos minuciosamente. El resultado es una película que llega a fascinar, como si Yasujiro Ozu se hubiera sumergido en su lado más tenebroso y ofreciera todo aquello que no quiso contar con la cámara en medio de sus familias. La elucubración, por una vez, yerra y, durante un buen rato, hay que saber encajar las piezas que se han ido desparramando por el camino. Lenta y suavemente, sin estridencias, aunque con una lejana sensación de incomodidad. Es el momento de preguntarnos una serie de cuestiones que también, por el mero hecho de planteárnoslas, nos hace sentir ciertamente culpables. Tanto como inocentes creen que son los protagonistas de esta historia. Quizá porque estemos al otro lado del cristal, en el anonimato, deseando llevar algo de carnaza a nuestros ánimos de mirón desahuciado, como si los restos de muchos naufragios pudieran dar alguna solución más allá de fijar un nuevo rumbo bajo el cielo azul. 

viernes, 21 de diciembre de 2018

OPERACIÓN RENO (2000), de John Frankenheimer

Con este artículo sobre una película atípica quiero desear una Feliz Navidad a todos. Como el cordero se está haciendo y el dinero pide a gritos salir de las carteras, suspenderemos parcialmente la actividad del blog, como todos los años. Sólo se publicará el artículo del estreno semanal los jueves 27 de diciembre y 3 de enero para retomar el ritmo habitual el martes 8 de enero. Y no olvidéis dejar algún hueco entre tanto trasiego para ir al cine. Es un regalo fantástico que, demasiado a menudo, no sabemos apreciar. Besos para ellas. Abrazos para ellos.

Navidad, Navidad, dulce Navidad…Para unos presos es una auténtica Navidad porque, por fin, las puertas se van a abrir. Van a ser libres. Rudy espera volver a casa, sentir el calor familiar, dormir en su propia cama, probar de nuevo la tarta de mamá y ver partidos de fútbol con su viejo. Sin embargo, algo se tuerce. Su mejor amigo en la cárcel es asesinado y, por aquella vieja máxima de echar una cana al aire, decide pasarse por él. Rudy se convierte en Nick. Y resulta que la cana al aire acaba por ser un cañón en la sien. Y Nick-Rudy es el que posee la información, aunque sabe menos que Papá Noel en el desierto. Así que va a tener que tirar de ingenio para poder salir airoso de ésta. No, en esta ocasión, la Navidad, la dulce Navidad, no va a ser tan dulce.
Así que Nick se las tiene que ver con una serie de facinerosos que quieren el dinero de un casino. Mientras tanto, cree que puede mantener su relación con Ashley, que es una chica de bandera y la razón por la que Rudy comenzó a ser Nick. Está prisionero. Ella también. Debe de inventarse algún retraso, alguna trampa que le permita ganar tiempo. Y el cañón sigue apuntando a su sien. Y no sabe nada. Y no sólo eso. No hay manera de saber nada, porque el lío continúa enredándose y todos vestidos de Santa Claus en un atraco imposible con dinero a espuertas y disparos a mansalva. La cosa pinta mal y a Nick se le acaban las ideas. Bien es verdad que nunca ha sido demasiado inteligente y que lo va a demostrar una vez más, pero por intentarlo que no quede. La nieve es demasiado fría ahí fuera. Y a lo mejor, tal y como es posible que rueden las cosas, Santa Claus deje un regalo en unos cuantos buzones. De esa manera, Nick podrá volver a ser Rudy y todavía comprobará que hay algo en su interior que sigue vivo y que es bueno.
La última película de un director de leyenda como John Frankenheimer deja toda una lección de cómo convertir una película de evidente serie B en un homenaje y en un entretenimiento en toda regla. El ritmo del que siempre hizo gala el director se demuestra una vez más con una historia que, en manos de cualquier otro, sería una perfecta mediocridad. Sin embargo, Frankenheimer consigue unas notables interpretaciones de Ben Affleck (quizá una de las mejores que haya hecho nunca), de Gary Sinise (algo estereotipado) y, sobre todo, de Charlize Theron (que toca registros muy interesantes). En medio hay una película de acción con sentido, que se pasa en un suspiro, sin necesidad de acudir a la innecesaria espectacularidad para tener atrapado al espectador cómplice de una Navidad que, esta vez sí, puede ser inolvidable.

Y es que Santa Claus se presenta de las más diversas formas. Tanto es así que puede que, en esta ocasión, lo tengamos bajo el disfraz de unos cuantos rateros aficionados que quieren dar el golpe de sus vidas y que, lo más probable, acaben con sus vidas de golpe. Respiren, sigan. Esto tiene mucho que contar y aún más que repartir. Navidad, Navidad, dulce Navidad…

jueves, 20 de diciembre de 2018

LOS CASOS DEL DEPARTAMENTO Q: EXPEDIENTE 64 (2018), de Christoffer Boe

Detrás de una pared, unos cuantos cadáveres para una venganza incompleta. Y a partir de ahí, las brumas de la infamia comienzan a expandirse para descubrir que, demasiado a menudo, se ha asesinado en nombre del bienestar. Las muecas del horror se dibujan en los cuerpos y hay que bucear hasta cincuenta años atrás para encontrar un motivo lo suficientemente fuerte como para que ese espectáculo de muerte tenga algún sentido. Las entrañas y los sentimientos surgen, golpeados por una justicia que nunca llegó y, tal vez, sea mejor sumergirse en esa felicidad que se escapó para aparecer mucho tiempo después.
El Inspector Carl Morck teme convertirse en uno de esos cadáveres congelados por el odio, pero es incapaz de salir de esa armadura que lleva a gala. Queda muy poco para quedarse completamente solo en ese sótano que huele a asesinato y no puede zafarse del sentimiento de fracaso, de automarginación, como si estuviese obligado a expiar todos sus pecados. Ahí fuera hay un buen puñado de crímenes sin resolver y tiene que resolverlos para encontrarse a sí mismo porque ya se encargó de emparedar su dolor a conciencia. Mientras tanto, va encontrando un historial de abusos cometidos en nombre de la moral enfrentándose cara a cara con ese fascista que todos los demócratas parecen llevar dentro. En su sociedad inmaculada hay algo que huele a podrido y ya es hora de derramar un par de lágrimas, pronunciar un deseo y demostrar que guarda algún sentimiento más allá del cañón de su pistola de reglamento.
El Inspector Assad, compañero de Morck, siente que debe avanzar, abandonar esas caras agrias de todas las mañanas y preservar algo de su propia humanidad para el futuro. Sabe que es el contrapeso de Carl y le cuesta dejarlo a los pies de su propia suerte, pero debe hacerlo. Tal vez, en algún momento, llegue a arrepentirse porque, en el fondo, tiene un inmenso cariño por su agrio camarada. O puede que tenga que preocuparse por la gente que más conoce, tener más tiempo para ellos, hacer algo para que su vida en esa perfecta sociedad del norte sea algo mejor. Sin embargo, Assad intuye que en la limpieza esterilizada de unos comportamientos que parecen brillantes e intachables, aún hay peligrosos bacilos dispuestos a contaminar todo cuanto tocan y dejar sin vida a cuerpos preparados para fabricarla. La noche, la nieve, el frío invierno, la terrible crueldad…todo tiene explicación en la larga oscuridad. Y Assad no es un policía que abandone las investigaciones a medio camino. Llegará hasta el final, cueste lo que cueste.
Cuarta entrega de los casos de este peculiar departamento de policía que mantiene la calidad de los tres episodios anteriores con ganas y acierto. Se introduce algún toque de humor, se continúa con la sordidez de unos seres que tienen muy poco de humanos, se prolonga la fascinación por unos personajes que van evolucionando en distintas direcciones y se sigue con el misterio y la tensión de momentos agónicos y últimos, dejando que incluso la previsibilidad sea un elemento atractivo en su resolución. De alguna manera, el espectador también se siente uno de esos policías empeñados en hacer justicia del pasado porque no hay más que rabia cuando no se actúa y esta saga sabe trasladar esa sensación de forma precisa y muy efectiva. Y es que mientras se camina con los pies helados al lado de los inspectores Morck y Assad, las brumas de la infamia crecen en el ataque sorpresa, en la motivación espantosa o en la seguridad de que siempre hay algo que funciona mal en el mejor de los mundos posibles.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

LOS CASOS DEL DEPARTAMENTO Q: REDENCIÓN (2016), de Hanns Peter Moland

El inspector Morck tiene el fracaso grabado en la piel. Ha dedicado demasiado tiempo a perseguir a delincuentes, mentes enfermas que desafiaban cualquier parámetro del razonamiento humano, viejos casos que se quedaron abiertos y que el tiempo se encargó de olvidar. Nunca supo ser padre, dar cariño. Tal vez porque siempre creyó que el cariño no existía ya en el mundo. Sólo mentes retorcidas, dispuestas a hacer daño de la forma más atroz, sin detenerse a pensar que las víctimas eran personas que sufrían, lloraban, se rebelaban o amaban. De hecho, el inspector Morck empieza a no pensarlo tampoco. De alguna manera, se está convirtiendo en uno de ellos. Solo, aislado, odiando todo lo que le rodea, cercándose alrededor para que nadie se pueda convertir en un posible amigo y, por tanto, una segura decepción. El inspector Morck llora, porque no sabe cómo salir de ese hoyo emocional y lo tiene cada vez más difícil.
Sin embargo, un caso se presenta. Hay unos niños implicados. Criaturas que han desaparecido al abrigo de alguien en quien tenían confianza. Seres que viven en una rígida comunidad protestante que dedican todo su tiempo al trabajo y a las reuniones semanales en la parroquia más cercana. Niños. Niños. Esa palabra golpea a Morck como si fueran puñetazos en la misma cara. No, no va a dejar que esos niños pierdan. No va a dejar que se alejen igual que permitió que su hijo no reconociera en él a su padre. Hará lo que haga falta, sin pararse en otras consideraciones. Y sabe que, si cruza la línea, estará allí su compañero Assad. Puede que sea el único que ha sabido leer con cierta paciencia y comprensión todo lo que le ocurre en el interior.

Así comienza el largo camino de redención del inspector Morck. Sigue la pista, sigue la trampa, deja caer un poco de su propia sangre y de su propia estima. Persigue al chacal depredador que se ha llevado a los niños hasta ese lugar en el que ya no hay tierra. Una botella ha navegado por el agua para dar un último grito de socorro y Morck y Assad la reciben y la escrutan. Esta vez la oscuridad será aún más negra, tanto como la ceguera y la ignorancia. La vida y la fe, de la naturaleza que ésta sea, van indisolublemente cogidas de la mano y el crimen resulta aún más execrable porque se comete contra personas que son totalmente inocentes. ¿Hay más razones para intervenir? La vida desarreglada de Morck se torna en algo que apenas guarda importancia ante la tragedia que supone la tortura y la muerte y, nuevamente, el Departamento Q tendrá un caso más cerrado al que dio comienzo el mensaje en una botella. Y habrá que desarmar lo que es toda una conspiración de la fe. 

martes, 18 de diciembre de 2018

LOS CASOS DEL DEPARTAMENTO Q: PROFANACIÓN (2014), de Mikkel Norgaard

Si tenéis ganas de escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla a propósito de esa enorme película de Richard Brooks que es "Los profesionales", podéis hacerlo aquí.

Niños que se creen hombres y que, ya adultos, aún creen que lo tienen todo. Niños que ejercieron la violencia más brutal solamente para tener un sentimiento de superioridad sobre los demás. Niños que jugaron con el peligro de la corrupción para convertirse en hombres que olvidaron su alma. Ésa es la auténtica profanación del espíritu y el Inspector Morck, en su tormenta interior, lo sabe muy bien. Por eso, rescata lo que nunca debió de ser enterrado y trata de esclarecer algo que tiene una misteriosa conexión con la actualidad. Al fin y al cabo, ningún policía se va a molestar demasiado por el suicidio de un antiguo policía. Y menos aún si las pistas conducen a las mentes pudientes de la perversidad más lujosa. La cuestión es sórdida. Más que nada porque, cuantas más altas están, más huelen las escorias.
Y el peligro ronda, precisamente, a lo más bajo. La élite también tiene sus parias a los que abandona sin ninguna compasión. Sólo el fuego purificará lo que está podrido desde su nacimiento. Y el recuerdo, brutal y terrible, golpeará siempre los rincones de la locura, como si fueran puñetazos en el mismo vientre, para ahogar cualquier grito de esperanza en plena desorientación. Y en la inmaculada Dinamarca todo parece en perfecto orden, con su pulcritud, su limpieza exterior, sus días nublados y fríos y sus mentes retorcidas, caídas hacia el mal, como una tentación a la que es muy difícil escapar.
En todo crimen, hay todo un rompecabezas de actitudes humanas que hay que resolver. Tal vez el móvil más antiguo de todos sea la codicia, pero también está el mantenimiento de las apariencias cuando éstas se transforman en algo más importante que la vida de cualquier otro. En un sótano, dos policías trabajan para resolver crímenes que fueron olvidados por la burocracia y el tiempo. Y sufren porque, aquellas personas que fueron víctimas, hoy están perdidas en una existencia que no eligieron, a la deriva, sin más agarraderos que sus propias fuerzas. A menudo, no es suficiente. Ni siquiera los millones de lágrimas derramadas son suficientes. Hace falta vengarse para dar descanso al alma. Y, tal vez, acabar con todo. El Inspector Morck sabe todo eso y lucha hasta la extenuación para que no ocurra a pesar de que su alma está caminando por el borde del abismo.
Excelente segunda parte de los casos de este peculiar departamento de policía en la que se nos muestra la corrupción de las clases más altas, sumergidas en la creencia de que pueden hacer cualquier cosa sin que la ley les haga el más mínimo envite. Buenas interpretaciones, argumento apasionante, personajes bien trazados, dirección de cierta altura…quizá estamos hablando de una saga que aparecerá como un clásico europeo dentro de algunos años y, desde luego, de una de las mejores adaptaciones al cine del género policial escandinavo. Y, en ese momento, cuando pasen décadas, tal vez haya un departamento Q dispuesto a desenterrar grandes películas que permanecieron desconocidas para la mayoría.

viernes, 14 de diciembre de 2018

LOS CASOS DEL DEPARTAMENTO Q: MISERICORDIA (2013), de Mikkel Norgaard

Iniciamos un pequeño ciclo dedicado a los casos de este peculiar departamento de policía que culminará con la publicación del estreno de su última entrega este mismo viernes. Son cuatro películas en total y, quizá, sean las mejores adaptaciones que se han hecho del "thriller" nórdico literario que tanto han ocupado las estanterías y lectores tecnológicos de las librerías. No dejéis de verlas.

El inspector Carl Morck ha esperado ya demasiadas horas en interminable tareas de vigilancia. Quizá está esperando que ocurra algo…pero no sabe muy bien el qué. Comete un error de precipitación y eso hace que parezca un apestado dentro del departamento de policía de Copenhague. Al sótano, casi a las mazmorras, a cerrar casos que se han quedado congelados en el tiempo y que no tienen ninguna utilidad para los que mandan con placa. Allí, entre una nube de papeles, Carl conoce a Assad, un emigrante árabe que no se sabe muy bien qué está haciendo allí, en el subsuelo de Dinamarca. Sin embargo, uno de esos casos fríos que tiene que despachar Carl de forma fría y burocrática le llama la atención. Lo recuerda de hace cinco años. No estaba nada claro que aquello fuera un suicidio. El cuerpo nunca se encontró. Y el único testigo es un autista, un lesionado cerebral que no puede decir nada.
Carl tiene que reabrir el caso, sentirse policía de nuevo. Irá hacia arriba y hacia abajo, no importa lo que cueste. Tal vez, encuentre una razón para seguir adelante. Su matrimonio acabó, su vida privada no existe, nunca sonríe, hace daño a todos los que tiene alrededor…pero es un policía con el tesón como arma y eso le hace diferente a los demás. Habrá que interrogar de nuevo a testigos, habrá que intentarlo con el autista, habrá que seguir la pista como buen sabueso porque está seguro de que la víctima no ha muerto. Quizá esté encerrada en una especie de limbo de muerte en vida en la que aún respira bajo presión.

La bajada a los infiernos de estos dos inspectores del departamento Q, nos desvela la existencia de una sociedad que, dentro de su aparente orden, se halla mortalmente enferma, con un repertorio de perversiones y de desviaciones mentales preocupante. No todo es agua en la superficie. La venganza planeada a través de los años y ejecutada con el tiempo a favor resulta obsesionante y terrible, como si la muerte jamás oliera en los corazones de los hombres. Carl Morck tendrá que hacer lo imposible para demostrar que aún puede ayudar a la gente y, en esta ocasión, lo hará con una mujer que sufre física y psicológicamente, sin más salida que su propia fuerza interior que tanto se desgasta con el paso de los días. Nadie cree a Carl porque ya ha cometido demasiados deslices en una carrera salpicada de ropa arrugada, de aliento a tabaco, de café rancio y de frío helador. Assad es inteligente, es más paciente, parece que conoce el desprecio porque lo ha vivido en propia carne y sabe dónde se hallan los recovecos del pensamiento de Carl. Es una pareja imposible de policías destinada a un trabajo imposible, absurdo, prescindible. Y ninguno de los dos va a permitir que los asesinatos queden como expedientes imposibles, absurdos y prescindibles. Es el momento de demostrar lo que valen. Y si lo hacen a través de las obsesiones de unos desquiciados, tendrán el doble de mérito. Eso lo saben hasta en los sótanos de la policía.

jueves, 13 de diciembre de 2018

ROMA (2018), de Alfonso Cuarón

Cuando era mayor soñé que teníamos una criada cuya voz parecía un hilo a punto de romperse. Nunca decía una palabra de más. Nunca tuvo una mirada de reproche hacia mis trastadas o las de mis hermanos. Ella sólo trabajaba para que nuestra vida fuera un poco más fácil en un momento que era muy complicado. Y no lo hacía porque mi madre la pagara, no. Lo hacía por algo tan sencillo y tan difícil de encontrar como el amor. Ella merecía todos los cielos y todos los besos porque era capaz de arriesgarse por nosotros y salvarnos de cualquier situación. Ella era mamá, pero con coraje para enfrentarse a todo. Incluso contra lo que también la afectaba.
Cuando era mayor esa chica derrochó dulzura y sacrificio. Hacía lo que nadie quería hacer en la casa. Si ocurría algo fuera de lo normal, sólo miraba y jamás juzgaba. Tal vez nos daba lecciones de vida sin decir ni una sola palabra. Y seguro que todo lo que le ocurría a mi madre, también le ocurría a ella, pero nunca decía nada. Sólo trabajaba, sonreía, nos despertaba con todo el cariño, deslizando sus dedos como si fueran ratones de nube por nuestra espalda. Ella no quería perder, pero salía derrotada. Nunca venció salvo en una ocasión en la que se ganó todo el amor que en mi familia nos empeñábamos en desperdiciar. Su valentía era callada. Su esfuerzo era tremendo, recogiendo lo que mis hermanos y yo íbamos desperdigando por aquella casa enorme y algo fría. Su mirada era pura comprensión y siempre tenía la expresión justa y educada a pesar de que los miedos la sitiaban. Sí, cuando era mayor ella fue la que hizo que yo deseara ser mayor.
Y es que la gente humilde puede que tenga menos dinero y menos facilidades para afrontar cualquier dificultad, pero eso no les hace necesariamente más débiles. Ellos pueden sobreponerse y tirar hacia adelante a base de amor, de dedicación. Y en estos días de ruido y confusión sé que eso no abunda en un mundo que parece haber evolucionado muy poco desde los albores de los setenta. Salir con ella a ver Atrapados en el espacio, de John Sturges, podía ser toda una diversión particular entre el gentío que se movía atropelladamente por las aceras de la ciudad. Cuando era mayor soñé que era un astronauta y que, después, ella me cogería de la mano para regresar a casa y meterme en la cama.
Con una inmensa ternura en la mirada, Alfonso Cuarón ha dirigido esta película dedicada a esa criada que procuró una infancia cómoda a alguien que la recordaría cuando fuera mayor. Con una fotografía maravillosa en blanco y negro y un realismo detallado, no de ficción, nos hizo visitar el corazón de esa mujer que fue fundamental en sus sueños de mayor. Tal vez porque las personas que nos quisieron de pequeños son las que más recordamos cuando la edad comienza a pasar factura.

Y así, cuando era mayor, ella aún está ahí, aguantando la injusticia de algún grito desquiciado, siendo el elemento unificador de una familia que se descomponía y comenzaba a vagar sin rumbo fijo. Y aceptaba las órdenes y los tontos caprichos que teníamos de niños mientras mamá trataba de encontrar su lugar de nuevo. Ahora sé que los aviones recogen a las personas que lo merecen y las llevan al cielo donde seguro que ella estará, limpiando la casa para que esté reluciente cuando mis hermanos y yo tengamos que ir. Con todo el cariño. Con todo el dolor. 

miércoles, 12 de diciembre de 2018

INFILTRADO EN EL KKKLAN (2018), de Spike Lee

Se pueden cambiar muchas cosas desde la legalidad. Incluso en el aspecto social. Y un joven idealista es capaz de introducirse en el sistema y comenzar a hacer su propia guerra, con su enfoque, con su punto de vista intacto, creyendo que los de su raza están oprimidos a pesar de que los tiempos exigen una consideración diferente. Por eso, con iniciativa e imaginación, pretende infiltrarse en una organización supremacista blanca y ponerlos en ridículo. Al fin y al cabo, son tan estúpidos como cualquier hombre blanco y no esperan que haya ningún negro que les supere.
Así que se pone manos a la obra y consigue que un compañero judío sea su fachada. Lo de compañero es un eufemismo porque el tipo tampoco tiene ningún reparo en reírse de ese policía novato y de color que cree que va a dar lecciones de espionaje policial a todo el departamento. Sin embargo, algo de razón sí tiene. Si se persigue a los agitadores por los derechos civiles, también es obligatorio perseguir a ese puñado de payasos encapuchados que se creen todo eso de la América pura, a salvo de agresiones de otras razas, con la inteligencia del hombre blanco por bandera y la violencia como escudo. Poco a poco, el judío se da cuenta de que lo que está haciendo el chaval negro tiene mucho sentido y es valioso. Se merece un mínimo de respeto. Y si hay que jugarse el tipo, se juega.
Si hay un defecto que se puede achacar al cine de Spike Lee es su manía por subrayar lo que es más que evidente. El hombre blanco siempre es malo porque jamás deja sus prejuicios atrás. El hombre negro es bueno porque, cuando se comporta mal, lo hace con un fin democrático que no es otro que la igualdad entre los hombres. E insiste una y otra vez en la misma idea. En esta ocasión, también ocurre a pesar de que tiene entre manos un material más que prometedor para hacer no sólo un buen documento policial con unos agudos toques irónicos de comedia, sino también una reivindicación social a favor de la gente de color, un problema que, en la América de Donald Trump, todavía sigue vigente auspiciado por un poder político que respalda tibiamente la actitud de los supremacistas. Para ello cuenta con un estupendo trabajo de John Davis Washington, hijo del gran Denzel Washington, y otro muy adecuado de Adam Driver. Ambos interpretan al mismo personaje que debe de moverse entre los intrincados callejones del odio de una organización que ha seguido calentando el ánimo durante demasiados años. En el camino, Spike Lee no duda en cargar contra El nacimiento de una nación, de David Wark Griffith, película señera del Klan y contra aquellos que, incluso, tienen apariencia inofensiva y encantadora, pero que bullen en un racismo interior que, no por ingenuo, es menos peligroso. Ni de lejos es la mejor película de Lee (eso lo dejaremos, de momento, para Plan oculto), aunque contiene momentos de gran cine. Al final, todo tiene un regusto de lástima hacia una historia que podría ser condenadamente atractiva y que, casi, se convierte en un panfleto con el que se puede estar de acuerdo.

Y es que es fácil encontrar gente de color inteligente y también es muy fácil encontrar gente blanca estúpida. No obstante, esa frase se puede cambiar porque el ser humano, sin distinción de raza, sexo o religión, es igual a la hora de exhibir pocas luces.

martes, 11 de diciembre de 2018

EL PADRINO 2ª PARTE (1974), de Francis Ford Coppola

Vito Corleone llegó a Estados Unidos huyendo. Desde muy pequeño supo lo que era el odio y la falta de perdón. Intentó ganarse la vida como pudo y, siempre con la mente puesta en su casa, en su mujer, en su hijo enfermo, en tener suficiente para vivir, comenzó a hacer pequeños trabajos que se hallaban al margen de la ley. Conoció a Clemenza, a Tessio, impuso respeto. América era un gran banco en el que muchos pescaban y él no se lo pensó dos veces. Sin embargo, algo de ética había en él. Se impuso algunas líneas rojas que no debía traspasar. Eso no quiso decir nunca que no tuviera que utilizar la fuerza. No tenía ningún problema en emplearla. Y, cuando lo hizo, fue frío e implacable. Nadie jugaba con sus parcelas de poder. El nombre de Vito Corleone, nacido Andolini, comenzó a respetarse en el barrio de Little Italy. Nadie podía reírse de él porque tenía un nombre y una familia a la que proteger.
Una generación después, su hijo, Michael Corleone, se ha escondido detrás de una máscara de impasibilidad que hace imposible saber qué es lo que pasa por su mente. Tiene A su familia, pero teme perderla. Está dispuesto a llegar allí donde no ha llegado nadie y, sin embargo, el destino quiere que pague por todos. Tendrá que ser verdugo de lo que más ha querido a pesar de que, en su aterradora frialdad, lucha hasta la extenuación para conseguir que la familia Corleone, sin perder su posición, goce de una situación legal. Michael no sabe que hay demasiados intereses a su alrededor que impedirán cualquier iniciativa en ese sentido. Nunca dejarán que los Corleone sea una familia adinerada cualquiera. Las conspiraciones se suceden, las traiciones proliferan, el Gobierno aprieta las tuercas. Michael tiene que salir huyendo de un refugio que cree seguro. Y, por supuesto, tendrá que pagar un precio demasiado alto para sí mismo. El más terrible de todos.
Vito Corleone construye su imperio sabiendo que el origen de todo ha sido la humildad. Y ha conseguido que nadie le mire por encima del hombro. Incluso el despreciable casero de Calabria se convierte en un manojo de nervios en su presencia. Vito hará todo lo posible por seguir ascendiendo, y deberá quitarse de en medio a un par de viejos camorristas que, bajo una fachada de respetabilidad, extorsionan a todo aquel que ose iniciar la escalada. En el fondo, lo merecen. Vito no soporta el cinismo, él no es un cínico que dice una cosa y hace otra. Él es un hombre que respeta los límites. Y eso será algo que llevará a gala el resto de su vida. Aunque sus hijos, quizá, no piensen lo mismo. Es lo que pasa cuando se piensa demasiado en el futuro ajeno.
Michael Corleone destruye lo que más ama. No le quedan salidas donde desahogar su verdadera personalidad. Por eso, siempre está impasible y llega a desconfiar de los que le quieren bien. A su alrededor, otros hombres de negocios se han sentido decepcionados por su comportamiento que, más allá de la ética, le ha llevado a conservar el patrimonio de la familia Corleone. No es nada personal, son sólo negocios. Ya no queda nada de aquel joven idealista que se alistó el mismo día del ataque a Pearl Harbor porque estaba agradecido de ser parte de los Estados Unidos. Aquel chico murió desde el mismo momento en que decidió defender a su familia. Y, tal vez, el precio no ha merecido mucho la pena. Michael, aún siendo implacable, terrible, frío y calculador, nunca podrá parecerse a Vito, por mucho que su íntimo deseo sea disfrutar de sus negocios desde una perspectiva legal. Eso sólo está reservado a los grandes hombres y Michael no es uno de ellos.

Es una obra maestra indiscutible. El cine, aquí, también consiguió elevarse por encima del mismo arte. Y ya sólo queda sentarse en un jardín repleto de hojarasca y reflexionar, asimilar cualquiera de sus múltiples lecturas. En soledad.

jueves, 6 de diciembre de 2018

EJERCICIO PARA CINCO DEDOS (1962), de Daniel Mann

El pulgar es Pam. Es pequeñita, pero brillante. Quizá sea la auténtica genio de la familia. Se defiende muy bien con el piano y estudia francés. Sabe divertirse y también sabe aislarse del resto porque, de alguna manera, está más lejos del resto. Es simpática, pizpireta, sincera y auténtica. Tiene una mirada clara sobre sus obligaciones y sus limitaciones. Está a punto de vivir y sabe que su aportación puede ser fundamental. Tiene curiosidad por todo. Se mueve por todo. Y todo le afecta, a pesar de que es capaz de echar una mirada escéptica e irónica a esa manada de dedos que tiene en casa. Ella, quizá, sea la mejor.
El índice es Stanley. Es el padre de familia. Es el típico hombre que se ha hecho a sí mismo, pero que, de tanto trabajar, se ha olvidado de cultivar el espíritu. Es un bruto mental, bastante primario, que no ve ninguna utilidad en los demás dedos. Ni siquiera en un hijo que está estudiando en Harvard. Se ve continuamente desplazado a pesar de que es el que siempre marca el camino a seguir y, en el fondo, el que siempre tiene razón. Está tan acostumbrado a señalar que se olvida que el primer señalado podría ser él mismo. Quizá se ha olvidado de la familia demasiadas veces intentando escalar hasta la cima. Lo peor de todo es que, siendo el jefe, estando en la élite, se siente incómodo. Jamás ha sabido quién escribió qué. Nunca ha tenido curiosidad por pararse a escuchar ninguna melodía inmortal. Cree que la vida y la muerte están siempre relacionadas con el dinero. Con el dinero que ha ganado.
El corazón es Walter. Es el extraño en la casa, pero es el que más aporta. Es encantador en su carácter, se preocupa por los demás. Es el nexo de unión de toda la mano. Vino de Alemania huyendo del nazismo y de su familia y, en América, ha encontrado algo parecido a lo que nunca tuvo. Personas a las que aprecia desde su cálido carácter europeo porque sabe que él puede darles el amor que nunca han tenido. El problema es que, como no lo han tenido nunca, es posible que nunca lo necesiten. Quiere ser un hijo más, pero no sabe cómo conseguirlo. Tal vez, ese dedo corazón lo único que desea es que le amen.
El anular es Louise. Es la madre. Ha tenido que buscarse algún papel que tuviera alguna importancia porque, poco a poco, ha sido difuminada por los tiras y aflojas de la vida. Se ha sentado a escuchar. Se ha parado a pensar. También ha creído que lo que más le falta es amor y dirige sus miradas hacia quien no debe, esperando ser aún atractiva, deseando ser importante para alguien. Intenta reemplazar al índice, pero sus movimientos son torpes y prescindibles. Sin embargo, es la primera que se dará cuenta de que las cosas tienen que ser como son, más allá de intrusos, mucho más allá de los deseos ajenos.
El meñique es Philip. También brillante, pero ya empieza a abrir los ojos. Se ahoga en casa porque no tiene nada de qué hablar con su padre y no entiende el ansia por ser necesaria de su madre. Sabe que está llegando la hora de tomar decisiones y tiene miedo. Tal vez quisiera algo más de comprensión, de valoración por haber podido y querido entrar en Harvard. Él encuentra en las palabras el refugio que no consigue hallar en el hogar. Al final, tendrá que mentir. Sólo…tan sólo por afirmarse él mismo.

Annette Gorman, Jack Hawkins, Maximilian Schell, Rosalind Russell y Richard Beymer llevaron adelante esta adaptación de Peter Shaffer. Letras que hunden sus raíces en las relaciones familiares, distorsionadas por la permanente contradicción entre el deseo y la realidad y, aunque de desenlace ligeramente precipitado, podemos mirar con atención al interior de un hogar que es posible que sólo se sostenga con muchos ceros en la cuenta corriente.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

VIUDAS (2018), de Steve McQueen

Mañana, festividad de la Constitución, no pondremos artículo. El viernes volveremos para recomendaros algún clásico para el puente y el martes seguiremos nuestro ritmo habitual.

El grito ahogado por la pérdida se convierte en un preludio de rebeldía cuando las lágrimas son de mujer. Ellas no se rinden porque eso no forma parte de su credo. Se sobreponen al dolor como auténticas heroínas que nunca dejan de luchar aunque saben que una parte de la contienda lleva la derrota encima. Por eso, tal vez, hacen cosas que los hombres no sabemos comprender. Ellas están mucho más allá, llegan mucho más lejos porque saben que las cosas se consiguen con empuje, insistencia y rabia. Y de eso andan más que sobradas.
Si a eso le añadimos la existencia de una amenaza, entonces estamos hablando de un torbellino imparable, capaz de aprender cualquier cosa que no se sabe hacer aunque la chapuza puede estar presente. No tardan en dominar lo que les es ajeno y el orgullo en ellas es un arma que, incluso, puede resultar peligrosa para quien intenta estropearles la fiesta. Son de otra pasta, de otro encanto, de otra verdad y de otra raza.
Así que, cuando un puñado de viudas se da cuenta de que heredan más problemas que recuerdos, la maquinaria se pone en marcha. Se buscan la vida como pueden. Descubren capacidades ocultas. Acuden a la imaginación para salvar los obstáculos. Y, al final, podrán sonreír sin luto porque ningún hombre merece ni una sola de sus lágrimas. Ellas se ganan su sitio por sí solas. Y eso no tiene precio en un mundo que se emplea a fondo para dejarlas de lado. Las mujeres de verdad no se resisten a seguir siendo mujeres en todo y para todo y eso, además, las hace irremediablemente atractivas. Por mucho que el engaño haya podido ser su forma de vida.
Notable en el thriller, aceptable en la corrupción política y morosa en el melodrama, Viudas destaca por la soberbia interpretación de Viola Davis, adusta y dolida, implacable en busca de su destino y furiosa en su suerte. La dirección de Steve McQueen, aunque sobria, resulta algo irregular en algunos tramos sin llegar a empañar la eficacia de la historia. La banda sonora de Hans Zimmer es precisa y climática y, entre los hombres, hay que destacar a ese matón de disparo en la cara que es Daniel Kaluuya, que da muestras de una versatilidad muy interesante. Por lo demás, la película es eficaz y no del todo brillante; impresionante y no del todo duradera; salvaje y no del todo descarada. En cualquier caso, merece la pena el rato y la resolución de esas mujeres que combaten con brío la adversidad inherente a una profesión tan peligrosa como la de amigos de lo ajeno.
Y es que hay que emplear la cabeza y no guardar todo el dinero en el mismo sitio. Si uno se corrompe, la ingeniería financiera es indispensable y, si hay política de por medio, no importa de qué lado se está porque todos, absolutamente todos, tratan de poner la mano y esconder la responsabilidad. Y el que piense lo contrario no es más que un ingenuo al que le están robando su capacidad de expresarse en democracia. Más vale un golpe rápido, efectivo y genuino que limpie pecados y arrase comisiones de traje y corbata. Aunque el precio sea asesinar el pasado de una forma definitiva. La noche se encargará de tragarse algún fleco que otro y siempre nos quedaremos con esos ojos que tanto merece la pena mirar y que tanto pueden llegar a aguantar. El que no vea que la valentía es una mujer, no es más que un loco lleno de furia y de ruido que, casi siempre, no tiene ninguna importancia.

martes, 4 de diciembre de 2018

CAPRICORNIO UNO (1977), de Peter Hyams

Puede que todas las conquistas del hombre estén envueltas en una mentira. Y más aún en los tiempos de progreso, donde los presupuestos se disfrazan, los avances se magnifican y la prensa aumenta todo lo que, en realidad, es muy pequeño. Así que es posible que, cuando el hombre decida ir a Marte, pueda ir, pero todo ocurra mucho más cerca. Con la connivencia del director de la agencia espacial, del Presidente de cualquier país y de la opinión pública porque, al fin y al cabo, cualquier éxito mediático sin precedentes no hace sino aumentar la solidez del gobierno. Y más aún cuando se ha anunciado el gasto de miles de millones cuando han sido algunos menos. Todo irá bien, salvo que a algún periodista escurridizo, de esos que no van en busca de titulares gratuitos aunque haya metido la pata en alguna ocasión, que lucha por la verdad, comience a realizar preguntas indiscretas. Y todo porque le parece rara la consabida conexión de los astronautas con sus familias. Puede que, de todas formas, todos los planetas estén contenidos en éste y el mundo no sea más que un inmenso teatro donde ponemos en juego las ambiciones, las continuidades, las mentiras y alguna, muy poca, verdad.
La voluntad es el arma más letal que posee el ser humano. Y, cuando todo está perdido, esa voluntad se dispara porque se da cuenta de que, si no se levanta, ya no habrá más voluntades. Así que lo que, en principio, era un engaño a escala mundial, se convierte en una huida en plano personal. Son tres posibilidades para llegar a la civilización y comenzar a decir, por una sola y maldita vez, cuál es la verdad. El desierto es un enemigo peligroso porque se parece mucho al espacio exterior. Es inhóspito, agresivo, implacable. No concede ni un milímetro de supervivencia a quien osa atravesarlo. Hay que ganárselo aunque todas las fuerzas que están en contra sean superiores en número y poder. Mil cosas pueden salir mal cuando se sale de la cápsula espacial con un traje de astronauta. Mil cosas pueden salir mal cuando se sale de un estado de muerte próxima sin más instrumento que la voluntad.

Peter Hyams dirigió con brío esta película sobre engaños y verdades en una imaginaria hazaña espacial en la que, tan solo, flaquea en el montaje donde se puede comprobar hasta dónde se puede desvirtuar una historia cuando unos metros de película necesarios se quedan definitivamente en el suelo de la moviola. James Brolin, Sam Waterston, Karen Black y un estupendo Elliott Gould ponen rostro y sospecha y el resto de la historia es puro entretenimiento. No puede ser menos cuando se trata de engañar a millones de espectadores y fingir que se ha pisado un planeta nuevo, un paso más en el deseo de la Humanidad por ganarse millones de mentes alienadas por cuentos de ciencia-ficción y grandeza. Nadie nos puede asegurar que aquello que sale por nuestros televisores sea verdad, pero sí tenemos una inteligencia que puede separar datos, contrastarlos y darnos cuenta de la cantidad de mentiras que pueden colar en nuestras casas.