Quizá lo que intenta contar la película es un asesinato que nunca ocurre, un suicidio de futuras vanidades, un malvado pensamiento que se queda en proyecto, una perversión que permanece azarosamente oculta y que se deshace camino de una guillotina. Tampoco es una obra maestra, pero el cine está lleno de buenas películas que no son obras maestras. Es el entretenimiento disfrazado de una diversión que se mueve entre la luz y la tiniebla. Dicen incluso que la Muerte se rió cuando la vio incluso aunque se veía ridiculizada. No sé si será verdad.
Eso sí, hay encanto, algunas pinceladas gruesas que se convierten en finas ironías, comedia sin medida, medidas de absurdo, absurdos sin cuartel, cuarteles de juerga, juerga en cantidades moderadas y moderados intentos de sofisticación. Entre medias, lo imposible juega una baza muy importante, pero hay que reconocer que es un argumento que sabe saltar las molestas vallas de la lógica y que se adentra en unos propósitos que son la mejor gimnasia para nuestras prominentes barrigas. Después de la película, se recomienda hacer un poco de respiración finlandesa para relajar músculos.
El afán de quedar como artista para una posteridad que sólo valora a los muertos es el afán principal del arte de morir e, incluso, del de amar. Así que es mejor que te quiten de en medio si quieres que tus cuadros valgan algo porque mientras vives, no vendes. Es bien posible que muerto tengas una próspera vida de comerciante pero no sé cómo podrías gastar tu dinero. La genialidad, como en tantos otros casos, tan sólo depende de si aún pisas la tierra o de si habitas bajo ella. Y es que el hombre es así de caprichoso. Que se lo cuenten a Van Gogh. El caso es que somos unos seres excepcionalmente ridículos, destruidos por una vanidad que llega a devorarnos y lo que tenemos que hacer es reírnos, reírnos sin parar, como si escupiéramos pintura en un lienzo y comprobáramos que, detrás de nosotros, sólo hay la mirada teñida de una ambición que merece un buen puñado de chistes jocosos.