Las arrugas parecen heridas en la carne de la experiencia. El vacío, blanco y frío de las despersonalizadas oficinas, ahoga y esconde mentiras inconfesables. El honor es ya pasto del pasado. Las preguntas son incómodas y, quizá, quien no es más que un viejo en busca de respuestas tenga aún la inteligencia en estado de alerta. Basta con fijarse, con sacar conclusiones acertadas y, sobre todo, no dejar que las lágrimas, hirientes como puñales, nublen la vista.
Las drogas se hacen rutina y la noche es la aliada. No todo es como se cuenta. El rumbo no se encuentra por el mero hecho de regresar a casa. Hace falta encontrar la conducta, la razón y el impulso. La vacilación es inherente al ser humano. Ver cómo se desintegra lo que amas es la misma flecha clavada en el corazón, sin posibilidad de cura, sin billete de tranquilidad.
La desorientación se ha asentado entre los uniformes de camuflaje. Invadir un país no se trata de hacer lo que se quiere. Se trata de hacer lo correcto, se trata de no perder de vista la verdadera razón de la ayuda, de la mano tendida. Si no, no hay mucha diferencia con un asesino. Se mata y punto. Fríamente. Sin remordimientos. Sin una conciencia torturadora que llama continuamente a las puertas de la honestidad. El camino es aprender. El camino de vuelta siempre, siempre es la derrota.
El desprecio es un paso previo a la rebeldía. El dolor puede más que todo eso. El dolor es furia, es pena, es lágrima, es ira, es rebeldía, es un por qué sin respuesta, es la mirada buscando un rincón donde posarse, es la comprensión, es la intimidad, es la voz entrecortada, es la verdad. Y la verdad es un trámite traspapelado, un deseo que no se sepa demasiado que la brutalidad existe y que está ahí, a la vuelta de la esquina. Y la verdad puede ser tan simple, tan sencilla, tan desoladoramente desnuda que la decepción sigue sin tener contestación alguna.
La petición de ayuda se alza por encima de las casas. Necesitamos ayuda. Necesitamos que alguien dé ejemplo. Necesitamos que haya un mañana que ofrecer. Necesitamos un David que se enfrente a Goliat en el valle de Elah. Alguien que oriente, que ofrezca un código de conducta que, de verdad, sea pura ética, puro humanismo, pura sinceridad. Ayuda para ir y para volver. Ayuda para los que se pierden en la noche entre brumas de alcohol y matan y después se van a comer. Porque la muerte se ha vuelto rutina. Porque ya no hay valores que defender. Porque ni siquiera las lágrimas quieren salir para desatar a la pena. Los ojos son ya cavernas y las arrugas se acentúan. El dolor ha venido para quedarse. Y todo parece un giro hacia lo inútil. Sin volver la vista atrás. Solo una bandera. Solo una intención. Días de uniformes manchados de sangre. Días de ira dormida. Días de nada que solo ponen fin.