miércoles, 30 de junio de 2021

EL MILAGRO DE ANA SULLIVAN (1962), de Arthur Penn

 

Los milagros, a veces, hay que buscarlos. Luchar con la cruel naturaleza que no ha dado ningún don es un combate que puede estar perdido de antemano. Sin embargo, hubo una maestra que decidió seguir adelante a pesar de todo y fabricar ese milagro. Puso el mundo a los pies de una niña a la que se había negado cualquier forma de comunicación. Con paciencia, con infinita paciencia, con la certeza de que estaba haciendo lo correcto y que hablar, aunque sea en un lenguaje de signos, es la puerta de entrada al conocimiento y a todo un universo de sensaciones impensables. Poder decir que se quiere o no algo, poder leer sin descanso, poder ser a todas horas y, sobre todo, dejar de ser considerada el obstáculo, el objeto inexcusable de la compasión, el amasijo de pataletas incontrolables y de furia sin aparente sentido. Sí, los milagros, a veces, hay que buscarlos. Y hay que hacerlo con la perseverancia como única inspiración.

Ana Sullivan es una mujer de valor impresionante porque debe enfrentarse a todos. A la niña a la que se ha premiado con un silencio aún mayor del que padece, a la familia que considera que, sin posibilidad de intercambio comunicativo, se le debe dejar hacer todo cuanto quiera porque no hay forma posible de decirle que no, a los tiempos que niegan las capacidades de una enseñante que sabe lo que es perder la vista y llenarse de limitaciones. Su historia está llena de coraje y valentía, de bravura incansable, de obstinación que vence cualquier prejuicio. Habla, Helen. ¡Habla!...Y Ana será quien te lleve de la mano a todas las respuestas que siempre te has hecho y nunca has conseguido formular.

Esta película es excepcional. No sólo porque el trabajo de Anne Bancroft y de Patty Duke está fuera de todo nivel de comprensión, sino porque la dirección de Arthur Penn es medida y, a la vez, está llena de un raro nivel de espontaneidad y de realismo que se llega a pensar si las extraordinarias intérpretes están actuando o es que, sencillamente, son así. Espléndidamente fotografíada en blanco y negro, Penn nos describe la lenta escalada a una montaña que se presenta imposible y que llega a sobrecoger con una situación de partida infinitamente cruel y con un desarrollo abrumadoramente emocionante.

Y es que la tarea de enseñar, siempre difícil, costosa y tremendamente ingrata, se vuelve aquí una tortura de proporciones tan grandes que apenas es posible imaginarla. La maestra manda, pero da cariño. La maestra impone, pero también premia. La maestra enseña, pero exige. Y la alumna no quiere querer, simplemente, porque nunca la han querido. No quiere aprender, porque no sabe lo que es eso. No quiere nada porque lo desconoce. Sólo vaga perdida por su sórdido mundo de silencio cubierto de necesidades básicas. Sin color. Sin amor. Sin esperanza. Ana Sullivan no sólo hizo posible que ella se abriese al mundo y pudiera mirarlo en igualdad, sino que también hubiera un futuro para Helen Keller. Y eso es tan grande que merece detenernos, ver esta película y comprobar que el ser humano es capaz de lo mejor teniendo entre sus manos lo peor.

martes, 29 de junio de 2021

SOY UN FUGITIVO (1932), de Mervyn Le Roy

 

El sistema penitenciario es algo sobre lo que el pueblo no quiere pensar demasiado y, sin embargo, es vital que su funcionamiento sea el más adecuado. Un error en el sistema puede condenar a un hombre bueno a una vida de robo y asalto y, más aún, cuando los tiempos no invitan precisamente a pensar en un futuro halagüeño. Quizá la necesidad empuja a cometer un pequeño hurto y, a partir de ahí, todo viene rodado porque, una vez impuesta la pena, no se deja de ser presidiario. La gente mirará mal, no habrá oportunidades para retomar la vida normal. Los días se volverán cada vez más oscuros, la incomprensión irá creciendo y al final, ante la pregunta de qué es lo que vas a hacer sólo podrá haber una respuesta: robar.

James Allen luchó con valor en la Primera Guerra Mundial y, de alguna manera, espera que el país le recompense por ello. Al principio, consigue un buen trabajo como un hábil vendedor de maquinaria para la construcción, pero la vida, en su peor cara, sale de nuevo al encuentro y el paro y la crisis acaba con cualquier esperanza. A Allen no le quedan muchas salidas y tendrá que compartir fogata y pobreza y, en un error, todo el peso de la ley cae sobre él. Sí, porque la ley no tiene miramientos, ni se para en considerar las circunstancias personales del individuo, sólo se aplica. Y si la letra de la ley es dura, no hay nada más que apelar. Allen no se rinde y trata de escaparse. Y empieza de nuevo intentando ganar un sueldo honesto y verdadero. Hace amigos que no dudan en volverle la espalda cuando se destapa su pasado carcelario. Allen es un fugitivo, buscado en otro estado. Es inconcebible que haya conseguido escalar posiciones en una sociedad que tiene a los maleantes a buen recaudo. Tiene que volver a estar entre rejas y perderlo todo. Una vez más.

Después de más de ochenta años de su estreno, sorprende la modernidad de esta película, con su profunda carga de conciencia social y sus llamadas de atención y con la interpretación extraordinaria de Paul Muni en la piel de ese hombre que lo intenta y lo vuelve a intentar y todo le empuja hacia el sumidero. Las intenciones y las pruebas no bastan y la misma ciudad traga a todo el que se acerca con un pasado endeble. No hay perdón. Sólo castigo. Y el sistema, hermético y sordo, falla en ese preciso instante.

Toda la película guarda una enorme fuerza narrativa, probablemente debido a la vigorosa dirección de Mervyn Le Roy y al guión de Robert Burns, el verdadero James Allen, Howard Green, al que se le debe la escritura de Gloria de un día, y Brown Holmes, autor de otra fantástica historia de prisiones como 20.000 años en Sing Sing. Tanto es así que parece que nos adentremos en la oscuridad con el protagonista, compartamos su rabia, su ocasional mansedumbre, su terrible suerte y su imposibilidad de redención. Todos somos ese fugitivo porque no habrá indulto.

viernes, 25 de junio de 2021

SUPERGOLPE EN MANHATTAN (1971), de Sidney Lumet

 

Es malo saldar deudas justo después de salir de la cárcel. Se ha pagado por lo que no se debía y ahora se debe lo no pagado. Mal asunto. Sin embargo, Anderson lo tiene todo planeado a la perfección, como siempre. Es un tipo que huye de la hipocresía en una profesión en la que abundan porque, al fin y al cabo, robar requiere unas cuantas características algo especiales. Y las mejores ideas suelen pasar por su cabeza después de pasar un rato con la chica que le ha estado esperando. Se trata del robo del poco a poco. En lugar de hacerlo todo de una vez, se va a entrar en un edificio entero de apartamentos de lujo. Dentro hay un buen puñado de obras de arte y de joyas así que la rapidez es vital y la precisión es el fundamento. Eso sí, la Mafia va a estar muy encima porque va a querer lo suyo, la policía va a estar muy encima porque Anderson es un reconocido delincuente y todos van a querer estar muy encima para coger su parte del pastel. Sin embargo, Anderson va a contar con un factor inesperado y es esa habilidad de los distintos departamentos de seguridad que se tapan unos a otros, generando confusión e indecisiones. Incluso va a toparse con un par de señoras que encuentran excitante que les roben. Robar para ver.

Un tipo es tan inteligente como sea capaz de rodearse de tipos inteligentes. Y Anderson sabe hacerlo como nadie. Llamará a los mejores en el oficio, a aquellos en los que puede confiar y, a la vez, ellos tienen la certeza de que Anderson no se andará con tonterías en caso de olerse una traición. La policía lo controlará todo, pero el golpe está tan maravillosamente planeado que la burla será la consigna y sólo el destino podrá decidir el éxito. Hay golpes de humor y la trama, a pesar de ser un atraco, es tremendamente original. En los mandos, Sidney Lumet, controlando las múltiples acciones paralelas que hacen de esta película algo trepidante y apasionante y que sólo se ha resentido por el inexorable paso del tiempo sobre las modernas tecnologías. Sean Connery realiza un papel espléndido en la piel del escurridizo Anderson y está acompañado por la sabiduría de Martin Balsam en un personaje completamente atípico y de un joven Christopher Walken en su primera aparición en el cine. El resto, damas y caballeros, sólo es dejarse llevar por este grupo de ladrones que se lo llevan todo, incluso nuestra simpatía.

Así es el momento de ponerse del lado de Duke Anderson y escuchar las cintas de seguridad que se han grabado en todo el edificio de lujo que pretende asaltar. Nos quedaremos estupefactos al comprobar que todo está controlado y que el solapamiento departamental debería ser delito, más que nada porque todos esos estamentos encargados de ofrecer seguridad suelen estar dirigidos por auténticos inútiles. Y que el interés por los grandes delitos es muy relativo según se pertenezca a uno o a otro. La ley, en algunas ocasiones, tiene que pasar por enormes dificultades para demostrar que un ladrón ha sido el culpable. La sangre y la estupidez lo borran todo. Incluso la evidencia.

jueves, 24 de junio de 2021

UN LUGAR TRANQUILO 2 (2020), de John Krasinski

 

Antes. La capacidad de asumir en pocos instantes algo que escapa a toda comprensión, Sólo con la defensa. Sólo con el instinto de supervivencia. Sólo con un principio que siempre parecía el final. El gesto adecuado para el futuro preciso. La desolación como recompensa. El día del juicio que se adentra en el silencio como el único salvavidas posible. A partir de ese momento, todo será una alerta que no se podrá gritar. A partir de ese momento, y a pesar de todo, también habrá una puerta que se abre sólo para la esperanza.

Después. Rescatar los restos. Darse cuenta de que hay más gente en el mundo que también se está defendiendo con lo que tiene más a mano. Un metro de hormigón y un horno cerrado a cal y canto. El ruido inoportuno. El cepo traicionero. Un día más es una victoria. Y el sonido, como aliado. El que va un poco más allá. El que es molesto para los humanos e insoportable para los forasteros. La necesidad de la ayuda. Y el silencio que se desarrolla de forma paralela dando lugar a hechos que están íntimamente conectados, como si se estuviera oyendo un ruido lejano que también se va a producir en las cercanías. No se admiten más bajas. Sólo hay que agregar soldados a la batalla. Por una vez. Por una sola y maldita vez.

John Krasinski se detiene en un prólogo para explicar el día uno de lo que parece el fin de la raza humana para, a continuación, ofrecer lo que pasa el día después de lo que ya conocemos. Y no sólo eso. En un ejercicio de síntesis admirable, desarrolla unas acciones paralelas con hechos  que son parecidos, aunque no iguales, y regala dos tramas al precio de una. Con maestría. Sin bajar la tensión. Dándose cuenta de que el combate se desarrolla en dos lugares y de que el fin va a ser el mismo. El sonido tiene que sonar. Y el silencio, también. Relega ligeramente al personaje de Emily Blunt para darle un mayor protagonismo al de Millicent Simmonds, e introduce a Cillian Murphy en la trama despertando los sentidos y avivando el fuego. La guerra es sin cuartel y, quizá, haya algunos invitados que no están demasiado integrados. Sin embargo, el resultado es brillante, poderoso, manteniendo la inquietud hasta el límite, con el miedo pegado a la espalda porque juega mucho con aquello se mueve subrepticiamente en segundo plano. Esta vez, el lugar es más tranquilo. Y todo se estremece alrededor.

Así que hay que empuñar de nuevo las armas y acoplar bien los micrófonos. Cualquier desliz podrá ser fatal porque todavía se está muy lejos de la victoria. El oxígeno faltará por los rincones y la infección es un puro grito. Y hay que guardarse el dolor en las entrañas porque, de lo contrario, todo será muerte arrasada, entumecida, implícita. Y aún hay algún que otro descubrimiento más que otorga algún resquicio de salida. El espíritu de lucha es algo que se puede heredar sin ninguna duda, sobre todo, porque está basado en la anticipación y en la inteligencia. Cuando salgan del cine, anden con cuidado, de puntillas, con la respiración contenida y la mirada vigilante. Alguna palabra de más puede significar lo peor. Un tropiezo y la perdición mostrará su cara más desagradable. Hay que poner a trabajar lo mejor de uno mismo para que lo inesperado sea el arma más mortal contra unas criaturas que se mueven y piensan por instinto y que asoman inesperadamente por el hueco más oscuro. El día acaba y seguirán las preguntas. La tercera parte está llamando. Y lo hace en el mayor de los silencios presintiendo el más horrible de los ultrasonidos. 

miércoles, 23 de junio de 2021

ESPARTACO (1960), de Stanley Kubrick

 

Adiós, mi vida, mi amor. Desde aquel día en el que estabas vencido en la arena y Draba quiso decir basta a su manera, ha corrido mucho odio y mucha sangre. No eras nadie, Espartaco y, sin embargo, has llegado a lo alto de una cruz para proclamar al mundo que a un hombre no se le puede enjaular si su espíritu es libre. Todos hemos sido Espartaco y tú has estado en todos nosotros. Craso lo sabe bien porque no puede llegar a imaginar cómo es posible que tanta gente haya seguido a un líder sin imposición alguna, sólo por una idea, por llegar a compartir un cielo sin opresión, por perder la vida en libertad. Se lo pregunta una y otra vez y, además, mi amor, también se debate porque no sabe cómo alguien como yo he llegado a amarte de tal manera que ruego por tu muerte, porque dejes de sufrir y porque, allá donde vayas, clames tu victoria porque te he enseñado a tu hijo libre, sin amo, sin vasallaje y con futuro.

Adiós, mi vida, mi amor. He tenido la suerte de ver el estremecimiento de Graco porque le he agradecido con un beso en la mejilla la escritura de manumisión de tu hijo. Y él, satisfecho a las puertas de la muerte, ha deseado: “Si Craso estuviera aquí ahora…” porque esa también ha sido su victoria. Él ha comprendido todo en un instante, todo lo que Craso no consigue entender. Roma se desangra en la dictadura y yo huyo a algún lugar donde no nos alcancen las conspiraciones patricias de los ávidos de poder. Craso, Julio César, Pompeyo y los otros tienen su propia esclavitud, su propia sumisión a los pies de la misma ambición. Graco renunció a ella, matando, a la vez, a la justicia. Tú te has despedido de la vida porque no la apreciabas demasiado y porque creías que serviría para algo. Y ha servido, amor mío. Yo lo sé bien.

Adiós, mi vida, mi amor. Cuando la tierra deja reflejar los rayos del sol en sus campos de trigo, todos sentimos que volvemos a casa. Antonino entregó la vida para ser, de alguna manera, la proyección del hijo que acabas de conocer. Valiente, entregado, poético, perseverante, inconformista. Le brindaste una muerte rápida y él a ti, un cariño incondicional. Y Craso disfrutó por última vez mientras yo me escapaba con Batiato, el mismo que te entrenó para morir en la arena. El destino, a veces, exhala una carcajada caprichosa.

Adiós, mi vida, mi amor. No tengo palabras para expresar el estremecimiento que me causa nuestra propia historia cuando, en generaciones venideras, haya un director de escena excelso que dirija a un puñado de actores legendarios para narrar la odisea de vivir, la poesía de morir y la fortuna de ser libre. Habrá movimientos de tropas desplegadas como si fueran escaques de ajedrez, intervalos de tierno intimismo, sucesiones de hechos en las que se describirán la sangre, el esfuerzo y la derrota. Y, por último, Espartaco, la seguridad de que el arte dejará impreso con huella indeleble lo que significamos el uno para el otro, la lucha extraordinaria que se desató desde aquel momento decisivo en que Draba te iba a agujerear la garganta y la verdadera sensación de estar asistiendo a algo que merece ser contado, aunque no todo sea verdad salvo lo más importante.

martes, 22 de junio de 2021

EL CASO SLEVIN (2006), de Paul McGuigan

 

El destino, a veces, llama a la puerta. Y en esta ocasión, el equívoco va a ser grande. Ese tipo que dice llamarse Slevin Kelevra no es Nick Fischer y, sin embargo, todo el mundo está empeñado en que lo sea. El problema es que Nick Fischer debe ciertas cantidades de dinero y, si no paga, va a tener que hacer algún trabajito a los acreedores. Empezar con la nariz rota no es un buen comienzo. Y menos aún si la rompen dos veces. Así que, armado con una toalla y unas pantuflas, allá que va Slevin que, por otra parte, parece muy poco preocupado por todo lo que le está pasando. Incluso se está ligando a la chica de enfrente como quien no quiere la cosa. Tendrá que ir a ver al Jefe y al Rabino, que son dos individuos que ahora son enemigos, pero que, en tiempos no muy lejanos, eran socios. Y todo porque han matado a un corredor de apuestas al que el tal Fischer le debía dinero. Es todo demasiado sucio, es todo demasiado grande y, lo que es aún peor, es todo demasiado erróneo.

Así que será cuestión de ponerse a trabajar porque no hay manera de convencer a esos tipos que Slevin es quien dice ser. Detrás de todo ello, también anda un asesino profesional que pretende que Nick Fischer haga los trabajos para los que se han contratado sus servicios. Tal vez todo sea un shuffle de Kansas, o sea, un embuste, un amaño…o la seguridad de que el caballo favorito se va a caer en plena carrera. Todo tiene una explicación, pero va a ser difícil de encontrar porque será una trampa, dentro de un enigma que, en realidad, es un acertijo.

Con una puesta en escena sofisticada, Paul McGuigan (que años después sorprendió a todo el mundo con una película tan alejada de ésta como Las estrellas de cine no mueren en Liverpool) dirige con precisión, con transiciones imaginativas y cuidadosas que hacen que la sorpresa no deje de instalarse en la historia. Incluso, en un alarde de sabiduría, hace que un actor habitualmente soso e intrascendente como Josh Hartnett dé lo mejor aunque, tal vez, también ayuda que esté rodeado de nombres tan competentes como los de Bruce Willis, Ben Kingsley y Morgan Freeman. En cualquier caso, El caso Slevin es una excelente película, que se sigue con atención e interés, buceando en los intrincados rincones del cine negro y de algunas vueltas de tuerca de cierta lógica, aunque pueda adivinarse algo entre las charlas imposibles y las balas definitivas.

Es necesario preservar la propia identidad a costa de cualquier otra cosa porque, al fin y al cabo, es lo último que se debe perder. Y todo puede ocurrir por una bala que jamás se disparó, por una apuesta mal hecha, por una sociedad que no se puede romper así como así y por un tipo que tiene una especie de síndrome que le impide preocuparse por las cosas importantes. La vida es así. De vez en cuando, te encuentras con un individuo que no es quien tú crees y te falta aire para respirar.

viernes, 18 de junio de 2021

ELÍGEME (Choose me) (1984), de Alan Rudolph

Eve tiene un bar en Los Ángeles. Nancy es la locutora de un consultorio sentimental en radio mientras no es capaz de hallar una pareja estable en su vida. Mickey es un extraño que parece que viene de todas partes y, al mismo tiempo, de ninguna. Son almas perdidas en la noche, que vagan errabundas en busca del amor. Sí, es esa cosa tan esquiva y tan difícil de tener y que, a menudo, se transmuta en algo etéreo y falso, sin identidad, efímero e inmediato. La ansiedad por ser elegido es parecida a una melodía de jazz porque cae en la improvisación, en la búsqueda de esa música principal a la que siempre se regresa mientras se mueve sinuosa por la línea de las notas ya conocidas y que, de vez en cuando, escapa al control de los sentimientos. Y sí, es posible que el romanticismo no esté de moda, pero sienta muy bien comprobar que alguien, en algún lugar, aún se emociona con unas letras escritas desde el corazón, o con un gesto inesperado, o con una mirada que sólo se puede devolver con complicidad.

Los ambientes parecen arropar lo inevitable y la atmósfera de humo, con sus partidas de cartas y la música de Teddy Pendergrass, es una almohada en donde se depositan las mentiras y los personajes comienzan a mostrarse tal y como son. Y hay que tener mucho cuidado porque, en determinado momento, parece que lo increíble no lo es tanto y hay personas que guardan algo apasionante en su interior. Quizá todos. Quizá sólo uno.

Dentro de unos diálogos de una inteligencia extraordinaria, Alan Rudolph articuló este éxito del cine más independiente de los ochenta con Lesley Ann Warren en una interpretación fascinante, con belleza y sensualidad, pero con la intuición de un profundo daño interior. Keith Carradine se esconde detrás de una máscara que parece de impasibilidad, pero que solamente esconde a un hombre que, tal vez, ha perdido su propia identidad. Genevieve Bujold lo hace también detrás de una apariencia de control cuando, en realidad, ha extraviado totalmente ese control en su vida. Todo forma una apasionante película de ambientes, de cámara suave, de sugerencias más que de evidencias. Por todo ello, es posible que sea una película exclusivamente recomendada a los que saben leer entre líneas. Incluso en éstas.

Y es que todos queremos desesperadamente ser amados. Y en esa búsqueda o espera, pueden darse extraños giros a la vida para llegar a la conclusión de que, en realidad, todo es una ácida tragicomedia que nunca se sabe muy bien cómo terminará aunque, tal vez, sea un viaje apasionante porque, cada vez que echemos mano de los recuerdos, encontraremos algo nuevo que descubrir. Al fin y al cabo, es posible que estemos indisolublemente unidos con alguien y nos lleve toda una vida descubrir cuáles son los puntos de contacto con esa persona. Si el paisaje y la atmósfera están llenos de detalles y de buenas ideas, entonces será todo un placer. Como ver esta película.


jueves, 17 de junio de 2021

LA CASA DEL CARACOL (2021), de Macarena Astorga

 

Un escritor suele ser alguien que trata de hacer realidades a partir de leyendas porque, en el mismo momento en que comienza a reflejar en palabras todo lo que tiene en el pensamiento, esa historia volátil, medio inventada, medio tradicional y un cuarto de adornada, es un muestrario de imágenes para quien se atreva a acercarse con sus ojos a lo que narra. Y todo ese inmenso trabajo, debe hacerlo entre soledades y silencios, únicos compañeros en el radiante cielo de la invención.

Quizá, en algún instante del pasado, en un pueblo perdido del interior de Andalucía, ese notario de la imaginación empieza a darse cuenta de que, allí mismo, hay muchos más secretos y muchas más historias que las que él pueda pergeñar. En cada rincón, un enigma. En cada palabra, un doble sentido. En cada pared encalada, una invitación. Así que es hora de enfrentarse a la hoja de papel y empedrarla de letras que lleven a alguna parte…aunque es posible que el final del camino sea una invitación a la locura.

Los personajes fascinantes se suceden, las noches guardan su misterio, el asesinato planea con vigor porque, tal vez, el lugar no sea tan desconocido. Puede que la mente, ese arma poderosa, esa mentirosa compulsiva, haga el resto. Y la leyenda tome forma de frase, de párrafo, de capítulo y de obra. Sobre todo, de obra. No puede haber tanta hostilidad burlona y oculta sólo para que no haya luz sobre los secretos que todo el mundo sabe y nadie dice. Los perros aúllan. Los lobos merodean. Las fantasías crecen. Y la sangre crecerá y ocupará el lugar del polvo de los caminos.

Interesante historia que podría pasar por un tenebroso episodio de La dimensión desconocida que deja un buen puñado de preguntas situadas en ese indeterminado y difuso territorio entre la realidad y el sueño. Macarena Astorga dirige con vigor aunque, en algún momento, el argumento puede colear con pequeñas incoherencias que no empañan lo que, en todo instante, ha querido decir. Buen trabajo de Javier Rey, que resulta creíble en la lucidez y en la fantasía y estupendo el trabajo de todo ese elenco de actores que da cuerpo y rechazo al pueblo, ahogado entre partidas interminables de dominó y copas de rancio aguardiente. El resultado es curioso y algo más que aceptable. Sin sustos, pero que va creciendo en inquietud y en miradas inquisitivas. Al final, habrá que toparse con esa zona que está muy cerca de manifestarse justo en la hora del lobo, como diría Bergman, aunque, sin duda, haya visitas a ¿Quién puede matar a un niño?, de Chicho Ibáñez Serrador o a El resplandor, del gran Stanley Kubrick.

Y es que en la nebulosa de los bosques fríos y en la valentía de los lugares oscuros es donde se encuentran las mejores historias. Esas mismas que plantean seres humanos con deformidades monstruosas y que no son sólo físicas. La naturaleza del horror se extiende hasta lugares que parecen esconderlo todo bajo las guirnaldas de un baile con charanga, o tras los vasos de Duralex en los que se sirve un licor del que es difícil huir. Incluso, a la orilla del agua, puede que unas cuantas beatas se paseen para dejar una ofrenda terrible con el fin de apagar la tradicional aparición del monstruo que puede venir la noche de San Juan, justo al lado del fuego y de las estrellas. Todo superstición y tontería y que, sin embargo, guarda algo de verdad en un lugar recóndito de la razón. El problema está en encontrarlo. Puede que esa misma razón que se ausenta desde hace muchos años por vivir lo más terrible se evada a algún lugar de acantilados y peces. Y, desde luego, allí habrá otro perro esperando para que el escritor, una vez más, convierta en realidad lo que sólo es una leyenda.

miércoles, 16 de junio de 2021

BUONA SERA, SEÑORA CAMPBELL (1968), de Melvin Frank

 

No cabe duda de que hacer creer a tres antiguos soldados norteamericanos que son el padre de tu hija es un negocio de pingües beneficios. Religiosamente, los tres han ido pasando cada mes un dinero para el mantenimiento de la chica que, por supuesto, ya es toda una mujercita. El caso es que la señora Campbell no ha tenido demasiados problemas para subsistir porque ellos no coincidían allí, en cualquier sitio perdido de Italia, pero esta manía que tienen los americanos de celebrar reuniones de antiguos veteranos la pone en un aprieto. Para empezar, la señora Campbell ha hecho creer a todo el mundo que ella es la viuda de un valeroso soldado que la dejó embarazada cuando le llegó el último suspiro. Y los tres tipos se presentan allí y quieren ver a la niña de sus ojos porque, al fin y al cabo, han ejercido de padres económicos y quieren dar un poco de ternura, que también son humanos. Si lo pensamos bien, son tres buenas personas.

Así que el enredo comienza a ser desenfrenado. La señora Campbell tiene que jugar a que los tres sean el padre y, a la vez, no tiene ni idea de cuál de ellos puede ser. Tampoco es cuestión de decir una mentira para aclarar dudas. Ella miente por carta y por su hija, pero no le gusta vivir con el embuste por bandera. Y el asunto se va a complicar por momentos porque, como no podía ser menos, los afortunados supervivientes de aquel batallón vienen todos con sus esposas. Las carreras están servidas y aderezadas con salidas y entradas, equívocos continuos, prisas, muchas prisas y conversaciones de doble y triple sentido. Porque, la verdad, no todo el mundo tiene tres padres.

Es evidente que Mamma mía, el musical de Abba que tanto éxito cosechó en teatro y cine, bebe directamente del mismo argumento que Buona sera, Señora Campbell y que, como comedia, funciona mucho mejor el original porque es más desenfrenado, sostiene más tiempo el enredo y resulta, con diferencia, la mejor interpretación de la carrera de Gina Lollobrigida, que se destapa como una comediante de altura. Cierto es que está espléndidamente secundada por los supuestos padres, en esta ocasión Phil Silvers, Telly Savalas y Peter Lawford, especialmente los dos primeros. Y aún hay otro estrato maravilloso de interpretaciones variadas y sugestivas a cargo de las esposas de los supuestos padres, Shelley Winters, Lee Grant y Marian McCargo, especialmente las dos primeras. El resultado es una comedia vibrante, dinámica, con sorpresas de situación a la vuelta de cada fotograma y con diálogos de agudeza comprobada. Lo dicho. Ser padre veinte años después de pegar tiros en los campos de batalla italianos agota mucho.

Así que hay que deshacerse en los brazos de una mujer de enorme atractivo incluso en su madurez, en la bondad que emanan estos tres individuos que sólo desean tener la certeza de que dejaron algo de huella en sus andanzas por Europa y en las reacciones diversas de las esposas que descubren que sus maridos no sólo empuñaron fusiles. Es tiempo de risa floja, de entornar un poco los ojos y dejar que la voluntad nos lleve hacia el desenfado y comprender que la vida tiene algunas vueltas de tuerca que parecen extraídas de un vodevil de cierta categoría.

martes, 15 de junio de 2021

TELÉFONO (1977), de Don Siegel

 

Alguien ha robado documentación importante y ha cruzado la frontera. Al mismo tiempo, algo muy extraño está pasando en los Estados Unidos. Personas que, en principio, parecen normales y corrientes, reciben una llamada telefónica, escuchan unas palabras en clave y se dedican a destruir instalaciones militares de enclave estratégico. Habrá que enviar a un hombre que conoce América como la palma de su mano. Y tratar de localizar a una serie de agentes durmientes a los que se ha lavado el cerebro, se les ha dado una identidad y un pasado que ellos mismos se creen y se les ha instalado cerca de unas cuantas bases del ejército. Hasta ahora, nunca han sido llamados. Y tienen mucha suerte de que haya sido así. Los rusos temen que el tipo que ha robado la documentación sea quien esté activando a esas personas ordinarias y grises que hacen que todo vuele por los aires. Necesitamos su memoria fotográfica, Borzov. La va a necesitar para recordar unos cuantos números de teléfono.

Quizá estemos ante unos cuantos mensajeros del miedo que sólo esperan recibir una llamada telefónica. El Mayor Borzov será el encargado de que nunca se produzcan. Y lo hará absolutamente todo para impedirlo. La lógica puede que no forme parte del entramado y lo importante sea sumarse a la paranoia de la conspiración, pero la tensión está al otro lado de la línea. Y habrá que recorrer muchas millas antes de irse a dormir. El timbre puede sonar en cualquier momento y el caos se puede desatar en apenas unas horas. Todo dependerá de ese loco que se ha hecho con una lista y del tipo que han enviado para detenerle. El mismo teléfono será el medio y el fin. Y por las líneas correrán todo tipo de poemas, consignas, esperas e inquietudes. La Tercera Guerra Mundial está esperando.

Don Siegel dirigió esta película con guión de Peter Hyams y, a pesar de que ha caído en un cierto olvido, se nota su brío y sus ganas con un argumento de espionaje y conspiración que se suma a muchos otros títulos de los años setenta. Aún así, Siegel consigue momentos de originalidad, con un agradable sentido del humor y una factura propia de la época y con un reparto que incluye a Charles Bronson, Lee Remick, Donald Pleasance y una estupenda Tyne Daly. Sin duda, hay elementos que se han quedado peligrosamente anticuados, pero se ven compensados por la acción y la intriga que están bien destiladas de la mano de un director que sabía lo que se traía entre manos. Y no era precisamente el amenazador disco de un teléfono.

La banda sonora de Lalo Schifrin también merece la pena dentro de esta densa trama de persecuciones, inteligencias y sabotajes. Hay que cortar los cables si se quiere llegar a tiempo. Los americanos son susceptibles y no se toman demasiado bien que les vuelen las bases militares. Sólo falta saber qué es lo que ocurrirá con el Mayor Borzov cuando termine su misión, si es que consigue acabarla. Puede que también haya una llamada telefónica para él.

viernes, 11 de junio de 2021

UNO DE NOSOTROS (2021), de Thomas Bezucha

 

Cuando el destino no se burla, exige un peaje. El corazón rebusca entre los últimos restos de lo que más se ha amado y el silencio pasa de ser un lugar acogedor a un rincón insoportable. No es posible quedarse con los brazos cruzados cuando las huellas se borran. Hay que ir tras ellas, ganárselas, demostrar que el camino correcto era el origen, hacer examen de conciencia y jugársela hasta el final. Y la razón es tan antigua como vivir. Sólo el amor justifica un disparo en el pecho. El cariño, al fin y al cabo, es la única herencia que, verdaderamente, se puede legar.

Así que todo desaparece y una madre decide que no puede conformarse. La vida ha sido demasiado dura como para rendirse y decir adiós al único recuerdo. Y, por amor, el padre también va. Aún a sabiendas de que todo se va a quebrar en mil pedazos y que luego será a él a quien le toque recomponer los pedazos. Será un testimonio más de todo lo que ha querido y de todo lo que ha callado. Y, de paso, demostrará que los hombres de verdad no crecen en el páramo.

Thomas Bezucha articula esta película de búsquedas y rescates que podría haber estado firmada por Clint Eastwood porque, en ella, hay un buen puñado de sus constantes. Las relaciones entre padres e hijos, el sacrificio en el que todo queda atrás, la redención, el encuentro, la herida imposible de cerrar y, por último, el fuego de la venganza que todo lo arrasa. Para ello, cuenta con un torbellino de sentimientos llenos de voluntad y de impulso llamado Diane Lane y con la extraordinaria interpretación de Kevin Costner, cuyo rostro, repleto de arrugas, parece capaz de contener la lluvia de dos días. Él, con un solo gesto, una sola mirada, una sola inclinación de cabeza expresa todo lo que siente su impresionante personaje. Y, en el fondo, todos vamos con él hasta el final porque lo entendemos, lo secundamos y lo acompañamos en cada una de las estaciones de su complejo viaje sentimental para decir, una vez más, algo tan sencillo como un “te quiero” sin condiciones. Allí, en medio del páramo, donde sólo se oye el ruido del viento y resuenan las carcajadas de ironía y desprecio, habrá un tiroteo más, una valentía más, una razón más y un sentimiento menos. Ése será el peaje. Y el destino, a regañadientes, dejará que las cosas encajen como siempre debieron estar.

Por el camino, la presencia de Costner domina la escena con absoluta precisión, dando profundidad y sentido a ese viejo policía jubilado que conoce a la gente más que a sus caballos. Esos mismos a los que tuvo que matar cuando fue necesario. Sabe que el amor de una madre es más grande que cualquier otra cosa y que los abuelos, aunque desbordantes de su propio amor, sólo pueden llegar hasta determinado punto. Con una mirada, George Blackledge, su personaje, manda, piensa, razona, siente, pierde y también gana. La vida no le ha regalado nada y lleva el frío calado en los huesos, como una íntima sensación de que no habrá más viajes, ni más oportunidades. Hay que librar la batalla definitiva aunque la sangre ya corra por sus manos. La noche será su aliada. E, incluso, después de que todo acabe seguirá queriendo ese susurro en el oído para tener la seguridad de que el tránsito de una orilla a otra será agradable. Las lágrimas serán testigos. Las balas, también. Y, en algún lugar del medio Oeste, donde sólo sopla el viento con fuerza y el cielo está lleno de sol y de gris, habrá una mirada a través de la ventana que le recordará con la fuerza y el amor que muy pocos merecen.

jueves, 10 de junio de 2021

EL EXPEDIENTE WARREN: OBLIGADO POR EL DEMONIO (2021), de Michael Chaves

 

De todos los enemigos de la penumbra, el Diablo es el más escurridizo y el más listo. Para enfrentarse a él hay que tener un corazón fuerte y una voluntad de hierro. La determinación será un arma definitiva porque una de sus tácticas preferidas es el desgaste hasta la locura. Y, de nuevo, tenemos al matrimonio Warren haciéndole frente sin descanso. Todo comienza con un exorcismo. Todo termina con la purificación. Entre medias, lo tenso y un uso poco corriente de la lógica será la contraseña. Al diablo, ni agua.

Y es que, en esta ocasión, duele especialmente como el príncipe de las tinieblas se introduce en cuerpos inocentes, obligándoles al infierno en vida, cegando su visión y manejando sus voluntades hacia lo sobrenatural. Se crean puentes imposibles basándose en hechos que no son demasiado convincentes, pero, aún así, se sigue a los Warren igual que unos fanáticos del deporte. Quieres que ganen. Quieres que ganen definitivamente. Quieres que ganen definitivamente al peor de los rivales.

Vera Farmiga, en esta ocasión, supera con creces el trabajo de Patrick Wilson. Está mucho más al borde del abismo, coqueteando peligrosamente con el otro lado y colocándose en el lugar de los propiciadores y de las víctimas. Sabe que todo es obra de un conjuro que invoca la presencia etérea y discutible del demonio y le hace frente no sólo con valentía, sino también con la lágrima y el sufrimiento. En este tercer expediente, los sustos bajan de intensidad en beneficio de situaciones más alargadas aunque hay dos o tres que merecen la pena. Se trata de enfrentarse cara a cara con Lucifer. Y, normalmente, va de frente así que es mejor que el combate sea muy directo.

Por supuesto, no faltan los ejercicios de contorsiones imposibles tan extraordinariamente típico del cine de terror o sobrenatural de los últimos años, homenajes muy evidentes a El exorcista, de William Friedkin, viajes bañados en sangre, condenas que, bajo la razón humana, no se pueden evitar y obsesiones que buscan su descanso. Quizá, si alguien se lo pregunta, es el peor de los expedientes, pero se acepta sin dificultades, no tiene tantos retorcimientos en la batalla contra el malvado y también existe la seguridad de que, en medio del caos y de la desesperación que siembra Satanás, la mejor solución, la única solución es el amor. Sí, es eso que tanto se escapa por las rendijas de nuestra carne y que, en la mayoría de las ocasiones, no sabemos reconocer y que no es, ni mucho menos, nuestra debilidad. Todo lo contrario. Es nuestra fortaleza.

Así que volvamos a la habitación de los recuerdos del matrimonio Warren, mantengamos la seguridad de que, de alguna manera, el demonio existe y se mueve entre nosotros, no bajemos la guardia. Puede que, en algún momento, nos obligue a hacer algo que no forma parte de nuestra forma de ser. Si es así, es mucho más fácil de reconocer. El conjuro que lo hace presente debe ser quebrado definitivamente. Y eso sólo lo podremos conseguir si mantenemos la mente firme y clara, el corazón latente, la voluntad incólume, la mirada limpia y la fuerza intacta. Puede que, en algún lugar de nuestra memoria, haya un templete indicándonos el rumbo que jamás tenemos que perder. Y, a partir de ahí, vivir, a pesar de los deseos del demonio, siempre merecerá la pena. Estará escrito en los pliegues de nuestra alma, en las arrugas de nuestra experiencia y en los movimientos de nuestras manos.

miércoles, 9 de junio de 2021

EL HOMBRE SIN ROSTRO (1993), de Mel Gibson

 

Quizá haya momentos en que, como niño, crees que todo se pone en contra. Tu padre murió y el tiempo ha querido que pienses que lo hizo como un héroe. Tu madre es ligera de cascos y hoy está con un tipo que no te gusta, y mañana estará con otro que, a buen seguro, tampoco te gustará. Tu hermana se divierte martirizándote y sólo quieres salir de ahí y hacer realidad alguno de tus sueños. Aunque sea siguiendo unas huellas que no existen, aunque sea construir un sueño sobre otro sueño. Y allí, en los rincones de un verano que se presenta aburrido y lento, un hombre sin forma será el encargado de descubrirte al bardo de Stratford, de saber cuánto cuesta cavar un hoyo de un metro cúbico y del valor de expresar en un papel todos los sentimientos que tanto te cuesta mostrar.

En las líneas de las redacciones, en los interminables párrafos de teatro y en los intrínsecos significados de las habladurías de la gente, el niño hallará su rumbo y puede que también algún sustitutivo para el padre que nunca estuvo. Los días se sucederán con tedio e, incluso, puede que haya ganas de ir a ver a ese hombre sin cara que ha sufrido demasiado cada vez que ha expuesto lo que siente. La gente del pueblo hablará, y lo hará sin ninguna piedad, sin preocuparse por buscar la verdad, sin ningún respeto por una intimidad que tergiversan con maledicencias y semánticas ocultas. No hay segundas oportunidades para poder vivir con tranquilidad, al lado de las olas, dejando que el dolor se asiente, que las cicatrices echen raíces, que el olvido caiga sobre lo que se intentó. Es encontrar un rostro al futuro ya que el propio acabó hecho cenizas.

Puede que El hombre sin rostro sea la película más desconocida de la filmografía de Mel Gibson como director y también es posible que sea una de las mejores. Aquí se puede vislumbrar a un hombre sensible, de corazón cálido, desconfiado de la sociedad que siempre señala con el dedo antes de disculpar con la razón, sabedor de que la educación es primordial para que en el mundo no haya simples borregos que obedecen órdenes a ciegas, sino seres humanos deseosos de aprender, de superarse y de alcanzar lo que sueñan. Es una película pequeña, pero certera. Humilde, pero de sentimientos grandes. Íntima, pero amplia de miras.

Y es que no hay nada como sentir la magia de la enseñanza, comprobar que hay una conexión especial con el alumno que ha conseguido entrar en la dinámica que propone el profesor. Es el esfuerzo de muchos que, a pesar de las dificultades, tratan de trazar el inicio de un camino para jóvenes que aún buscan su lugar en la vida. Y esas dificultades pueden ser tan grandes, tan insalvables, tan implacables como las cicatrices propias que generan un sinfín de comentarios malévolos en los que, por lo general, no hacen otra cosa que observar, criticar y demoler.

martes, 8 de junio de 2021

EL NÚMERO UNO (1969), de Tom Gries

 

Ron Catlan ya ha vivido sus momentos de gloria en el césped del fútbol americano. Está cogiendo el último billete para la gloria y quiere escuchar, una vez más, el rugido de la multitud. Ha sido el mejor, el número uno, y la edad está lanzando su último pase. Más allá del campo, no ve ningún futuro. Y sabe que los seguidores pueden encumbrarte cuando haces un gran partido y, también, bajarte directamente a los infiernos al comprobar que tus piernas y tus brazos ya no responden igual que antes. Hay antiguos compañeros que le cuentan que, después de tantas yardas, sólo se encuentran campos yermos, sin líneas, sin aplausos, sin gritos, sin ánimos. Y puedes caer en la carrera. El quarterback llega a la conclusión de que sólo hay una verdad en ese deporte y es elegir el momento más adecuado para dejarlo.

Alrededor de Catlan hay dos mujeres. Una de ellas es una fanática de la fama. Es su droga. Cree que no hay nada mejor que estar en boca de todos y ocupar los titulares de las páginas de deportes. Sin embargo, en el fondo, sabe que, para jugar y ocupar los más altos honores, hay que tener talento y no prestar demasiada atención a los problemas. La otra, es su escape, su evasión, pero, de ningún modo, es el embalse de sus lágrimas. Ella puede ser el tanto, pero nunca el touchdown. El mundo del fútbol americano, como telón de fondo, está descrito desde la óptica de un jugador en la recta final. Y, a través de una espléndida interpretación de Charlton Heston, asistimos a sus miedos, a sus decepciones, a su nostalgia por sus días de gloria que, invariablemente, coinciden con sus mejores años. En él, queda un rastro de dolor y de amargura y, quizá, haya que finalizar dando la batalla. Es lo único que sabe hacer y es posible que no haya mejor destino.

Esta película ha caído lastimosamente en el olvido cuando es una notable descripción de la gloria más efímera que rodea a todos los mitos y de su difícil viaje de vuelta a la normalidad. El alcohol también suele ser un recurso fácil para ellos y es necesario asumir algunas derrotas para llegar a alguna conclusión. Al fin y al cabo, ellos saben de dónde vienen, intuyen a dónde van y tienen plena conciencia del tiempo que les queda. Por el camino, no dejan de preguntarse si lo que han hecho ha servido de algo o si saben hacer algo más que lanzar balones, recogerlos, ser más listos que un ejército de jugadores contrarios o causar revuelo en las gradas. El día siguiente espera. Y, tal vez, sólo haya un nombre que vender en algún triste concesionario de vehículos. Al menos, la gente irá por allí sólo para poder presumir que les atendió Ron Catlan, el famoso ex quarterback del New Orleans. Y aún así, eso sólo durará un tiempo. Luego, su nombre se perderá y él se diluirá en el denso océano de la rutina de ser uno más cuando, en realidad, es el número uno.

viernes, 4 de junio de 2021

LOS CUATRO HIJOS DE KATIE ELDER (1965), de Henry Hathaway

 

Llevar un apellido encima puede traer muchos problemas. Especialmente si uno desciende de esa enorme mujer que se llamaba Katie Elder. Volver a colocar las cosas en su sitio después del fallecimiento de mamá va a dejar a sus cuatro vástagos sin aliento. Entre otras cosas, ella era una mujer respetable, que luchó contra viento y marea para criar a todos y, en los últimos años, se aplicó con el más pequeño. Los demás ya eran balas perdidas en tiempos de revólver fácil y muerte segura, pero ella consiguió algo de lo que estaba orgullosa. Podían ser malos, podían ser pendencieros y podían ser susceptibles…pero llevaban una cierta ética consigo. Sabían qué era lo que estaba bien y lo que estaba mal. Ahora, los cuatro se reúnen de nuevo porque Katie Elder ha muerto. Y hay que dejar las cosas bien atadas.

Papá perdió el rancho en una infausta partida de cartas. Luego acabó con el plomo en el cuerpo y eso es una historia que no está bien contada del todo. Entre otras cosas porque el disparo que acabó con su vida fue por la espalda. Eso no es una deuda de juego, es una traición, una bala que nunca debió salir de su arma. John es el más viejo, el pistolero, el tipo que siempre lleva un cargamento de problemas detrás. Tom está hecho de otra pasta. Es bueno con las cartas y tira del revólver cuando hace falta. Matt es más tranquilo…pero nadie le llama cobarde dos veces. Bud, el más pequeño, carga con la rebeldía propia de la juventud. No son buenos enemigos. Sobre todo si hay que enfrentarse con todo un terrateniente que arrebató todo a sus padres. El miedo comienza a instalarse en la ciudad porque estos hermanos son un ejército de cuatro hombres y va a correr sangre. Eso también lo sabía Katie y, tal vez, por eso prefería que los tres mayores estuvieran lejos. Eso, además, también otorgaba una oportunidad de éxito al más pequeño…puede que el éxito en la vida pudiera hacerle una visita. Katie luchó para ello.

No sólo es un excelente western sino que también es una de las mejores películas de la filmografía de Henry Hathaway con un reparto extraordinario encabezado por John Wayne y Dean Martin, maravillosamente secundados por Earl Holliman, George Kennedy, James Gregory, Martha Hyer y Dennis Hopper. No cabe ninguna duda sobre sus hechuras clásicas, pero está realizado con la veteranía de un director que sabía dónde poner la cámara y cómo contar una historia. La historia de estos cuatro hijos que van a ajustar cuentas y rendir un último homenaje a su madre llega a ser apasionante, con memorables secuencias como el tiroteo final o el enfrentamiento tenso hasta lo insoportable entre Wayne y Kennedy. Una película que es necesario ver para saber lo que era el mejor cine.

Katie Elder es una mujer que planea sobre toda la historia sin aparecer nunca. Es la sombra de la madre que, a pesar de todo, ha querido siempre lo mejor para sus hijos. No importa cómo fueran y si decidieron seguir o no los consejos de sus padres. Son sus hijos y eso estaba por encima de toda otra consideración. Ella conocía sus defectos y hubiese querido otro destino para ellos. Y de ninguna manera hubiera permitido un tiro por la espalda. Ella también habría ajustado cuentas.

jueves, 3 de junio de 2021

DESPIERTA LA FURIA (2021), de Guy Ritchie

H es un individuo que parece estar hecho de piedra. No se inmuta por nada, la calma es su credo y jamás dice una palabra más alta que otra. Lo cierto es que, en su interior, hierve el rencor porque le arrebataron, en una cruel jugada de un destino ladrón, lo que más quería y quiere ajustar las cuentas con quien quiera que haya sido. Y esos otros tipos también tenían sus razones para hacer lo que hicieron. Al fin y al cabo, él iba a hacer algo parecido. Destino sobre destino. Cartas sobre cartas. Apuestas perdidas bajo manos ganadoras.

Así que H va a llenar unos cuantos furgones blindados con su rencor y no va a tener piedad. Y, en esta ocasión, va a ser impío sobre impío y va a ganar. No va a permitir que nadie pueda tener un corazón más duro que el suyo. En ese trabajo de llevar y traer unos cuantos millones en la parte de atrás del furgón se va a rodear de una serie de tipos que también son bastante despreciables. Les mueve la rabia, la oportunidad, la ambición o la perspectiva. Eso importa poco. Tampoco merecen ni una mirada. H es capaz de disparar sin mirar. Son las balas las que matan y no las miradas. Todo va a obedecer a un plan establecido de antemano y va a arrancar el hígado, el bazo, los pulmones y el corazón. Sin miramientos. Sin más motivos que el rencor. Su rencor. Lo único que le queda para sentirse vivo.

H se las sabe todas porque, en el fondo, ha estado en todos los lados. Ha explorado los rincones del alma de los bajos fondos y de los malditos perdedores. Y, en su forma de actuar, de forma un tanto misteriosa, existe una cierta ética, una especie de deseo de recompensar al que sufre y castigar al que hace sufrir. Así que la guerra está declarada y es uno de esos guardianes que parece que está deseando sufrir un atraco. En eso, tiene mucho que decir aunque no lo haga con palabras. No tiene nada que perder y eso también lo ve muy claro. El día ya no tiene luz y la noche ya no posee la oscuridad. Sólo un cargador, una mirilla y un gatillo. Eso es todo lo que necesita.

Guy Ritchie se aleja un tanto de su estilo habitual de desenfadada perplejidad para narrar esta historia de venganza conservando, eso sí, una narración desfragmentada y una habilidad especial para las transiciones. Con los mejores títulos de crédito de la temporada y un inicio que sabe agarrarte por las solapas, Ritchie se pierde un tanto con el centro de la trama aunque luego retoma el rumbo con experiencia. Eso hace que el producto sea algo irregular en algunos tramos, pero no cabe duda de que hay vigor, algún detalle de cierta originalidad y todo acompañado de una potente banda sonora de Chris Bernsted. En papeles secundarios, a pesar de que su rostro ha ganado en carácter, Josh Hartnett sigue siendo tan mal actor como siempre ha sido y Scott Eastwood proyecta lejanamente la sombra de su padre en algunos gestos y miradas. Todo se queda en algo aceptable, sin fuegos de artificio, con sus espléndidas escenas de acción y su regusto amargo en el que parece que la venganza, una vez más, no ha sido suficiente.

Sacas de dinero a espuertas, explosivos para herir el blindaje, descargas furiosas de disparos cuidadosamente escogidos, sentimientos congelados para que no haya ningún signo de humanidad, tácticas militares para que el asalto sea rápido y limpio, promesas para acabar en el otro infierno de la nada, vestigios de compasión como última huella de la sensibilidad, miradas de muerte que siempre traerán un poco más de ira…H conseguirá que un error sea la mejor razón para desaparecer. Para todos. Y así no se volverá a hablar de él. 

                                                                                               

miércoles, 2 de junio de 2021

EL KIMONO ROJO (1959), de Samuel Fuller

 

Dos policías investigan un crimen y la testigo clave es el centro de toda la investigación. No es muy normal que ambos se enamoren de ella. Un retrato de ella con un kimono rojo es una pieza de convicción y el amor se entremezcla peligrosamente con el asesinato. El sórdido mundo de los locales de striptease es el punto de partida del caso. Y, de forma inesperada, a ratos estamos ante cine negro y melodrama de pasión. De paso, Samuel Fuller nos sirve un muestrario del choque de culturas entre Estados Unidos y Japón y la situación incómoda que se origina por ello. Todo es muy inusual y muy deliberado. El misterio está servido y, sin duda, está por encima de cualquier otra consideración. El amor estará bajo sospecha. El asesinato será una historia de deseo.

Los personajes que pone en juego el director rebelde están muy bien trazados. Glenn Corbett y James Shigeta asumen con riesgo sus papeles y se produce una extraña mezcolanza de camaradería y enfrentamiento que es creíble en todo momento. El duro es el americano. El romántico es el japonés. Y el conflicto flota en un extraño aire enrarecido a través de toda la investigación. El estilo vigoroso y rotundo de Fuller se deja ver en cada secuencia y no se deja llevar por recursos fáciles dando como resultado una película esencialmente honesta. E, incluso, hay un par de instantes que llegan a ser memorables.

La observación llega a ser un punto clave. El interés nunca se pierde, algo que hubiera sido abrumadoramente fácil en manos de otro director. La conexión entre los personajes es fuerte y complicada y, no cabe duda, la resolución del caso es un poco más difícil cuando entran en juego los sentimientos personales. Por si fuera poco, también hay un componente psicológico y sociológico que hace que la película, aunque se encuadra por presupuesto dentro de la serie B, se eleve por encima de la media y resulte apasionante de seguir. Al final, se queda una agradable sensación de haber visto algo bueno, hecho con oficio y seguridad y con la convicción de que lo más importante, quizá, no son los medios, sino el talento que se pone en ellos.

En algún momento del tejido de una tela de araña, es sorprendente comprobar con quién se simpatiza, con quién se llega a estar porque, al fin y al cabo, la investigación sobre un crimen también tiene sus límites. La verdadera naturaleza del corazón sólo se descubre cuando la situación llega a la misma desesperación. La apariencia sólo es la cáscara y todo corre como un río debajo de las expresiones que, aún así, consiguen trasladar la idea de que la verdad no está en los rostros, sino en las entrañas. La inteligencia es una condición indispensable para acompañar a estos dos detectives en su camino hacia la justicia general y de sus propios sentimientos. Los celos también se pueden alojar en el tambor de un revólver y, cuando salen a relucir, no quedan demasiados antros en la ciudad a los que poder acudir. Hay que encararse con la autenticidad de lo que corre por el interior de las personas.

martes, 1 de junio de 2021

EL PRÓXIMO AÑO, A LA MISMA HORA (1978), de Robert Mulligan

 

Al principio, un encuentro casual. Dos viajeros en un hotel encantador y están de paso. ¿Por qué iban a cenar solos cuando pueden hacerse mutua compañía? Alrededor de los platos, la lengua se siente más ágil y empiezan a contarse cosas. A dónde van, de dónde vienen, lo que hacen, lo que dejan de hacer. Ahí, entre copas, sonrisas y postres, nace algo que no se puede describir. Tal vez sea una conexión especial, o puede que aparezca una especie de intuición sobre el otro, como presintiéndose, como sintiéndose, como entendiéndose. La noche es maravillosa porque pueden expresarse tal y como son, sin tapujos ni convencionalismos. Lo es tanto que, desde ese momento, serán pareja de un día, quedando todos los años en la misma fecha, diciéndose, una vez más, que aunque sus vidas tengan altos y bajos, seguirán queriendo estar en esa isla que construyeron una vez cada trescientos sesenta y cinco días.

El tiempo es un enemigo, pero también un gran escultor. Las personas cambian. El pensamiento, también. Puede que el dolor aparezca porque la vida se encarga de golpear con fuerza, pero siempre estará ese día, esas veinticuatro horas en un hotel en medio del campo en el que se podrá hablar, se podrá gritar, se podrá ser libre y se podrá estar con la persona que mejor puede llegar a entender todo lo que ocurre. Y aún así, hablan de sus parejas, de sus miedos, de sus ilusiones, de sus embarazos, de sus lujurias apagadas y reanimadas, de sus años de matrimonio de un solo día y de su rutina interminable e implacable, sólo rota por esos escasos momentos de felicidad completa. Sí, ahí estarán de nuevo, siempre, sin agotarse, el próximo año, a la misma hora.

Robert Mulligan dirigió con su habitual solidez esta comedia de pareja eventual con unos impresionantes Alan Alda y Ellen Burstyn dominando centro y margen en una interpretación que parece fácil, pero que no lo es tanto por todo lo que tienen de sugerir. Hay espacio para la diversión, para la perplejidad, para la sorpresa, para la risa, para un par de lágrimas fugaces…para la vida vista, en suma, a través de un solo día cada año. Porque quizá el tiempo pase, pero el amor permanece, con sus complicidades, con sus esfuerzos y sus pasos adelante que acaban siempre en un ultimátum de arrepentimiento. Tal vez porque sí, el amor siga ahí, pero la felicidad suele ser una fugitiva que se esconde detrás de lo seguro. Sólo es necesario tener la plena certeza de que el momento está, el instante corre, el cariño suele, el dolor golpea, los ojos del otro miran, ellos escuchan y todo se aparta para vivir un solo día al año en el que se siente y se ama como ningún otro porque ahí, al otro lado, hay alguien. Y los besos, los abrazos y la cima serán una conquista, un robo en toda regla a la vida, una concesión sin desgracia posible. El próximo año, a la misma hora.