jueves, 30 de noviembre de 2023

NAPOLEÓN (2023), de Ridley Scott

 

A menudo se ha reprochado al cine no ser demasiado riguroso cuando se hacen películas pretendidamente históricas. Y es bien sabido que el cine tiene permitido esas licencias siempre que respete los códigos establecidos en los primeros compases de cualquier relato. En esta ocasión, Ridley Scott opta por el entretenimiento, contando hitos de la vida del general francés, pero inventándose los cómos. El resultado es una película que, a pesar de sus intenciones de espectacularidad y de servir como instrumento de ocio, parece quedarse sólo en la superficie que otorga la pasión.

En hechuras y bordados, Ridley Scott articula una cinta que se parece más a Waterloo, de Sergei Bondarchuk, con Rod Steiger de protagonista, que a cualquier otra sobre el insigne personaje, apodado certeramente por Arturo Pérez-Reverte como “El petit cabrón”. Dejando bien claro que lo mejor que se ha hecho en este terreno pertenece a la época muda y a la dirección de Abel Gance con el mismo escueto título del nombre del emperador que se coronó a sí mismo, la película de Scott no duda en centrarse, de forma un tanto melodramática, en el amor que Napoleón sentía por Josefina y, desde luego, en su desmedida ambición de tintes enfermizos. Joaquin Phoenix dibuja a un Bonaparte introspectivo, acertado en su indisimulada reserva, ligeramente desquiciado, inevitablemente torpe en los juegos eróticos e ignorante del patriotismo al que tanto apela. Por su parte, Vanessa Kirby nos trae a una Josefina amante del juego sexual, sacrificada por amor y expectante en el rincón, soslayando los exquisitos modales que adornaban a la auténtica emperatriz y su valía de inteligencia y empuje de la que hizo gala a lo largo de su vida. Y hasta aquí se puede escribir porque uno de los grandes errores que comete Ridley Scott es no dotar a los personajes secundarios de actores de cierta entidad, salvo a Rupert Everett encarnando al Duque de Wellington que, con su gesto torcido, llega a ser bastante discutible.

Sin embargo, no hay que dudar de que la película contiene virtudes muy valorables, como la exquisita selección musical, el cuidado vestuario y, por supuesto, la espectacularidad de la muerte en el campo de batalla, aunque las contiendas dejen bastante que desear en el plano histórico. Como ejemplo, basta citar que Napoleón nunca a lomos de un caballo al frente de sus tropas. Scott, además, toma como modelo estético los múltiples cuadros que Jacques-Louis David realizó por encargo del propio Bonaparte y eso eleva la categoría visual de la cinta.

Así que cuidado con esos oficiales oscuros que desean, ante todo, ser conocidos por la multitud porque ya se sabe que la popularidad puede ser un enemigo imbatible. No vale todo para mantenerse en el poder y mucho menos si se trata de conquistar objetivos comprometiendo el futuro de la nación. Más que nada porque el resultado suele ser nefasto y se acaba con la idea primigenia que se quiere defender. La ambición también puede llevar unas apuestas botas de caña, brillantes e imponentes, para deslumbrar al enemigo con palabras de supuesta grandeza que suelen ser tan falsas como una espada sin nombre. Las cesiones cotizan demasiado alto y, en ocasiones, el propio orgullo se confunde con el deseo del pueblo. No suele ser así. Hay que poner un límite a la ambición si no se quiere acabar desterrado en una isla en la que la libertad fue sólo un espejismo que pasó de largo porque no quiso acabar guillotinada.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

EDUCANDO A RITA (1983), de Lewis Gilbert

 

-. Doctor Bryant…creo que no me está escuchando…

-. Señor Collins…creo que en realidad usted no me está diciendo nada…

-. Doctor… ¿está usted borracho?

-. ¿Borracho? Pues claro que estoy borracho. No esperará que yo enseñe todo esto estando sobrio…

-. Entonces no le importará si me voy de clase.

-. ¿Por qué debería de importarme?

Y esa es la esencia del Doctor en Literatura Profesor Frank Bryant. Ya no le hace ilusión nada. Tal vez porque un día quiso ser poeta y su mujer le dijo que habían desperdiciado sus mejores años de pasión mientras él intentaba ensamblar versos. O puede que se haya encontrado con el paradigma de la mediocridad que supone, en muchas ocasiones, la universidad. O, incluso, no ha visto más que signos de ridiculez en el claustro, con su pompa, su ceremonia y su permanente guarda de apariencias. El caso es que el Profesor Frank Bryant ya está de vuelta y le importa todo tres versos de Blake (¡qué perra han cogido con Blake!) y el caso es que todo va a cambiar de arriba abajo cuando Rita entre en su despacho, queriendo obtener un grado en Literatura. Es basta, vulgar, con una voz irritante y un sentido del humor arrabalero y, sin embargo…sin embargo tiene algo que al Profesor le subyuga. Quiere aprender. Quiere ser algo más que una simple peluquera de algún local de tercera del Soho. Y eso, para alguien que no ha sido nada, es muy importante. El Profesor se da cuenta y tratará de ayudarla, de hacer que sus trabajos sean cada vez más importantes, más cultos, más profundos. Y ella es una alumna extraordinaria. Puede que no sea muy inteligente, pero pone empeño porque no quiere ser toda su vida una cortapelos sin futuro.

-. ¿No cree que la vida no merecería la pena sin Mahler?

-. Obviamente, no.

En la crisis personal del Profesor Bryant, entrará Rita rompiéndolo todo, evolucionando desde la ordinariez a la elegancia, de la falda rosa y el zapato de tacón hasta la chaqueta y el pantalón vaquero, de la inseguridad a la elegancia. El Profesor Bryant sabe que esa chica, esa paleta de cuarta, tiene todo lo que él desea en una mujer. Él seguirá bebiendo, pegado a su botella porque es su imperceptible modo de protestar, pero ella será su obra maestra, esa poesía que nunca escribió y que se quedará en las hojas en blanco de sus próximos dos años. Es posible que Rita y Frank estén hechos el uno para el otro y,  no obstante, nunca estarán juntos.

Enorme el trabajo de Julie Walters como Rita, pero más impresionante es el de Michael Caine en la piel de ese profesor descreído, abandonado de sí mismo, lleno de polvo como uno de esos elegantes tomos que luce en su estantería, cínico, con un particular sentido del humor que viene, ante todo, de su postura de ser un espectador de la vida que se va agotando y resbalando como las gotas dentro de la botella. En el fondo, su Profesor Frank Bryant es un whisky que se va apurando. Deja restos de su paso, pero va quedando nada del hombre que fue. Y Rita le demostrará que él aún sirve para algo, para ensanchar mentes, para crear inteligencias, para motivar tesones. Y eso, aunque sea lejos, al otro lado del mundo, es toda una experiencia que hay que seguir transmitiendo aunque aquí ya no haya mundo al que regresar.

martes, 28 de noviembre de 2023

LA BIBLIOTECA DE LOS LIBROS RECHAZADOS (2018), de Remi Bezançon

 

¿Cuántas obras maestras han podido quedarse sin publicar? ¿Cuántas almas se han quedado sólo en el papel en el que se escribió su relato, o su estudio, o su filosofía a pesar de ser sinceras y muy legibles? ¿Cuántas veces lamentó en privado un escritor ese continuo rechazo a su obra que, por supuesto, él consideró tan buena mientras la escribía? En una biblioteca de la Bretaña francesa se almacenan los manuscritos de cientos de autores desconocidos que jamás llegaron a la imprenta. Y en uno de sus estantes, existe una novela, ambientada en los tiempos de Pushkin. Un relato de amor y muerte titulado Las últimas horas de una historia de amor. Un título atractivo, sereno y, a la vez, trágico. Lo escribió un tal Henri Pick, un pizzero de una localidad cercana que, entre pizza y pizza, se sentaba en su escritorio de repasar cuentas y ponía en papel todo lo que anidaba en su corazón…

Y un cuerno, dice Jean Michel Rouche, un afamado crítico literario. La novela es fantástica, inigualable, perfecta, pero de ahí a que la escriba un pizzero de un pueblo del interior de Francia, va un trecho. Investigando un poco, Rouche descubre que ese señor ni había sido visto escribiendo en su vida, ni había leído a Pushkin, ni sabía nada de Rusia…e, incluso, su hija le enseña una carta preciosa en la que no hay ni rastro de su estilo, ni rastro de intelectualidad y ni rastro de nada. Aquí hay un engaño de tomo y lomo, nunca mejor dicho, y Rouche se propone descubrir qué es lo que hay detrás de esta fantástica conspiración artística. Mientras tanto, por supuesto, su vida se derrumba porque, al poner en duda una novela de tan amplia aceptación, ha perdido su trabajo al frente de un afamado programa de televisión y, de paso, su matrimonio se ha ido al apéndice.

Sin dejar el humor de lado en ningún momento, hay que reconocer que Remi Bezançon consigue una película divertida, ágil, en la que coloca al espectador encima mismo de las pistas que sigue este individuo un tanto elitista, educado, pero bastante cínico, que trata de derribar mitos porque cree que no hay nada más allá de Víctor Hugo y que absorbe los rasgos de un actor seguro y efectivo como Fabrice Luchini. Se pasa por pueblos pintorescos, calles mojadas, ambientes limpios y fingimientos intelectuales de salón de copas de vino blanco y alta charla sobre la mejor literatura y entre esas dos fronteras debe moverse el protagonista, decidido a hacer que un libro sea sincero no sólo por lo que dice, sino también por lo que es. Y lo primero de todo es ir a ver, sentir y tocar esa biblioteca de libros rechazados que ha sacado del anonimato a un simple pizzero que, por otro lado, ha desencadenado una moda absurda por parte de los siempre caprichosos editores por buscar obras maestras en ese templo del saber mandando a un par de becarios a ver si consiguen ver algo salvable en un manuscrito titulado Las muñecas no sufren de menopausia. Cosas del mundo editorial.

viernes, 24 de noviembre de 2023

CUANDO ÉRAMOS SOLDADOS (2002), de Randall Wallace

 

Se trata de la primera acción bélica de los Estados Unidos en suelo vietnamita. Una guerra incomprensible a diez mil kilómetros de distancia. Sin embargo, los soldados elegidos van sin pestañear porque ése es su deber, porque han sido entrenados para intervenir en esas situaciones. Y no hay que hacerse preguntas. Lo que sí van a tener es muchas respuestas porque van a probar a sangre y fuego lo que significa una batalla sin cuartel que, a pesar de ganarse, no es más que una muestra de que esa guerra se iba a perder. Por allí está un reportero y fotógrafo de prensa que tratará de reflejar la historia de todos cuantos allí murieron aunque no fueron abandonados. El Teniente Coronel Harold Moore se encargará de que todos, vivos o muertos, sean trasladados como es debido a sus lugares de origen. Mientras tanto, en casa, ellas, sus mujeres esperan y esperan y unos malditos sobres amarillos parecen llegar con cuentagotas, llevando una misiva, muy cuidadosamente redactada por el Secretario de Estado, dando el pésame por el fallecimiento en combate de sus maridos. Eso, se quiera o no, también es una batalla muy difícil de librar porque, en cualquier momento, el ruido de un motor parándose en la puerta de sus casas puede ser el preludio de la peor de las noticias.

En el frente, mientras tanto, las peores cosas desfilan por el terrible teatro de operaciones. La muerte se presenta de forma brutal, sin piedad, en sus peores formas, con los peores sufrimientos. Y los sueños y los planes se esfuman con un bombardeo de napalm demasiado ajustado, o un ataque lanzado en hordas para que no haya suficientes balas que disparar. La guerra hace a los hombres demasiado pequeños y, en contadas ocasiones, demasiado grandes. Y todos mueren. Los unos y los otros. Los que escriben en un idioma incomprensible largas cartas a sus novias y los que están deseando volver para conocer a un hijo que aún se está gestando.

A pesar de ser una victoria, el director Randall Wallace sabe retratar el momento como una derrota personal porque todos aquellos hombres vieron como su vida jamás volvió a ser la misma después de probar el sabor de la sangre. Con un reparto muy eficaz, encabezado por un acertado Mel Gibson y secundado por una Madeleine Stowe admirablemente contenida en su papel de ser la primera defensa contra las peores noticias, la película guarda momentos realmente poéticos frente a otros tremendamente duros. Y es que no sólo son vidas perdidas. Son vidas trastornadas, que transforman su existencia totalmente. Sin remisión. Sin posibilidad de marcha atrás. Por la estupidez. Por la inclemencia de los hombres que siempre planean el asesinato de los demás. Por la seguridad de que la infelicidad y la desgracia se van a instalar para siempre en el corazón de muchas personas. Por defender un uniforme que empuja hacia la muerte. Por un muro conmemorativo donde figurarán los nombres de aquellos que cayeron y no tuvieron ninguna oportunidad. Por aquellos que una vez creyeron que eran soldados.

jueves, 23 de noviembre de 2023

LA ERMITA (2023), de Carlota Pereda

 

En una villa cualquiera, de esas en las que el tiempo dibuja el negro sobre los muros impávidos de la lluvia gris, corren leyendas que han perdurado a través de los siglos en las que los espíritus parecen no haber encontrado descanso. Todos los años se organiza una representación de una crueldad sin límites cuando la medicina era tan primitiva que se creía que Dios era el mejor galeno. Mientras tanto, algunas personas han desarrollado un don que intenta, una y otra vez, establecer comunicación con la víctima más inocente de aquellas indecencias. La muerte, ya se sabe, le gusta jugar con el mundo de los vivos y de los que ya no pueden protestar.

Las despedidas se han sucedido en el mantenimiento de ese don sobrenatural que se mueve tan fácilmente entre la credulidad y la falacia. Una niña lo posee y trata de entrenarlo y dominarlo para salvar la única despedida que nunca nadie ha querido experimentar. Y una mujer que mantiene la mitad de su rostro hundido entre las tinieblas reniega de él porque no comprende tanto sufrimiento sin sentido, tanto sentimiento herido, tanta desgracia que ha vaciado su corazón sin relleno posible.

La directora Carlota Pereda sorprendió con aquella Cerdita que basaba su venganza en una cuestión de kilos para adentrarse ahora en el difuso terreno de lo real y lo sobrenatural. Su escritura, durante la mayor parte de la película, es nítida y hasta ejemplar. Durante ese período, introduce elementos de inquietud, de incomodidad removida y hasta algún que otro instante de turbiedad rechazable. Sin embargo, en la recta final, parece perder el centro de visión y se tiene la sensación de que no sabe muy bien qué es lo que quiere contar. Con ese defecto, la película llega al aprobado, pero no ofrece mucho más aunque cuente con la esforzada interpretación de Belén Rueda, que se está convirtiendo en la primera dama del terror español al igual que Barbara Steele lo fue en el británico de los años sesenta. Y, por supuesto, hay que destacar por derecho propio, la ingenuidad infantil maravillosa que desprende la niña Maia Zaitegi y la ternura terminal que exhibe con seguridad Loreto Mauleón. Incluso sorprende lo poco aprovechada que está la protagonista de Cerdita, Laura Galán, en lo que es, prácticamente, una aparición especial que brilla en apenas unos momentos. Por lo demás, las hechuras de la película son notables, con una buena fotografía y una cierta seguridad en la destreza de la planificación de Carlota Pereda.

Y es que en el verde de algún pueblo de fuego y humedad se hallan esos muros que han separado cariños y que, muy a menudo, la muerte se ha encargado de edificar con piedras insalvables. Todo para que el infierno sea exclusivo de aquellas que saben mirar y soportar visiones horribles de putrefacción enfermiza, sangre de inocentes que fueron sacrificados para supuestamente salvaguardar la salud de la mayoría, madres de obsesión que quisieron mostrar los caminos del otro lado, despedidas de lágrima injusta asesinando la inocencia. Las fiestas demuestran también la indiferencia basada en la diversión cuando las llamas están ahí mismo, cruzando el siguiente prado, salvando la siguiente colina. El escepticismo trocará en acérrima creencia y la vida, quizá por última vez, se impondrá a la muerte…aunque el precio sea, siempre y sin solución, la soledad más dolorosa. Las piedras serán testigos. El fraude será desterrado. Sólo queda abrir los dos ojos y despejar el velo que nos separa de los lamentos.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

EL FARSANTE (1956), de Joseph Anthony

 

Quizá Lizzie necesite un cambio. Alguien que venda ilusión y un punto de sorpresa en medio de unas vidas aburridas y empolvadas. El tiempo ha sido implacable y Lizzie ya tiene todas las papeletas para ser una de esas chicas que se quedan para vestir santos. No, nunca ha venido alguien que plantara una semilla de alegría en el corazón lo suficientemente grande como para que ella se decidiera a dar el sí. Y ha dicho mucho que no. Y se ha convertido en un terreno yermo, algo árido y, por supuesto, bastante abandonado. Lizzie sigue esperando la lluvia.

Bill es un charlatán, un tipo que se aprovecha de la credulidad de las gentes para convencerles de que tal o cual día el agua caerá del cielo. O que un tornado se va a formar en pocas fechas en un lugar donde jamás ha habido uno. Es el hacedor de lluvia, es el tipo del que nadie se fiaría. Sin embargo, él vende ilusión aunque no hace magia. Él tiene un punto de sorpresa aunque es un oportunista algo despreciable. Puede que Bill sólo sea otro tipo que está de paso y que intentará sacar partido de la situación. Sin embargo, es posible que los milagros existan. Es posible que la lluvia caiga allí donde el sol parece estar inmóvil. Es posible que éste individuo despreciable y algo idiota sea quien encienda el corazón de Lizzie.

Y así, damas y caballeros, es como llega la esperanza. Bill promete siempre lo que no puede cumplir y, sin embargo, parece como si esta vez se removiera su emoción. La maldita solterona de ese pueblo perdido le hace sentir algo, como unas cuantas nubes que se mueven orgullosas de su tono grisáceo, como un rayo lejano caído en algún sembrado más allá del horizonte. Lizzie sabe que es un farsante, pero quiere creer. Puede que lea en él algo que nadie más es capaz de leer. Cuando no suelta su verborrea estúpida sobre tornados y tormentas llega a ser un hombre encantador. Y Lizzie le mira de otra forma, de esa forma, de la única forma.

Adaptación de la obra teatral de Richard Nash, El farsante reunió a Burt Lancaster con Katharine Hepburn para narrar lo que, realmente, es una historia de amor. Con algún momento de vacío, como si determinadas piezas quedaran suspendidas en el limbo y no terminaran de encajar, ambos realizan una interpretación maravillosa, sensible, llena de matices, otoñal e ilusionadamente crepuscular. Puede que el amor sea imposible, pero también lo es la lluvia y, de vez en cuando, el milagro ocurre. Luego habrá otros pueblos, otros días despejados, otros soles abrasadores, pero no habrá otro hombre como Bill. Lizzie lo sabe. Y quizá merezca la pena arriesgarse por una vez con alguien que sólo vende humo. Sus fanfarronerías son sólo apariencia. La cuesta abajo de Lizzie es sólo un estado de ánimo. Y… ¿quién sabe? Es posible que, un día, mirando al suelo, todos comiencen a darse cuenta de que se forman unos pequeños circulitos de agua en el polvo y el aire sople con algo de fuerza. Tanta como la que puede tener el amor de verdad.

martes, 21 de noviembre de 2023

S.O.B. (1981), de Blake Edwards

 

Durante algún tiempo, hubo un guión circulando por Hollywood bajo el título de Blue Movie que fue considerado maldito. No era más que una sátira del mundo del cine con escenas pornográficas. Una especie de película de calidad, pensada para ser estrenada en circuitos comerciales, con escenas sexualmente explícitas. Stanley Kubrick estuvo muy interesado en dicho guión porque veía en él una oportunidad para explorar nuevas fronteras dentro de un cine que no renunciaba a la calidad a pesar del sexo. Pronto descubrió que no tenía muchas posibilidades de éxito y que el órgano encargado de la calificación de edad de las películas jamás le daría permiso para exhibir la película en salas de cine habituales. Luego, el proyecto estuvo en un cajón durante años, hasta que Blake Edwards lo rescató. Sólo con las ideas argumentales en mente, el director escribió su propio guión para que la película llegase a las pantallas de todo el mundo. El resultado fue S.O.B.

Edwards introdujo muchas de sus experiencias personales vividas en los rodajes de Darling Lili y Dos hombres contra el Oeste, le dio un aire de comedia salvaje y se dispuso a reunir un reparto irremediablemente atractivo para dar vida a las peores personalidades que se había encontrado en el negocio del cine. Empezó con Julie Andrews, su propia esposa, a la que convenció para realizar un desnudo, siguió con William Holden, Marisa Berenson, Larry Hagman, Robert Loggia, Richard Mulligan, Robert Preston, Robert Vaughn, Robert Webber y Shelley Winters. Y el resultado funciona sólo en algunos pasajes.

Todo se centra en la figura de un productor que lleva varios fracasos seguidos y que ha empeñado hasta su último dólar en realizar su nueva película. Sin embargo, la película va a ser un fracaso más y no se lo puede permitir, así que decide convertirlo en una cinta erótica y su mujer y protagonista, famosa por ser la actriz preferida de los niños de todo el mundo, va a tener que desinhibirse bastante. Lo malo de la película no es el argumento, ni las intenciones. Lo malo es que Edwards concede todo el protagonismo a este productor, interpretado por Robert Mulligan, y no le pone freno. Para entendernos de alguna manera, podríamos decir que es algo así como si el Inspector Clouseau se hubiera metido en el negocio del cine. Hay escenas divertidas, hay otras que el exceso preside cualquier atisbo de idea, hay una crítica profunda y corrosiva hacia los que manejan los hilos en Hollywood y hay una cierta sensación de que nada llega con claridad, que es más importante la payasada que la comedia, que, al fin y al cabo, estamos ante una película de hechuras formales impecables, de reparto impresionante y de astracanada del quince y medio.

Y es que no es fácil intentar describir a los más variopintos canallas intentando poner una sonrisa en la boca. Es verdad que ellos también pueden ser unos payasos que tratan de sacar el beneficio de auténticos subproductos que deberían quedarse en la estantería mental de un enfermo ídem, pero sólo se puede aguantar un número limitado de situaciones de humor físico y desenfrenado porque el cansancio aparece y la sonrisa, esa que se busca porque se cree que puede haber un buen material de fondo, se queda a las puertas de los labios. Es como un puñado de buenas ideas que nunca llegan a ninguna parte. Y, además, es la última película que hizo el gran William Holden. Más vale comenzar a llenar el vaso y apurar hasta la última gota.

viernes, 17 de noviembre de 2023

MARES DE CHINA (1935), de Tay Garnett

 

Hay que suponer que se pueden pensar muchas cosas mientras el dolor se hace insoportable por la tortura de una bota malaya. Para los no iniciados, es un artilugio, una especie de bota de madera con un torno a un lado que va apretando el tobillo hasta romperlo y que se utiliza para que alguien confiese algo enterrado en las profundidades de su voluntad. Mientras la bota malaya estrecha de su holgura, es fácil pensar en traiciones pasadas, en amores que no merecieron la pena, en verdades que se convirtieron en mentiras al instante siguiente y en la seguridad de que los piratas que han abordado el barco no dejarán ni a un alma con vida. La pena es insufrible y casi no se puede articular un pensamiento coherente mientras la maldita bota hace su trabajo. Piratas malayos con su bota. Y el Capitán Alan Gaskell tiene que encontrar alguna salida porque toda la tripulación depende de ese macabro juego que han puesto en marcha la maldita rubia de la que un día quedó enganchado y su puñetero amante. Ahí, en medio del dolor más insoportable, Gaskell se dará cuenta de que nada mereció la pena y que lo más fácil es rendirse. Con la bota puesta, tratará de salvarlos a todos. Más tarde ya ajustará las cuentas.

Habrá algún momento de risa, pero también de tragedia en esta travesía por los mares de China. El final no acaba de convencer porque lo único que demuestra es que ese hombre que ha soportado los infiernos de la tortura está demasiado raído por una rubia que no merece ni su mirada. Y lo que es peor, desprecia a la chica que, aún siendo menos espectacular físicamente, rezuma elegancia y saber estar. Claro, no se puede permitir que el héroe se quede sin la rubia explosiva, pero aquí nadie hubiera dicho ni esta bota es mía.

Clark Gable, Wallace Beery, Jean Harlow y Rosalind Russell son los peones de la trama, que resulta apasionante prácticamente en sus dos primeros tercios, para luego desbarrar en aras de la comercialidad en su recta final. La lujuria manda y más en una época en la que las reglas de la censura aún estaban algo difusas. Lo único cierto es que esa secuencia con un Gaskell desesperado, cojeando lastimeramente porque lleva un ataúd para pies, tratando de salvar a todo el pasaje y a la tripulación de la ira vengativa de unos piratas que obedecen ciertas órdenes, se queda grabada en la mente porque uno no se puede imaginar la pena que puede surgir de un trozo de madera puesto alrededor del tobillo. La dirección de Tay Garnett, especialista en escenas de acción, es delicada y vigorosa mientras los diálogos de Jules Furthman y James Kevin McGuinness, a menudo brillantes y mordaces, van elevando los estandartes de la resistencia a un abordaje que resulta interesante, lleno de peripecias, indeleble en ciertas escenas y con un cierto halo de fascinación que hace que aún guarde algo de magia para los que se acercan con un bote la primera pez. Botes, botas, bocas, bobas, bogas….todo es cuesta arriba en un mar que es más hostil de lo que sugieren sus aguas…

jueves, 16 de noviembre de 2023

EL MAESTRO QUE PROMETIÓ EL MAR (2023), de Patricia Font

 

Hubo una vez un país que se dedicó a exterminar cualquier intento de formar mentes libres. Para ello, no se dudó en perseguir y acabar con todos aquellos maestros que seguían los preceptos de la Institución Libre de Enseñanza, basados en  instruir y educar el carácter, desarrollar cuerpo y espíritu, cuidar el respeto hacia cualquier forma de pensamiento, basarlo todo en la práctica, con viajes, excursiones, mantener vivo el interés de la infancia, alejarse de cualquier dogma oficial en materia religiosa, política o moral, enseñar a hacer, enseñar a pensar sin adoctrinar…Todo eso murió el 18 de julio de 1936…

Con algunos de estos preceptos se educaron nombres tan increíblemente ilustres como Leopoldo Alas “Clarín”, los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, María Moliner, María Zambrano…pero también se intentó que unos cuantos héroes y heroínas sin nombre trasladaran este revolucionario y maravilloso método de enseñanza a los pueblos de ese país que, más tarde, persiguió al conocimiento, porque, al fin y al cabo, todo el mundo sabe que el conocimiento forma a librepensadores y son mucho, mucho más difíciles de manipular. Ante cualquier atisbo de crecimiento personal, ira. Ante cualquier asomo de cultura, religión en su parte más oscura y tenebrosa. Ante cualquier intento de libertad, muerte.

Un día, a un pueblo cualquiera de la provincia de Burgos, llegó un maestro catalán, aunque poco importaba su lugar de nacimiento. Él sólo quería dedicarse a lo que le entusiasmaba, que era enseñar. No creía en Dios, pero nunca dijo una palabra en clase en contra de la iglesia. Sólo retiró un crucifijo porque en la escuela laica que preconizaba la Institución Libre de Enseñanza, no cabía ninguna idea que debía ser sólo y exclusivamente competencia del niño y de su familia. Enseñó a los niños a leer con soltura, a hacer cuentas, a escribir e, incluso, editó unos cuadernillos con las composiciones literarias de sus chicos. Uno, especialmente, era muy importante. Se llamaba El mar, visión de unos niños que nunca lo han visto y sólo consistía en una serie de ingenuas redacciones sobre lo que creían que era el mar unos alumnos que nunca habían salido del medio rural. Y eso fue considerado peligroso, subversivo, susceptible de persecución, porque el maestro que hacía que sus alumnos experimentasen tanto quitaba cuota de autoridad al párroco y al alcalde e, incluso, a algún que otro padre que educaba con severidad a su prole. Ante el conocimiento, ira.

Y así es cómo muere el pensamiento. Dejando a los enemigos en fosas comunes, aunque no hubiera ninguna razón para ello. Sólo por envidia, por esa vieja costumbre española de odiarnos tanto que no nos podemos ni ver, por esa sombría mirada que inunda cualquier cosa o concepto que no comprendemos y que tendemos a apartar a manotazos o, lo que es mucho peor, a balas. Sin embargo, hay algo que prevalece en todo ello. La huella de esa formación, de esa humanidad recibida, aunque sólo fuera durante un curso escolar, perdura tanto que ni siquiera la pérdida de la razón podrá sumirla en el olvido. Y esa es la inmensa labor de los maestros y, también, su infinita responsabilidad. Todos hemos tenido algún profesor que nos ha marcado, que, de alguna manera, nos ha enseñado el sendero que teníamos que seguir para que fuéramos buenas personas, buenos profesionales, buenos ciudadanos. Y la bondad no está reñida con la protesta. Todo lo contrario. Es lo que hace que también seamos parte de un país que, tal vez, aunque mucha gente no piense lo mismo, no mereció sufrir tanto.

miércoles, 15 de noviembre de 2023

EL HALCÓN INGLÉS (1999), de Steven Soderbergh

 

Quizá sea el momento de salir de las sombras y poner las cosas en orden. La prisión ha sido difícil para un halcón porque su naturaleza es volar y no puede estar entre rejas. Sin embargo, lo peor, lo más pesado de llevar, ha sido saber que lo único que has querido realmente en la vida ha sido asesinado y no poder encontrar al canalla que lo hizo porque hay que cumplir condena. Wilson ha estado toda la vida trabajando sin que se notara su presencia. Ahora va a volver a trabajar y se va a dejar ver. Y cuidado con los que osen darse cuenta.

Lo primero es trasladarse a los Estados Unidos. Un país incomprensible, una mezcla algo idiota de culturas atrasadas con un toque anglosajón que resulta bastante grotesco. Al menos, en Inglaterra uno sabe a qué atenerse, pero en Los Ángeles la batidora funciona a todas horas y nada es fijo, todo es volátil. Habrá que adaptarse.

Lo segundo es agarrarse a un tipo que eche una mano. Puede que no sea demasiado inteligente, pero servirá para un par de recados y dos o tres avisos. Al fin y al cabo, Wilson emplea sus trucos de experimentado ladrón para ejercer en esta ocasión de detective privado. Y se va a dar cuenta de que un potentado productor de discos está detrás de lo que anda buscando. Se le van a rayar los vinilos al individuo. Más que nada porque este halcón inglés no se sabe por dónde viene. Es silencioso y muy cauto. Es de pocas palabras y, por tanto, proporciona muy pocas pistas. Mucho ojo. Despliega sus alas y el tipo es implacable.

Esta es una película al margen del resto de la filmografía de Steven Soderbergh. Donde allí hay efectismos, aquí hay una austera sobriedad. Donde allí hay trampas de guión a ambos lados de la carretera, aquí se apoya en una historia que parece de hierro y que lleva en todo momento bajo control. Al principio, puede chocar un poco la elección de Terence Stamp para dar vida a Wilson, pero el actor, con sabiduría y paciencia, se va haciendo poco a poco con el papel, porque pasa de esa primera impresión en la que predomina la sensación de que el protagonista es un poco raro a  la seguridad de que es un tipo metódico, de mucho cuidado, que piensa detenidamente la venganza que va a ejecutar aunque esté a miles de kilómetros de su ambiente y que, además, va a ser implacable, sin piedad, definitivo.

El resultado es una película que, sin ser una obra maestra, camina con paso seguro y que posee la rara cualidad de ir envolviendo con lentitud al escéptico espectador. Así, Soderbergh, en un alarde de conocimiento, iguala forma con fondo en la historia. Wilson va envolviendo a todas las almas que se va encontrando en su camino ineludible hacia la venganza que cierre un hueco de demasiados años. Y acaba por tener a todo el mundo de su parte. Es como un halcón que avista su presa a kilómetros de distancia y se lanza a una velocidad de vértigo en país que eso mismo es lo que exige.

martes, 14 de noviembre de 2023

LA MANO IZQUIERDA DE DIOS (1955), de Edward Dmytrik

 

Jim Carmody ha estado demasiado tiempo a los mandos de un avión y, después, haciendo trabajos casi en régimen de esclavitud para un señor de la guerra chino. Puede que le venga bien ponerse un alzacuellos como tapadera perfecta para una huida. Quiere dejarlo todo atrás. Ya está bien de ametrallar aldeas, de quedarse con sus cosechas, de hacer rico a un tipo que sólo sirve a su propio envilecimiento. Por aquellas casualidades del destino, asume el papel de un sacerdote, un hombre muy esperado en una misión en algún lugar de ese país tan gigantesco. Allí tendrá que ejercer como tal porque su fachada es más importante que cualquier otra cosa. Sin embargo, es importante no sólo para él, sino que también lo es para todos aquellos que le rodean porque Carmody o, mejor, el padre O´Shea, reparte esperanza y defiende a los más débiles y se deja la piel para que tengan derecho a su porción de vida. El inconveniente es la señora Scott. Es endiabladamente atractiva y, si Carmody fuera Carmody, no tardaría en invitarla a unos tragos y susurrar algo en su oído. En lugar de eso, el padre O´Shea tiene que escucharla en confesión y es ella la que susurra en el oído de él. Y el rostro del falso sacerdote tiene que permanecer impertérrito, imperturbable y transmitiendo una sensación de fortaleza y de consuelo. Quizá sea el último héroe romántico en un lugar imposible.

Así que Carmody, más allá de su cautiverio, empieza a saber leer en el alma de las gentes. Apenas sabe lo que está haciendo, pero sigue con su instinto porque comprende que todo se basa en la esperanza. Los señores de la guerra pasarán. El hambre pasará. La necesidad se tornará en vida. Y el padre O´Shea tendrá que abandonar la misión después de una improbable partida de dados en la que se juega algo más que su propia existencia.

Humphrey Bogart está perfecto en la piel de ese aviador reconvertido en sacerdote por necesidades de la supervivencia. Sobrio, profundo, dando intensidad a un personaje que se siente mal porque es un fraude, pero que, no obstante, es incapaz de renunciar al engaño porque la gente le necesita. Gene Tierney, a pesar de las tremendas dificultades que estaba atravesando en su vida privada, aporta belleza y serenidad a un personaje que tiene que vencer sus deseos más ocultos. El punto más débil de la película reside en ese señor de la guerra al que da vida Lee J. Cobb. Histriónico, horriblemente maquillado y rematadamente falso porque parece un ratero neoyorquino trasplantado a las estepas rusas, Cobb, un actor habitualmente solvente, no supo dar con el punto de temeridad necesario,  ni con esa tonalidad de sombra acechante que tanto hubiera aportado. En vez de eso, tenemos a un estúpido que sólo quiere recuperar al hombre que le llevaba el negocio del saqueo como nadie y que trata de mantener una especie de camaradería imposible con el personaje de Bogart. Un error.

Así que, tal vez, detrás de las oraciones, siempre haya algún hombre, que no tiene por qué ser de Dios, o alguna mujer que otorgue esa pequeña luz tan necesaria en la opresión, en la oscuridad y en el espinoso camino que resulta ser la propia vida. Es tiempo de conocer al padre Carmody y al aviador O´Shea… ¿o es al revés?

miércoles, 8 de noviembre de 2023

FIVE NIGHTS AT FREDDY´S (2023), de Emma Tammi

 

Con motivo de la festividad de la Almudena en Madrid, vamos a despedir el blog hasta el martes 14 de noviembre. Hasta entonces, id al cine, aunque no sea a ver esta película.

Por fin hemos dado con una película que es, prácticamente, un compendio de todo lo que no se debe hacer en cine. Intenta ser una historia de terror juvenil…y, la verdad, no asusta salvo por lo mala que acaba siendo. ¿Las interpretaciones? No me hagas reír que se trata de pasar miedo. ¿La dirección? Pues hasta mediada la vaina, más o menos, todavía tiene un pase, pero es que, de repente, les da un ídem y la trama comienza a dar saltos incomprensibles, a no explicar nada, a confundir lo sobrenatural con lo real y acaba por no tener ningún sentido. ¿La banda sonora? Es que ni siquiera se molesta en poner algo de música de los ochenta que, al fin y al cabo, es lo que quiere criticar u homenajear, aún estoy preguntándome lo que pretende. ¿La fotografía? Pues tampoco es nada de la otra pizza. Oscura, sin gracia, sin resaltar mucho los colores, pero sin apostar por la monocromía…

Y es que, además, por si fuera poco, jugando a ser Alfred Hitchcock, pero sin tener ni idea de lo que significa eso, se presenta un lado de la historia que pasa por ser fundamental y luego…bueno… ¿para qué resolverlo? Si ya la gente se va con unos buenos sustos que saben a precocinados, sin originalidad, sin pulso, sin nada de nada. Y, claro, dicho todo esto, resulta muy difícil continuar el artículo porque no se puede destacar ni a los personajes animatrónicos que, se supone, son la caña. Póngame dos, por favor, a ver si se me quita el dolor de cabeza y la sensación de ridículo por ir a ver algo tan sumamente inferior a mi cintura.

Se supone (y digo que se supone porque yo no soy asiduo a los videojuegos) que esta tomadura de pelo está basada en uno. Sin embargo, ya se hizo algo parecido hace un par de años con Nicolas Cage de protagonista bajo el título de Willy´s Wonderland que, debido a la pandemia, no se estrenó en salas comerciales y pasó directamente al mercado digital. El caso es que aquí resulta hasta patético ver al pobre de Josh Hutcherson tratando de imprimir algo de carne a un personaje que tiene menos membrana que esqueleto. No digamos ya del resto del reparto, empezando por una Mary Stuart Masterson (¡qué tiempos aquellos de Tomates verdes fritos!) que tiene que pasearse con permanente cara de malas pulgas intentando darle a su papel una vuelta de tuerca malvada en, de nuevo, otra parte de la trama que no va a ninguna parte por obra y gracia del espíritu animatrónico de nuestro señor Jim Henson.

Diablos, seré que me estoy volviendo viejo y que recuerdo con nostalgia que la primera vez que salí sin la tutela de mis padres y convencí a cuatro amigos incautos a que me acompañasen a ver Al final de la escalera, cuando apenas rozábamos los catorce años y salimos verdaderamente acongojados de la experiencia. Por si fuera poco, a la semana siguiente volví a exhibir mis dotes persuasivas y nos plantamos delante de Llama un extraño, versión del 79, y, aunque la experiencia fue menos intensa, decidieron no volver a acompañarme al cine porque estaban literalmente lívidos de miedo. Si la película hubiera sido ésta que hoy nos ocupa, me habrían dejado de hablar con toda probabilidad.

Así que disfruten del vendaval, o mójense bajo la intensa borrasca de ignoto nombre. Lo pasarán mucho mejor que delante de este supuesto cuento de terror que sólo vale para vaciar el tubo de somníferos y quedarse dormido montándose su propia película. Si oyen algún ruido, no se preocupen. Es el frigorífico que se pone en marcha. Lo demás es puro aprovechamiento. 



martes, 7 de noviembre de 2023

EL VALLE DEL ARCO IRIS (1969), de Francis Ford Coppola

 

Sigue al hombre que sigue a un amigo. Es la sencilla filosofía de Finian. Es un tipo extraño, una especie de nómada que vaga por algunos pueblos de Irlanda con una bolsa en el brazo y una hija en la espalda… ¿o es al revés? Bueno, da igual. El caso es que Finian es un tipo que, allá por donde pasa, cambia las vidas de cuantos le rodean. Tal vez porque lleva una marmita legendaria que encontró al pie de un arco iris. O, tal vez, porque ya va siendo hora de tener en cuenta a la gente de color más allá de las tonterías y clichés propios de algunos lugares. Ahora Finian llega a un pueblo de nombre impronunciable y va a dar unas cuantas lecciones de racismo a algunas personas que no tienen ningún reparo en humillar a los negros del lugar. Mientras tanto, bailará con alegría, llevará un buen ambiente allí por donde pase y hará que los duendes se hagan hombres y algunos hombres sean poco más que unos duendes.

Mientras tanto, siempre hay tiempo para que una hija comience a soltarse de los bolsillos de su padre y, por supuesto, el amor está por medio. Basta con decir unas cuantas notas musicales al azar y el hechizo está servido. El encanto se extiende por el pueblo y los días comienzan a tener una especie de ambiente mágico. Es algo extraño. Sigue al hombre que sigue a un amigo. Finian, con su sonrisa perenne, es un hombre sabio, tranquilo, quizá algo excéntrico, pero irremediablemente encantador…con todas las acepciones que pueda tener esta palabra.

Resulta chocante comprobar que el director de esta película musical sea un director de las características de Francis Ford Coppola aunque se comprende que quisiera hacerse cargo del proyecto sólo para tener la oportunidad de trabajar al lado de Fred Astaire en la que fue su última aparición en un musical. Sin embargo, es posible que Petula Clark no fuera la actriz más adecuada para dar vida a su hija y que ese pequeño y algo insidioso duende de gesto desagradable que era Tommy Steele llegue a cansar un poco. No obstante, el resultado es bueno, con números musicales muy bien coreografiados y dirigidos y con algún que otro momento que, de haber sido rodado en la edad de oro del musical, hubiera pasado a la historia. En algún pasaje, incluso, parece como si los pies no pudieran estarse quietos y también quisieran ir en busca de la olla de oro que dicen que está en un extremo del arco iris…supongo que ustedes no creerán esa patraña.

Así que dejémoslo todo en que, quizá por primera vez, El valle del arco iris sea uno de los primeros musicales que aborda abiertamente el tema del racismo entre blancos y negros y que no rehúye su responsabilidad. Sólo por eso, debería ser rescatado del olvido al que se le ha condenado por haber sido realizada en una época en la que no le correspondía, con un intérprete que sólo tenía setenta años y que aún bailaba como los ángeles y con un director que, en apenas tres, iba a situarse en la primera línea de los cineastas. Ustedes deciden… ¿bailamos?

viernes, 3 de noviembre de 2023

LA NIEBLA (2007), de Frank Darabont

 

De repente, el mundo se queda reducido a un supermercado. Uno de esos con enormes cristaleras y olor sospechoso en el muelle de descarga. Las puertas se cierran porque lo imposible ha ocurrido y seres de otra dimensión han entrado por el umbral de la bruma. Y sólo quieren dominar nuevas dimensiones. Así las líneas paralelas dimensionales, se convertirán en perpendiculares y sólo podrá quedar una. Algo de locos si se piensa mientras se está comprando el paquete de arroz. Allí dentro, en esa tienda que se erige como un microcosmos de la Humanidad, se moverán los arquetipos de esta fea época que nos ha tocado vivir. Estará el artista que mira con cierta superioridad a sus vecinos. Estará el tipo resentido que sabe que nadie le va a perdonar por el mero hecho de ser negro. Estará el militar asustado porque cree que el Ejército ha tenido algo que ver con esa catástrofe impensable. Estará el paleto de turno que irá siempre en la dirección que sople el viento. Y quizá estará el arquetipo más peligroso de todos, el fanático que se esconde detrás de Dios para predecir el apocalipsis y aplastar la conciencia, como si la culpa fuera la solución, como si Dios fuera un monstruo que exige sacrificios por los pecados, como si la Edad Media, de súbito, se instalara entre las salsas y las latas.

Es muy difícil mantener la cabeza fría cuando nos enfrentamos a lo desconocido. La información que se posee del enemigo es tan exigua que ni siquiera se sabe a ciencia cierta cuál es su aspecto. Y, sin embargo, hay que hacer algo, porque, si el ser humano guarda bondad en su interior, esa es una de las cosas que le diferencian del resto de especies. Hay que rebelarse, salir, buscar un lugar seguro, enfrentarse cara a cara, sacar los dientes y rugir y, si es necesario, matar. La pena es que no habrá perdón y, cuando la situación parece ya no tener ninguna salida, se toma la peor de las decisiones. Después de eso ya sólo queda mutilar el alma arrasada, desear morir por encima de todo y creer que la pesadilla, en el fondo, es una realidad de peso.

Frank Darabont lo hizo nuevamente con el universo de Stephen King con la adaptación de esta historia. La única que dirigió con material previo del escritor que se podría adscribir al género de terror. El resultado es apasionante en algunos tramos, especialmente en todo lo que ocurre en el supermercado y, desde luego, con uno de los finales más desoladores de toda la historia del cine. Hace falta mucha moral para volver a adentrarse en los rincones de esa bruma asesina y asistir de nuevo a la auténtica derrota que experimenta quien menos lo merece. Y no hay consuelo posible, porque todas las decisiones fueron acertadas excepto la última. Con un reparto en el que destacan Thomas Jane, Toby Jones, William Sadler y muy especialmente Marcia Gay Harden, el ánimo se va, maldito, para no volver nunca más. Llorando. Esperando una nueva niebla que haga que todo sea más fácil después. Volver a ese supermercado que es la vida en el que no parece que haya ni un ápice de esperanza.

jueves, 2 de noviembre de 2023

THE KILLER (2023), de David Fincher

Cíñete al plan. Huye de cualquier síntoma de empatía. No hay ningún motivo para que te desvíes del objetivo. Un asesino comete un error fortuito. Y debe pagar. Y, luego, naturalmente, él devolverá el pago con intereses. Es el negocio. Un contrato debe cumplirse y, si no es así, la indemnización debe compensar cualquier posible contratiempo. El asesino hablará desde la conciencia. Nos descifrará sus pensamientos. Y descubriremos que, en su aparente frialdad, en su asesina impavidez, tiene mucho que decir.

No es un hombre que hable mucho. Cuando busca conversación sólo pronuncia tres o cuatro palabras. Sin embargo, en su interior, no deja de hablar, de pensar, de concluir. Su mirada es de hielo, y su corazón, sencillamente, no existe. Sus movimientos son matemáticamente mecánicos. Sabe lo que hay que hacer en cada momento y en cada lugar. El contrato se cumple. Sea como sea. Y si no, hay que indemnizar…sólo que eso vale en las dos direcciones. Y el asesino no va a permitir que nadie dañe lo que pertenece exclusivamente a su ámbito privado. También lo tiene. Y no es un refugio. Es un rincón en donde nos damos cuenta de que, en el fondo, ese tipo que sobrevive asesinando por encargo, busca lo mismo que buscamos todos.

La película del director David Fincher destaca por varias razones. La primera de ellas, es su notabilísima dirección en una película que es menos ambiciosa que sus empeños anteriores, pero que delata el enorme cineasta que late al otro lado del objetivo. La segunda, sin lugar a ninguna duda, es la interpretación de Michael Fassbender como ese asesino de mirada gélida y que, de alguna manera un tanto misteriosa, es capaz de transmitir todo lo que hierve detrás de esa cortina de acero que él mismo se ha encargado de construir. La tercera, es el inquietante uso del sonido que realiza Fincher. Y la cuarta es el resultado final de la película que acaba por ser inquietante, interesante, esclava de la voz fuera de campo que narra toda la acción del interior del asesino y que, bien mirado, es una constatación de cómo se salta sus propias reglas a cada paso. Aunque no pestañee al acometer sus empresas. Aunque siga estirándose a los pies de una ventana para desentumecer los músculos adormilados en una interminable espera. Aunque sea ese hombre que no huye de las cámaras, pero que procura no ser memorable en ninguna de sus acciones. Aquí también nos saltamos las reglas.

Todo es reducir la respiración al mínimo. Mantener el dedo firme sobre el gatillo y elegir el momento adecuado para que el mensaje de muerte salga del cañón con destino certero. El problema es cuando el cartero entrega la carta en destinatario equivocado y hay que devolver al remitente. Un error es la muerte. Un acierto es la muerte. Al asesino le trae todo sin cuidado… ¿Todo?... ¿Todo?

Por el camino habrá ocasión de cruzarse con abogados intermediarios, con individuos bestiales, con palillos de mujer y con advertencias de altura en áticos de lujo. Ah, y no se olviden en echar un vistazo a los nombres falsos que utiliza el asesino. Quizá podamos descubrir a dos individuos que formaban a una extraña pareja, a un periodista televisivo de enganche y colmillo, al propietario de un famoso bar neoyorquino… No deja de ser un juego de gato y ratón en la que el espectador, por supuesto, desempeña el papel del ratón. Y, sin lugar a dudas, todos, hasta aquellos que no tienen corazón, ni alma, ni empatía, ni son partidarios de improvisar, buscan lo mismo que el común de los mortales y no es otra cosa que vivir con tranquilidad. Quédense con eso.