Con este artículo, quiero desear a todos una feliz salida y entrada de año, lleno de cosas estrupendas y de grandes películas. No dejéis de ir al cine. Es nuestra vida de repuesto. Después, ya no hay más.
Sensaciones:
Un
escalofrío recorre el espinazo cuando se oyen esos silbidos llamando a la
batalla callejera. Las lágrimas tratan de salir a empujones porque aquello no
sólo recuerda los años en los que, una y otra vez, llevaste a rastras a todos
tus amigos en los diferentes reestrenos, sino también todo un universo de
sensaciones en el que la violencia, la ternura, la emoción y la euforia
ocuparon las principales notas de tu partitura privada. Los Jets salen de sus
agujeros y quieres bajar ahí mismo, a desahogar tu rabia y compartir la energía
de unos bailes que se te antojaron inolvidables e insuperables. Y entonces
sabes que estás de parte de ese amor imposible que se te va a contar, de esa
lucha que se te presenta incomprensible, de esa frustración que sabes que es
posible que ronde tu propio devenir.
Y sigues deseando
ponerte de punta en blanco para participar de ese grito de mambo para demostrar
que bailas mejor y con más ganas. Perderte en la partitura de Leonard Bernstein
es demasiado fácil para no abandonarte, para darte cuenta de que esta noche
puede ser irrepetible, de que tienes que mantener la calma porque, de lo
contrario, te arrastrarán los acontecimientos que ya viviste anteriormente.
Ella está allí, sólo ella, en medio de la multitud, mirándote de nuevo y
pronuncias su nombre y vuelves a extraviarte en su melodía porque
el amor, si era así, era tu vida y no querías dejar de verla, soñabas con su
caricia, imaginabas su beso, pensabas en sus palabras.
Sin embargo, el entorno
suele ser un enemigo difícil de batir. Y ante tanta incomprensión, sólo queda
refugiarse en la noche de tus propios sentimientos. Puede que algunos no
aguanten tanta pasión y que siempre se espere algo de optimismo en un ambiente
tan deprimente que condena tantos futuros y aplaste tantas esperanzas. Y
quieres, y deseas, y ruegas por tener un amor que sea todo lo que poseas y que,
acertado o equivocado, no puedes hacer nada más. Volverás a llorar en las
calles húmedas en medio de una ciudad que se está demoliendo y la sangre hierve
en tus venas, tratando de encontrar una razón para salir adelante cuando todo
ha terminado, cuando ya no hay más remedio que odiar porque se te ha quitado
toda la capacidad de amar. Mientras tanto, tratarás de ser alguien en ninguna
parte y, una vez más, serás nadie en todos los sitios. Especialmente en el lado
oeste del infierno. Allí donde no hay más remedio que luchar por un territorio
que no existe, por un derecho que se te ha negado y por un amor que se condena
desde la primera mirada.
Tu amor es tu vida,
porque le quieres, porque eres él, porque sois uno, porque puede que haya un
lugar para ella y para ti, un lugar de paz y tranquilo, con aire libre. Un
lugar al que sólo podrá llevarte la verdad que siempre pronuncia un beso, una
promesa, una complicidad, un deseo, un brillo en los ojos. Y del prólogo al
final sólo hay unas balas de diferencia. Las que te han atravesado mientras has
bailado, has rabiado, has querido y, una vez más, has vuelto a perder. El
asfalto de la gran ciudad será el testigo de las luces en movimiento y el sol
parece que nunca se pone en América para aquellos que eligen al amor como única
opción.
Valoraciones:
Sólo
hay un aspecto en el que esta película supera a la original y es la adaptación
musical. No cabe duda de que Steven Spielberg realiza una apuesta valiente y
que, en todo momento, hace gala de su estilo impresionante en la planificación.
Sin embargo, la puesta en escena no siempre es la más acertada y las
coreografías, aunque indudablemente enérgicas, no se acercan ni por asomo a las
diseñadas por Jerome Robbins. Y si no, cuando vean la película, hagan una
prueba. Traten de recordar alguno de los pasos como algo mítico, como algo que
forma parte inseparable de la historia. No encontrarán ninguno. Hagan lo mismo
con la versión de Wise y Robbins. Seguro que hay alguno que les vendrá a la
cabeza.
Este detalle puede
parecer una tontería, pero en un musical de las características de West Side Story no lo es. Uno de los
puntos más fuertes de su trama son, precisamente, las coreografías, llenas de
un impulso y de una intensidad que es difícil de olvidar tanto en su versión
teatral como en la cinematográfica. Comparen el Cool y díganme cuáles son las diferencias. Por supuesto, Spielberg
no rehúye la espectacularidad y trata de dejarla bien clara en América, pero un baile que se pretende
inolvidable no puede consistir sólo en complicados giros, hace falta
imaginación, y, sobre todo, claridad. Y aquí está la demostración de que no
sólo la pericia del director es suficiente.
Por otro lado, algunos
intérpretes cumplen, pero son notoriamente más jóvenes, lo cual lleva a una
cierta infantilización de la historia, sobre todo porque se reescriben los
diálogos y resultan más simples, mucho menos sugeridos, por mucho que se siga
la estructura del original. También hay un cierto descoloque en el orden de las
canciones que no beneficia en nada a la estructura y algún número que resulta
un error lamentable como es el ya citado Cool
o el imposible Gee, officer Krupke
que se representa en una comisaria sin ninguna gracia.
Siempre agrada ver a
alguien que se llevó, quizá, el mejor papel de la primera versión como Rita
Moreno asumiendo el personaje que llevó a cabo Ned Glass. Es comprensible el
sentido homenaje que le quiere tributar Spielberg, pero hacerle cantar el Somewhere resulta gratuito porque no
tiene mucho sentido. Por supuesto, hay menos referencias pictóricas porque la
fotografía de Janusz Kaminski apuesta por el realismo y el color siempre está
más apagado. Y el único error que se puede atribuir al director es la falta de
control en el reparto de secundarios que resultan demasiado exagerados en
gestos, como intentando subrayar toda la rabia que sienten estando a la cabeza
de todos ellos David Álvarez en el papel de Bernardo.
Y se podría entrar en más detalles que acaban por ser prescindibles y que es mejor no desvelar y que proceden del ansia por dejar bien claro de dónde vienen algunos personajes y por qué se comportan así. Las voces de Rachel Zegler y Ansel Elgort como María y Tony son agradables aunque él está ligeramente mejor que ella. Y aún así, a pesar de todas estas diferencias, sigues intentando enfundarte unos vaqueros y unas deportivas y pelear por un barrio que aquí se presenta en estado de ruina para realzar todavía más la hostilidad y la inadaptación de unos jóvenes que, no importa la forma que revistan, siempre intentan robarte el corazón.