En ocasiones, el desafío de realizar lo imposible es más poderoso que la decepción de morir por lo que no se cree. La cruz de hierro no es patrimonio exclusivo del fanático. Puede que unos hombres den la vida por haber tenido el privilegio de servir bajo el mando de un oficial que, a pesar de estar en guerra, rechaza el asesinato gratuito y abomina de la masacre. Sólo acepta la misión porque ve que, en un suicidio casi anunciado, habrá una forma de morir con honradez. El enemigo es contra lo que combate…pero el enemigo también está en casa.
La fascinante figura del capitán Steiner ensombrece el estupendo trazado de personajes de una película que podría haber sido mejor si John Sturges, un director eficaz y vigoroso, hubiera alcanzado un mayor compromiso con su trabajo. Lamentablemente, nada más terminar el rodaje se fue a pescar porque le interesaba más que el cine desde hacía ya algunos años. Pero en esta su última obra, a pesar de no supervisar el montaje, supo crear unos caracteres que nos producen hasta cierta admiración a pesar de estar en el bando equivocado, como los interpretados por un extraordinario Michael Caine, un cínico y sarcástico Donald Sutherland y un digno y profesional Robert Duvall, clara contraposición del rechazo que produce un oficial aliado enfermo de gloria y actividad bélica encarnado por un solvente Larry Hagman.
Pero el gran dominador de la función, el águila que vuela sobre todos los rincones de la historia es ese capitán al que da vida Michael Caine, capaz de hacer sobrevivir al ser humano que hay en él por encima de actitudes sanguinarias y de transmitir ese espíritu de humanidad a sus hombres, valientes que le defienden a riesgo del peor de los castigos porque, en ocasiones, morir sin olvidar la sensibilidad que existe en la muerte evitada hace que nada, ni siquiera una granada, evapore lo esencial de nuestra condición de seres humanos. Si no se olvida eso, la guerra nunca tiene sentido.
Siempre que veo esta película no dejo extraviar la idea de engrasar bien mi capacidad de razonamiento, ametralladora de asalto del alma, y tener plena conciencia de que, detrás de un simple film bélico, quizá se halle el equilibrio de negar las balas a la crueldad, de renegar de una clase dirigente a la que nuestras vidas les importa tanto como segar el césped de un campo de batalla y de no perder nunca la mirada hacia un niño que se ahoga en un molino de agua. No es una gran película, tiene muchos defectos y algunos errores, pero tal vez también remueve el pensamiento de un mundo sin muchos más refugios que nosotros mismos.
La fascinante figura del capitán Steiner ensombrece el estupendo trazado de personajes de una película que podría haber sido mejor si John Sturges, un director eficaz y vigoroso, hubiera alcanzado un mayor compromiso con su trabajo. Lamentablemente, nada más terminar el rodaje se fue a pescar porque le interesaba más que el cine desde hacía ya algunos años. Pero en esta su última obra, a pesar de no supervisar el montaje, supo crear unos caracteres que nos producen hasta cierta admiración a pesar de estar en el bando equivocado, como los interpretados por un extraordinario Michael Caine, un cínico y sarcástico Donald Sutherland y un digno y profesional Robert Duvall, clara contraposición del rechazo que produce un oficial aliado enfermo de gloria y actividad bélica encarnado por un solvente Larry Hagman.
Pero el gran dominador de la función, el águila que vuela sobre todos los rincones de la historia es ese capitán al que da vida Michael Caine, capaz de hacer sobrevivir al ser humano que hay en él por encima de actitudes sanguinarias y de transmitir ese espíritu de humanidad a sus hombres, valientes que le defienden a riesgo del peor de los castigos porque, en ocasiones, morir sin olvidar la sensibilidad que existe en la muerte evitada hace que nada, ni siquiera una granada, evapore lo esencial de nuestra condición de seres humanos. Si no se olvida eso, la guerra nunca tiene sentido.
Siempre que veo esta película no dejo extraviar la idea de engrasar bien mi capacidad de razonamiento, ametralladora de asalto del alma, y tener plena conciencia de que, detrás de un simple film bélico, quizá se halle el equilibrio de negar las balas a la crueldad, de renegar de una clase dirigente a la que nuestras vidas les importa tanto como segar el césped de un campo de batalla y de no perder nunca la mirada hacia un niño que se ahoga en un molino de agua. No es una gran película, tiene muchos defectos y algunos errores, pero tal vez también remueve el pensamiento de un mundo sin muchos más refugios que nosotros mismos.