martes, 31 de mayo de 2022

LA PRESA (1981), de Walter Hill

 

Sin duda, un cuerpo de las características de la Guardia Nacional es bastante chapucero. Es como si obligasen a sus miembros a participar en unos juegos de guerra uno o dos fines de semana al año e intentasen imitar, de una manera bastante ridícula, a los militares profesionales. Si, además de todo ello, resulta que la Guardia Nacional es de Louisiana y quiere hacer sus ejercicios de broma en medio de los pantanos, entonces el asunto resulta bastante más duro teniendo en cuenta que esa gente que se pone un uniforme le gusta hacer una guerra de mentira con sus balas de fogueo y sus órdenes fuera de lugar. Todo derrapa en una curva de las ciénagas. Esos inútiles de grito estúpido y mente enferma toman prestadas unas barquichuelas y, así, como quien no quiere la cosa, disparan con sus balas de fogueo a los lugareños. Ni siquiera saben que son gente muy ruda, sin apenas cultura, que creen que esas balas pueden ser de verdad y ellos tienen sus escopetas de caza porque tienen que arrancar la comida a las marismas. El mapa sirve de poco y esos soldaditos de juguete no saben ni dónde tienen la mano izquierda. Y pierden todo el sentido entre mosquitos, árboles mil veces repetidos y aguas estancadas. La muerte va a ser el enemigo. Y lo van a ver de cerca.

En medio de esa patrulla desnortada, parece que hay dos tipos que tienen una ligera idea de lo que se debe y no se debe hacer, pero son lentos de reacción. No pueden evitar que el problema genere en sangre. Y la caza se convierte en una huida. Ni siquiera cuando hay un atisbo de civilización se pueden encontrar a salvo. Perdidos, derrotados, agotados y sorprendidos, han tocado sensibilidades muy profundas del aislado sur. Hasta el propio pantano parece alzar sus tocones arrancados para hacerles entender que andan sobre cuchillos. Y el enemigo, más que ese que trata de cercarlos, es el compañero de al lado, ese mismo que no tiene el más mínimo sentido de la medida, ese mismo que no se para a pensar en nada y actúa primero y piensa después, ese mismo que es experto en levantar la ira de los que le rodean.

Estupenda película, algo irregular en algunos tramos, que dirige Walter Hill obligando a los actores a mojarse casi permanentemente en medio de ese pegajoso desierto de agua y árboles frondosos con Keith Carradine y Powers Boothe a la cabeza del pelotón. La violencia, servida con mucha contención y proporcionalmente a lo largo de todo el metraje, resulta casi inaguantable y casi se puede tocar ese ambiente frío y húmedo, salvaje y abrumadoramente inhóspito que sólo quiere dar muerte a los forasteros. Y es que todo se hará bajo el estampido seco y austero de las escopetas de caza, bajo la amenaza de unos tipos que creen que, por vestir uniforme, tienen permiso para arrollar, arrasar y aniquilar lo que les plazca. La razón perecerá ahogada en cualquier charco mientras las heridas se abren y el regreso tendrá la apariencia de una misión totalmente imposible. La presa sigue viva.


viernes, 27 de mayo de 2022

EL ARMA DEL ENGAÑO (2022), de John Madden

 

En 1956 ya se hizo una versión de esta misma historia bajo el título de El hombre que nunca existió, dirigida por Ronald Neame, con Clifton Webb en el papel del Teniente Comandante Ewan Montagu, papel que, en esta ocasión, asume Colin Firth. La Operación Carne Picada fue uno de los mejores y más audaces engaños que pusieron en marcha los servicios de inteligencia británicos para crear falsas expectativas sobre el lugar de invasión de los Aliados por el Mediterráneo. El truco del hombre muerto con documentación comprometida fabricando una personalidad de la nada fue un anzuelo perfecto para que los mecanismos de espionaje nazi dejaran desguarnecida la isla de Sicilia y se trasladaran a las costas de Grecia.

En aquella versión se seguía, no con demasiada fidelidad, las memorias del propio Comandante Montagu, añadiendo una fenomenal coda con el envío de un espía del IRA, que colaboraba con los alemanes, para comprobar que la información que había caído en su poder era fidedigna. Había ciertos vacíos, cambios de nombre, identidades secretas que, por entonces no podían reveladas. Ahora, pasados ya setenta y nueve años desde la ejecución de la maniobra, se pueden revelar algunos secretos que, entonces, debían permanecer en la sombra.

Situados históricamente, sólo cabe hablar de la propia valía cinematográfica. A pesar de que la versión de 1956 era menos fiel a la verdad, es mejor película. En esta ocasión, con algunas secuencias interesantes, conviven algunos puntos que, aunque fueran realidad, distraen de la acción para adentrarse en los terrenos del melodrama. El producto recién estrenado hace gala de una irregularidad que podría haberse evitado con un montaje más preciso, haciendo una película de menos duración, pero mucho más intensa. No siempre la verdad es más eficaz en las aguas de la fantasía.

Y es que existe algún que otro cabo suelto, diálogos que no llevan a ninguna parte, detalles que no se explican cuando ése es uno de los puntos de mayor interés de una operación que fue pensada hasta el mínimo detalle. Al fin y al cabo, no es fácil encontrar algún caso en el que un muerto realice un servicio a la patria y reciba el reconocimiento militar como si hubiera sido un combatiente más.

La situación personal de ese pequeño gabinete que se forma para ejecutar la operación resulta algo superflua, floja, sin gancho. No obstante, todo ese entramado que se teje con el fin de asegurarse de que la información hallada llegue al destino apropiado es notable, con algún que otro toque de cierto ingenio al comprobar que uno de los oficiales implicados en el engaño es un tal Capitán Ian Fleming…que no deja de comprobar cierta inspiración para el novelista en el que se convertiría años más tarde. Johnny Flynn, al que ya hemos visto con aires de arrogancia violenta en la reciente El sastre de la mafia, da buena cuenta de la elegancia inherente al escritor y siempre es un placer observar a Penelope Wilton como una de las secretarias de confianza de ese departamento especial que fabrica vidas para hombres muertos. Colin Firth y Matthew McFadyen realizan buenos trabajos sin ser excelentes y la película se deja ver a pesar de sus defectos. Es lo que tiene cuando el punto de partida resulta tan prometedor que el gancho es inevitable. El público se cuelga de él y siempre se quiere saber más. De ahí, esas tramas con pasiones humanas de fondo que acaban por lastrar la narración más importante. Después de todo, no cabe ninguna duda de que el engaño fue una de las armas más definitivas para la guerra. Sólo hacía falta desarrollar un instinto creativo que pusiese un cebo debajo de las mismas narices del enemigo. Así es cómo se toma ventaja. Así es cómo se esconden los ases debajo de la bocamanga llena de barras doradas.

jueves, 26 de mayo de 2022

EL SASTRE DE LA MAFIA (2022), de Graham Moore

El trabajo de un cortador ha de ser pulcro, paciente, impecable. Hay que tomar medidas para adecuar esa futura tela al físico particular del cliente. Cortar el patrón, manejar la tela y unirla con unos pespuntes de sabiduría. No es fácil porque es necesaria la tranquilidad en la labor. Todo ha de quedar cuadrado, impoluto. Con un final rematado. Con todos los problemas rugosos obviados para que, de alguna manera, nazca esa nueva piel que se ajusta a las características propias de cada uno. Aunque, por supuesto, de vez en cuando, haya que rehacer alguna costura.

En una tienda perdida en Chicago, un hombre huido de las elegantes tiendas de Saville Row trata de hacer su trabajo con discreción, sin interferencias, con amor infinito por cada uno de esos entramados de hilos cortados con tijera. También hay que planchar con sumo cuidado, como si ese traje a punto de nacer fuera una obra de arte que no va a poder ser imitada. Es un reflejo de la vida entre franelas y sedas, con algodón y elegancia. Al fin y al cabo, sin darle demasiada importancia a nada, el negocio exhibe un misterioso buzón en el que se depositan distintos recados para un clan de irlandeses que, en su momento, ayudaron al sastrecillo. Y es hora de alejar y desbastar las pelusas que se empeñan en afear la tela. Con imaginación y con alguna que otra dosis de improvisación. Sólo que no se van a ver los pespuntes. Esos mismos que se han ido hilvanando con sabiduría en el último terno de moda.

La discreción, por una vez, se va a convertir en un arma y Chicago se va a ver un poco más limpia bajo la nieve. La mirada inteligente parece esconder alguna aguja punzante por debajo de la manga y sólo hay que jugar con verdadera maestría. Para un sastre que ha tocado todas las telas, eso será extremadamente sencillo. Todo en un drama de un único escenario, como si fuera una obra de teatro, pero que eso no llame a engaño. No dejan de pasar cosas, los diálogos se tornan acero entre hebras y, quizá, el remate no sea todo lo perfecto que se pudiera desear, pero si no se busca la perfección, nunca se llega a alcanzar.

Excelente película de Graham Moore, con un enorme Mark Rylance en el papel principal, manejando emociones y ambigüedades con sabiduría de cortador mientras a su alrededor van apareciendo los personajes con sus propias ambiciones, ligeros de gatillo y cegados por las posibilidades. Sólo hay un par de mentiras que se dejan colar por indulgencia, porque el ritmo es excepcional, sin llegar a ser precipitado en ningún momento. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que, para que el traje luzca impecable, la precipitación está fuera de lugar. Las sorpresas se suceden, los pasados salen a relucir y hay que jugar con agujas de plomo para que todo resulte apasionante desde el principio. Y es que siempre hay que desconfiar del mono que ve, oye y calla. Eso no quiere decir, en ningún momento, que también sea tonto.

Así que, si deciden acercarse a verla, prepárense para una obra de teatro que, por una vez, toma al espectador por inteligente. No todo reside en la acción, porque esta vez es la inteligencia la que marca el paso. La noche se hará muy larga en la fría ciudad del crimen y las cosas van a cambiar rápidamente. Tanto como lo hace la moda de las estaciones. O como la desaparición de algunos negocios que dejan de funcionar de repente. Lo mejor es mantener la cabeza fría, las manos calientes para que no se desvíe la costura y dejar que las reacciones pongan el resto. El resultado es una sorpresa con sólo un elemento previsible, pero para saber cuál es tendrán que probarse el traje.

miércoles, 25 de mayo de 2022

EL GUARDAESPALDAS (1963), de Jean Pierre Melville

 

Ya está bien de recibir golpes. Es hora de dar el definitivo. Eso es lo que piensa Michel Maudet después de dejar el cuadrilátero y de haber dado unos cuantos saltos en paracaídas para el ejército francés. Ahora es el guardaespaldas de un todopoderoso banquero que trata de dar el salto a Sudamérica y, a lo mejor, se puede morder algo por el camino. El golpe lo va a dar Michel. Por supuesto, el banquero lleva en el bolsillo a una vampiresa que también va a ser el objetivo de Michel. Y lo primero de todo es que hay que desarrollar una relación paterno-filial con el financiero. Estados Unidos será el escenario perfecto. El color invade los días negros y lo que haga Michel va a ser toda una incógnita. Y la lealtad va a jugar un papel importante.

Sin embargo, en contra de las apariencias, está sólo es una película de criminales, no sobre un crimen. Los personajes principales,  interpretados por Jean Paul Belmondo y Charles Vanel, están exhaustivamente trazados, con todas sus motivaciones al descubierto, moviéndose en un ambiente de huida y de ética en fuga. El director, Jean Pierre Melville, también se une a ese entorno y, de alguna manera, esto no parece una película suya. O, tal vez, dando la vuelta a las tornas, es demasiado personal. Melville, con esta película, languidece en la oscuridad, se adentra por territorios que no son nada habituales en él. Y eso, de algún modo, llega a decepcionar. No se halla por ningún lado al realizador vigoroso, apasionado por el cine negro americano que lo mezcla y lo reinventa, con éticas muy definidas que suelen desembocar en sacrificios, a menudo, incomprensibles a primera vista. Hay un cierto estilo documental en ese paseo por las calles de Nueva Orleans, hay algo suelto por aquí y allá que recuerda al vigoroso e impresionante director que ha regalado alguna de las mejores piezas del cine policíaco del siglo XX, pero también hay una sensación de que no está, o de que no estaba pensando en lo que hacía, o de que la noche cayó sobre su inspiración porque hasta los más grandes se rebajan a lo más pequeño alguna vez. Bajo la atmósfera quemada, bajo la simpleza de la trama, bajo el parco diálogo, bajo la intimidad de los monólogos, las ideas y los temas típicos de Melville parecen resurgir de un modo tan refinado que acaban por ser demasiado escurridizos, inaprensibles, indefinidos. Quizá la libertad tenga un par de cosas que decir en esta historia, pero eso será para aquellos que sepan verla y apreciarla. Y, también, fue una comprobación, por parte del director, de que, tal vez, estaba muy cerca del final de la línea después de unos cuantos títulos que entraron directamente en la vitrina mítica de cualquier amante del cine.

Y es que, con frecuencia, las cosas no son como las hemos imaginado. Y Michel va a verlo con sus propios ojos en este viaje imposible, que parece terminar en ninguna parte. La lentitud se adueña de la narración para describir que, entre padre e hijo, puede establecerse una guerra demasiado larga.

martes, 24 de mayo de 2022

LA HORA 25 (1967), de Henri Verneuil

 

El destino, a veces, se ríe de forma demasiado cruel. Un rumano, un hombre sencillo, sin más aspiraciones que trabajar en su granja y cuidar de su familia, es llevado a un campo de trabajo de los alemanes porque es judío. Sin embargo, por aquellos recovecos insondables del hado, acaba siendo portada de una revista como una perfecta personificación de los valores arios. Incluso, después de todo lo que ha sufrido, entra en las filas de las SS. Por supuesto, todo puede ser tomado de manera muy cómica, pero el caso es que tiene muy poca gracia cuando la guerra acaba y los Aliados le acusan de colaboración con los nazis. Por el camino, Johann Moritz acaba perdiéndolo todo. Volverá a reunirse con su mujer y con sus hijos, pero ya no sabrá quién es y por qué ha pasado tanta burla y humillación en un lado y en otro. Ahora, en ese momento, en esa estación en algún lugar perdido de Rumania, es donde empezará su hora veinticinco, su prolongación del día, su última oportunidad que nunca debió ocurrir.

Johann Moritz sólo es un buen hombre, nada más. Nunca se ha planteado si los seres humanos son diferentes por razón de sexo, de raza o de religión. Ni siquiera ha entrado en sus parámetros de pensamiento. Él sólo quería su granja, su mujer, su familia, el sol, el campo, la leche diaria, los callos en las manos y la nobleza en la mente. La guerra, las personas, la insidia, la locura, las brumas más intensas de la bajeza humana le sitian y, aunque le conceden esporádicas victorias, le derrotan y le quiebran en el alma y en el espíritu. Ha pasado mucho desde que salió de la granja y sabe que, aunque intentará reconstruir todo lo que ha perdido, nada volverá a ser igual porque, sencillamente, él ya no es el mismo, su mujer tampoco lo es y sus hijos son unos extraños, seres disueltos en el polvo del camino que han desmenuzado su existencia por los acontecimientos. La Historia, a menudo, sobrepasa a las personas.

Anthony Quinn imparte un par de lecciones de interpretación dentro de la piel de Johann Moritz. Perplejo, irritado, abandonado, rebelde, sumiso, rabioso, ignorante…Ese personaje atribulado que recorre media Europa y pasa de un bando a otro por un mero cálculo de apreciación casual es uno de sus grandes papeles. En la dirección, Henri Verneuil, que consigue un estilo austero y, a la vez, tremendamente vistoso, con algunas escenas realmente complicadas y siempre dentro de la sobriedad. Virna Lisi, en uno de sus papeles más dramáticos, da la medida de lo que guardaba realmente como actriz y, por si fuera poco, también hay una retahíla de secundarios de tronío entre los que destacan Michael Redgrave, Gregoire Aslan, el grandísimo Marcel Dalio, John Le Mesurier o Serge Reggiani. Todos ellos marchan para alcanzar esa hora veinticinco para el pobre Johann Moritz, Ulises del siglo XX que salió de Ítaca porque le señalaron y que jamás pudo volver porque nunca dejó de ser señalado.

viernes, 20 de mayo de 2022

EL TERCER MILAGRO (2000), de Agnieszka Holland

 

Puede que los milagros sean el reflejo perfecto para que el creyente siga en la fe. Sin embargo, muy pocos son de verdad. Ese espejismo de hacer posible lo que es completamente imposible está siempre desmentido por unas razones o por otras. Y la misma iglesia se encarga de hacer una exhaustiva investigación, por mucho que, en otras circunstancias, se encargue de hacer santos a personas que lo más cerca que han estado del milagro es su propia vida. Y ahí, en medio de una encuesta que parece imposible, está el Padre Frank Shore, que ha elegido un rincón de la existencia en ninguna parte para plantearse un buen puñado de dudas. Le van a buscar para que certifique, una vez más, que alguien es santo porque hizo lo impensable. Y, sin embargo, él no está muy seguro de la existencia de Dios. Su alzacuellos puede que no sirva para nada. Sus creencias son tan débiles que cree ver  el amor al otro lado de la calle. Al fin y al cabo, es posible que así pueda probar por sí mismo el sabor de la santidad.

Al otro lado de la mesa, un cardenal no cree en los milagros por la sencilla razón de que tuvo la fortuna de presenciar uno y verdadero. Y no puede haber más. Son sólo fenómenos que puede explicar la ciencia, o la casualidad, o la causalidad. Y, desde luego, piensa que el Padre Shore no es el hombre más adecuado para investigar nada que tenga que ver con los milagros. Quizá y precisamente por su crisis de fe es un hombre que está deseando ver la obra de Dios hecha realidad. No, el padre Shore, no es el mejor relator posible.

Agnieszka Holland parte del mundo de la infancia para teñir los milagros del mundo adulto, tan lleno de dudas y mucho menos absoluto que el de los niños. Un día, en algún lugar donde sólo había muerte, se hizo vida y eso marca la existencia de los que tuvieron la fortuna de presenciarlo, de sentirlo como propio, de darse cuenta de que la inocencia infantil es mucho más poderosa que todos los rezos de un mundo de adultos tan ciego como perdido. En la piel del Padre Shore, maravillosamente interpretado por Ed Harris, se puede asimilar la sensación de abandono del principio en viaje hacia el encuentro con la verdad del final. La vehemencia de Armin Mueller-Stahl como el Cardenal Werner resulta comprensible y, seguro, alguien se alinea con él, con su modo de pensar instalado en el escepticismo, en la terquedad de quien sabe que los milagros no se producen así como así y que vivimos en un mundo que no es apto para la fe y, por tanto, tampoco para los milagros. Anne Heche trata de darle profundidad a un personaje que trata de ser fundamental y, no obstante, no lo es tanto y eso lastra un poco la película, pero, en el fondo, no cabe duda de que hay un cierto magnetismo en esta historia que se ocupa de la burocracia divina, de la oscuridad de una iglesia que, en muchas ocasiones, produce más ateos que creyentes y de la debilidad humana en la que es totalmente lícito llegar a la duda.

jueves, 19 de mayo de 2022

OJOS DE FUEGO (2022), de Keith Thomas

 

Uno de los principales problemas en las adaptaciones de los relatos de terror de Stephen King al cine es que siempre parten de premisas muy interesantes para llegar a un desenlace flojo o, en todo caso, ciertamente decepcionante. Es lo que nuevamente ocurre con esta puesta al día de Ojos de fuego, que ya fue trasladada a las pantallas en 1984 con Mark L. Lester a los mandos y con Drew Barrymore, David Keith, George C. Scott, Martin Sheen, Art Cartney y Louise Fletcher en el reparto.

En esta ocasión, el director Keith Thomas no renuncia a esa vocación de Serie B que destila todo el argumento y consigue algunos puntos de interés y, también, contiene unos cuantos errores. Entre los primeros está el aceptable trabajo que realiza Ryan Kiera Armstrong en el papel protagonista, elevando ligeramente la edad de la niña de la que sale la ira del infierno a través de sus poderes de combustión espontánea y algún añadido más. También es posible hallar escenas que resultan eficaces en el terreno de la sorpresa. Sin embargo, hay mucho asunto sin cerrar, como la terrible imprecisión sobre el malvado, cosa que no ocurría con la anterior versión, interpretado por Michael Greyeyes, además de un final que no se cree ni Stephen King con tres copas de más. Al final, el conjunto es pobre, perdiendo fuerza a pesar de todo lo conseguido en su primera mitad que, por si fuera poco, acaba por ser machacado sin conmiseración por la sorprendente aparición como compositor de la banda sonora del mítico John Carpenter.

Y es que, al fin y al cabo, aquí se cuentan los problemas de una familia de super-héroes, con unos poderes muy peligrosos si no se tiene un completo dominio de ellos. Las forzadas inclusiones tecnológicas como justificante del aislamiento de la familia de la protagonista son algo infantiles y se sale con una impresión de vacío, de no haber visto realmente nada, a pesar de que había mucho sobre lo que trabajar. El intento dramático de Zac Efron es bastante fútil y la constatación de que una actriz competente como Gloria Reuben se ha equivocado de cirujano plástico tampoco ayuda. Así, la mirada del espectador, se va enardeciendo hasta que todo queda en una pira alimentada por la mentira. En cuanto se aleja un poco la vista, la película arde por los cuatro costados.

No es fácil dominar unos poderes tan fuertes y los puntos clave de la acción se resuelven como quien no quiere la cosa. Hay énfasis en cosas que, luego, no tienen importancia, y se desaprovechan otras que prometen mucho más de lo que dan. Y es una pena porque el público suele ir a favor de Stephen King, pero salvando tres honrosas excepciones como El resplandor, de Stanley Kubrick, Carrie, de Brian de Palma (película con la que ésta tiene más de un punto de contacto) y Misery, de Rob Reiner, hay muy poca sangre que rascar.

Cuidado con las miradas llenas de ira porque el descontrol puede ser el peor exterminador. Los poderes ocultos querrán hacerse con la felicidad de una familia para servir a sus oscuros intereses y la próxima trampa está en la siguiente curva del camino. Los maniquíes arden sin moverse, las bolas de fuego pasan como exhalaciones para destrozar y no tener piedad. Así es cómo se acaba con la inocencia, haciendo ver a los niños que el mundo de los adultos es sólo un conglomerado de ambiciones que acaba con los sueños de tranquilidad y armonía, algo, por otra parte, bastante recurrente dentro del universo del escritor. La muerte camina cerca y, probablemente, será fulminada con una mirada para que el espanto cruce hacia la próxima adaptación de un prometedor relato de terror. 



miércoles, 18 de mayo de 2022

ALREDEDOR DE LA MEDIANOCHE (1986), de Bertrand Tavernier

 

“Espero que vivamos lo bastante para ver una avenida con el nombre de Charlie Parker, un parque dedicado a Lester Young, una barrio para Duke Ellington…o, incluso una calle que se llame Dale Turner”

Dale Turner ya ha batallado en demasiadas ocasiones. Sus notas se han perdido en océanos de humo y en volutas de alcohol y las melodías casi son sólo lamentos de un tiempo perdido. Llegó la hora de tocar en otra parte aunque, quizá, eso no evite que la última escaramuza sea una derrota servida a tragos. París…esa tierra de libertad donde te juzgan por lo que sale de ese saxofón que es ya una prolongación de ti mismo, donde el color de la piel no es un hecho decisivo. Tal vez, Dale Turner sólo quiere una oportunidad más para que su música quede ahí, suspendida en el aire, al lado del humo, rozando el alcohol, resonando en los oídos de todos los que se acerquen en una cálida y entrañable despedida. El Blue Note desplegará su encanto. La noche parisina será un paseo por las veintitrés llaves del saxo y la amistad tendrá un inconfundible aroma a viejos tiempos. Puede que la admiración pase por ahí mezclada con una imperceptible nota de compasión, pero la parte improvisada será una genialidad más, una prueba más y un día después de merodear alrededor de la medianoche, esa hora en la que los grandes músicos de jazz llegan a la magia.

La leyenda que nadie nota deambula por las calles. Por el talento de Dale Turner han desfilado infinidad de amigos que se han perdido en la noche de cualquier club infecto, incontables canciones que se han convertido en un mensaje lanzado con la esperanza de ser descifrado, voces roncas que, poco a poco, se van apagando con las últimas luces. Cada una de sus arrugas, cada uno de sus gestos, cada una de sus inesperadas notas encierran una historia y será apasionante la compañía, escondido detrás de una gabardina negra y un sombrero de ala ancha, como los grandes clásicos, como el sordo sonido de una canción velada, inesperada y silenciada. Es el ambiente que consigue rodearnos, trazando un sinuoso y atractivo baile para envolvernos y no dejarnos marchar. De alguna manera, las esencias de todos los que acuden, quedan fluctuando en la oscuridad de algún sitio donde el jazz se hizo sentimiento.

Dexter Gordon dio vida a este músico en la recta final, que tendrá la suerte de probar unos postreros sorbos de amistad a través de un entusiasta francés que, en el fondo, tratará de salvarlo de sí mismo. La espiral de la autodestrucción ya está en el alma del saxofonista Dale Turner y el director Bertrand Tavernier ofrece una oportunidad para que esa coda final no sea tan brusca, ni tan nociva. Puede que, por una vez, el adiós llegue a ser algo agradable.

La compasión por el arte supremo se opone a la fragilidad del alma humana y es posible que, por ello, se superen los miedos, los lamentos y los problemas que se han quedado adheridos como el aire viciado de un club oscuro a medianoche. Es el momento de reconocer que el talento no se perdió en tantas y tantas horas sin sol. Algo queda. Como una fotografía que no se ve…

martes, 17 de mayo de 2022

AL SUR DEL PACÍFICO (1958), de Joshua Logan

 

La guerra llama a las puertas del amor. Incluso allí, en el paraíso. Al lado de Bali H´ai, a la izquierda del Océano Pacífico. En ese lugar, donde parece que el mal no puede llegar, se desatarán las pasiones más ardientes y, sin embargo, habrá que desempeñar misiones de espionaje para los Aliados. No hay nada como una dama. No hay nada como una guerra.

El romance, las canciones, el esplendor y el humor parecen correr por las soñadas playas. El ocaso siempre es amarillo y el amanecer, rojo. Y también, a pesar de ser un musical, hay algún rasgo de honestidad en el fondo de la historia. La desgracia y la felicidad, a menudo, son sólo los dos lados del mismo sentimiento y están separadas por una delgadísima línea blanca de espuma de ola. El amor, el prejuicio, el heroísmo también son notas dentro de este musical completamente atípico. Hasta sus intérpretes son absolutamente inesperados. Rossano Brazzi, Mitzi Gaynor, John Kerr, Ray Walston…no son nombres habituales en lo más alto de las marquesinas y, sin embargo, no hubo ningún reparo en ponerlos en la cabecera de este reparto. Quizá Joshua Logan, muy versado en los temas de Broadway, centró toda su esperanza en las melodías de Rodgers y Hammerstein y en la irreal fotografía que rodea la película. El resultado es un ensueño, una fábula de amor y muerte, una certeza de que todo lo bueno y todo lo malo puede pasar en una isla y, también, un presentimiento de que el destino, de alguna manera, está escrito.

Así que vamos a sacar a ese hombre de nuestras cabezas y vamos a cantar y a silbar mientras disfrutamos con las chicas del hospital corriendo por la orilla del mar. Es el momento de dejar leer a muchos críticos que se quedaran con el lado más anticuado de todo y no tendrán el suficiente amanecer en el rostro como para ver todas sus virtudes. Así que no me hagan mucho caso. Es mejor quedarse con la impresionante dificultad de las canciones, que exigen un esfuerzo vocal suplementario a los intérpretes (aunque tanto Rossano Brazzi como John Kerr fueron convenientemente doblados) y con entradas difíciles que exigen una hábil combinación de recursos dramáticos y musicales. Y en el fondo, seamos sinceros, a todos nos gustaría haber estado en alguna de las noches cálidas o de los atardeceres inigualables que aparecen en la cinta. Hasta podríamos haber cantado algo mientras el sol nos decía adiós y el mismo mundo nos hubiera hecho olvidar que él mismo existía. Si hay un cielo, debe ser muy parecido al que sale en esta película. Ah, y no crean que está muy lejos. Muchos de sus planos están situados muy cerca de Ibiza. Así es el cine. Nos miente. Nos miente mucho. Pero estamos deseando creer todas sus mentiras. Como las que ofrecen unas cuantas islas de la imaginación, unas cuantas canciones, unas pocas aventuras y un par de romances que, en alas de la música, se introducen en nuestros sentimientos igual que un bombardeo inesperado.

viernes, 13 de mayo de 2022

ESCÁNDALO EN EL PLATÓ (1991), de Michael Hoffman

La vida, en el fondo, es una jabonera. Es resbaladiza, difícil de aprehender, saltarina, burbujeante, algo estúpida y bastante bromista. La idea, naturalmente, es convertir el plató de un culebrón televisivo en un culebrón en sí mismo. Y ahí se ponen en juego un buen puñado de envidias, torceduras mentales, traiciones, sonrisas falsas y regresos inesperados. Todo vale con tal de conseguir lo que se ansía. En el caso de uno de los productores, pasar una noche inolvidable al lado de la chica que hace el papel de la enfermera. En el caso de la enfermera, echar de una vez a la ya caduca protagonista para hacerse con el papel principal de ese culebrón que parece no acabar nunca de tanto giro limítrofe con lo fronterizo. Para ello, el primer y fundamental paso es traerse a ese tipo que fue despedido hace algunos años porque se peleó con la protagonista y ahora va de actor de prestigio representando La muerte de un viajante para un auditorio con una media de edad por encima de los noventa y dos años en la soleada Florida. Todo un renacimiento para que el culebrón, como no podía ser menos, retome viejos argumentos que ayuden a que la conspiración llegue a buen puerto.

Sin embargo, es demasiado barco para tan poca agua. Por allí anda una guionista que intenta poner orden, aunque sea ínfimo, en la trama. Por el otro lado deambula una chica que quiere abrirse paso en el mundo de la interpretación y lo mismo tiene algo más que ver con algún miembro del reparto. Los índices de audiencia no dejan de estar presentes en cada emisión de un capítulo nuevo y, por supuesto y como no podía ser menos, habrá el consabido episodio en directo en el que se van a hacer más revelaciones que en la Biblia. Y con la medicina de por medio. No se puede pedir más. No se puede dejar de rodar. Ya hay un escándalo en el plató que cuadra perfectamente con el escándalo de la serie. Y si hay alguna incoherencia, da lo mismo. Esta televisión no está hecha para seres inteligentes.

Michael Hoffman dirige con un cierto aire de sit com este enredo con un reparto excepcional con Kevin Kline, Sally Field, Elisabeth Shue, Whoopi Goldberg, Cathy Moriarty, Robert Downey, Teri Hatcher y Carrie Fisher. El resultado es una película ágil, con ciertos diálogos de ingenio, con algún que otro fleco suelto con hebras de descuido, pero divertido y sin pretensiones. Al fin y al cabo, se trata de hacer una comedia sobre el atribulado mundo televisivo que va a la caza de audiencia a cualquier precio y con un repertorio añadido de ambiciones en cualquier programa que tenga un éxito basura.

Así que sintonicen bien sus televisores. Aquí va a haber jabón a mansalva. Quien es, no es y, sin embargo, dice que lo es. Los egoísmos, poco a poco, van despegando de la realidad y no es fácil mantener la cabeza en un mundo en el que se improvisa el guión cada día, se cambian los focos con la facilidad de la última portada de revista y las cámaras están colocadas por niños de jardín de infancia. Ríanse y sálvense.

jueves, 12 de mayo de 2022

DOCTOR STRANGE Y EL MULTIVERSO DE LA LOCURA (2022), de Sam Raimi

 

Quizá, los sueños no sean más que mensajes enviados desde universos paralelos en los que se nos dice cómo somos nosotros en tales lugares. Si eso fuera cierto, yo he tenido una aventura con Sophia Loren y me he ido de juerga con David Niven. Sin embargo, no deja de ser una idea interesante porque es posible que esas aventuras imposibles no sean producto de la mente sino hechos de otras realidades. En esta ocasión, se trata de proteger a alguien que puede viajar de un universo a otro como si fuera una nómada que transita de un sueño a otro.

Y si esta película tiene una virtud, aparte de la prometedora idea inicial, es la facilidad y acierto con el que Sam Raimi nos introduce pasajes de terror muy efectivos, verdaderamente bien realizados, con tensión y algún que otro escalofrío. Es lo mejor de una historia que se puede retorcer a voluntad, haciendo que, de alguna manera, podamos estar seguros de que queremos a las mismas personas en todos los universos. Apasionadamente, desmesuradamente. Y que, si perdemos en éste, con toda probabilidad, pero de diferente modo, perderemos en todos.

Al fin y al cabo, Stephen Strange es uno de esos super héroes que atesoran unas habilidades impresionantes, pero que, en privado, es un amigo del fracaso sutil de no estar nunca en el lugar y momento adecuados salvo para actuar como paladín de muchos universos y que no todos merecen la pena. Y si interactuamos con cualquiera de esas realidades que tan sólo intuimos a través del sueño, podemos encontrar verdaderos deseos de dejar de vivir una existencia que ha conocido demasiado sufrimiento para tener un tranquilizador recipiente en donde verter nuestro amor.

Y es que la Bruja Escarlata ya perdió lo que más quería y trata de mantener, como último recurso, la sinceridad de un corazón que será capaz de todo con tal de encontrar la porción correspondiente de felicidad. Se puede ser extraordinariamente poderoso, salvar a la Humanidad en incontables ocasiones, mantenerse en el filo mismo de la muerte para darse a los demás, pero, si el amor ha huido o fenece entre nuestros brazos, la sensación será de una enorme derrota sin paliativos.

Por el sendero de la mística y de la magia habrá escenas de espectacularidad comprobada, ramalazos de humor, detalles visuales muy atrayentes y, desde luego, situaciones forzadas para que no falte el toque políticamente correcto mientras las estrellas invitadas arrancan los aplausos espontáneos del público. Es como si se nos abriera un tercer ojo para que las fuerzas del bien, pertrechadas y dispuestas, sigan proporcionando un escudo imbatible para los que han dejado de pensar en el bienestar de la mayoría. Al fin y al cabo, ése es uno de los grandes fallos del ser humano. Prescindir de los demás para satisfacer nuestras propias ansias y superar nuestras aplastantes frustraciones.

Sí, se pasa un rato agradable, sin tirar cohetes. Raimi es un perro viejo que sabe lo que se suele hacer incluso con unos cuantos excesos aquí y allá. Nadie puede negar que Benedict Cumberbatch sigue siendo un estupendo Doctor Strange y que Elizabeth Olsen, que ya demostró sus cualidades como actriz en esa estupenda película que es Wind River, sigue evolucionando con un físico de cierta clase y un talento al que hay que seguir atentamente. Y esperemos que todo esto no sea el producto de mi propio sueño imaginando otros universos en donde me puedo convertir en crítico de cine valorando una película de Marvel. 

miércoles, 11 de mayo de 2022

RUNAWAY (1984), de Michael Crichton

 

No cabe duda de que el tiempo no pasa en balde sobre las películas y, en esta ocasión, es más que evidente. Sin embargo, si la revisamos con la suficiente distancia, podemos comprobar, sin temor a equivocarnos, cuán profética ha sido en alguna de sus predicciones que, en el momento de su estreno, nos parecía pura ciencia-ficción. A pesar de todo ello, de sus defectos temporales, sigue siendo una película de acción con la que se disfruta si somos capaces de situarla en su debido intervalo. Por supuesto, el villano es tan estereotipado y tan excepcionalmente mal interpretado que también lastra el resultado final (y ya lo hacía en el año 1984) porque Gene Simmons no deja escapar ni un solo fotograma sin subrayar con la mirada y con sus actitudes que él es el malo malísimo más malo de toda la historia de la maldad. Pero el resto es divertido, con gracia, con algo de sabor a anticuado, pero con acción, con ritmo y con algún que otro giro en el argumento que no llega a ser decisivo, pero sí es algo sorprendente.

Tras las cámaras, el propio Michael Crichton que no debió de encontrar la experiencia demasiado gratificante porque no volvió a ponerse oficialmente tras las cámaras salvo para remedar lo que estaba haciendo John McTiernan con El guerrero número 13. Toda la historia profundiza en sus obsesiones por el control tecnológico y por el peligroso juguete de la evolución a través de las máquinas, pero parece que sólo disfruta cuando hay persecuciones, tensiones y planos subjetivos de balas inteligentes. Quizá, habría que revisar esta película de nuevo y realizar una nueva versión de la misma. Puede que impactara bastante con las debidas innovaciones visuales y predictivas.

Por otro lado, Tom Selleck encarna a un protagonista de una pieza, simpático en todo momento, dominador con la presencia, experto en el movimiento y no hay ningún miembro en el reparto que le pueda hacer sombra. Ni siquiera Kirstie Alley, en su época más atractiva físicamente, consigue pasar por encima de la personalidad del actor, que impone el ritmo y la elegancia y trata de elevar toda la trama un poco por encima con un personaje que podría estar en las antípodas del que realizó Will Smith para Yo, robot, otra película que sería una perfecta candidata para ser una actualización interesante de ésta y desde otra perspectiva.

Así que tengan mucho cuidado con ese robot-aspirador que va rebotando por los zócalos, o con ese útil robot de cocina que les hace esos platos deliciosos con los que deleitan a su familia, o, incluso, con ese ordenador personal con el que usted intenta escribir críticas que son auténticas maravillas de la literatura. Los chips mandan y, si tienen algún defecto que incluye la agresión contra sus dueños, ya están condenados. Piensen que ya es un problema que su computadora se quede totalmente petada cuando tiene que enviar unos cuantos problemas. Aíslense los dedos por si acaso. Las conspiraciones existen, los científicos locos también. Y aún no se ha creado ninguna brigada especial para investigar el comportamiento raro de todos los aparatitos llenos de botones y teclas que controlan, de forma temeraria por nuestra parte, toda nuestra vida.

martes, 10 de mayo de 2022

CINCO MUJERES MARCADAS (1960), de Martin Ritt

 

En Yugoslavia, en plena guerra, los partisanos también marcaban a los que no lo merecían. En este caso, cinco mujeres, sospechosas de haber sido concubinas del invasor, son condenadas a raparse el pelo para llevar sobre sí la vergüenza. En el fondo, han colaborado con el enemigo. Eso piensan. Y, por si fuera poco, sus compatriotas también van a hacérselo pasar mal. Sin embargo, en estas cosas siempre se olvida un factor muy importante que resulta ser diferenciador. Son mujeres. Es esa especie humana que jamás se rinde. Es incapaz de asimilar algo tan sencillo como la retirada. Esas mujeres van a lucir su calvicie con orgullo, y van a luchar, y van a demostrar con creces, que son más valientes que los hombres. Con armas. Con disparos. Y sin piedad.

En tiempo de guerra, no hay lugar para el amor y la compasión. La humillación, esta vez, va a servir de acicate y se unirán a los partisanos dándolo todo para demostrar que su colaboración fue sólo un medio de supervivencia y que, si hay que morir, se muere. No hay complacencia en la historia. Sólo lecciones que acabarán por ser arrolladas por la apisonadora de la crueldad. En el camino de la más dura de todas ellas, no dejarán de sentir remordimiento y odio. Y, curiosamente, esas cinco mujeres marcadas encontrarán algo en común con un prisionero alemán que dejó sus confortables clases universitarias para convertirse en oficial. Así, exploraremos la personalidad de estas fascinantes resistentes. Con acción y con emoción. Y sin dejar de decir en ningún momento que la guerra no lleva a ninguna parte en ningún bando.

Martin Ritt dirige esta notable y muy desconocida película con un reparto extraordinario. Las cinco mujeres marcadas son Silvana Mangano, Jeanne Moreau, Vera Miles, Barbara Bel Geddes y Carla Gravina. El oficial capturado alemán es Richard Basehart, y los guerrilleros partisanos son Van Heflin y Harry Guardino. Todos ellos en interpretaciones muy contenidas, huyendo del melodrama fácil y adentrándose en una historia de rabia interior que desemboca en una situación de guerra, con sus secuencias de acción y sus introspecciones profundas, con algún que otro personaje sin desarrollar del todo, pero haciendo de esta película una joya escondida en algún almacén de una distribuidora.

Y es que siempre merece la pena cualquier demostración de coraje colectivo por parte de unas heroínas que deben sacar lo mejor de sí mismas en una situación extrema. La líder, la fina, la amargada, la irónica, la joven…todas ellas lucharán por ser aceptadas haciendo gala de sus voluntades acorazadas en un entorno de hombres, pensado para hombres, defectuoso por los hombres y viciado por los hombres. Se moverán dentro de reglas muy estrictas y, al final, sólo habrá un regusto de tristeza. Tal vez porque la guerra, no importa quién la libre, no posee finales felices. El placer culpable se encargará de la munición y el castigo se presenta como algo que debió ser totalmente prescindible cuando todo estalla alrededor. No habrá solemnidad, pero el drama será sincero. Cubran sus cabezas.

viernes, 6 de mayo de 2022

AL BORDE DEL INFIERNO (1956), de Mervyn Le Roy

 

El Mayor Lincoln Bond ha sufrido demasiado en Corea. Sólo desea retomar su vida militar y servir lo mejor posible a su país. Si el destino es una base de aviones para testar nuevos prototipos, estupendo. Lo hará bien porque es un piloto experimentado. Sin embargo, hay dudas. Es el único que, probando el nuevo modelo de avión, está encontrando fallos estructurales. Tal vez sea producto de su mente. Es lógico, tanto sufrimiento acaba por pasar factura. Sin embargo, el Mayor Bond tiene más resistencia de lo que la gente piensa y, desde luego, mucha más que ese reactor que no parece ofrecer todas las garantías. Tendrá que luchar contra los prejuicios de los que creen que no está en sus cabales. Claro, hay demasiados intereses creados. El contrato millonario de concesión para la compra y venta de unos cuantos cientos de reactores está en juego. Y un veterano de la guerra de Corea que ha estado al borde del infierno no es quién para decir al Ejército en qué tiene que gastar su dinero. Aunque, quizá, sea el más indicado para decirlo.

El desierto, el cielo, los detalles, los vuelos de prueba… Todo en esta película parece muy real y, sobre todo, muy creíble. Además, despliega una franca preocupación por esos hombres que estuvieron en el mismo filo del abismo y que deben realizar trabajos de enorme importancia y trascendencia. No todo fue decir el rango y número de serie. Muchos hablaron y, no por ello, eran necesariamente cobardes. En este caso, el Mayor Lincoln Bond es más fuerte de lo que todos creen y esa fortaleza también será muy necesaria para reintegrarse a una vida que se le escapó cuando cayó prisionero y que, con toda probabilidad, nunca será la misma. No obstante, Bond, a veintitrés mil pies, es un profesional que también se encuentra con sus mismos fantasmas y sabe vencerlos. Puede que sea uno de esos individuos que abrió el camino para aquellos que, más tarde, fueron elegidos para la gloria. No importa. Cuando el aparato que tienes entre las manos está vibrando a una altura que llega más allá de la imaginación, todo parece demasiado pequeño, incluso los recuerdos, incluso el dolor, incluso la nada de saberse perdido.

William Holden, como siempre, aporta mucha clase al papel del Mayor Bond y, sin duda, es capaz de mostrar hondas cicatrices en el alma sin perder en ningún momento su compostura de oficial y caballero. A su lado, a destacar el debut de un joven James Garner y la dirección del veterano Mervyn Le Roy que da un par de lecciones sobre cómo rodar secuencias aéreas en las que no hay más enemigo que el que salta dentro de la mente de ese piloto que quiere llegar más lejos que ningún otro y se encuentra con barreras traumáticas que, simplemente, no existen. Dejaron de existir en algún oscuro agujero de una guerra perdida en Asia. Ahora hay que prestar atención a los mandos, dominar al pájaro y sentir que la experiencia sirve para algo más que para guardar la apariencia bajo el uniforme.

jueves, 5 de mayo de 2022

ALCARRÁS (2022), de Carla Simón

 

Las viejas deudas acaban saldándose con los saltos generacionales. En algún momento, todo se pactó de palabra, con un simple estrechón de manos y ya no queda constancia documental de una propiedad que debió ser para quien la trabajaba y la mantenía. El sol sigue regalando sus rayos de vida, el agua se desliza para que los melocotones luzcan y estén listos para ser recogidos. Y las excavadores se llevan todo por delante, incluso una nave espacial que, en la imaginación de los niños, está a punto de irse a pique por falta de combustible.

En las miradas, hay un cierto aire de decepción. Como si el esfuerzo hasta la extenuación no hubiera servido para nada a través de los años. Los días pasan y los melocotoneros parecen gritar con su fruto que aún les queda mucho por dar. Y en una familia siempre existe la rencilla, el rencor porque no se hace lo que se espera, la exigencia que se deriva de la frustración, el eterno ojeo perdido tratando de encontrar dónde estuvo el error. Al final, el progreso acabará también con las cosas de comer.

Carla Simón, ganadora del Oso de Oro del último Festival de Berlín, realiza esta película a través del neorrealismo más puro, dejando que la vida transcurra entre los resquicios de esta familia compuesta por actores no profesionales que dan un aire de veracidad a la última cosecha. Por un lado, el padre, amargado, deslomado de tanto trabajar y de tanto arrancar a la tierra cicatera sus frutos mientras siempre tiene el improperio como coletilla. Por otro, la madre, siempre contenida, tratando de embalsar la frustración que se va acumulando y que teme que se desborde. El abuelo, prisionero de los errores de aquellos supuestos pactos entre caballeros que se hicieron cuando la legalidad se basaba en una simple palabra. El cuñado, oportunista que trata de sacar provecho de la situación. El hijo mayor, que trata de arañar el orgullo paterno cuando ya sólo quedan lágrimas de impotencia. Y que, como tantos otros, tratan de ahogar su rabia entre la hierba y el alcohol. La hija mediana, con un pie aún en la infancia y otro en la adolescencia, comprobando de primera mano que el mundo de los adultos es un campo de batalla. La hija pequeña, pura inocencia y juego, ajena a todo y, a la vez, imbricada en un campo que se presenta como una enorme juguetería. Simón, con estos personajes muy bien trazados, se sitúa justo en medio de Vittorio de Sica con su mirada hacia los desfavorecidos, y de John Cassavettes, más pendiente de las reacciones que de las propias acciones. El resultado es una película sentida, homenaje a la gente que vive de la agricultura en un sector que se muere sin remedio, con sus pasiones y sus defectos, con sus debilidades y, también, con alguna que otra fortaleza. Una historia que no tiene historia salvo el de la propia existencia en un verano cualquiera de calor y cosecha.

De este modo, se siente la suavidad de las sábanas frescas en las abrasadoras tardes de estío mientras que todo es rutina con la seguridad de que los melocotoneros deberán decir adiós con el último ruido de su arpa de hierba. Las plagas de conejos son un enemigo más contra el que luchar y sólo las lágrimas servirán de consuelo cuando todo parece salir mal y la lucha social se estrella ante la indiferencia de una pancarta o de un cajón de fruta derramada y aplastada. En esas ocasiones, cuando lo íntimo se convierte en razón de todos, es cuando la derrota se convierte en grito y sólo queda asistir, con una leve negación de cabeza, al arrasamiento de lo que se trató con tanto cariño para poder dar lo mejor. La vida en un surco. El surco en la tierra. La tierra sin fruto.

miércoles, 4 de mayo de 2022

UN ENREDO PARA DOS (1980), de Ronald Neame

El hombre más peligroso del mundo va a escribir sus memorias. El revuelo que se va a organizar en los Servicios Secretos de medio planeta será histórico. Hay que cazarlo y silenciarlo como sea. Sin embargo, el tipo ha aprendido mucho y sabe sortear las diferentes trampas de unos fulleros profesionales. Una cosa le va a delatar. Es un individuo que ama apasionadamente la ópera y se le va a ver, y escuchar, pasando una frontera mientras está dale que te pego con Las bodas de Fígaro. Aún así, es más listo que el hambre, y no va a ser fácil pillarlo. Se mueve rápido. Escribe más rápido aún. Y va dejando pedazos de su historia por toda Europa. El tema, claro, es que en sus memorias va a describir una serie de operaciones de la CIA que no conviene que se sepan y, por eso, se ponen en alerta con movilización general. La labia será un arma. La burla será otra. Y, entre medias, también hay algún rato para el solaz y sosiego en brazos de una vieja amiga que sabe cómo han ido las cosas.

El asunto, en realidad, es muy serio, pero la sonrisa está siempre presente. La sátira del cine de espías es evidente y, sin embargo, no se queda sólo en eso. También hay un sitio muy importante para no tomarse demasiado en serio. La diversión está garantizada. Entre otras cosas porque el que maneja todo el cotarro es Walter Matthau en un insuperable registro cómico del “todo me da igual” y que se convierte en un plan de venganza y ajuste de cuentas. A su lado, Glenda Jackson, que demuestra sus dotes para la comedia una vez más y que otorga un cierto halo de respetabilidad y admiración a ese personaje que decide poner patas arriba a todos los servicios de espionaje. Al fin y al cabo, este enredo no es sólo para dos personas. También lo es para un buen montón de millones de almas que no saben qué es lo que están haciendo sus gobiernos.

Ah, por cierto, también hay que reconocer que la película se fija mucho en la ineptitud de muchos de los mandos de las cloacas del Estado. No hay nada que esté de más y tampoco de menos. La dirección de Ronald Neame se mueve en un admirable equilibrio que apuesta más por el desenfado que por el humor grueso y que convence en cada uno de los kilómetros que emprende ese espía jubilado llamado Miles Kendig y que sólo con lo que sabe va a dejar en evidencia a todos los que no saben. Y un poquito de elemento dramático también va a ser necesario para dejar constancia de que la supuesta traición tiene su aquél. Y, desde luego, el objetivo será vivir, por fin. Kendig tendrá que estrujar su ingenio para dar esquinazo a todos los que le persiguen y el tiempo se acaba. Puede que el juego, simplemente, consista en tener en jaque a todos, mucho más allá de lo que puedan decir unas líneas que se pueden o no creer.

martes, 3 de mayo de 2022

MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES (1993), de Kenneth Branagh

 

Sigh no more, ladies, sigh no more,

Men were deceives ever,

One foot in sea and one on shore

To one thing constant never.

Then sigh not so,

But let them go,

And be you blithe,

And bonny,

Converting all your sounds of vow,

Into hey nonny, nonny.

Así que no penéis bellas damas, no penéis más. Y menos por el hombre caprichoso que mantiene un pie en el mar y el otro en la orilla. El amor es el único reposo posible para el guerrero y en una villa de la Toscana, se pondrá en juego la pasión, la envidia, lo imposible y la inquina. Todo para que, como no podía ser menos, sólo haya mucho ruido y pocas nueces. A veces, ser el más brillante dialécticamente no compensa demasiado y hay que dar un empujoncito a los instintos más escondidos para que salga a la luz toda la pasión que guardan los bien criados bajo el fuego del deseo. La fiesta, el jolgorio, los disfraces, que también servirán para que la maldad pase desapercibida, los chascarrillos de ingenio, las situaciones de enredo, la comedia de la vida, en fin, será el argumento de todo. Y no lo olviden, señorías, yo soy un burro.

No cabe duda de que no hay más ciego que el que no quiere ver, y los que no desean la felicidad ajena son aquellos que están demasiado amargados como para darse cuenta de que no es muy frecuente, pero existe. Quizá en un palacete, o en unos túneles, o en unos jardines de día luminoso y noche pecaminosa. Las voces resuenan con versos de inmortalidad y es posible que mañana sea otro amanecer, con la sensación de que el alma se ha limpiado con el paso de la miseria. Por supuesto, habrá quien es más maduro, habrá quien no dé su brazo a torcer a pesar de intuir que su destino está escrito y habrá quien se resista a unirse a la fiesta final de baile y alegría porque, por una vez, esto no es una tragedia, sino una comedia donde habita la belleza, la ternura, la risa y la sonrisa, rara vez maridada, y la agudeza de unos personajes que valdrían para evadir toda sombra sobre el rostro. Ah, y no lo olviden, señorías…yo soy un burro.

Kenneth Branagh dirigió con enorme sensibilidad y tono festivo, algo no muy habitual, una obra de Shakespeare, con un reparto en el que, si bien choca la elección de Denzel Washington como don Pedro de Aragón, no cabe duda de que proporciona la oportunidad de disfrutar del actor dentro del clasicismo y salir airoso del envite. A su lado, todo un reparto de probada competencia con Michael Keaton, Emma Thompson, Kate Beckinsale, Robert Sean Leonard, Keanu Reeves y los inseparables y siempre competentes Richard Briers y Brian Blessed enmarcando todos los juegos de palabras e ingenios propios del bardo de Stratford-upon-Avon. El resultado es una magnífica película, divertida, hilarante, ágil, tremenda, enredada, descarada y contagiosa. Porque, al fin y al cabo, señorías, yo soy un burro y me entretengo con estas cosas. No lo olviden. Yo…soy…un…burro….