martes, 28 de febrero de 2017

FURTIVOS (1975), de José Luis Borau

Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca de "El club de la lucha", de David Fincher, está aquí.

En medio de ninguna parte, donde los árboles se yerguen desnudos, desafiantes hacia un cielo al que quieren herir en su gris inmensidad, Ángel caza furtivamente y trae ahora una nueva presa. Así, de alguna manera, puede desafiar a la autoridad asfixiante de su madre, que solo entiende de caldereta y de manipulación, del sucio incesto y del dominio angustioso. Es allí, en medio de los montes de Cabuérniga, entre el frío y la nada, un lugar en el que España se ahoga en la miseria y en la incultura, un lugar donde no habrá sitio para la libertad.
Ángel lo sabe, hace mucho que ya lo supo y por eso trae a Milagros con él. Es joven pero tiene mañas de sabérselas todas y no se arredra ante nada. Desde el principio, la madre de Ángel y Milagros se desafían con la mirada, como un cazador que observa a su presa antes de disparar. Ella, tal vez, representa la liberación, un poco alocada, irresponsable, perdida, nueva. Y Ángel, como el futuro, quiere probar algo más allá de la clandestinidad de la caza, de ser el guía de ricos y poderosos para que hagan su festival sangriento en pleno monte y se marchen con el estómago lleno y la corrupción intacta.
El agua está fría y la pasión hierve. Por amor se llegan a hacer muchas cosas, incluso cerrar la salida del deseo tonto de Milagros por irse con un delincuente que luce cazadora de motorista y fanfarroneo de tercera. Más vale no meterse con las vidas demasiado herméticas y aisladas que se han movido siempre entre lo silvestre y la soledad. Puede que, al final, un tiro a bocajarro sea la mejor solución para acabar con el odio, con el desprecio, con la condena eterna de someter a alguien bajo un yugo injusto de manipulación moral y ética. Un disparo y se acabó. Solo los árboles lo escucharán. El resto será esperar el último momento de valentía en la sombra, con el frío asediando, la casa en orden y la fotografía de quien nunca fue algo más que un sueño inalcanzable.
José Luis Borau dirigió sin concesiones, haciendo que el mismo terreno gritase su dureza contra unas vidas erradas, inútiles y vacías que se asemejan a un cuento de un pueblo sometido a los vicios de poder de un dictador de violencia interior que también acabó con personas como si fueran perros. También interpretó al Gobernador Civil de la provincia, hermano de leche de Ángel, que va a relajarse de su detestable e ignominiosa burocracia a la taberna del monte para pegar cuatro tiros a unos cuantos venados. El Gobernador cierra los ojos ante todo lo que no quiere ver y pasa de largo cuando la salpicadura le amenaza. Es solo egoísmo. Es el desprecio absoluto hacia otras vidas que no sean la suya propia.

Ovidi Montllor compone el personaje de Ángel con la inocencia propia del hombre que jamás salió de sus territorios conocidos y que guarda unos cartuchos para hacer una justicia impía. Alicia Sánchez encarna a la ligera Milagros, que comercia con su cuerpo por un día más de supervivencia. Y, sobre todos ellos, Lola Gaos es la madre retorcida, de arrugas de venganza y rabia rural, que hace el mejor trabajo de su carrera haciéndose antipática y afanosa, suave e insidiosa, mala persona que defiende sus dominios con todas las armas a su alcance, aunque ello signifique un buen plato de berzas con sangre.

viernes, 24 de febrero de 2017

EL OSCAR DE LAS ESTRELLAS



“Ciudad de estrellas… ¿estás brillando solo para mí?”
Lo que es seguro es que la noche del domingo 26 de febrero la ciudad de Los Ángeles no estará brillando solo para mí sino para todos los que, de alguna manera, amamos el cine. Sí, de acuerdo, cualquier ceremonia del mercantilismo más radical no es más que una operación de venta y resulta despreciable y demás pero la entrega de los Oscars, a pesar de todas sus connotaciones, es el día del Cine. Es ése día en que, más o menos de cerca, podemos ver a todos los actores y actrices del momento y estamos deseando que sean espontáneos, que nos muestren como son y que comprobemos hasta qué punto llega su elegancia a la hora de aceptar un premio, o de rechazarlo, o de presentarlo. Y es el momento de dedicarlo a las estrellas porque va a ser una noche de mucha música.



Así que el premio a la mejor película parece muy claro desde el primer momento. La La Land (La ciudad de las estrellas) es la gran favorita. Y, por supuesto, como hubo tanta unanimidad desde el primer momento se ha generado todo un movimiento casi contestatario en contra de ella. No nos engañemos. Por realización, por riesgo, por cómo está rodada y por cómo lo cuenta es la película del año. Sobre todo para los que nos gusta el cine clásico resulta una vuelta atrás llena de disfrute y de referencias cinéfilas que nos lleva a Bob Fosse y a Jacques Demy, a Billy Wilder y a George Cukor, a una historia que vuelve a recuperar el sabor del antiguo musical, aquel en el que se arrancaban a cantar y a bailar sin venir a cuento y que, sin embargo, escondía en su frivolidad un buen puñado de arte. El que no quiera verlo, que se vaya a un concierto de enterradores con guantes higienizados. Seguro que encuentran mucho más mensaje ahí.





En la pugna por el mejor actor también parece clara la elección de Casey Affleck por su trabajo en Manchester frente al mar después de unas cuantas semanas en las que Ryan Gosling ostentó el liderazgo. Puede saltar la sorpresa pero no lo creo. El trabajo de Affleck es dramáticamente gigantesco, intentando ocultar todos los sentimientos de ese personaje mutilado emocionalmente y, a la vez, transmitiendo las tormentas de su interior. A la película se le pueden poner muchos defectos pero la interpretación de su protagonista no es uno de ellos. Y la diversificación está servida para que no haya errores.



Para la mejor actriz, todo se inclina a favor de Emma Stone por La La Land (La ciudad de las estrellas). Ella es encantadora, divertida, elegante, dramática, profunda y solo por la escena de la audición merecería todos los premios del mundo. Solo Natalie Portman puede hacerle sombra con Jackie y, tal vez, Isabelle Huppert con Elle pero es bien conocida la fama de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood de barrer para casa a la menor oportunidad, a no ser que sea algo muy dudoso y Emma Stone es una mujer que está luchando por estar en primera línea de las nuevas actrices del mejor cine. En el caso de Natalie Portman, que realiza una auténtica creación, juega en su contra el hecho de poseer ya un Oscar por aquella neurótica y algo desquiciada recreación del mundo del ballet que fue Cisne negro.



Para la dirección, tampoco puede haber muchas dudas. Damien Chazelle por La La Land (La ciudad de las estrellas) es un ganador más que probable. Su sobriedad, su maravilloso estilo rodando los números musicales de cuerpo entero y apenas sin cortes, rechazando la cámara al hombro y apostando por el clasicismo ha demostrado que se puede dirigir un musical sin padecer de Parkinson y haciendo ganar a la historia y al estilo. Se antoja difícil que se le pueda escapar el premio.



En la categoría de mejor actor secundario es donde el tema se pone un poco más duro. Parece que el favorito es Dev Patel por su lacrimógena interpretación en Lion pero, sinceramente, es un actor al que le falta entidad, al que se le notan muchísimo los engranajes de los que echa mano para sacar adelante su papel. Por simpatías personales estaría encantado de que se lo dieran a Jeff Bridges por su papel de comisario resabiado en Comanchería o, incluso, a Michael Shannon, que lleva varios años acariciando la gloria, por ese policía al borde de la muerte y carente de escrúpulos de Animales nocturnos pero tal vez el premio vaya a parar a Mahershala Ali por ese camello con conciencia, que se mueve como pez en el agua en ambientes marginales de droga y desesperación, en Moonlight. Quizá esta última sería una buena opción para que, junto con el premio a la mejor actriz secundaria, los Oscars no sean tan blancos.



En la línea anterior ya he adelantado que será Viola Davis la ganadora al premio a la mejor actriz secundaria por su demostración magistral en Fences, basada en la obra de teatro que representaron en Broadway ella misma y su compañero de reparto y director Denzel Washington y que, a su vez, se basa en el libro de August Wilson ganador del Premio Pulitzer. En su papel hay emoción e intensidad, mucha fuerza y matices muy variados que deben de influir a la hora de darle un Oscar a una actriz que se lo merece. Y además se le debe una compensación por aquella impresionante interpretación en La duda, de John Patrick Shanley, por la que fue nominada y el premio, de manera injusta y parcial, fue a parar a nuestra Penélope Cruz.



Con el premio a la mejor película extranjera va a haber cierta polémica. Claro que el encargado de que la haya no es otro que el dilecto Presidente de los Estados Unidos Mr. Donald Trump. Todo el mundo está hablando de la alemana Toni Erdmann como la segura ganadora del premio e incluso se ha montado una cierta campaña de promoción en torno a la posibilidad de que Jack Nicholson vuelva al cine interpretando al protagonista en la versión americana de esta película (permítanme que piense que todo esto es un montaje y que no me lo crea demasiado. Sigo anclado en la idea de que Nicholson está enfermo). Así que, conociendo a cómo se las gastan en Hollywood, el premio se va a ir a la cinta iraní El viajante, de Asghar Farhadi porque será una manera de que la comunidad cinematográfica le pegue un sopapo en las narices al señor Trump con sus prohibiciones, vetos y críticas a la profesión y será éste el que vea las estrellas. ¿Nos apostamos algo?
No, mejor no. Al fin y al cabo, estas son solo las impresiones de un crítico de cine con mucho entusiasmo y poco acierto. Seguramente, ustedes en las porras familiares o fraternas acertarán mucho más que yo, así que no me hagan mucho caso. Además yo solo sé arrancarme a cantar sin venir a cuento y hacer unos pasitos a la luz de unas farolas. El resto solo son estrellas de un futuro que brillarán más que nunca la noche del domingo 26 de febrero.

jueves, 23 de febrero de 2017

JACKIE (2016), de Pablo Larraín

Jacqueline Bouvier, más conocida como Jackie Kennedy y, posteriormente, como Jackie Onassis, fue posiblemente la viuda más famosa de la segunda mitad del siglo XX. Su imagen fue la de la mujer elegante y algo frívola, que no se comprometía en los acuciantes asuntos de estado que rodeaban a su primer marido, John Fitzgerald Kennedy. Cuando fue asesinado el 22 de noviembre de 1963, Jackie intentó quitarse de encima esa imagen para que su marido fuera considerado un héroe nacional, alguien que dejó huella en apenas dos años y diez meses de mandato. Para ello, tuvo que ofrecer otra imagen y, además, mirar dentro de sí misma y distinguir con claridad cuál fue su papel en ese matrimonio.
Por eso, Pablo Larraín, el director chileno, trata de mostrarnos a una Jackie Kennedy desprovista de fingimientos, bañada en lágrimas, sujetando la cabeza reventada del Presidente de los Estados Unidos. Y con un agravante en su conducta. Algo que la condenaba definitivamente a la peor de las debilidades que puede tener una mujer. Estaba totalmente enamorada de él. A pesar de sus infidelidades, de sus travesías en el desierto expuesto a las tentaciones del diablo, de su dinero infinito, John Kennedy compartió con ella muchas cosas, muchas desgracias y muchos sueños. Y, precisamente, cuando esos sueños estaban haciéndose realidad alguien le metió una bala en la cabeza y todo se derrumbó. Y ella tenía que aparecer como la viuda doliente pero no desconsolada, como la mujer fuerte que tenía que tirar hacia adelante a pesar de que era algo totalmente desconocido para ella, como la madre que amaba a sus hijos y quería protegerlos y, sobre todo, como la persona que mejor había conocido a Kennedy y que tenía que hacer todo lo posible para que algo de su legado perdurase en el tiempo.
Algo se oponía en esa dura misión. La misma maquinaria del poder borra sus mitos con tanta rapidez que apenas nadie se acuerda del muerto a no ser que haya hecho algo imborrable. Y la cercanía de la Historia impide juzgar con claridad si John Kennedy hizo algo realmente bueno para el pueblo de los Estados Unidos. El tiempo nos ha dado la capacidad de juzgar con algo más de imparcialidad y hoy sabemos que podría haber sido un bonito sueño pero que, en realidad, no sabemos si hubiera podido cambiar las cosas, o si hubiera mantenido sus intenciones, o si hubiera seguido siendo el Presidente más carismático de la época. Hoy solo tenemos la visión de algo indeterminado que se inclina hacia la leyenda para los adoradores de mitos y hacia la decepción para los eternos descreídos.

Por eso, Larraín nos enseña a una Jackie desnuda, sin engaños, controladora en sus declaraciones y sola en sus decisiones y, para ello, cuenta con una actriz de enorme categoría que tiene que hacerse cargo de un papel extremadamente difícil como Natalie Portman. Ella se echa la película a sus espaldas y trata de transmitir las sensaciones de una mujer, nada menos. Solo una mujer. Sin sus modelos de la época. Sin sus tentaciones de lujo e imagen. Solo una mujer que vivió un sueño y murió un poco en la tragedia y que, sobre todo, tuvo miedo al futuro, al olvido y a no saber lidiar con todo lo que significaba el nombre de John Kennedy. Ella hace el retrato en rojo de una dama que tuvo que sobreponerse a unas circunstancias mastodónticas y, por supuesto, como todas las mujeres, consiguió superar todas y cada una de las pruebas que se le pusieron por delante. Incluso el dolor inmenso de perder a alguien a quien se ha amado con todas sus fuerzas. 

miércoles, 22 de febrero de 2017

SILVERADO (1985), de Lawrence Kasdan

A menudo el destino se empeña en juntar varios rifles al mismo tiempo por intereses distintos. Cuidado cuando se decide algo así porque los tipos suelen ser de altura y tienen algo en común y es la simpatía entre ellos. Así tendremos un rescate a un niño, un duelo, una emboscada, una venganza…ajustes necesarios en una época de cañón humeante y furia. Emmett ya pagó por un error detrás de los barrotes de una celda y no merece ser perseguido de nuevo. Paden decidió dejar de cometer tropelías porque se cansó de la injusticia, del desprecio por la vida humana. Jake es la cabeza más loca pero, quizá, la más hábil. En sus manos hay rapidez y burla. En su gesto hay despreocupación, tal vez porque sigue siendo el mismo niño que jugaba con el revólver en el jardín de su casa y saltaba sobre caballos que no paraban. Mal sigue soportando su color con estoicismo pero sabe lo que es un ensayo de libertad al irse a una tierra donde su piel no era lo primero que se veía. Juntos son cuatro jinetes en busca de una razón para seguir adelante con las cuentas del pasado bien saldadas. El lugar de encuentro es un pueblo donde el sheriff no es precisamente el símbolo de justicia. Y las balas irán a hincarse directamente en los caciques que creen que la tierra y las personas son suyas.
Por el camino se encontrarán con una granjera que desea a un hombre bueno que la proteja, a un jugador de ventaja que guarda una navaja en las botas y una mentira en la manga, a una mujer de baja estatura que tiene un sentido moral que no deja de ser admirable, a un sheriff de allende los mares que cada día decide dónde termina su jurisdicción en función de las balas que silban a su alrededor. Una región inhóspita la del pueblo llamado Silverado. Allí pueden matarte solo por hacer algo en contra de lo tácitamente establecido por la autoridad local y por el terrateniente de turno. En cualquier caso, todos caen cuando las balas entran por el estómago. Y va a haber muchas balas silbando en busca de víctimas que lo merecen.

El director Lawrence Kasdan siempre dijo que llegó a tener una segunda parte escrita de esta película pero que el caché que alcanzaron los actores que intervinieron en ésta hacían imposible una nueva reunión. Lo cierto es que Kasdan se fijó en Hawks para crear esta historia donde impera la honestidad en un ambiente de corrupción, donde los hombres de verdad no tienen más remedio que aliarse para acabar con fantasmas que les persiguen y con losas que aplastan a los pacíficos habitantes de Silverado. La justicia, a menudo, se impone gracias a un extraño que llega a un pueblo y decide actuar de la única forma en la que lo harían los hombres de verdad. Entre otros, aquellos que se dan perfecta cuenta de lo que es la libertad y de lo que cuesta conseguirla. Es hora de pistolas, de galopes heroicos, de tiros certeros y caracteres firmes. Todo el que quiera quedarse fuera llegará a un pacto por la vida. Los que estén dentro jugarán un póker de apuestas infinitas con la muerte. Y con una banda sonora que ya casi les conduce a la leyenda.

martes, 21 de febrero de 2017

EL CLUB DE LA LUCHA (1999), de David Fincher

Si queréis escuchar lo que hablamos sobre "Deuda de honor (The homesman)", de Tommy Lee Jones en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla, podéis hacerlo pinchando aquí.

Somos prisioneros de nuestras propias ambiciones. Solo deseamos sobrevivir en la vida cómoda, repleta de deudas que nos obligan al pago puntual de la compra de un puñado de cosas que no necesitamos. Ese coche lujoso, de negro noche y reflejo brillante. Aquella pantalla plana, de visión panorámica e imagen digital. Una casa confortable amueblada de acuerdo con el propio carácter. La verdad, es todo tan frío, tan inhumanamente distante que romper con todo ello parece una tentación.
Así que por qué no crear una realidad paralela destinada a desahogar las frustraciones. Esas mismas a las que nos condena la vida moderna que nos reduce a meras estadísticas en un mundo que olvida demasiado rápidamente todos los nombres. Hay que crear el caos, la réplica, la auténtica pasión contra el sistema. Lástima que la vorágine de la violencia y de la adrenalina nos aboque irremediablemente a establecer unas reglas para el mismo caos. En el mismo momento en que eso ocurre, todo se desata. La creación y el caos se convierten en bestias indomables que comienzan a confundir sus propios objetivos con la destrucción gratuita. Así es cómo comienza la dictadura de los que quieren acabar con todo…en realidad para que todo siga igual. La vida ajena carece de valor porque lo que importa es establecer la protesta de algo que subjetivamente es injusto. Y ahí está la frontera entre el bien y el mal. Algo tan difuso y tan difícil de trazar que, demasiado a menudo, se confunden y resulta ser el principio de un nuevo orden que subjetivamente es injusto y…
Con el tiempo El club de la lucha se ha convertido en una película de culto para todos aquellos que han escondido los deseos secretos de hacer volar todo por los aires y dejar de ser un número al que nadie tiene en cuenta. Como si fueran los primeros en pensar en ello. Lo cierto es que no deja de ser una de las películas más tramposas de la historia porque se dedica a establecer pacientemente unas reglas que luego dinamita de manera similar al caos al que parece adorar. Es como decir que nada de lo que te ha contado tiene una importancia real y que, a la hora de mirar nuestro interior, siempre habrá un amigo invisible que estará dispuesto a escucharnos, a aconsejarnos con esa vocecilla que no dejamos de escuchar en nuestros oídos e, incluso, a tentarnos con pasar al lado más oscuro de nuestra propia personalidad. Bien por los que han seguido con pasión esta película. Yo no soy uno de ellos.

No le hagan caso. Es un anticuado que no tiene ni idea de lo que realmente le gusta. La confusión y la mediocridad se agolpan en su interior y no ha nacido para luchar. Él está ahí y yo estoy aquí y no deberíamos de hablar de esto. Yo que ustedes, establecía alguna regla informática para no acceder a este artículo. Nunca ha existido. O sí. Lo que pasa es que no tienen ni idea de lo que originalmente decía. Y si lo saben, ándense con cuidado. Puede que a sus espaldas haya alguien con los dientes afilados dispuesto a hincar los colmillos en la próxima película que a usted le guste.

viernes, 17 de febrero de 2017

FENCES (2016), de Denzel Washington

Desde el patio de atrás las cosas no son lo que parecen. Quizá son demasiados años de sentir esa invisible opresión blanca. Aquellos años de ilusión con el béisbol se esfumaron y quedaron colgados de un árbol porque, tal vez, dieron más oportunidades a los blancos. La cárcel, las responsabilidades, el terrible trabajo sin esperanza. Se cumplen las obligaciones pero se construyen vallas insalvables. Aunque es posible que sean para asegurar que nada de lo que más se quiere quede contaminado por la mediocridad y la pobreza.
Detrás de un trabajador incansable siempre hay una gran mujer. Ella aporta el equilibrio, la serenidad, el raciocinio a la incomprensión, el cariño a la aparente frialdad. Para ella, el patio de atrás consiste en estar siempre al lado del hombre al que eligió para pasar el resto de sus días, renunciando a sueños, a ilusiones, a cualquier deseo de mejora. Basta con estar ahí. En los días de sombra y en las noches de sol. Las lágrimas se quedan para la intimidad, escondidas y furtivas, como un último reducto de sentimientos en el que nadie tiene derecho a entrar. Todo sea porque la familia siga existiendo. Aunque haya separación. Aunque el amor no traspase nunca la entrada principal.
Nuestros mayores saben que los sueños son billetes hacia la frustración y, por eso, hay que arrancarlos de raíz, sin dejar nada atrás. Siempre habrá un blanco mejor. Siempre habrá un rincón mejor. Siempre habrá una mujer mejor. Y, sin embargo, se desea vencer los obstáculos de una vida que tira hacia el lado que menos conviene. La vida es cicatera, ladina, hiriente. Solo que tiene esos ratos en los que reímos y vivimos y entonces se nos olvida su naturaleza insidiosa. Por eso, muchos edifican cercas a su alrededor, tratando de alejar de la basura a los demás. Y eso suele ser un signo de amor aunque, en demasiadas ocasiones, no lo identificamos como tal. Solo cuando el señor Muerte ha lanzado su bola es cuando podemos darnos cuenta de que había razones aunque no siempre se tuviera la razón. Y es difícil de explicar. Tanto que solo queda un rastro de dolor para el recuerdo que, inevitablemente, volverá una y otra vez.

De clara procedencia teatral, Fences se revela como una historia de gente corriente atrapada en sus propias decepciones, incapaz de superar el error. Bien dirigida e interpretada por Denzel Washington, con sobriedad y algún que otro momento lleno de estilo y elegancia, hay que reconocer la impresionante labor de Viola Davis como la mujer de este basurero que hace daño para la preparación a la vida, levantando barreras, rompiendo lazos y que habla de vez en cuando con el señor Muerte para irse acostumbrando a la eliminación definitiva después del tercer intento. Y es que no es fácil tirar del carro con vigor y brío y dejar un poco de cariño como guía para todos los que vienen detrás. No es fácil recoger la basura de los demás mientras hay una cierta suciedad moral esperando en una botella del patio trasero. El día cae y las sonrisas se han desvanecido. En el aire flota un aroma a teatro social y desgarrado, con la sombra de Arthur Miller proyectándose al fondo. Es cuestión de prepararse moralmente e intentar atrapar la esencia de toda esa tristeza. Es hora de ser adultos. 

jueves, 16 de febrero de 2017

MOONLIGHT (2016), de Barry Jenkins

En un entorno donde la violencia, la droga y la marginalidad es la rutina de todos los días, no hay sitio para la sensibilidad. Siempre hay que demostrar que eres un hombre, un macho sin ambages, un tipo duro que no se arredra ante cualquier desafío. Los que exhiben cualquier tendencia que se aleja de lo aceptado, resulta agredido. Primero, moralmente. Después, físicamente. Y eso solo hace nacer el deseo de huir de todo, de no ser el centro de unas calles inundadas de basura y escarnio, de humillación y muerte.
De vez en cuando, esa sensibilidad que se ha estado ahogando durante tanto tiempo, experimenta una explosión de venganza, de rabia que ha estado anidando en el corazón durante demasiado tiempo. Tal vez porque en casa no ha habido lugar para la ternura continuada. Tal vez porque en el colegio se han construido sumideros de intimidación que reprimen cualquier signo de amor, sea cual sea. Lo cierto es que, cuando esa sensibilidad dice basta, puede que asome la cabeza en la peor de sus caras y eso significa un billete de ida sin vuelta al mismo centro del que, un día, se pretendió huir.
En ese terrible y temible océano de pesadillas y fingimientos, laten corazones que ansían la normalidad, que sencillamente, no encuentran ningún asidero al que agarrarse y dejan que el entorno les engulla como víctimas perfectas del abandono y del desprecio. Y aún así, se puede encontrar una mano amiga, se puede sentir que hay humanidad entre tanta suciedad, se puede experimentar la paz mientras se está sentado en la playa, dejando que la brisa azote la negra piel que conserva las sensaciones y las complicidades. Luego ya vendrán los desengaños y la rebeldía y el lamento interior por transformarse en lo que no se quiso ser. Es la instalación en el callejón sin salida que siempre tendrá abierta la puerta del regreso.

Barry Jenkins, el director de esta película, se revela como mucho mejor guionista que realizador. La historia es potente, con un progreso admirable y con una descripción cuidada de unos ambientes tan sórdidos que apenas se puede imaginar que existan pero, cuando se pone detrás de la cámara, se revela deseoso de impresionar con absurdos y rápidos planos circulares, con el afán de introducirse en las sensaciones del protagonista con la irritante y ya casi permanente cámara en mano, casi sin darse cuenta de que la misma historia es, de por sí, tan descriptiva y compacta que no hubiera necesitado demasiados adornos para alcanzar esa pretendida maravilla que quiere alcanzar con la forma de su película. En cualquier caso, en todo momento es una historia creíble, sensible, bien contada y bien interpretada aunque regularmente dirigida. Y eso es mucho cuando se trata de introducirse en esos entornos que llegan a causar una incomodidad cortante y un manifiesto deseo de mirar hacia otro lado. Quizá porque sabe que, en esos barrios periféricos y llenos de pena, no es país para sensibles y aquí se pone en juego la historia de un chaval que apenas habla, que solo observa, que solo espera y que cifra su triunfo en un rato más de mostrarse tal cual es, tal y como no le han dejado ser durante toda su vida. Demasiadas lágrimas han surcado su rostro. Demasiadas veces ha tenido que esconderse. En realidad, nunca le han permitido decir bien alto que es un hombre y que, como tal, también tiene derecho a amar.

miércoles, 15 de febrero de 2017

EL BOTONES (1960), de Jerry Lewis

Stanley ha nacido para trabajar en un hotel. Se pasa el día silbando, aceptando sin rechistar las órdenes aunque, la verdad, es un poco desastrado. Va impecablemente vestido pero comete errores, se hace líos, se da cuenta de que es inoportuno y no sabe desaparecer cuando es conveniente. Es una de esas personas que derrochan buena voluntad pero no tiene habilidad. Eso sí, si le mandan poner mil sillas plegables en el auditorio, él lo hace pacientemente y en un periquete. Si le dejan a solas con los atriles vacíos de una orquesta, la dirige maravillosamente. Si le encargan pasear a todos los perros del gigantesco hotel, él hace lo que sea para que le arrastren…digo para que le sigan. Mientras tanto se va cruzando con personajes variopintos. Por ejemplo, un tipo que come la más sabrosa de las manzanas…solo que la manzana no existe. O aquella otra gorda sin redención que después de someterse a un estricto régimen de adelgazamiento se come una caja de bombones entera y vuelve a su condición obesa. O al mismísimo Milton Berle sirviendo de botones en el hotel. Diablos, si hasta se encuentra con un tipo que se parece sospechosamente al propio Stanley y que responde al nombre de Jerry Lewis. Servir en el Hotel Fontainebleu es una tarea de titanes. Y Stanley, aunque nadie lo sepa, lo es.
Charles Chaplin elogió sin ambages esta película y la calificó como la más digna heredera de su arte. Estructurada en sketches sin más unidad argumental que la del personaje central y homenajeada posteriormente por Tim Roth en Four rooms, Jerry Lewis consigue una película tronchante, con algunos momentos memorables, jugando con perplejidades e incoherencias en el mundo de la risa, con cierta elegancia que luego perdió en algunas de sus películas posteriores. Lo cierto es que nos transportó al mismo hall del mítico Fontainebleu de Miami para retratar a todo un ejército de botones, dirigidos militarmente entre los que destaca un chico que es más inteligente de lo que parece pero que le encanta meterse en líos. Una base argumental muy simple para articular un homenaje a Stan Laurel que estuvo a punto de hacer la película y que fue sustituido en el último momento por Bill Richmond.
Y es que servir a los demás con sus caprichos, sus sentimientos de superioridad por el mero hecho de ostentar la condición de clientes, sus complejos exteriorizados y sus frustraciones interiorizadas y sus insoportables personalidades no deja de ser un ejercicio de tranquilidad y de profesionalidad. Stanley corre de un lado a otro para atender a todos e incluso no sabe qué hacer cuando tiene un rato libre. Quizá incluso se invente una diversión pasajera y se dé cuenta de que comer no es tan fácil en un hotel que se llena de gente en un segundo y medio. Pero estoy seguro de que la mayoría de ustedes estarían encantados de tener cerca a un botones como Stanley si fueran a un hotel de espacios amplios y piscinas interminables. Se sentirán como en casa.


martes, 14 de febrero de 2017

TRABAJOS DE AMOR PERDIDOS (2000), de Kenneth Branagh

Antes de amarnos, si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla sobre "El Capitán Blood", de Michael Curtiz, podéis hacerlo aquí

Quisiera, oh, ardiente musa, ascender hasta el radiante cielo de la invención. Canciones por texto, como suplantando el alma del diablo por un imposible romance de diversión. El gozo tiene pista para ensayar sus bailes y el verso yámbico del inmortal bardo adopta el ritmo del claqué más frívolo como una pareja que nunca deja de danzar. Es hora de dejar de ser Mercurios y llevar palabras y convertirse en notas musicales que se elevan por encima de las ideas para ser sensaciones, tactos, ensoñaciones y besos. El amor, por mucho trabajo que lleve, nunca puede ser un trabajo perdido. La pasión, por mucho deseo que lleve, nunca puede ser un deseo extraviado. Las cuitas se suceden como pequeños cuentos dentro de la gran narración. Un español tronchante intenta algo parecido a un canto y caen las lágrimas si las despedidas se ciernen. Es el instante en que el júbilo queda suspendido porque me gusta el modo de ser que tienes, o porque encaramos la música y bailamos, o porque Cole Shakespeare se transmuta en William Porter. Y caemos en los brazos de lo volátil intentando poner melodía a eternas declaraciones de amor inacabable. La guerra es el siguiente paso que nunca se ensayó y la vida cae en desafines, en corcheas mal dibujadas, en el desencuentro de aquello que nunca debió separarse porque en cada uno de los actos de los protagonistas está el rostro de su igual, de su gemelo, de su alma.

Los juegos son el preludio de la conquista y nunca puede haber conquista si antes no ha habido juego. El reino se inunda de chismes que harían sonrojar a la comadre de un dragón si no fuera porque en terrenos de palacio todo está permitido, como una barca que se desliza por las aguas, como una mujer que abre su esplendor cuando el amor llama con fuerza a su corazón. El humor no debe faltar en tales lances pues larga es la mirada de quien se enamora y corto el recorrido de quien no sabe reírse de haber caído en la trampa de la seducción. Esas cosas que nunca se podrán alejar de uno mismo por un sombrero, un té sorbido, un pensamiento cambiado son repentinamente cercanas y se alejan por momentos. La efímera felicidad parece haberse cogido su propio compañero de baile y se aleja, perdida, entre las sedas al vuelo y los trajes de etiqueta. El tiempo no tiene manecillas y tanto da una época como otra porque, precisamente, aquello que no envejece es el amor, que permanece cual columna recia sosteniendo los tejados de la personalidad, que apuntala con firmeza el sostenimiento de la esperanza como queriendo recrear de nuevo la plenitud de unos pasos dados libremente muy cerca de los pies delicados y sencillos de la princesa de tus sueños. Kenneth Branagh lo supo muy bien cuando decidió juntar las palabras más inmortales con la música más popular porque sabía, tenía la certeza, de que ambas hablaban de lo mismo. Así, con un silbido en los labios, estas letras se alejan suavemente por el camino de un castillo que nunca existió, de unas armonías que fueron olvidadas por el ruido de los bombardeos, de una mediocre creación que con un punto, damas y caballeros, aquí termina.

viernes, 10 de febrero de 2017

PUENTE DE MANDO (1949), de Delmer Daves

Es difícil quitarse el uniforme por última vez y recoger todas las pertenencias para despedirse de una vida en la Marina. Han sido demasiados aviones estrellados en las cubiertas de los portaaviones, demasiados amigos perdidos por una mala maniobra o porque el material no era precisamente el más moderno. Muchas batallas perdidas en los despachos, muchas discusiones, algún que otro destierro a los mandos de una mesa, traslados, peticiones, decepciones, ascensos…La Marina ha sido exigente y también un estilo de vida. Y las bombas han caído cerca, muy cerca.
Sin embargo, allí en la orilla, alguien espera por fin tener un marido. Ella fue paciente, fue inteligente, fue el apoyo necesario en las dudas y la decisión final en las soluciones. Siempre ha querido mantener su orgullo intacto. Un orgullo que brillaba a cada nuevo galón en la bocamanga, a cada nueva condecoración en la pechera. Nació para ser esposa de un marino y a fe que lo ha sido. Siempre quedándose en el puerto pensando que aquel podía ser el último beso, la última caricia, el último te quiero. Ahora la Marina ya ha dejado de acaparar a su marido y ella podrá dedicarse a él.
Todo empezó con aquellos aviones casi destartalados que tenían que despegar y aterrizar de un barco carbonero reconvertido en portaviones. Una pista de veinte metros para jugarse la vida sobre una pista deslizante. Más tarde vinieron las broncas y las meteduras de pata. Hawai, la Academia Militar Naval de Annapolis como instructor, el destino en el mítico Yorktown y la guerra contra los japoneses. Siempre sufriendo por los jefes de escuadrilla que tenían que conducir aviones hasta el límite de su capacidad para localizar al escurridizo enemigo. Volar se acabó. Había que coordinar toda la aviación desde el agua y nunca se rechistó una orden. La angustia estaba ahí pero había que controlarla. Más tarde, por fin, el mando en el Clipper y la demostración preclara de que la aviación de la Marina era fundamental para conseguir objetivos militares en el Pacífico. La razón con los años. Los malos ratos pasados. Amigos heridos, que volvían con heridas espantosas y, con ellas, demostraban cuánto valían. La coordinación ante todo. El puente de mando asegurado. Es hora de cerrar la maleta y coger la lancha. Es hora de volverse por última vez y echar una mirada de despedida. Es hora de abrazar al amor de tu vida y colgar los galones en algún lugar de la memoria.

La vida de un piloto de la Marina retratada con ritmo y clase por Delmer Daves y con un Gary Cooper tremendamente expresivo, presagiando al sheriff Kane de Solo ante el peligro en una película totalmente olvidada y que merecería una segunda oportunidad. Sin grandes estridencias, narrando con calma la evolución de un oficial y un caballero que siempre cumplió con las órdenes y entregó su vida a la Marina sin dejar de luchar por lo que creía, se convierte en una película de aventuras apasionantes, que dejan la mirada inundada de sal y el ánimo empapado en agua. Solo es necesario fijarse que la tensión no decae en ningún momento, que el buen humor también está presente, que la inclusión de algunas escenas de combate real está hecha con un buen gusto y un sentido admirables. El resto es el blanco y negro para la época de hélices arrancadas a mano y el color para la guerra moderna y con menos alma. Suficiente como para asumir toda la responsabilidad desde el puente de mando.

jueves, 9 de febrero de 2017

MANCHESTER FRENTE AL MAR (2016), de Kenneth Lonergan

Volver al lugar donde el dolor se quedó para siempre, encontrarse de nuevo con las personas que poblaron toda una vida hasta que todo fue insoportable, hacerse cargo de una responsabilidad en medio de un vacío tan intenso que asomarse no es posible. Es difícil regresar al lugar donde nacieron todos los traumas, donde se acabó la vida, donde se murió tantas veces. Es una ciudad frente al mar que espera. Y jamás se podrá andar sobre las aguas.
La mutilación emocional es algo permanente de lo que no se puede escapar. El carácter se ha vuelto difuso y voluble porque todo está adormecido. Ahora todo regresa y hay que estar enfrente, llevando el timón, sacando adelante una responsabilidad que ni se buscó, ni se quiso y, tal vez, se haya dispuesto así para que de nuevo haya razones para vivir. El problema es que no se desea esa vida y es preferible ese estado de somnolencia indolente, donde todo da lo mismo, donde un día es igual al anterior, donde no se puede matar lo que está latente.
La muerte es una pura gestión. Funerarias, herencias, existencias descolocadas, ausencias imposibles de llenar…a nadie le importa lo que significa de verdad. Nadie puede imaginarse que ya no volverás a ver a alguien que te ha querido. Todos morimos un poco cuando eso ocurre. Todos tenemos que refugiarnos en algún lugar ignoto para aguantar el maldito dolor que nunca cesará. Y el mar ahí permanece. Quieto. Callado. Incómodo. Guardando todos los secretos. Esperando todos los silencios.
No cabe duda de que el trabajo de Casey Affleck en esta película es excepcional pero la película tiene algún que otro problema para llegar a sus objetivos. Todo se basa en una serie de sucesos que nunca llevan a ninguna parte y, en determinado momento, el público ya ha desconectado. Le da igual la peripecia vital de ese hombre escondido en sí mismo y que ha renunciado a cualquier lazo afectivo duradero. La trama se prolonga y no se ve solución, ni siquiera se ve el interés. Sin duda, habrá quien diga que es un sensible retrato de un vacío existencial casi patético pero es que ni siquiera llega a emocionar dentro de un estilo lánguido e intrascendente. Y uno emprende el camino de vuelta al corazón sin ningún trabajo, sin una huella perdurable en una historia que pide implicación y empatía. Tal vez porque ninguno quisiéramos estar en el pellejo de una persona que, de tanto dolor, ha dejado de sentir.

Así que es mejor tratar de vivir esa juventud que se escapa a golpes y por momentos. Es el ímpetu de los años de ilusión que ni siquiera la tragedia se atreve a coartar. Es el agobio del error que puede acompañarnos durante el resto de nuestra existencia pero también es la etapa del aprendizaje entusiasmado, del ansia por lo siguiente, de la seguridad de que el mundo, por muy cruel que llegue a ser, caerá al final rendido a tus pies. Aunque quizá eso ya sea otra historia. Mientras tanto, es mejor sentarse muy cerca del mar y dejar que el dolor se tranquilice, colocar un motor nuevo en la gabarra de nuestro devenir y dejar que las cosas ocurran. En algún lugar, seguro que hay un motivo para seguir adelante, por mucho que intentemos soslayarlo. Así es como crecen los hombres.

martes, 7 de febrero de 2017

NUEVE REINAS (2000), de Fabián Bielinsky

El peor timo que se puede perpetrar es la falta de conciencia. Es lo que hace que un delincuente llegue a ser un auténtico criminal. Porque incluso en el acto de delinquir hay unos límites que no se deberían traspasar. La oportunidad viene por aquellas casualidades que tiene la vida (¿o no?) y resulta que se presenta un negocio que puede reportar pingües beneficios. Basta con plantarse delante de un multimillonario español y ponerle delante de las narices nueve sellos muy cotizados…falsos, naturalmente. El multimillonario tiene que irse por la fuerza del país y no tiene mucho tiempo para comprobar la autenticidad de los sellos. Pan comido y deglutido. Un anzuelo atractivo y la maquinaria del timo a lo grande se pone en marcha. Lo malo es que otra casualidad hace que se pierda la mercancía en cuestión y hay que invertir pasta en el asunto para reponer la pérdida. Y, de paso, prescindir de la conciencia que siempre es muy molesta cuando se trata de cerrar negocios que dan para vivir con holgura durante una temporada. Ah, pero es que la cosa viene de lejos porque una herencia legítima se convierte en un escalo premeditado y el tipo no es que no tenga conciencia…es que no sabe lo que es eso.
Mientras tanto, Buenos Aires se erige como un hormiguero de vanidades y estafas que bulle intensamente en su febril actividad. Los timadores proliferan, los afanadores se exhiben impúdicamente, las discusiones se exageran…todo parece un teatro perfectamente ensamblado para timar al incauto de turno. Y ya se sabe, en el fondo, el timado siempre quiere timar. Hay que apelar a uno de los puntos más flacos de la debilidad humana para llevarse el botín a casa. Por mucho que la calle sea una escuela…de unos estudios que ya están aprobados. Terrible dilema que ha de ser dirimido en los dientes blancos y rotos de nueve sellos que todo el mundo quiere.

Una excepcional película argentina que, una vez más, tiene a Ricardo Darín como su principal valor pero que está sabiamente respaldado por Leticia Brédice y Gastón Pauls, que prestan el escenario vivo a los desmanes de un tipo al que le duele más la derrota que la ambición. El malogrado Fabián Bielinsky dirige con calma porque ya se sabe que todo timo bien realizado necesita su tiempo para que el primo lo digiera. Y así recorremos una ciudad bajo el sol, unas maldades en la sombra, unas picarescas bajo las luces fluorescentes, unos diálogos tras los neones del ingenio e inesperados giros a la vuelta de la esquina. Todo funciona en una película que tiene su humor, su tensión, su gravedad y su fiereza. Tal vez porque el espectador es el primero que posee unos instintos irreprimibles de timar a los timadores. 

AL CAER EL SOL (1998), de Robert Benton

Si queréis escuchar lo que comentamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla a propósito de "El exorcista", de William Friedkin, podéis hacerlo aquí. Y si no habéis tenido bastante, también comentamos sobre "Doce del patíbulo", de Robert Aldrich la semana pasada. Pinchad aquí y recibiréis una ráfaga de ametralladora.

 Tal vez lo único que pide Harry Ross es una última oportunidad para sentir que está vivo. Hace algunos años cometió un error y a partir de ahí todo fue cuesta abajo. Ahora está de hombre para todo, trabajando con unos amigos y enamorado en el vagón de atrás de la señora de la casa. Cree que un arrebato más es posible, que aún queda algo del hombre que fue. Y trata de demostrárselo a sí mismo cada día. No pierde la calma, demasiados años en el oficio de detective, husmeando detrás de las puertas ajenas. La vida le ha arrinconado y él lo acepta. Está cómodo pero recibe desprecio y un punto de condescendencia. No importa. Aún puede ser útil aunque solo sea por algo tan anticuado como la amistad.
Un chantaje, un amigo que se muere, un viejo camarada de armas con el que tendrá que batirse en duelo, un misterio del pasado, unos diálogos que recuerdan épocas pasadas. El ocaso está aquí, Harry, y seguro que no es como lo habías imaginado. El amigo no te dice todo, la mujer tampoco te lo cuenta todo, los cadáveres vuelven a levantarse a pedir justicia y las verdades a medias son como heridas que nunca acaban de cerrarse. Siguen sangrando por todo lo que quiere decir el embuste. Parece como si todo el pasado se cerniese sobre Harry y nada de ese pasado quisiera ser sincero con él. Los tiempos han pasado deprisa y el cerebro de Harry sigue funcionando como antes. Solo ha salido de su estado de hibernación y vuelve para desentrañar una madeja de misterio que va dejando unos cuantos muertos por el camino. Y no todos merecidos. Y todo, tal vez, por una última mirada de la mujer que le hace volver a sentirse joven, una última mirada de ternura y de promesa que nunca se va a cumplir. Una última mirada que delate la falsedad que domina su vida, escondida detrás del oropel del estrellato, construida sobre un asesinato que nunca fue tal. Cae el sol y la decepción es grande, Harry. Tendrás que renunciar y también tendrás que matar. Solo porque hace mucho, mucho tiempo, nadie quiso cargar con el muerto.

Es verdad que en esta película está James Garner, sutil y mordaz en sus diálogos. También está Gene Hackman, terrible y pendenciero en su amistad. O Susan Sarandon, que pasea su innegable belleza por una casa llena de mentiras tapadas y sellada con un pacto sobre la muerte. O, incluso, Stockard Channing, muy en su papel de mujer policía que retuvo belleza y atractivo ya pasados. Pero, por encima de ellos, está Paul Newman, enorme, contenido, cínico, sincero, relajado, esperanzado, acosado, inteligente, único. Su última aparición ante las cámaras como ese detective privado ya en plena jubilación que tiene que volver a encargarse de un último caso es toda una lección de interpretación, de veteranía, de sabiduría, de dominio. Es como si el actor, de alguna manera, se hubiera dado cuenta de que no le quedan muchas más oportunidades y decidió reunir en su última interpretación todo un compendio de su arte en una sola película. Y así consigue que comprendamos perfectamente las motivaciones de un Harry Ross que solo puede perder porque nació para eso. Aunque, quizá, al final, siempre haya un pequeño recreo para el que sabe que ha sido muy bueno en lo que hacía.

viernes, 3 de febrero de 2017

VIVIR DE NOCHE (2016), de Ben Affleck

Puede que se pierda respetabilidad a la hora de vivir al otro lado de ley pero, sin duda, es un medio mucho más rápido para llegar a tener dinero. Sin embargo, cuando hay mimbres de hombre bueno, no importa que el ambiente esté infestado de maldad, de traición, de inquina, de soberbia o de venganza. Siempre queda algo ahí, en algún lugar. Tanto es así que eso puede convertirse en el impulso suficiente como para tener un toque de ética en todas las acciones. Y también en un deseo prolongado e imposible de dedicarse a algo que la sociedad considere como legal.
No obstante, siempre hay intereses creados, incluso en la Mafia. Irlandeses contra italianos. Ambiciones contra modestias. Mujeres que parecen enamoradas contra hombres que lo están o viceversa. Es un mundo donde la oscuridad parece el lugar más acogedor del mundo y la luz no es más que la entrada en el sorteo de tu propia caza. Hay que operar en las sombras, moverse en la penumbra y mantener los sentimientos atados con correas de tiniebla.
Los errores se pagan y, lo más frecuente, es que cuando ya se ha pasado suficiente tiempo pagándolos, lo que venga a continuación sea una venganza. Solo que los caminos del rencor son inescrutables y puede que haya que convertirse en mafioso para acabar con los mafiosos. Y eso requiere tiempo. Y paciencia. Y pactar con el diablo. Y tragar varias toneladas de basura. Y perder, sobre todo, perder. Y eso no es nada fácil. Porque la sangre hierve a pesar de que el rostro nunca cambie. El futuro está por ahí y solo hace falta subirse a él, como un tren saliendo de la estación. Aunque las batallas sean una demostración más de que no hace falta demasiado valor para matar a nadie. El verdadero valor se demuestra siendo honesto.

Uno de los principales problemas de esta película es el propio Ben Affleck. Impecablemente bien dirigida, a pesar de que el argumento se le ahoga en algún tramo más bien largo, el Affleck director aún no se ha dado cuenta de que no va a ninguna parte con el Affleck actor. Su interpretación es inútil, equivocada, sin recursos, torpe. Todo lo contrario de la maravillosa puesta en escena que exhibe a cada plano, con un vestuario cuidadísimo y una dirección de fotografía espectacular. Y así no hay manera de sacar adelante una película que podría haber sido memorable si el guión hubiera estado más trabajado, menos irregular, más fuerte y el actor protagonista hubiese sido cualquier otro. No basta con fruncir el ceño y poner cara de supuesto granito para transmitir toda la intensidad emocional de un personaje que necesita explicaciones expresivas para un comportamiento que se antoja algo confuso. No es suficiente vestirse con un traje blanco de clase sublime para parecer elegante. Hace falta algo más. Y eso es precisamente de lo que carece el Affleck actor. No hay intensidad alguna en sus reacciones y nos perdemos en las consecuencias. Más que nada porque ser honrado en un mundo de malos no deja de ser una vuelta de tuerca curiosa en todos los tópicos de la Mafia más sangrienta de los años veinte. Y más aún siendo hijo de un representante de la ley. Y más aún creyendo en algo tan arrebatadoramente anticuado como es el amor. El resto son balas, copas, chicas, ambiente, neumáticos blancos y saber sostener una pistola en la mano.                                   

jueves, 2 de febrero de 2017

LION (2016), de Garth Davis

El destino se mueve por caminos muy intrincados. Quizá el de un niño sea morir para vivir de nuevo. Quizá el de otro niño sea morir porque ésa era la hora para hacerlo. Puede que la infantil sospecha sea una huida hacia la libertad. E incluso es posible que la desesperación pueda hacer encontrar el lugar donde empezó todo. El destino y solo el destino es capaz de hallar a alguien culpable de sobrevivir cuando tenía todo para morir.
Y es que un niño pequeño no puede deambular por una ciudad de pobreza y deshumanización y salir vivo del intento. Es posible que su final sea incluso aún peor que la muerte. Sin embargo, un simple juego es la puerta del futuro y, lejos de la miseria, es cuando comienzan los reparos morales a la supervivencia. Quizá él no lo merecía, quizá su desaparición hizo sufrir a los que más quería, quizá…todo quizá…es necesario comprobarlo porque si no es muy posible que el adulto jamás pueda nacer.
Y cuando esos reparos morales se convierten en obsesión, todo el universo se descoloca. Quien verdaderamente retiene el amor tendrán que dar una última prueba de que es incondicional, un último apoyo para que ese niño vuelva de donde vino y se encuentre a sí mismo. Por el camino, vendrá la certeza de que la vida en occidente es mucho más afortunada y que eso, demasiado a menudo, nos hace olvidar nuestra condición de privilegiados. India es el país más pobre de la tierra…y no es fácil vivir sabiendo que allí, en alguna parte, están tu madre y tus hermanos, llorando por cada uno de los días en que te perdiste para no regresar jamás. Hay que colocarse el gesto del león y luchar para que la vida vuelva a su sitio, para que el cariño y la emoción sean rasgos naturales, para que nunca dejemos de ser agradecidos con quien tanto nos quiso.
Lion es una película que busca muy deliberadamente la emoción del público. Para ello, no escatima en saltarse pasos intermedios y colocar reacciones no demasiado lógicas o, tal vez, no suficientemente explicadas. La lágrima fácil brota ante esta historia que insiste en el arraigo y en las carreras que siempre adornan el caminar de un niño, tan llenas de alegría, de sonrisas desbocadas, de minutos aspirados. No hay nada que se pueda comparar a eso. Y es entonces cuando nos damos cuenta de las condiciones de abandono de una parte de la humanidad y de que todos, de alguna manera, somos culpables de sobrevivir. Y no solo eso, sino también de asistir impasibles al drama de miles de desapariciones, de estómagos vacíos arrojados a morir como perros, de ciudades enteras que claman por algo más de preocupación por parte del resto del mundo. No somos leones, no somos como ese niño que nunca ha dejado de escuchar a su hermano llamándole, ni de sentir el aroma tan particular de su madre. Sensaciones que perduran y que ni siquiera la madurez será capaz de borrar.

Por lo demás, el melodrama está en las calles. Y ha venido para quedarse. La búsqueda continúa. Los hombres y mujeres no aprenden y siempre se quiere hacer daño al más débil. Como si no tuvieran bastante. Mucho cuidado. Muchos de ellos son leones y tienen verdaderas licenciaturas en supervivencia.

miércoles, 1 de febrero de 2017

MÚLTIPLE (2016), de M. Night Shyamalan

Hola, buenos días. Soy su guía durante el trayecto en el que sobrevolaremos esta película del director M. Night Shyamalan e interpretada por James McAvoy. Si tienen cualquier pregunta, no duden en hacérmela. Estamos aquí para servirles. Siempre y cuando, naturalmente, ustedes se porten bien. Si su comportamiento deja algo que desear, les diremos al resto que vengan a por ustedes y se los lleven. Muchas gracias.
Soy un espectador medio de cualquier cine del mundo. Y, la verdad, estoy harto de que me las den con queso con las películas de terror. Y es que muchas veces ni son de terror y ni siquiera son películas. Ésta no está mal. Se podría decir que hay bastante tensión en algunas escenas pero no hay sustos. Y a mí lo que me gusta es gritar en el cine. Que la película te haga pegar un salto y que la chica de la butaca de al lado chille, pero ésta no es de ésas. Va a ser que hay que saber algo sobre de qué van las películas que ha hecho el tipo éste de apellido impronunciable. Las chicas están bien. Y el protagonista se gana el sueldo. Por cierto, tengo una duda. ¿Cobró solo un sueldo por interpretar a un fulano de veintitrés personalidades? Si es así… ¡qué injusto!
Soy la chica de la butaca de al lado. No me asusto fácilmente. Sobre todo si voy al cine con mi novio. No quiero darle esa satisfacción. La película ésta del tío con personalidad múltiple tiene su aquél. Me inquieta mucho el personaje de la doctora. Tiene una mirada así como que esconde algo. Claro, que es más fácil esconder algo detrás de veintitrés personalidades y pico. Todo es un poco lioso porque hay que estar en la onda de otras cosas pero se entiende bien. Mi novio quería verme gritar pero se ha quedado con las ganas. Miedo no da. Es como una sensación de incomodidad. Es claustrofobia. Solo eso.
Soy el tontito de diez años que tira palomitas a los de la fila de delante que no se enteran de nada. La verdad es que no puedo decir si la película es buena o no porque a mí lo que me encanta en el cine es llamar la atención. Ya saben, comentarios en voz alta, decir la gracia cuando todo el mundo está callado, vocear alguna complicidad con mi amigo de la otra punta de la fila…esas cosas. La película…buah…yo qué sé. A mí es que estas cosas me dan bastante igual. Más que nada porque luego se supone que hay un desenlace con cierta sorpresa y yo no me he enterado de nada. Para hacer esto, mejor me quedo en casa. Me lo ha dicho uno que estaba cerca de mí en el cine. Pero yo voy allí, a la sala, y me pongo como si estuviera en el salón de mi casa. Vaya que sí.
Soy crítico de cine y sé que debería hablar del ambiente claustrofóbico de la película, del esfuerzo interpretativo de James McAvoy y de la pausada dirección de Shyamalan pero solo voy a decir que el concilio de personalidades que se dan cita en la mente enferma del protagonista no es más que una alegoría de los agobios que ahogan al hombre moderno. Nadie está a salvo de ellos. Por ejemplo, yo tengo que terminar este artículo ahora mismo, porque si no es así, viene el redactor-jefe y me llama al orden y es entonces cuando sale la naturaleza del villano que hay en mí. Y entonces ya nadie podrá parar a la bestia de mi interior. Aunque siempre habrá algún héroe dispuesto a establecer los límites de mi brutalidad. Pero… ¿quién se acuerda de eso?