Con este artículo, con aires de algo de frescor en un verano que casi no deja respirar, vamos a irnos de vacaciones. El año ha sido largo y difícil y hay que mirar un poco a la línea del horizonte para colocar pensamientos y enfocar todo con una cierta serenidad. Hasta ahora hay 851 artículos en este blog y más de 4000 comentarios y ya han bajado las visitas porque todos queremos descansar. Creo que hay más que suficiente para recordar muchas películas, muchos momentos y muchos sueños. En todo caso, gracias a los me habéis acompañado. Retomaré la actividad de este blog allá por el martes 3 de septiembre. Mientras tanto, recuperad todo aquello que no hayáis visto, intentad mirar hacia adelante y nunca hacia atrás y haced que la vida, en sí misma, sea un enorme plano secuencia con final feliz. Hasta entonces, pasad un gran verano y un abrazo.
En el desierto helado, la sangre es aún más roja. Y lo es cuando la estupidez es el arma más arrojadiza de todas. El frío intenso hace que los pensamientos salgan a cuentagotas y parece que ayuda a que los planes se tuerzan con mayor facilidad. Hay demasiados intereses en juego que desembocan todos en el mismo lugar: en el congelado interés propio. El marido que quiere secuestrar a su propia mujer para poder salir de los apuros que tiene debido a una estafa continuada. Los matones que se contraponen entre la charla continuada y el silencio amenazador y que intentan timarse entre ellos por unas cantidades que se antojan ridículas. El suegro que quiere controlarlo todo, incluso la muerte que merecen los que se han llevado a su hija. Por último, la policía del Medio Oeste que, con su barriga de embarazada, parece más tonta que ninguno y que, sin embargo, utiliza una aguda inteligencia para dar en el clavo con toda la trama. Solo dinero. No hay nada más.
Retrato de los descendientes de la emigración sueca en Minnesota, hogar de los Coen, Fargo es un cine negro nuevo y fresco que, mucho más allá de los incontables paseos extravagantes aunque igualmente valiosos de Quentin Tarantino, se hunde en los caracteres de los personajes, espléndidamente trazados como un muestrario de tonterías supinas que están irremediablemente condenadas al fracaso. Solo triunfa aquel que tiene una vida tranquila, ordenada, que se conforma con lo más pequeño porque eso también posee su importancia. El paisaje desolador, gélido e implacable parece que ofrece sus vastas llanuras blancas para ser el lienzo perfecto de la violencia y del engaño más fatuo. Más que nada porque así es el ser humano. Pura nadería que ni siquiera es válida para llevar a cabo las maldades peor pensadas, lo cual, por otra parte, ofrece una inocencia que lleva a la simpatía, a querer, en el fondo, que los responsables sean apresados pero no demasiado castigados. Peor es el empresario que intenta, sin ambages, apoderarse del negocio de su propio yerno, sin prestar atención a posibles lazos familiares. Es un delincuente con maletín y guardaespaldas financiero. Su palabra es única y su intención es la misma: robar. Cuanto más, mejor.
Hay que reconocer que los Coen hicieron una película atípica, totalmente fuera de los cánones en cuanto a los personajes con una trama negra que se congela por momentos. Para ello, es evidente que cuentan con la complicidad de una serie de actores que no solo están maravillosos, sino que saben coger el punto exacto a los roles que tienen encomendados. William H. Macy como el tonto que no lo es más porque no se entrena, Frances McDormand como la policía que usa su inteligencia lenta pero sin ningún énfasis y mezclada con las náuseas propias del embarazo, Steve Buscemi como uno de los facinerosos más estúpidos que se han visto en el cine, Peter Stormare como el asesino sin escrúpulos, prisionero del silencio, que sabe decir mucho más con cualquier mirada que con diez mil palabras y Harve Presnell como el suegro implacable, que prefiere quedar por encima a pagar un rescate por su propia hija. El dinero, como siempre, quedará en algún lugar perdido, en ninguna parte para que, algún tiempo más tarde, cuando el frío sea solo una bala extraviada, un caminante, un granjero o un excursionista den con un maletín lleno de maldades encerradas en algún lugar de una Siberia llena de restaurantes.