Con esta película, al fin, maravillosa, quiero desear a todos un feliz año nuevo y que vuestros deseos dejen de ser tartamudeos para convertirse en discursos de fortaleza y de realidad. Abrazos para todos.
En la última escena del Enrique V, de William Shakespeare, se decía algo así como “dime que me quieres, y hazlo con música entrecortada pues tu voz es música y tu inglés, entrecortado” y eso mismo es lo que le pasó, muchos años después, al rey Jorge VI de Inglaterra, padre de la actual Reina Isabel. Tenía mucho que decir, tenía los arrestos suficientes como para decirlo pero, simplemente, no sabía hablar porque sufría un problema grave de tartamudez.
Y en los graves instantes en los que Inglaterra se metía de lleno en una guerra, el pueblo debía tener la certeza de que había una voz fuerte, llena de voluntad, de vocales de resistencia y consonantes de ánimo para llevar a un país a una guerra que iba a resultar difícil, larga, penosa y cruel. Todos debían saber que alguien iba a escuchar los alaridos de dolor que iban a lanzar por tanta sangre derramada. Y en ese momento, nadie creía que un tartamudo, un hombre que no sabía hablar, que parecía vacilar en todo lo que decía, fuera el portavoz y el altavoz de una nación necesitada de valentía y de empuje frente a la gigantesca maquinaria bélica que iba a hacerles frente.
Para Jorge VI, el micrófono era esa bestia de un solo ojo, capaz de engullir su decisión y de tragar por entre sus rejillas todo un liderazgo. El reino le cayó de rebote pues su hermano mayor, Eduardo, abdicó para casarse con una divorciada americana. De repente, con una misteriosa sucesión de acontecimientos, Inglaterra se deshizo del hombre más inadecuado y comenzó a encajar un rompecabezas cuyas piezas principales fueron Jorge VI, su mujer, Elizabeth, Winston Churchill y una voz intermitente que transmitió, con la ayuda de un ciudadano cualquiera, la seguridad que se necesitaba para afrontar el combate.
De vez en cuando, el cine ofrece maravillosas sorpresas y El discurso del rey es una de ellas. Dentro de la película encontraremos frivolidades, genialidades, humor, dramatismo, tragedias, mensajes de perseverancia, intentos de rendición, ridiculizaciones acertadísimas de los estúpidos protocolos, la historia de una amistad entre dos hombres, la voluntad de hierro de una mujer y, sobre todo, encontraremos dos interpretaciones de oro, inspiradas, fuertes, pensadas, incluso a ratos increíbles, excepcionales, agudas, contrastadas y, sin embargo, unidas. Colin Firth y Geoffrey Rush convierten la historia nunca contada del rey sin voz en una extraordinaria fábula sobre los tratamientos, las realezas y las cosas que verdaderamente importan. Y una corona obligada a la dignidad y un buen puñado de ejercicios de dicción forman una pareja difícil de vencer.
Acompañando a Firth y Rush, hay otras interpretaciones de altura como la de Helena Bonham-Carter, que nunca ha sido santo de mi devoción y que aquí está fantástica; como Timothy Spall que, en unos pocos trazos sabe perfilar la leyenda de Churchill; como Guy Pearce, perfecto en su caracterización del rey que no quiso serlo porque prefería vivir y seguir con sus veleidades nazis. Detrás de las cámaras hay una dirección precisa y potente de Tom Hooper que se descubre magistral poniendo de fondo el Segundo Movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven, música tartamudeante, lenguaje en pentagrama de notas de acompañamiento que se convirtieron en melodía principal. Además de todo ello, hay que destacar la precisa y conmovedora banda sonora de Alexandre Desplat y a los ojos de los espectadores que ríen, se conmueven, sufren con esas letras que no quieren salir de la garganta real y se dan cuenta de que una vez incluso hubo algunos dirigentes que quisieron salir en defensa de sus conciudadanos para preservar cosas tan elementales como la libertad, la paz, el bien, el trabajo, las inquietudes de las personas y el derecho a poder expresar en voz alta y sin interrupciones todo lo que se siente. Y en esta película se siente que hay momentos de obra maestra que deja a las palabras mudas así que es mejor poner el punto final y dejar sitio a quien realmente sabe hablar.