martes, 14 de mayo de 2024

ALARMA: CATÁSTROFE (1978), de Jack Gold

 

Mañana, día de San Isidro y festivo en Madrid, no habrá artículo. Retomamos ya hasta verano el ritmo habitual a partir del jueves 16 de mayo. Id al cine, lo digo siempre, pero no me hacéis caso...

Sólo pensar en que un avión se estrelle es suficiente como para que pase. Es un poder terrible que no siempre es fácil de dominar porque, al fin y al cabo, presos de la rabia a consecuencia de cualquier revés vital, podemos desear el mal a alguien, o querer que se suba a un aeroplano y se estrelle, o que se ahogue en un accidente algo inexplicable, o cualquier otra desgracia. Eso es lo que le ocurre a un escritor que va sembrando la catástrofe con sólo pensarla. Bah, un loco, podemos pensar. Sí, es verdad. Sin embargo, cuando ese escritor aparece con la cabeza destrozada, un honesto inspector de policía en intercambio con la Sureté francesa empieza a investigar. El tipo lleva con esa maldición toda su vida. No se sabe muy bien el momento en el que fue consciente de su poder, pero lo cierto es que lo ha desarrollado hasta límites obscenos. Tiene la facultad de decidir sobre la vida y la muerte de las personas que le rodean y quiere ir al psiquiatra para controlar del todo esa terrible capacidad que posee.

Con un psiquiatra se dicen un buen puñado de verdades si se quiere llegar al fondo del asunto. Y entonces, en este caso, la doctora decide que es el momento de actuar, de hacer algo realmente bueno. El escritor lleva un peso moral encima que no se puede quitar porque es consciente de que mucha gente ha muerto y lo peor es que cada vez le importa menos que mueran. La telequinesis es muy fuerte en él y el inspector francés apenas puede creer todo lo que rodea el caso. El hombre desea. El hombre mata. El hombre provoca la catástrofe. Un avión cae. Una abadía se derrumba.

El tiempo ha pasado ya sobre esta extraña película de coproducción anglo-franco-americana con protagonistas tan dispares como Richard Burton, Lino Ventura y Lee Remick. La dirección de Jack Gold es casi televisiva y no cabe duda de que el argumento es absorbente e interesante, pero su estética ha quedado anticuada y todo se reduce a un cuento bastante increíble que, en su momento, debió de tener una cierta repercusión al amparo de la moda sobre la telequinesis que desató una película como Carrie y que luego tuvo su continuación en otras como La furia, Ojos de fuego o La zona muerta. El resultado es confuso, a pesar de que está bien interpretada y de que Lino Ventura no desentona entre tanto nombre ilustre, porque el argumento está lleno de puntos atractivos y la realización es torpe, como hecha por un estudiante que no tiene demasiada idea de la composición de planos y de la naturalidad en las reacciones. Todo es exagerado y múltiple, y en cada secuencia inexplicable, existe una conferencia detrás. Quizá es una de esas películas que, con una revisión seria, ganaría con una segunda versión protagonizada por intérpretes a la misma altura.

Así que tengan mucho cuidado con desear el mal. Puede que, en algún momento, algo se desate en la mente y se haga realidad todo lo que han querido que pase. A eso se le llama el toque de la Medusa… ¿Quieren tenerlo?

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