martes, 31 de enero de 2023

CORONEL BLIMP (1943), de Michael Powell y Emeric Pressburger

 

Ser condecorado con la Cruz Victoria no está al alcance de cualquiera. Quizá sea el momento de echar la vista atrás y darse cuenta de todas las cosas que se han hecho bien y también de algunas que se han hecho mal. Al fin y al cabo, en la vida de un militar no todo son luces. Hay sombras bien ganadas. E, incluso, alguna que otra amistad imposible que se va cruzando a lo largo del tiempo pasando de la simpatía a la lejanía y luego a la experiencia que da, sobre todo, la guerra. Y, de alguna manera, siempre hay una mujer, o dos, o tres que, bajo el mismo rostro, deja algo más de mella que las muescas de una espada. En esa Cruz que se otorga a un hombre que ha dado su vida al ejército, hay muchas historias de honor y de lealtad que, a lo mejor, no se cuentan. Hay otra cruz en el interior de cada uno. Y no siempre es una condecoración.

Puede que, en algunos momentos, lleguemos a creer que estamos ante una sucesión de estereotipos castrenses en la figura de ese coronel que, tal vez, crea demasiado en la vida militar. La sátira está presente en la historia y, sin duda, ese honrado oficial parece moverse siempre dentro de unos códigos de conducta que, en el fondo, están bastante obsoletos. Incluso un simple soldado se lo debe explicar al Mayor General Clive Wynne-Candy. Ya no hay caballerosidad en la guerra, si es que alguna vez la hubo. Los nazis no se van a atener a honores, deferencias y respetos. No respetan nada. No son nada. Y, sin embargo, van a cogerlo todo. Ya no es la guerra ajustándose a las reglas de un duelo. Es la muerte sin compasión. Es arrasarlo todo hasta quemarlo. Es no dejar huella de humanidad. Y Wynne-Candy no acaba de entenderlo porque no entra dentro de sus rígidas moralidades impuestas a través de tantos años de servicio. El pecado de ese oficial que ha ido ascendiendo en el escalafón es que no ha sido capaz de dejar atrás su pretendida superioridad moral.

Michael Powell y Emeric Pressburger, los míticos Arqueros del cine, realizaron esta película con auténtica pasión, con interpretaciones maravillosas de Roger Livesey y Anton Walbrook, un actor tan elegante que el silencio parece inclinarse, y, por supuesto, Deborah Kerr por partida triple, encarnando tres visiones de la mujer en el Reino Unido en distintas generaciones. El resultado es una película que, a pesar de su duración, no se hace aburrida en ningún momento y en la que se habla con valentía y honestidad del fin de una época que tampoco tenía nada de heroica, pero que era indudablemente mejor y más aceptable que una guerra mundial propiciada por un loco y al que había que hacerle frente por obligación después de dejar que se hiciera grande. Winston Churchill abominó de esta película porque creía que no contribuía en nada al esfuerzo de guerra. Sin embargo, con ese retrato arcaico del militar inglés, muchos se dieron cuenta de que era necesario acudir a las trincheras y derramar toda esa sangre, todo ese sudor y todas esas lágrimas. Con condecoración o sin ella.

viernes, 27 de enero de 2023

ATMÓSFERA CERO (1980), de Peter Hyams

 

El espacio vacío es insaciable. En cuanto se da cuenta de la menor rendija, trata de aspirar todo lo que pilla, haciendo de la presión el abrazo más mortal de todo el universo. En una luna de Júpiter todo parece más lejos, más irreal y allí es donde va a  haber que demostrar todo el valor. El contrabando de drogas era algo que no se había detectado y algunos mineros han perdido la cabeza. Y perder la cabeza en medio del desierto de estrellas es muy peligroso. Todo va a ser destapado. Y aún se jugará una última carta para acabar con el agente federal destinado en esa luna perdida en la cara oculta del gigante. Tres hombres tendrán que llegar en un transporte para acabar con él. Nadie le va a echar una mano. El reloj va a marcar los segundos uno a uno, para que el tipo sepa lo que es la sensación de una soga alrededor del cuello. Y el desafío será definitivo. William O´Niel tratará de poner en juego todo lo que sabe para salir vivo de ese agujero de minas y suciedad humana. Tendrá que hacerlo muy bien, porque el vacío querrá cobrar su recompensa. Su espalda se ha convertido en diana. La oscuridad espera.

Por supuesto, nadie querrá echarle una mano. Más vale tener trabajo en un agujero del universo que perderlo en un combate que está perdido. Sólo una médico comprenderá la situación de O´Niel y, muy modestamente, tratará de correr por él y cerrar unas cuantas puertas. Algo, por otra parte, fundamental si se quiere andar por unos pasillos que cuelgan suspendidos por el espacio. En cualquier caso, el duelo está servido. Y así, sin tomarlo más allá de lo anecdótico, nos acordamos de que O´Niel es otro hombre que está solo ante el peligro, igual que un tal Kane en un pueblo perdido escondido por el polvo.

Peter Hyams rodó con su habitual sabiduría fotográfica este remake espacial de la historia de Fred Zinneman con Sean Connery metiéndose en la piel desesperadamente experimentada del oficial O´Niel, tragando cada segundo como si fuera una bombona de oxígeno que se va agotando a la espera de la llegada del transporte que traerá la misma muerte. Realizada con extraordinaria habilidad, se acepta sin problemas esta actualización del mito del Sheriff Kane enfrentado a tres hombres malvados que no vacilarán a la hora de asesinarlo por motivos puramente comerciales. Hadleyville se ha convertido en una colonia minera muy cerca de las estrellas y los peligros se multiplican porque ya no hay sol de justicia al mediodía, sólo oscuridad de defensa en la noche eterna. El resultado es una película bien llevada, que no se acerca, y muy posiblemente, tampoco quiere, al original, armando un escenario diferente, con un entorno hostil que se añade al inhóspito espíritu humano que experimentan estos representantes de la ley que sólo quieren hacer lo correcto. Algo que, aún hoy en día, se antoja como verdaderamente difícil. El silencio del cosmos, en su permanente orden matemático, será testigo de lo que ocurra allí, en la luna de Júpiter, a muchos millones de kilómetros de la Tierra. En un futuro. Hoy mismo.

jueves, 26 de enero de 2023

BABYLON (2022), de Damian Chazelle

 

En el Hollywood desenfrenado de los años veinte proliferaron orgías casi imposibles de imaginar, drogas que se esparcían por cualquier mansión de cierta alcurnia, oportunidades que pasaban volando y que alguno agarraba y, también, declives imparables que terminaban tristemente en la soledad de unos azulejos blancos. Babilonia revisitada en una bacanal en la que se juntaba la ambición, el sexo, la depravación, el vicio, la mentira, la más cruel de las verdades y el asesinato bajo el móvil del desquicie. El cine estaba encontrando su lenguaje mientras las personas que lo hacían caminaban inexorablemente hacia la consumición y los más bajos instintos.

En medio de toda esa fiesta salvaje, es reconocible el error de Roscoe Fatty Arbuckle, o la irrupción de Irving Thalberg dentro del elenco de reconocidos productores con visión de futuro, o la referencia casi continua a Cantando bajo la lluvia como la película que mejor ha reflejado el traumático tránsito del mudo al sonoro en esa tierra prometida de leche y miel. Mientras tanto, un actor que ha tenido grandes éxitos se va hundiendo como si fuera una balsa pinchada en un lago, una chica sin formación y sin demasiado seso demuestra que ha nacido para ser actriz, un mexicano observa y se emplea a fondo para que el sueño se haga realidad y las películas cambian bajo la mirada de directores como Erich Von Stroheim mientras es necesario un descenso real hacia los infiernos para que la huida tome forma y el sueño se evapore.

Lo malo de todo esto es que el director Damian Chazelle ha creído que estaba haciendo una genialidad con este retrato pasado de rosca del Hollywood más frívolo y no es más que un intento chabacano de contar algo parecido a lo que ya hizo hace pocos años The artist, de Michael Hazanavicius de manera mucho más elegante y mucho menos evidente. Chazelle cuenta con un buen reparto en el que destaca, por encima de todos, esa aspirante a actriz que encarna Margot Robbie con fuerza, con empuje y con desvarío casi continuo mientras Brad Pitt se muestra discreto en el intento de emular a un actor que recuerda vagamente a John Barrymore. El resto es como si a Chazelle le importara menos contar la historia que mostrar el fresco desquiciado de aquellos años de fiestas locas sin freno, de sexo desinhibido, de alcohol de quemar y de todos los intentos por superar los complejos de un arte que aún estaba dando sus primeros pasos y ya quería compararse con el teatro y ganar prestigio a marchas forzadas.

Con el Hollywood Babylon, de Kenneth Anger en la memoria, con el inefable recuerdo del elefante de David Wark Griffith en Intolerancia, con William Randolph Hearst y Marion Davies celebrando estiradas recepciones multitudinarias y con el error evidente por parte de Chazelle de utilizar la banda sonora de su amigo Justin Hurwitz, cuyas canciones ya empiezan a ser demasiado iguales, antes que salpicar toda la historia del jazz de una época que destacó por su creatividad, caminamos hacia las trampas de los actores para ganar notoriedad, hacia las ansiedades de los productores para rentabilizar lo antes posible sus millonarias inversiones, hacia la carencia de materiales, hacia los excesos impensables de un buen puñado de personas que no sabía qué hacer con la fama. Babylon no es más que una historia deslavazada que insiste en las obsesiones de Chazelle sobre lo que podría haber sido y no fue y que, sin embargo, aún tuvo la suficiente fuerza como para hacer que la realidad se convirtiera en el más ideal de los sueños. No es una gran película. Lo malo es que lo pretende.

miércoles, 25 de enero de 2023

ESPERANDO A MÍSTER BRIDGE (1990), de James Ivory

 

Los modernos puntos de vista. Ése es el problema de todo cambio generacional. Lo que antes estaba bien, estaba absolutamente bien. Ahora todo parece que huele a naftalina, a pensamiento rancio, a días grises que ya no volverán. Y eso es lo que está experimentando el señor Bridge, ese abogado algo estirado que tiene unos hijos que ya no piensan como él. Es muy doloroso ese momento, ese instante de separación moral en el que se comprueba que los hijos ya no piensan igual, ya no opinan lo mismo. Lo que se veía negro, ya es de otro color. Y la juventud es más impulsiva, clama por su sitio. La madurez no es más que el permiso para situarse allí donde está la salida del tranvía. Los años cuarenta están ya llamando a la puerta con demasiada violencia. La guerra parece que ha trastocado todos los preceptos. El señor Bridge, ya de por sí un hombre que tiende a la excesiva seriedad, se enfada con el mundo. No es esto lo que él tenía pensado.

Por otro lado, la señora Bridge considera que, sencillamente, los años pasan y ya no son tan jóvenes. Los hijos vuelan con sus nuevas ideas y proyectos y lo que le pasa a su marido es que es un cascarrabias que no sabe asumir que ya no tiene tanta energía, ni tanta sabiduría como pretende transmitir. El mundo es cambiante y eso le revienta. Es un viejo tonto que puede que, un día, fuera encantador. Ella supo desde siempre que era el hombre de su vida porque sabía que, con él, nunca habría dificultades. Todo sería igual. Cada día sería un calco del anterior y un preludio exacto del siguiente. Quizá por eso una de sus hijas hizo un matrimonio tan desastroso. Quería huir del padre y de su sentido exacto de las cosas. De todas las cosas. Prefería el fracaso a la nada. Y su hijo…bueno, parece que la sangre hierve cuando suenan las trompetas y quiere alistarse en la Armada. La guerra no es nada bueno. El señor Bridge, a pesar de ser un patriota convencido, lo sabe.

James Ivory dirigió con calma y precisión a Paul Newman y Joanne Woodward en una película que ha quedado muy olvidada cuando es una de las mejores de su director y ofrece unas interpretaciones maravillosas, una ambientación agradable y una historia que navega entre lo triste y lo fascinante. Quizá, también, porque sus intérpretes son difícilmente superables, pero, de alguna manera, consiguen que estemos ahí, comprendiendo al señor Bridge aunque sin compartir del todo su pensamiento. Al fin y al cabo, los pensamientos evolucionan y el señor Bridge no parece estar del todo contento con el progreso, aunque la guerra sea lo primero a lo que haya que hacer frente. El señor Bridge, haciendo honor a su apellido, trata de establecer un puente entre el pasado y ese futuro que parece arrollar todo a su paso. Y necesita tiempo para hacerlo. Y no parece tener demasiado.

La familia del señor Bridge, en el fondo de todo lo que les pasa, es un reflejo de un tiempo que no fue bueno y que, sin embargo, hubo que superar. Y eso es lo que no acaba de asimilar el cabeza de familia.

martes, 24 de enero de 2023

JOHNNY COGIÓ SU FUSIL (1971), de Dalton Trumbo

 

“S.O.S. Ayúdenme. S.O.S. Ayúdenme…”

Y ese ruego que ni siquiera es susurrado parece resonar en la cabeza como los disparos de un fusil que nunca debió ser empuñado. El mundo de silencio, de sensaciones mutiladas es toda una realidad alrededor de lo que queda del cuerpo de Joe Bonham. Los recuerdos parecen reales y nada lo es. Sólo la certeza de vivir en una cárcel que no merece ni un aliento. La muerte es lo mejor. Y aún así, se niega. No hay nada que ver. No hay nada que hablar. No hay nada que sentir. Sólo un regalo de alguien a quien no se conoce. Y mientras tanto, la súplica de auxilio se pierde mientras el sol entra por la ventana, recordando, de alguna manera, que la vida sigue ahí fuera y que a nadie le importa el pedazo de carne sin ojos que yace en una cama de hospital.

Joe tiene conversaciones con todos. Incluso con Jesucristo. Más que nada porque no comprende que haya nacido para lo que ha muerto. No entiende que la guerra haya sido la espoleta de una bomba que ha segado absolutamente todo, dejando sólo un erial sin apenas respiración. Si en algún lugar hay un Dios, no permitiría semejante tortura. Si en algún sitio existe la piedad, debería hacerse presente. Ayúdenme…ayúdenme…Calla ya, Joe, no tengo la conciencia tranquila y tú sigues repiqueteando con tu petición de ayuda dentro de un cuerpo inútil. Sólo un objeto de estudio que ya ha sido arrinconado para dejar que se marchite por sí mismo. La muerte, en este caso, será una victoria. Aunque no sea posible saber cuándo va a aparecer.

Luis Buñuel era el director previsto para llevar adelante esta película, pero se bajó del proyecto excusándose personalmente ante el guionista Dalton Trumbo por el agravamiento de su sordera. Sabiendo que sería difícil encontrar otro director que quisiera llevar adelante una historia tan terrible, el propio Trumbo cogió los mandos y realizó algo demoledor. Posiblemente, la película que más arrasa el corazón de toda la historia del cine. Es difícil describir los sentimientos propios cuando el último fundido en negro aparece porque el hundimiento parece ser un mar alrededor del espectador. La vista, baja. El ánimo, herido. El lamento, ahogado. En la butaca, clavado. En la moral, una víctima. No todos los días se puede ver una película así, que tanto llega a la obra de arte y, sin embargo, tanto desuela a su paso.

Somos testigos de un último socorro y no se puede hacer nada, porque somos parte de la conciencia de Joe, y queremos dar vida a sus entrañas cuando la ficción nos ha puesto de este lado de la existencia. No sabremos mover ni un músculo del rostro cuando la oscuridad se haga luz y nos demos cuenta de que, a veces, condenamos a las personas a morir en vida. Sin remisión. Sin omisión. Sin transmisión. Sin misión. Y, de repente, surgido de las tinieblas más absolutas, nos damos cuenta de que el destino es más cruel de lo que podremos imaginar nunca. Y no habrá ninguna solución.

viernes, 20 de enero de 2023

LIVING (2022), de Oliver Hermanus

 

Hace ya unos cuantos años, un tal Akira Kurosawa decidió hacer una película titulada Vivir sobre un oscuro y gris funcionario que no sabe cómo pasar los últimos días de su vida porque se ha hundido en el aburrimiento más anodino, en el orden más melancólico y en la frustración más callada. Hoy, los británicos se deciden a hacer su propia versión sustituyendo al sumiso Takashi Shimura por el indeciso Bill Nighy y pierden en la comparación, a pesar de que la película procedente de la pérfida Albión contiene algunas virtudes que deben ser ponderadas.

Evidentemente, Living no puede competir con la película de Kurosawa ni en duración, ni en intenciones. Lo más a lo que puede aspirar es a trasladar con cierto tino la situación al aburrido funcionariado inglés, partidario del orden por encima de la utilidad y, por supuesto, mentiroso de vocación. En el camino, la apuesta es por conservar el esqueleto y los movimientos de la película original, pero realizando una puesta al día, tanto en lo narrativo como en lo estético, haciendo a la historia mucho más descifrable, menos sugerente, más diáfana y más simple.

Hay que destacar, desde luego, el esforzado trabajo de Bill Nighy, que deambula por las calles de Londres sin llegar a trasladar con fuerza el estado de ánimo de ese señor Williams, trasunto del señor Watanabe, que se da cuenta de lo acomodaticio de su vida, huyendo de cualquier tipo de complicación y que, finalmente, canta satisfecho en una noche de nieve montado en un columpio infantil porque posee la plena certeza de que vivir consiste en hacer algo por los demás porque sólo así se puede dejar huella. Aunque sea ínfima, aunque sea efímera, aunque sea débil.

Por lo demás, la película exhibe una excelente ambientación del Londres de la posguerra, tanto en vestuario como en dirección artística, y, aunque tiene sus tiempos algo inanes, no son, ni de lejos, de la profundidad y el alcance de Vivir, a lo cual ayuda su duración, mucho más cercana a los metrajes habituales que la obra maestra de Akira Kurosawa.

Y es que es difícil darse cuenta hasta dónde pueden llegar nuestros actos cuando nos movemos para que ocurren y lo fláccidos que resultan cuando sólo se dejan pasar los días esperando que el siguiente sea igual al anterior. Hay pocas cosas más hermosas que comprobar que una ciénaga se ha convertido en un oasis, aunque lleguemos un poco lastimeramente a la conclusión de que los parques infantiles japoneses son bastante mejores que los británicos. Quizá en ese momento, cuando sabemos que hemos dejado una pequeña huella que se borrará con la siguiente sepultura burocrática, es cuando nos acompaña la idea de que no hay nada mejor que conseguir mejorar la vida de otros de una forma desinteresada. Aunque eso también signifique echar una mirada a nuestro interior y comprobar que nunca conseguimos hacer un jardín de nuestra casa. Acumular papeles y dejarlos coger el polvo del olvido no tiene ningún mérito, por mucho que, a final de mes, llegue la nómina funcionarial y todo siga su curso, empujado por la inercia de los acontecimientos, repetidos, monótonos, algo húmedos e irremediablemente inútiles. Es por eso que este señor Williams, a pesar del dolor y de la última oportunidad, aún sonríe por las mañanas en una urbe fría que no tiene ni idea de lo que consuela una leve sonrisa mientras se acude al trabajo. 

jueves, 19 de enero de 2023

EL RÍO DE LA IRA (2022), de Randall Emmett

 

Esta película está aquejada de varios problemas. El primero de todos ellos es la dirección. Hace falta ser bastante torpe para manejar la cámara tan mal, narrar lo que, básicamente, es la historia de una venganza y desproveer todos los acontecimientos de énfasis, quitar de en medio a los personajes interesantes, ni siquiera conceder al espectador el gozo de un cara a cara entre Robert de Niro y John Malkovich, dejar que el protagonista, Jack Huston, tenga menos intensidad que la bronca de una libélula y desposeer de profundidad a los principales caracteres de la trama, desequilibrando la película hacia aquellos que sólo tienen una cierta edad…y no todos.

Por otro lado, ni siquiera la música tiene algo de gancho para fijar la atención. Un tercio del metraje nos lo pasamos asistiendo a los consabidos ataques de ansiedad de dos drogadictos que intentan desengancharse. Cuando llega el que se supone uno de los momentos más fuertes, el director Randall Emmett pone balas y una canción desesperanzada haciendo de lo más que usado, una novedad para él. Sin duda, los mejores momentos son los que se reservan a esos dos monstruos como John Malkovich, que sale muy poco, y Robert de Niro, que sale un poco más y que se va haciendo con el personaje según avanza la trama, pero que, al principio, parece no pillarle demasiado el punto. El resultado es una película desangelada, sin alma, sin una acción coherente, sin demasiada empatía por los desgraciados protagonistas que, realmente, no sabes nada de ellos salvo que, un día, comenzaron a drogarse y han llegado al final del camino intentando dejarlo. Como thriller, no vale un pimiento porque tampoco tiene mucho sentido la venganza que emprende el personaje de Jack Huston, cayendo en incoherencias como dejarse algún eslabón vivo por el camino. Como melodrama, carece de profundidad porque se pone el foco en personajes a los que luego no se les presta la más mínima atención, como la madre de Willa Fitzgerald. Por si fuera poco, se nos intenta colar un mensaje religioso que es más simple que el mecanismo de una jeringuilla y todo parece un sistema circulatorio que trata de exhibir un entramado de venas sin sangre.

Y es que podría haber sido una aceptable película de acción si el protagonista hubiera tenido más carisma (si el abuelo de Jack, el gran John Huston, levantara la cabeza, mandaría al nieto a las llanuras de Irlanda) y si todo estuviera más encajado, la coherencia sería una buena razón para verla, pero no es así. Aún así, sin pecar de mitómano, una mirada de Robert de Niro vale por dos películas como esta, incluyendo la edad que tiene y la falta de apostura que ya exhibe. Por lo demás, el que se acerque, tendrá que sufrirla. Y pensar que todo, en el fondo, tiene algo de previsible.

Y es que los caminos del vicio son siempre pozos de ansiedad que deben ser dominados a través de un cierto orden de las cosas, sin creer lo que el entorno pueda decir. Una vez que estás dentro, habrá un conjunto de intereses creados para que el consumo no se detenga y la sangre se mezclara con el maldito mejunje para crear la falsa sensación de que nada es verdad y que todo se adormece en largo sueño sin ningún sentido. Después de eso, si se cede, el ruido y la furia serán los elementos dominantes. Por eso, hay que mantener una cierta implicación para seguir estos desvaríos que pasan por ser elementales y algo ingenuos. Si no, todo será un afluente de venas que sólo llevarán agua, tan ligera e intrascendente que no merecerá la pena tenerla en cuenta.

miércoles, 18 de enero de 2023

TAN LEJOS, TAN CERCA (1993), de Wim Wenders

“Déjame explicarte un par de cosas. El tiempo es corto. Eso es lo primero. Para la comadreja, el tiempo huye. Para el héroe, el tiempo es heroico. Para la puta, el tiempo es otro cliente. Si tú eres amable, el tiempo será amable. Si tienes prisa, el tiempo vuela. El tiempo es un criado, si tú eres el amo. El tiempo es Dios, si tú eres su perro. Somos los creadores del tiempo, las víctimas del tiempo y los asesinos del tiempo. El tiempo es la ausencia de tiempo. Eso es lo segundo. Tú eres el reloj”.

Emit Flesti habla así a otro ángel que también quiere probar eso de ser humano en Berlín. Otro ser alado que quiere sobrevolar el muro que ya no existe y se pregunta por qué el tiempo es diferente. Puede que en su blanco y negro inmaculado no exista el concepto de bueno o malo. Puede que en el color sólo haya lugar para la trascendencia y la explicación. Quizá esa poesía que sobrevolaba el cielo sobre la ciudad se haya transformado en una mirada hacia la pobreza, hacia el alcoholismo, hacia la delincuencia. Ya no hay sueños que cumplir, ni tampoco ese deseo de dar el plato de leche al gato como hacía Philip Marlowe. Todo ha evolucionado. La libertad es parte de la rutina y se aprecia muy poco. Emit Flesti, el tiempo en sí mismo, es el encargado de tender un puente desde el mundo de los ángeles al infierno de los humanos. El mundo, para Cassiel, el ángel de las lágrimas, es una bestia curiosa. No es sorprendente que aquellos a los que se escuchan sus pensamientos tengan esos recovecos en la mente, esos tortuosos senderos de frustración, de antipatía, de hundimiento. Y, aún así, en el fondo de sus alas perdidas, Cassiel se da cuenta de que leer esos pensamientos no era suficiente, que no tiene comparación con el hecho de conocer a las personas frente a frente, hablar con ellas, compartir con ellas. Por eso, Cassiel quiere ser una más. Aunque luego el arrepentimiento forme parte de su vuelo. Aunque luego desee volver a observar la ciudad desde lo más alto.

Wim Wenders se decidió a realizar esta segunda parte de El cielo sobre Berlín para actualizar la metáfora sin el muro de por medio. Con Mikhail Gorbachov haciendo un papel. Con Willem Dafoe. Con Peter Falk. Con Lou Reed tratando de enseñar cómo pasear por el lado salvaje. Con Horst Buchholz. Con Nasstasja Kinski. Con Heinz Rühmann, el policía de El cebo, en su última aparición en el cine. Con Bruno Ganz dando consejos desde su ya plena humanidad a su antiguo compañero. Con Otto Sandler tratando de encontrar un sentido a su no-existencia y darse cuenta de que la corrupción es inherente al ser humano, de que los ingenuos son los ángeles, de que escudriñar los pensamientos ajenos puede ser, en el fondo, más seguro, más fácil. El mundo no tiene gracia. Y quizá sea demasiado tarde para infundir algo de humor en la vida gris de unos seres que se mueven a través del tiempo y no son capaces de valorarlo, ni siquiera cuando no está.

 

martes, 17 de enero de 2023

MI CALLE (1960), de Edgar Neville

 

El tiempo parece posarse en el empedrado de esa calle de algún lugar cerca de la Iglesia de la Paloma, en pleno Madrid de los Austria. Allí están los personajes que han poblado la infancia y la juventud de muchos y siempre se les recuerda con cariño. El señor marqués, siempre tan educado e impecable; el paragüero, que era republicano ya en los tiempos de Alfonso XIII; Petrita, la empleada del hogar que estaba loca por el organillero que era un crápula de no te menees; los gamberros que iban con un perro de arriba abajo pergeñando cualquier trastada; el anticuario, que parecía tener buen criterio para todo salvo para sí mismo; la peluquera, cotilla oficial del barrio, que atendía a domicilio y que siempre tenía la palabra más inadecuada para meter la pata hasta el peine; el carnicero, el comerciante que espera con ilusión la llegada de su primer hijo…y el tiempo pasa y el empedrado da lugar a los adoquines y Madrid sigue con su capa de polvo perenne, incólume y resguardado, con sus noticias y sus desgracias, que siempre parecen pasar fuera de esa calle donde todos han depositado sus sueños de futuro que hoy, benditos sean, parecen tan modestos que llegan a la ingenuidad.

Así, Petrita vende lotería porque se cayó de un segundo piso, la peluquera sigue con sus dimes y diretes y, desgraciadamente, el hijo del comerciante nunca será amigo del hijo del marqués. Aún y todo, hay cordialidad, hay ese pequeño granito de esperanza para seguir con el día a día y que no todo sea tan difícil y tan negro. Aunque luego venga la guerra con sus malditas venganzas y rencores, haciendo que los españoles no nos aguantemos unos a otros. Y, no obstante, en la calle, esa calle que ahora parece asfaltada y que resulta casi una alfombra para los automóviles, la gente sigue saludándose, aunque lo pase mal, sigue habiendo un fondo de ternura y de algo entrañable que les une, aunque sea inasible, aunque apenas se pueda escribir. También hay alguna que otra pelea, pero nunca se llega más allá de un oiga, usted. La calle sigue siendo testigo de muchas cosas. De un disparo perdido. De un premio de la lotería. Del marqués que ya camina encorvado. Del paragüero que ya no podrá vender más paraguas en un país en el que llueve muy poco. Hasta se llevan al perro de los dos gamberros. El tiempo lo deshace todo salvo esos pequeños puntos de recuerdo, que están más anclados a la sensación que a la memoria.

Y Edgar Neville nos contó todo eso en una película encantadora, llevada con pulso firme para no caer en el tonto sentimentalismo nostálgico, ni en la aún más estúpida trampa de la ideología. Su calle fue siempre su calle y ésta fue la despedida del cine de un grandísimo director español, que sabía hacer películas como nadie y que, a pesar de que aún tardaría unos años en fallecer, sabía que ese Madrid en el que él se crió estaba desapareciendo a marchas forzadas para convertirse en una ciudad de extraños, fría, inhóspita y cruel. Sin un malísimo buenos días al que agarrarse todas las mañanas.

viernes, 13 de enero de 2023

ORO EN BARRAS (1951), de Charles Crichton

 

Todo reside en el conocimiento profundo de una rutina que no tiene nada de particular y en el íntimo deseo de romperla. Aunque el resultado sea poco apetecible. Además, ¿quién va a sospechar de ese funcionario intachable, impecable y abrumadoramente aburrido? El señor Holland ha estado supervisando el traslado de lingotes de oro en furgones durante años y jamás, nunca, ni en sueños, ha cometido la más pequeña falta. Ese hombre, si lo observamos con frialdad, merece un ascenso.  ¿O no? Puede que sea uno de esos británicos sin demasiada iniciativa que será eficiente mientras se le mantenga rodeado de oro, de números y de furgones cargados. Sin embargo, el señor Holland tiene otra opinión. Cree que es muy posible robar el oro y que el único problema consiste en sacarlo de contrabando. Es algo a lo que le ha dado muchas vueltas en sus interminables idas y venidas con los lingotes. Por aquellas casualidades, un compañero de pensión, el señor Pendlebury, le va a dar la solución. Se trata de transformar los lingotes en souvenirs. Sí, porque el señor Pendlebury fabrica souvenirs para todo el mundo. Curioso ¿verdad? Usted compra un recuerdo en Jordania y resulta que está fabricado en Inglaterra, exportado a tan bello y exótico país y traído de vuelta como objeto auténtico cuando, en realidad, se ha fabricado casi al lado de su casa. Hilarante, simplemente hilarante.

Así que lo único que hay que hacer es fundir adecuadamente los lingotes de oro y transformarlo en Torres Eiffel. Se marcan las cajas y luego se rescatan adecuadamente en el almacén de destino. Simple, sencillo, fácil, limpio y hermoso. Como una taza de té con una nube de leche a las cinco de la tarde. Luego, Río de Janeiro, las playas, las chicas, las fiestas y adiós a la puñetera rutina que consiste en comprobar formularios, cargar lingotes, descargarlos y volver a comprobar formularios. Adiós a ese círculo vicioso de aburrimiento y hastío. Adiós a las Torres Eiffel que son vendidas por error al mismo pie de la auténtica… ¿pero qué digo? Eso no puede ser. No entra dentro de los planes porque el error no forma parte de la matemática, ni mucho menos de los formularios. Hay que recuperarlo todo antes de que la policía se ponga sobre la pista de un oro que ya no lo parece, de un ladrón que tampoco lo parece y de un recuerdo que tampoco es.

Una de las mejores comedias de la Ealing dirigida por el gran Charles Crichton y que cuenta con grandes interpretaciones bajo los rostros de Alec Guinness y Stanley Holloway. Ah, por cierto, casi se me olvidaba. Esa chica que le va a hacer una carantoña a Alec Guinness a la mesa al principio de la película se llamaba Audrey…no sé qué…y fue su primera aparición en el cine. No se la pierdan.

No, no, no, y no pierdan el rastro del oro. Revuélquense por el polvo. Provoquen accidentes fortuitos. Utilicen el ingenio. Pero no ese que nos deja con la boca abierta. No. Se trata de ingenio normalito. Casi cotidiano. Ése es el mejor. ¿Saben por qué? Porque pasa desapercibido hasta para los más inteligentes.

jueves, 12 de enero de 2023

OPERACIÓN FORTUNE (2022), de Guy Ritchie

 

Todo empieza con unos pasos que resuenan a lo largo de un pasillo. Acompasados, fuertes y decididos. Podrían recordar incluso a aquellos otros en los que Lee Marvin clavaba tacones en el túnel de A quemarropa. Y entonces, desde ese momento, se trata de montar una operación de espías que podríamos denominar como El desenfado de James Bond, con smoking, mujeres, cibernética y algo de ironía. Sólo que en esta ocasión, el director Guy Ritchie no deja que la gracia resida en la perplejidad, sino en la constatación de la supremacía de los estúpidos.

Y no es que no haya listos en esta historia. Los hay. De hecho, el personaje femenino más importante es más avispada que todos los hombres juntos. Sin embargo, Ritchie comete el error de dejar de lado esa retranca violenta que tan buenos resultados le ha dado en Snatch o, incluso, en The gentlemen y se centra  en ofrecer un espectáculo de acción entretenido, bien coreografiado en sus escenas más complejas, con algún que otro diálogo de cierta altura, pero despojando todo de ese cinismo tan característico de algunas obras anteriores.

Sorprende ver el regusto que Hugh Grant le está tomando a interpretar a malvados verborreicos que son más pesados que una vaca en brazos y no deja de ser una broma el hecho de intentar convertir a Josh Hartnett en un moderno Steve McQueen con referencia explícita a Bullitt. Jason Statham hace lo de siempre y Carey Elwes, aquel pirata Roberts que sedujo a todos en La princesa prometida comienza cogiendo el timón con fuerza y lo va soltando hasta ser, simplemente, un coordinador con cascos digitales. Por supuesto, el argumento tiene uno o dos flecos que merecerían ser repasados, pero en conjunto la película se deja ver siempre y cuando no se exija demasiado porque Ritchie, ya se sabe, dejó de tener ambiciones desde hace algún tiempo y ya no pretende la carcajada gamberra sino, sólo tal vez, la risotada puntual dominada por la sorpresa.

Todo se articula en torno al supuesto misterio que representa algo de incalculable valor que ha sido robado de un laboratorio de Odessa y que, en teoría, nadie sabe lo que es a pesar de que se tienen noticias de varios compradores dispuestos a pujar. Lo malo de todo es que, cuando se sabe lo que es, tampoco es nada de lo que nunca hayamos oído hablar y que, además, obedece a un plan archisabido para destruir el modo de vida occidental, tan odiado y tan deseado a partes iguales. Hay que localizar intermediarios, convencer, asesinar aquí y allá, robar, descifrar, utilizar…en realidad, esta serie de palabras es bien inútil porque es exactamente lo que se espera de la historia, todo en sus debidas dosis bien jalonadas a lo largo del metraje. Los espías, salvo la chica, son de dos dimensiones, dedicados a lo suyo como grandes profesionales, pero no les saques de ahí que se pierden porque hay alguno que tiene hasta ciertos problemas psicológicos. Los vinos parecen estar en todas partes, ofreciendo sabor, textura y aroma, pero no funciona demasiado bien como metáfora del propio cine de Guy Ritchie. La banda sonora es funcional y adecuada y los distintos escenarios mundiales siempre están retratados con espectacularidad salvo Madrid, cuyo aeropuerto más bien parece el de Nairobi. Por lo demás, alguna que otra pelea de buenos mandobles, disparos a las doce y a las tres y ausencia total de historia de amor. Es tiempo de dejar las vacaciones y volver al trabajo y Orson Fortune se encargará de que eso sea lo menos traumático posible. Especialmente tras hundirle el cráneo a un par de sicarios que se han acercado a decirle unas cositas al oído.

miércoles, 11 de enero de 2023

UN MARIDO DE IDA Y VUELTA (1957), de Luis Lucía

 

Pepe no está nada contento con el destino que le ha tocado. Caramba, se ha muerto y resulta que ahora, después de dos años, su mujer se ha liado con su mejor amigo. Sí, ese amigo que siempre estuvo enamorado de su mujer. Así que lo mejor va a ser regresar del limbo y poner las cosas en su sitio. Claro que, pensando las cosas con cierta frialdad, ¿con quién va a estar mejor su querida Leticia? Ah…esa mujer que le ha hecho la vida imposible, que ha hecho que su corazón fuera tan débil que decidiera pararse en plena fiesta de disfraces, que ha conseguido que, de tanto mimarla…no, no vamos a decir que se ha vuelto una estúpida…vamos a decir que se ha vuelto menor de edad. El caso es que el destino no podía ser otro. Sobre todo, si uno se pone en manos del Doctor Ansúrez, ese talento de la medicina que dice la famosa frase “Si se toma un calmante, se calmará”. Impresionante. Mientras tanto, la tía Etelvina sigue dando vueltas con su moto por la casa y los criados sólo desean que vuelva el señor porque… ¡qué elegancia! ¡qué saber estar! ¡qué manera de comportarse!

Así que Pepe va a ser un marido de ida y vuelta. Ya se sabe. Se toca el cielo, se visita a los conocidos y se vuelve porque las cosas de la Tierra y de la vida están a medio atar y más vale echar una última mirada aunque sea de soslayo para que su pobre Leticia no sufra y su amigo Paco sea también feliz. Mientras tanto, habrá que dejarse de cosas mundanas como tener una amante, o mentir a Leticia, que también, como estaba a sus cosas, no ha tenido tiempo de fijarse si Pepe si iba con una bailarina turca o con la criada que está como un queso.

Luis Lucía dirige esta adaptación del clásico teatral de Enrique Jardiel Poncela sin perder esa gracia mañanera que tenían los textos del genial autor. Sólo hay un intervalo sin demasiado sentido en el que la trama sale al exterior para describir la luna de miel de Paco y Leticia y, por supuesto, los ingenuos trucos fotográficos que son imposibles encima de un escenario para representar las apariciones y desapariciones de ese decepcionado de la vida y encantado con la muerte que es Pepe, con su traje de torero impoluto porque, ya se sabe, en el cielo no hay vestuarios y, mucho menos, tiendas de ropa. Así que tal y como te mueres, te quedas. No deja de ser un gozo por el espíritu atender a esta comedia de amor y muerte que podría ser, a la perfección, una screwball con Cary Grant, Irene Dunne y Ralph Bellamy. En lugar de eso, nos quedamos muy satisfechos con Fernando Fernán Gómez, Emma Penella y Fernando Rey, secundados por una tronchante y maravillosa Mercedes Muñoz Sampedro con deseos de repartir bofetadas a diestro y siniestro, Antonio Riquelme como el mayordomo Elías y Alfonso Godá como ese galeno maestro de maestros que es el Doctor Ansúrez. El texto tiene tanto salero que Noel Coward no dudó en robarle la idea a Jardiel para escribir Un espíritu burlón. Y ya se sabe. Lo extranjero siempre es mucho mejor. Por mucho que tengamos algo insuperable entre manos. Yo prefiero a Jardiel.

martes, 10 de enero de 2023

NO SE COMPRA EL SILENCIO (1970), de William Wyler

 

Lord Byron Jones es el hombre más rico de una pequeña ciudad de Tennessee. Y es un hombre negro. Claro que su comercio es uno de los más rentables porque la muerte nunca va a faltar y todos necesitan su ataúd. Es un hombre que, sin duda, levanta algunas envidias en el lugar. Sin embargo, él no es feliz. Quiere divorciarse de su esposa porque ella se está acostando repetidamente con el ayudante del sheriff, un tipo despreciable que no duda en usar la violencia para reafirmar su hombría. Lord Byron Jones acude al abogado que cree más adecuado para llevar su caso de divorcio. Cree que es el blanco más honrado del condado. El abogado Hedgepath ha destacado siempre por su prudencia y su calma y, en esta ocasión, va a necesitarla. Cree que todo se puede solucionar por las buenas porque, al fin y al cabo, no está nada bien que en un caso de divorcio por adulterio esté mezclado el ayudante blanco del sheriff. Podría no haber litigio si los cónyuges llegan a un acuerdo, pero hace falta convencer a la chica. Ya se sabe. Es joven y explosiva y quiere su parte de los ataúdes y entierros a la carta que ofrece Lord Byron.

Por otro lado, también hay un chico, algo impulsivo e indudablemente torpe, que regresa para cumplir con una misión que ha ido aplazando hasta hallarse en condiciones de cumplirla. Y se trata de matar a otro representante de la ley. No, en esa ciudad de Tennessee no existe la igualdad de derechos entre blancos y negros y la liberación de la gente de color siempre pasa por el derramamiento de sangre. Quizá esa liberación sea la propia muerte. Y es entonces cuando la incomodidad recorre el espinazo, cuando se tiene la certeza de que la injusticia no debería tener cabida en la dignidad y cuando se sabe, sin duda alguna, que hasta el más honesto cerrará los ojos porque se prefiere el orden a la ley.

No se compra el silencio fue la última película que dirigió William Wyler y quiso adentrarse en los terrenos de la reivindicación de los derechos civiles a través de una historia dramática, sacrificada y poco complaciente. En algún momento, incluso, se puede llegar a intuir que el director quiere decirnos a la cara que nunca habrá una paz justa y duradera entre blancos y negros en los Estados Unidos porque la rabia y la conciencia de las diferencias se llevan en el interior y va a ser imposible superarlas. Hasta los mejores sucumben ante las tentaciones de la paz fingida. Mientras tanto, la furia seguirá corriendo por las venas de los que ven el horror y el odio todos y cada uno de los días de su vida. El reparto, tal vez, no es muy acertado. Lee J. Cobb es el mejor de todos ellos, comedido y circunspecto, y Roscoe Lee Browne tiene un rostro que conserva un raro magnetismo. Anthony Zerbe, por el contrario, se pasa en su histrionismo y Lee Majors es que, simplemente, era un actor muy malo. El descubrimiento, sensual y tentador, de Lola Falana en la piel de la mujer del enterrador es casi lo mejor de todo en una película que no tuvo ningún éxito, de la que nadie se acuerda y que merecería la pena rescatar porque habla con toda sinceridad. Y no trata de contentar a nadie.

jueves, 5 de enero de 2023

AL DESCUBIERTO (2022), de María Schrader

 

A la hora de denunciar públicamente una agresión sexual hay muchos factores a tener en cuenta. El primero de todos ellos es el miedo. Miedo a que todo el mundo piense que es una mentira. Miedo a que la gente crea que sólo es afán de notoriedad. Miedo a perder cualquier posición ganada a pulso. Las luchas son siempre pruebas de resistencia que no todas las víctimas están dispuestas a sufrir. Quizá sea mejor llegar a un acuerdo, que en el fondo es una humillación y una derrota que impide que se sepa la vergüenza, y pasar página. Es humano. Es verdad.

Sin embargo, hay un factor que pesa más que todo lo anterior y es que la mujer, al contrario que el hombre, está más preparada para el dolor, es más constante y tiene más redaños para aguantar todo lo que venga porque el orgullo es algo inherente a su condición. Primero es una, luego es otra y la reacción en cadena no tarda en manifestarse. Es cierto que ellas también cometen errores, y algunos de bulto, pero tratan de repararlos. Al menos, lo suficiente como para que puedan mirar al horizonte y sentirse satisfechas.

El trabajo de dos periodistas como Megan Twohy y Jodi Kantor ha sido uno de los más serios que se han realizado en el gremio para destapar un escándalo como fue el de la agresión sexual continuada del productor Harvey Weinstein a todas las que se ponían a tiro de su albornoz. Intentaron convencer a los que podían hablar, contrastaron toda la información y, en un alarde de honestidad, dieron la oportunidad al productor para que respondiese a la acusación. Aún así, consiguieron destapar ese entramado sucio y fétido que planeaba sobre Hollywood en el que el acoso sexual no sólo parecía ser algo normal, sino que también se asentaba en los resquicios legales que solía proteger más al culpable que al inocente. Lo más llamativo es que en los casos que destaparon no hubo una supuesta ventaja de la víctima, no fue un dejarse hacer con el fin de obtener un papel, o ascender en el escalafón de las oficinas de la productora Miramax. No hubo contrapartidas. Sólo el ofrecimiento posterior de una cantidad compensatoria haciéndolas firmar que guardarían silencio sobre todo lo que ocurrió.

Maria Schrader aplica paso a paso el manual de Todos los hombres del Presidente, de Alan J. Pakula, para mostrar el incesante trabajo de esas dos periodistas. Carey Mulligan resulta excepcional en la piel de Megan Twohy, periodista bragada, que dice mucho en sus andares decididos, que se refugia en el trabajo para superar su depresión post-parto y que derrocha experiencia y sabe siempre cuál es el próximo paso. No tanto Zoe Kazan como Jodi Kantor, que más bien parece la alumna marisabidilla de Sor María. Mención especial merecen tanto Patricia Clarkson, como Rebecca Corbett, la tercera pata que coordinó todo el trabajo de las dos anteriores, como Samantha Morton, soberbia en su breve aparición y exprimiendo todos sus recursos interpretativos sin levantar ni un ápice de compasión a la vez que inunda la escena de comprensión. El resultado es una película ágil, interesante, y, sobre todo y ante todo, necesaria para llegar a entender la terrible maquinaria puesta al servicio de los más poderosos para dar rienda suelta a sus enfermos apetitos sexuales. Quizá debería ser obligatorio para algunos periodistas ver esta película. Sólo así podrían darse cuenta de que un trabajo realizado con seriedad, con pasión, con autenticidad y con clase es capaz de cambiar cualquier estructura de poder. Y para eso no es necesario ser hombre, ni mujer. Basta con ser persona.