viernes, 28 de octubre de 2022

LA PIEL DEL TAMBOR (2022), de Sergio Dow

La fe es un estilo de vida que se quebranta cuando ocurren sucesos que alteran su propia esencia. Unos asesinatos bajo una virgen cuajada de lágrimas, un deseo de esconder los secretos bajo las siempre falibles sotanas, una mujer que guarda más promesas en sus ojos que las que se describe en el camino de la creencia, una presión sobre una futura operación inmobiliaria. Cosas mundanas que compiten con un sentimiento divino y que resultan inusitadamente poderosas porque la fe puede ser grande, única, guía y verdad, pero es irremediable en su debilidad, en su naturaleza rompible, en su condición inasible.

Todo ello bajo la égida de una iglesia que parece cometer ella misma unos crímenes que parecen el castigo por la profanación de un suelo sagrado. Quizá por eso se envía a un sacerdote que destaca por su discreción y su elegancia y, sobre todo, por saber qué es lo que hay que hacer en cada minuto del misterio. Sin embargo, entre todas esas cualidades, también tiene plena certeza de que la fe, si se desea su supervivencia, tiene que respirar en el silencio y grabarse de forma invisible en la tira de papel del alzacuellos. Nada es infalible. Nada está escrito. Y las pasiones humanas siempre giran en torno de una Iglesia que está formada por humanos.

Así que hay que moverse en el calvario de los intereses creados, como si fuera algo irrebatible que el diablo suele vivir debajo de unos cuantos ceros. Mientras tanto, se restaura para mantener la idea de que algunos hicieron verdaderas obras de arte inspirados por la fe, o se vende porque hay que renovar las viejas estructuras, o se corrompe para volver a resucitar ideas aterradoramente caducas y sangrientas. Esos intereses no se mueven sólo en el mundo seglar, sino también en nombre de la santidad. Y eso lleva al descreimiento, a la pérdida de un buen puñado de valores, religiosos o no, a caer en las tentaciones más diversas. Desde llenar los bolsillos a perderse en los ojos que son pequeñas muestras de las aguas del Guadalquivir.

El director Sergio Dow incurre en varios errores a la hora de adaptar el libro de Arturo Pérez-Reverte más allá de la fidelidad al original literario. Uno de ellos, sin duda, es la auténtica falta de carisma de su protagonista, Richard Armitage, en la piel del sacerdote Lorenzo Quart. Sin embargo, acierta con la elección de Amaia Salamanca para dar vida a Macarena Bruner. Por otro lado, no cabe duda de que se toma unas cuantas licencias totalmente permisibles al adaptar la historia tecnológicamente, consiguiendo algunos momentos realmente efectivos dentro de una trama que se enreda peligrosamente haciendo perder, en determinados pasajes, el hilo al espectador menos avezado. Y, en general, el conjunto parece adolecer de cierta falta de fuerza, como si le faltara empuje, como si tratara de absorber y, en realidad, lo único que consigue es embarullar. Sin embargo, hay que aplaudir esa presentación, tremendamente cuidada y, por supuesto, el soporte secundario que proporciona un actor veterano y bastante sabio como Paul Guilfoyle, visto en mil películas, que consigue ser ambiguo, sereno y bastante convincente. Muy bien, por otro lado, el trabajo de Alicia Borrachero, intenso y calmado, descriptor de muchas canas en su pelo negro de yeso y paciencia.

Más allá de todo eso, hay un intento loable por hacer de Sevilla un personaje más de la trama con sus calles, sus panorámicas y su ambiente. Y resulta bastante chocante el papel reservado a Jorge Sanz, matón de taberna, pretendidamente temible y con apenas dos líneas de diálogo. Es como pedir el silencio a gritos. 

jueves, 27 de octubre de 2022

MIRA CÓMO CORREN (2022), de Tom George

Cuando los ratones merodean el queso, siempre hay alguno que se lo lleva sin hacer saltar la trampa. Y eso es lo que ocurre cuando algún roedor avispado se toma la justicia por su mano y elimina a un afamado director de Hollywood que se ha exiliado en Londres por culpa de la famosa caza de brujas emprendida por el Comité de Actividades Antiamericanas. Así que lo mejor es ponerse a investigar un crimen que sabe a té con una nube de leche, por favor. Todos son sospechosos y habrá que estar muy atento a los detalles.

A pesar de que todo gira alrededor de la adaptación al cine de la afamada obra La ratonera, de Agatha Christie, aquí no hay ningún Hércules Poirot ni ninguna Señorita Marple para llevar el caso. El capitán de las pistas es un tal Stoppard, un tipo bastante pasado de rosca, que exhibe su andar cansado mientras, de paso, también da muestras de estar bastante harto de la maldita eficiencia británica. A su lado, tiene una ayudante que vale su peso en oro, pero que, para no ser menos, también lo apunta todo y no duda en precipitarse en sus conclusiones. Es un té perfecto. Algo amargo. Nada serio. Y con un punto de homenaje y otro de parodia.

Por supuesto, como sospechosos, hay una serie de personajes que existieron realmente como el actor y, posteriormente, director Richard Attenborough, dibujado aquí con una mezcla de petulancia y pose, o el productor John Woolf que, años después, llevaría adelante una modélica versión de Chacal bajo la dirección de Fred Zinnemann. Por estar, hasta podemos comprobar el par de tornillos que le faltan a Agatha Christie en una reunión final en la que se dirime al culpable. Mientras tanto, Stoppard y su ayudante deambulan por Londres, se toman una pinta o dos, siguen pistas un tanto dudosas y, al final, caen en la cuenta. Todo alrededor de una ratonera que trata de atrapar a unos cuantos ratones que no son demasiado inteligentes y dentro de una historia que no deja de ser ficción de arriba abajo.

La dirección corre a cargo de Tom George con algunas virtudes muy destacables, como su sobriedad y su especial cuidado en la ambientación. Sam Rockwell, en la piel del Inspector Stoppard, está gracioso de sonrisa y algo enigmático en intenciones. Saoirse Ronan acaba por ser irremediablemente encantadora en su ingenuidad eficiente y la película se podría definir como más delirante que Puñales por la espalda y menos loca que El juego de la sospecha. El resultado es aceptable, sin disparar todas las balas, pero siempre con media gracia delante y algo de interés por detrás. Al fin y al cabo, atrapar a un ratón suele tener su punto.

Y allá vamos con unos cuantos minutos de diálogo, no especialmente brillante aunque con algún que otro hallazgo, con retratos que rozan lo grotesco dentro de ese entramado de intereses que se teje dentro del mundo del espectáculo y, por supuesto, con una cierta elegancia en su intento de valorar el trabajo femenino en una época en la que no era lo normal. La agente Stoker, interpretada por Ronan, tiene mucho mérito. Más aún Agatha Christie con su capacidad impresionante de inventar crímenes para luego resolverlos con sorpresa incluida. Los hombres, por otro lado, pecan de torpes, no demasiado brillantes, con adaptaciones de la obra de Christie cambiando el final, pero amagando con la original. En definitiva, un juego sobre quién lo hizo que no hace más que redundar en esa idea de que vista una película u obra de estas características, vistas todas. O tal vez no. Lo mejor es poner la trampa y esperar a que aparezcan los ratones.

miércoles, 26 de octubre de 2022

ATAJO AL INFIERNO (1957), de James Cagney

De vez en cuando, el cine trae alguna sorpresa inesperada. En esta ocasión, se trata de la única película como director de James Cagney que, además, es versión de aquella otra titulada El cuervo,de Frank Tuttle, y que supuso la primera y afortunada reunión entre Alan Ladd y Veronica Lake. No cabe duda de que las hechuras de esta película son de serie B, empezando por un reparto encabezado por William Bishop, fallecido poco después del estreno, experto jinete en paisajes baratos del Oeste; Yvette Vickers, un año más tarde muy conocida por ser la protagonista de El ataque de la mujer de cincuenta pies; Georgann Johnson, felizmente en activo con una larguísima carrera en la pequeña pantalla; y Robert Ivers, quizá el mejor de todos ellos, actor de corta filmografía y largos villanos que se centró, sobre todo, en la televisión. Cagney sabe que la ambigüedad del personaje protagonista, interpretado por Ivers, es el mayor activo de la historia. Al fin y al cabo, es un asesino al que le encargan dos trabajos y le pagan con dinero marcado. La traición está servida y el profesional de las armas tratará de buscar venganza entre los de su misma calaña.

Basada en un relato de Graham Greene, Cagney se ocupa en mostrar a ese asesino en su lado más impasible y, al mismo tiempo, da razones al espectador para intuir el sufrimiento que le acompaña en su interior. No es un novato, pero no es tan abrumadoramente impasible. Con ese papel que él hubiera interpretado con los ojos cerrados, Cagney muestra simpatía aunque, en su contra, juega, quizá, la dirección algo rutinaria y previsible, pero hay un par de excelentes escenas de acción, una más que aceptable dirección de actores con un material bastante corto, y la certeza de que Cagney sabía lo que estaba haciendo a cada minuto. Sólo aceptó dirigir el guión como favor a uno de sus mejores amigos, el productor A. C. Lyle.

Sé que los más curiosos que no conocen la película podrán entretejer la sospecha de que, tal vez, este esfuerzo de James Cagney podría ser una joya escondida como en su momento fue La noche del cazador, de Charles Laughton. No. No es tan buena. Ni tan rompedora. Ni tan tenebrosa. Ni tan atinada. Es una película hecha con esmero, con poco metálico y bastante ingenio, que se adscribe dentro del género negro con comodidad y que, en todo momento, es bastante consciente de sus limitaciones. Merece ser descubierta, pero no es una obra maestra ni de lejos. Es trepidante y de cierto ritmo, con motivaciones claras y resultados algo más que aceptables. Es Cagney tratando de sacar algo de un saco prácticamente vacío. Nunca más volvió a ponerse tras las cámaras. Siempre dijo que no estaba interesado en la dirección, que aprendió de muchos porque veía lo que hacían, pero que no estaba hecho para narrar historias. Él era la historia.

Así que es posible que sea agradable acompañar al protagonista en su atajo al infierno. El cargador está a punto y ese individuo, Kyle Niles, debe cumplir con su trabajo y también con su moral. En ese punto, puede que asistamos a una imposible mezcla entre Elisha Cook Jr., y James Dean, pero eso tendrán que juzgarlo los mismos que saben que, por mucha piedad que inspire, el diablo está esperando al asesino.

 

martes, 25 de octubre de 2022

ANGELA LANSBURY: LA DAMA DE PICAS

 

Con un estilo que oscilaba entre el sano desenfado y la abyección más corrompida, Angela Lansbury fue una figura de prestigio dentro del ámbito cinematográfico aunque no fuera en primera línea. Su tirón en las tablas, interpretando los más diversos papeles, fue fruto de su enorme versatilidad. Capaz de bailar con elegancia, de cantar con su inconfundible acento inglés y paseando estilo de señora de café y tostada, fue una actriz que, si bien no ocupó nunca el trono de reina, sí que fue una de las más destacadas damas de picas de la corte.

Su debut no podía ser más prometedor. Nancy, la criada algo analfabeta que se gana los cariños de su señor como venganza hacia la clase alta representada por Ingrid Bergman en Luz que agoniza ya hacía presentir no sólo que podía ser una malvada de altura, sino que también sería una maestra en el arte de la sugerencia. Fue un extraordinario comienzo coronado con una nominación a la mejor actriz secundaria que revalidó con otra película en la que cambiaba de registro, pero en el que también sugería tanta ingenuidad como atracción por lo siniestro en El retrato de Dorian Gray, de Albert Lewin.

Con esas dos perlas en su filmografía, Angela Lansbury no necesitaba desarrollar una carrera cinematográfica brillante para mantener su posición privilegiada en Hollywood. Sin embargo, aún no tuvo ningún reparo en encarnar a Kay Thorndyke, la sutil manipuladora política que trata de hacer de Spencer Tracy un político corrupto a la vez que siembra discordia en su matrimonio con Katharine Hepburn en la estupenda fábula del poder que es El estado de la unión, de Frank Capra, toda un retrato de la conciencia en una clase dirigente que destaca por la ausencia de ella. Sus maneras, siempre elegantes y medidas, le proporcionaron el papel de la Reina Ana en la adaptación de George Sidney en Los tres mosqueteros, con Gene Kelly en la piel de D´Artagnan, y no dejó de enfundarse túnicas y velos para deambular por los ambientes bíblicos de Cecil B. de Mille en Sansón y Dalila.

Los años cincuenta fueron una década de enorme popularidad para ella porque comenzó a decantarse por sus trabajos televisivos, dejando de lado su carrera en el cine. Después de un papel de aviso en El largo y cálido verano, de Martin Ritt, pisó realmente fuerte con su creación de la señora Eleanor Shaw en la muy inquietante El mensajero del miedo, tratando de controlar a su propio hijo, Raymond, en todos los sentidos, incluso ése. Terriblemente manipuladora, cruel y traidora hasta la exasperación, Angela Lansbury compuso uno de sus mejores papeles en esta excepcional película de John Frankenheimer en la que no dejó de repetirnos que Raymond Shaw, su hijo, es la persona más gentil, valiente, cálida y el mejor ser humano que nunca podríamos conocer en la vida.

Después de este papel, sin embargo, no consiguió realizar películas de cierta categoría hasta ocho años después en la que la Walt Disney Pictures la reclama para encarnar a la inefable Eglantine Price en La bruja novata, una especie de recordatorio de Mary Poppins con más humor, más canciones y más magia. Y aquí es donde descubre sus dotes para el musical que fueron ampliamente explotadas en los escenarios. Casi de forma consecutiva estuvo presente en los musicales Mame (conocida en su versión cinematográfica con el título de Ante todo mujer, con Lucille Ball en el papel que ella interpretó sobre las tablas), La loca de Chaillot (sustituida por Katharine Hepburn en su versión cinematográfica), Gypsy (que interpretó Rosalind Russell) y Sweeney Todd. Todos ellos éxitos superlativos que cimentaron su fama de gran dama del teatro.

Volvió a ponerse delante de las cámaras en 1978 con la adaptación que John Guillermin realizó de la novela de Agatha Christie Muerte en el Nilo, encarnando a la excéntrica señorita Salomé Otterbourne y no dejó escapar la oportunidad de ponerse al frente de un reparto que incluía a Rock Hudson, Tony Curtis, Geraldine Chaplin, Elizabeth Taylor, Kim Novak y Edward Fox para encarnar a la señorita Marple en el misterio, también debido a la pluma de Agatha Christie, El espejo roto, probablemente una de las más creíbles interpretaciones de la vieja señorita aunque la película, en este caso, resultó muy floja.

En los ochenta siguió alternando sus trabajos televisivos con el teatro y apenas se la pudo ver en cine, salvo en En compañía de lobos, de Neil Jordan, y ya en el 91 poniendo voz a la inolvidable señorita Potts de La bella y la bestia. Su éxito mundial se produjo con las diferentes temporadas de Se ha escrito un crimen, dando vida a la escritora e investigadora Jessica Fletcher durante ocho temporadas y 264 episodios. Y aún nos dejó un regalo de despedida que podremos apreciar con su breve aparición en la segunda parte de Puñales por la espalda.

Con Angela Lansbury, se ha ido mucho más que la decana del cine y uno de los signos femeninos más elegantes de la historia. Se ha ido una grandísima actriz, capaz de afrontar cualquier papel que se le pusiera por delante, dando un poco de clase a esa baraja de la que ella formaba parte con distinción. El cine, hoy, sin ella es algo más incompleto y, sobre todo, mucho más vulgar.

viernes, 21 de octubre de 2022

INDISCRETA (1958), de Stanley Donen

 

Todo ocurre porque dos rectas finales acaban cruzándose. Ella ya está recibiendo los últimos aplausos y quizá sólo quiere tener un éxito más. Él ha vivido la vida sin complicaciones desde lo alto de una pirámide financiera reservada para los más entendidos. El lujo y las recepciones forman parte de su rutina, pero será un equívoco algo estúpido el que hará que ambos coincidan en ese vacío inexplicable que, a veces, es el corazón. La complicidad no tardará en aparecer y la simpatía se volverá algo más en una despedida que nunca se produce, al borde de un jarrón de secretos, en la misma orilla de la pasión.

Gentil señor que has conseguido traerme las flores de la última ovación, que haces vivir en mí el deseo de un beso más porque siempre sabe a poco, que intentas que la facilidad ocupe nuestras conversaciones salvando las distancias de la línea telefónica como si habláramos frente a frente mientras apoyamos nuestras mejillas en la almohada. Sólo pido que ya no haya engaños porque soy actriz y me he cansado de fingir. Gentil, gentil señor, recíbame entre sus brazos porque sólo en ese rincón sentiré la felicidad que tanto he perseguido en balnearios, hoteles de cinco estrellas y bastidores de teatro.

Gentil señor que derrocha buen humor cuando no parece darse cuenta de que todo el fingimiento ha saltado por los aires, que agarra con firmeza, pero sin fuerza, la copa de cristal que contiene el brindis que toda mujer le gustaría beber. En sus regalos de despedida en el ajetreo laboral siempre parece haber una disculpa y, al final, un enredo idiota está a punto de echar por la borda todo lo que hemos conseguido. La noche está enganchada a tu traje de etiqueta mientras el día se instala en mi sonrisa enamorada. Gentil, gentil señor, manténgame esa complicidad, esa broma compartida, esa risa que ya no suena sola, que ya se abre en la medianoche sin descansar hasta el alba.

Gentil, gentil señor de nombre Cary Grant, que destila tanta clase que acaba por ser deseable cuando hace el ganso en un baile escocés inolvidable, que ofrece su brazo a Ingrid Bergman para dejar que el encanto se apodere de una comedia pequeña de elegancia probada, que juega con la mirada para sólo encontrar acomodo en la de ella, como tratando de recordar un tiempo en el que estuvieron encadenados convertido ya en pura indiscreción. Stanley Donen fue el casamentero. Y, al terminar, sólo podemos agachar la cabeza, sonreír levemente y estar seguros de que hemos visto algo muy cercano a la perfección, más allá del lujo, más allá del vacío de unas vidas que estaban al borde de la irrelevancia. Gentil, gentil señor, ofrézcame su brazo para pasear a la orilla del río, a salvo de miradas atrevidas e incómodas. Dígame, una vez más, esa mentira que le pone a resguardo del sentimiento más desatado y luego calle y piérdase en esa conversación eterna de silencio clamoroso. Yo prometo ser buena chica y no montar ninguna escena para que luzcan menos los brillantes y más sus ojos.

jueves, 20 de octubre de 2022

CERDITA (2022), de Carlota Pereda

 

Sara es una chica como otra cualquiera. Echa una mano en la tienda de su padre y, entre cliente y cliente, trata de recuperar esas malditas matemáticas que ha suspendido en junio. Su mirada es tímida y torpe, pero perseverante. Y sabe que ella es blanco de las miradas de los demás porque tiene demasiada carne. Y no sólo de las miradas. También de las burlas crueles que piensan que no hay cerebro, ni pena debajo de tanta carne. Ella es blanda. Lo aguanta todo. Y si no, que no sea tan gorda, tan cerda…

Sara también es una adolescente. Y tiene los mismos miedos, dudas, agobios y contradicciones que cualquier otro inmerso en la edad del pavo. Es capaz de mentir para ahorrarse problemas y escurrir su voluminoso bulto, pero también posee una cierta inteligencia porque ha sufrido mucho. Han creído que su gesto era de risa cuando era de llanto. Han supuesto que todas esas humillaciones que ha soportado no hacían mella en su alma. Y eso es sólo patrimonio exclusivo de los ingenuos. Todo lo que decimos causa una huella que, a menudo, no se puede borrar. Y a Sara se le está hinchando la carne y nadie va a querer verla llena de ira. Ni siquiera ese presunto ángel de la guarda que ha ejecutado una cierta justicia poética. Aunque la tentación está ahí porque Sara, en el fondo, suplica por algo que todos necesitamos. Es ese sentimiento que se llama amor y que tanto falta cuando otras personas se dedican a exaltar los defectos de los demás sólo para resaltar su insultante perfección, su arrogancia despreciativa, su naturaleza más salvaje.

Cerdita tiene muchísimas virtudes y una de ellas es la notable contención que exhibe en sus dos primeros tercios en esa larga noche de peso y llanto. Carlota Pereda dirige esta película de tensión rural con excelente pulso aunque en el último tercio pierda, quizá, algo de clase para adentrarse dentro del terreno más sanguinolento y visceral aunque, por supuesto, sea una catarsis para ese personaje que encarna con desparpajo y múltiples matices Laura Galán, estupenda en sus reacciones adolescentes y acomplejadas, evolucionando desde la vergüenza hasta la rabia y provocando auténticos deseos de satisfecho rencor.

Y es que, demasiadas veces, condenamos a las personas sin atender al color de su alma y fijándonos tan sólo en sus kilos, en el color de su piel, en su estatura, en sus defectos, en sus mentiras… Todo el mundo miente, sólo que algunos parece que dicen la verdad. E, incluso, otros, cuando su vida depende de aquellos que han sido vilipendiados, no pueden evitar el comentario hiriente de quien se siente superior. Sólo por el aspecto físico. Y eso no es más que un exceso de grasa en la inteligencia. Esa misma que falta cuando se sueltan las peores maldades a alguien que no ha hecho nada salvo existir.

No todo debe centrarse en un cierto paralelismo entre una carnicería y un secuestro. Quizá podría haber formas más eficaces de resolver esos deseos de liberación de rabia y de hacer lo correcto de una forma violenta. La simpleza, al fin y al cabo, también merece vivir. Lo demás sería comportarse de la misma manera que el ignorante que carga todas sus frustraciones en la primera víctima que se ponga por delante, confiando en que su respuesta será el silencio. Ese mismo que abruma cuando merodea la muerte.

miércoles, 19 de octubre de 2022

MESAS SEPARADAS (1958), de Delbert Mann

 

El universo se abre en el comedor de una pensión cualquiera. Uno de esos sitios agradables que resultan ideales para perderse en el olvido. Allí, entre las mesas de un desayuno de cristal, se mueven las pasiones, las decepciones, las frustraciones y las debilidades y, al menos, hay algo de privacidad en esa posibilidad de tomar un café o un té sumido en los pensamientos propios. Un melifluo militar retirado, que trata de parecer simpático escondiéndose detrás de una verborrea algo inaguantable, no es quien dice ser. Una mujer se oculta bajo una madre dominante por la sencilla razón de que tiene pánico del resto del mundo. Un hombre deberá enfrentarse por última vez a la mujer que le ha devorado por dentro y que aún se revuelve en su interior mientras trata de ahogarla en alcohol. La dueña de la pensión, equilibrada y de una rara y discreta elegancia, prepara el decorado porque ella también es parte interesada del drama. Almas sin rumbo que confluyen en la nada abismal que se abre entre sus mesas. Días que empiezan después de noches sin fin. La maledicencia tratará de ser un huésped más, uno de esos que llegan sin avisar, pero quedará espantada ante un deseo de buenos días como signo de aceptación cuando todo parece derrumbado. Y las palabras, tan sólo dos, resultan fundamentales cuando se necesitan escuchar.

Es difícil escapar de la portada de todos los días. Y aún es más complicado competir con una mujer que lo tiene todo y que ha vivido más. No existen atajos para las responsabilidades y el juego de la vida trata simplemente de no parecer patético a cada hora. Puede que haya miradas acusatorias, desplantes injustificados y vergüenzas inasumibles, pero, aún así, quizá haya que reducir el espacio entre las mesas y, sin necesidad de demostrar un excesivo acercamiento, dejar que la amabilidad tenga un sitio en la mesa. La amabilidad normal. La amabilidad rutinaria. Esa misma que te permite ser uno más.

Película de actores inmersos en pasiones inconfesables, el director Delbert Mann realiza un excelente trabajo de dirección, prácticamente en clave teatral, con intérpretes sólidos como Burt Lancaster, Deborah Kerr, el sobresaliente David Niven en el papel que le proporcionó el único Oscar de su carrera, al igual que la tremenda elegancia que destila Wendy Hiller y la solvencia encantadoramente peligrosa de Rita Hayworth en su mejor intento dramático, moviéndose con soltura entre la ambigüedad y la razón. Y es que no es fácil vivir cuando todo a tu alrededor te empuja hacia el olvido, hacia la irrelevancia, hacia la seguridad de no haber pasado por una vida que, hasta el momento, no merece mucho la pena. El salón de desayunos, con ese olor a café pausado y a tostadas recién hechas, puede ser el lugar perfecto para dejar reposar ese pozo de decepciones que todos parecen llevar pesadamente a la espalda. Es un momento de vida mojada en leche que no deja de ser realidad. Ojalá todos los días se detuvieran ahí. En el principio. En la promesa. En la apariencia. En la sonrisa después del descanso o del insomnio. En el azúcar rehusado. En ese pedacito de existencia que se degusta en pequeños sorbos.

martes, 18 de octubre de 2022

LOS ESPÍAS (1927), de Fritz Lang

Un genio del mal detrás de la mesa de un banco articula toda una red de espías para hacerse con los tratados comerciales de Alemania con cualquier país. Dirige el negocio desde su silla de ruedas y trata de conseguir sus planes a través de unas cuantas mujeres a las que paga generosamente. Sin embargo, hay un elemento con el que no cuenta. El amor. Ese maldito traidor. Cuando aparece, ya no hay lealtades que valgan. Envía a una atractiva rusa a distraer al agente secreto que va tras él y la chica cae arrebatada en los brazos del Agente 326. Por otro lado, también envía a otra chica para seducir al Doctor Matsimoto, de la misión comercial japonesa, para robar el tratado de marras. Aquí no hay banderas, ni patriotismo, ni el típico enredo de espionaje para el bien del país. Sólo se halla la ambición desmedida, la aparición del capitalismo más salvaje que no repara en medios con tal de hacerse con el mayor número de ceros posible. Si eso significa la ruina de Alemania, adelante. Haghi, ese genio de las finanzas y de la maldad, intentará hacerse con el verdadero control político y financiero del país. Y va a hacer falta mucho tesón, mucha inteligencia y mucho trabajo para pararle.

Haghi, por otro lado, tiene otro talón de Aquiles que no esperaba. El amor que siente la chica rusa por el agente secreto, despierta sus celos. Él desea que la chica se enamore de él y no de ese petimetre al servicio del gobierno que no duda en disfrazarse de vagabundo por las calles con tal de conseguir alguna información. Vagabundo. No se puede caer más bajo. Es un individuo sin clase, sin altura, sin ambición, carente de gracia. Haghi prefiere no pensar en lo contrario. En realidad, es un tipo que sabe moverse excepcionalmente bien por los ambientes más elegantes, tratando de atrapar cualquier hilo que le proporcione un camino hasta el ovillo. Haghi caerá y, cuando se dé cuenta de que su caída es inevitable, tratará de arrastrar a todos y a todo. Al final, sólo será un patético payaso tratando de hacer reír a los mismos a los que ha intentado vencer.

Fritz Lang inauguró el género del espionaje con esta película presionado por el presupuesto porque se había gastado mucho más de lo previsto en Metrópolis y la productora UFA no estaba nada segura de financiarle una película sobre espías, un tema que, hasta ese momento, no se había planteado en el cine. Lang prometió gastarse lo menos posible en decorados, haciendo muchos primeros planos y con una puesta en escena austera y el resultado es que volvió a conseguir una obra muy cercana a la maestría. Aquí es donde se asientan las bases de todo lo que vendría después aunque no deja de ser un caso de espionaje político-industrial que, vista con los ojos de hoy en día, peca de ingenuidad. Aún así, hay secuencias prodigiosas, un ritmo sorprendente para el cine mudo, acostumbrado a detenerse en las expresiones de los intérpretes y un sentido de la historia casi realista para el año 1927. Lang, quizá, fue el primero de los espías en un mundo que estaba a punto de romperse en mil pedazos.

Y es que siempre hay algo que no se tiene en cuenta en los megalómanos planes de quien intenta dominar con billetes de banco. Tal vez porque esa motivación no es la más adecuada para construir nada y sí para destruir todo. Lang no quiso hacer ningún reflejo de esa realidad política que acaecería sobre Alemania algunos años después porque era algo que, en la época, no preocupaba en demasía. Los nazis aún no eran nada. Sólo a partir de M, el vampiro de Düsseldorf, Fritz Lang comenzó a ver la psicosis que se creaba en una sociedad a punto de caminar hacia el abismo.

viernes, 14 de octubre de 2022

ESO DEL MATRIMONIO (1971), de Arthur Hiller

 

La suite 719 del Hotel Plaza de Nueva York tiene algunas historias que contar. Una de ellas es sobre el matrimonio Nash. Da la casualidad de que están pintando su casa así que han decidido pasar una noche en el hotel más lujoso de la ciudad. Para él es sólo una noche más. Sin embargo, para ella, no lo es. En aquel hotel, en aquella habitación pasaron su inolvidable luna de miel. Y además es su “veintialgo” aniversario de boda. Sam está demasiado preocupado con sus negocios porque no marchan muy bien. Karen quiere que se olvide de todo, que se dé cuenta de que ella está allí, dispuesta a vivir una noche romántica y maravillosa, a la luz de una velas, con una cena opípara, unas bebidas bien preparadas. Quizá nada salga bien. Quizá Karen no se dé cuenta de que la mejor celebración para su “veintialgo” aniversario es que el año que viene, si todo va bien, estarán descorchando una botella de champagne para su “veintialgo más uno”.

Otra historia es sobre un productor de Hollywood que tiene un par de horas libres en la suite. Y claro, piensa en lo que piensan todos los hombres. Un rapidillo y ya está. La cara del individuo resulta ser un poema en rima endecasílaba cuando la chica que se presenta en la puerta de su habitación resulta ser un viejo amor de hace quince años. El equívoco está sobre la bandeja porque, al fin y al cabo, ella quiere cumplir con el servicio, pero a él le entra algún que otro reparo. Y debe darse prisa porque se le acaba el tiempo. Las sábanas se encargarán de recordarle la hora.

La tercera historia tiene que ver con el banquete de boda que se está celebrando en uno de los salones del hotel. No todo es color blanco o rosa. La novia, de forma incomprensible, se ha encerrado en el baño del hotel y sin dar la más mínima explicación. Sus padres, organizadores del evento, intentan por todos los medios que la chica explique lo que le pasa, pero no hay manera. Ella tiene los pies fríos y no quiere saber nada de la noche de bodas. Quizá sea el momento más adecuado para que sus padres reflexionen acerca de cómo creció ella y si ellos acertaron con su relación mientras la niña asistía como espectadora a todas sus aventuras.

De alguna manera, Eso del matrimonio se erige como una especie de continuación a las historias cortas y maravillosas que Neil Simon ya nos narró en California Suite sólo que cambiando el escenario a Nueva York. Para ello no deja de ser divertido en ningún momento y nos brinda algo extraordinario como es una de las interpretaciones más divertidas de toda la carrera de Walter Matthau. Tres historias para preguntarse si eso del matrimonio está tan bien como dicen o posee unos cuantos defectillos sin importancia. Apariencias, realidades, frustraciones, enredos, vaivenes, desencuentros…todo sin perder en ningún momento la sonrisa. Sí, esa tan elegante que siempre destiló Neil Simon en todos sus libretos teatrales y que, en esta ocasión, tuvo a Arthur Hiller como traductor detrás de la cámara. El resultado es otra comedia deliciosa, de diálogos vertiginosos y brillantes, con gusto, sin pretensiones. Aunque, la verdad, intentar arrancar unas cuantas carcajadas ya es buscar alguna pretensión que otra. Yo me quedo en la Suite del Plaza. Van a pasar cosas inauditas y divertidas.

miércoles, 12 de octubre de 2022

LOS RENGLONES TORCIDOS DE DIOS (2022), de Oriol Paulo

 

Detrás del rostro de Alice Gould se esconden los secretos que llevan a la cordura. Su mirada es una extraña mezcla de desafío y miedo y va a tener que guardar un perfecto equilibrio entre ambas cosas. Los fríos azulejos de la locura estrechan sus bordes para ahogar cualquier atisbo de razón. Y Alice lucha, lucha sin parar porque es posible que, en el fondo de su mente, haya algún desorden emparejado con la paranoia, pero también hay ese tesón inconfundible que sólo pertenece a las mujeres, incapaces de rendirse, valerosas hasta el éxtasis.

Alice deberá pisar con mucho cuidado en una selva de neurosis que resulta un camino lleno de trampas. Lo que es, no lo parece. Lo que parece, es. Y así, este detective privado de intuición comprobada y profunda valentía, nos cogerá de la mano para protegernos ante los embates desatados de la ira y de la ignorancia. Ella nos descubrirá cosas. Ella hará que entre la luz entre los muros marrones de suciedad y batas blancas. Como si fuera el mejor calmante entre tanto giro, entre tanta estupidez impostada que, en el fondo, está vestida de la misma arrogancia de la que ella peca. Alice somos nosotros, pero el nosotros del otro lado.

El cine español tenía una deuda contraída con la adaptación literaria de esta obra de Torcuato Luca de Tena. Con referentes como Corredor sin retorno, de Samuel Fuller, se construye una trama solvente a pesar de sus continuos retorcimientos, con una actriz que sobrepasa todas las marcas como Bárbara Lennie, centro, razón y locura de toda la historia, que eclipsa cualquier otro intento interpretativo a su alrededor. El director Oriol Paulo dirige con calma, intentando componer un cierto contrapeso al desquiciamiento evidente de un sanatorio donde el crimen es una enfermedad más. Quizá hagan falta un par de explicaciones que, con toda seguridad, se han quedado en el suelo de la sala de montaje, pero el conjunto es vigoroso, extremo, algo alargado, pero eficaz y, en muchos tramos, brillante.

Así que es el momento de diferenciar entre la verdad, la mentira y la esquizofrenia. No hay más trucos que la intuición y la seguridad de que, en ningún momento, se está contando todo. Son trozos de un mosaico mental que hay que juntar con habilidad y eso, por una vez, hace que el espectador sea tomado por un ser inteligente que no necesita anestesia. Las preguntas se harán cada vez más difíciles y los días serán más cortos. Todo reside en la punta de una aguja, o en la temible corriente que emana de una máquina que hace que la corriente pase por todo el cuerpo, como un río sin control de emociones y mentiras a medias. El historial será rellenado con paciencia, como si fuera fruto de una larga observación que se proporciona a través de una ventana donde se invierte en escondites y se rentabiliza con fuego.

Y el director Oriol Paulo no se limita a hacer una adaptación más o menos fiel, muy alejada del intento mexicano de 1983 por parte de Tulio Demicheli con intervención en el guión del propio Luca de Tena, sino que también juega con los tiempos narrativos para dar la impresión de que nada está demasiado claro y que todo depende de la perspectiva con la que se enfoquen los hechos. En esta ocasión, los renglones torcidos de Dios seguirán desviados, pero es posible que la letra sea algo más clara, menos morosa, más ambiciosa y con la obsesión como medicamento. Hay que seguir escribiendo. Hay que seguir a pesar de todo.            

lunes, 10 de octubre de 2022

OPEN RANGE (2003), de Kevin Costner

 

Olvidar mirando hacia adelante. Quizá eso es lo que quieren estos personajes que se mueven en un horizonte nublado de sol brillante. Desean recobrar algo tan básico como la esperanza. Charlie Waite sólo anhela que desaparezcan de su memoria los agujeros de bala que tuvo que abrir en otra vida, en otro tiempo. El jefe Spearman quiere seguir con su negocio de ganadería. Es pequeño, casi insignificante. Sólo se permite un viaje al año con sus reses para venderlas al mejor precio posible, pero es su vida porque él es un vaquero de pies a cabeza. Algo caprichoso con el dulce, pero enamorado del aire libre y del viento entre la maleza. Sue Barlow se está marchitando allí, en aquella casa bonita, de bonito jardín, ayudando a su hermano con los pacientes, pero sin futuro. Sólo ver pasar los días sin compañía. Sólo convertirse en una mujer más dedicada a hacer la casa, poner vendas, preparar un café y no recibir visitas. Todos esos personajes tendrán que converger de la forma más extraña a través de un duelo en el que morirán muchos y nacerán nuevos días.

Con estos personajes atormentados y con una venganza muy pensada, Kevin Costner realiza una hermosa película, con secuencias realmente buenas tanto en el plano de la acción como con el meramente intimista. Coloca todo el pasado de esos caracteres a los que él mismo admira como si fueran nubes perennes que no dejan pasar al sol en su plenitud porque la frustración está ahí, presidiendo sus vidas y ahogando sus noches. Sólo el jefe Spearman (delicada y maravillosamente interpretado por Robert Duvall) parece estar tranquilo en el fondo de su meditada sabiduría ganada con la experiencia. Todos buscan algo, pierden algo e intentan recuperar algo. Y deberán hacerlo a sangre y fuego porque en las tierras inhóspitas de pasto libre, no hay ley, ni solidaridad. Sólo el egoísmo de una época fría, que da la razón al que habla más fuerte a través de los cañones de los revólveres.

Al lado de Costner y Duvall, Annette Bening compone un personaje que, a pesar de estar trazado como una solterona amargada, destaca por su fuerza, su coraje. Una de esas valentías que sólo una mujer puede tener, sobreponiéndose a todo e, incluso, al pasado del hombre al que empieza a amar. Sabe que tendrá que curar muchas heridas y siempre se quedará con la duda de si volverá de su próximo viaje, pero ella es tan fuerte que no se arredra ante nada. Y mucho menos ante algo tan necesario como es el amor.

Los estampidos de los disparos resonarán por la calle del pueblo con unos cuantos tiroteos que serán mucho más breves de lo esperado. Al fin y al cabo, es mejor matar rápido y morir cuanto antes. Lo que sea con tal de acabar con el imperio de un cacique que no tiene piedad y que aplica su propia ley a la menor oportunidad. Disparar no es nada especial. Saber cuándo hacerlo, sí. Y Kevin Costner demostró, una vez más, tal vez la última, que con esta película sabía qué hacer con una cámara y cómo contar una historia.

viernes, 7 de octubre de 2022

ALIEN NACIÓN (1988), de Graham Baker

 

Tres años de cuarentena y estos forasteros ya se han integrado dentro de la sociedad. Les puedes ver en todas partes. Tienen sus tiendas de chucherías, sus gasolineras, sus negocios variados y ahora, el colmo. El primer oficial de policía comienza a ejercer. No puede ser en serio. Una raza que se emborracha con leche agria y que tiene los testículos en las axilas no tiene nada que ver con los humanos. La noche ahí fuera es dura. Bien lo sabe Matthew Sykes, uno de esos policías que han bebido calle a espuertas y que tiene los ojos abiertos de tantas noches en vela. Y ahora va a ser la niñera de un…no sé qué…que se llama ¿lo pueden creer? Sam Francisco. Y lo peor de todo es que se van a meter en una madriguera de bichos de otro mundo porque, como se han integrado, también se dedican a construir una red de drogadicción para alienígenas. Es que se dice y no se cree. La nación ahora es alien. Y los humanos deben aprender a convivir con esos bichos.

Vale, sí, son humanoides, son inteligentes e, incluso, de vez en cuando, demuestran tener sentido del humor. Pero… ¿hasta qué punto la Humanidad dejaría de ser racista con unos extraterrestres que han pedido asilo en la Tierra? No se les trataría igual. No serían más que ciudadanos de segunda en caso de que llegaran a ser aceptados. Y es difícil aceptar a esos cabezones como compañeros de sociedad. El Teniente Sam Francisco va a tener que demostrar muchas cosas en la investigación que van a comenzar. Y Matthew Sykes va a aprender lo que es el respeto cuando alguien a quien consideras inferior, es capaz de seguir el rastro hasta el mismísimo dolor.

Cuando esta película se estrenó, no gozó de demasiadas loas por parte de la crítica y del público. Sin embargo, con el tiempo, se ha convertido en una especie de clásico de culto por lo original del planteamiento. Por una vez, los “recién llegados” no quieren invadir la Tierra, no la anhelan, no quieren colonizarla, no quieren aprovecharse de ella. Sólo desean un hogar y luchan por integrarse dentro de una raza que, sin duda, no va a mirarlos con buenos ojos. Además de eso, su trama policíaca tiene su interés, a pesar de que el nuevo costumbrismo de una sociedad cambiante por la llegada de los visitantes pueda tapar cualquier intento de argumento. En el fondo, se trata de una película de colegas o buddy movie con la variante de que uno de ellos no es de este planeta. James Caan pone rostro a Sykes, con sus escepticismos y veteranías, siempre dentro de los clichés policiales de la época. Mandy Patinkin esconde el suyo para dar vida a Sam Francisco, el alienígena que quiere trabajar como uno más dentro del cuerpo de policía. Terence Stamp se encarga de ponerle maquillaje al villano y la película no deja de ser entretenida aunque dista mucho de ser ese título interesante que promete al principio. Y es que no es tan fácil contar la historia de unos tipos tan diferentes entre unos tipos tan iguales.

Así que, una vez que los “recién llegados”, pueblen nuestras calles, sólo cabrá asistir, atónitos, a sus comportamientos no tan diferentes a los seres humanos. Tal vez vinieron para poner un buen puñado de espejos en las calles para qué viéramos cuán ridículos podemos llegar a ser.

jueves, 6 de octubre de 2022

OBJETOS (2022), de Jorge Dorado

 

En un rincón olvidado de una antigua estación, hay una oficina de objetos perdidos regentada por un individuo algo taciturno, aislado del mundo. Su único aliciente consiste en restaurar alguna de las cosas que le traen y localizar a su dueño original. Tal vez así, obtenga una sonrisa de una vida que se ha empeñado en traer la infelicidad a su existencia. Es ínfima, apenas nada, pero lo hace porque no le queda nada más. Está rodeado de objetos inservibles, rotos, cubiertos de fango y olvido, pero quizá alguno de ellos signifique algo especial para alguien.

En el fondo, puede que su alma le esté empujando a restaurar algo más. Puede que alguna persona perdida necesite de su reparación. Una vez sintió algo, pero se evaporó por la rabia y la frustración. Lo cerró todo y se mudó al mismo lugar donde trabaja, al lado de esos objetos extraviados y cubiertos por el lodo del tiempo. Un hallazgo le remueve el estómago y la conciencia y decide que es hora de encontrar personas perdidas que debieron dejarse en algún lugar del camino lo que más querían. Será difícil porque todo el mundo tiene una tormenta en su interior que esconde sus verdaderas motivaciones, pero lo hará porque, si no, sabe que está muerto y que le queda muy poco por vivir.

A través de sus investigaciones para restituir lo que no se puede, ese hombre tendrá que visitar lugares muy dolorosos de su interior, pero hará todo lo necesario. Él es un especialista en eso. Es metódico y perseverante. Y siente que su momento de salir de la cueva que él mismo se ha construido ha llegado. Así es como el dolor deja paso a la esperanza y, a menudo, ella es sólo eso, una posibilidad, una nada vestida de todo, una promesa que es muy posible que no llegue jamás a cumplirse.

Jorge Dorado, director de la muy apreciable y poco apreciada Mindscape, decide traer la historia del alma de un hombre que fue abandonada también en los objetos perdidos del destino. Para ello, cuenta con la colaboración de un intenso Álvaro Morte, que no deja de buscar con la mirada algún lugar en el que posar su conciencia. El resultado es una película más que aceptable, con algún fleco suelto que no acaba de encajar, pero que, al fin y al cabo, nos habla sobre la honradez, sobre lo que un hombre insignificante es capaz de hacer si se lo propone, sobre una injusticia que debe convertirse en felicidad y sobre un mundo que esconde sus propios errores en maletas de falacia y de memoria borrada. No es una historia amable. No es gratificante. Es una búsqueda, un encuentro y una gloria en la derrota.

Así que no hay que dejar que los recuerdos se queden almacenados en una estantería de visita esporádica, esperando que alguien los rescate para volver a sentir lo que mereció la pena. Hay que luchar por ellos, porque somos nuestros recuerdos, por muy malos que sean, por mucho que nos hayan marcado. Sin olvidar que nos debe mover nuestro instinto de buenas personas. Personas perdidas, quizás, pero buenas personas. Y si hay que destapar negocios de barro y sangre crecidos bajo la luz del lujo, se hace, porque eso hará que una parte pequeña del mundo sea un poco mejor. De esa forma, puede que podamos irnos de vacaciones a algún lugar tranquilo, donde no nos alcance el chantaje, la obligación y el castigo inmerecido. Siempre hay algún ángel solitario que está dispuesto a descifrar la razón de las lágrimas, la permanencia de la tristeza o el auténtico sentido de una existencia que, en demasiadas ocasiones, nos parece del todo inútil.

miércoles, 5 de octubre de 2022

IPCRESS (1965), de Sidney J. Furie

 

Un científico desaparece en un tren. Se esfuma. Sin rastro. En la operación, se elimina al agente del servicio secreto encargado de protegerle. Y ahí es donde aparece Harry Palmer. En principio, Harry parece un oficinista escondido tras sus gafas de miope, pero es algo más. Sí, de acuerdo, se le ofreció entrar como espía en inteligencia militar a cambio de la cárcel. Harry tiene una ética propia, no muy alejada de la lógica.

-. ¿Le gusta el ejército, Palmer?

-. Me fascina.

Y esa es una forma de decir una mentira diciendo la verdad. Le fascina el comportamiento de los superiores, absolutamente embebidos en su orgía de poder. Le fascina que haya gente tan reprochable en las altas esferas y que se preocupen de que él, un simple sargento condenado por un desvío de dinero, esté a la hora, sea formal, haga su trabajo y no pregunte nada. Muy inglés todo. Sin embargo, Harry Palmer, dentro de su indisciplina mental, es excepcionalmente inteligente. Sabe que hay algo escondido dentro de esa trama de científicos que desaparecen y que son sometidos a un lavado de cerebro misterioso. Tendrá que husmear en sitios muy inhóspitos como en bibliotecas. Esos lugares que los superiores de Harry jamás han pisado. Al agente Palmer, no obstante, le gusta leer, escuchar música clásica y preparar unos exquisitos platos para la primera chica que se le cruce. No. No es James Bond. Todo lo contrario. Es un tipo eficiente, que trata de hacer su trabajo por encima de la inútil burocracia, que intenta conseguir resultados y, por tanto, se equivoca. O, más bien, llega tarde. Palmer tiene que mirar alrededor. Y lo que va a encontrar no le gusta nada.

Primera de las cinco encarnaciones que Michael Caine hizo de este agente secreto nacido de la pluma de Len Deighton y que dio la vuelta, en una arriesgada jugada, a todo lo que los superagentes suponían en plenos años sesenta. En contraposición con Bond, Harry Palmer es un personaje gris, lleno de cinismo, con unas respuestas que siempre esconden más de un sentido, sin predilección por la acción aunque no duda en emplearla cuando es necesario. Tendrá su continuación en Funeral en Berlín, sin duda la mejor de toda la serie, Un cerebro de un billón de dólares, Medianoche en San Petersburgo y El expreso de Pekín. Y no cabe duda de que va cayendo en el olvido porque no es un personaje espectacular en lo exterior, pero que resulta tan fascinante como el ejército para él en cuanto se rasca un poco en la superficie.

En esta ocasión, un director de estilo tan particular como Sidney Furie sabe llevar las riendas de una complicada trama que se encarama hasta el segundo lugar de todas las aventuras de Harry Palmer. A pesar de que, en algunas ocasiones, busca planos ciertamente rebuscados, Furie sabe apasionar con el personaje en una historia que decae ligeramente hacia el final. Tal vez porque Palmer no parece el personaje más adecuado para padecer un intento de lavado de cerebro. Aún así, la sensación es de haber visto una buena película, mesurada en su narración, en la que hay que buscar motivaciones y, por supuesto, enfangarse con las élites. Y, sin duda, desarrollar una enorme simpatía por ese hombre que parece andar sin que demasiadas cosas le importen nada.

lunes, 3 de octubre de 2022

¡HUNDID AL BISMARCK! (1960), de Lewis Gilbert

 

Un gigante de cincuenta mil toneladas surca el Mar Báltico en busca del Mar del Norte para azotar las costas inglesas. Hitler quiere a Inglaterra bajo su dominio y manda al acorazado más impresionante que navegó por las costas de Europa en la Segunda Guerra Mundial. Además, por si fuera poco, el tiempo les favorece. Una niebla camufla las intenciones del Almirante a bordo del Bismarck y los ingleses, privados de sus aviones de reconocimiento, apenas pueden prever sus movimientos. Hay que desguarnecer a algunos convoyes en curso para hacer frente a Goliath. La orden de Churchill retumba en los oídos del Centro de Planificación Naval de la castigada Londres: “¡Hundid al Bismarck!”.

En la larga singladura sorteando trampas y enemigos, rehuyendo en algunos casos el combate, el Bismarck se apuntará algunos tantos. Hundirá irremisiblemente al Hood, consiguiendo que sólo sobrevivan tres de sus mil cuatrocientos marineros. Y se enfrentará con inteligencia y ciertas dosis de arrogancia al resto de la Armada británica. Sin embargo, los ingleses son perseverantes. Saben que quizá un par de torpedos no consigan hundir al maldito e imponente barco, pero también tienen la certeza de que si se golpea continuamente, el gigante se puede tambalear. La estrategia que se lleva a cabo desde el Centro de Planificación Naval es inapelable. El Bismarck, la más fabulosa maquinaria de guerra marítima que se puso en servicio en los mares más fríos de Europa, será hundido. Sin piedad. Igual que él no la tuvo con el Hood.

Entre medias, por supuesto, habrá historias de superioridad moral y rencor por parte nazi y, desde luego, temores fundados y sufrimientos solitarios por parte británica. Las pasiones humanas, al fin y al cabo, forman parte de la guerra igual que las bombas, los cañones, los antiaéreos y los torpedos. Puede que un rostro bonito en medio de una tensión insoportable sea lo más indicado para recordar que, a pesar de todo, el mundo merece la pena. Por la mañana y por la noche. Bajo los bombardeos. Bajo la nada.

Excelente película que narra el asedio de la flota británica al más grande de los acorazados nazis, con Kenneth More y la suavidad de Dana Wynter sufriendo por el lado inglés, mientras que, a bordo del monstruo, se deleita Karel Stepanek en el papel del arrogante Almirante Lutjens y sufre, por usar la razón, Carl Möhner, impotente ante la locura de rencor de su superior, en la piel del Capitán Lindemann. Con un admirable uso de las maquetas y recordando ligeramente esa pequeña obra maestra que hicieron Michael Powell y Emeric Pressburger sobre La batalla del Río de la Plata, narrando la caída del también enorme acorazado Graf Von Spee, Lewis Gilbert dirige con precisión cronometrada toda la cadena de decisiones y jugadas que ponen en práctica los dos bandos en un tablero de agua apasionante en sus tácticas más que en las propias batallas. Aquí no ganaba quien tuviera mayor poderío naval. Sólo quien fuera más inteligente.

Así que, con la orden en la cabeza, la Armada británica se aprestó al ataque antes de que tuviera que adoptar una estrategia de defensa. Cuidado, incluso puede caer algo de sangre por la boca del comunicador con el puente de mando. El mar no tiene piedad. Y si un monstruo surge de entre sus aguas, aún tendrá menos.