viernes, 30 de abril de 2021

EL REHÉN (2018), de Brad Anderson

 

Mason Skiles no ve más rocas que los cubitos de hielo que se revuelven en su vaso de whisky. Ya lo perdió todo en la tierra más inhóspita y ahora, cuando las cicatrices no se han cerrado, tiene que volver al infierno. Fue un diplomático de cierta categoría, pero ya es sólo un muñeco roto que se ha dejado los jirones de sí mismo enganchados en el dolor. Debe regresar a Beirut para salvar a un viejo amigo y, de paso, hacerle un favor a la CIA. Lo único que le queda porque, al fin y al cabo, es lo que ha hecho durante toda su vida, es su talento para negociar. Skiles sabe cuándo el otro miente, cuándo se está tirando un farol, cuándo hay que esperar y, sobre todo, cuándo hay que arriesgar. En Beirut hay demasiados jugadores en la mesa y él debe negociar con unos y con otros porque el trato es liberar al hermano de un terrorista a cambio de su amigo de toda la vida que, por otro lado, también tiene bastante información que podría perjudicar a unos y a otros. Para Skiles, estirar la cuerda es algo normal y no hay que entrar en pánico. Él no lo hace porque siempre tiene un vaso a mano, pero sabe que es necesario mantener la calma, tratar de ver lo que se esconde detrás de la jugada del contrario y actuar de una forma que nadie espere. No hay nada como sorprender al rival en ese momento en el que no tiene mucho tiempo para pensar.

Al lado suyo, una espía. Una chica que también tiene algo que perder en la operación y que no se fía nada de ese borracho que ha perdido toda la dignidad por el camino. Es imposible que un hombre así sepa moverse por las calles derruidas de Beirut en el año ochenta y dos. El olor a cemento partido y a cadáver se extiende por toda la ciudad y ese tipo está embalsamado en alcohol. No obstante, ve de cerca cómo trabaja. Y no, no ha olvidado negociar, ni hacerlo a cuatro bandas, ni presionar, ni retirarse con un golpe en la mesa esperando que el otro se arrepienta y le invite a sentarse de nuevo. Ver a Mason Skiles en acción resulta todo un espectáculo de anticipación y sangre fría. Es como ver a la misma inteligencia trabajando.

Aunque la dirección de Brad Anderson es algo nerviosa, no se puede negar el brillante guión de Tony Gilroy en esta historia en la que se aprende cómo se mueven las negociaciones tras la cortina, los distintos movimientos de cada contendiente y el auténtico talento del hombre que sabe mediar en la diplomacia y en la guerra. Quizá un actor como Jon Hamm no sea el más carismático del mundo, pero el atractivo de su personaje compensa sus posibles carencias y, desde luego, está muy bien acompañado por Rosamund Pike y por el ladino Shea Whigham como esa mano negra que encierra la seguridad de que no hay buenos en la mentira. El rehén es una película que pasó desapercibida en su momento y, quizá, no lo merezca. Más que nada porque, con ella, sabremos cuáles son las líneas rojas que nunca hay que cruzar en una negociación.

jueves, 29 de abril de 2021

PENÍNSULA (2020), de Yeon Sang-ho

 

Cuando se realiza una secuela, aunque ésta no puede considerarse totalmente como tal, uno de los peores errores que se cometen es la conciencia de que el éxito de la película inicial se basa en una serie de situaciones que guardan una cierta originalidad y se pretende hacer lo mismo con conocimiento de causa en la segunda. Sin duda, en Península, hay algún que otro detalle que no está mal…pero sólo son detalles. El resto es una sucesión de estereotipos, con clara inspiración en la cinemática de los videojuegos, y una irritante autocomplacencia que la dejan a mucha distancia de Tren a Busan.

Además tiene otro error mayúsculo que ensombrece cualquier otra consideración y es el terrible diseño gráfico en las secuencias de persecución de coches de la película. Se trata de darle espectacularidad a la historia con derrapajes reiterativos, choques imposibles, un buen puñado de sombras saltando por los aires y la absoluta falta de imaginación a la hora de precisar sin género de dudas que los verdaderos malvados no son los muertos vivientes sino los vivos murientes. Y todo con la excusa de un atraco, con una tendencia hacia el melodrama estirado hasta la saciedad en la parte final, con algunas secuencias largas como un mordisco de zombie y sangrantes como una herida en la zona cero.

Península no es una secuela propiamente dicha. Es sólo la prolongación de la excusa de partida de Tren a Busan, pero eliminando el elemento de la angustia para centrarse en una ida y venida, con sus emboscadas, sus homenajes que, en algún momento, pueden parecer copias descaradas a películas como El último hombre vivo, de Boris Sagal; o Alien 3, de David Fincher, o, incluso y salvando las distancias con un salto de gigante, a Espartaco, de Stanley Kubrick, pero el resultado es pobre, pretencioso, gravemente absurdo y, lo que es peor, en algún momento se traiciona a sí misma al no respetar sus propias reglas.

Así que en esta ocasión tendremos una visita al remordimiento, a la sensación de no haber hecho todo lo posible cuando era necesario, al peso del dolor y de la redención, al asesinato de la lógica para cometer una última heroicidad de un protagonista que parece nacido para serlo. Los villanos son pura sobreactuación, sin más campo acotado que una pequeña línea de diálogo que no lleva a ninguna parte, con la certeza de que la desolación es vecina de la normalidad y que el prólogo, en esta ocasión, está muy lejos de la atracción que ejercían los primeros compases de la bastante superior Tren a Busan.

Es hora de derrapar una vez más en la zona cera, con prisas y trucos repetitivos, con una acción que se pretende trepidante y que también desbarra en algunos pasajes. Tal vez haya que pensar más si se quiere acercar al éxito, o, simplemente, desistir de la idea de hacer otra aventura con cadáveres andantes y salvajismo atenuado. Al final, es posible que lo que parece una fantasía sea real y haya que tener en cuenta a los que guardan la apariencia de la locura. Y que los salvadores sean portadores de otra situación estereotipada hasta la náusea. Deprisa y corriendo es difícil que salgan las cosas cuando se trata del terror. No vale sólo con una situación de partida que, a priori, parece bastante atractiva. Hay que dar carne a las balas. Hay que disparar con precisión. Si no, todo se diluye en la más oscura mediocridad de un montón de vehículos que son mentira, unos cuantos accidentes que huelen a falso y un puñado de tonterías que cansan con premeditación y alevosía con la poca luz en movimiento que se arroja sobre la zona cero. 

miércoles, 28 de abril de 2021

TREN A BUSAN (2016), de Yeon Sang-ho

 

Las vías del tren, muy a menudo, son comparadas con la misma vida. Un lento e inexorable caminar hacia adelante en el que puede pasar cualquier cosa. No importa si, en esta ocasión, es un tren de alta velocidad o si el hilo conductor de todo es que nos olvidamos del cariño para centrarnos en las cosas que menos merecen la pena. Lo impensable ocurre. Y en este tren viaja la muerte en casi todas sus formas. Un virus se escapa y el mundo comienza a derrumbarse mientras la máquina arranca. El universo entero se reduce a unos cuantos vagones que son, a la vez, la trampa y la salvación. Un puñado de supervivientes por vocación tratarán de seguir en el camino. El resto será pasto de los monstruos.

En estas situaciones es demasiado evidente que la unión hace la fuerza y siempre estará el egoísta de turno tratando de salvarse sin pensar en los demás. La niña es sabiduría porque llora al intuir que todos tratan de seguir vivos a costa de que otros mueran. La belleza está en algún lugar del corazón, en algún último momento al borde del abismo. Sólo ahí los condenados podrán darse cuenta de toda la suerte que tuvieron y de todo el olvido que cometieron. Mientras tanto, las situaciones se suceden con cierto vértigo. Por supuesto, hay algo estereotipado y manido, pero también se configura una originalidad palpable. Tal vez porque el acierto mayor de esta película está en que es más una película de aventuras que una de terror.

Primorosamente cuidada en algunas de sus secuencias, acudiendo a la vieja fórmula de que los muertos vivientes son torpes, pero muchos, Tren a Busan hace pasar a los viajeros por la angustia, por la creatividad, por la valentía, por el sacrificio y por unas cuantas preguntas sobre el sentido de la vida mientras se pasean por el mismo abismo de la peor de las muertes. Tal vez, todo encaje cuando se canta una melodía como último agarradero de la esperanza. O cuando se elige lo peor para que otros lleguen unos kilómetros más allá. La oscuridad es una aliada. Los baños son un refugio. El valor es un minuto de osadía. El silencio es el arrastre. Y el tren se alía misteriosamente con todas las fuerzas del bien y del mal hasta que queda la misma esencia de todos los conceptos.

Las horas de sangre se antojarán eternas en un viaje que, en el fondo, es muy corto en lo físico y tremendamente largo en lo moral. No se puede perder el rumbo y encontrarlo en la desesperación porque el dolor aparecerá inevitablemente. El daño que se produce al no pensar en los que nos acompañan es tan grande que llega a destrozarnos a nosotros mismos. Y el tren sigue y sigue. Como ahora mismo, que está en movimiento y seguimos sin aprender la lección. La codicia nos ciega y nos convierte en muertos vivientes aunque ni siquiera nos estamos dando cuenta. Y es tiempo de pisar el andén y encontrar algo más que un ser dispuesto a morder allí donde más duele.

martes, 27 de abril de 2021

REBELIÓN A BORDO (La tragedia de la Bounty) (1935), de Frank Lloyd

 

Los límites de la autoridad suelen coincidir con la frontera de lo razonable. Cuando los castigos se reparten con ligereza, la imposición de las órdenes se hace siempre bajo coacción, el objetivo se coloca por encima de la dignidad de las personas, siempre hay un espíritu rebelde que tratará de colocar las cosas en su sitio. En este caso, será un oficial, algo petimetre, pero indudablemente lleno de coraje, el que pondrá al diabólico Capitán Bligh contra las cuerdas. Demasiados meses a bordo, temiendo que el afán por cumplir el deber del capitán decaiga en la humillación de un puñado de hombres que trabajan por una miseria, se debaten entre el escorbuto y sólo reciben un trago de ron al día para mantener, de alguna manera, su lealtad. El suboficial Fletcher Christian estará ahí para tratar de que el paraíso sea, simplemente, la libertad.

Es una historia mil veces adaptada por el cine y, sin ningún género de dudas, la versión de Frank Lloyd, con Clark Gable, Charles Laughton y Franchot Tone, aunque altera los hechos que en realidad acaecieron, es la mejor. Laughton consigue imprimir a su Capitán Bligh unos tintes realmente odiosos, vacilantes, con un ligero matiz de complejo de superioridad para esconder sus carencias. Gable se ajusta más al prototipo de héroe comenzando como un petimetre que toma conciencia de una necesidad perentoria en alta mar. Franchot Tone se presenta también como un hijo de papá que trata de reafirmarse en su personalidad a través de un hecho que, lejos de ser un acto de heroísmo, es, sobre todo, un intento de supervivencia. La dirección de Lloyd es contenida, con momentos de indudable espectacularidad y llevando la narración con calma, sin excesos fuera de lugar, sin más armas que el deseo de entretener en la única rebelión a bordo de un barco inglés en toda la Historia.

Así que es el momento de oler a brea, de saborear la sal del aire, de izar el trinquete y navegar por aguas polinesias en busca del árbol del pan. Por el camino, es de justicia valorar si el comportamiento del oficial al mando es cabal o si es una expresión del sentido más equivocado de la autoridad, o si es de recibo acatar las nuevas órdenes de ese suboficial sin demasiada experiencia que se presenta como el salvador de la tripulación. El paraíso es muy tentador para que un barco lleno de rebeldes pase de largo y, aunque se puede echar de menos el honor, es fácil quedarse a degustar las mieles de una vida sin obligaciones, libertina, sin órdenes que cumplir y sin galones que limpiar. Aún así, habrá alguno que quiera volver para demostrar que, en el fondo, se tenía algo de razón y, a menudo, un tribunal no se comporta como debiera. Es la dureza que tenían que afrontar muchos marineros que se atrevían a lanzarse al mar o de simples ciudadanos que estaban tomando una cerveza en la taberna y tenían que acompañar a las terribles levas reclutadoras. El mar está ahí esperando. Y su inmensidad y calma es tan impresionante que devoró a muchos en su raciocinio y en su deber.

viernes, 23 de abril de 2021

EL OSCAR ERRANTE


 

Sí, este año el calvo de oro va a ser una errante estatuilla que va a vagar de aquí para allá intentando encontrar un dueño que lo merezca teniendo en cuenta que, debido a la enorme cantidad de películas retrasadas en su estreno por causa de la pandemia, lo que se ha colado en las nominaciones es el poderío de las plataformas frente a la asumida modestia del cine independiente. Es evidente la bajada de nivel y no ha habido grandes películas en esta temporada. Sin embargo, a pesar de todo, el cine sigue siendo muy grande y es posible que trate, por todos los medios, de mantenerse en pie. Otra cosa es que lo consiga.


En cualquier caso, si pasamos a las nominaciones y al siempre peligroso juego de los pronósticos, no cabe duda de que la gran favorita para ganar el Premio a la Mejor película sea Nomadland porque tiene varios elementos para triunfar en estos tiempos de debilidad y de irritante corrección política. La protagonista es una mujer, víctima de la crisis financiera, con una directora que pertenece a una minoría étnica, con ritmo lento y mensaje profundo. No se puede pedir más. Es la candidata perfecta.
En el apartado del mejor actor habrá que apostar por Chadwick Boseman en La madre del blues y, siendo sinceros y honestos, no lo merece. Mucho más justo sería el premio para Anthony Hopkins, actor de larga y probada competencia que ya merece su segundo premio y que realiza una interpretación profundamente sabia en El padre, pero Boseman falleció no hace mucho, es negro y la película también habla, no muy acertadamente, sobre la gente de color. Otro candidato perfecto.


Para la mejor actriz, la que está mejor posicionada es Andra Day por Los Estados Unidos contra Billie Holiday y ésta sí lo merece. Realiza una auténtica creación en la piel de la mítica cantante, imitando ese gesto adormilado y esa voz casi rota, con momentos de enorme intensidad dramática en una película que sí es mucho más efectiva que otras de parecido corte. Las opciones de Frances McDormand pòr Nomadland son escasas porque un tercer Oscar para ella parece excesivo y ya se sabe que la Academia no es amiga de acumular premios en un solo nombre. Y sí, es una razón de peso, y el que no lo vea, es que no se ha mirado muchas nominaciones históricas.



Para el mejor actor secundario, parece muy claro el premio para Daniel Kaluuya por Judas and the black Messiah, traslación a la lucha por los derechos civiles de los no siempre aceptables Panteras Negras de la historia de Jesucristo, con mártir y el FBI en el papel de soldados romanos. Kaluuya es un hombre que ha dado interpretaciones bastante valiosas en distintos títulos y ya sorprendió con aquella Déjame salir que hizo que todos experimentáramos un gélido escalofrío por la espalda.

Para la actriz secundaria, la predicción está mucho más abierta. No es demasiado convincente que se lo den a María Bakalova por intervenir en una de las tonterías de Sacha Baron Cohen, aunque es muy posible que la tendencia vaya por ese camino. Más aceptable sería el premio para Glenn Close, aunque Hillbilly sea una película bastante reprochable y no haría justicia a una actriz que acumula ya siete nominaciones sin haber ganado nunca. El premio a Olivia Colman por su papel de hija en El padre sería bastante más adecuado que dárselo a Bakalova, pero ya se sabe, Hollywood, a veces, se ríe de sí mismo con carcajadas más fuertes que los aplausos.


Para el mejor director, hay una clara favorita y es Chloé Zhao por su trabajo al frente de Nomadland. Se nota, en cualquier caso, su especial atención a la dirección de todos los intérpretes, llenos de matices a cada momento y su cuidado en la fotografía y puesta en escena. Si, además de todo ello, eres de etnia asiática, estás dentro de la apuesta independiente a la que, de vez en cuando, también hay que motivar y hablas de problemas que, hoy en día, parecen mucho más cercanos que hace unos años, no se hable más.



Para la mejor película internacional, un raro eufemismo para referirse a la mejor película en lengua extranjera de toda la vida y alejar la posible polémica que podía avecinarse con una potencial nominación en esta categoría para Minari, película hablada en coreano, pero producida en Estados Unidos, parece que el afortunado puede ser Thomas Vinterberg y su Otra ronda, una historia que coquetea peligrosamente con la apología del alcoholismo para lanzar un mensaje de carpe diem que, quizá, es el único clavo que nos queda en los días que vivimos.


Habría que destacar también, la casi segura recompensa para Soul en el apartado de mejor película de animación y la batalla que puede haber en el terreno de los guiones, aunque es posible que se premie a Aaron Sorkin para el mejor guión adaptado por su trabajo en El juicio de los 7 de Chicago, quizá, junto con Mank, la película que más responde al ideal Oscar; y nuevamente a Chloé Zhao para el mejor guión original por su paisaje de elecciones y destinos que pone en juego en Nomadland.


Así que será el momento de coger la estatuilla, subirse a la caravana, que ha estado muy de moda este año, y hacer millas para encontrar nuevos niveles de calidad a los que subirse. El calvo de oro tiene el hatillo en el hombro y el carnet de buen chico en la cartera y todo parece indicar que lo políticamente correcto será el gran triunfador en la ceremonia del próximo domingo 25 de abril. Todos a bordo. Nos veremos en el camino.


jueves, 22 de abril de 2021

UNA JOVEN PROMETEDORA (2020), de Emerald Fennell

 

Demasiados machos. Lo mejor es elaborar una venganza en condiciones para que saboreen que se ahogan en su propia arrogancia falocrática. En el fondo, todos ellos guardan muchas frustraciones que tratan de superar aprovechándose de la situación. Y ahí está la joven prometedora que pone las cosas en su sitio y les hace ver que son unos seres patéticos y peligrosos, que tratan de impresionar con las maneras de niño bueno, o con un aire intelectualoide que dan ganas de colgarlos en la verga mayor. Todos caen en la trampa. Es tentador de más aprovecharse de una situación que no merecen y a la que no tienen ningún derecho.

Y es desmoralizador ver cómo tratan de ser algo más haciendo lo que les hace totalmente de menos. Más que nada porque no hay ni uno que se salve. La joven prometedora ha desarrollado una sociopatía de caballo y con razón porque las experiencias son traumáticas, la pérdida de fe en el hombre en sí mismo está justificada. E incluso en quien no es hombre. Sólo se perdona a quien muestra algo de arrepentimiento por algo que pasó y que aún no ha cerrado las profundas cicatrices. En esos actos absolutamente reprochables y deleznables no sólo hay un forzado deseo de doblegar voluntades, sino, también, un desprecio hacia la mujer que llega al asco. Y se van a encontrar con la horma de su zapato.

También hay otras personas que pecaron con el silencio, o con la indiferencia. Basta arrastrar una deslenguada fama para que la verdad se distorsione y el mundo de promesas se convierte en un infierno de mentiras. El precio a pagar es muy alto y, sobre todo, muy humillante. Y la venganza debe saborearse debidamente servida de un bufé muy frío. Tanto es así que, cuando se trata de superar ese odio visceral, el pasado y el presente parece que se alían y recuerdan todo lo que no se puede dejar atrás. Ya no hay nada que perder. Sólo la capacidad para darse cuenta de que, tal vez y de forma muy rara, la inteligencia sí que puede ser útil.

Carey Mulligan es mejor actriz cuando sugiere y sonríe sin sonreír. Y aquí está eminente, con una capacidad para contarlo todo sin decir nada que llega al escalofrío. La dirección de Emerald Fennel es sobria, salvo en una secuencia que no era en absoluto necesaria, pero es de justicia reconocer que el guión tiene ideas muy apreciables, sumergiendo al espectador en la angustia de la protagonista y, por supuesto, en sus océanos de mala baba que llegan a ser tremendamente disfrutables. El resultado es una película en la que uno se da cuenta de que, en efecto, la mujer es mucho más lista, mucho más paciente, mucho más sincera y mucho más compleja, en el mejor sentido de la palabra. Algo que, de todas formas, los hombres desprovistos de arrogancia y superioridad, ya tenían asumido hace bastante tiempo.

Así que sólo vale ponerse al lado de esta joven que siempre tiene la trampa preparada y que se convierte en una cazadora de abundantes estúpidos, que, sin duda, los hay y pululan con total libertad por las calles nocturnas. La tontería se ha instalado tanto en el entorno que ya resulta difícil identificarla y ésa sí que no tiene sexo. Las que callan y otorgan, los que actúan y desbarran, los que tapan sus delitos con auras rechazables de respetabilidad también son culpables y deberían de pagar con la afilada ironía de quien realmente es superior. Sin aspavientos. Sin eslóganes facilones. Sólo dando machete al que verdaderamente se cree macho y, sin dejar de sorprender, ni siquiera es consciente de ello.

martes, 20 de abril de 2021

ME CASÉ CON UNA BRUJA (1942), de René Clair

 

Una maldición arrastrada para toda la eternidad. Es lo que tiene cuando un puritano se pone a quemar brujas y hechiceros a diestro y siniestro. Luego resulta que el alma anda pululando por ahí y se reencarna en quien menos te lo esperas. Y el caso es que la bruja está para comérsela con pócimas y todo. La venganza sobre el último descendiente de aquel puritano impuro no puede ser más refinada. Descubre que el individuo se va a casar con alguien a quien no ama, así que, ni corta ni perezosa, se dispone a conquistarle para dejarlo más solo que la una en el último momento. Y ya se sabe. Las brujas, por muy brujas que sean, cuando utilizan sus armas de seducción, resultan más atractivas que una chica normal y de buena familia. Más aún si son rubias y dulces. Estas brujas…

Las conjunciones químicas del amor siempre provocan reacciones inesperadas. El humo y el hechizo forman parte del cortejo y, quizá, a veces, no sale todo exactamente como debería. En cualquier caso, hay que saber que casarse con una bruja no es tan malo si la tienes en el bote. Y es que ella es encantadora, perversamente ladina, atronadoramente atractiva y sustancialmente inteligente. Estas cualidades no sólo no se encuentran en cualquier mujer, sino que tampoco en cualquier bruja. Es el momento de perder la cabeza y entregarse en cuerpo y alma para que ella te acoja, te abrace, te queme y haga de ti un perfecto juguete en manos del libro de los conjuros. Sólo se tiene la certeza de que, cuando ella sonríe, el mundo parece más tenebroso, pero, a la vez, está lleno de misterios que apetece mucho desentrañar.

René Clair dirigió está comedia elegante con un maravilloso actor, de registros variados y que se desenvolvía perfectamente en terrenos divertidos, como Fredric March, un nombre incomprensiblemente olvidado hoy en día. Ella, como no podía ser de otra manera, es Veronica Lake que, detrás del flequillo, pone en juego un buen puñado de armas seductoras sin dejar nunca de lado un matiz ligeramente malvado. Ambos te llevan al convencimiento de que la delgada línea que separa el amor de la venganza es tan fina como el grosor de unos labios que estás deseando humedecer con los tuyos. Y que te lance tantos hechizos como quiera… ¡qué diablos!

Y es que cuando hombre cae cautivado por una mujer, ya no hace falta poner barrotes a su alma. Está preso para toda la eternidad. Sueñas con ella, anhelas estar junto a ella, el mundo se descompone en sólo cuatro letras como las de ella. Más allá sólo están las estúpidas convenciones sociales que, en la época moderna, son los sustitutivos más evidentes de las antiguas hogueras que, además de madera y fuego, estaban bien provistas de intolerancia. Lo más bonito de todo es que esta película te lo dice todo con una sonrisa en la boca. Y cuidado con ella, conquista de tal manera que te verás arrastrado al abismo del pecado y de la brujería más oscura. Se llama amor.

LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL EDÉN (1992), de John McTiernan

 

En ocasiones, los científicos olvidan que hay un buen puñado de cosas importantes además de la que, por supuesto, es el objeto de sus investigaciones. El aislamiento al que tienden se puede acentuar aún más por un entorno virgen, paraíso natural, que esconde a unos cuantos indígenas que aún se rigen por las reglas de la inocencia, un par de hormigueros valiosos y la seguridad de que el hombre blanco llegará pronto para llevárselo todo. Aún así, el profesor Campbell ha pedido un ayudante. A ser posible hombre, dispuesto a soportar las incomodidades de la lluvia y el calor en ese imposible lugar que parecía inalcanzable para la ambición humana. En lugar de un hombre, aparece una mujer y el profesor Campbell se siente incómodo. Sin embargo, ese es un sentimiento que no puede permitirse el lujo de experimentar cuando se trata de saber cuál es el elemento que falta para fabricar una vacuna contra el cáncer. Sí, porque el Edén tiene tantos misterios que, a menudo, no se sabe lo que se echa a una probeta.

Hay que traducirlo todo, saber cuál es la cantidad exacta, identificar los componentes, pasarlo por el cromatógrafo. Y la casualidad, esa amiga de la ciencia, es una protagonista en la investigación. Los días, allí en las tierras vírgenes, son distintos e, incluso, también existen las rivalidades casi supersticiosas para pugnar por el primer lugar en los milagros. La mezcla se consiguió y, sin embargo, se perdió. Un componente, casi fantasmagórico, que se escapa una y otra vez y nadie cae en la cuenta de que está allí cerca, muy cerca, casi ofreciéndose, casi imperceptible, pero evidente. Cada avance en el progreso de la Humanidad se halla a un paso de la pertinente casualidad.

John McTiernan da muestras, una vez más, del gran director que era y maneja a Sean Connery y Lorraine Bracco haciendo de ellos unos personajes atractivos y salvajes, a un paso de lo incivilizado y del razonamiento, en delicado equilibrio para lanzar y mantenerse en el mensaje ecológico de la destrucción gratuita para hacer carreteras, o urbanizaciones, o alcantarillados por los que se desaguan gran parte de la vida de nuestro planeta. La película es toda una aventura del saber y de la supervivencia, llevada con ligereza para no cansar con su mensaje importantísimo y funciona porque, ante todo y sobre todo, guarda un profundo e intenso respeto por aquellos que viven allí donde la mano del hombre no tardará en llegar.

Así que, aunque intentemos golpear con fuerza unas cuantas bolas de golf desde un tie  de salida imposible, es hora de concienciarnos un poco de que no tenemos otro hogar al que huir y que deberíamos cuidarlo como si fuera nuestra propia casa. Con todos sus defectos y virtudes, salvaguardando la belleza inmensa que conserva entre sus rincones redondos de verde, vegetación, fauna y variedad humana. Posiblemente ahí es donde empiezan todos los remedios posibles. Incluso aquellos que parecen totalmente inalcanzables por culpa de una enfermedad que se lleva a la gente sin ninguna piedad, igual que el hombre en plena selva.

viernes, 16 de abril de 2021

SOUND OF METAL (2020), de Darius Marder

 

Cuenta la leyenda que Ludwig van Beethoven dirigió su Novena Sinfonía ante un auditorio abarrotado a pesar de su pertinaz sordera. Cuando terminó la interpretación, el maestro se volvió para recoger los aplausos y unas lágrimas se deslizaban por su rostro…porque no podía oír aquella ovación. En esta ocasión, se trata de un música que toca la batería en un grupo heavy y su rabia es contra la certeza ineludible de que no va a poder retomar su vida en ninguno de sus aspectos.

Y es que una de las principales cosas que hay que afinar cuando sobreviene una incapacidad es la asunción del problema. Este músico trata de encontrar soluciones e, incluso, prueba la felicidad, pero, sencillamente, la rechaza. No es capaz de verla. Tal vez porque, además de sordo, también es un poco ciego. Cree que lo que ha construido hasta el momento es indestructible y, en realidad, es demoledoramente frágil. Tanto es así que, quizá, prefiera sumergirse en el infierno del silencio al que ha sido condenado. Desde ese instante, es posible que comience a emerger el verdadero hombre que habita en él.

Por el camino, tendrá que aprender a dominar el enfado que siente, a desarrollar nuevas habilidades, a creer que aún sirve para algo…pero es incapaz de interiorizarlo y asumirlo. Piensa que, si recupera el sonido, la vida saldrá a buscarle. Y no siempre es así. La vida suele ser bastante cicatera, roñosa e ingrata. La recompensa no va a estar donde él la busca. Va a pasar de largo y él, sumergido en una desgracia que sólo procura superar creyendo que todo lo que le ha sido arrebatado, le va a ser devuelto, tendrá que bucear en sí mismo para darse cuenta. Y aún así, no sabremos nunca si ha encontrado las respuestas.

Apuesta arriesgada la de Darius Marder al dirigir esta película que navega entre el silencio y el ruido con algunas aristas en el camino. De narración árida, la historia llega a ser tan absorbente, que Marder, con ojo de lince y oído de can, pasa por alto un par de incongruencias que pueden, incluso, ser importantes. No cabe duda de que el trabajo de Riz Ahmed es esforzado, con especial énfasis en sus miradas de no creerse demasiado todo lo que le está ocurriendo, sin abandonar la ingenuidad del rebelde ante lo imposible. Entre los aciertos también habría que señalar la inteligente utilización de la banda sonora para que el espectador sienta el agobio del problema, la injusticia del destino y la inmadurez del protagonista.

Puede que sentarse en un banco y observar un campanario silencioso sea la respuesta a todo. La voluntad, a veces, no es suficiente para retomar caminos que, en realidad, ya estaban un poco agotados. El camino de la paz interior siempre está lleno de dificultades que, en un primer momento, parecen absolutamente insalvables y la precipitación también está presente en un instante clave en la película. El intento es loable, pero sin encajar del todo las piezas, como un ruido que pasa y no se descifra, como unas palabras que se oyen, pero no se quedan. El infierno del silencio, sin duda, es un camino muy tortuoso para llegar a ser consciente de los errores más vitales. Y puede que sea tarde para tomar las decisiones correctas. Sólo quedará la rabia de no volver a escuchar los aplausos, o de no volver a hacer lo que más gusta. Y no será por la sordera.

jueves, 15 de abril de 2021

OTRA RONDA (2020), de Thomas Vinterberg

 

A veces,  la vida parece atascarse sin solución. Ya lo que uno habla empieza a no interesar a nadie. Tu mujer ya no reconoce al hombre, en teoría, maravilloso con el que se casó. Nada tiene gracia, ni demasiado sentido. Sin embargo, una noche, con la excusa de probar una absurda teoría psicológica, parece que es una buena idea tomarse cuatro copitas para encender la mecha de lo ingenioso. De repente, las clases de estos profesores que han llegado al acuerdo de beber a la manera de Hemingway, son más divertidas, más originales y consiguen la imposible atención de sus alumnos.

El acuerdo incluye el achisparse, no emborracharse y hay que hacerlo en horas de trabajo. Ya se sabe, disfrazando el vodka de botella de agua o de termo de café. Un reconstituyente poderoso para que, de improviso, sea interesante hablar sobre Churchill, o sobre Kierkegaard, o para que los chavales tengan un lazo efectivo y afectivo en los entrenamientos de fútbol. Sin embargo, no hace falta ser muy inteligente para saber que eso es jugar con fuego porque, como dice la canción, “las cuatro copitas que hace un rato bebí, me van a marear”.

Y ningún experimento se queda en el objetivo marcado. Siempre se intenta ir un poco más allá para saber cuáles son las consecuencias de sobrepasar los límites de la máxima que establece la teoría. Y la devastación comienza a entrar en las vidas de estos cuatro maestros aburridos, atorados en su propia existencia, cansados de no llegar a ser ni la mitad de hombres que soñaron ser de jóvenes. Como bien dice el propio Kierkegaard: ¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? Es el contenido del sueño”.

Así que Otra ronda se convierte, a través de la tragedia y del viaje tenebroso hacia los infiernos etílicos, en una celebración del momento, en la seguridad de que nunca hay que pensar en las metas, sino en el trayecto, en la absoluta certeza de que el provecho surge del instante y no del sueño. Thomas Vinterberg dirige con precisión, pero la película, en algún trecho, se resiente de ser demasiado reiterativa. Y, por supuesto, todo descansa sobre los hombros de Mads Mikkelsen, que presta un fascinante rostro a esa etapa de la vida en la que ya se deja atrás la juventud y comienza a abrirse la siempre deprimente madurez en forma de ese tiempo en el que ya no haces locuras, no te atreves a bailar, no te dejas arrastrar por la pasión, sólo el conformismo y la rutina se asientan con autoridad en tu vida. Tal vez, no pase nada por beber un poco de vez en cuando, pero hay que dejar que la tristeza se vaya de otra manera.

Demasiadas frustraciones subyacen dentro de esa vida tan exquisitamente cómoda y ordenada que parecen tener las sociedades nórdicas. Debajo de esa apariencia confortable, se hallan sueños no realizados, puntos de fuga continuos, perplejidad ante una existencia aburrida y desechable. El silencio se adueña de esos rostros que luchan con denuedo para esconder todos sus sentimientos y, en este caso, Dinamarca es casi una cuba escondida que conserva todos sus defectos en alcohol para evitar su deterioro. Por eso, es preferible echarse cuatro copitas al coleto y dejar que la estupidez de un momento que se escapa ahogue el gozo del instante que hay que agarrar. Para algunos, será demasiado tarde para echarse atrás. El ridículo también acecha. Y también lo patético reclama unos cubitos de hielo en el vaso. Más vale sentirse satisfecho por lo que se ha conseguido que fracasado por lo que fue una decepción.

miércoles, 14 de abril de 2021

CÓNSUL HONORARIO (1983), de John McKenzie

 

A veces, se poseen todos los motivos del mundo para odiar a alguien y, sin embargo, es imposible. Ese individuo, no se sabe si por su tranquilidad, su paciencia, su cariño al llevarte a casa borracho o su modo algo libertino de entender la vida, te cae irremediablemente bien. En medio de uno de los países más pobres del cono sur, sólo existe barro, frustración violenta, decepción porque el sol sigue siendo implacable y la dictadura también, evasión mental a espuertas, bebida fuerte quemando por el gaznate y sudor empapando las guayaberas. Y en medio de las brumas del alcohol, aparece este médico, que no quiere hacer daño a nadie, pero, que, sin embargo, por conciencia política y familiar, ayuda a la guerrilla a realizar un secuestro proporcionando un cuándo. Y todo sale mal porque se rapta a la persona menos adecuada. Maldita sea, Eduardo, deberías seguir con tu trabajo de médico, tu consulta diaria, ayudando así a personas que lo necesitan aunque no tengan con qué pagar. El movimiento se demuestra andando y el tuyo debería ser en esa dirección. Y ahora las lágrimas caen sobre una cama cualquiera en medio de la selva. Porque el engañado y la prostituta han perdido a un ser al que querían bien. Sé Cónsul Honorario para esto.

Las calles mojadas por sus gruesas tormentas, la amenaza constante de una policía que ya conspira contra la población, la vigilancia permanente sólo para tener la sensación de que los derechos están siendo recortados a pedazos. Algo hay que hacer, en algo hay que comprometerse, pero todo está equivocado. Se apela a una antigua amistad que ya no es. Y, lo peor de todo, se mira en el interior y se desea que algo salga mal porque así estará el camino libre para que el amor se ejerza con libertad. En el fondo, en el corazón de Eduardo, no hay libertad para andar por la calle y tampoco la hay para amar en una cama.

No cabe duda de que el tiempo ha pasado sobre esta adaptación de la novela de Graham Greene que, una vez más, trata de perdedores y de causas perdidas y, más bien, inútiles. La música delata la década y el color es casi una cartulina desteñida que flota sobre un charco. Michael Caine trata de dar lo mejor de sí mismo ante el supuesto torbellino, nada convincente, de Richard Gere ante una dirección sosa, poco brillante, anodina y casi desganada de John McKenzie que, quizá, otorga los mejores momentos de lucimiento a Bob Hoskins que basa su siniestro personaje en estimas de mirada, amenazas sin pronunciar y advertencias solapadas.

Así que, quizá, dentro de un país corrupto y una revolución inútil, sea el momento de sacrificarse porque, al fin y al cabo, no se va a conseguir lo que se quiere. Por mucho que todo haya empezado por un mero capricho que se ha movido entre una piel cetrina de amor prestado. Sólo se trata de andar, una vez más, en la dirección equivocada y confiar en que la lluvia borre todas las huellas porque nada importa. Sólo las lágrimas incomprensibles de los que se quedan.

martes, 13 de abril de 2021

UNA HISTORIA VERDADERA (The Straight Story) (1999), de David Lynch

 

Ya no queda mucho tiempo. Es una última oportunidad para dejar las cosas bien atadas con respecto al cariño. No es un cariño cualquiera. Es ese que, en parte, ha hecho de ti la persona que eres. Se han compartido muchas cosas, muchas alegrías, muchas decepciones y también algunas tristezas. La guerra dejó cicatrices que, a buen seguro, el cariño ayudó a curar. No importa que el viaje se prolongue más de la cuenta porque lo único que se tiene es un cortacésped que no pasa de los veinte kilómetros por hora. Es la última hora de demostrar que se ha sido una buena persona, que se han intentado hacer las cosas de acuerdo a una ética personal, que hay hechos que aún pesan en la mente como una tormenta porque, tal vez, alguien murió por tu culpa y todos, todos los días te acuerdas de ese chico, no muy alto de estatura, que siempre iba de avanzadilla. No, no puedes permitir que alguien a quien has querido, no se despida de ti.

Además, no hay nada que se pueda igualar a la sensación del olor a tierra mojada cuando ves llover bajo el cobijo de un granero vacío, o esa certeza de que, a pesar de todo, aún hay gente que merece mucho la pena en este lento caminar que es la vida. Tu hija, quizá, no sea muy inteligente, pero se apañará bien porque ha aprendido la belleza de la sencillez y no necesita más. Hay que dar algo de descanso al alma. Hay que dejar un reguero de verdad a nuestro paso.

David Lynch dirigió esta película con un sentido narrativo admirable, dejando de lado sus obsesiones sobre el retorcimiento de la realidad, brindando un personaje de altura, maravillosamente interpretado por Richard Farnsworth y emocionando a cada minuto con la odisea de este anciano que decide ir a ver por última vez a su hermano a bordo de un cortacésped porque siente que ése es su deber, su deuda y su deseo. Con él, conseguimos atrapar el aroma de los maizales, la picadura del sol, el frescor de la noche alrededor de una buena hoguera, el tacto de lo entrañable, la bondad de otros, la paciencia de la edad y la seguridad de que lo peor de hacerse viejo es, precisamente, acordarse de que se fue joven.

Por lo demás, el espectador camina junto a él. Y se pueden contar las arrugas y por qué aparecen. Se pueden palpar las durezas en las manos y la mirada tan cargada de experiencias. El nudo se hace en la garganta porque, de alguna manera, presentimos que ese viejo también seremos nosotros y nos gustaría que, de llegar ese momento, podamos afrontar la última recta con su calma y con su sabiduría. Todo lo demás quizá sea prescindible porque, al fin y al cabo, la muerte saldrá al encuentro tarde o temprano. Y habrá que mirarla a la cara con toda la serenidad que sea posible.

viernes, 9 de abril de 2021

NOMADLAND (2020), de Chloé Zhao

 

En tiempos de crueldad no cabe duda de que es posible que haya gente que se vea empujada a vivir en la carretera, confinados en sus furgonetas o caravanas, sin raíces en ningún sitio, haciendo de la temporalidad un estilo de vida. Sin embargo, también hay algunos que lo eligen voluntariamente porque hacen que esa guarida de estrechez y privación sea un refugio, una forma de no volver a pasar dolor, una puerta a la supervivencia con sus inconvenientes, pero con muchas seguridades al margen de la pena, del permanente afán de la planificación futura, del reproche, del pasado que persigue siempre a los más débiles.

Fern es una mujer que lo ha perdido todo y, sin embargo, mira hacia adelante. No quiere volver a tejer lazos de cariño que no le permitan abandonarlo todo en un minuto y hacer kilómetros. Su errante peregrinaje no debe tener fin porque ya ha vivido como los demás y ha sufrido demasiado. No quiere más lágrimas, ni más nostalgias. Sólo vivir el día, el momento, el nuevo amanecer, el paseo en soledad, sin huir de la camaradería que pueda surgir en el instante. Desea ser nómada para que, al fin y al cabo, el horizonte sea la montaña, o el desierto, o la verdad desnuda. El mundo no va a hacer ningún esfuerzo por acordarse de ella y eso es lo que va a hacer ella misma con el mundo. El siguiente paso es lo único que le preocupa.

No cabe duda de que el trabajo de Frances McDormand es uno de los alicientes más importantes a la hora de ver esta película. Por su rostro, pasan todos los sentimientos sin llegar a asirlos, todos los pensamientos sin conseguir asentarlos, todos los razonamientos sin obtener demasiadas respuestas. En su expresión, tenemos la certeza de que lo importante no es el destino en absoluto, sino el viaje. Ahí está la pasión, la comprobación evidente de que las buenas personas existen, de que la esperanza hay que vivirla sólo que de otra manera. Ella ayuda y es ayudada. Es luz y recibe claridad. Al fondo, la dirección de Chloe Zhao es nítida y comprensible, quizá con algún que otro amanecer de más y alguna escena demasiado subrayada, pero, sin duda, llena de sobriedad y de distancia, tratando de implicarse tan poco como lo hace la protagonista. La banda sonora de Ludovico Einaudi parece convertirse en los pasos hacia ninguna parte que llevan a esta historia que, en el fondo, habla de una superación, de un instinto y de una partida que nunca acaba.

Y es que la vida golpea tan duramente que, en ocasiones, se desea que ella se olvide de ti, que pase de largo y haga como que no existes porque, tal vez, sea el único modo de disfrutarla sin pensar en futuros que cada vez se presentan como más inciertos y engañosos. No hay días siguientes, sólo próximos minutos y los que viven así, también son dignos de la mayor admiración porque sobreviven dentro de un estilo de vida agobiante, lleno de deudas, sometido a la muerte y con la seguridad de que la felicidad llega y se evaporará sin avisar. Para ello, puede que sea mejor rebajar las expectativas y darse cuenta de que las cosas pequeñas también son rastros de buenos momentos con vocación de mayor permanencia. Es una lección muy difícil de aprender porque no hay que sacar conclusiones, hay que prohibirse los juicios ajenos, hay que dejar que las horas se deslicen sin preguntarse los porqués. La soledad espera, sí…pero tal vez sea una soledad que merezca mucho la pena siempre que no se pierda la ilusión, la alegría del instante, la luz que todos llevamos dentro, como los faros de una furgoneta que anuncia que un hogar se pone en movimiento. 

jueves, 8 de abril de 2021

LOS ESTADOS UNIDOS CONTRA BILLIE HOLIDAY (2020), de Lee Daniels

 

La voz cansada y ronca de Lady Day parece resonar a través de los años con tanta fuerza que es posible que el cielo tenga críticos que siguen diciendo que su música es eterna. Por dentro, el coraje de una mujer que creía que no merecía la felicidad nos lleva por los terrenos del jazz más sentido, haciendo que no se puedan olvidar las notas de una extraña fruta, de una bendición de Dios hacia los niños o de una descripción en la que invita a disfrutar todo lo que fue ella.

Lo cierto es que, de vez en cuando, hay una canción que despierta las conciencias de todos aquellos que se acercan a escuchar, aunque su lamento sea para descubrir que, quizá, los derechos civiles están lejos de alcanzarse en una nación que se ufana de democrática y que aún no ha aprobado una ley nacional contra el linchamiento. Por el camino, Lady Day tomará unas cuantas decisiones equivocadas, se hundirá en los infiernos de una droga de la que es imposible salir porque posee demasiados vacíos en su vida y actuará siempre en contra de la promesa de la estabilidad porque eso significa que, en cualquier momento, se puede perder. Mientras tanto, la gente se quedará boquiabierta porque, entre las brumas y la desgracia, ella, única, especial, inimitable y valiente, pondrá los acentos en la diástole de nuestros corazones, con su voz, su sentimiento, su verdad expuesta en cada una de sus melodías. Ella no era canción, no era música, era una coda que tardó mucho en terminar.

No cabe duda de que Andra Day realiza un trabajo espectacular en la piel de la inmortal dama del jazz Billie Holiday. En maneras, en miradas desvaídas, en esa voz que casi regresa de nuevo para moverse al compás del humo de cualquier auditorio ansioso de arte y saxo. Tal vez, en algún momento, la película se alarga más de lo debido, pero el trabajo de la actriz y cantante es tan extraordinario que sólo esperas el siguiente pinchazo, la siguiente poesía de sus cuerdas vocales, la siguiente caída. Esforzada es la dirección de Lee Daniels, que no duda en presentar al FBI como una panda de mafiosos que trabajaban para ahogar cualquier atisbo de rebelión para que las diferencias continuaran, para que pudiera haber un nuevo linchamiento en cualquier campo del profundo sur de los Estados Unidos. Y se servirán de la traición, de la falsedad, de la decepción y del convencimiento de que nunca se puede alcanzar nada parecido a la igualdad.

Al lado de la gran cantante, estará El Presidente del Saxo, Lester Young, uno de los mejores solistas de la Historia, poniendo sensatez y serenidad a una mujer que acabará autodestruida en un camino presentido hacia la soledad y la desesperación. El foco, por supuesto, tendrá algún desvío hacia la improvisación que siempre es el amor, el derecho a unos pocos momentos en los que la libertad será un espejismo y la certeza de que la vida puede que sólo merezca la pena si hay amigos alrededor, aunque las agujas proliferen y la muerte tenga que venir poco a poco, como el inevitable final de una canción que, en el fondo, todo el mundo quiso escuchar.

En algún lugar, es muy probable de Lady Day esté intentando aprender unos pasos de vals con el verdadero amor de su vida en sus brazos, tratando de que no le pisen el vestido, conservando todo su carácter de rebeldía y de frustración, llevando al límite una tonalidad de voz que parecía arrastrada por el estropajo de la persecución, de la incomprensión y de la envidia. Al fin y al cabo, ella, viviendo una existencia despreciable, fue la primera dama del jazz. Otros, guardando la puerta al odio y al racismo, no fueron nada más que eficaces funcionarios al servicio del poder en la sombra.

miércoles, 7 de abril de 2021

BERTRAND TAVERNIER: EL CINE EN DIRECTO

 

Bertrand Tavernier fue un cineasta que surgió como consecuencia directa de la nouvelle vague. Su concepción del cine era muy parecida a la de esos jóvenes que revolucionaron el cine mundial y la aplicó a conciencia, mezclada con una cinefilia recalcitrante que utilizó en todo momento para llenar sus películas de homenajes, referencias y testimonios de amor al cine más clásico, sin dejar nunca de exponer sus propias ideas y obsesiones. Fue especial y catedrático. Fue verdadero y extraordinario.

De joven, prefirió dedicarse a escribir críticas que a estudiar Derecho, así que, tal y como ocurrió con sus mayores, el salto a la dirección era sólo cuestión de tiempo. Lo hizo con El relojero de Saint Paul basándose en una novela de Georges Simenon sobre un relojero que descubre que su hijo es un asesino y trata de entender los motivos antes de emitir un juicio sobre él. Es verdad que es una película que delata, de alguna manera, que Tavernier aún no domina los resortes básicos de la narrativa, pero también es cierto que descubre a un cineasta que trata de sugerir más que mostrar, que invita al espectador a implicarse en la historia e intentar, con apenas dos trazos, esbozar el camino a seguir. Eso es algo que confirma en otra película en la que tampoco ha madurado lo suficiente como es El juez y el asesino, en la que pone en juego las manipulaciones de un juez que se plantea seriamente si llevar el caso de un asesino en serie puede perjudicar su carrera.

Sin embargo, Tavernier estaba a punto de entrar en la parte más brillante de su carrera. Una vez hechas unas cuantas películas que, sin duda, son de aprendizaje aunque podríamos añadir el adjetivo de ambicioso, nos sorprende con una película impresionante como es La muerte en directo, con una maravillosa Romy Schneider desnudando todas sus inquietudes como mujer y como actriz en ese futuro distópico en el que un reality-show se empeña en mostrar la agonía de enfermos terminales en un mundo en el que es muy raro morir de una enfermedad. Con la ayuda de actores americanos como Harvey Keitel y Harry Dean Stanton, Tavernier articula una película admonitoria, terrible, impía y, al mismo tiempo, poética en su oscuridad.

Al año siguiente, otra obra maestra. Coup de Torchon, adaptación de la novela negra de Jim Thompson 1280 almas trasladando la acción al África colonial francesa, nos descubre a un Tavernier que se pone el sombrero de ala ancha en un escenario de pobreza y miseria en el que se mueve la corrupción y el asesinato a través del tremendo personaje que compone Philippe Noiret.

Con la inspiración en marcha, Tavernier pone en pie la delicadísima y maravillosa Un domingo en el campo, agradable paseo por la campiña francesa de la mano de un viejo pintor que pasa un feliz domingo porque su familia viene a verle. A través de esas horas compartidas, descubrimos que su hija soltera, en realidad, es una activista de bravura y razón y que, sin duda, es una despedida de la vida y, también, de una época.

Alrededor de la medianoche puede ser, quizá, una de las obras máximas de Bertrand Tavernier. Todos los amantes del jazz caminan por las calles del Paris más bohemio para tocar una última vez en el Blue Note porque, siempre que se ve esta película, es como si se tocara una melodía por primera vez al lado de este viejo saxofonista que también interpreta con su voz ese lamento de que tal vez pueda vivir lo suficiente como para ver una avenida con el nombre de Charlie Parker, un parque dedicado a Lester Young o una plaza a Duke Ellington. O, incluso, una calle para Dale Turner.

Después de ese notable estudio sobre el pasado que es La vida y nada más, o de ese acercamiento a la delincuencia juvenil inteligentísimo a través de los ojos de un policía en Ley 627, Tavernier se atreve a revisitar los mitos de la literatura francesa con La hija de D´Artagnan con uno de los mejores papeles de Sophie Marceu y la sabiduría de Philippe Noiret en la piel del mítico mosquetero. Sin embargo, Tavernier vuelve a dar un aldabonazo de impresionante talento con Capitán Conan, historia de unos de esos guerreros de primerísima línea en la Primera Guerra Mundial que, después de dar hasta la piedad por su país, es olvidado por él, como un trasto inútil que no sirvió para nada. Con escenas de acción llenas de dinamismo y violencia, este puñado de sanguinarios soldados de daga y estrangulamiento también nos enseñan que el heroísmo no está siempre recubierto de gloria.

Hoy empieza todo es el testimonio de amor de Bertrand Tavernier hacia la docencia. La figura de un profesor de primaria implicado en las dificultades de las familias que le rodean al pertenecer en una zona de depresión económica no hace más que levantar un sentimiento de admiración por una profesión ingrata, terriblemente vilipendiada e increíblemente heroica. El profesor Daniel Lefebvre, interpretado maravillosamente por Philippe Torreton (también protagonista de Capitán Conan), lleva parte de todos los que nos hemos puesto de cara a una pizarra alguna vez.

A partir de esta película, Tavernier comienza a espaciar sus proyectos aunque aún nos deja una incursión en el cine americano como es la extraña e hipnótica En el centro de la tormenta, basada en una de las novelas de James Lee Burke con su carismático protagonista, el detective Dave Robicheaux, interpretado en esta ocasión por Tommy Lee Jones. Enfangado en los pantanos de Nueva Orléans, la película aún nos fascina en sus ambientes y en sus elementos que, prácticamente, hacen recordar al realismo mágico. Una excelente película.

En los últimos años, Bertrand Tavernier se entregó a su labor como documentalista realizando, bajo el título genérico de Viaje a través del cine francés, todo un repaso a las películas de su juventud, al nacimiento de su pasión cinéfila y a su entrega a un arte que, a partir de ahora, le va a echar mucho de menos.

Bertrand Tavernier ha sido uno de esos directores capaces de arrancarnos lágrimas, provocarnos sonrisas, dibujarnos horrores y otorgarnos tranquilidades. La deuda con él por parte de cualquiera que ame realmente el cine es impagable.

martes, 6 de abril de 2021

GEORGE SEGAL: LA NATURALIDAD OLVIDADA

 

Si hay que destacar alguna característica de un actor como George Segal, tal vez habría que decir su naturalidad. Nunca forzaba la tuerca más de lo necesario, siempre se colocaba en una zona intermedia entre el tono bajo y la brillantez. Eso no quiere decir que fuera mediocre, ni mucho menos. No es fácil ser natural en la escena y abordar con garantías un puñado de papeles difíciles que, al fin y al cabo, trataban de retratar al hombre moderno, atribulado e indeciso de los años sesenta y setenta. Quizá por eso es un actor al que siempre merece la pena recordar, porque esa naturalidad de pasar por delante de la cámara como quien pasa por delante de una marquesina de autobús sea una virtud que ha quedado algo olvidada.

Procedente del medio televisivo, muchos sitúan su punto de partida en ese profesor universitario novato y perplejo, incapaz de reaccionar, oportunista y aprovechado que compuso para ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Mike Nichols que le reportó su única nominación para los premios de la Academia, en este caso, al mejor actor secundario. Sin embargo, Segal ya había dado algún aviso de talento en películas más que apreciables como Invitación a un pistolero, de Richard Wilson, y, sobre todo, en King Rat, de Bryan Forbes, una especie de vuelta al universo de La gran evasión desde una perspectiva exclusivamente británica que significo su primer papel protagonista al lado de un reparto muy destacable con nombres como James Fox, Tom Courtenay, Patrick O´Neal, Denholm Elliott, James Donald o John Mills. También estuvo entre el privilegiado elenco que Stanley Kramer consiguió reunir para El barco de los locos, película coral sobre un grupo de pasajeros en un trasatlántico que se dirige a Alemania en vísperas del auténtico horror que allí espera en los años treinta.

Después de la nominación, Segal se hace cargo de una curiosa película, muy en la línea del ambiente descrito en las novelas de John Le Carré, titulada Conspiración en Berlín, en la piel de un espía cansado, que no se siente apoyado por ningún lado y que debe sacrificar lo que quiere en una odiosa jugada del tablero de audacia y falsedad que siempre es la intriga internacional de los servicios secretos. Con guión de Harold Pinter y dirección de Michael Anderson, Segal compone un agente que parece llevar el peso del mundo sobre sus hombros y que, simplemente, se prolonga por inercia.

Se embarca en la que es, quizá, una de las producciones más caras de la factoría Corman, La matanza del día de San Valentín, al lado de Jason Robards y Ralph Meeker y se enfunda en la piel del aventurero más osado en la adaptación de Julio Verne La estrella del Sur, compartiendo reparto con Orson Welles y Ursula Andress en una adaptación notable y desenfadada. De ahí pasa a protagonizar una excelente película bélica como es la casi desconocida El puente de Remagen, de John Guillermin, al lado de actores de prestigio como Ben Gazzara, Robert Vaughn, Bradford Dillman, E. G. Marshall y Peter Van Eyck, pero llevándose la mejor parte de todo el bombardeo.

Con una consideración de estrella, empieza a compartir cartel con los nombres más rutilantes de la época, como es el caso de Barbra Streisand en esa rareza cómico-sexual que es La gatita y el búho, de Herbert Ross, o la excelente farsa de atracos Un diamante al rojo vivo, de Peter Yates, con Robert Redford en la cabecera de cartel. En un giro inesperado, el director Melvin Frank le ofrece un papel en el Reino Unido y se incorpora a Un toque de distinción, película que hoy permanece totalmente olvidada, pero que fue un gran éxito en la época por su desinhibición y humor al abordar un adulterio y que significó el segundo Oscar para esa gran actriz llamada Glenda Jackson.

Interesante fue su incursión en el género del thriller científico en El hombre terminal, de Mike Hodges y estupendo fue su trabajo a las órdenes de Robert Altman en la piel de un adicto al juego en California Split al lado de un inspirado Elliott Gould. Divertida y atinada fue su encarnación del hijo de Sam Spade en El halcón negro, de David Giler y, sin duda, una de sus mejores comedias fue Roba bien sin mirar a quién, de Ted Kotcheff, haciendo pareja con Jane Fonda y describiendo los apuros de un matrimonio en plena crisis económica y tratando de pasarse al mundo de los robos de zapatazo instantáneo.

La montaña rusa, de James Gladstone, fue la tercera película que se rodó con el sistema Sensorround y, quizá por ello, ha pasado por ser una cinta de catástrofes cuando, en realidad, tiene mucho más que ver con Hitchcock. Su interpretación del policía insistente y profesional fue sólida y también ha sido olvidada por el agujero negro del cine más comercial. Sin embargo, Pero ¿quién mata a los grandes chefs?, también de Ted Kotcheff, junto a Jacqueline Bisset es algo más recordada por su tono de sátira del mundo de la gastronomía con misterio incluido.

El éxito Un toque de distinción hizo que Melvin Frank volviese a reunir a George Segal y a Glenda Jackson en una especie de continuación titulada Un toque con más clase, aunque carecía de la frescura del original. Y no cabe duda de que fue interesante su reunión con Natalie Wood en La última pareja, una radiografía de la liberación sexual a través de los ojos de un matrimonio de lo más tradicional en un tono, naturalmente, de sonrisa permanente.

A partir de aquí, en 1980, la carrera de George Segal declinó ostensiblemente. Los años comenzaron a hacer mella en su rostro siempre visto con agrado y simpatía y fue condenado a papeles secundarios e, incluso, bastante irrelevantes. Aún nos deja alguna muestra de su estilo inconfundible en películas como Jugar duro, una de las más interesantes y olvidadas películas de Burt Reynolds; o el padre desaparecido de aquel éxito que fue Mira quién habla, de Amy Heckerling; y, por supuesto, su aparición como agente de una pareja de cómicos extraordinaria encarnados por Bette Midler y James Caan en esa belleza de película que es Ayer, hoy y siempre, de Mark Rydell, también muy olvidada. Prolonga su carrera apareciendo en un buen puñado de series y se le puede ver en un papel muy secundario en El amor tiene dos caras, de su vieja amiga Barbra Streisand, o como estrella invitada en la terrible 2012, de Roland Emmerich, o en el tremendo fracaso que supuso Un loco a domicilio, de Ben Stiller.

Lo cierto es que un pedazo de naturalidad tranquila se ha ido, dejándonos sin un héroe corriente al que agarrarnos. Conocedor de sus limitaciones, George Segal no dejó nunca de brindarnos lo mejor a través de algo parecido a la rutina, al día a día de cada uno de sus personajes. Su naturalidad, de ninguna manera, debería haber echado raíces en el olvido porque siempre se han necesitado actores como él.