jueves, 31 de marzo de 2022

LLEGARON DE NOCHE (2022), de imanol Uribe

 

Unos hombres buenos fueron asesinados a sangre fría porque se atrevían a decir en sus clases universitarias palabras de libertad. Se preocupaban por la gente, por los pobres, por tratar de llevar algo de esperanza a muchas personas que se movían entre el barro y la nada. Y además se trató de disfrazar su crimen de acto revolucionario cuando, en realidad, estaba premeditadamente ordenado por el gobierno de Alfredo Cristiani en El Salvador. Esa noche, esa noche en la que llegaron las balas a sus cabezas, la verdad quiso empezar a salir.

Siempre hay unos ojos indiscretos que miran lo indebido. Y aún así, recibirá presiones para que haya algún testimonio fehaciente de que aquello lo perpetró la guerrilla izquierdista. Ya se sabe, unos curas que predicaban la Teoría de la Liberación son incómodos para todas las partes y más aún cuando se hallan en un conflicto que tiene pocos visos de resolverse. El miedo se instala en quien ha visto lo que no debía ver y los burócratas del interrogatorio jugarán al agotamiento, a la presión bárbara, a la siembra de dudas, al enfrentamiento vil, a la más nauseabunda de las bajezas. Lo que sea con tal de liberar al gobierno de Cristiani de la culpabilidad de un crimen sin nombre, del asesinato de la libertad, por mucho que tenga alzacuellos.

Así, pues, asistimos más al ejercicio de la coacción de testigos antes que a la investigación del delito. No sabemos, con nombre y apellidos, quién ejecutó a los sacerdotes, aunque podemos intuir quién dio la orden y por qué. Sólo sabemos que agentes latinos del FBI, con la colaboración de los Estados Unidos, y el propio gobierno de El Salvador, se aplicaron en cuerpo y maldad y maltratar psicológicamente a la única persona que pudo ver algo de lo sucedido aquella noche. Y sí, la verdad quiere salir. Sea como sea. La verdad se empeña. La verdad lucha.

Imanol Uribe dirige esta reconstrucción de hechos e interrogatorios con austeridad, y no deja en ningún momento que los intérpretes se salgan de la sobriedad. Juana Acosta, por supuesto, lleva todo el peso y lo hace realmente bien. Karra Elejalde no es que sea serio, es que es vizcaíno. Y Carmelo Gómez quizá pone más soniquete religioso que el debido, pero resulta creíble. El resultado es una película realizada con cierta rabia, algo reiterativa en algún pasaje mientras va desarrollándose en tres planos temporales distintos, pero eficaz, porque pone el acento en la injusticia, en el crimen sin explicación, en el odio por las ideas y por la verdad. Y eso siempre es valioso.

Quizá porque esos curas españoles ponían en entredicho los métodos de la guerrilla de izquierdas, pero no sus objetivos. Quizá porque cualquier signo de bondad en una tierra que está siendo quemada se convierte en una conducta sospechosa. O quizá porque sólo se quiso ejecutar un simple golpe de mano para dejar bien clara la identidad de quién mandaba. No importa. Fue un asesinato. Terrible. Execrable. Rechazable. Una muestra más de que la propaganda, aunque sea mentira, si se repite suficientes veces, se convierte en verdad. Una verdad contaminada y corrompida. La auténtica no dejará de gritar, de querer ser dicha, de salir del alma para instalarse en el corazón y en el cerebro de los que escuchan. La verdad es el arma más poderosa contra la sinrazón. El padre Ignacio Ellacuría y sus compañeros lo sabían muy bien. Y murieron con la verdad. E hicieron verdad con su muerte. Que no se olvide.

miércoles, 30 de marzo de 2022

UN BESO ANTES DE MORIR (1956), de Gerd Oswald

 

Bud Corliss lleva mal la presión. Es un brillante estudiante de universidad, bien parecido, con carácter, con una pátina de presunción que es un poco evidente, pero, al fin y al cabo, ¿quién no ha sido joven? El caso es que sale con una chica y ella quiere casarse por todos los medios, a pesar de la oposición de la familia que aún no conoce al chico. Los acontecimientos parece que se precipitan porque Bud se ve obligado a tomar decisiones drásticas. No quiere casarse. Y, tal vez, sea necesario fingir un accidente para que su novia acabe con sus sueños en el suelo. Bud es tipo equívoco. Esconde mucho, mucho más de lo que enseña. Y hay que tener cuidado con esa gente porque, debajo de una apariencia encantadora, de tener siempre la palabra justa en el momento adecuado, subyace algo demasiado oscuro para creerlo, demasiado turbio para probarlo y demasiado inquietante para saberlo.

En Bud conviven varias contradicciones y no son fáciles de conocer. La juventud, ya se sabe, es un pozo de idas y venidas, de cambios de opinión, de influencias asimiladas que se empeñan en traer y llevar sin sentido. Tiene muy claro que la ambición es lo que le hará sobrevivir y se lanza a por ello sin pensárselo dos veces. Los obstáculos hay que extirparlos de raíz. Sin dudar, aunque para ello tenga que matar. Se trata de mantener la cabeza fría porque, sin ser ningún experto, Bud va a fallar en sus primeros intentos. La chica debe quitarse de en medio, sea como sea, porque es un impedimento para llegar a la meta y más con el error que ambos han cometido. Quizá, algo de justicia poética hay en el lugar en común que poseen la azotea de un edificio y el precipicio de una cantera. Bud sólo quiere seguir adelante con su trama un día más. Y eliminará a los testigos porque nada, ni nadie va a impedirlo. Es tan encantador que no puede pedir más que un beso antes de morir.

Resulta algo intrigante que, en algún instante de la historia, el espectador no sabe si desea que Bud consiga lo que planea o que el destino se encargue de él con toda su crueldad. A ello ayuda el encanto que despliega Robert Wagner, que resulta el gran dominador de una trama que, en el fondo, no es más que la descripción completa de un asesino por ambición. El alemán Gerd Oswald dirige con color y convicción y, a pesar de ser una película de modestia asumida, tiene pulso y apariencia…casi como su personaje protagonista. Claro que no podrá quitarse de encima a ese sujeto un tanto molesto que se dedica a ser policía en sus ratos libres y que lleva el rostro de Jeffrey Hunter. El resto es no dejar cabos sueltos e intentar que el dinero no se escape de las manos por una chica caprichosa que no entendería jamás que la cúspide es lo más deseado y que, si Bud ha jugado a dos barajas, ha sido porque quería asegurarse la apuesta. No hay que perder las cartas, amigo Bud…

martes, 29 de marzo de 2022

WILLIAM HURT: EL HOMBRE QUE NO SE SENTÍA CÓMODO

 

“Yo no me siento cómodo con todo lo que rodea el cine. No me siento cómodo desfilando por una alfombra roja. No me siento cómodo con todo el mundo mirándome esperando que les dirija un gesto o diga unas palabras para la posteridad. Sé que es parte del negocio, pero eso no quiere decir que tenga que estar cómodo con algo así”

William Hurt fue el actor que, quizá junto con Michael Caine aunque en otra modulación, nos enseñó que menos era más. Sus interpretaciones siempre descubrían con enorme sapiencia que la tormenta se llevaba en el interior de las personas y que rara vez salían hacia el exterior. Y lo hacía evidente con sus actitudes. Sus personajes solían ser atormentados, difíciles, llenos de dudas, enclavados siempre en momentos existenciales de zozobra. Y con sus maneras, sus gestos, su mirada que más parecía ir hacia adentro que hacia afuera, nos descubría todo ese maremágnum de sentimientos que se encontraban en algún lugar del alma. Un actor irrepetible, lleno de profesionalidad, de verdad y de pasión por lo que hacía. Más que nada porque ni siquiera se sentía actor. Se sentía como un hombre al que le gustaba actuar.

Su aprendizaje fue, ante todo, académico, en la prestigiosa Julliard School y, después de aparecer en papeles muy secundarios en varias series y forjarse la piel en las tablas del teatro, Hurt ya aparece como protagonista en su primera aparición en cine. Fue en Un viaje alucinante al fondo de la mente, de Ken Russell, una fábula de regresión a través de drogas psicóticas en el campo de la experimentación científica que goza de gran prestigio para algunos, pero que, en el fondo, no deja de ser una de esas películas alocadas y nerviosas de Ken Russell que no acaban de llegar, precisamente, por el carácter de su director.

A continuación, otra excelente película, lastimosamente olvidada, como fue El ojo mentiroso, de Peter Yates, con Sigourney Weaver como compañera, en la piel de un extraño celador de un edificio de apartamentos que asegura ser testigo de un crimen y que inicia un romance con la reportera de televisión que cubre el suceso. Aquí es donde Hurt empieza a dar muestras de lo que era capaz de hacer con mucho estilo.

Lo confirma en su primera asociación con Lawrence Kasdan en la excepcional Fuego en el cuerpo, una película que remite directamente a la Perdición, de Billy Wilder, en donde se puede palpar la atmósfera densa de crimen y misterio en la que se mueve, con Hurt haciéndose cargo del difícil papel de la marioneta que se cree protagonista. Maravillosa y siempre reivindicable.

Vuelve con Kasdan para ser uno de los miembros de la pandilla de amigos de Reencuentro, en concreto, el díscolo amigo que coquetea con las drogas porque no se siente satisfecho de la vida que ha llevado y no sabe la vida que va a llevar para, al final, coger, de alguna manera, el relevo de ese otro amigo que se ha ido y que, en realidad, motiva el reencuentro de todos aquellos a quien tanto quisimos cuando la vida era joven.

Con Gorky Park, William Hurt consigue otro excelente papel en la piel de un policía soviético encargado de investigar la muerte violenta de tres jóvenes americanos que son encontrados despedazados en el Parque Gorki de Moscú. Hurt realiza una interpretación muy difícil, intentando mantener la legalidad que se le supone mientras se da cuenta del régimen corrupto y tiránico en el que vive, un régimen que también quiere acabar con cualquier atisbo de esperanza.

En 1985, el actor consigue el que es, quizá, su mayor éxito. Interpreta a Molina, el preso encarcelado por escándalo público en un penal de alguna ciudad de latinoamerica, dentro de otro régimen que tampoco deja espacio a la esperanza y que debe compartir celda con otro recluso, al que da vida el maravilloso Raul Juliá, condenado por sus ideas políticas. Hurt ofrece una interpretación sensible, maravillosa, sugerida, con gestos acertadamente estudiados. Siempre dijo que gran parte de esa interpretación se la debía a Juliá porque decidieron ensayar la película intercambiando los papeles, así, él, desde fuera, podía sentir lo que ofrecía el personaje de Luis Molina, con sus inquietudes, sus marginalidades y su deseo de vivir libremente, al mismo nivel de quien se supone que está en la lucha política compartiendo un espacio tan reducido. Por esta interpretación, William Hurt ganó el Oscar al mejor actor.

Volvió a ser nominado por su papel de maestro de sordomudos en la excelente Hijos de un dios menor, al lado de Marlee Matlin, con la que inició una relación que duró algunos años. Su interpretación fue delicada, muy matizada, incidiendo en los errores de ese profesor que, a su vez, también entabla una relación especial con la conserje del centro donde da clases, también sordomuda. Una historia que también habría que volver a recuperar.

Con Al filo de la noticia, consigue una nueva nominación al lado de Holly Hunter, dando vida a un reportero capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguir el estrellato televisivo. Incisiva, mordaz, muy crítica con el medio, Hurt consigue conquistar al público a través de un personaje que nunca se sabe muy bien si va o viene, si se mueve por ambición, por amor, o por pasión hacia lo que se dedica. Otro papel muy difícil que Hurt sabía ya sacar como nadie.

Con El turista accidental vuelve a reunirse con Kasdan y realiza un más difícil todavía. Su personaje, un escritor de guías de viaje que tiene problemas para vivir sus emociones, lo interpreta de un modo deliberadamente neutro. Parece que a ese hombre, turista accidental de sus emociones, no le afecta absolutamente nada, no mira a su alrededor, está cómodo en su vida gris, sin emociones de ningún tipo. El divorcio no fue con él, la muerte de su hijo tampoco, el amor llama de nuevo a su puerta y no le deja entrar. Una película difícil, con un papel muy difícil.

Realiza un papel secundario de indudable gracia como uno de los colgados contratados por la mujer de Joey Boca para asesinarle en Te amaré hasta que te mate. A pesar de la brevedad del papel, uno de los momentos más divertidos de la película lo comparte con Keanu Reeves en el instante cumbre en el que deben consumar el asesinato. Aquí, Hurt dio muestras de que también sabía reírse un poco de sí mismo.

Trabaja con Woody Allen en Alice y se atreve con el papel protagonista en la climática adaptación de La peste, de Albert Camus, pero se le empieza a notar que busca más prestigio que fama y escoge cuidadosamente sus papeles, no siempre con éxito. Resulta entrañable como el gran amigo de Harvey Keitel en la popular Smoke, se pierde un poco en títulos muy olvidables, sin papeles de gran relevancia y aceptando, a menudo, roles muy secundarios, acompaña a Shyamalan en esa fábula de miedo que no es tal en El bosque, y consigue una nueva nominación al Oscar, esta vez como secundario, de la mano de David Cronenberg como el rival más temible de Viggo Mortensen en la excelente Una historia de violencia, película en la que, extrañamente, no está muy contenido, algo que ha sido su línea habitual.

También consigue una excelente interpretación como la parte más mala de Kevin Costner, susurrando maldades a su oído, en la interesante Mr. Brooks, y dentro del Universo Marvel asume el papel del General y luego Secretario de Defensa Ross en títulos como El increíble Hulk, Civil War, Infinity War, Endgame y La viuda negra. Entre medias, se atrevía con papeles muy secundarios, con poco fuste y con apenas dos o tres secuencias. Algo muy extraño en un actor que, durante una década, lo fue todo en el cine. Tal vez porque, como él mismo decía, no se sentía cómodo en un mundo en el que sabía que gran parte de los focos se fijan en las poses y en fingimientos algo estúpidos. Su honestidad la llevó al extremo. Prefería papeles de menor relevancia antes que venderse en títulos fáciles (aunque realizó algún intento como en la muy olvidable Perdidos en el espacio) que sabía que poco o nada añadirían a un nombre que merecía estar en lo más alto a la hora de hablar de grandes actores del cine contemporáneo.

viernes, 25 de marzo de 2022

EL PODER DEL OSCAR

Puede que este año, sin ser una temporada de grandes películas salvo raras y muy contadas excepciones, el Oscar ayude a que la gente vuelva a tomar gusto por el cine. Es difícil con la competencia desleal que están haciendo algunas plataformas, en lo que es un tipo de monopolio bastante cubierto, pero… ¿quién sabe? El cine siempre ha sobrevivido y es posible que no toque la cuerda envenenada de reservar las películas sólo para aquellos que compren un paquete completo. Y el que no lo vea, más vale que se vaya a cantar con un coro de sordomudos.



El caso es que las nominadas este año destacan porque el nivel no es demasiado alto, aunque sí que comienzan a verse algunos títulos de interés que eleven lo demostrado en plena pandemia. Ahí está la gran favorita para hacerse con el premio a la Mejor película del año como es El poder del perro, de Jane Campion. Tiene todas las papeletas para llevarse el calvo de oro a casa, aunque Coda,de Sian Helder está escalando posiciones peligrosamente y puede ser la gran “tapada” de la noche. Aún así, sería injusto que Belfast, la mejor de todas, la mirada de un adulto hacia sus recuerdos de niño, termine con algún que otro premio de consolocación.

Para el mejor actor, el mejor colocado es Will Smith por El método Williams, una película cortita, sin estar mal, que, en condiciones normales, no hubiera merecido ni una ojeada por parte de los académicos, pero varias bazas juegas a favor de Smith. No ha tenido nunca el premio, a pesar de que ya lleva encadenadas unas cuantas nominaciones (la mejor de todas ellas, aunque la película tampoco estuviera mucho a la altura –más que ésta, sí- fue la de Alí, de Michael Mann). También está arrasando en los premios previos a la gran noche del cine. No obstante, la mejor interpretación masculina del año es para Benedict Cumberbatch por El poder del perro.

Para la mejor actriz, se presenta una categoría muy abierta y no hay una favorita clara. El premio, en justicia, debería ser para Jessica Chastain por Los ojos de Tammy Faye, es la mejor interpretación entre ellas, de largo, aunque la película interese poco por ser una biografía de unos estafadores evangélicos que, en todo momento, creen que están haciendo lo adecuado por mandato de Dios. El tema ya fue tocado con auténtica brillantez por Richard Brooks, allá por 1961, en El fuego y la palabra, y Burt Lancaster se llevó el gato al agua. Este año, turno para Chastain.

En cuanto a actores en un papel secundario, aquí es donde sí va a ganar Coda porque la interpretación enérgica y airada de Troy Kotsur en la película tiene muchos adeptos, aparte de favorecer la tan manida inclusión de las minorías. Aún así, de la terna de candidatos, es la mejor aunque, tal vez, Kodi Smith-McPhee pueda hacerle sombra con ese frágil elemento que se mueve en las praderas de El poder del perro. Y no molestaría nada, pero nada, que el premio fuera para el estupendo J. K. Simmons por Being the Ricardos, pero ya tiene un calvo en su estantería y sus posibilidades se reducen.

En cuanto a la actriz secundaria, el nombre está claro. Ariana DuBose se llevará el gato al agua por su Anita de West Side Story. Así se le da algo de mérito a Steven Spielberg y a su discutible versión de la inmortal historia de Arthur Laurents con música de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim. Mirando todo fríamente y con la vista puesta en las otras candidatas, puede que sea la opción más cabal.

El director también tiene un nombre claro y, en esta ocasión, vuelve a ser directora. Es Jane Campion por El poder del perro. A pesar de que se le pueden poner algunos defectos, sobre todo en cuestión de ritmo, entendido por algunos trechos de exasperante lentitud, también es verdad que la Academia se quedó con ganas de premiarla por aquel trabajo, muy superior a éste, que fue El piano. Spielberg, es verdad, dirige como los ángeles, por mucho que su versión de West Side Story le falte tino. Y, desde luego, Kenneth Branagh merecería el premio, pero la ganadora va a ser Campion y, casi, sin discusión.

En cuanto a la película extranjera, el calvo va a viajar a Japón con Drive my car, otra película que tiene problemas de ritmo (tres horas para contar lo que cuenta acaba por ser excesivo), pero que establece un mundo interior muy interesante, entre otras cosas, porque lo proyecta sobre unos ensayos teatrales y las tormentas que agitan a sus protagonistas. Una concepción interesante que no está pasando desapercibida. Con menos opciones aparecen la película de Paolo Sorrentino Fue la mano de Dios (lastrada también con una segunda parte alargada en exceso), aunque con pocas posibilidades porque el director italiano ya tiene el premio, y La peor persona del mundo, de Joachim Trier, una película muy interesante, pero que resulta irremediablemente liviana en comparación con la de Ryusuke Hamaguchi.

Dune, condenada a ganar las categorías técnicas, tiene posibilidades de llevarse el premio al mejor guión adaptado, una especie de estatuilla de consolación después de la lluvia de nominaciones que han caído. Y casi con toda probabilidad, Kenneth Branagh conseguirá al fin el suyo por el guión original de Belfast, así el reparto será equitativo y, más o menos, todos quedarán contentos.

Y eso es todo lo que se espera para el día de San Cine. En el fondo de esta parafernalia, con la que se puede estar o no de acuerdo, en la que se puede apostar con los pronósticos o pasar de largo porque es mucho más interesante el siguiente intento de ligoteo friki de First Dates, lo cierto es que, si, de verdad queremos que el cine siga ofreciéndonos muchos de los mejores ratos de nuestra vida, habrá que volver a la magia de la oscuridad de una sala de cine. Lo contrario, amigos, es traición.

jueves, 24 de marzo de 2022

CÓDIGO: EMPERADOR (2022), de Jorge Coira

 

En la oscuridad de los túneles del alcantarillado de la información puede que haya un celador que trate de que el daño sea el menor posible en aras de una ética que no está demasiado de moda entre los servicios de inteligencia. Tal vez, en algunas ocasiones, sea un oficio totalmente necesario y, en otras, sea una mecha encima de un barril de pólvora sobre unas cuantas personas que no lo merecen. Él trata de no perder lo poco que le queda de alma e, incluso, intenta aplicar un cierto sentido de la justicia cuando algo clama al cielo. Y es el único que tiene el nombre del código que puede levantar todas las tapas de la cloaca.

En su devenir, en cualquier caso, existe un sentido profesional que no abandona, por muy fea que sea la situación. Siempre teniendo en cuenta que se ocupa de varios asuntos al mismo tiempo, como una olla exprés de silbido susurrante en un inquietante presentimiento de que los hilos son manejados por los marionetistas oficiales. Quizá sea consciente de que, más que un servicio de información del Estado, se halla al frente de una unidad de chantaje, de extorsión y manipulación que resulta casi imposible de detener. Y muchos de los casos a los que tiene que hacer frente no son, precisamente, necesarios más que para un supuesto orden dictado por los que poseen el poder. En su mirada, hay una cierta incomprensión hacia todo el entramado de espionaje de bajos vuelos. Ya no tiene nada que ver con la defensa de un país o de los intereses nacionales. Todo se reduce hacia mantener, de forma impensable e irreductible, una pizca de honestidad.

Jorge Coira ha dirigido con habilidad y con algún que otro error un inteligente guión de Jorge Guerricaechevarría con un estupendo Luis Tosar al frente. En su manera de mirar se hallan todas las confusiones y determinaciones posibles de un espía al que no siempre le ordenan lo correcto. A su lado, o más bien encima de él, Miguel Rellán hace de la calma su principal aliado, sin levantar la voz en una sílaba y con apenas cuatro escenas, el actor ofrece un recital de frialdad militar, una especie de Manglano que no posee ningún escrúpulo para llegar hasta la alcoba de cualquiera con tal de convertirse en el cabecilla de una red de chantajistas que actúan antes del hecho con singular tino. Ya saben, cuando los servicios de inteligencia se mueven, sienten y actúan es cuando existe la total certeza de que el fascismo sigue existiendo.

Con el antecedente de La vida de los otros presente en todo momento, es imperioso rellenar los huecos que se originan en mundos de poder como el del fútbol, el de la política o el de las drogas. Por ahí detrás, en un segundo plano, como una especie de seguro de vida, está la prensa, la de verdad, la que informa sin cortapisas ideológicas y que hay que identificar entornando los ojos y seleccionando con inteligencia. Por el camino, sin duda, habrá víctimas que estarán condenadas de por vida a no poder reparar ciertos errores, a tener siempre una deuda pendiente para que no salgan a la luz secretos de noches locas o de curvas peligrosas. Y algún puñetazo habrá que asestar de vez en cuando. Al fin y al cabo, también hay niñatos que merecen un par de cicatrices en su inmaculada piel de corta listeza. Así que tengan cuidado con la cámara del ordenador, con el rastro del móvil, con la inacabable mentira de las redes sociales. Puede que en algún lugar esté vigilando el celador de las cloacas, dispuesto a guardar en un archivo todo lo que sabe, todo lo que ve y, también, todo lo que siente.

miércoles, 23 de marzo de 2022

LOS VENCEDORES (1963), de Carl Foreman

 

La guerra no tiene vencedores, sólo supervivientes. Y es difícil mantener la cabeza fría en medio de la contienda. Es posible que un soldado pague sus novatadas y se enamore ingenuamente de una chica que jamás le recordará. O que otro entre en un bar prohibido de una ciudad recientemente ocupada y se le ofrezca la deserción en bandeja de plata. Al final, siempre habrá algún motivo para matar al primero que pasa por la calle. Por la furia, por la rabia, por haber estado guardando tanto odio sin dejarlo salir en un entorno que sólo enseña eso mismo. El olor a cemento partido se extiende por las ciudades en ruinas y quizá a un veterano sargento no haya que ir a visitarle porque será el mismo rostro de lo más terrible. Puede que en un pueblo de Sicilia haya un inicio de amor en un portal humilde con un niño en brazos. O que la gente huya despavorida víctima de sus propias supersticiones. La guerra, en la ocupación, también tiene un lado pintoresco aunque irremediablemente trágico. La comida escasea. Las chicas son tentadoras. Cuando todo acaba, el mundo quiere olvidar porque, si no, es imposible salir adelante. Si no fuera así, el siguiente charco sería el cementerio.

Entre tanto drama, también hay sitio para la acción y los soldados se quedan perplejos cuando se encuentran con una unidad francesa que se despacha a gusto con los nazis. Sin piedad, ni compasión. Y no hay demasiado derecho a juzgar. Tampoco hay un lugar para los perros. La pena se debe dejar atrás en una tierra en llamas. Siempre habrá un juego cruel en las manos de alguien que lleva un arma, por mucho que esté en el lado correcto. No todo justifica cualquier cosa. Europa deberá morir para poder vivir.

El guionista Carl Foreman se atrevió con la dirección de esta película en la que establece las peripecias de un escuadrón de soldados americanos a través de su periplo por la liberación de Europa. De Sicilia a Francia y, de ahí, a Bélgica y Alemania. Por una vez, Foreman pone en juego un trasfondo bélico en el que se atreve a exponer abiertamente su militancia izquierdista en la que cabe su mirada compasiva hacia la tropa. Siempre de paso. Siempre confundida. En algún momento, entre las muchas historias que quiere contar, parece como si la película no tuviera un acabado formal demasiado cuidado aunque, sin duda, posee un reparto impresionante con nombres como George Hamilton, George Peppard, Maurice Ronet, Jeanne Moreau, Elke Sommer, Albert Finney, Eli Wallach, Vince Edwards, Rossanna Schiaffino, Melina Mercouri, Romy Schneider, Peter Fonda, Senta Berger y Michael Callan. En algún que otro pasaje también se entretiene más de la cuenta, con algo de reiteración, pero, sin duda,  el intento es diferente, atrevido y, quizá, no muy bien producido. Tal vez su guión desea demasiadas cosas sin apostar demasiado por la puesta en escena. Tal vez sus ideas están por encima de lo que quiere contar.

Y es que una casa en un pueblo puede ser un oasis para los errantes hombres de uniforme que deben soportar bombardeos y ofensivas. Puede que, en algún momento, haya algún respiro con una cena, un vino y una cama. La guerra no tiene nada bueno, por mucho que haya héroes dentro de ella.

martes, 22 de marzo de 2022

EL CONFIDENTE (1973), de Peter Yates

Eddie está dispuesto a cualquier cosa con tal de no volver a la cárcel. Ya quedan muy pocas oportunidades y, quizá, no ha hecho realidad ninguno de sus sueños. Tal vez ha sido por culpa de las amistades que ha frecuentado, o de los trabajos que ha realizado, o de la maldita suerte que siempre se escapa por las rendijas de algún error. Da igual. Eddie Coyle ya ha estado detrás de demasiadas copas, demasiadas juergas, demasiadas aventuras y muchas de ellas no han terminado muy bien. Llega a un trato con los federales. Va a pasar información con tal de no volver a estar entre rejas. Sin embargo, hay otro problema. Parece ser que alguien más está jugando a lo mismo que él. Y eso no le interesa a Eddie por varias razones. Es posible que quede al descubierto. Es posible que los federales queden más contentos con ese otro que está vendiendo información. Es posible que sea un juego para despistar a los del FBI e intente desbaratar la confidencia que él está pasando. Va a haber que actuar, Eddie. Y ese es un terreno que no se te da nada bien.

Eddie es un especialista en conseguir armas y va a tratar de delatar a sus propios clientes. No va a ser bueno para el negocio, pero, francamente, le da igual. Eddie no es demasiado simpático, pero el destino no va a ser indulgente con él y quizá no lo merezca. Perder dos veces es muy duro y más en una profesión en la que siempre dependes del dinero y del gatillo. El otoño en Boston es inclemente y no cabe duda de que Eddie se rodea de gente bastante desviada, manipuladora, egoísta y engañosa. Con cada uno de los amigos con los que trata tendrá que adivinar sus segundas intenciones. No hay honor entre ladrones y eso Eddie lo tiene muy claro. Aunque sólo quede tristeza en sus decisiones.

Robert Mitchum realiza uno de sus mejores trabajos en la piel de ese desencantado traficante de armas llamado Eddie Coyle que trata de agarrarse a los últimos clavos que le quedan para no despeñarse. La atmósfera de la película dirigida por Peter Yates es gris, fría, aplastante y no exenta de melancolía. Sin embargo, resulta apasionante el último intento del personaje principal, tratando de hacer que la vida le olvide cuando, todo el mundo lo sabe, eso es prácticamente imposible.

Así que si uno quiere amigos de verdad, lo mejor será comprarse un perro. En el fondo, ese confidente llamado Eddie Coyle tiene más miedo que el resto de individuos que caminan justo en el borde del abismo. Y hará todo lo posible para no vivir con temor. La fiesta se acabó para él. Eddie, en realidad, no tiene amigos. Lo sabe porque podrá ser un perdedor, pero está lejos de ser un estúpido. Sólo hace lo que ellos esperan que haga. Por una vez, no va a ser así. Va a ser difícil. Casi imposible. Quizá sea demasiado tarde para empezar de nuevo, pero es hora de dejar el vértice del negocio para que otros se lleven la mejor parte. Esta vez, la recompensa puede huir y habrá que luchar mucho para seguir vivo. El final se aproxima. 




viernes, 18 de marzo de 2022

LA PEOR PERSONA DEL MUNDO (2021), de Joachim Trier

 

Es difícil llegar a comprender la trayectoria vital de una mujer que es incapaz de empezar por sí misma. Sus pasiones son cambiantes, sus proyectos son débiles, sus acciones, inexplicables. Quizá, mientras no alcancen ese estado de tranquilidad que buscan, suficiente como para tener fuerza y no depender de nadie, son espíritus de contradicción que no tienen ni idea de cómo buscar la felicidad. Su espíritu inconformista marca la diferencia con los hombres. Ellos son más simples, más consentidores y, por tanto, más felices. Son ejemplos vivientes de la feliz ignorancia.

No obstante, centrémonos en ella. Después de una etapa brillante como estudiante, no tiene muy claro a qué dedicar su futuro. Médico, psicóloga, fotógrafa…el vaivén es considerable y, por tanto, genera inestabilidad de todo tipo. Por otro lado, las relaciones con los hombres son algo superficiales porque ella no quiere pasar de determinado punto. Y sólo cuando pierde algo se da cuenta de lo que tenía. Eso es algo muy común entre ellas. Su verdad se escapa por los rincones aunque sean buenas cazadoras para perseguirla. Libera represiones con una aparente desinhibición y eso hace que, en buena parte, sea fascinante para el sexo opuesto. Tal vez, la frágil relación con su padre tenga algo que ver con sus inseguridades. Puede que se considere la peor persona del mundo, pero no tiene razón. Es una gran persona. Sólo se pierde un poco por el camino.

La moraleja de todo esto llega a ser bastante simple. Para llegar al equilibrio, a la estabilidad y a la comodidad consigo misma, debe pasar por algunos estadios que implican derrota, decepción, diversión, renuncia. Debe desprenderse de todo aquello que pesa para sentirse ligera. Debe parar el tiempo para reflexionar con claridad que el camino, no siempre el correcto, le lleva en otra dirección. Acaba con una relación y hace el amor para despedirse. Y a todo le llega el final. Incluso a lo que más le ha cambiado su forma de pensar. Ella no será independiente hasta que sea capaz de racionalizarlo todo. Y su independencia será única, permanente, segura y elegante. También porque tendrá la prueba de que los bandazos no son propiedad exclusivamente suya.

Joachim Trier dirige esta historia dividida en doce capítulos, un prólogo y un epílogo para describir las tormentas interiores femeninas, no siempre comprensibles, pero, sí, siempre justificadas. Cada uno de los capítulos se podría tomar como una historia independiente aunque todos ellos tengan la misma protagonista. Todos son descriptivos y se hallan lejos de entender el estado de ánimo, cambiante como las épocas, que, a veces, pueden lucir las chicas. Puede que ese sea el signo evidente de que son mujeres incompletas, que aún no han alcanzado lo que, de verdad, quieren. Es mejor que los hombres no pregunten mucho sobre ello porque es bastante probable que no estén dentro de lo que ellas quieren. Además, si son listos, acudirán al puesto de observación y se darán cuenta de la fascinante evolución que ellas experimentan con el tiempo y con la experiencia. Aprenden rápido, interiorizan con facilidad y, cuando sacan las suficientes conclusiones, lo expresan con absoluta convicción. Mientras tanto, irán, vendrán, se enfadarán, se volverán dulces, odiarán todo, manipularán más, dejarán, tomarán, serán motores y también serán frenos, mirarán hacia otro lugar…es su escuela. Y tú, querido hermano de sangre, no tendrás nada que decir. 


jueves, 17 de marzo de 2022

CYRANO (2021), de Joe Wright

Querida Roxanne:

Me dirijo a ti por última vez antes de caer en el latente olvido de las letras. Una vez más el sueño se hizo realidad y alguien, un tal Joe Wright, se ha atrevido a hablar de nuestra historia, de aquellos momentos de amor que hicieron que la eternidad fuera aún más larga. Con los insultos sobre mi deformidad que, en esta ocasión, es diferente, con la arrogancia de los que se creían con derecho a poseerte, ignorantes de que tu espíritu es libre, con los versos extraviados y la incoherencia de hacer creer a todo el mundo que un enano puede ingresar en el ejército y combatir en el frente. Una vez más, te perdí, te recuperé y supe que Christian era hermoso.

Las cartas volvieron a humedecerse con las lágrimas propias de quien te amo y nunca te tuvo, con sus días de espinas clavadas por desprecios e ilusiones que se formaban en mi pluma mientras te escribía con mi alma y con el rostro de Christian. Las espadas se mojaron en sangre para preservar el recuerdo de ti, con su carta que fue mía manchada en su sangre y escrita por mi letra. Y, no sin cierta osadía, muchos poemas han sido sustituidos por canciones que no dejan de desear lo que no se tiene y que impresiona en esa misma que asegura que el cielo estará donde yo caiga y que, por eso, la preocupación debe ausentarse del pensamiento, volar por encima de los muros de la carne y caer en tierra yerma porque la muerte, hasta cierto punto, es una liberación. El resultado es que no se puede menos que sentir simpatía por ese actor que luce su corta estatura y mucho talento en un rostro lleno de mil expresiones como Peter Dinklage y que, en algún instante inspirado, la carne se eriza y la emoción parece llamar a la puerta de tus ojos. Sin embargo, tú no eres tú, Roxanne, como tampoco lo es el villano de Guiche, como evidente es la intención de quien suprime algunos pasajes y esconde otros para que el tema tenga cierta coherencia dentro de mi nuevo defecto. Cyrano volvió a morir entre tus brazos proclamando su orgullo y, en un arrullo, lo llevó de nuevo al camino de la Luna que, con un rayo, viene a recogerlo.

El caballero Wright intenta insuflar ritmo y algo de estética extrae de sus desordenados versos de imagen. Y no cabe duda de que, a fe mía, hay escenarios espléndidamente escogidos, cuidados como tus manos, hermosos como tu piel. Todo lo contrario del vestuario que, en alguna que otra ocasión, resulta ridículo y te deja a ti, alma mía, en difícil situación de torpeza y escarnio. Ignóralo, Roxanne. Mantente allí arriba, con mis estrofas en tu pecho, con mi espada siempre presta en tu defensa, con mi gaceta semanal contada de lunes a viernes con viejos giros debidos al sentido del humor. Sé mi ángel, una vez más, y guarda mis palabras en tu corazón para que, de vez en cuando, podamos volver a la versión de Jean Paul Rappeneau con Gerard Depardieu asumiendo mi nombre. Al fin y al cabo, Roxanne, la eternidad sólo se alcanza un día, aunque ese día pueda repetirse. Para recordar la belleza, hay que volver a él, nadar en sus sensaciones y saber dónde está lo mejor. Cyrano te lo dijo siempre lleno de amor.

Así que ya te voy dejando hasta la próxima vez que alguien, con cualquier variación, quiera volver la mirada hacia nuestra historia de almas desparejadas, de bellezas amadas, de arrogancias desalmadas y del frío acero de las espadas. Nadie te podrá escribir como yo porque, bien sabes, las palabras que se escriben con la tinta de la pasión guardan un significado único, sin comparación posible. Mis líneas son tus miriñaques y ahí mismo, en el corsé de tus debilidades, se atan todos los deseos. Los míos también. Tuyo, siempre…. 

 

miércoles, 16 de marzo de 2022

ACORRALADO (1982), de Ted Kotcheff

 

Volver a casa y esconderse de todo. Quizá eso es lo que desea un soldado que, simplemente, camina por la carretera. Ha visto demasiada sangre y ha compartido muchas cosas con sus compañeros. Ha probado todo tipo de oficios y no se ha adaptado a ninguno. Tal vez allí, en ninguna parte, al borde de un lago, encuentre la paz y el olvido. Sin embargo, la gente es incapaz de mirar las cosas con distancia. Cuando llega, el ex compañero que le había ofrecido un trabajo ha muerto. En el pueblo, comienzan a mirarle como un vagabundo, un paria, un tipo que sólo viene a ensuciar las impolutas calles de una villa tranquila. Todas esas miradas, esas sospechas, esos sobreentendidos no hacen más que confirmar a John Rambo que no tiene sitio en ningún lugar. Tampoco allí, en Hope, Washington. Curioso nombre para una ciudad que no guarda rincones para los que ya no les queda casi esperanza.

Así que Rambo, a pesar de que es lo último que quiere, después de que los listos de turno se sobrepasen más de la cuenta porque no tiene techo, ni lugar a donde ir, tendrá que volver a hacer lo único que sabe. Y eso es matar, aterrorizar y sobrevivir. Es uno de esos hombres capaces de sobrevivir en las condiciones más adversas y huirá hacia el bosque y las montañas para hacerse allí fuerte y preparar las consabidas emboscadas para tratar de que le dejen en paz. No, en paz no. En guerra. Porque no sabe vivir de otra manera. Con el cuchillo siempre preparado. Con los dientes apretados. Con las heridas dispuestas. Con la seguridad de que el tiempo se acaba, de que su vida ha sido un gran desperdicio y de que la muerte puede que sea un lugar mejor.

No cabe duda de que Acorralado es una de las mejores películas que ha realizado Sylvester Stallone. Luego, es verdad, las sucesivas y alucinadas secuelas han desvirtuado a ese personaje atormentado, desterrado de cualquier cariño, arrojado a las fauces de lo errante porque no encuentra ni el más mínimo atisbo de comprensión en el país por el que ha luchado. En esta primera película, Rambo es un personaje de carne y hueso, que decide volver al estado de guerra porque, en el fondo, es el único en el que se siente cómodo. Su superior en combate, el Coronel Trautman, tratará de convencerle a través de la radio. Y él no se quiere rendir. Tal vez porque nunca lo hizo. Porque no entiende que, habiéndolo dado todo, no reciba nada. Ha tratado de no perder el alma en el frente y resulta que la ha perdido en casa. Y no lo soporta. No quiere perder una vez más. Se rebela contra esa idea con furia y con razón. No es un sospechoso por naturaleza. No es un peligro por defecto. Es un hombre que sólo desea un futuro sin miradas, sin suspicacias, sin comentarios maledicentes, sin días rojos y noches encarnadas. Sólo un rincón donde no se sienta acorralado por todo y por todos.

martes, 15 de marzo de 2022

¿QUÉ PASA CON BOB? (1991), de Frank Oz

 

Pues esa es la gran pregunta. ¿Qué pasa con ese individuo que así, de improviso, se presenta en medio de las vacaciones de su psiquiatra? No tiene medida, ni comparación, ni nada de nada. Es un intruso inaguantable. Y, sin embargo, el psiquiatra tiene que derrochar toneladas de paciencia para que Bob se sienta un poco mejor. Pero es que el maldito se siente mejor allí, en la cabaña donde el médico se está relajando con su familia. Y para colmo de males, a su hijo le hace gracia. De locos. Y nunca mejor dicho.

Y es que aquí se contraponen dos formas de vivir muy diferentes. Por un lado, el psiquiatra es ese típico producto urbanita traído directamente desde la franja de los triunfadores neoyorquinos. Acaba de publicar un libro de enorme éxito y espera también que, en esos días de vacaciones, la gente de la televisión aparezca por allí para hacerle un reportaje. El problema es que el libro también habla sobre la forma de tratar a los pacientes y Bob anda por allí metiendo las narices en todo. ¿Por qué? Porque Bob tiene un desorden mental que parece un trastero y una de sus fobias más insalvables era que no podía dejar su apartamento. Y para superarlo se ha ido allí, donde el psiquiatra y su familia están de vacaciones. Por los clavos de Freud.

Todos los planes del psiquiatra se vienen abajo. Iba a aprovechar ese mes de vacaciones para demostrar a su esposa cuánto la quería y a dejar bien claro que era un padre excelente. Y Bob es uno más de la familia según van pasando los días. Y es más pesado que una vaca en brazos. Al final, Bob va a salir mejorado y el psiquiatra mucho más enfermo. Va a ser imposible abandonarse al solaz y al sosiego a las orillas de un precioso lago. Todo se va a convertir en un repertorio de neurosis y paranoia que haría las delicias de un esquizofrénico. Eso… ¿qué pasa con Bob?

Demasiado desconocida y tremendamente divertida es esta película de Frank Oz con unas interpretaciones maravillosas, precisas y contenidamente desenfrenadas de Bill Murray y Richard Dreyfuss. Con la elegancia habitual de su puesta en escena, Oz articula el viejo cuento del pesado que se hace adorable con situaciones de auténtica gracia, con momentos de carcajada y con la desesperación por delante. Las vacaciones convertidas en pesadilla por parte de un personaje que, en el fondo, se deja querer resultan ingeniosas, llenas de perplejidad por algo que, simplemente, no puede ocurrir, pero pasa y viendo cómo, paulatinamente, se van derrumbando todos los planes que se pueden realizar desde el pedestal del éxito.

Así que mucho cuidado con abrir la puerta al próximo que llame al timbre. Puede que no haya marcha atrás y ese tipo no se vaya ni con aguarrás. Presten especial atención si, además, hay algún compromiso que puede influir en la vida profesional porque este tipo hará lo que sea con tal de compartir plano en el sofá y juegos en el embarcadero. Y no se podrán creer todo lo que va a ocurrir. Más vale ir a por las notas, sentarse con calma y someterle a tratamiento. Total, tampoco se va a ir…

viernes, 11 de marzo de 2022

GATTACA (1997), de Andrew Niccol

 

Imaginemos un futuro en el que, en el mismo instante del nacimiento, un simple análisis del ADN ya nos predice las enfermedades que padeceremos y la esperanza de vida que tendremos. El paraíso genético hecho realidad. Y eso haría que naciera en la sociedad un nuevo tipo de racismo como es el de la superioridad genética. Imaginemos también que hay un rebelde que se niega a pertenecer a los deformes, a aquellos que, aparentemente no tienen ningún defecto, pero que el análisis del nacimiento condenó a la imperfección. Puede que no fuera un problema demasiado insalvable, pero la sociedad ha impuesto controles de sangre y de orina a cada paso. Si quieres acceder a un trabajo, bueno, la entrevista es un bote de plástico. Si quieres formar parte de una expedición a las estrellas, tienes que ser perfecto, sin taras de ninguna clase. Lo peor de todo es que hay un asesinato de por medio y es bastante posible que el crimen lo haya cometido un deforme. No puede ser de otra manera. Los seres impolutos no se rebajan a las más profundas pasiones humanas. Al fin y al cabo, tampoco saben amar muy bien… ¿cómo van a saber matar?

El caso es que ese rebelde ha luchado para irse a otro planeta, del que no sabemos nada, para no hacerse más análisis, no tener que identificarse a través de sus fluidos. Ha ideado un plan muy astuto, con un tipo inválido que proporciona todo lo que necesita para engañar a los poderes establecidos con su orina y con su sangre. Es curioso. Es inválido, pero es genéticamente perfecto. Mientras tanto, el protagonista es totalmente válido, pero es genéticamente deforme. Eso da una idea de lo cruel y peligrosa que puede llegar a ser la ciencia si es utilizada de forma tan retorcida que se transforma en un estilo de vida. Quizá haya alguna mirada indulgente, y alguna que otra casualidad en la investigación, pero el sistema puede ser engañado con imaginación, voluntad y pura determinación. En el mundo perfecto también hay grietas.

Hay que reconocer que Gattaca es una película muy interesante, que juega con los misterios humanos a la vez que también pone en liza las contradicciones genéticas, los estúpidos controles que sólo tratan de domesticar al ser humano como miembro de una manada. La excusa es la perfección. La salida es el misterio. Ethan Hawke está tremendamente contenido, Jude Law compone un papel que puede caminar entre la compasión y la rebeldía interior, Uma Thurman es la espectadora que sólo podrá ser una fracción de tiempo, Loren Dean tratará de investigar el crimen…pero sólo hasta cierto punto, y Alan Arkin intentará llegar al fondo dando a su personaje un aire de detective de los años cuarenta, con sus diálogos mordientes y su lado equivocado.

Y es que es muy difícil mantener la cabeza fría en un mundo que sólo se preocupa del grupo al que pertenece tu sangre y de la calidad de la orina que segregas. Sólo el sueño se interpone entre la realidad y la imaginación y es posible que sea el momento de vencer las estúpidas barreras que se impone el ser humano. La respuesta puede estar allí arriba, en ese lugar del que, al fin y al cabo, no sabemos nada.

jueves, 10 de marzo de 2022

THE BATMAN (2022), de Matt Reeves

 

Cuando la luz de emergencia se refleja entre las nubes de una ciudad en tinieblas, la tortura planea sobre la mente del justiciero porque no puede estar en todas partes aunque los delincuentes no saben dónde está. Batman aparece en la oscuridad, anunciando su presencia con fuertes pisadas que presagian el próximo golpe. En su mirada, se aprecia una intensidad inusual, como si tratara de escrutar, desde su atalaya de moral, el siguiente paso de sus enemigos. Y con cada acción, parece que, de alguna manera, nunca se siente satisfecho, ni con el deber cumplido, ni con la venganza consumada.

Así que en una ciudad en trance de desecho, Batman cae del cielo con sus puños preparados y su sentido de la noche en la capa. Lejos de él está la sospecha de que va a tener que medirse con un contrincante diabólicamente inteligente, que, en el fondo, se dedica a ajustar cuentas con una serie de mentirosos compulsivos que se han introducido en el siempre sucio juego de la política. El olfato del murciélago debe agudizarse porque también habrá alguna mujer con mirada de gato que le haga ver que la vida es algo más que una devolución. Por supuesto, es un héroe en entredicho, porque no deja ver su rostro, lo cual quiere decir, invariablemente, que tiene algo que esconder y que sus motivos son tenebrosos. No cabe en las mentes bienpensantes que él sólo quiere que la ciudad, la gran urbe de delincuencia y marginalidad, cambie para mejor.

En sus investigaciones propias de detective privado, también caben los lamentos de una voz que se apaga misteriosamente. El amor, efectivamente, cambia a las personas y, en sus alas de rata alada, parece que se despliega un atisbo de debilidad, porque no puede superar lo que le arrebataron, porque es incapaz de ver lo que tiene más allá de un buen puñado de habilidades protegidas por millones. Batman se hará más preguntas mientras contesta con respuestas extremas. Batman, una vez más, tendrá que reconocer que pierde una partida para que la metrópolis de Gotham tenga un nuevo amanecer.

Robert Pattinson compone un Batman atormentado, susurrante, taciturno y bastante lacónico mientras los crímenes se suceden con mensajes en Gotham City. Puede que sea el hombre murciélago que aprovecha mejor la máscara para dar realce a unas miradas que, en ocasiones, atraviesan como cuchillos afilados. La dirección de Matt Reeves tiene verdaderos aciertos, sobre todo en una primera mitad en la que apuesta por el cine negro con protagonista disfrazado mientras que en la segunda se pierde un poco en las disquisiciones propias del trauma del super-héroe y en su búsqueda incesante de objetivos para superar sus propios problemas. Excelente la banda sonora de Michael Giacchino para acompañar sus andanzas y sorprendente la actuación de Colin Farrell escondido detrás de una máscara que le convierte en un personaje irreconocible. Todo ello enmarcado en una propuesta algo más realista, lejos de las extravagancias de Zack Snyder, inferior a las dos primeras entregas de Christopher Nolan, pero a través de una película que resulta notable en algunos pasajes.

Y es que no es fácil acorralar al murciélago en su feudo. Tiene muchas aristas en su personalidad a pesar de su trazado casi perfecto. En esta ocasión, la única diferencia entre Bruce Wayne y Batman está en el modo de vestir. Y, por fin, tenemos la ocasión de comprobar que Gotham City se llama así por alguna razón. Mientras tanto, resuelvan ustedes el siguiente acertijo que resulta bastante evidente. ¿Las ratas aladas son las palomas? La solución, en la película.

miércoles, 9 de marzo de 2022

LA VERSIÓN BROWNING (1951), de Anthony Asquith

 

“Dios en la distancia mira con benevolencia al maestro amable”

Quizá, en algún momento, también es necesario echar la mirada hacia aquellos profesores que no han conseguido ninguno de sus objetivos. La enseñanza, es cierto, es una de las profesiones más ingratas, pero, también, de las más nobles y no siempre el éxito acompaña a los docentes. Aquí, es posible que el Profesor Crocker-Harris se haya dedicado a establecer una falta total de empatía con sus alumnos, tratando de ahogar cualquier entusiasmo que hayan podido albergar sólo porque él lo hizo así. Tal vez un día, en algún rincón de su juventud, se atrevió a traducir libremente el Agamenón y lo abandonó porque le invadió ese pensamiento que a todos, alguna vez, se nos ha aparecido en la forma de “esto no sirve para nada… ¿para qué continuar?”. Y él, simplemente, lo dejó. No quiso seguir con su entusiasmo. Se dedicó a vivir por inercia, a prolongarse por costumbre. Hoy, debe abandonar su clase de siempre, despedirse de sus alumnos, echar una mirada al gris y despreciable hogar que mantiene y tratar de salir con la cabeza a medias porque el fracaso ha sido la tiza que ha agarrado todos los días.

El señor Crocker-Harris habla con una frialdad casi inhumana a sus alumnos, trata con británica indiferencia a su esposa que, por supuesto, se ha buscado consuelo en cualquier otra toga dispuesta a acogerla, ha anulado cualquier relación de amistad con sus compañeros y se ha dedicado solamente a dar clase de griego. Cuando llega el momento de despedirse de todo el colegio, se da cuenta de que no valen discursos preparados, ni indiferencias estudiadas. Sólo vale la sinceridad de pedir perdón porque, en algún lugar del camino, se olvidó de ser realmente un profesor, un guía, un faro de entusiasmo por el conocimiento. Sus manos están blancas de tiza, y su mente está blanca de desmotivación y sabe que ha fallado. Por eso, quizá, tenga un último gesto, apenas unas palabras, que delate que ha apreciado a ese alumno que le puso tan gentil dedicatoria en la versión Browning de su querido Agamenón. No cuesta nada. Y, tal vez, nada haya tan gratificante como ver durante unos segundos los ágiles pasos de un joven que se encamina a su futuro.

Michael Redgrave se esconde detrás de una máscara de piedra que lo dice todo mientras sus palabras sólo exhalan las sílabas debidas a la exquisita y gélida educación que se supone a un profesor de un colegio de élite. Sin grandilocuencias, dejando un rastro de actuación sugerente, dolorida, verdadera y sensible, Redgrave compone al mismo fracaso interior que nunca se deja ver, a la conciencia que nunca deja de azotar, a la frustración que nunca deja de estar. Detrás de ese rostro gris que exhibe, se hallan todas las pasiones y todos los deseos de alguien que quiso ser y ni siquiera lo intentó. Y trata de ser merecedor de esas palabras que le ha dedicado un alumno en un último gesto de aprecio. Ojalá todo el mundo supiese que ése es el mejor regalo que se puede hacer a cualquier profesor.

martes, 8 de marzo de 2022

THE MAJESTIC (2001), de Frank Darabont

 

El destino es un burlón impenitente. Cuando todo parece ir bien, cuando el éxito tiene todas las papeletas para presentarse y quedarse durante algún tiempo, alguien dice tu nombre como asistente a una reunión del Partido Comunista en la universidad, hace tantos años que la memoria se ha encargado de echar una buena capa de polvo sobre ese recuerdo. De repente, tu nombre ya no estará en los créditos de una película, ya no eres tan atractivo para una actriz de relumbrón y todo lo que se te ha puesto en la orilla de los labios parece huir despavorido. Para más escarnio, el destino tiene preparada una última broma en el deseo de todo un pueblo para que un muchacho que se fue a la guerra y fue dado por desaparecido, regrese. Puede que no seas tú. Pero… ¿qué más da?

Al fin y al cabo, se han sacado recuerdos que ya no estaban en la memoria y la memoria también se ha dado a la fuga y tampoco te acuerdas muy bien de quién eres y a qué te dedicas. Sin embargo, el deseo de la gente de ver a alguien que ha sido esperado con ansia, cambia las facciones del regreso y lo que importa es que puede ser él a poco que se ponga ilusión. El oficio de guionista también tiene algo que ver con ello y, de alguna manera, te sientes cómodo con la situación. De alguna manera, el destino te ha dado, te ha quitado y te ha vuelto a dar, aunque nada es exactamente como se había imaginado.

Con la sonrisa de quien se siente a gusto, es ciertamente bastante increíble que esta película haya caído en el olvido. The Majestic es una historia bien construida, que habla sobre la ilusión, sobre la verdad cogida con pinzas y sobre los destinos, que contiene una estupenda interpretación de Jim Carrey y una dirección sobria y cuidada de Frank Darabont. Y sí, el actor actúa muy seriamente ayudado por un estupendo plantel de secundarios en el que destacan veteranos como Bob Balaban, Martin Landau o Hal Holbrook. La fantasía, el drama suave y la sensación de querer hacer realidad lo que se lleva mucho tiempo deseando planean sobre toda la trama con lo agradable y lo cuidado en los primeros puestos. Y, al final, como no puede ser menos, el destino, el verdadero, el genuino, saldrá al encuentro para que el libre albedrío también tenga un papel destacable en la comedia.

Así que es hora de saborear muy intensamente aquello que se posee, porque, en cualquier momento, la vuelta a todo está ahí mismo, al doblar la esquina. En un instante se puede perder trabajo, amigos, amores y ambiciones y darse cuenta de que, a lo mejor, hay otras cosas en la vida que merecen mucho la pena. Sin embargo, hay que caer en ello, mirar con atención, prestar algo de cariño, incluir la buena intención y pensar en que, en la mayoría de las ocasiones, poseemos algo de suerte viviendo como lo hacemos. A poco que nos esforcemos, esta película estará entre las favoritas de cualquiera.

viernes, 4 de marzo de 2022

LOS NIÑOS DEL BRASIL (1978), de Franklin J. Schaffner

 

Ezra Liebermann ha dedicado su vida a encontrar a los peores delincuentes de la Historia. Auténticos asesinos que enviaban a millones de judíos a las cámaras de gas para que la Humanidad no olvide que eso siempre se puede repetir. No tiene demasiados medios, pero la inteligencia, a pesar de la edad, no ha dejado de funcionar. Y algo raro pasa con unos cuantos asesinatos sin conexión aparente en distintos lugares del mundo. Ha encontrado dos o tres elementos curiosos y se ha dado cuenta de que, alguien, en un plan meticulosamente frío y delicadamente calculado, está recreando las mismas condiciones ambientales para que un puñado de niños idénticos viva la misma experiencia que otro jovencito, hijo de un funcionario de avanzada edad y una mujer adorable. En la mente de ese joven que pasó a la Historia, se tramaron una serie de proyectos monstruosos que dieron lugar a la mayor maquinaria de guerra que nunca se haya visto. Ese jovencito se llamaba Adolf Hitler.

Detrás de todo ello, está un hombre que, en sí mismo, es un error de la Naturaleza. Se trata de El ángel blanco, el doctor Josef Mengele, escondido en algún lugar de la selva paraguaya, trazando y siguiendo de cerca el plan para conseguir que uno sólo de esos niños, nacido del ADN del Führer, siga sus pasos y cree el IV Reich. Tendrá que ser un joven determinante, mal estudiante, pero muy decidido, con poder de seducción y tremenda capacidad para mandar. Los niños del Brasil son mensajeros de algo que no debe repetirse nunca, nunca. Bajo ningún concepto. Y Liebermann luchará con todas sus fuerzas para que Mengele no triunfe en unos planes que, de alguna manera, también han sido torpedeados por alguna misteriosa superioridad.

Siempre se ha dicho que es muy posible que esta película hubiera sido mucho mejor con una inversión en los papeles principales. Gregory Peck, el doctor Josef Mengele, debería haberse hecho cargo del papel de Ezra Liebermann. Y Laurence Olivier tendría que haberle cogido el relevo. Aún así, la película es estimable porque el procedimiento de investigación del viejo cazanazis no deja de ser algo pintoresco y muy deductivo y hay algo tremendamente inquietante en toda la historia. Con una producción justa, pero con una interpretación estupenda del propio Olivier que merece la pena verse en versión original por su maravilloso acento en inglés, Franklin J. Schaffner dirigió con sobriedad y precisión y, de alguna manera, el miedo no evidente, sólo presentido, parece adentrarse en el cuerpo porque se puede llegar a intuir que todo lo que se cuenta, es posible.

Todas estas historias son parte del pasado y, quizá, ya pertenecen al círculo de la imaginación más calenturienta. Sin embargo, la película se anticipaba a las posibilidades del ADN y de su desarrollo genético y del empleo malsano de cualquier avance científico. Creer en el advenimiento de un nuevo homicida en masa parece imposible hoy en día y, no obstante, puede que, en algún momento, un médico, una enfermera o un asistente sanitario extrajera una jeringuilla con la sangre del Führer y esté guardada como una reliquia en un laboratorio de lugar ignoto esperando el momento para desarrollar la auténtica semilla del mal. Son noventa y tres nacimientos…

jueves, 3 de marzo de 2022

COMPETENCIA OFICIAL (2021), de Gaston Duprat y Mariano Cohn

 

Guardar el equilibrio con los egos dentro de una película no deja de ser un ejercicio para expertos que casi nunca sale demasiado bien. Al fin y al cabo, se trata de convivir con una serie de personas que han sido corrompidas por el éxito y, por eso, tratan de suplir sus carencias con la estupidez supina. Fingimientos impostados, reacciones imprevisibles, bobadas disfrazadas de sabiduría…Todo ello es un rompecabezas inservible que contaminan la verdadera esencia de algo tan maravilloso como es realizar una película, crear un sueño, reponer la vida.

Una película va a ser rodada. Al frente, una mujer que cree haberse ganado la vitola de genio y le falta mucho camino por recorrer. Los bandazos son algo habitual en su existencia y, por supuesto, esa cámara que pretende saber manejar será un instrumento de tortura para que los demás no dejen de tener en cuenta que el camino del arte que se supone que ella guarda dentro de sí misma es tortuoso y exige decisiones o instrucciones que tienen que ir acompañadas de la arrogancia de saberse diferente. Sus debilidades son motivos, sus aparentes fortalezas son puras tonterías. Y las órdenes, inevitablemente, se vuelven estupideces, ñoñerías, elementos de un escaparate que, en muchas ocasiones, no se responden con su verdadero valor. Divertida, Penélope Cruz.

Uno de los actores ha optado por el camino del prestigio. La sobriedad es parte de su credo y la enseñanza es parte importante de su trayectoria. No entiende que haya estrellas que se vendan al mejor postor y que traten de aparentar que su preparación es intensa cuando, nuevamente, es sólo nada. Se condena a sí mismo por participar en una película de supuesta repercusión al lado de un tipo que no merece ni una mirada de amistad. Demasiadas luces. Demasiadas sombras. Incluso puede ser que aprecie una melodía que no tiene nada de música para convencerse a sí mismo que su gusto por el arte y, por ende, por su propio trabajo está por encima de lo normal. Excelente Óscar Martínez.

El otro actor es el tipo que ha trabajado en Hollywood, se ha codeado de los mejores, ha participado del circo de los premios y cree que en su trabajo hay momentos de emoción inigualable. Su aprecio por sí mismo excede todo lo imaginable y está dispuesto a demostrar lo que sabe, a cobrar lo que debe, a sumergirse en cualquier infidelidad y a destacar continuamente en todos los detalles. Su objetivo es la cabecera de cartel y hará cualquier cosa por conseguirla. Y ningún actor de prestigio de teatros de tercera va a quitarle su oportunidad. Para ello, no duda en realizar ejercicios de relajación para soltarse antes del ensayo. Quedan muy bien, pero no valen para nada. Maravilloso Antonio Banderas.

Con la colaboración de estos tres actores Gastón Duprat y Mariano Cohn articulan una comedia efectiva, difícil, pero muy eficaz, que radiografía y exagera, aunque no demasiado, en el terreno de las manías y egocentrismos idiotas de muchos que se creen protagonistas en lugar de tratar de formar equipo para que todos den lo mejor. Se trata de que los demás den menos para que puedan destacar más. Y, a partir de ahí, todo se reduce a que, en realidad, el mejor lugar para el recuerdo de la posteridad, sea el infierno. El cine no necesita tanto método, tanto postura, tanto truco de situación para sacar la mejor interpretación. El cine necesita toda la verdad posible dentro de la mentira que es. Y, luego, el público emitirá su veredicto. Y ése, en muchas ocasiones, será consecuencia de una opinión falseada para parecer más interesante. El ser humano, dentro del cine, también es así.