“Yo
no me siento cómodo con todo lo que rodea el cine. No me siento cómodo
desfilando por una alfombra roja. No me siento cómodo con todo el mundo
mirándome esperando que les dirija un gesto o diga unas palabras para la
posteridad. Sé que es parte del negocio, pero eso no quiere decir que tenga que
estar cómodo con algo así”
William Hurt fue el
actor que, quizá junto con Michael Caine aunque en otra modulación, nos enseñó
que menos era más. Sus interpretaciones siempre descubrían con enorme sapiencia
que la tormenta se llevaba en el interior de las personas y que rara vez salían
hacia el exterior. Y lo hacía evidente con sus actitudes. Sus personajes solían
ser atormentados, difíciles, llenos de dudas, enclavados siempre en momentos
existenciales de zozobra. Y con sus maneras, sus gestos, su mirada que más
parecía ir hacia adentro que hacia afuera, nos descubría todo ese maremágnum de
sentimientos que se encontraban en algún lugar del alma. Un actor irrepetible,
lleno de profesionalidad, de verdad y de pasión por lo que hacía. Más que nada
porque ni siquiera se sentía actor. Se sentía como un hombre al que le gustaba
actuar.
Su aprendizaje fue,
ante todo, académico, en la prestigiosa Julliard School y, después de aparecer
en papeles muy secundarios en varias series y forjarse la piel en las tablas
del teatro, Hurt ya aparece como protagonista en su primera aparición en cine.
Fue en Un viaje alucinante al fondo de la
mente, de Ken Russell, una fábula de regresión a través de drogas
psicóticas en el campo de la experimentación científica que goza de gran
prestigio para algunos, pero que, en el fondo, no deja de ser una de esas
películas alocadas y nerviosas de Ken Russell que no acaban de llegar,
precisamente, por el carácter de su director.
A continuación, otra
excelente película, lastimosamente olvidada, como fue El ojo mentiroso, de Peter Yates, con Sigourney Weaver como
compañera, en la piel de un extraño celador de un edificio de apartamentos que
asegura ser testigo de un crimen y que inicia un romance con la reportera de
televisión que cubre el suceso. Aquí es donde Hurt empieza a dar muestras de lo
que era capaz de hacer con mucho estilo.
Lo confirma en su
primera asociación con Lawrence Kasdan en la excepcional Fuego en el cuerpo, una película que remite directamente a la Perdición, de Billy Wilder, en donde se
puede palpar la atmósfera densa de crimen y misterio en la que se mueve, con
Hurt haciéndose cargo del difícil papel de la marioneta que se cree protagonista.
Maravillosa y siempre reivindicable.
Vuelve con Kasdan para
ser uno de los miembros de la pandilla de amigos de Reencuentro, en concreto, el díscolo amigo que coquetea con las
drogas porque no se siente satisfecho de la vida que ha llevado y no sabe la
vida que va a llevar para, al final, coger, de alguna manera, el relevo de ese
otro amigo que se ha ido y que, en realidad, motiva el reencuentro de todos
aquellos a quien tanto quisimos cuando la vida era joven.
Con Gorky Park, William Hurt consigue otro
excelente papel en la piel de un policía soviético encargado de investigar la
muerte violenta de tres jóvenes americanos que son encontrados despedazados en
el Parque Gorki de Moscú. Hurt realiza una interpretación muy difícil,
intentando mantener la legalidad que se le supone mientras se da cuenta del
régimen corrupto y tiránico en el que vive, un régimen que también quiere
acabar con cualquier atisbo de esperanza.
En 1985, el actor
consigue el que es, quizá, su mayor éxito. Interpreta a Molina, el preso
encarcelado por escándalo público en un penal de alguna ciudad de
latinoamerica, dentro de otro régimen que tampoco deja espacio a la esperanza y
que debe compartir celda con otro recluso, al que da vida el maravilloso Raul
Juliá, condenado por sus ideas políticas. Hurt ofrece una interpretación
sensible, maravillosa, sugerida, con gestos acertadamente estudiados. Siempre
dijo que gran parte de esa interpretación se la debía a Juliá porque decidieron
ensayar la película intercambiando los papeles, así, él, desde fuera, podía
sentir lo que ofrecía el personaje de Luis Molina, con sus inquietudes, sus
marginalidades y su deseo de vivir libremente, al mismo nivel de quien se
supone que está en la lucha política compartiendo un espacio tan reducido. Por
esta interpretación, William Hurt ganó el Oscar al mejor actor.
Volvió a ser nominado
por su papel de maestro de sordomudos en la excelente Hijos de un dios menor, al lado de Marlee Matlin, con la que inició
una relación que duró algunos años. Su interpretación fue delicada, muy
matizada, incidiendo en los errores de ese profesor que, a su vez, también
entabla una relación especial con la conserje del centro donde da clases,
también sordomuda. Una historia que también habría que volver a recuperar.
Con Al filo de la noticia, consigue una
nueva nominación al lado de Holly Hunter, dando vida a un reportero capaz de
hacer cualquier cosa con tal de conseguir el estrellato televisivo. Incisiva,
mordaz, muy crítica con el medio, Hurt consigue conquistar al público a través
de un personaje que nunca se sabe muy bien si va o viene, si se mueve por
ambición, por amor, o por pasión hacia lo que se dedica. Otro papel muy difícil
que Hurt sabía ya sacar como nadie.
Con El turista accidental vuelve a reunirse
con Kasdan y realiza un más difícil todavía. Su personaje, un escritor de guías
de viaje que tiene problemas para vivir sus emociones, lo interpreta de un modo
deliberadamente neutro. Parece que a ese hombre, turista accidental de sus
emociones, no le afecta absolutamente nada, no mira a su alrededor, está cómodo
en su vida gris, sin emociones de ningún tipo. El divorcio no fue con él, la
muerte de su hijo tampoco, el amor llama de nuevo a su puerta y no le deja
entrar. Una película difícil, con un papel muy difícil.
Realiza un papel
secundario de indudable gracia como uno de los colgados contratados por la
mujer de Joey Boca para asesinarle en Te
amaré hasta que te mate. A pesar de la brevedad del papel, uno de los
momentos más divertidos de la película lo comparte con Keanu Reeves en el
instante cumbre en el que deben consumar el asesinato. Aquí, Hurt dio muestras
de que también sabía reírse un poco de sí mismo.
Trabaja con Woody Allen
en Alice y se atreve con el papel
protagonista en la climática adaptación de La
peste, de Albert Camus, pero se le empieza a notar que busca más prestigio
que fama y escoge cuidadosamente sus papeles, no siempre con éxito. Resulta
entrañable como el gran amigo de Harvey Keitel en la popular Smoke, se pierde un poco en títulos muy
olvidables, sin papeles de gran relevancia y aceptando, a menudo, roles muy
secundarios, acompaña a Shyamalan en esa fábula de miedo que no es tal en El bosque, y consigue una nueva
nominación al Oscar, esta vez como secundario, de la mano de David Cronenberg
como el rival más temible de Viggo Mortensen en la excelente Una historia de violencia, película en
la que, extrañamente, no está muy contenido, algo que ha sido su línea
habitual.
También consigue una
excelente interpretación como la parte más mala de Kevin Costner, susurrando
maldades a su oído, en la interesante Mr.
Brooks, y dentro del Universo Marvel asume el papel del General y luego
Secretario de Defensa Ross en títulos como El
increíble Hulk, Civil War, Infinity War, Endgame y La viuda negra. Entre medias, se atrevía con papeles muy
secundarios, con poco fuste y con apenas dos o tres secuencias. Algo muy
extraño en un actor que, durante una década, lo fue todo en el cine. Tal vez
porque, como él mismo decía, no se sentía cómodo en un mundo en el que sabía que
gran parte de los focos se fijan en las poses y en fingimientos algo estúpidos.
Su honestidad la llevó al extremo. Prefería papeles de menor relevancia antes
que venderse en títulos fáciles (aunque realizó algún intento como en la muy
olvidable Perdidos en el espacio) que
sabía que poco o nada añadirían a un nombre que merecía estar en lo más alto a
la hora de hablar de grandes actores del cine contemporáneo.