jueves, 30 de junio de 2022

ELVIS (2022), de Baz Luhrman

 

Baz Luhrman tiene un grave problema como director. Quiere ser tan brillante como Martin Scorsese y, sin embargo, sólo es efectista. Y hay una gran diferencia entre la genialidad y la permanente intención de impresionar. No cabe duda de que esta película sobre la ascensión y caída de Elvis Presley tiene momentos excepcionales, con encadenados sorprendentes y algunas ideas francamente buenas, pero Luhrman, haciendo gala de máximo representante del cine-batidora, se esmera en ofrecer un montaje precipitado, al borde del exceso, perdiendo eficacia, perdiendo potencia.

Entre los errores que comete el director, se pueden destacar el escaso desenlace que le da a personajes a los que otorga voz (por ejemplo, el personaje que interpreta Kodi Smith-McPhee), pasa de puntillas por algunas de las canciones señeras del Rey del Rock y también por su carrera cinematográfica, haciendo solamente énfasis en su frustración por no haber hecho ninguna película que revelara su talento en la escena (aunque hay una, por lo menos, que tiene cierta categoría como El barrio contra mí, de Michael Curtiz). Entre los aciertos se halla el punto de vista narrativo de toda la historia, atribuido al personaje del “Coronel” Tom Parker interpretado con una atractiva ambigüedad por Tom Hanks, o la tremenda intensidad que Luhrman imprime a ese maravilloso If I can dream que Presley cantó en su especial de Navidad en televisión.

Por otro lado, es evidente que Elvis no fue sólo un juguete roto devorado por la maquinaria implacable del éxito. Fue un hombre terriblemente débil, y posiblemente demasiado joven, en el manejo de sus negocios, siendo manipulado constantemente por ese falso coronel que no era más que un vendedor de humo, ludópata, farsante reconocido y de oscuro pasado que sabía ofrecer su mejor rostro al igual que el de un bondadoso tío que se preocupa desinteresadamente por los negocios de su sobrino. Elvis acabó por ser un barril patético físicamente, descuidado, desgarbado y casi ridículo que aún sabía dar lo mejor encima de un escenario, a pesar de todo. A pesar de todos.

Se puede atisbar que, aún así, la película encantará a los fanáticos del Rey. Al fin y al cabo, son casi tres horas asistiendo al festival que ofrece Austin Butler, que realiza una esforzada interpretación aunque no canta la mayoría de las canciones, aunque estudia al milímetro los movimientos pélvicos de un cantante que rompió moldes, que cantaba como un negro y que quiso ser rebelde en un momento en el que eso, precisamente, era lo que más sobraba.

Y es que no es fácil asimilar el éxito y cargar con la responsabilidad de simbolizar todo aquello que parecía prohibido en una sociedad puritana, anclada todavía en la segregación y en la que no se podía concebir, ni en sueños, que alguien quisiera romper tabúes a base de golpes de cadera y de una voz cargada de sensualidad. Ni siquiera a través de la mente sospechosa del representante de Elvis, casi verdadero protagonista de la película, capaz de adaptarse a cualquier circunstancia con tal de hacer que el negocio avance y sus deudas queden saldadas. Siempre hay alguien más listo cuando las chicas gritan de ansiedad porque experimentan algo extrañamente agradable y agradablemente extraño. Y no se preocupen. Tampoco dejará de haber algunos que se pongan inquietantemente nerviosos ante tanto alarido histérico, ante tanto dinero circulando y ante la seguridad de que algo está cambiando.

miércoles, 29 de junio de 2022

EL NEGRO SILENCIO DEL DOLOR (Blast of silence) (1961), de Allen Baron

 

Salir a la luz de nuevo vuelve a ser un parto de dolor. Enterrado en el negro silencio, un asesino profesional viaja de Cleveland a Nueva York para hacer un encargo más. Meticuloso, frío, enigmático, recibe las instrucciones y, en plena Navidad, sigue a su potencial víctima para estudiar sus movimientos. No quiere dejar nada al azar, pero tampoco es insistente. Sabe que si le descubren se acabará todo. Nueva York se hunde en su blanco negro de Manhattan y el tipo deambula por sus calles, tratando de pasar todo lo desapercibido que puede. Toma grandes precauciones, pero el destino, ya se sabe, suele disparar también sin preaviso. Un antiguo compañero en un bar. El pasado se presenta de repente. Aquellos días de orfanato. Aquellas carreras arrastrando la nariz por los suelos. Aquel sentimiento de desamparo, de abandono, sólo roto por una chica que, por casualidad, es la hermana de ese antiguo compañero. Sí, parece que el destino quiere una última jugarreta. El tipo pasará la Nochebuena con ellos y, al día siguiente, también habrá una Navidad en las cercanías de la chica.

Sin embargo, la gran ciudad esconde demasiadas trampas y muchos tipos de bajos fondos que querrán sacar algo de tajada cuando suman que dos y dos son cuatro. El asesino tendrá que ponerse al descubierto y eso es muy poco profesional. Sería mejor abandonar el encargo, pero esos tipos que le han contratado no aceptan un no por respuesta. Tendrá que seguir hasta el final o si no deberá asumir las consecuencias. No hay salida, como en aquel orfanato de la infancia. Hará su trabajo y no hay más que hablar. Decidirá sobre el destino de un hombre al que no había visto nunca. Como si fuera Dios. Dominando la mirada desde las azoteas de los edificios, tratando de escapar de las miradas curiosas de testigos casuales. Todo estará calculado al milímetro. El arma, el silenciador, el lugar, el momento…e, incluso, en un último giro para retorcer el carácter, la espoleta de rabia para que, con un rostro lleno de frialdad, no haya vacilación a la hora de apretar el gatillo. Sólo queda cobrar. Sólo queda volver a la oscuridad.

El negro silencio del dolor es una de esas películas que han sido enterradas por el olvido al tratarse de una película rodada con un bajísimo presupuesto y con una paupérrima distribución en el momento de su estreno. Sólo los alemanes, en el Festival de Munich de 1990, comenzaron a rescatarla con ese vigor que atesora, a la manera de Samuel Fuller y Jean Pierre Melville, con una voz en off que casi parece una arruga en el sonido debida a Lionel Stander y con esa novedosa descripción del trabajo de un asesino profesional en la preparación y ejecución de un contrato. Allen Baron dirige, interpreta y escribe el guión, y, por supuesto, no tuvo, prácticamente, ninguna continuidad en el cine, recluyéndose en el espacio televisivo. Su rostro, una especie de mezcla impasible de Robert de Niro y George C. Scott, resulta ideal para esconder esa tormenta de sentimientos de un asesino que ya está de vuelta y comienza a sentir la fatiga de una existencia que se sabe cara e inútil. Una joya que debería descubrirse para quien realmente le gusten las entrañas del cine negro.

martes, 28 de junio de 2022

OBJETIVO: BANCO DE INGLATERRA (1960), de Basil Dearden

 

El plan es muy sencillo. Se trata de hacer un atraco entre caballeros. Los compinches son la flor y nata de lo peor de la oficialidad británica en la guerra. Todos ellos cometieron algún resbalón en el ejercicio de su mando y han sido defenestrados y, lo que es aún peor, olvidados. Se les ha condenado a vivir con mediocridad, alienados por sus mujeres, despreciados en esa rutina diaria a la que, a veces, se entrega el matrimonio, sin éxito, sin reconocimiento. Así que, cuando ese misterioso coronel les ofrece un golpe que requiere de una perfecta coordinación militar, no lo dudan. Sólo quieren saber el cómo y llevarse su parte. Todo está planeado como si fuera un objetivo en plena batalla, sin fisuras posibles, llevando el cronómetro con la hora exacta, con el segundo preciso. Se trata de estar en el momento adecuado y en el sitio indicado.

Como no podía ser menos, el reclutamiento para la operación pasa por una minuciosa y extensa inspección por las habilidades y antecedentes de los miembros del equipo. La menor graduación posible es la de Teniente porque todos, a pesar de los pesares, tienen honor castrense y están dispuestos a seguir las órdenes de sus superiores. No importa si el enemigo es un alemán o unos guardias fuertemente armados y prevenidos del Banco de Inglaterra. El plan está sobre la mesa. Se construyen maquetas y se dibujan los croquis. No puede fallar.

Puede que el elemento que no se ha tenido en cuenta es lo único que… pero no, no puede ser. Es imposible. Es demasiado simple para ser verdad. Demasiado infantil. Es como si paseas por la calle y te cae una maceta en la cabeza. El Coronel Hyde, jefe de la operación, lo tiene todo milimétricamente calculado. No hay error posible.

No deja de ser curiosa la idea de partida de este atraco perfecto en pleno Londres. Esta vez no estamos ante una pandilla de granujas descarriados, sino ante una auténtica liga de caballeros aburridos y ofendidos que deciden ponerse en marcha para iniciar una vida que creen merecer. También es muy interesante la relación que se establece entre el Coronel Hyde, interpretado con solvencia, como siempre, por Jack Hawkins, y el Comandante Race, segundo al mando, que asume el rostro ambiguo e interesante de Nigel Patrick. Por allí acompañan rostros muy conocidos como los de Richard Attenborough o Roger Livesey, dando textura a la trama en la que no falta el nerviosismo en una resolución que no deja de ser original aunque, quizá, algo corta. Detrás de las cámaras, Basil Dearden, que años después se haría cargo de Kartum, con Charlton Heston y Laurence Olivier, demostrando oficio y una tremenda sobriedad. Casi se podría decir que Dearden hace suyos los principios militares de simpleza, concisión, claridad y disciplina.

Así que traten de ver algo a través del humo y consigan su caja. El Banco de Inglaterra va a ser asaltado por unos cuantos hombres de probada educación e impecable comportamiento. Eso, al fin y al cabo, no es obstáculo ninguno para comportarse como un ladrón en condiciones. A sus órdenes, caballeros.

viernes, 24 de junio de 2022

RELATO CRIMINAL (1949), de Joseph H. Lewis

 

No es fácil echar el guante a un jefe de la mafia en base a su evasión de impuestos. Nunca hay nada a nombre de él, no hay ningún pago, no hay ningún cobro. Si fuera por la Hacienda correspondiente, no existiría. Sin embargo, cuando no hay nada para probar siempre se halla el remedio de la perseverancia. Insistir, buscar, escrutar, saber. Por supuesto, falta un testigo que declare con valentía y, como suele pasar, será el más débil, el que, prácticamente, no tiene nada que perder porque la pobreza es la cabecera de todos sus días. El agente del tesoro Frank Warren va detrás de ese tipo que se dedica a tomar el pelo a la policía, a los proveedores, a los consumidores de alcohol, a los que tratan con droga y a la sociedad entera porque lo único que le interesa es amasar dinero y presumir de sus orígenes humildes. Y, en esa perseverancia que demuestra Warren, habrá muchísimo sacrificio. Apenas podrá estar con su familia, pero se atreve a hacerlo porque sabe que, si consigue atraparlo, sus seres queridos estarán más seguros, podrán andar por la calle con más libertad y muchísima más gente podrá dejar de caminar por el abismo sólo por satisfacer las ansias de avaricia de un individuo que sólo merece el desprecio y la justicia.

No cabe duda de que esta película se mueve dentro de los parámetros de la serie B, pero lo hace con un ritmo endiablado, con un gran sentido de la planificación y de la fotografía y con la seguridad de que, sin dejarlo evidente, todo el mundo identificará la historia con la caza que se emprendió contra Al Capone. Todo está rodado a pie de calle, con una visión vigorosa, casi al modo de Samuel Fuller, sin decaer en la tensión, deambulando por las calles pobladas y los oscuros pasillos. Hay momentos de un estilo extremadamente seco, sin concesiones y otros en los que, con una maestría difícil de igualar, la trama se adentra por la sensibilidad y la ternura de algunos hombres y mujeres que eran capaces de sacrificarlo todo con tal de otorgar algunas briznas de libertad a todos. Glenn Ford no deja de pasear su rostro de hombre honrado, atormentado por sus renuncias, pero totalmente entregado a un trabajo que le lleva años y que le condena a eternos ratos de soledad. La dirección de Joseph H. Lewis, que ya dio muestras de lo excelente que era cuando tenía un argumento que mereciera la pena entre sus manos con El demonio de las armas, es contenida, precisa, muy ágil, certera y haciendo fácil lo que es tremendamente difícil. La fotografía de Barnett Guffey, que años después se lució con el blanco y negro de El hombre de Alcatraz, de John Frankenheimer, está hábilmente contrastada, con negros muy oscuros y claros muy blancos. El resultado es una película que, quizá, quiera moverse dentro del cine negro y que, no obstante, extiende sus brazos más allá. Tanto que llega a ser un retrato del trabajo bien hecho, de la constancia y de la profesionalidad de unos hombres que pusieron todo en riesgo para que todo fuera diferente.

jueves, 23 de junio de 2022

LIGHTYEAR (2022), de Angus MacLane

 

En otro mundo de imaginación, los héroes todavía deben demostrar de lo que son capaces. El vacío del espacio exterior acabará por exhibirlos en un mostrador de juguetes para que un niño repita una y mil veces la misma aventura que acaba de ver en el cine. Una vez más. Y otra. Salvando a la Humanidad o a unos colonos del espacio, haciendo que el bien triunfe sobre el mal. Los héroes hacen que ya no queden dudas al respecto.

Así que ahí tenemos a Buzz Lightyear abriendo el camino de la hazaña para que la fantasía se haga realidad en cualquier cuento infantil, con otros juguetes como compañeros, porque, en su historia de origen, tiene a los mejores. Fueron valientes, intrépidos, decididos y capaces de vencer sus propios miedos. Las estrellas, al fin y al cabo, cuando tiemblan en su fulgor, no lo hacen por miedo.

Cualquier película con el sello de Pixar tiene una esperanza de calidad que no se sólo se circunscribe a la realización y al acabado sino también a su espléndida inventiva en la narración de sus películas. Lightyear, a pesar de ser un vehículo de cierta eficacia para los más pequeños, se destaca por su escaso brillo, probablemente debido a la ausencia de emoción que parece recibir todos los pasos de ese vigilante del cosmos que trata de proteger a todos con su arrojo, siempre innegable, y con su perseverancia, a veces, algo débil.

No faltan, por supuesto, homenajes a las consabidas 2001: Una odisea en el espacio, de Stanley Kubrick, o Interstellar, de Christopher Nolan, con sus saltos de tiempo que tan bien sabe explotar la capacidad de síntesis de la Pixar, que llegó a su máxima expresión con esos maravillosos quince minutos iniciales de Up. Aún así, la película no consigue conectar del todo, limitándose a una serie de viñetas trepidantes sin fuerza interior, quedándose a medio camino entre el infinito y el más allá.

Y es que los héroes no están cansados porque no son sólo vehículos de acción al servicio de la nostalgia. También deben tener una historia con cierta encarnadura, no limitándose a la belleza de la permanencia en las vidas provisionales de unos náufragos que, con el paso de los años, se encuentran más aislados del resto de la Humanidad. El corazón nunca debe de faltar cuando los malvados archiconocidos tratan de imponer los planes de la aniquilación. Eso es algo que todos los héroes saben cuando despliegan sus alas y hacen que todos los que les llegamos a conocer sepamos la auténtica medida de su valor. Más aún si eso se consigue con el espléndido subrayado que ofrece la música de Michael Giacchino, uno de los mejores valores de la cinta y, sin duda, un firme candidato a la sucesión de John Williams en el universo del pentagrama para películas.

Todo será difícil cuando se ponga demasiado en alerta. Un viaje de cuatro minutos se convierte en otro de cuatro años y pasar por los anillos en ruta es una muestra más del heroísmo del más experto de los pilotos. El siguiente paso, querido Buzz, será conquistar el firmamento en el cuarto de un niño que querrá a sus juguetes como un elemento más de su lento proceso hacia la madurez. La responsabilidad es muy grande. Y más vale demostrar ese heroísmo en un espacio que se conoce bien. En el infinito. En las estrellas. En ese lugar en el que la fantasía no tiene límites y los héroes nunca, nunca mueren. 

miércoles, 22 de junio de 2022

EL FINAL DE LA VERDAD (2019), de Philipp Leinemann

 

Martin Behrens es un experto en Oriente Medio que tiene la vida medio desflecada. Se ocupa de recoger información para los servicios secretos a través de la entrada de inmigrantes y apenas tiene tiempo para dedicárselo a su hija. El divorcio está aún reciente y está enamorado de una periodista con la que vive una apasionada historia de amor en una cabaña al borde de un lago alemán. Sin embargo, un día todo se desmanda aún más. Su amante muere en un ataque terrorista y él sospecha que no es casualidad. Algo hay detrás de ese supuesto asalto de guerrilleros a una cafetería del centro de Berlín. De repente, deja de tener la confianza de sus jefes y comienza una campaña de descrédito contra él. Sólo la verdad puede salvarle. Y no está muy seguro de que le vaya a gustar.

Detrás del entramado de espionaje y de intereses, Behrens descubre demasiadas cosas incómodas. La conveniencia de algunos gobiernos con la desestabilización que producen los atentados, la intromisión de multinacionales que están deseando acaparar cuotas de mercado de armas, la sorprendente implicación de gente que, en teoría, goza de toda su confianza… En cualquier caso, Behrens es testarudo, a pesar de que la conspiración avanza contra él, y sigue en la brecha a pesar de todo. Trata de averiguarlo todo porque sólo así podrá cambiarlo todo. Y, entre otras cosas, conseguirá que alguien que está desde el principio contra él comience a estar con él. Y eso es algo que no es nada fácil en el ambiente de desconfianza y de escepticismo que reina en los servicios secretos europeos.

Notable película alemana dirigida por Philipp Leinemann que, aunque se deslavaza en algún pasaje, consigue mantener el interés dentro de una trama que podría haber pergeñado el mismo John Le Carré. En el reparto, más que el protagonista Ronald Zehrens en el papel del analista Martin Behrens, brilla con luz propia ese burócrata que asume el mando interpretado por Alexander Fehling, uno de los rostros más interesantes del cine alemán contemporáneo, capaz de esconderse detrás del gris de un puesto que considera rutinario para evolucionar, poco a poco, a la creencia de la teoría de la conspiración y al convencimiento de que hay demasiados intereses alrededor de algo tan extraordinariamente despreciable como es el terrorismo.

Así que es la hora de extender la alerta y tratar de agarrar las frases de doble y triple sentido. Los ataques con aviones no pilotados pueden ser la espita que prenda la mecha y se produzca una inesperada reacción en cadena en la que se crea y se mueve una unidad que sólo mira por el dinero y el enriquecimiento de los que están a la sombra. Los malvados seguirán disparando balas indiscriminadamente, poniendo bombas sin pensar en los daños, haciendo correr la sangre de gente que sólo quiere vivir y que, por sí misma, no tiene ninguna culpa. Y lo más vergonzante es que parte de todo eso está auspiciado desde el mismo corazón de Europa, como si todos estuviéramos inmersos en una emboscada mortal de la que será imposible salir.

martes, 21 de junio de 2022

PAL JOEY (1957), de George Sidney

 

Joey es uno de esos, ya sabes. Con su sonrisa tiene a medio mundo ganado. Canta algo en un garito, hace un par de bromas en un antro y tiene a todos bailando en su bolsillo. Es un jugador de ventaja, un tipo de esos que no se toma nada en serio, ni siquiera a sí mismo. Es carne de club, viajante de humo y listo de focos. Cuando, en una actuación bien pagada, conoce a Vera Simpson, sabe que ha encontrado a un alma gemela. Ella es la típica corista que ascendió de posición a base de insistir en la horizontal. Por aquellas cosas que ocurren, ya es viuda, y, claro, tiene dinero. Pero viene exactamente del mismo arroyo del que ha salido Joey. Y ella no se lo va a pensar dos veces para comprarse al guapo, interesante, simpático y algo gañán cantante de club. Son de la misma raza y los perros deben aparearse con los suyos.

Sin embargo, en algún lugar del interior de Joey hay un atisbo de honestidad, o de humildad, o de sentimiento que se puede llamar de cualquier manera, pero que es positivo. También ha conocido a otra chica, otra simple corista y quiere evitar que, con el tiempo, sea como Vera. Por eso, cuando Joey consigue el mando bajo el cheque y los ceros de Vera, no va a dejar que la chica se precipite por el barranco y se pierda en los desiertos de humo y babas de los clubs más bajos de la ciudad, porque ese es el futuro que la espera. Joey tiene corazón. Y Vera va a herirlo con premeditación.

Este fue el musical que hizo famoso a Gene Kelly a principios de los años cuarenta en las tablas de Broadway. Durante muchos años, se quiso hacer una adaptación al cine y, cuando estuvo todo listo, Kelly rechazó el papel y fue a parar a Frank Sinatra. Por supuesto, se suprimieron los bailes y se conservaron las maravillosas canciones de Lorenz Hart y Richard Rodgers. Entre ellas Bewitched, o la genial The lady is a tramp, o la mítica My funny Valentine, o la divertida Zip, que, no se puede negar, son el principal atractivo de esta historia de descenso a los infiernos y lenta escalada de un bribón que sueña con dirigir un local y, cuando lo consigue, renuncia a todo por amor, por compasión y porque es lo correcto. Sinatra realiza una interpretación convincente, con poco esfuerzo, pero adecuada. Rita Hayworth demuestra, una vez más, que en la madurez podría haber sido una actriz a tener muy en cuenta, y Kim Novak pasea su rostro de hielo, con el error de mostrar sus piernas y, dentro del registro de la buena chica, intentar pasear por el abismo sin rubor. Dirige George Sidney con más oficio que precisión y, sin duda, no es de sus títulos más recordados, pero no deja de ser una película que hay que tener en cuenta.

Es el momento en el que la orquesta afina sus instrumentos y comienza a pasearse por el borde del jazz. Una voz inolvidable nos dirá que estamos hechizados o que podría escribir un libro en un hotel pequeño. Da igual. No nos llevará a ninguna parte porque Joey es así. Es el tipo que está lleno de promesas y no cumple ninguna.

viernes, 17 de junio de 2022

AL FILO DE LA SOSPECHA (1985), de Richard Marquand

Es fácil caer presa del encanto. El tipo parece inocente, se comporta como si fuera inocente y, además, no está todo el tiempo diciendo que es inocente. Han asesinado a su mujer y parece que le duele y eso suele ser una prueba definitiva. La suficiente como para hacer que una abogada de la categoría de Teddy Barnes decida volver a ejercer como litigante en un proceso penal. La experiencia en el despacho del fiscal fue demasiado dura porque Teddy lidia mal contra los intereses políticos y ya no cree mucho en la justicia imparcial. Sabe que hay mucho más si el caso tiene algo de publicidad y, en este caso, la hay porque el individuo va a heredar toda una fortuna. Y, por si fuera poco, el fulano se ha dedicado a trabajar de firme a pesar de tener la vida resuelta con una firma de su mujer. No, son demasiados elementos como para pensar que ese guapo millonario sea culpable.

Teddy hará todo lo posible para librarlo de la cárcel. No puede permitir que el fiscal, de nuevo, se salga con la suya para salir en todos los titulares de los periódicos y preparar su próxima campaña para gobernador, senador, congresista o presidente. En cualquier caso, es alguien que no se va a parar porque ella, una experta litigante que le conoce bien, sea su defensora. Los trucos no van a faltar y ella se los sabe todos. Por eso, en el fiscal, hay una pequeña sombra de miedo. Es posible que Teddy le arruine el negocio.

En su día, esta película fue un tremendo éxito que aceleró la carrera de Glenn Close y de Jeff Bridges. Con un guión de Joe Eszterhas algunos años antes que Instinto básico, Richard Marquand articula un sólido thriller algo gastado con los años, con reminiscencias de Hitchcock y de la realización televisiva y con el deseo de que la audiencia quedara enganchada con las múltiples trampas de la historia. El resultado es básico, pero agradable, es instintivo, pero preciso. Es suficiente como para mantenerse en todo momento al mismo filo de la sospecha.

Y es que la justicia puede ser ciega, pero también tiene sentimientos. Las pruebas circunstanciales apuntan a algo más y es necesario descender hasta el mismo fondo de la verdad para descubrir qué es lo que hay detrás de la máscara. Puede que todo sea obra de un despistado cuidador de taquillas, o que, al fin y al cabo, haya un agresor suelto por ahí, esperando detrás de la puerta de la cocina de mujeres de cierto dinero para desahogar su rabia. Los testimonios deberán ser desmontados y las pruebas, puestas al descubierto. No hay que olvidar que nunca se puede juzgar a la ligera y que el derecho penal está lleno de recovecos oscuros en el que se agazapan los más fríos asesinos. Nadie se saldrá con la suya. Esta vez, no. El veredicto será dictado. La sentencia será inapelable. Y la noche esconderá los verdaderos rostros. Sin piedad. Sin más.


jueves, 16 de junio de 2022

JURASSIC WORLD: DOMINION (2022), de Colin Trevorrow

La propia experiencia nos debe avisar de que, cuando se produce un desequilibrio en la convivencia entre los habitantes de este bendito planeta, siempre habrá unos cuantos que traten de sacar provecho a costa, incluso, de la creación de más problemas. No podía ser menos si ese desequilibrio se causa porque las criaturas del cretácico se han convertido en habituales entre las flora y la fauna y que los humanos deben aprender a coexistir con ellas. Algo difícil, teniendo en cuenta que es una especie que se situaría por encima en la cadena alimentaria.

El caso es que no puede faltar ese nuevo Bill Gates de turno que desarrolle una especie de langosta que acabe con todas las cosechas del mundo. Hambruna, guerras, desaparición del ser humano y, por supuesto, la supremacía de una determinada clase social. Menos mal que, en su insaciable búsqueda de la genética menos provechosa para la raza humana, siempre están los héroes especializados en la lucha contra los dinosaurios, de antes y de ahora. Así que se prepare el individuo en cuestión que va a recibir hasta en el chip.

Uno de los problemas que tiene esta última entrega de la saga de Jurassic World es que es una película que no tiene demasiada alma. Algo que sorprende, habida cuenta de que la primera parte sí que conservaba cierto espíritu y que la mejor dirigida de todas es la que hizo nuestro J. A. Bayona. La resolución es floja, tiene algún momento de acción interesante, se muestra todo el catálogo de bestias antediluvianas, desde Dilophosaurus hasta Giganotosaurus y ni siquiera posee ese necesario sabor a nostalgia cuando aparecen Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum. Por otro lado, no cabe duda de que Chris Pratt, por físico y condiciones, es un eficaz héroe de acción, pero contrasta notablemente con una producción que no ha apostado a fondo por los gráficos de ordenador y, en alguna que otra escena, cantan hasta debajo de la ducha, con errores tan evidentes como no respetar el punto de referencia de la mirada de los actores en determinados momentos. Aparte de todo eso, la trama, en el intento de desenlace, es débil, olvidable, no demasiado comprensible y funciona más como excusa que como objeto.

Así que, sin duda, habrá aplausos al terminar porque la acción es muy agradecida, con muchos dientes afilados, con muchas uñas como cuchillos, con alguna que otra repetición e, incluso, con alguna resolución largamente esperada. No falta el cinismo perplejo de Ian Malcolm, o el aura aventurera de Alan Grant, o la terca perseverancia de la Doctora Ellie Sadler y homenajes a títulos míticos como El resplandor, de Kubrick; Apocalypse now, de Coppola; o, con el afán de contentar al jefe, a la saga de Indiana Jones. Te entretiene a ratos, a pesar de ser la peor dirigida, la peor realizada y la peor explicada. Y el aliento de los dinosaurios se siente en el cogote cual bengala para distraer su díscola mirada. Para el espectador poco exigente o de corta edad, será más que suficiente. Para el avezado, será una más que podría haber sido una menos. Para el inapetente, no despertará ninguna simpatía. De todas formas, es algo que suele pasar cuando se agota una fórmula más que sobada. Las uñas, por muy afiladas que estén, se desgastan en su roce continuo contra las paredes. Y aquí hay piedras muy arañadas que se hallan muy lejos de aquel estreno que maravilló al mundo en 1993 con el título de Parque jurásico y que nos dejó a todos con la boca y los ojos bien abiertos.

miércoles, 15 de junio de 2022

EL MUNDO SEGÚN GARP (1982), de George Roy Hill

 

Garp sólo recuerda que nació en el aire y que, de forma casi inexplicable, también murió en el aire. Tal vez eso sea una metáfora de que, en realidad, la vida siempre está en el aire, con sus dudas, sus desequilibrios, sus momentos de felicidad y de desgracia. En ambas ocasiones, Garp recuerda su sensación de gozo, de que, al fin y al cabo, estar en el aire también implica una buena dosis de libertad dentro de una existencia que no ha sido demasiado amable con él, con una madre radicalmente feminista y una esposa que, desgraciadamente, es infiel. Sin embargo, Garp guarda una virtud que le hace diferente y es que se toma la vida como una comedia. Todo tiene un lado irremediablemente cómico, como ese jugador de fútbol americano que saca tres cabezas a cualquiera y que quiere cambiar de sexo. Y no es una cuestión de reírse de él. Es una cuestión de reírse con él. Garp quiere escribir porque ve que esa vida volátil e inasible es un misterio maravilloso que merece la pena desentrañar. Es sólo la óptica con la que Garp mira las cosas.

Es como vivir en una continua batalla de bolas de nieve. Sacar el máximo provecho a todo lo que pasa es algo que sólo está al alcance de unos pocos y Garp es un experto en ello. Tanto es así que ni siquiera tiene un nombre de pila y jamás supo quién era realmente su padre. Fue una cabezonería de su madre, que quiso tener un hijo y, siendo enfermera, decidió moverse entre las sombras y ponerse a la tarea con un soldado que estaba en coma. No deja de ser gracioso. Inusual. Un mimbre perfecto para alguien que quiere escribir sobre el absurdo de todo y la risa de más. Una auténtica simiente para quien quiera crear un par de universos paralelos que no tienen por qué ser mejores, pero sí más divertidos.

Excelente película de George Roy Hill, con fantásticos trabajos de Robin Williams, Glenn Close y John Lithgow, con un perfecto equilibrio entre drama y comedia con un ligero predominio de la segunda, dejándose ver en todo momento con agrado, sin olvidar que la tragedia está ahí mismo, al otro lado de lo inesperado, al otro lado de lo que realmente merece la pena.

Así que es el momento de recordar cuándo fue la última vez que estuvimos en el aire y si realmente queremos volver a ese estado. La sensación de ingravidez puede ser muy agradable si nos damos cuenta de que estar ahí arriba es un juego y no un peligro. Eso suele estar por aquí abajo, en otros que no comprenden y no se molestan en comprender. T.S. Garp (y no pregunten qué significa T.S. porque ni él, ni su madre lo saben) es un observador sonriente del mundo y hay que seguirle en su peripecia vital, con sus instantes de gloria, con sus ratos de miseria y, sobre todo, con el permanente deseo de hacer que cada minuto que pasamos en este infierno sea algo que se pueda recordar. En el aire o no.

martes, 14 de junio de 2022

LA IMPETUOSA (Pat and Mike) (1952), de George Cukor

 

-. Túmbate.

-. ¿Boca arriba o qué?

-. Con el qué hacia arriba.

Y es que Pat tiene un enorme problema para poder practicar deporte de forma profesional. No soporta las miradas de Collier, su novio. No es que no sea agradable. Es que, sencillamente, ella intuye que no hay confianza en esa mirada. No hay confianza plena, excepcional, incondicional. Parece como si, de alguna manera, Collier la censurara por intentar destacar en algo que a ella le encanta como el deporte y, por otro, la conminara a triunfar porque así podrá presumir delante de todas sus amistades. Pat es una maravillosa tenista y una golfista aún mejor. Pero se deshace en nervios e imprecisiones cuando Collier está delante. Necesita a un hombre de verdad, que confíe en ella hasta el último instante, con el que mantenga una relación de complicidad, que sea la mitad que ella deja fuera de la cancha o del green. Ya se sabe. Alguien a quien se le pueda deber todo, a quien ella pertenezca y que la mantenga muy lejos de la alcantarilla como vivienda usual.

Lástima que ese tipo sea alguien como Mike. Un jugador de ventaja, que no duda en llegar a acuerdos con gente de muy baja calaña para mantener su deseo de lanzar a un boxeador hacia el campeonato del mundo de los pesos pesados, de maravillar a todos con una deportista de alto calibre y de emocionar a medio hipódromo con una yegua pura sangre. Sueños sencillos que demandan mucha dedicación. Mike está dispuesto a llegar hasta el final con los tres, sin trampas, sin tongos, sin engaños. Pat no se lo merece y él lo sabe. Ya la tentó y no dio resultado. Aquí, juego limpio. Y si no, un swing y hoyo en uno.

George Cukor pone en juego su maestría para esta comedia deportiva con Spencer Tracy y Katharine Hepburn traspasando toda la pantalla con su química comprobada. En realidad, la historia es algo corta y simple, sin complicaciones, pero ellos llenan todos los huecos con su ritmo, con su experiencia en la comedia, con chistes y réplicas ingeniosas y con el qué hacia arriba. Punto, set y partido para ellos. Eran insuperables.

Bien es cierto que el final resulta precipitado e, incluso, inesperado por la premura y que no hay demasiado desarrollo del resto de personajes, trazados con líneas gruesas y muy básicas (por ahí aparece un jovencísimo Charles Bronson), pero la película se deja ver con agrado, con una auténtica exhibición de las habilidades deportivas de Kate Hepburn y con un par de toneladas de clase para una trama bien simple.

Así que es la hora de  vestir de corto, coger un hierro tres, e intentar salir del búnker con un golpe maestro a través de unos rostros inolvidables y lo que, durante mucho tiempo, se llamó “saber estar”. Sólo hay que coger el papel de espectador y sentarse a ver el espectáculo que ofrecen dos intérpretes de leyenda, cómplices, maravillosos, insuperables, verdaderos y conscientes. El resto es el silencio del juego.

viernes, 10 de junio de 2022

EL ÚLTIMO VALLE (1971), de James Clavell

 

Hubo un tiempo en que los hombres iban a la guerra por una simple cuestión de religión. La Iglesia, de cualquier signo, no contribuyó demasiado a la paz y el conflicto se extendió en el tiempo, con facciones enfrentadas, con intereses provisionales sostenidos durante sólo unos meses y siempre con la crueldad como principal argumento. Eso es lo que ocurre en un valle recóndito de Centroeuropa. Hasta allí parece no haber llegado el conflicto y la epidemia de peste se mantiene fuera de sus límites. Es como si el paraíso todavía tuviera un rincón. Hasta allí llega Vogel, un maestro de universidad que huye del hambre y de la enfermedad y que sólo tiene su inteligencia para comerciar. A lo mejor puede enseñar a leer a alguien a cambio de un mendrugo de pan diario, o puede que consiga alojamiento por contar una historia que, en aquellos lares, nadie ha oído antes. Sin embargo, una patrulla llega hasta allí. Comanda un capitán que parece dotado para la ambigüedad y que mata sin reparo. Por supuesto, se da cuenta de que ese pueblo y ese valle no abundan en días de escasez y miseria así que decide quedarse a pasar el invierno. Vogel lleva las negociaciones porque los poderes fácticos se muestran muy inquietos. Ya se sabe, quien ostenta el poder político y el poder religioso no acepta de buen grado la fuerza que quita todo atisbo de autoridad.

El Capitán es también un hombre inteligente a su manera. Guerrea, pero no cree. Sabe que la culpa de todo la ha tenido el ansia de poder de la Iglesia, sea protestante o católica, y que a él sólo le queda ir matando a todo el que encuentre de un sitio a otro, sin más enseña que su espada y sin más ambición que mantener el mando. De alguna manera, sabe que, quedándose en el valle, puede que llegue la paz a su espíritu porque allí está todo lo que un hombre puede desear. Hay comida. Hay techo. Hay verde. Hay tranquilidad. Hay salud. Hay mujeres que, incluso, pueden sentir algo por él. La tentación de dejar las armas y convertirse en un campesino está muy cerca, pero no le van a dejar quedarse así como así en ese pueblo. El Alcalde y el cura no están muy de acuerdo. Prefieren que la guerra continúe si la paz sigue en el pueblo. Y aún hay otro problema y es, por supuesto, el de la brujería. Tal vez, allí, en el último valle no haya lugar para la humanidad.

James Clavell dirigió esta excelente película con buen pulso y con un estupendo trabajo de Michael Caine y Omar Sharif en los papeles principales y con una extraordinaria banda sonora de John Barry. En su historia, caben la razón y la espada y los tiempos de la Edad Media en los que no había sitio para la comprensión y el diálogo. Sólo el fanatismo, religioso, político, de poder, de satanismo, de lo que sea, era aceptado como algo normal. Es preferible que el mundo se mate durante treinta años a que el bienestar de una pequeña aldea se vea amenazado por unos cuantos brutos sin alma. Eso lo sabe cualquiera porque el ser humano se deja convencer por su propio egoísmo.

jueves, 9 de junio de 2022

TODO A LA VEZ EN TODAS PARTES (2022), de Daniel Kwan y Daniel Scheinert

 

Puede que, en alguna ocasión, podamos comprobar, no sin cierta sorpresa, que poseemos alguna habilidad que desconocíamos. O que, de algún modo, nos sintamos bien sin saber cómo mientras la vida se desmorona a nuestro alrededor. Al fin y al cabo, es posible que seamos la personificación de muchas realidades en universos íntimamente conectados a través de las constelaciones que el destino ha trazado. La vida, ya se sabe, es un hilo que se puede tomar en un sentido o en otro y el resultado puede ser totalmente diferente según la decisión que hayamos tomado.

Así que es posible que la solución para una situación de profunda infelicidad sea el amor. Sí, es ese sentimiento que tenemos a menudo tan olvidado y apolillado que huele a naftalina y que circunscribimos últimamente a nuestros propios deseos cuando debería ser algo que repartamos entre todos los que conocemos (y también entre todos los que no conocemos) porque es lo más valioso, es el más maravilloso instrumento de reconciliación, es el catalizador de todas las demás emociones, es el motor de la mayor parte de nuestros impulsos y es la gasolina que mueve nuestro universo. Por eso, cuando cae en el olvido, el universo, el nuestro, el que tocamos, sentimos y vemos, se para.

No cabe duda de que esta película posee buenas intenciones, pero tiene muchos elementos para que sea tomada como la obra de unos tipos que se pasaron unos cuantos pueblos con las inhalaciones psicotrópicas, cayendo en delirios inconfesables que han decidido llevar al cine por no se sabe qué razón. La yuxtaposición de los distintos universos que, además, están conectados y por los que se puede viajar siempre y cuando se haga algo sumamente excéntrico resulta confuso, mareante, bastante estúpido y, peor aún, estúpido en todos esos universos. Tan estúpido como poner un baggel como receptor de todos los miedos, o creer, no sin cierta sorna, que la recaudadora de impuestos es una especie de zombie dispuesta a comerse el cerebro mientras se grapa una pegatina en la frente.

Sin duda, Michelle Yeoh hace un trabajo esforzado y Jamie Lee Curtis sabe reírse de sí misma sobradamente en la piel de esa agente tributaria que llega a tocar el piano con los pies porque tiene manos con dedos de salchicha. Sí, sí, lean otra vez la última línea porque no miento ni un poquito. Ahora bien, la película es pura locura, con mucho sentido y poca cabeza, con escenas que llegan a sonrojar, con un punto hortera procedente directamente de Hong-Kong y con la sorpresa de encontrarse con Ke-Huy Quan (¿se acuerdan? Aquel Tapón de Indiana Jones y el templo maldito) haciendo el papel de padre de familia en todas sus diferentes versiones, desde el tímido y apocado que acepta su suerte hasta el aguerrido luchador de kung-fu que pone en jaque al enemigo o enemiga, o enemigos, o lo que sea a lo que se enfrentan porque llega un momento en que uno no sabe ni dónde está, ni qué manos tiene, ni qué es lo que se espera de él. Sólo se tiene claro que el amor lo podrá todo y que el universo más desordenado llegará a un caos controlado, a un orden tolerable y a la convicción de que hay que apreciar lo que se tiene porque, de lo contrario, más vale irse acostumbrando a la idea de la muerte lenta. Y eso es algo que ocurre todo a la vez y en todas partes. Sin excepción. Incluso en ese universo espantoso que nos ha tocado vivir a los críticos de cine que tenemos la obligación de ver películas como esta y tratar de extraer algo positivo de tan inolvidable experiencia. 

miércoles, 8 de junio de 2022

LOS JUECES DE LA LEY (1983), de Peter Hyams

 

Es bastante duro ser un administrador de la ley y asistir, impotente, a la puesta en libertad de un buen puñado de presuntos culpables que se acogen al consabido defecto de forma o que aprovechan el resquicio legal que todo código esconde. La ley debería ser ciega y aplicarse en cualquier caso, a pesar de todo. Aunque eso desgaste las bases de la democracia. Así que no hay nada mejor que integrarse dentro de una misteriosa sociedad secreta que juzgará a la propia ley, a la ley imperfecta, a la ley laxa, a la ley sonriente que siempre perdona. Ellos no piensan que la ley deba reformar y advertir, sino castigar. El texto legal, el que ellos mismos aplican en base a una supuesta ética de la justicia, no debe tener piedad. Y la pena debe ser cumplida sin miramientos.

Así que ahí, en medio de la penumbra de las reuniones clandestinas, existe ese contubernio de togas que tienen su propio sistema de ejecución y de mantenimiento de secretos inconfesables. Sólo se puede entrar con invitación. Y, desde luego, no se puede salir. Es todo demasiado incómodo como para que se sepa. Por supuesto que la democracia es imperfecta y que sus leyes son totalmente imperfectas. Ése es uno de los precios que hay que pagar por la libertad. Si eso se obvia, se borra y desaparece, entonces la conciencia se erige en juez y comienzan los problemas.

Interesante película de Peter Hyams con Michael Douglas removiendo las curvas legales de un sistema que deja insatisfechos a los administradores de la ley y deciden tomarse la justicia por su propia toga. Sin embargo, ellos mismos carecen de suficiente claridad como para saber que el mantenimiento de su cargo no les habilita para saltarse lo que dice la ley, por muy defectuosa que sea, por muy injusta que parezca. Sus galones de tribunal no les confieren ningún derecho sobre un puñado de vidas que, aunque miserables, no deben ser decididas a la ligera, con un legajo de papeles y un par de tomos del código penal sobre la mesa. Si la ley es defectuosa, debe ser cambiada. No cabe ninguna duda. Pero no debe ser violada. Si no, subiríamos al cadalso a los derechos que se ganan a través de las urnas, de la libre manifestación de las ideas, de la libertad de opinión, de la propia felicidad.

Con un ritmo tenso, con un espléndido elenco de secundarios entre los que destacan Hal Holbrook, Yaphet Kotto o James Sikking, es posible que, en algunos tramos, Los jueces de la ley se quede a medio camino de lo que pretende contar. En otros, por el contrario, guarda fuerza suficiente como para ser una historia atrayente de modernos justicieros que lo deciden todo sobre mesas de maderas nobles, luces de flexo solar y manos más blancas que la pesa de la balanza. Y aún hay una enorme virtud en todo ello. Se llega a comprender, por empatía, simpatía o apatía, los motivos que mueven al protagonista para que adopte la decisión de unirse a esa hermandad de jueces, jurados y ejecutores aunque, en el fondo, se sepa que el fuego anda muy cerca del juego. Es lo que pasa cuando se juzga a la ley, sea cual sea.

martes, 7 de junio de 2022

EVITA (1996), de Alan Parker

 

“¡Oh, qué gran circo! ¡oh, qué gran show! Argentina, ¡qué conmoción por una actriz que se ha muerto y es Eva Perón!”.

Al fin y al cabo, la alta política es un enorme escenario en donde se fingen discursos apasionados que jamás serán realidad, se prometen quimeras que sólo serán bonitas para oír, pero nunca de ver porque tienen el don de la invisibilidad. Eva Perón ha muerto y el argentino medio, el que sólo está allí como espectador, absorbiendo detalles, acaparando razones, tiene la oportunidad de deslizar su crítica porque no es oro todo lo que reluce y, sin embargo, todo lo que reluce es oro.

“El pueblo loco grita de pena un luto sin fin, mil plegarias el cielo oirá. Todos quieren morir”.

Porque el dolor hay que demostrarlo, hay que gritar al cielo que lo impensable ha ocurrido y la que fue novia de todos ha sido llamada al lado del Altísimo. Nada volverá a ser igual en Argentina e, incluso, en el mundo, aunque la plata se movió con gusto de aquí y de allá para comenzar planes de caridad aparentes. Nadie pudo demostrar que hubo cuenta alguna a nombre de Eva Perón, pero los gritos desaforados, de profunda preocupación por sus descamisados, por la gente más pobre, llegaba a todas partes con furia sin reglas. No había donantes espontáneos mientras todos estaban a sus pies. Toda estrella joven sufre igual y Eva Perón fue la más fulgurante de todas ellas.

¡Oh, qué gran mutis se preparó!”

Y Alan Parker adaptó el musical de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice con inteligencia, eliminado al personaje del Che, poco más que un narrador anacrónico porque, mientras Eva Perón se mantenía en el poder, Ernesto Guevara sólo era un estudiante de medicina de Buenos Aires, e inventó al hombre de la calle, al que opinaba y callaba, al que creía y meditaba, al que asistía, atónito, a los más grandes funerales mientras rogaba al cielo que Argentina saliera de su ensimismamiento. Enorme el trabajo de Antonio Banderas que, incluso, supera al de Madonna que, no obstante, hace un gran esfuerzo vocal al cantar en tesituras que no son suyas. Sin embargo, Banderas actúa y canta, se entrega y muere en su papel en una película que, quizá, no haya sido demasiado reconocida. También es verdad que eso suele pasar cuando se viene de montajes teatrales espectaculares que traducen lenguajes distintos a los mismos espectadores.

Así que siempre hay que desconfiar de aquel que, tras un micrófono, se dirige demasiado a ti mismo. En sus palabras, siempre, sin excepción, hay engaño. Sus palabras, más allá de estrofas de canciones, no significan absolutamente nada y nadie de los que están allí arriba se preocupa lo más mínimo de los que están aquí abajo. Sólo desean subyugar, timar, envolver de oro la paja más inmunda. Es lo que hay bajo el cielo del arrabal, es lo que hay en el brillo de un arco iris que termina decolorándose. Cualquier truco vale en política. Incluso valerse de la belleza que puede esconder un rostro bonito que dice mentiras bonitas para ojos desgraciados.

viernes, 3 de junio de 2022

K-PAX (2001), de Iain Softley

 

Vivir entre sueños puede ser un estado ideal para la mente. Y creerse los sueños de los demás también puede ser un remanso de paz para un psiquiatra que debe tratar con las paranoias y las esquizofrenias agudas de un buen puñado de pacientes. Ese individuo, que se hace llamar Prot, dice que es un extraterrestre que vino montado en un rayo de luz a la Tierra. Evidentemente, es un loco que ha olvidado todo lo que fue antes, pero contesta con tal seguridad, hay una falta absoluta de vacilación en todas sus respuestas, está tan seguro de lo que dice, que llega a sembrar la duda en aquel que se atreve a acercarse. Ha operado un cambio en todos sus compañeros de sala. De alguna manera, les ha otorgado una ilusión, un anhelo del que carecían. Su mirada siempre es inquisitiva debajo de esas gafas de sol que esconden mucho más de lo que ven. Y suelta, de vez en cuando, alguna frase que no hace más que despertar el pensamiento. No viene de ninguna parte y anuncia que volverá a su casa montado en otro rayo de luz. Como si fuera un tren a través del espacio. Incluso el individuo tiene unos conocimientos científicos que no son normales. Sabe cosas que muy pocos saben. Tal vez, sólo tal vez, K-Pax, su planeta de origen, exista.

Sin embargo, el psiquiatra no se rinde. Debe buscar de dónde viene esta ocultación psicopática de la personalidad hasta los límites de creerse, de verdad, un ser de otro mundo. A lo mejor, la vida no ha sido demasiado amable con ese hombre que dice llamarse Prot. Puede que, en algún momento, lo perdiera todo y no encontrara más refugio que irse a las estrellas. Puede que el dolor fuera tan intenso, tan insoportable que aún no ha bajado de ellas. Puede que Prot, en el fondo, sea más humano que los seres humanos. Y que tenga muy poco de loco y mucho de sabio. En un mundo como este, es lógico que le tomen por loco.

Interesante película sobre las cosas que realmente importan en la vida con interpretaciones magistrales de Jeff Bridges y, sobre todo, de Kevin Spacey, ese actor que siempre se mueve al filo de la ambigüedad y que resulta creíble y transparente. Incomprensiblemente, cuando se estrenó, fue un fracaso sin paliativos. Tal vez porque es una historia amable dentro de la tragedia, porque otorga esperanza en un mundo que carece completamente de ella, porque da en muchos lugares del corazón y reconocerlo es de gente demasiado blanda que se niega a tomar un rayo de luz para volver a casa.

Así que, tal y como está planteada, el dilema no es si Prot es verdaderamente un extraterrestre o no, sino si hay que creer en lo que dice porque, en el fondo, es un compendio de humanidad y de comprensión que sólo mostrará sus grietas en el estado de la inconsciencia. Puede que, a través de la mayor de las crueldades, Prot se sumergiera en las aguas frías y oscuras de un río para resurgir y aportar algo a la vida que, cada día, se vuelve más malvada, más vil y más inhóspita.

jueves, 2 de junio de 2022

TOP GUN: MAVERICK (2022), de Joseph Kosinski

 

Es posible que la osadía se pague con el ostracismo y, tal vez, eso es lo que le ha ocurrido al Capitán Pete Maverick Mitchell. Ya no es ese oficial con proyección brillante que hace treinta y tantos años asombraba en la escuela de élite de instrucción de combate aéreo. Ahora es un atrevido piloto de pruebas que, como siempre, rebasa los límites para demostrar que el valor es una virtud que escasea, que se debe demostrar a cada vuelo rasante y que el ímpetu que le movía en la juventud todavía sigue latente en ese oficial que ya está un poco a la vuelta de todo.

Y es que, a pesar de todo, se podría describir a Maverick como un fracasado. Un tipo que prometía todo y, luego, lo dinamitaba con misiles aire-aire. Su vida sentimental fue un desastre. Su sentido de la amistad se desvaneció con una eyección errónea en pleno vuelo. Su innegable espíritu de batalla de diluyó en la soberbia a la que le conduce su continua indisciplina. Una última oportunidad en la Escuela para seleccionar al mejor entre los mejores será su asidero de emergencia. Él fue capaz de todo y, sin embargo, sólo llegó a ser segundo.

Maverick sólo se mantiene porque aún le queda un amigo en el mundo y no por demasiado tiempo. La misión para la que tiene que entrenar a la élite de los pilotos de la Marina es imposible y necesita dos milagros. Por el camino, por supuesto, se revivirá un viejo romance, que se nombró de pasada en dos ocasiones en su curso de preparación, tendrá que adaptarse de nuevo a volar en viejos aparatos, realizar lo impensable y ajustar cuentas con el rencor que aún le guardan. Tarea difícil para un hombre que ha dicho demasiadas veces que no a pesar del inmenso talento que tenía con un avión en las manos.

No cabe duda de que varias virtudes adornan esta segunda parte de Top Gun. Se deja un poco de lado el tonillo cargantemente hortera que tenía aquella aunque se sigue acentuando una cierta estética de video-clip que no molesta demasiado. Las secuencias aéreas están mejor coreografiadas porque son más comprensibles y más espectaculares con el acierto evidente de no utilizar demasiado el efecto visual vía ordenador. Por el lado contrario, hay alguna que otra incongruencia, silencios atronadores, apariciones que parecen importantes y que, luego, no lo son tanto y, eso sí, un emocionante encuentro que es lo mejor de la parte que se desarrolla en tierra firme entre Tom Cruise y su antiguo compañero de armas, Val Kilmer. La parte final, la de la misión, es muy efectiva, con secuencias realmente bien coreografiadas e, incluso, con sentido del ritmo y del espectáculo y, claro, hay un notable sentimiento de nostalgia cada vez que se apunta al tema principal de Harold Faltenmeyer que, en realidad, era el himno de Top Gun.

Y es que, a pesar de que esta película es mejor en casi todos los aspectos, no se puede ignorar la evocación que despiertan unos personajes que formaron parte del imaginario de un buen puñado de jóvenes que vieron la película en los años ochenta. Y hay que reconocer que, al igual que William Holden poseía la sonrisa más bonita del cine en los años sesenta y setenta, Tom Cruise es el propietario de esa sonrisa desde hace más de treinta años. Cada vez que se calientan los motores, que se ponen en juego los determinantes gestos de los aviadores, que se mueven de forma imposible las alas del coraje de unos aviadores llamados a la hazaña, no podemos olvidar que nosotros también fuimos jóvenes, fuimos desafiantes, sentimos como algo especial la sonrisa de alguien entre el humo y nos convertimos en perdedores con el tiempo.

miércoles, 1 de junio de 2022

LA MUJER DE PAJA (1964), de Basil Dearden

 

Mezclar el amor y el dinero puede ser un cóctel con sabor a asesinato. Es posible que una enfermera italiana lo tenga todo para agradar al viejo, cosa que no es nada fácil, así que Tony Richmond va a poner en marcha todo un plan para que los ceros encajen debidamente y todo acabe y empiece de nuevo. Para ello, debe conquistar a María, la enfermera, y luego convencerla de que debe casarse con el anciano decrépito que no puede durar mucho. Primero, el amor como cebo. Después, el dinero como recompensa. Y va a haber que sortear muchas trampas por el camino. Por mucho que el viejo sea un estúpido que se esconde detrás de su amargura para arremeter contra todo y contra todos. Por mucho que María, oculta tras una máscara de sinceridad insolente, también sueñe con unos cuantos billetes verdes al lado del apuesto Tony. Lo más difícil va a ser fingir que alguien no ha muerto cuando está más frío que un pez. Así se podrán construir coartadas, engañar realidades y sentir éxitos. Basta con soltar la mentira apropiada en el momento justo y mantenerla pase lo que pase. Sin embargo, no se puede engañar a todo el mundo durante todo el tiempo. Y, quizá, algo más de humildad también sería aconsejable en la ejecución del diabólico plan.

Sin duda con el empuje de Sean Connery en plena época Bond, La mujer de paja se construye alrededor de sus personajes como una película de suspense algo melodramático, pero eficaz. No es una gran película, pero mantiene la tensión porque, de alguna manera, el espectador siente que el personaje que interpreta Connery debe salirse con la suya desde el principio. Entre otras cosas porque, con una mirada, era capaz de hacer mover a las estatuas de piedra. Y, por supuesto, también a Gina Lollobrigida, que se mueve en registros complicados para no mostrar la fragilidad de su personaje, tratando de sobrevivir en un bosque de lobos que todos quieren poseer. La dirección de Basil Dearden es sobria, con alguna que otra escena prescindible, con algún que otro pasaje desangelado que, tal vez, contribuyó a que, en su momento, la película fuera un fracaso. No obstante, la intriga funciona. Y funciona porque la gente mala, de algún modo, suele saber conquistar a los que se atreven a mirar.

Así que hay que prepararse para viajar en barco y disfrutar del sol y de la lujuria. El día se presenta difícil y es necesario contar una historia convincente a la policía. El viejo, al infierno. Lo auténtico es el presente, con sus apariencias, sus trucos y sus conquistadoras propuestas. Sólo hay que mantener la calma y hacer que los sabuesos se crean la historia. En el fondo, todo el mundo quiere creer una historia de amor que incluye el ablandamiento de un corazón que parecía de piedra. La verdad está detrás de un traje caro, de una mirada ambiciosa, de unos labios de pecado y de una cintura de dioses. El resto es paja que nubla la visión.