Baz
Luhrman tiene un grave problema como director. Quiere ser tan brillante como
Martin Scorsese y, sin embargo, sólo es efectista. Y hay una gran diferencia
entre la genialidad y la permanente intención de impresionar. No cabe duda de
que esta película sobre la ascensión y caída de Elvis Presley tiene momentos
excepcionales, con encadenados sorprendentes y algunas ideas francamente
buenas, pero Luhrman, haciendo gala de máximo representante del cine-batidora,
se esmera en ofrecer un montaje precipitado, al borde del exceso, perdiendo
eficacia, perdiendo potencia.
Entre los errores que
comete el director, se pueden destacar el escaso desenlace que le da a
personajes a los que otorga voz (por ejemplo, el personaje que interpreta Kodi
Smith-McPhee), pasa de puntillas por algunas de las canciones señeras del Rey
del Rock y también por su carrera cinematográfica, haciendo solamente énfasis
en su frustración por no haber hecho ninguna película que revelara su talento
en la escena (aunque hay una, por lo menos, que tiene cierta categoría como El barrio contra mí, de Michael Curtiz).
Entre los aciertos se halla el punto de vista narrativo de toda la historia,
atribuido al personaje del “Coronel” Tom Parker interpretado con una atractiva
ambigüedad por Tom Hanks, o la tremenda intensidad que Luhrman imprime a ese
maravilloso If I can dream que
Presley cantó en su especial de Navidad en televisión.
Por otro lado, es
evidente que Elvis no fue sólo un juguete roto devorado por la maquinaria implacable
del éxito. Fue un hombre terriblemente débil, y posiblemente demasiado joven,
en el manejo de sus negocios, siendo manipulado constantemente por ese falso
coronel que no era más que un vendedor de humo, ludópata, farsante reconocido y
de oscuro pasado que sabía ofrecer su mejor rostro al igual que el de un
bondadoso tío que se preocupa desinteresadamente por los negocios de su
sobrino. Elvis acabó por ser un barril patético físicamente, descuidado,
desgarbado y casi ridículo que aún sabía dar lo mejor encima de un escenario, a
pesar de todo. A pesar de todos.
Se puede atisbar que,
aún así, la película encantará a los fanáticos del Rey. Al fin y al cabo, son
casi tres horas asistiendo al festival que ofrece Austin Butler, que realiza
una esforzada interpretación aunque no canta la mayoría de las canciones,
aunque estudia al milímetro los movimientos pélvicos de un cantante que rompió
moldes, que cantaba como un negro y que quiso ser rebelde en un momento en el
que eso, precisamente, era lo que más sobraba.
Y es que no es fácil asimilar el éxito y cargar con la responsabilidad de simbolizar todo aquello que parecía prohibido en una sociedad puritana, anclada todavía en la segregación y en la que no se podía concebir, ni en sueños, que alguien quisiera romper tabúes a base de golpes de cadera y de una voz cargada de sensualidad. Ni siquiera a través de la mente sospechosa del representante de Elvis, casi verdadero protagonista de la película, capaz de adaptarse a cualquier circunstancia con tal de hacer que el negocio avance y sus deudas queden saldadas. Siempre hay alguien más listo cuando las chicas gritan de ansiedad porque experimentan algo extrañamente agradable y agradablemente extraño. Y no se preocupen. Tampoco dejará de haber algunos que se pongan inquietantemente nerviosos ante tanto alarido histérico, ante tanto dinero circulando y ante la seguridad de que algo está cambiando.