No cabe duda de que todos morimos dejándonos cosas por hacer. Aunque solo sea vengarse del tipo que nos asesinó. Somos humanos, humanos muertos, pero humanos. La pena es que dejas detrás un buen puñado de sueños, de momentos irrepetibles al lado de quien tiene toda la ternura de tu corazón devorado por los gusanos. Habría que inventarse algún método para volver a la vida, cuando menos. Eso es algo que los muertos no entendemos demasiado. El túnel es solo de ida y dan ganas de dar la vuelta al centrifugado para que también sea de regreso. Bah, la vida es solo un trámite. Ahora que estoy muerto, estoy seguro de eso. La eternidad es lo que cuenta. Solo que no nos damos cuenta de que tenemos instantes de esa eternidad mientras estamos vivos.
Desvelar el verdadero rostro de los malos no es solo un trabajo para los que llevan placa y pistola mientras existen. También es tarea para los que no existimos. Claro que detener a gente que ya está muerta tiene su error porque elimina el riesgo. Yo ya estoy muerto así que, aunque me caiga un coche encima, voy a salir ileso, un poco dolorido tal vez, pero ileso.
Lo peor de todo es bajar a la tierra de los vivos y que la gente no vea tal y como eres. Puedes ser una chica buenorra y ser realmente un rudo sheriff del viejo y lejano Oeste, veterano en mil lides muertas y que maneja el arma como nadie. O un chino decrépito que arrastra los pies mientras que, realmente, eres un joven policía que murió por una mano pretendidamente amiga. Esto es un baile de disfraces en el que la mayoría va con disfraz de monstruo.
Robert Schwentke ha optado por mezclar fórmulas y ha hecho este híbrido con elementos escogidos de Red y de Más allá del tiempo y así tenemos unas cuantas dosis de acción espolvoreadas con la típica y tópica historia romántica de chico muere, chico quiere volver porque le gusta chica, chico ve que es imposible volver porque la Naturaleza así lo dispone…El resultado es muy irregular con un Ryan Reynolds entonado aunque sin mucha salsa en su personaje, con un Jeff Bridges que lo único que hace es repetir las maneras de su personaje de Valor de ley pero trasladándolas a la ciudad moderna, con asfaltos como desiertos y aceras en lugar de tablones de madera y, por último, con un Kevin Bacon, como siempre desaprovechado, que sigue siendo uno de los actores con el físico más inquietante y que se refugia en papeles que están muy por debajo de su valía. Nada nuevo bajo el sol. Salvo la muerte.
Los disparos se suceden, el tiempo se queda suspendido en alguna parte mientras se hace el tránsito al otro lado y hay que prescindir del sentimiento para poder esperar a lo que se ama en la eternidad aunque, de vez en cuando, los plomos de Asuntos Eternos quieran meter las narices en el trabajo de un policía. Y es que, sencillamente, y como ley de muerte, no se puede tener todo.