Te
diré algo sobre las mujeres sabinas,
que
vivieron en la época romana.
Creo
que se iban todas a nadar,
mientras
los hombres se iban a pastar.
Bien,
una tropa de romanos se puso en camino,
y
las vieron y dijeron: “oh, vaya”.
Así
que se las llevaron a todas para ponerlas a secar.
Y es que la vida de los
hombres solitarios es muy dura. La nieve, la leña, los pasos cerrados, los
animales. Sin mujeres. ¿Sin mujeres? Eso hay que arreglarlo en un periquete. Al
fin y al cabo, siete hermanos no merecen ser sólo novios de la soledad. Ésa ya
tiene suficientes con los que entretenerse. Habrá que bajar al pueblo antes de
que el paso esté cerrado por la nieve y coger lo que se necesita. Sí, un rapto.
Pero ellas lo van a pasar muy bien allí arriba, en la cabaña. Estarán acogidas.
Calientes. Atendidas. Y sabrán lo que es el amor. El de verdad. ¿o no?
Eso
al menos es lo que dice Plutarco,
¡oh,
sí!
Había
mujeres sabinas, sabinas, sabinas,
deseando
ser atadas,
y
cada músculo estaba palpitante, palpitante
para
disfrutar de ese paseo desenfrenado.
Oh,
ellas lloraron y luego besaron y luego lloraron y besaron,
por
toda la campiña romana,
así
que no lo olvides cuando tengas una novia:
Las
sabinas no pueden ser atadas.
Y eso es lo único que
hay que aprender. Nada por la fuerza. Todo por el encanto. Con la sonrisa
puesta, el hacha guardada, el instinto servicial a punto y la galanura como
código. No hay que ser como esos brutos de ciudad, esos vaqueros que se creen
que son más educados y más elegantes sólo porque llevan traje en lugar de
camisa y sus maneras son tan cuidadosas que parecen muñequitos deseando
llevarse su merecido en una competición de danza.
Desde
esa cabalgada desenfrenada,
nunca
devolvieron su botín,
el
vencedor se lo llevaba todo,
se
las llevaron a casa, a lomos del trueno,
a
pequeñas y bonitas plazas,
y
nunca se ha visto nada igual.
Me
dijeron que era un auténtico encanto,
verlas
con un bebé romano en cada rodilla
y
llamándolos Claudio y Bruto…
Y es que el lugar puede
ser un elemento muy importante para la seducción. Compañía hay de sobra. Basta
imaginar las cenas con catorce comensales. Habrá que educar un poco a esos
chicos demasiado acostumbrados a tomar las cosas por la fuerza y sin decoro,
pero eso será un pequeño defecto sin importancia. Las mujeres sabinas han
existido siempre. También en medio de las montañas del Oeste.
Esas
mujeres sabinas, sabinas, sabinas, pasando sus noches,
mientras
los romanos salían afilaban sus espadas y descabezaban a sus enemigos,
empezando
las peleas,
y
manteniéndose ocupados por un buen montón de togas viejas,
mientras
murmuraban pequeños “algún día las mujeres tendrán derechos”
y
ellas pasaban todas esas noches
sólo
cosiendo.
Por supuesto que
tendrán derechos, y bien ganados. Pero si por el camino se lo pasan bien, mucho
mejor, además de mucho más elegantes en la lucha y mucho más divertidas en la
rutina. Eso sólo se le puede ocurrir a las mujeres que siempre han sido
ingeniosas, únicas y, en el fondo, verdaderas dominadoras. ¿O no?
Cuando
sus hombres fueron a buscarlas,
no
encontraron a sus mujeres,
los
Romanos las habían atrapado,
y
a sus amigas, también.
Y
si esto es verdad,
que
sea una lección para gente como tú.
Trátalas
con rudeza como hacen los romanos,
de
lo contrario, pensarán que eres un débil.
Y no te dejes engañar.
Ellas llevarán la iniciativa. Ellas son las que elegirán. Ellas son las que
tendrán la razón. Ellas son las que mantendrán la polémica. Ellas, amigos, lo
son todo. Incluso para siete hermanos cuya letra del nombre va por orden alfabético.
¡Oh,
sí!
Esas
mujeres sabinas, sabinas,
derramaban
cubos de lágrimas sabinas,
mientras
oían nuestras viejas historias,
eso
les hizo vibrar los oídos,
y
actuaron enojadas y molestas,
pero
secretamente estaban llenas de alegría
y
deberás recordar que llenaran tus calles
con
poemas muy queridos.
Como se ve, ellas
dominarán cualquier situación. Sacarán a relucir sus lágrimas mientras
manipulan a cualquier que se ponga por delante. Mujeres sabinas, secuestradas
en contra de su voluntad para servir como esposas de valerosos romanos. Quizá
el plan no es tan feo, ni tan malo. La vida va a ser mucho más aburrida en la
ciudad y allí arriba, cerca del cielo y rodeadas del blanco de la nieve, va a
ser todo mucho más divertido, mucho más romántico y mucho más poético.
¡Oh,
sí!
Esas
mujeres sabinas, sabinas, sabinas…
llorando
una tonelada y luego sollozando,
recuerda
lo que Robin Hood habría hecho
con
esas mujeres sollozantes.
Seremos
como esos tres hombres alegres
para
que todos seamos felices
y
seguirán sollozando durante un tiempo,
pero
haremos sonreír a las mujeres sollozantes.
Y ahí estaba Stanley Donen para hacerlo, para llevarnos en volandas hacia un cuento de raptos, de amor y de competición bailada. Y el gozo no hace más que darnos fuerzas. Y la música nos asegura que hoy es un día realmente bonito. No importa cuándo se vea esta película. Siempre está ahí. En el equilibrio de una tabla que parece el campo de batalla de dos caballeros duelistas. O en la tarima que sirve para que las parejas bailen y decidan sus destinos. Howard Keel, Jane Powell, Russ Tamblyn, Tommy Rall, Julie Newmar…¿hace falta algo más para disfrutar de una película?