jueves, 29 de febrero de 2024

SECRETOS DE UN ESCÁNDALO (2023), de Todd Haynes

 

Es bien sabido que el cine del director Todd Haynes se basa fundamentalmente en describir una serie de situaciones aparentemente normales para ir descubriendo al espectador paulatinamente la tremenda incomodidad que subyace en los protagonistas. Así se puede apreciar en películas como Lejos del cielo o en Carol o, incluso, en Aguas oscuras, su película menos sentimental en la que cuenta los efectos insalubres del empleo del teflón en utensilios de cocina. En esa línea se encuentra Secretos de un escándalo en la que narra los esfuerzos de una actriz por estudiar de cerca al personaje que tiene que interpretar.

Ese personaje, por supuesto, es real y fue protagonista de un escándalo sonado unos cuantos años atrás al relacionarse íntima y sentimentalmente con un niño de doce años mientras ella tenía treinta y cinco. Todo empieza en la absoluta normalidad de una barbacoa en la que la actriz es invitada y el entorno parece fundamentalmente feliz. El american way of life en su máxima expresión. La pareja, ya adultos los dos, parecen encantados con su relación y la actriz, una famosa intérprete televisiva, estudia sus modos y maneras para descubrir, naturalmente, que hay algo enormemente turbio en esa relación que nació de forma antinatural. La basura debajo del parterre. La dominación recubriendo la botella de cerveza.

Con Persona, de Ingmar Bergman como evidente inspiración, aunque, desde luego, con menos profundidad, Haynes se fija, sobre todo, en la actriz y en cómo va descubriendo la naturaleza de esa relación extraña que se va a reflejar en el cine. Entrevista a otras personas que estuvieron en la primera fila, visita a lugares esenciales…Y, en algún momento, se lleva el Método de actuación hasta la exasperación porque ella llega a excitarse en el local donde, supuestamente, se produjeron los encuentros sexuales. De esa forma, Haynes contrapone a la actriz, atraída y repelida a partes iguales, pero que desea fervientemente parecerse a la retratada, y la mujer, que ejerce una relación de madre con su pareja, más malsana de lo que pueda parecer, pero que se guarece detrás de una apariencia de normalidad.

Haynes, como siempre, cuenta con la colaboración cercana de dos grandísimas actrices. Julianne Moore hace un trabajo más meritorio del que pueda parecer porque, llegado determinado momento, al director le interesa más bien poco su personaje y la deja en un desarrollo incompleto. Lo contrario que Natalie Portman, que da otra muestra más de su inmensa capacidad interpretativa, pasando de observadora a parte principal, saltando de un registro a otro y siempre con la incomodidad a cuestas. El resultado, a pesar de todo ello, es algo lánguido, suavizado con una fotografía luminosa que hace que toda esta turbiedad de sentimientos no demasiado aceptables parezca más liofilizada.

Y es que, a menudo, los sentimientos caen en el enredo del deseo y se confunden unos con otros. Y el deseo no tiene por qué ser sexual, aunque el sexo es el elemento esencial de un chantaje emocional llevado al extremo. El deseo puede ser, sencillamente, la sensación de poder sobre una situación en la que se manifiesta la superioridad a cada minuto, dando salida a todas las frustraciones y represiones. Ahí es donde la figura de la intérprete y de la mujer se confunde, una con otra, llegando a adquirir rasgos ajenos donde sólo debería haber la profesionalidad y la humildad natural. Algo muy difícil de hallar en unos tiempos en los que parece haber una imperiosa necesidad de vivir una vida que, sencillamente, no nos corresponde. 

miércoles, 28 de febrero de 2024

ARIANE (1957), de Billy Wilder

 

El amor no tiene edad. Puede ocurrir así, de repente, sin previo aviso, en la plaza más emblemática de Paris, esa ciudad sin edad, y en el interior del hotel más lujoso de la pasión. Puede cazar al típico hombre de negocios que ha dedicado toda su vida a embaucar a las pobres chicas que quedaban deslumbradas con su clase y con su distinción y, por supuesto, por los músicos de raíz zíngara que tocan y tocan cada noche en el salón de su suite. Y mira, por aquellas casualidades de la vida, resulta que le da por conquistar a una chica que estudia música con su contrabajo a cuestas (todo el mundo sabe que la música cuesta su contrabajo) y, además, para más sarcasmo, es la hija de un detective que ha espiado sin ningún escrúpulo al tranquilo hombre de negocios americano en París. Inaudito. Una merienda en el campo. Y los músicos por la noche. Una estación de tren. Y los músicos por la noche. Y una pregunta que flota en el ambiente durante todo el tiempo. ¿Cómo lo haría Lubitsch?

A eso se aplicó Billy Wilder al dirigir esta película. Quiso hacer una película de Lubitsch sin que dejase de ser una película de Billy Wilder. Y le salió una película mucho más de Lubitsch, claro. Aunque tenga sus defectos, como esa evidente diferencia de edad entre Gary Cooper y Audrey Hepburn que canta más que los músicos zíngaros por la noche. No en vano él tenía más del doble de años. Lo curioso es que Billy Wilder le había ofrecido primero el papel a Cary Grant y rehusó interpretarlo precisamente por esa razón y, cuatro años después, como se quedó con las ganas de trabajar con Audrey, aceptó ser su pareja en Charada. ¿Saben cuál es la diferencia? Es que Grant hace que no se note. Y Cooper se ve irremediablemente mayor. Por supuesto, Audrey pone encanto e ingenuidad porque cree que el amor es único, es esplendoroso, es pura pasión, es como música por la noche y no alberga maldad alguna en sus pensamientos. Sin embargo, su padre, el inefable Maurice Chevalier, ha metido demasiadas veces el ojo por la cerradura de la indiscreción y sabe que el amor, en realidad, es algo díscolo. Se va igual que viene, dejando tanta decepción en su salida como torbellino en su entrada. Es voluble, puede manipularse, se compra y se vende y, muy a menudo, es tremendamente caprichoso. No obstante ella, siempre ella, cabalga a lomos de su contrabajo para demostrar que no es verdad, que aún hay sentimientos puros y que el amor es el más puro de los sentimientos. Música de noche en el corazón cazador.

A veces sólo vale aprender cayendo en los errores. A veces hay que darse cuenta, entregarse y aún así, guardar la experiencia. A veces el amor triunfa aunque siempre quede, de alguna manera, la sospecha de que no es así. Eso lo aclarará la propia vía del tren, con su camino y sus bifurcaciones. Mientras tanto, un hombre seguirá acumulando evidencias mirando por el ojo de la cerradura, otro tratará de vivir un amor que, a lo mejor, no tiene demasiado recorrido y una chica encantadora intentará probar la felicidad porque cree que el amor es tan sólido como una nota musical mantenida en el aire. Y puede que la música sea ya para todo el día.

martes, 27 de febrero de 2024

MELODÍA DE SEDUCCIÓN (1989), de Harold Becker

 

De repente, el abismo tiene forma de mujer. El crimen es terrible y ella puede estar involucrada y, sin embargo, Frank Keller, veterano detective de la policía, se ve irremediablemente atraído hacia ella. Es como si navegara en un mar de amor en el que no se distingue la espuma del agua, en el que no se sabe cuál es la ola buena y cuál es la que te va a arrastrar hacia las profundidades. Es una fuerza de la Naturaleza que hace que él esté asomándose al peligro continuo representado por las curvas inevitables de una mujer que, sólo con la mirada, parece advertir de la nada que se adivina después. La ambigüedad parece insinuarse en sus inacabables líneas de piel y sexo. Quizá las largas noches de soledad han influido en Keller y él quiera caer en el pozo más oscuro que se dibuja en esa forma que ella tiene de lanzar el cebo. Ella puede ser la asesina y, si siente que Keller está demasiado sobre la pista, puede repetir. La pregunta es si al policía le importa mucho lo que haga ella…Helen…sólo Helen.

La intensa psicología del drama policial es un personaje más dentro de esta trama bien dirigida por Harold Becker y espléndidamente interpretada por Al Pacino, Ellen Barkin y el fantástico John Goodman como el compañero de Frank Keller, esa especie de Pepito Grillo de buen humor que le susurra al oído lo que no debe hacer. La música también es una sospechosa y todo está orientado para que el espectador no sepa nunca nada más de lo que sabe el propio Frank Keller, así la inquietud también se instala en el público. Y no sabemos si importa demasiado tampoco porque Helen…sólo Helen…es como un canto de sirena del que no se puede apartar la vista.

Manhattan esboza sus líneas en la noche en un desolador panorama de soledad, de alienación y de asesinato. No es esa parte de ciudad encantadora a la que tanto nos hemos acostumbrado sino una serie de sombras tenebrosas que profieren una amenaza con un rugido de motores y de luces. Puede que ese mar de amor que ofrece Helen…sólo Helen…no sea tan agradable, ni esté demasiado en calma porque en ese bosque de cemento y penumbra se mueven almas corrompidas sedientas de sangre melódica. Incluso es posible que Helen…sólo Helen…sea un puente para llegar a la verdad. Ella, al fin y al cabo, es una dama de la noche, tentadora como el infierno, vulnerable como el deseo, sospechosa como la muerte. No puede haber una interlocutora mejor con ese mundo de secretos y crímenes aunque sea verosímil que no guarde ningún secreto y no haya cometido ningún crimen. Eso tendrá que desvelarlo el detective inspector Frank Keller, un tipo solitario que deambulaba por los bordillos de las aceras de Nueva York y que, de improviso, se encontró con una chica comprando en un supermercado. A partir de ahí, la electricidad subió intensamente, la complicidad erigió dos caras y el misterio quedó encerrado justo debajo de la cintura. Para los dos.

lunes, 26 de febrero de 2024

ELLA, ÉL Y SUS MILLONES (1944), de Juan de Orduña

 

Arturo Salazar ya tiene suficientes ceros en su cuenta corriente y sólo le falta la guinda del pastel. Se trata de obtener un título nobiliario para que sea considerado un aristócrata y no un burgués arribista en las reuniones de la alta sociedad. Para ello, acuerda un matrimonio en el que el amor está totalmente fuera de lugar con la hija de los Duques de Hinojares, Diana. Se da la circunstancia de que los Duques, acostumbrados a las fiestas de alto copete y la vida disipada de la nobleza, tienen menos dinero que uno que se está bañando y Arturo, de eso, tiene de sobra. Así que los Duques, padres preocupados e interesados en el bienestar de su hija, se cuidarán de que el matrimonio no se malogre bajo ningún concepto ya que algunos de los ceros de Arturito tienen que pasar al ducado a cambio de que a él también le llamen Duque. Cuesta tan poco satisfacerle…

Sin embargo, Diana es una chica decidida que ha quedado deslumbrada con el guapo, aunque algo simple, Arturito. Está completamente determinada a enamorarse de él, aunque en el acuerdo se deja bien claro que el amor está fuera de lugar. Un tecnicismo sin importancia, podríamos decir. Así que pondrá en juego todas sus astucias de mujer para que el soso, lince para los negocios, pero pánfilo para los amores, de Arturito se fije en ella y se dé cuenta de la suerte que ha tenido de cerrar un acuerdo con los de Hinojosa. A ver si el matrimonio, además de conveniencia, también es de pasión. Y los Duques tratarán, sobre todo, de proteger su título. Y Arturito lo hará con su dinero. Y Diana en medio. Pues estamos arreglados mientras montamos el árbol de Navidad, hija.

Estamos ante una de las comedias más divertidas del cine español de todos los tiempos. Una screwball comedy en toda regla en la que destacan, por encima de los protagonistas Rafael Durán y Josita Hernán, esa pareja de Duques que, en el fondo, son más plebeyos que la piel de la manzana y que encarnan con gracia y retranca el grandísimo José Isbert y la tronchante Guadalupe Muñoz Sampedro. Alrededor, una serie de secundarios, cada uno con sus momentos de lucimiento y chascarrillo, como Luchy Soto, como la alocada hermana de la novia, Luis Peña, Raúl Cancio, el mimado hermano de la novia y el inevitable Fernando Freyre de Andrade, que pasea su cara de mayordomo como nadie en el mundo.

Si asisten a este negocio, prepárense para reír. Aquí hay humor del bueno, nada grueso, con mucha clase, con la sombra de Ernst Lubitsch y Howard Hawks planeando sobre la dirección de Juan de Orduña. El rato es algo más que entretenido y la gracia es algo más que salerosa. Sin folclores, ni gaitas. Sólo ceros y títulos…ah, sí, y el amor. Es eso tan prescindible que acaba siendo pisoteado por los intereses creados. La elegancia también se pasea por delante de la cámara porque, no crean ustedes, burgueses y arruinados, pero todavía guardan su frac, su pajarita y sus copitas de champán por aquí y por allá haciendo burbujitas en la nariz. Se llevarán millones en carcajadas. Cada una vale por mil.

miércoles, 21 de febrero de 2024

MADAME WEB (2023), de S.J. Clarkson

 

Debido a un viaje inaplazable, no habrá artículos ni jueves ni viernes. En compensación, las dos semanas siguientes serán completas, de lunes a viernes. Perdonad las molestias y no dejéis de ir al cine. Ése es el mejor viaje.

Es muy curioso que los fanáticos del universo Marvel hayan rechazado esta película por razones tan peregrinas como que las heroínas protagonistas apenas salgan con sus trajes de batalla. Eso es tan inteligente como decir que una película de James Bond no merece la pena porque no hay ni una sola secuencia en la que el agente secreto salga con su smoking. Tomando distancia y en aras de la realidad, la película tiene sus fallos y sus aciertos. Quizá no llegue al aprobado, pero no todo en ella es tan nauseabundo.

Entre las virtudes se puede destacar el carisma impresionante que desprende su protagonista, Dakota Johnson que podríamos comparar con una Monica Bellucci con la sensualidad rebajada. La señorita Johnson domina la escena con holgura, tiene aplomo y seguridad y rebosa estilo como esa conductora de ambulancia y paramédico que comienza a tener visiones extrañas de un futuro cercano. Por otro lado, la película contiene secuencias brillantemente resueltas como la del tren, en la que el personaje principal de Cassandra Webb comienza a ser consciente de su don y tiene a dominarlo aunque no totalmente.

Entre los defectos está la evidente falta de presupuesto con algunos grafismos cibernéticos bastante torpes, la espantosa dirección de S.J. Clarkson en la batalla final y el diseño algo sonrojante del villano que, como bien se conoce, cuanto mejor sea, a mayor altura brilla la película. También hay algún que otro agujero poco creíble como es el hecho de pasearse con un taxi robado por Nueva York durante la mitad de la historia sin que la policía llegue a molestar, ni siquiera una vez, a los continuos deambulares de esa jefa del grupo de futuras super-heroínas. El resultado es una película que también guarda otro defecto de mayor calado y es su larguísimo planteamiento que, prácticamente, ya coincide con su desenlace. Por otro lado y esto es algo que se debería tomar como virtud, no es sólo un ejercicio de fuegos artificiales continuos y eso, tal vez, es lo que más molesta a los seguidores de Marvel porque hay largas secuencias de diálogo y, claro, lo que se espera es mucha posturita, luchas a granel, efectos visuales, que los hay, a chorro y un cierto secretismo en la personalidad de las protagonistas.

No es tan mala como dicen. No es tan buena como merecería. Por lo demás, la película, además del nítido mensaje de empuje femenino, desliza un pensamiento a favor de los dones que todos guardamos con celo en algún lugar de nuestro interior y que, en realidad, define lo que somos y cómo lo somos, lo cual es bastante interesante. No faltan los personajes que no añaden nada y alguno que otro del que te gustaría saber algo más, pero esto ya es ponerse en plan criticón y no en plan crítico.

Más vale prevenir que curar, dice un viejo refrán. Y aquí parece que hay más de un punto de contacto con aquella otra Next, de Lee Tamahori, con una actriz que promete mucho, aunque aún le queda también mucho que demostrar. Lo mejor es relajarse, disfrutar de las claves adivinatorias, dejar de lado la faceta mística, pertrecharse contra la vigilancia exhaustiva que se ha establecido en todos los rincones de cualquier ciudad y tratar de usar toda la inteligencia para que este mundo sea un lugar un poco más habitable en unos tiempos de irritación y descontento. Eso lo saben muy bien los que trabajan en esos hospitales ambulantes sobre cuatro ruedas que toman el pulso a la urbe como si fueran ángeles de la guarda de una vida que cada día se vuelve un poco más ingrata. Si no hay nada mejor que hacer y te puedes creer los rincones del universo Marvel, ésta es una película menor, pero tampoco parece que pretenda ser otra cosa.

martes, 20 de febrero de 2024

LOS HERMANOS KARAMAZOV (1958), de Richard Brooks

Dimitri vive al día. No tiene ningún problema en endeudarse y afrontar con el gesto relajado las denuncias de cualquier tabernero que exige el pago de sus veleidades. Es militar y tiene la seguridad de que tiene derecho a una herencia que, en contra de su voluntad, retiene su padre. Y el problema es que ambos son bastante iguales. El padre es taimado, terco como una mula y no quiere ceder los derechos de la madre de Dimitri. Eso le dejaría en la ruina porque su hijo le desprecia. Dimitri es más hombre que él y lo sabe.

Iván es periodista y es la voz de la razón cuando, de vez en cuando, regresa de Moscú para ver a sus hermanos y a su padre. Trata de que no haya demasiadas peleas aunque sabe que lo de Dimitri y su padre tiene mal arreglo. Quiere a su hermano y le admira porque, a pesar de la vida ordenada que tiene Iván, Dimitri ostenta una ética que jamás podrá alcanzar. Dimitri es más hombre que él y lo sabe.

Alexei es novicio. Cree que todo se puede arreglar bajo los designios del amor y trata de mediar lo mejor posible entre Dimitri y su padre. Tiene una fe ciega en Dios y en sus hermanos porque sabe que son buenas personas y que en el fondo del corazón de su padre lo que habita, ante todo, es el miedo y no el resentimiento. También admira a Dimitri porque, a pesar de sus juergas y de sus excesos, siempre se ha comportado de una forma que delata el inmenso corazón que tiene dentro. Dimitri es más hombre que él y lo sabe.

Smerdjakov es sólo medio hermano de los anteriores. Sirve al padre como si fuese un criado porque es de inteligencia corta y ambición larga. Se deja humillar por él. Y siente envidia, ante todo, de Dimitri y de Iván porque sabe que son mejores que él. Smerdjakov sólo tiene que sentarse y esperar su momento. Tendrá que sobrepasar a todos si quiere tener el aprecio de alguno de ellos porque, hasta ahora, sólo ha sido un cero a la izquierda. Dimitri es más hombre que él…y no lo sabe.

Fyodor Karamazov es el padre. Es iracundo, bebedor, difuso y miedoso. Teme que le arrebaten lo que tiene y, en el fondo, también teme morir sin cariño. Cree que Dimitri desea su posición. Cree que Alexei es un santurrón ingenuo que no tiene arreglo. Cree que Iván es el más inteligente, pero carente de iniciativa. A Smerdjakov no le tiene en cuenta. Es un inútil que sólo sirve para poner la mesa, preparar la cena y hacer las camas. Fyodor está muy equivocado y, de alguna manera, sabe que es muy tarde para cambiar su actitud. Dimitri es más hombre que él…y tiene plena certeza de ello.

Katya es una mujer que sabe lo que quiere y que se sorprendió ante la nobleza de Dimitri en cierta ocasión. Sólo por eso, está enamorada de él. Sabe que no hay muchos hombres así, que no se aprovechen de una situación que estaba muy clara. Dimitri tiene honor aunque sea un hombre con sus debilidades. Sabe que, si puede, será el hombre de su vida. Él lo merece. Ella también.

Grushenka es esa mujer que sólo se cruza una vez en la vida de alguien como Dimitri. Él pierde la cabeza por ella porque su sonrisa es la luz. Ella tiene dinero y cree que se merece empezar una vida con un hombre de verdad como Dimitri. Sin embargo, algo viene a enturbiar ese proyecto de felicidad y no sólo es Katya que también supura su nobleza de mujer. Un asesinato, una confusión, una precipitada sucesión de acontecimientos. Grushenka no dejará de confiar.

Richard Brooks adaptó con fuerza y muchísimo sentido esta difícil novela de Fiodor Dostoievsky. A pesar de ser un fracaso, con el tiempo ha cobrado prestigio y hoy se puede ver como una película que pasa por ser la mejor adaptación nunca realizada de las obras del insigne autor ruso. Como curiosidad cabría añadir que ésta fue la película que motivó la ruptura de Marilyn Monroe con la Fox porque la actriz, deseosa de mostrar sus cualidades dramáticas, luchó por conseguir el papel de Grushenka, pero la productora se negó en redondo a pesar de que Brooks la consideró muy válida para el trabajo. Monroe terminó de rodar para ellos Bus Stop, quizá su mejor interpretación dramática, y se fue a Inglaterra para trabajar al lado de Laurence Olivier en El príncipe y la corista con producción Warner, para seguir, posteriormente con Con faldas y a lo loco, de la Mirisch Corporation y distribución de United Artists.

Así que llega a ser fascinante este universo fabricado en los tiras y aflojas de una familia que se ama y se detesta a partes iguales, que llega al derramamiento de sangre como solución equivocada y que también pone un mensaje de esperanza para todos aquellos que guardan algo de pureza en el fondo de su corazón.

 

viernes, 16 de febrero de 2024

EL COLOR PÚRPURA (2023), de Blitz Bazawule

Hace casi cuarenta años, un chaval que estaba haciendo el servicio militar sacó unas entradas en el cine Avenida de Madrid para ir a ver la primera versión de El color púrpura con una chica. Quizá quiso impresionarla con su buen gusto y su previsión yendo a sacar las entradas por la mañana para que las butacas elegidas fueran la consabida fila doce, centro. Hoy, ese mismo chaval ha vuelto a ir al cine a ver la segunda versión, completamente solo. La chica va desapareciendo lentamente de aquel recuerdo porque el cine hizo que él fuera consciente de que, más allá de las películas buenas o malas, nunca le iba a engañar, ni a fallar, ni a reprochar absolutamente nada.

Ahora, ese chavalín se ha enfrentado con la versión musical de la novela de Alice Walker y se ha encontrado con que, tal vez, al introducir canciones en la historia todo el desarrollo narrativo es más precipitado, pero que, no obstante, se presta más atención a la relación lésbica, en la que se fijaba de soslayo en la primera versión, y en el hecho racial. Por otro lado, la música es tremendamente rítmica, con muchísima vocación de quedarse adherida al oído y, por supuesto, la emoción también está presente aunque expresada de forma totalmente distinta. Puede que merezca la pena, aunque el muchacho piense que el trabajo de Steven Spielberg en 1986 fuera superior en bastantes pasajes.

Y ese mismo chico no ha podido dejar de emocionarse cuando ha descubierto la aparición especial de Whoopi Goldberg que, prácticamente, pasa desapercibida. O que se ha conservado aquella canción que tanto sonó en aquella época y que fue compuesta por Quincy Jones y Rod Temperton con el título de Miss Celie´s blues y tantísimas veces ha tarareado a lo largo de los años. De alguna manera, ha sido un encuentro con ese imberbe que era entonces para darse cuenta de que todo pasa, todo muere y que, aunque el cine sigue luchando por seguir, él no es ni la mitad de la persona de la que soñó ser.

Buenas coreografías, con una buena dirección de Blitz Bazawule, con un fuerte componente étnico, con Louis Gossett Jr., aquel sargento implacable de Oficial y caballero, recordándonos que el tiempo no pasa en balde, con la certeza de que Dios elige caminos muy misteriosos para hacer su voluntad…como hacer que aquel chaval que fue al cine para conquistar a una chica no consiguiera ganar su corazón con una película que lo estremecía hasta dejarlo mendigando en el callejón de cualquier cariño.

Quizá Dios esté tratando de decirte algo y no te estés dando cuenta, zagal. Quizá aquello quedó suspendido en tu memoria para dejarte impresa una lección en la conciencia. Quizá esa película tuviera los mimbres necesarios para que estuvieras seguro de la suerte que has tenido toda la vida. Da lo mismo. Ahora vuelves a ella para volver a asegurarte de que la vida no fue tan mala, aunque no fue la que más deseabas. Cantas con esas voces negras que tanta envidia te dan cuando te pones bajo la ducha y tratas de que los pies no te bailen al ritmo cuando suena la música que más te agita. Sólo si me muero dejaré de escribirte. Querido Dios. Bastardas y maltratadores hay en todas partes. Hermana, has estado en mi pensamiento. La belleza se halla en el interior. Las maldiciones existen. Es hora de decir que no. Aunque sea de forma definitiva y nada sea igual a lo anterior. El tiempo y la imagen. Las lágrimas y la esperanza. Colores púrpura en un cielo que no volverá a repetirse. ¿Te has enterado, chaval?

jueves, 15 de febrero de 2024

FERRARI (2023), de Michael Mann

 

Enzo Ferrari fue un cúmulo de riesgos y no siempre salió indemne de los desafíos que quiso afrontar. Su vida podría ser una perfecta mezcolanza de éxito, fracaso, guerras, armisticios, paces, motores y retos. Quizá en ningún momento pueda decirse que fuera un hombre feliz. Sin embargo, ahí estuvo, tratando de llegar más lejos en todas sus facetas. Manteniendo dos familias, haciendo que la rama deportiva de su marca fuera tan conocida que la línea de turismo fuera deseada por todos. Se situaba a mil millas del triunfo y era capaz de salvar toda esa distancia con tal de demostrar que su visión era la correcta.

En principio, podría pensarse que el nombre de un director como Michael Mann es toda una garantía a la hora de ir a ver esta película. No es así. Mann también ha hecho películas mediocres y, desgraciadamente, ha vuelto a hacer una. Su biografía de Enzo Ferrari peca de tener muy poco interés. Tal vez ese es el riesgo que tiene abordar la vida de un empresario y es que suelen ser muy aburridos. En el fondo, nada de lo que le pasa a este señor es demasiado importante para el espectador. No es más que un individuo ambicioso, que quiso dominar todos los aspectos de su vida, que se comportó como un chulo con las mujeres que estuvieron a su lado y que sus descubrimientos de ingeniería automovilística tampoco están descritos con mucho detalle. Adam Driver hace un buen trabajo en la piel del magnate y hay que reconocer que Penélope Cruz no lo hace nada mal en un registro muy cercano al de Anna Magnani, pero no hay mucha velocidad en esta narración, un tanto desvaída, que trata de dejar bien claro que era un hombre de cinismo bastante evidente.

La música de Daniel Pemberton es uno de los alicientes y Michael Mann rueda con cierta pericia las secuencias de competición, aunque no sean muchas, pero eso no es suficiente como para aprobar la película ya que se queda a dos o tres décimas del pase y, desde luego, ni siquiera sirve como ejemplo. Es como si Mann hubiese querido sumarse al carro de El aviador, de Martin Scorsese y producida por él mismo y le hubiese salido algo parecido a La casa Gucci, de Ridley Scott. El resto, con poco de parte de cualquiera, ya se puede intuir.

La combinación de dolor y finanzas, de prensa y cotilleo, de una carrera imposible realizada por carreteras de circulación normal de media Italia, de unos coches que han quedado para la leyenda y del abusivo misterio que el propio Ferrari se encargaba de esparcir tras sus sempiternas gafas de sol, son sólo elementos mostrados a media fuerza. Ni siquiera las dramáticas secuencias de los accidentes cuentas con grafismos de cierta grandeza y pasan por ser dibujos animados trágicos. Sus consecuencias son obviadas y tampoco se cuenta el agobio o la despreocupación que pudo haber sentido el jefe de la casa del caballo rampante cuando fue acusado de negligencia en el accidente que costó la vida a nueve personas, cinco de ellas, niños de corta edad.

Se puede prescindir de todo esto. Puede que la prolongada exhibición de falta de ideas del cine comience a dar signos de agotamiento en su reiterado recurso hacia las películas biográficas. A lo mejor, es que ya no quedan vidas interesantes que contar y Michael Mann, ese mismo que dirigió Heat, haya decidido pasarse de frenada y dejar que los cilindros de su motor se atasquen con una historia inane, sin alma ninguna, sin emoción, un ingrediente que no debería faltar en ninguna película de estas características, y, sobre todo, con una alarmante apariencia de falta de ganas.

martes, 13 de febrero de 2024

MUERDE LA BALA (1975), de Richard Brooks

Una carrera interminable cuando el Oeste está ya dando sus últimas bocanadas. Pronto, las cabalgaduras darán paso a las extensas líneas de ferrocarril, a las motocicletas con sidecar y a los coches. Y el Oeste dejará de oler a polvo para empezar a apestar a gasolina y a carbón. En cualquier caso, se celebra esa carrera de resistencia para caballos en la que un puñado de hombres arrojados, cada uno con sus defectos, se lanzan para el premio final. De entre todos ellos, uno sobresale y ése es Sam Clayton. Es uno de esos hombres que combatieron en la Colina de San Juan al lado del Presidente Teddy Roosevelt y que ha pasado muchas noches al raso de esa tierra de horizontes lejanos. Conoce a los caballos como a sí mismo y odia a todos aquellos que los maltratan y los desprecian. No le importa dar un par de lecciones sobre eso a quien lo merezca porque ya ha estado en muchas peleas y en algún que otro tiroteo. Eso lo sabe bien su antiguo compañero de armas Luke Matthews que corre sólo y exclusivamente por una apuesta. Sin embargo, entre ellos hay un código no escrito de lealtad y de amistad que ninguno de los dos será capaz de romper. Puede que sí lo haga el impulsivo y estúpido jovenzuelo que cree que puede ganar a sus mayores. O el estirado lord inglés que trata de demostrar que la monta británica es más efectiva que la de los vaqueros del Oeste. O, por supuesto, el caballo oficial de la carrera, montado por un jinete de alquiler, un semental que vale su peso en oro. Al fondo, a la derecha, está esa dama que está muy lejos de serlo, pero que sabe apañárselas como nadie. Quizá la carrera, para ella, sea la última oportunidad para dejar de arrastrarse por los burdeles a orillas de cualquier estación de tren y empezar a pensar en otras cosas. Ella es guapa, es inteligente y, además, es decidida. De algún modo, hay una especie de corriente de cariño entre ella y Sam, pero, tal vez, haya demasiadas galopadas entre medias.

Richard Brooks dirigió con precisión esta película de aventuras en la que también pone de manifiesto su particular código de conducta, con algunos diálogos realmente ingeniosos como ese encuentro de Matthews con el leñador:

Matthews: Buenos días, vecino.

Leñador: ¿Viene usted a quedarse?

Matthews: No, sólo voy de paso.

Leñador: Entonces no es mi vecino.

Matthews: ¿Hace mucho que está aquí?

Leñador: Desde que llegué.

Matthews: Este camino… ¿hacia dónde va?

Leñador: Que yo sepa…a ninguna parte. Siempre ha estado ahí.

Matthews: ¿Está lejos el pueblo?

Leñador: No lo sé. No lo he medido.

Matthews: Según parece…usted no sabe mucho.

Leñador: ¿Eh?

Matthews: Que, según parece, usted no sabe mucho.

Leñador: Señor…tiene usted razón. Soy un ignorante, pero no soy yo el que se ha perdido.

Matthews: Que usted lo pase bien.

Si a eso se le añade un extraordinario Gene Hackman, un certero James Coburn, una bellísima Candice Bergen y un plantel de secundarios de primera categoría, la película es buena por mucho que otros hayan querido decir que es mala. Brooks sacó adelante una rodaje algo difícil por el ataque al corazón que sufrió Paul Stewart (siendo un papel bastante importante aparece en las primeras escenas y luego desaparece) obligándose a contratar a Dabney Coleman como su hijo en la ficción para darle todas sus líneas y sus motivaciones. Y no se echa de menos. Merece la pena morder la bala para que el dolor de muelas no sea tan insoportable. Háganme caso.

 

GIGANTE (1956), de George Stevens

 

Construir una vida es tan largo y complicado como llevar un rancho con cientos de miles de cabezas de ganado. Es lo que trata de hacer Jordan Benedict al lado de su joven esposa. Trata de dirigir un páramo infinito en el que sólo hay tierra árida y vacas. Y va progresando. No sólo en cuanto al dinero, sino también en cuanto a su rígido pensamiento tejano. Está dejando atrás, gracias a ella, todos los prejuicios raciales que siempre han asolado su familia. Los chicanos deben ser confinados en unas cabañas inmundas, sin asistencia médica, sin nada más que lo que el señor Benedict esté dispuesto a dar. Sin embargo, ella hace que esa mirada cambie, porque no se puede uno anclar en un mar de esterilidad e insistir en que los hijos sean lo que uno quiera. Nada sale como se planea, pero eso no tiene por qué ser necesariamente peor. Siempre habrá competidores, gente que crea que lo que ha conseguido Jordan Benedict lo puede hacer cualquiera y que no requiere ningún esfuerzo. Y están muy equivocados. Una de las razones por las cuales él progresa es porque su pensamiento va avanzando. Y todo culmina en una pelea en la que él defiende lo justo, aunque caiga derrotado. Es por eso que Jordan Benedict es un gigante sin talla. Nadie puede compararse con él.

No obstante, siempre hay advenedizos que creen que pueden convertirse en gigantes sólo porque, en un momento dado, dan con ese punto de suerte que muchos desean y los bolsillos comienzan a llenarse sin medida. Jet Rink ha trabajado para Benedict como un obrero más, ha hecho de chófer, ha realizado alguna que otra chapuza en el rancho de su amo, ha resuelto un par de problemas con notoria timidez…y se ha fijado en la señora Benedict. Ella es como la tierra que él hubiera deseado poseer. Es la mañana que ilumina e inunda de azul el horizonte perdido. Es la noche, íntima y agradable, que a él le volvería loco tener en el porche de su humilde morada. Rink tendrá suerte, conseguirá ponerse a la altura de los más ricos y tendrá todo cuanto desee…excepto el amor. Seguirá solo porque no puede tener a la mujer ideal, a la que secuestró sus sentimientos desde la primera vez que la vio. Rink quiso ser un gigante…y se quedó en un ínfimo hombre de negocios ahogado en su propio vómito de borracho.

George Stevens dirigió con pulso de hierro esta novela-río de Edna Ferber que retrata los años y la evolución de una familia en la que Rock Hudson y Elizabeth Taylor se convierten en piezas inseparables porque no se entenderían sus vidas sin el otro. James Dean, muerto antes de terminar el rodaje, incorpora a ese nuevo rico que no sabe lidiar con sus frustraciones y que pierde siempre aunque se crea y se comporte como un vencedor. Las pasiones y las derrotas de unos terratenientes de mentalidad retrógrada se mezclan peligrosamente con las inquietudes de un clan que trata de evolucionar en todas las direcciones posibles superando antiguos prejuicios raciales, sociales y políticos. No es fácil cuando todo el entorno te presiona para que te quedes quieto, con tus vacas, tu dinero, tu conformismo y tu espléndida mujer. Es tarea reservada para gigantes.

viernes, 9 de febrero de 2024

CUENTA CONMIGO (Stand by me) (1986), de Rob Reiner

 

“Nunca he tenido amigos como los que tuve con doce años…Dios mío… ¿alguien los tiene?”

Y ahí es donde los recuerdos se tornan un camino, con unas cuantas risas cómplices y una escapada furtiva sólo para ver el cadáver de un chico arrollado por un tren. Durante esos días de andar sobre la línea recta de una vía de ferrocarril, cuatro chicos se embarcan en una aventura sólo para llegar a la conclusión de que han vivido unos momentos de amistad que serán irrepetibles, por mucho que piensen que, tal vez, pueda repetirse. En ese peregrinaje se pondrán a prueba sus cobardías, sus miedos, sus rebeliones, sus lágrimas, sus frustraciones, sus habilidades… Casi una vida entera en apenas dos días. Y ahí, en ese sendero de traviesas, es donde comenzarán a tallar la primera piedra para la edad adulta que les está esperando con una mirada aviesa. A pesar de todo, puede que no consigan ser unos buenos adultos, pero sí que disfrutaron de algo que sólo ocurre una vez en la vida.

La locomotora acelera en su camino de hierro y los chicos corren para salvar su vida. El miedo se comerá toda la adrenalina, pero también pondrá en marcha el mecanismo de los recursos para salvar situaciones difíciles. Por otro lado, está la pandilla de niñatos que se creen muy especiales porque van en coche y usan navajas. Puede que Corny, que acabará siendo el escritor que ponga en un papel las experiencias de los cuatro chicos, les dé una lección. Y, por la noche, por supuesto, contará una historia que hará que los cuatro rían y saboreen las horas alrededor de una hoguera rodeada de peligros.

Rob Reiner dirigió con enorme delicadeza el relato El cuerpo, de Stephen King, acompañando a los cuatro niños que, por alguna razón, ven atractiva la idea de contemplar un cadáver. En esa infancia contada por el escritor, ante todo, hay una enorme nostalgia por aquellos amigos que se perdieron un poco en la noche de los tiempos y un lamento por aquel que fue su compañero que, en la temible edad adulta, fue acuchillado en una hamburguesería. El recuerdo, a menudo, es lo único que nos queda porque, sobre todo, nos dice quiénes fuimos y nos da pistas sobre quiénes somos. Y cada vez que se deja una letra en un papel, o se fija una línea en un lienzo, o se traza una línea con el cincel, hay una parte de todo ello que corresponde a aquellos días de inocencia perdida, de cigarrillos para creernos mayores, de risas y chanzas, de sueños compartidos y bestiales deseos, de fuegos interiores y mansedumbres exteriores. La despedida de la infancia en las puertas de una vida que, inevitablemente, acometerá el papel del desengaño para deshacer todo, absolutamente todo…menos el recuerdo. Sólo de esa manera se conseguirá que ese camino interminable por las vías del ferrocarril no acabe nunca porque lo apasionante no fue el destino, ni mucho menos. Lo apasionante de verdad fue el viaje.

jueves, 8 de febrero de 2024

ARGYLLE (2023), de Matthew Vaughn

 

En muchas ocasiones, los escritores cogen elementos del pasado para forjar los entresijos de sus obras. Así, algunos de sus personajes tienen rasgos de personas que se han conocido realmente o hay algún que otro truco oportuno que se ha sabido por boca de alguien que lo ha puesto en práctica. Eso puede ser algo recurrente si nos encontramos ante alguien que escribe una saga de espías imposibles muy cercanos a cierto agente doble cero y que carece de pasado. En su subconsciente aún hierve la existencia de un pretérito que fue algo más que una juventud ordinaria, con sus adolescencias, universidades e independencias.

Así que ahí estamos, con una escritora que ha creado un personaje irremediablemente atractivo y perfecto. Uno de esos espías que nunca han existido y que es capaz de atravesar paredes, causar el caos más impensable y esquivar las balas más certeras sin un solo rasguño. Ella cree tener un pasado más o menos vulgar, pero, en algún lugar de su cerebro, no es así. En la escritura están todas las respuestas de lo que ha sido. Y, claro, llega un momento en que hiere el papel con verdades que no interesan. Más que nada porque se pueden descubrir conspiraciones, asesinatos, venganzas y planes megalomaníacos.

Y es que el pasado siempre sale al encuentro. Lo que estaba olvidado comienza a ser recordado mientras que la aparente realidad se desmorona velozmente. El lavado de cerebro, la huida hacia adelante y el miedo se han instalado en el interior de la escritora y comienza a haber signos de que ese agente ideal que es fruto de su imaginación tenga visos de verdad. Cada letra es un disparo. Cada frase es una ráfaga. Cada párrafo es una explosión. Nadie sabe cómo acabará todo esto.

El director Matthew Vaughn vuelve al terreno del cine de acción trepidante con un interesante juego entre ficción y realidad, entre pasado y presente. No es una película redonda porque, a partir de determinado momento, los giros de guion son tan continuos que el cansancio de la traición se vuelve corriente y moliente. Hay un par de buenas secuencias, divertidas, intrascendentes, con un tono paródico que hacen que se tenga plena conciencia de que la película no se toma en serio en ningún instante, pero aprueba justo en el apartado del entretenimiento. Es como si James Bond subiera un par de peldaños en lo imposible y comience un delirio bastante alucinado. Al menos, no se le puede reprochar la originalidad de la propuesta a pesar de que visita muchos lugares comunes. Eso sí, el desenfado no deja de ser uno de los ingredientes principales.

De paso, Vaughn también desliza su mensaje feminista que, en esta ocasión, no es nada forzado. Utiliza todo tipo de recursos y no deja de ser ciertamente placentero ver a Bryce Dallas Howard, Henry Cavill, un siempre eficaz Sam Rockwell, Bryan Cranston y Samuel L. Jackson poniendo cara de estar pasándoselo bien con esta película intrascendentemente divertida, sin más objetivo que hacer pasar un rato más o menos agradable y salpicar todo de guiños que acaban por tener una conexión coherente en la escena post-créditos.

Atarse los cinturones del recuerdo trae como consecuencia la certeza de que el corredor vascular que se encuentra en la cavidad cardíaca sea algo vital en una historia de espías que no trata de reinventarse, con gato en la mochila, con padres, madres, amigos y equívocos y un intento de rellenar los espacios en blanco de la memoria. No hace falta disertar mucho más. A los quince minutos, nadie se acordará muy bien del enrevesado metarrelato. Solo acuérdense de que somos lo que hemos sido. Y, posiblemente, lo seguiremos siendo.

miércoles, 7 de febrero de 2024

CORAZONES DE HIERRO (1989), de Brian de Palma

 

Allí, en medio de la selva, perdidos en ninguna parte, las cosas parecen aún más confusas que en la retaguardia. Hay una especie de ira contenida, guardada, rancia, que se va almacenando dentro mientras pasan los días en el frente. Tal vez un buen amigo, al que le quedaba poco para volver a casa, ha tenido mala suerte y vuelve en una caja. Y eso hace que la furia luche por salir pagándolo con los más inocentes. Se trata de ir a una aldea, coger a una chica como prisionera y violarla. Así de claro, sin más. Los salvadores que se supone que van allí a ayudar a un país, se convierten en torturadores que pierden el alma y la honestidad para llevar a cabo una venganza con una inocente, sólo para satisfacer su rabia. Sólo uno de ellos es capaz de mantener la visión fría y el espíritu tranquilo. Puede que no sea demasiado experto, pero sabe dónde se necesitan las buenas personas, por mucho que de su arma también salga fuego. Y lo peor de todo es que, cuando necesita contarlo para que los culpables sean castigados por tanta brutalidad, por tanto odio vertido sin ningún sentido, los oficiales al mando se ponen de perfil para que nadie sepa que los americanos se están comportando como verdaderos bastardos.

Años después, en un pesado viaje en metro, quizá el sueño gaste alguna mala pasada y el trauma quede ahí porque se fue para nada, se luchó para perder y se regresó con la decepción y el rechazo. Es difícil mantener la cabeza en su lugar cuando todo a tu alrededor te empuja a hacer algo que es malvado de principio a fin. Allí, en la selva, ese chico que se opuso a todo y a todos, se encontró a sí mismo y supo que tenía razón aunque perdiera parte de ella en la locura de las balas, de la necesidad y del desquiciamiento de unos tipos que no hubieran merecido ni pisar el avión que los trasladó al fregado. Mantuvo su ánimo incólume, aunque estuvo a punto de tirar el casco en varias ocasiones. No podía ser. No podían ser los malos de la historia. Fueron allí a ayudar. Y, en realidad, fueron allí a matar.

No es una de las películas más conocidas de Brian de Palma, pero la visión de Vietnam del director, analizando una historia pequeña dentro del universo bélico, acaba por dar una impresión de frustración sobre una generación que no supo canalizar su ímpetu, que se convirtió en asesina desde el mismo momento en que se puso un arma en sus manos y que, aún así, siempre hubo alguien dispuesto a arriesgarse para defender la justicia, aunque fuera mínima, en ese lugar donde no había ley, ni orden, ni límite, ni frontera. Los corazones de hierro siguieron latiendo por los más débiles, que debería ser la orden prioritaria en cualquier conflicto. Es cierto que Sean Penn resulta odiosamente sobreactuado, pero, sin embargo, Michael J. Fox realiza el que, posiblemente, sea el mejor papel dramático de toda su carrera porque, en el fondo, sabe conectar con la parte buena, auténtica que hay en todo hombre de bien, a pesar de que su reacción es tardía, y miedosa, y última. Quizá, en esas situaciones, no hay que llegar al borde del vaso para hacer algo. Ahí es donde se hallan las personas que realmente merecen la pena.

martes, 6 de febrero de 2024

LA MUJER SIN ROSTRO (1966), de Delbert Mann

 

Un hombre no sabe quién es. De repente, se encuentra en medio de Central Park llevando un traje de cierta categoría con un café en la mano y ni siquiera recuerda cómo ha conseguido el café. Sólo posee un pedazo de papel con un número de teléfono y un anillo medio roto. Puede que sea un enfermo evadido de una institución mental. Una rubia pasa junto a él y, como por arte de magia, un nombre viene a su memoria: Grace. Empieza una búsqueda imposible porque cree que es posible que todas las mujeres sean Grace. Quizá alguna de ella sea capaz de abrir las puertas de la mente y que él mismo sepa quién era esa mujer de la que sólo recuerda el nombre. Todo se convierte en un largo regreso a la memoria. En un momento, él se encuentra hablando con una mujer y, al segundo siguiente, cree que está hablando con ella con tal familiaridad que piensa que es Grace. Grace. Grace. Maldito nombre.

Basándose en una historia de misterio personal de Evan Hunter, el director Delbert Mann articula una trama en la que la principal intriga reside en la identidad de ese hombre sin rumbo, sin pasado, que deambula por Central Park como un cadáver viviente intentando encontrar algo que le recuerde que fue alguien alguna vez. Quizá Mann se deja arrastrar un poco por la efímera moda de los últimos sesenta y eso hace que, estéticamente, la película se resienta levemente con recursos como el de la cámara al hombro y una realización algo caótica, pero todo tiene suficiente atractivo porque el reparto es extremadamente competente, con James Garner como protagonista absoluto y acompañado de Jean Simmons, Suzanne Pleshette, Angela Lansbury y Katharine Ross. Al fondo, la ciudad como un personaje más, alzando sus dedos índices acusadores hacia el cielo como intentando hurgar entre las nubes cuál ha sido el destino de este misterioso señor Buddwing que deambula sin procedencia ni rumbo. La banda sonora jazzística aumenta esa sensación de confusión que se convierte en un elemento clave en esta especie de melodrama negro en el que la mujer, siempre intrigante, se yergue como la ambigüedad misma dentro de las relaciones humanas.

En el fondo, todos somos un poco James Garner en esta película. Seres perdidos, confusos, miedosos, que tratan de encontrar un sentido a todo lo que se ha hecho y a todo lo que queda por hacer. Ese personaje sin nombre, ni profesión, con sólo un traje y una nota con un número de teléfono se mueve con unas coordenadas demasiado estrechas como para poder orientarse y contestar las preguntas que a todos nos cercan. Sobre todo para saber si todo lo que hemos hecho ha merecido la pena, ignorantes, pobres de nosotros, sin darnos cuenta de que en la mayoría de las ocasiones la contestación a esa pregunta suele ser que no. Así de errantes y de erráticos somos. Así de desgraciados. Así de perdidos. Mientras tanto, sólo esperamos que la belleza inunde de alguna manera nuestra mirada para olvidar todo lo demás dentro de una vida ingrata y bastante cansada.

viernes, 2 de febrero de 2024

NORMAN JEWISON: EL HOMBRE OPORTUNO

 

Aunque se le podría encuadrar dentro de la llamada Segunda generación de la televisión al lado de nombres como Sidney Pollack o Stuart Rosenberg, lo cierto es que Norman Jewison fue una especie de verso suelto porque, quizá, le faltara un toque de “autor” a su filmografía. Sin embargo, eso, que puede verse con cierto menosprecio, no lo es en absoluto porque Jewison demostró que era un hombre oportuno, capaz de hacerse cargo de cualquier proyecto con las suficientes garantías como para asegurar que un buen producto iba a salir de su talento.

Jewison, después de una notable experiencia en televisión, da el salto a la dirección cinematográfica en 1962 con Soltero en apuros, una comedia con Tony Curtis, bastante amable, sobre un ejecutivo que se va a pasar el día con su hija a Disneylandia y la chica es, cuando menos, un poco díscola desatando una serie de situaciones bastante comprometidas. No obstante, sí que se puede apreciar ya en esta primera película un mimo en la imagen combinado con una dirección correctísima, sin incurrir en ningún error narrativo y con ganas de ofrecer una película cuidada y entretenida.

Con este bagaje, no se tarda en ver que podría ser un director ideal para dirigir los juguetes cómicos pensados para Doris Day y se hizo responsable de la primera comedia de teléfonos blancos sin Rock Hudson en el reparto con Su pequeña aventura, con James Garner acompañando a la rubia y hacendada ama de casa que, de repente, salta a la fama por grabar un anuncio intrascendente. Con el éxito en el bolsillo, nuevamente dirige a Doris Day, esta vez sí con Rock Hudson, en la que pasa por ser, posiblemente, la mejor película de la pareja, aunque no la más famosa, como es No me mandes flores, sobre un hombre que, por error, cree que está enfermo terminal y busca desesperadamente un novio futuro para su esposa.

Vuelve con Garner para hacer una comedia que tenía su aquél como es El arte de amar y el propio Jewison comienza a pensar que es hora de un cambio y dejar de lado la comedia amable. La oportunidad, esa palabra que siempre le acompañó, le hizo una visita memorable cuando Sam Peckinpah fue despedido en pleno rodaje de El rey del juego, con Steve McQueen, Ann Margret y un inmenso Edward G. Robinson. Jewison termina la película con maestría y se puede ver ahí a un director que es algo más que correcto, que quiere contar sensaciones, sugerencias y sentimientos más allá de lo que se muestra y consigue una película en la que el manejo de la tensión y la realidad se dan la mano de forma casi violenta.

Jewison cree también que puede hacer otro tipo de comedia, más loca, más agresiva y pone todo su empeño en ¡Que vienen los rusos!, una farsa desatada sobre la psicosis colectiva que se desató en Estados Unidos sobre una posible invasión rusa. Predecesora confesa del 1941, de Steven Spielberg, el director se aviene a dirigirla cobrando tan sólo ciento veinticinco dólares más el 25 por ciento de la recaudación. Se hizo rico con esta fábula sobre un submarino ruso averiado que debe desembarcar una avanzadilla frente a la costa de Estados Unidos desatando la locura.

La película obtiene tal éxito, con nominación incluida a la mejor producción del año, que Jewison es el elegido para llevar a cabo esa obra maestra del cine social y policiaco de los años sesenta que es En el calor de la noche, una película en la que todo funciona, en la que se suda desde la butaca y se sufre desde el corazón, haciendo herida en la lucha de los derechos civiles y en su atractiva premisa de un hombre de color dando un par de lecciones de investigación social a los habitantes de un pequeño pueblo de Mississipi. La película fue galardonada con el Oscar a la mejor producción de 1967 en dura pugna con El graduado, de Mike Nichols.

Repite con Steve McQueen en El caso Thomas Crown, la historia de un multimillonario que se dedica a robar obras de arte con tal de añadir algo de emoción a su vida, con una de las secuencias más sensuales alrededor de un tablero de ajedrez entre el protagonista y Faye Dunaway. Al terminar esta película, Jewison confesó que no volvería a trabajar con McQueen porque le parecía el actor más difícil del mundo.

Lo prueba con el musical y saca sobresaliente con El violinista en el tejado, con la que consigue una nueva nominación y se hace cargo de la adaptación del polémico musical de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice Jesucristo Superstar acudiendo al desierto de Israel como escenario. Posteriormente, con una producción muy complicada, pone en marcha Rollerball, una fábula distópica sobre un juego en el que los contendientes llegan a matarse entre ellos alrededor de una especie de velódromo. Maravillosa, inquietante y peligrosamente actual a pesar de una estética que se ha quedado trasnochada, ha quedado como una de las películas más certeras dentro de la ciencia-ficción.

Le eligen para llevar a cabo una película que demostrase las dotes dramáticas de Sylvester Stallone en F.I.S.T y ahí obtiene un sonoro fracaso del que se recupera con cierta dificultad. Se une a Al Pacino en el género judicial con otra película con nominación como es la extraña Justicia para todos, reivindicativa y pesimista visión sobre el sistema penal estadounidense. Trata de obtener otro éxito de taquilla con una película que se mueve en los terrenos de la comedia más blanda y fácil como Amigos muy íntimos, con Burt Reynolds y Goldie Hawn.

Sin embargo, Jewison sube su cotización al adaptar dos obras teatrales que consiguen varias nominaciones y que denotan su gran capacidad para adaptarse a cualquier género. La primera es la investigación que se desata en torno a la muerte de un sargento de color en un cuartel del Sur de los Estados Unidos en la excelente Historia de un soldado, en la que podemos disfrutar de la primera aparición de Denzel Washington en un papel importante. La otra es el drama misteriosamente religioso de Agnes de Dios, con un duelo en la cumbre entre dos grandísimas actrices como Anne Bancroft y Jane Fonda sobre la posible violación y posterior embarazo de una monja de clausura.

Aún consigue otro gran éxito dentro de los terrenos de la comedia romántica con una película que batió récords de taquilla en todo el mundo como es Hechizo de luna, que significó el Oscar a la mejor interpretación femenina para Cher y que conquistó el corazón del público como una de las grandes historias de amor con sonrisa que se han hecho nunca.

A partir de aquí, Jewison se mete en una cierta deriva con títulos con ningún interés hasta que, con un monstruoso Denzel Washington, aborda la biografía de un boxeador que fue encarcelado por un supuesto asesinato en la muy notable Huracán Carter, consiguiendo nominación para el actor en una película llena de fuerza y militancia, de nuevo con los derechos civiles al fondo y con la injusticia como tema.

Su última película, bienintencionada, pero irremediablemente carente de fuerza, es La sentencia, su única colaboración con Michael Caine, acerca de un verdugo de un campo de concentración nazi, fervorosamente religioso, que es descubierto en la campiña francesa y comienza a ser acosado por varias fuerzas que quieren anotarse un tanto político y policial. Tanto Caine como Jewison quedaron muy satisfechos del resultado final, pero la historia no acaba de despegar en ningún momento, con algunos pasajes francamente desconcertantes. Ese año, 2003, Jewison se retira de toda actividad.

Hay que fijarse en todos estos títulos para darse cuenta de la oportunidad de un hombre como Norman Jewison. Hizo todo con singular maestría, consiguiendo pocas obras sublimes, es cierto, pero haciendo un buen puñado de muy buenas y recomendables películas. Era un valor seguro que sólo zozobró un poco en su época final, pero eso es fácilmente perdonable cuando se trata de hablar de un director que ha tocado tantos géneros y los ha fijado de manera tan sólida. Cuando el cine no le necesitó y ya casi todo el mundo le había olvidado, fue oportuno y decidió que ya estaba bien de pisar este valle de lágrimas.

jueves, 1 de febrero de 2024

POBRES CRIATURAS (2023), de Yorgos Lanthimos

 

Esta revisión del mito de Frankenstein en clave femenina no es más que el producto de una mente enferma. Se supone que acaba por ser una reivindicación de la mujer a través de la historia de Bella, una chica con cerebro de feto trasplantado, que aprende a gran velocidad y que, para bregarse bien en los avatares de la vida, se prostituye y, además, lo encuentra, cuando menos, agradable. Es una fuente de ingresos segura, investiga en las emociones que mueven a los diabólicos entes masculinos y le da la seguridad necesaria para regresar a su origen y convertirse en una mujer dominante y asentada.

El director Yorgos Lanthimos, por si fuera poco, se dedica todo el rato a poner en escena una realización alucinada, con planos inclinados, uso de grandes angulares, saltando del blanco y negro al color cuando lo considera oportuno y utilizando fondos generados por ordenador para que, en resumen, se tenga la impresión de que todo eso que nos está contando, más simple que una pelotita de trapo de saldo, es profundo como el océano y que él es un genio disfrazado de ironía. Y no es más que un cargante pretencioso que trata de poner en escena un guiñol caro con títeres grotescos moviéndose de un lado para otro y con mucho sexo para que se vea que su historia, aunque no lo parezca, es para adultos.

Sí, es verdad. La interpretación de Emma Stone es meritoria e, incluso, es merecedora de una nominación a los Premios de la Academia. No es fácil evolucionar de unos gestos estudiadamente infantiles a la madurez de una mujer que sabe lo que quiere, aunque los medios que utilice sean tan esperpénticos como cambiarle el cerebro a un hombre por el de una cabra. Gracioso ¿eh? Bueno, pues todo eso tiene un envoltorio de lujo, muy cuidado y salpicado de anacronismos del tipo de que, a pesar de que la historia se desarrolla supuestamente a finales del siglo XIX, la chica en cuestión se pasea por las calles de Lisboa con una minifalda.

Por si fuera poco, la música es para hacérselo mirar. O es estridente, o es tan complicada como la que hace un niño de cuatro años acercándose por primera vez a una guitarra. Mientras tanto, asistimos a los avatares de esa niña-mujer, producto de un creador, por enésima vez asimilado a Dios, que nos da un don como la vida. Algo que no pedimos, mientras nos suelta inopinadamente por el mundo a ver si aprendemos cómo van las cosas del dinero, de la lujuria, de la seguridad del hogar, del vicio y del cinismo humano, una palabra muy importante a lo largo y ancho de esta especie de bobada titiritera que, a cada metro, se convierte en una pérdida de tiempo. De hecho, unos cuantos espectadores se levantaron en medio de la proyección, hartos de la tomadura de pelo que, en algunos momentos largos, llega a ser la creación genial de Lanthimos.

Así que nada, si ustedes han sido baqueteados por la vida y desean volver al hogar, lo mejor es irse a una casa de citas, probar las distintas tendencias sexuales de cada cual y regresar para acogerse a los brazos del padre. Si, por casualidad, el pasado viene a reclamar lo suyo, háganse fuertes, llévense al culpable y practiquen una bonita trepanación para que acabe comiendo ramitas en camisón mientras otra chica con su mismo problema se pasea con un mazo por la casa. Dios les perdonará todo, aunque ese perdón no les sirva de nada porque, al fin y al cabo, lo mejor que se puede decir de Él es que su rendimiento deja mucho que desear. La escuela está ahí fuera, con los calzoncillos y las bragas por los tobillos. Y algunos dirán que esto es una obra maestra incomparable y que estamos ante un nuevo y excéntrico director de rasgos divinos.