Estamos ante la expresión máxima de las comedias de “teléfonos blancos”, raíz y nacimiento de ese género que, en esta ocasión, cuenta con un ocurrente guión lleno de giros inesperados que tiene en Rock Hudson al principal de sus activos (nunca he sido fan devoto de Doris Day), aportando planta, clase, estilo, elegancia y alguna que otra sonrisa cómplice como sana expresión de un humor que no duda en ridiculizarse a sí mismo. El guión de Stanley Shapiro es modélico (no en vano, fue ganador de un Oscar) y la dirección del veterano Michael Gordon es clásica y sin complicaciones. Se cuenta una historia para sonreír, para tener una sensación de estar pasando un gran rato viendo una nadería bien hecha, para disfrutar viendo a Hudson fingiendo ser homosexual en una ironía que el cine se encargó de hacer vida...Todo ello, razonablemente sazonado con unas buenas dosis predecibles pero que en ningún momento pierden encanto. El resultado, naturalmente, es una película que se deja ver igual que se degusta un delicioso cóctel en un local de cierta categoría acompañado de una mujer que lleva un ajustado vestido a juego con la melodía de un piano que deja entrever un cierto desenfado.
Siempre es difícil intentar definir o hablar de una película como Confidencias a medianoche porque, al fin y al cabo, es cine que se convierte en puro entretenimiento y que se niega tercamente a ser algo más. Y entre juegos y conversaciones telefónicas entre Day y Hudson hay que destacar la maravillosa interpretación, entremés cómico entre la ligereza del argumento, que realiza la espléndida Thelma Ritter, secundaria entre secundarias e injustamente tratada por el destino (seis nominaciones y no llegó a ganar nunca) pero que aquí hace que la sonrisa rompa en carcajada, que la gracia sea un arte emanado de unas arrugas tan sabias que parece que se han formado en nuestras propias casas y, por supuesto, cuna de inspiración para tantas y tan buenas comedias de situación que hemos disfrutado a través de la televisión desde aquella mágica Enredo.
Claro que, para no caer en el feminismo más recalcitrante, también hay que destacar por el lado varonil a un Tony Randall que lleva el lado contrario de la comicidad, consiguiendo la risa a través de rostros sin expresión, viajando sin escalas por las llanuras de la perplejidad y, como siempre, siendo ese personaje donaire que tan bien supo retratar el teatro clásico de tiempos remotos en los que el teléfono no existía. (Por cierto, si hubiera existido cuán aburridas hubieran sido algunas de las comedias de Lope o Calderón).
Cuidado, si están viendo y suena el siempre molesto teléfono...no lo cojan. Puede que escuchen lo que no quieran oír. Puede que eso sea el principio de una gran conversación...
Claro que, para no caer en el feminismo más recalcitrante, también hay que destacar por el lado varonil a un Tony Randall que lleva el lado contrario de la comicidad, consiguiendo la risa a través de rostros sin expresión, viajando sin escalas por las llanuras de la perplejidad y, como siempre, siendo ese personaje donaire que tan bien supo retratar el teatro clásico de tiempos remotos en los que el teléfono no existía. (Por cierto, si hubiera existido cuán aburridas hubieran sido algunas de las comedias de Lope o Calderón).
Cuidado, si están viendo y suena el siempre molesto teléfono...no lo cojan. Puede que escuchen lo que no quieran oír. Puede que eso sea el principio de una gran conversación...