Varias personas están empapándose bajo la lluvia en un cementerio. El cielo llora porque la belleza se ha ido. Y cada uno de ellos recuerda…recuerda y no quiere dejar de recordar lo que significó ella en sus vidas. Para unos fue el renacimiento y el reencuentro con el éxito. Para otros fue el vehículo para una falsa libertad. Para aún más fue el símbolo inalcanzable de lo perfecto, de lo hermoso, de todo aquello que un hombre puede desear en una mujer. Y mientras, la lluvia cae, castigándoles porque todos fueron erosionando, con pincel de lujo, la imagen misma de una mujer que quiso volar, quiso amar y ya sólo quiso morir.
Bajo esa extraordinaria forma de narrar bajo distintos puntos de vista que es marca de la casa del gran director Joseph L. Mankiewicz, vamos parando por los mojones del camino de la existencia de una mujer que fue nada, que fue orgullo, que fue estrella, que fue polvo enamorado, que fue todo y que volvió a ser nada porque se dio cuenta de que todo por lo que había luchado se podía esfumar delante mismo de sus ojos, simplemente porque su belleza era tal que todos deseaban poseerla y amarla pero nadie deseaba darse a ella. Quizá sólo ese director de cine que ya ha llegado al declive, espléndidamente encarnado por Humphrey Bogart, sabe que el pensamiento de esa mujer a la que siempre le gustó ir descalza pasa por el mármol de una diosa que también sufre y que también muere cada vez que alguien sólo mira por su propio egoísmo. Y ella es una mujer que camina entre lobos, que sólo quieren explotarla, pasearla, exhibirla, amarla y que ella se dé sin esperar nada a cambio. Y cuando ella decide darse…entonces es cuando no recibe nada a cambio por culpa de un egoísmo disfrazado de amor, de un amor trastocado en crueldad, de una crueldad expresada en caricias, de unas caricias que no son más que la salida de la frustración y de la misma impotencia.
El día cae y la lluvia no cesa de golpear. Edmond O´Brien, otro actor como la copa de un pino, recuerda que tuvo que lamer muchas suelas de zapato para salir adelante y convertirla en una estrella. En su memoria, enterradas bajo demasiadas losas de vergüenza, hay muchas ocasiones en las que no supo comportarse como un hombre y muy pocas en las que no supo comportarse como el pelele que realmente es. Él sirvió y tampoco recibió nada a cambio, salvo una vida de servilismo que le rebaja a la condición de gregario bien pagado mientras tenga la boca cerrada y el pañuelo en la mano para secarse el sudor. Él sabe, en ese rincón donde guarda la hombría, que ella fue una gran mujer.
El cielo sigue llorando y Rossano Brazzi pena por este desierto de sentimientos que se ha quedado entre los mortales porque la amó tanto que no supo amarla. Quiso hacerla tan feliz que sólo la hizo desgraciada. Y nosotros, simples mortales, asistimos al adiós que siempre quisimos recordar en una película que nos ha dejado para siempre el suave rastro de la belleza. De la única belleza. De la mayor belleza.
El día cae y la lluvia no cesa de golpear. Edmond O´Brien, otro actor como la copa de un pino, recuerda que tuvo que lamer muchas suelas de zapato para salir adelante y convertirla en una estrella. En su memoria, enterradas bajo demasiadas losas de vergüenza, hay muchas ocasiones en las que no supo comportarse como un hombre y muy pocas en las que no supo comportarse como el pelele que realmente es. Él sirvió y tampoco recibió nada a cambio, salvo una vida de servilismo que le rebaja a la condición de gregario bien pagado mientras tenga la boca cerrada y el pañuelo en la mano para secarse el sudor. Él sabe, en ese rincón donde guarda la hombría, que ella fue una gran mujer.
El cielo sigue llorando y Rossano Brazzi pena por este desierto de sentimientos que se ha quedado entre los mortales porque la amó tanto que no supo amarla. Quiso hacerla tan feliz que sólo la hizo desgraciada. Y nosotros, simples mortales, asistimos al adiós que siempre quisimos recordar en una película que nos ha dejado para siempre el suave rastro de la belleza. De la única belleza. De la mayor belleza.