Quisiera dedicar este artículo a María Asquerino, mujer, pero ante todo, actriz. Tuve la fortuna de verla, ya hace unos cuantos años, interpretando a Leonor de Aquitania en "El león en invierno" junto a Agustín González en el Teatro Infanta Isabel. Y con ella sentí la fuerza que tenía dentro, su furia femenina, su capacidad para hacer frente a todo y a todos. Gracias por aquellos momentos, María. Ojalá fuésemos inmortales, seguro que tú no podrías cambiar.
Un viejo mira las estrellas antes de contar una leyenda porque sabe que las personas también somos constelaciones de cuya luz dependen muchas otras. En una vida podremos haber sido un planeta pequeñito, sin mucha importancia. En otra quizá fuimos pura maldad flotando en el universo. Aún en otra pudimos ser polvo cósmico que llevó vientos de libertad. En otra más, tal vez, destacamos por la bondad de nuestra luz haciendo que el sistema de asteroides que nos rodeaba fuera un poco más feliz, o tuviera acceso a algo tan simple como la vida, o fuera un intento despreciable de esa necedad que se llama libertad.
Un viejo mira las estrellas antes de contar una leyenda porque sabe que las personas también somos constelaciones de cuya luz dependen muchas otras. En una vida podremos haber sido un planeta pequeñito, sin mucha importancia. En otra quizá fuimos pura maldad flotando en el universo. Aún en otra pudimos ser polvo cósmico que llevó vientos de libertad. En otra más, tal vez, destacamos por la bondad de nuestra luz haciendo que el sistema de asteroides que nos rodeaba fuera un poco más feliz, o tuviera acceso a algo tan simple como la vida, o fuera un intento despreciable de esa necedad que se llama libertad.
Porque a través de los tiempos, del pasado, del presente y del futuro, siempre habrá alguien que luche por alcanzar esa libertad y también siempre habrá alguien que se empeñe en quitárnosla, en ejercer desde su pedestal de poder toda la crueldad implícita que conlleva arrebatarle la libertad a los demás, a los que están en el ámbito de su mando. Y lo normal es que ellos, los malvados, los que sienten que solo ejerciendo el poder pueden vivir en su propia libertad, sean los que ganen. Invariablemente. El resto de los mortales solo podemos infligir pequeñas derrotas con el único consuelo de que esas derrotas, por muy insignificantes que sean, les duelen mucho más a ellos que a nosotros la aniquilación de nuestros derechos. Así es como nacen los mitos, las leyendas, las verdaderas intenciones, los fracasos triunfales, las victorias de un espíritu que ha perdurado a través de las eras, de los mares, de la edades modernas, de los holocaustos, de la música escrita en las partituras, del mapa del cielo que, ignorantes, no sabemos descifrar.
A veces, nuestro papel no pasará de ser el de un simple extra que otorga multitud. En ocasiones, será el de una deformidad no demasiado clara de nosotros mismos porque, en la reencarnación, no todo puede ser exactamente igual. La rebelión es algo inherente al ser humano. No importa en qué época se practique. El instinto de hacer que lo injusto cambie con el esfuerzo de todos es solo patrimonio de la fantasía pero vale la pena intentarlo una y otra vez. Sin descanso. Sin más premio que unas cuantas cicatrices en la piel y en el alma. Sin otro objetivo que encontrar la paz alrededor de un fuego, alimentando imaginaciones de niños que aún se preguntan qué es lo que puede pasar mañana.
Y así, poco a poco, se va trazando el mapa de esas constelaciones que dependen unas de otras y que se graban en la piel de unos pocos elegidos que tratan de cambiar, de ver una estrella más, de conseguir un pedazo de libertad que, por derecho propio, nos pertenece. Puede ser en un barco en alta mar, con el veneno como capitán y con la piedad como antídoto. O en una mansión donde la música no es la que se compone, sino la que se ha vivido. O en una lucha en el último tercio del siglo XX donde la amenaza nuclear estaba ahí y aún no se ha podido erradicar. O en un impensable juego de espejos y reflejos de la tercera edad para narrar la increíble historia de una segunda oportunidad en brazos de una piel que es la auténtica constelación que te ha guiado a través de los años. O en un futuro superpoblado y en trance de desaparición donde la pieza más insignificante de la sociedad decide ser la clave de una rebelión condenada al infierno. O en un futuro más impensable pero más intuido, donde el Apocalipsis ha hecho su aparición y la ley del más fuerte es el único orden de la supervivencia. Quizá hay un orden natural de las cosas, puesto ahí por un Ser Supremo y nosotros no debemos tocar determinadas piezas. También puede que el orden natural se trastoque en el deseo natural de dominación, tan primario como el de cualquier fiera, y entonces todo sea un invento del demonio que no es más que el hombre jugando a ser conciencia de susurro maldito. El atlas de las nubes guarda interrogantes para quien quiera escudriñar las raíces de su lucha particular y las ramas de lo que el futuro hará de nosotros. Solo hay que saber mirar.