Los
héroes ya no son lo que eran. Solo hay que ver cualquiera de las adaptaciones
últimas de la compañía DC para darse cuenta de que ya no son aquellas viñetas
luminosas y optimistas en las que el bien siempre triunfaba por encima de
cualquier otra consideración. Ahora los héroes se mueven a través de las bajas
pasiones humanas aún a sabiendas de que ellos no son cualquier humano. Están a
solo un paso de la villanía y ya hay muy pocas cosas que lleguen a ilusionarlos
con la esperanza como arma.
Y si a eso le añadimos
la dirección de un hombre que tiene serias dificultades para encuadrar los
planos fuera del croma como Zack Snyder, el tema solo puede ir hacia el lado
más oscuro, hacia héroes sin rumbo que sienten envidia, que dejan de tener
dobleces para solo ofrecer los pliegues de su condición. La osadía de ofrecer
el papel del hombre murciélago a Ben Affleck no pasa de ser un error previsible
porque el chico actúa más bien poco sin importar la película en la que
interviene. Y, para rematar, el inaguantable de Jesse Eisenberg en la piel de
Lex Luthor está en el plan Robert de Niro pasándose de rosca con premeditación
y alevosía para intentar llegar a la sombra de Kevin Spacey con la locura como
excusa.
Por otro lado, Amy
Adams como Lois Lane no deja de ser un acierto porque se deja de ñoñerías y
compone a la novia del hombre de acero con cierta inteligencia y valentía
mientras el mundo se derrumba, las explosiones se suceden y los fuegos
artificiales hartan porque están todos muy acumulados en un tramo. Por
supuesto, el espectador poco exigente saldrá encantado, con los ojos haciendo
chiribitas ante tanta pirotecnia sin fondo en lo que se antoja un prólogo de la
Liga de la Justicia para establecer la debida competencia a Marvel con su grupo
de la iniciativa Vengadores. Por lo demás, los héroes están tristes, los héroes
son solitarios, los héroes son taciturnos y los héroes son bastante torpes en
sus pasiones. El croma funciona como elemento omnipresente y ya tenemos otro
eslabón más de la cuerda de churros.
Y es que, sin duda, ser
un héroe no es fácil. Toda acción buena puede ser tomada como mala dependiendo
en exclusiva de los ojos con los que se miran. Los destrozos imposibles se
toman como algo normal en las megalópolis que se presentan bajo las habilidades
de Superman y de Batman y la decepción parece que toma cuerpo al intentar
rellenar los resquicios con rapidez y acción. La vieja trampa que se pone a
cualquier héroe que se precie. Vamos deprisa que las razones sobran. Y ya habrá
tiempo para meter un par de planos de Jeremy Irons en el papel del viejo Alfred
para contentar a los ojos expertos y deseosos de que, además de tantísimo rayo
arrasador y tanto edificio roto, también haya una historia a la que hincarle el
diente. Y si hay algún punto espinoso, siempre habrá un nudo informático que
valdrá para explicar lo inexplicable. Las campanas ya doblan y no se pueden
desdoblar. Los malvados afilan los colmillos, los monstruos vuelven del Averno
y el amor debería ser el motivo, el objetivo y la meta. Lástima que ir de
cabeza hacia el lado oscuro sea una excusa fácil para que los héroes ya no sean
lo que eran. Tal vez los espectadores, tampoco.