Un tipo tiene un trabajo en el que se dedica a dar la cara por aquellos que no se atreven a decir a sus empleados que están despedidos. Viaja casi todos los días del año y acumula millas en un hogar hecho de nubes y cielos azules. Lleva una maleta básica y una mochila vacía y se siente libre allí arriba, donde no hay ataduras ni con personas, ni con cosas, ni con vidas que destruye, ni con sucesos de una rutina que ni siquiera conoce. Él cree que entre las nubes están todas las respuestas que necesita.
Poco a poco, esa armadura que se ha creado y que le protege hasta vagar sin alma va cayendo a pedazos mientras toma tierra en el aterrizaje forzoso de su existencia. Piensa que su trabajo es creativo y que es necesario porque sabe cómo tratar asuntos tan delicados como la pérdida de la esperanza de una persona cuando ya no tiene empleo. Intenta llenar todas sus carencias con una meta tan absurda como alcanzar la posesión de una tarjeta de cliente privilegiado de unas líneas aéreas. Las grietas se suceden y siente que esa felicidad perfecta que se ha buscado no es más que vapor de agua acumulado en el cielo, una falsa coartada para arrastrar un equipaje tan ligero que no tiene ni carga vital que acarrear.
Detrás de las ventajas falsamente añadidas de no tener que esperar colas, de ser saludado en todos los aeropuertos como un viejo conocido, de acumular puntos de fidelidad en huecas promociones de hoteles y de viajes, se esconde la tragedia de la soledad más infinita aún más acentuada por obligarse a vivir en un continuo trasiego que le rodea de gente que desconoce y, lo que es aún peor, por la que no siente el más mínimo deseo de conocer. En el fondo, él es tan trágico como lo es su trabajo. Y tiene menos esperanzas que los empleados que despide.
Y es que comienza a tener la certeza de que en las nubes no están las auténticas respuestas. Tan sólo hay un escondite perfecto para el lujo y para la ausencia de responsabilidades. Él no sabe lo que es el calor de unos brazos en unas sábanas que consuelan de un día demasiado duro. Tampoco tiene ni idea de lo que es llegar a una casa y oír el griterío de unos niños que juegan, saltan y trastean en busca de una diversión que la edad adulta se empeñará en negar. Es un hombre solo con una maleta como único asidero y cuando intenta buscar otro, se da cuenta de que las nubes no son sólidas y allí no hay agarraderos donde echar raíces.
Jason Reitman dirige con sobriedad y acierto una película que contiene una excelente banda sonora y que se apoya en la actuación maravillosa de un George Clooney al que no le hace falta hablar para expresar todo lo que siente. Detrás de él, hay un par de actrices que están en primera clase como Vera Farmiga y, sobre todo, Anna Kendrick en su intento de forjarse una coraza de las mismas hechuras que lleva el protagonista y que se despedaza porque no encuentra ni un leve rastro de humanidad con la que engrasarla. El resultado de todo ello es una fábula del hombre moderno que concluye con un intento de amanecer entre nubes porque, quizá, sea la única respuesta que ellas guardan para todos aquellos que dejaron de tener trabajo o que fueron despedidos de la vida porque no renovaron el contrato del sentimiento.
Detrás de las ventajas falsamente añadidas de no tener que esperar colas, de ser saludado en todos los aeropuertos como un viejo conocido, de acumular puntos de fidelidad en huecas promociones de hoteles y de viajes, se esconde la tragedia de la soledad más infinita aún más acentuada por obligarse a vivir en un continuo trasiego que le rodea de gente que desconoce y, lo que es aún peor, por la que no siente el más mínimo deseo de conocer. En el fondo, él es tan trágico como lo es su trabajo. Y tiene menos esperanzas que los empleados que despide.
Y es que comienza a tener la certeza de que en las nubes no están las auténticas respuestas. Tan sólo hay un escondite perfecto para el lujo y para la ausencia de responsabilidades. Él no sabe lo que es el calor de unos brazos en unas sábanas que consuelan de un día demasiado duro. Tampoco tiene ni idea de lo que es llegar a una casa y oír el griterío de unos niños que juegan, saltan y trastean en busca de una diversión que la edad adulta se empeñará en negar. Es un hombre solo con una maleta como único asidero y cuando intenta buscar otro, se da cuenta de que las nubes no son sólidas y allí no hay agarraderos donde echar raíces.
Jason Reitman dirige con sobriedad y acierto una película que contiene una excelente banda sonora y que se apoya en la actuación maravillosa de un George Clooney al que no le hace falta hablar para expresar todo lo que siente. Detrás de él, hay un par de actrices que están en primera clase como Vera Farmiga y, sobre todo, Anna Kendrick en su intento de forjarse una coraza de las mismas hechuras que lleva el protagonista y que se despedaza porque no encuentra ni un leve rastro de humanidad con la que engrasarla. El resultado de todo ello es una fábula del hombre moderno que concluye con un intento de amanecer entre nubes porque, quizá, sea la única respuesta que ellas guardan para todos aquellos que dejaron de tener trabajo o que fueron despedidos de la vida porque no renovaron el contrato del sentimiento.