Todos
los que nos hemos acercado alguna vez a una sala de cine podemos enumerar las
veces en las nos ilusionamos con el inicio de una película, con su desarrollo,
hasta que, en determinado momento, toda la historia cae en picado porque
contiene un giro bastante increíble, que no tiene nada que ver con lo que se ha
visto antes. Es como si los guionistas se hubieran cansado de escribir y, con
la anuencia del director, se torpedeara todo con premeditación y alevosía,
dejando algo que era, cuando menos, aceptable en algo bastante despreciable.
Eso es lo que le pasa a
esta película de William Eubank. Comienza bien, con una acción de comando
basada en un rescate que sale rematadamente mal por un imprevisto y que, de
alguna manera, en su primera mitad se parece bastante a la notable El único superviviente, de Peter Berg y
a la excelente Bat 21, de Peter
Markle. Sin embargo, desde el mismo instante en que el protagonista cae
prisionero, todo deja de tener interés porque se introduce una escena bastante
insospechada y la historia desanda sus pasos y vuelve hacia atrás sólo para
introducirse en lo sórdido y en la algo torpe creación de un suspense basado en
el segundero.
Sin duda, los momentos
más brillantes no están en las escenas de acción, aunque hay algunas de mérito
y otras resueltas de forma notablemente mediocre. Pertenecen a Russell Crowe en
la piel de ese capitán que se convierte en los ojos del cielo que presencian la
huida del superviviente de la misión del título. Por supuesto, con su cobertura
correspondiente y su insubordinación preceptiva. No obstante, la película se
queda en apenas nada con toda esa segunda mitad oscura, desagradable y menos
que regular que contrasta notablemente con algunas escenas a cámara lenta de
mérito, con sentido estético y narrativo y con un desarrollo coherente que se
va todo hacia el caos sin más razón que la falta de inspiración.
Así que no olviden ser
competentes en las tareas encomendadas, por mucho miedo o vacilación que anide
en su interior. Sólo de ese modo es como se obtiene el respeto de los que
comparten misión y objetivo. Comuníquense, hagan lo necesario para que nada
puede truncar el alcance de la meta. Los profesionales, generalmente, están en
la sombra, esperando un elogio que no llega, creyendo que alguien, en algún
lugar, está apreciando lo que hacen. Al final, un baile será algo alegre en un
día de emboscadas en el que sólo se ha apreciado el cambio y corto de unas
órdenes dadas de forma breve, pero enormemente precisa. Puede que los que se
opongan a la consecución del éxito sean aplastados por otros aún más temibles.
Puede que una explosión sea la caballería que se espera como el aire en el
agua. Puede que nada sirva de nada o que sea algo cínico la contraposición
entre lo que se vive y lo que se sobrevive. ¿Qué más da? Todo dependerá de un
segundo, de una carrera, de estar en el sitio adecuado en el momento más
oportuno, de tener la palabra justa para sentir que no se está solo en medio de
la jungla, o sintiendo el calor de unas bombas incendiarias. Cambio y corto.
Cambio y corto. Coordenadas de ataque. Apártense, la juerga va a ser de
campeonato.
Y allí, en algún lugar de ninguna parte, con los cuerpos magullados y la moral maltrecha porque la vida se ha encargado de entregarse a la muerte, habrá un saludo para alguien que no se conozca sólo porque ha sido capaz de hacer todo para que no ocurra nada. Todo tiene mucho sentido. Incluso la estupidez de una misión hostil en medio de una guerra que no se reconoce.
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