
Esto es un pueblo. Ni más bonito, ni más feo. Es un pueblo más con una gran plaza donde se sientan los ociosos, los borrachos y los viejos. Algunos fascistas se han aprovechado de todo porque, claro, el pueblo, como todos los pueblos, tiene una riqueza, una sola: El vino. Ese vino tan especial que luego sirve para elaborar el vermut Cinzano. Mussolini ha caído. Y ahora resulta que vienen estos del uniforme gris…sí, hombre, cómo se llaman…los nazis esos…los tudescos. Y vienen a confiscar el vino. Por una entrañable confusión que sólo se da en los pueblos, los fascistas fueron apeados del poder local y fue elegido alcalde Ítalo Bombolini, y por aclamación popular además. Terrible broma en tiempos difíciles. El tal Bombolini es un vinatero que se bebe más de lo que vende. Quizá algún día fue un hombre hecho y derecho. Pero ahora es el hazmerreír del pueblo. Su mujer, Rosa, le tiene dominado porque ya no quiere saber nada de un hombre que es una cuba y que ha dejado de luchar por todo. Bombolini es presa fácil para los teutones, seguro. Aquí no cambia nada. Mussolini ha muerto, pero el fascismo sigue con la ocupación alemana.
Pero, claro, si nos fijamos un poco en el pueblo… Si nos fijamos un poco en todos los pueblos del mundo…casi siempre hay un tonto que en realidad es un listo. Y en este caso, el tonto del pueblo es Bombolini. En connivencia con un soldado desertor, con un viejo amigo de bailes juerguistas y ebrios y con un prometedor estudiante…van a esconder un millón de botellas de vino allí justo donde los nazis no puedan encontrarlas. Tampoco se olvidarán de dejar un buen cebo para que a los alemanes no les entre la comezón de la abstinencia. Bombolini, en su afán defensor de los intereses del pueblo, va ascendiendo en su particular escala de la inteligencia. El pueblo se une. Las botellas son trasladadas a mano. Todos ayudan. Todos colaboran. En realidad, ese pueblo, Santa Vittoria, ha pasado del fascismo al comunismo cooperativista, pero nadie lo sabe. Y menos que nadie los malditos nazis.
La trampa está servida cuando llegan los invasores. Bombolini actúa como el tonto pero, poco a poco, sus sentidos se van despertando, el vino empieza a ser sólo un elixir para el valor y deja de ser un refugio para la cobardía. Los nazis buscan testigos que sepan dónde está el vino. Bombolini servirá una ingeniosa trampa. Los nazis buscan las botellas. Bombolini niega que haya más botellas. Los nazis creen que la Gestapo arreglará las cosas. Bombolini sortea hábilmente con riesgo físico la tortura ataviada de amabilidad. Al final, en el aire, quedará la pregunta de un desesperado alemán: “¿Qué clase de gente son ustedes?”
Stanley Kramer dirigió “El secreto de Santa Vittoria” con un Anthony Quinn en puro estado de gracia secundado magníficamente por Anna Magnani, Hardy Kruger y Virna Lisi…no fue tan trascendente como en otras ocasiones, pero los nazis supieron que fue, en esta ocasión, un director que se sirvió un millón de botellas llenas de diversión e ingenio.