Aunque parezca imposible, el cielo también puede cometer imperdonables equivocaciones. Al fin y al cabo, los funcionarios celestiales son tan divinos como cualquier otro y un ángel se puede llevar el alma de un vivo mucho, mucho antes de tiempo. Y claro, no hay oficina de reclamaciones...y como buenos funcionarios del más allá no se les ocurre otra solución más que un parche: volver a colocar el alma en el cuerpo de uno que se ha ido a la hora en punto. Pero, luego, se plantea otro problema. ¿Cómo realizar nuestros más deseados sueños en el cuerpo de alguien que no tiene nada que ver con nosotros? Y resulta que eso puede ser una explicación para la excentricidad. Y, tal vez, cuando el sueño se convierte en realidad, es cuando hay algo dentro de nosotros que se rinde, que se cansa, que se obtura, que se rompe...y puede ser que el brillo de los ojos de nuestra mirada soñadora se traslade a otro y el sueño comience otra vez, entrando en un bucle de eternidad, de cíclica historia de un anhelo que, en el fondo, todos podemos desear, sobre todo si es para ser campeones en el corazón de una mujer que no hemos visto nunca pero que, sin embargo, somos capaces de reconocer con tan sólo un rápido vistazo.
Maravillosa película dirigida por Alexander Hall en base a un guión del histórico Sidney Buchman y que ha sido versionada en múltiples ocasiones (la más famosa de todas ellas puede que sea la dirigida por Warren Beatty en 1978 con el título de El cielo puede esperar), El difunto protesta es una encantadora fantasía con un Robert Montgomery bastante adecuado para el papel principal pero que se ve peligrosamente eclipsado por un imponente Claude Rains. Ambos se encargan de salpimentar toda la historia con el suficiente humor para que la sonrisa no se nos caiga de los labios y que lleguemos a pensar que la muerte puede que sea el colofón para alguien que ya hizo todo lo que tenía que hacer entre nosotros y que quien no lo consiguió tendrá siempre la segunda oportunidad de los encargados de la burocracia divina.
Así pues, viendo esta película, tenemos la impresión de que las figuras del cielo deben de ser muy parecidas a las que vemos aquí en la Tierra; que las listas de nombres allá arriba tienen que ser tan importantes como las que manejamos por aquí abajo y que el error, en el fondo, también tiene su hermosura al conceder una vuelta a empezar que todos, alguna vez, hemos ansiado.
Y aunque sea una recomendación que puede apartarse de lo habitual, fíjense tan sólo en la sofisticación y el encanto que tiene el vestuario en esta película, a cargo de la legendaria Edith Head, convirtiéndose en un apartado importantísimo en la composición de planos y en la dirección de arte de un film que le sobra clase por todos los lados.
En ese momento en que pongan los pies en alto para asistir a esta historia, justo en ese momento, es cuando el interminable cuadrilátero de su mente tiene que registrar sus rincones para saber si han alcanzado sus sueños, si han realizado la tarea vital para la que estaban destinados o si, cuando sea el momento, también protestarán ante el funcionario que preguntará su nombre en las puertas del cielo que nos auguraba Bob Dylan... Seguro que nunca será la hora correcta.
Maravillosa película dirigida por Alexander Hall en base a un guión del histórico Sidney Buchman y que ha sido versionada en múltiples ocasiones (la más famosa de todas ellas puede que sea la dirigida por Warren Beatty en 1978 con el título de El cielo puede esperar), El difunto protesta es una encantadora fantasía con un Robert Montgomery bastante adecuado para el papel principal pero que se ve peligrosamente eclipsado por un imponente Claude Rains. Ambos se encargan de salpimentar toda la historia con el suficiente humor para que la sonrisa no se nos caiga de los labios y que lleguemos a pensar que la muerte puede que sea el colofón para alguien que ya hizo todo lo que tenía que hacer entre nosotros y que quien no lo consiguió tendrá siempre la segunda oportunidad de los encargados de la burocracia divina.
Así pues, viendo esta película, tenemos la impresión de que las figuras del cielo deben de ser muy parecidas a las que vemos aquí en la Tierra; que las listas de nombres allá arriba tienen que ser tan importantes como las que manejamos por aquí abajo y que el error, en el fondo, también tiene su hermosura al conceder una vuelta a empezar que todos, alguna vez, hemos ansiado.
Y aunque sea una recomendación que puede apartarse de lo habitual, fíjense tan sólo en la sofisticación y el encanto que tiene el vestuario en esta película, a cargo de la legendaria Edith Head, convirtiéndose en un apartado importantísimo en la composición de planos y en la dirección de arte de un film que le sobra clase por todos los lados.
En ese momento en que pongan los pies en alto para asistir a esta historia, justo en ese momento, es cuando el interminable cuadrilátero de su mente tiene que registrar sus rincones para saber si han alcanzado sus sueños, si han realizado la tarea vital para la que estaban destinados o si, cuando sea el momento, también protestarán ante el funcionario que preguntará su nombre en las puertas del cielo que nos auguraba Bob Dylan... Seguro que nunca será la hora correcta.