Damas y caballeros. Rogamos tomen asiento, por favor. El desconcierto en clave de muerte está a punto de empezar. Por el precio de una entrada de cine podrán disfrutar de sorpresas, de una burda imitación de Hitchcock que, al fin y a la postre, no se parece en nada, de cosas impensables y aún más imposibles. El solista, Elijah Wood, tiene una cara como un piano y, sobre ella, se interpretarán los más impresionantes solos. De acompañamiento muy leve, John Cusack, al cual encontrarán muy desmejorado y comienza a preocupar su tino a la hora de escoger las piezas en las que interviene. Rogamos guarden silencio. Y desconecten los móviles, si son tan amables.
Allegro: Premisa atractiva. Una pieza imposible de tocar y una amenaza de muerte si se equivoca en una sola nota. Eso tiene miga. Se mueve mucho la cámara y hasta con cierta elegancia. El compás se pierde cuando empiezan a pasar cosas. Por ejemplo: el pianista en cuestión se levanta en medio de la pieza que se está interpretando con más prisas de las habituales. ¿Tendrá el muelle flojo? Nadie lo sabe pero un avezado espectador de conciertos lo sospecharía. No contentos con eso...el pianista se levanta dos veces. Se va hasta el vestuario, mantiene una charla con el que le presiona. En fin, esas cosas que pasan. Vuelve y el fulanito que le está sometiendo a la misma perfección no deja de hablarle por un pinganillo. Pues sí que estamos bien. Si pretendes que el solista interprete con rabiosa exactitud, el asunto tiene una ilógica de cuatro por cuatro. Para demostrarle que va en serio, le apunta con una mirilla láser roja que nadie del público advierte (y no le apunta dos o tres veces, sino muchas). Además de todo eso, el solista habla con el facineroso durante el concierto, como si eso que está interpretando fuera cosa de niños. La gente aplaude entre movimientos (que no, que no se aplaude, que a los músicos no les gusta). Y el director, como le ha gustado que le aplaudan, echa un discurso. En la sala suenan los móviles y se habla como si se estuviera en la parada del autobús. ¿Esto va en serio? Llega a preguntarse uno que ha ido a dos o tres conciertos. Pues sí. Y eso no hace más que levantar la sospecha de que el lumbreras que ha escrito esto no ha pisado una sala de conciertos en toda su letrada vida.
Andante con moto: Los servicios del pedazo de auditorio...¡están en obras! Y digo yo...¿dónde se alivia la gente? Misterios de la música, seguramente. Por otro lado, no se sabe de dónde viene el personaje del supuesto asesino, ni de dónde saca la información, eso importa poco. Se acaba el concierto y se desvela el motivo de la exactitud. Vaya, vaya, interesante aunque poco creíble. Y, ni corto ni perezoso, y para evitar la catástrofe, el pianista dice que su mujer, actriz de éxito aunque su físico y sus maneras no son nada del otro sostenido, va a cantar una canción acompañada de la orquesta sinfónica. Con dos cuerdas. Y no es una canción de música clásica. Es un espiritual llamado Motherless child, una preciosa melodía que puede que algunos tengan con la irrepetible voz de Jessye Norman pero que ni usted, ni yo cantamos debajo de la ducha con toda certeza.
Minuetto: Las cosas se tuercen. Porque, en el colmo de los retorcimientos, parece que Eugenio Mira, el director, no solo quiere imitar a Hitchcock, sino al imitador de Hitchcock y hacer algo parecido a lo que hizo Martín Scorsese con aquel memorable anuncio titulado La clave reserva para el cava Freixenet. Luchas imposibles, equilibrios alucinantes y el solista que vuelve a salir corriendo porque las ganas aprietan.
Allegro vivace: La cosa termina en clave de muerte, con el público claramente desconcertado y las notas muy desafinadas. Este recital no se lo cree ni Lorin Maazel con las tres copas de más con las que solía venir a nuestro encantador país. Vamos, que yo soy un espectador que ha pagado religiosamente la entrada y exijo que me devuelvan el dinero con intereses. Y no digo más, no sea que me caiga de coda.