Primera estación: Un programador condenado a muerte. En el cine de Semana Santa también existen hechos inexplicables. Uno de los más asombrosos es el caso de aquel programador de una cadena cualquiera que se atrevió (y aún tiene seguidores hoy en día) a emitir Espartaco, de Stanley Kubrick como película propia de las fiestas de Pascua. Esto no es más que otro ejemplo de cómo alguien se mete a hacer cosas de las que no tiene ni idea (es mi caso cuando empiezo a disertar sobre física cuántica). La mencionada película no tiene nada que ver con Jesús y sus enseñanzas. No aparecen cristianos. Es más, contiene una ideología izquierdista (eso sí, expuesta de manera impecable) que se inclina por el sindicalismo y la unión de los trabajadores frente al todopoderoso empresario. Lo que pasa es que el fulano debió de ver en algún momento que el protagonista (cómo me gusta esta película, rediez) muere en la cruz y el tío dijo: “Tate, ésta película es de un mártir. Pa Semana Santa, que van a flipar”. Y, sin ninguna vergüenza, ahí que la metió con calzador. No se engañen. Si en alguna cadena ponen Espartaco, disfrútenla como película o, en todo caso, como celebración de esa pasión que también es la libertad.
Segunda estación: El espectador carga con la cruz. Lo más curioso de todo es que, de todo el cine que se ha hecho sobre la Pasión y Muerte de Jesucristo, la mejor, y la que más se acerca a la imagen que todo cristiano debería poseer del Mesías es Ben-Hur, de William Wyler. Y digo que es lo más curioso porque en ningún momento de esta película se ve su rostro. Pero está dirigida de tal manera que conocemos perfectamente el amor que estaba dispuesto a derramar (escena en la que Jesús acaricia con una enorme ternura a Judá Ben-Hur mientras le da de beber) o que en ese rostro había algo especial que hacía retroceder a los más ladinos (el soldado se dirige a Jesús y le dice: “Eh, tú, he dicho que no des de beber a nadie”, Jesús se incorpora de espaldas a la cámara y vemos la reacción del soldado, atemorizado por ese rostro en el que se debe conjugar por igual la bondad, la luz y la dureza del reproche). En todo caso, es una película maestra que despierta las ganas de ayudar también a Jesús a cargar con la cruz.
Tercera estación: El espectador cae por primera vez. Y es que el cine parece no haber nacido para haber trasplantado la pasión y muerte de Jesucristo a la gran pantalla. Incluso un hombre de firmes creencias y películas muy destacables como George Stevens hizo La historia más grande jamás contada y aún así, es tan intragable que uno tan sólo es capaz de entretenerse con el desfile de estrellas que pueblan los alrededores de un Cristo tan atípico como fue Max Von Sydow y así tenemos a Charlton Heston como Juan el Bautista, a José Ferrer como Herodes Antipas, a Martin Landau como Caifás, a Richard Conte como Barrabás, a Dorothy McGuire como la Virgen María, a Sidney Poitier como Simón de Cirene, a Claude Rains como el Rey Herodes, a Telly Savalas lavándose las manos, a John Wayne como centurión romano…Pero, cinematográficamente, es un rollo de altura.
Cuarta estación: El espectador se encuentra con el programador. En otras ocasiones, hay programadores que, sin duda, sí saben lo que se hacen. Recuerdo en cierta ocasión que, en una Semana Santa cuando yo era niño y tenía sueños de niño, que a alguien se le ocurrió programar una maravillosa película titulada La mano izquierda de Dios, de Edward Dmytrik. A mí, para empezar, es que las sotanas en el cine me han atraído mucho, parece que, con el movimiento de los faldones, van dejando jirones de misterio insondable. Y, claro, en esta ocasión quien llevaba hábito era Humphrey Bogart. Y la película nos decía sin ninguna vergüenza que en todos nosotros, hasta en el más impensable, hay alguna creencia o, si se quiere, alguna ética, que lleva a hacer algo por los demás. Y eso es lo que nos hace mejores. En este caso, Bogart era el mejor de los hombres, a pesar de encarnar a esa mano que Dios no quiere.
Quinta estación: El espectador es ayudado por el europeo. Europa también se ha fijado en la historia de Jesús. Lo más increíble de todo es que el director que se atrevió con la historia del Salvador fuera manifiestamente ateo y realizara El Evangelio según San Mateo. Pier Paolo Pasolini apostó por la austeridad, por la narración seca y ajustándose también al evangelio literariamente más simple. Aún así, contando con que Pasolini no es que sea el colmo del ritmo, reconozco que es una película meritoria, sobre todo si tienes un rato largo libre.
Sexta estación: El espectador limpia el rostro del programador. Siempre he tenido que limpiarme el rostro después de ver esta película. La misión, de Roland Joffé, me estruja el corazón hasta que me duele, me pisotea en lo más íntimo y me abre los ojos sobre las distintas formas de creer y de vivir en una creencia. A primera vista, podría parecer que Jesús no está en la historia, pero yo creo que sí (es muy evidente en esa escena en la que un hombre atado a una cruz es arrojado por una cascada) porque nos habla de cómo la Iglesia olvida en muchas ocasiones para qué nació y cómo siempre hay sacrificios para demostrar que Jesús sigue vivo en el corazón de muchos creyentes.
Séptima estación: El espectador cae por segunda vez. Jesús de Nazaret, de Franco Zeffirelli. ¿Alguien ha visto alguna vez una película más lenta, más aburrida, más larga y más pretenciosa? Que sí, que Robert Powell tenía una carita estupenda, que Anne Bancroft, Ernest Borgnine, James Mason, Laurence Olivier, Christopher Plummer, Anthony Quinn, Fernando Rey, Rod Steiger y Peter Ustinov le dan mucho lustre a una película que se empeña en ser triste desde el primer fotograma. Que no, que no, que al final, después de aguantar horas y horas de conceptos y predicaciones, el prota muere. Impresentable.
Octava estación: La música consuela a las polémicas. Resulta muy curioso comprobar cuando, a mediados de los setenta se estrenó Jesucristo Superstar, de Norman Jewison, la Iglesia lanzó ataques furiosos contra esta película porque sugería una historia de amor entre Jesús y María Magdalena (que no sé de dónde se sacan esa afirmación porque lo que se ve es, precisamente, la adoración que María Magdalena siente por el hombre que es Dios y que no sabe cómo amarle). Hoy en día, 35 años después, cantamos las canciones en las misas. Curioso.
Novena estación: El espectador cae por tercera vez. Hay una película que me parece más cabal en cuanto a las recreaciones que se han hecho sobre la vida y la pasión de Jesús y es aquella que hizo Nicholas Ray en España con Jeffrey Hunter de protagonista con el título de Rey de reyes. Dejando aparte la barbaridad de poner a Carmen Sevilla como María Magdalena, es quizá la que más sobrecoge porque Ray era un poeta que creía en la decepción y nos muestra a un Jesús que no quiere morir pero que hace lo que debe. Es una película que tiene mucho cine dentro, pero también mucha fe.
Décima estación: El espectador es despojado de sus reparos. Eso es lo que intentó hacer Mel Gibson con La pasión de Cristo, película alimentada por aquella visión que hizo el Papa de la película y en la que leyenda dice que murmuró: “Sí, realmente debió de ser así”. Teniendo en cuenta que Gibson no es una persona demasiado centrada y que su trayectoria como director tiene un clarísimo afán por dejar impresionado, yo no dudo que hubiese toda esa sangre y toda esa crueldad… ¿pero, al fin y al cabo, eso es tan necesario? ¿El espectador tiene que ser despojado de sus reparos hacia la crueldad para mostrar un sufrimiento que se tiene más que asumido? Para mí hay más enseñanza en su primera y casi desconocida película como es El hombre sin rostro que en ésta.
Decimoprimera estación: El espectador es clavado en su butaca. Y es que hay películas que merecen mucho la pena para hablar de todo lo que Jesús quiso transmitir. Una de ellas es Las llaves del reino, de John Stahl, donde se habla de la importancia del trabajo desinteresado en algunas misiones, intentando exponer la idea de que la fe no es algo que tenga que entrar a martillazos, sino a través del ejercicio de un estilo de vida coherente y conforme a una ética. No importa quién ejerza esa ética, lo importante es poseerla. Conozco a muchos ateos que tienen más ética que muchos creyentes. Y aquí, el personaje que hace ese actorazo que se llamaba Thomas Mitchell nos lo dice muy a las claras.
Decimosegunda estación: El espectador muere en la butaca. De verdad que lo digo, cada vez que veo La túnica sagrada, pienso que pago por todos mis pecados. Lo de Víctor Mature es como tener un muñequito vestidito con una túnica roja, con su camisita gris y su carita de estreñido. Como para morirse en la butaca. Por allí detrás, Richard Burton que no sabe muy bien cómo comportarse y el espectador va entrando en el sopor por el perdón de todo lo que ha hecho de malo el resto del año.
Decimotercera estación: El espectador es despegado de la butaca y puesto en los brazos de Morfeo. Parece mentira que con un material literario tan prometedor de Henryk Sinkiewicz se haga una película tan acartonada, tan falsa y tan pesada como Quo Vadis?, de Mervyn LeRoy. Claro que Peter Ustinov como Nerón me vale, pero lo de Robert Taylor y sus ojos azules tiene menos interpretación que un poema de Gloria Fuertes. Cada vez que la veo, me pongo a hablar como los dobladores de la época, esos que recitaban en tono monocorde cuando querían ser solemnes y, claro, la gente me pregunta: Pero ¿dónde vas?
Decimocuarta estación: El espectador es sepultado. En ocasiones la opinión pública y los sectores más extremos arman la de Dios en casa Cristo por algo que no tiene la más mínima importancia con el fin de crear una corriente de oposición. Fue el caso de la estupenda La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese que, para mí, respetaba escrupulosamente las creencias cristianas. ¿Qué hay de malo en pensar que Jesús fuera tentado en la cruz con una vida de hombre despojada de su divinidad si su elección, precisamente, fue la correcta? ¿Creemos que por ser hijo de Dios estaba a salvo de las tentaciones e iniquidades de este valle de lágrimas? Seamos creyentes pero no ingenuos ¿no?
Decimoquinta estación: Una película que debería resucitar de entre los muertos. La mejor idea que he leído nunca sobre una película de Jesucristo la tuvo el gran guionista español Carlos Blanco y que debería resucitarse para darle un enfoque atractivo a una historia que, cinematográficamente, es demasiado conocida. Él imaginaba a una especie de inspector de policía en la Roma de Tiberio con el rostro de Jean Gabin. Es una especie de centurión-inspector y recibe la visita de un emisario del Emperador. El emisario tiene una cuadriga esperando en la puerta. Va a una entrevista oficial con el Tribuno de la Plebe (algo así como el Ministro del Interior romano) y le dice: “Mire, tenemos un problema. El Senado nos va a atacar, nos van a plantear una serie de preguntas que llevan implícito un ataque al Emperador. Y nos faltan elementos. Queremos saber lo que ha pasado con un carpintero que han ajusticiado en Palestina porque, con eso, que no es nada, se han cortado las rutas de la seda que venían de Damasco. Tenemos un informe de un tal Poncio Pilatos. Es el gobernador pero no dice más que tonterías y vaguedades. Tiene usted que ir a Palestina y averiguar qué es lo que ha pasado. ¿Quién era ese carpintero y porqué había gente que le seguía?”. Así que el centurión-inspector se va a Palestina para investigar y preguntar a gente que, por ejemplo, asistió al milagro de los peces y los panes o a una ciega que entrevista en una taberna. “¿Tú conociste al Maestro?” “Sí, señor” “Pero, ¿de oídas?” “No, no, toqué la parte de abajo de su túnica” “Pero sigues ciega, contigo no hubo milagro”. “Sí señor, lo hubo”. “¿Qué milagro?” “Pues verá señor: yo quise suicidarme dos veces, quería quitarme la vida, yo era una desgraciada. Pero desde que me puso la mano encima de la cabeza he cambiado y tengo una alegría que no me cabe dentro”. Y el inspector se siente intrigado por lo que ha significado ese hombre que murió en la cruz para salvar a todos los demás. Cine, fe y pasión no son términos tan distantes ¿verdad? Felices Pascuas.
Debido a la realización de un viaje por cuestiones de trabajo, vamos a dejar descansar el blog por unos días, concretamente hasta el martes día 6 de abril. Hasta entonces, mucha felicidad para todos.