viernes, 16 de julio de 2021

EL PRÍNCIPE DE LAS MAREAS (1991), de Barbra Streisand

 

Con este artículo despedimos el blog ya hasta el 1 de septiembre. Las visitas han bajado y todos pensamos en mirar al cielo de otro lugar y tratar de superar todo lo que hemos dejado atrás. Las mareas no nos arrastrarán, pero se llevarán nuestra esencia, lo mejor de nosotros mismos. Feliz verano a todos  y buenas vacaciones.

Atravieso el puente que me lleva a mí mismo y sólo pienso en tu nombre. Me has conocido, me has explorado, me has amado y, a pesar de que la suave y soleada brisa parece escribir un futuro encajado, en un rincón del alma, allí donde nadie puede llegar, sigues estando tú. Lowenstein…Lowenstein…el amor ha sido como las mareas, han juntado el agua con la orilla para dejar un fugaz beso que, luego, se arrastra mar adentro. En ese viaje de espuma bajo el cielo, aprendí a leer en mí mismo y a devorar el amor que se agitaba bajo las sábanas. Estando contigo he vuelto a revivir las imágenes de mi infancia, de niño y joven impulsivo, esquivando los golpes de una existencia que nunca ha sido demasiado grata. Vine para salvar a alguien y acabé salvándome a mí mismo mientras susurro tu nombre conduciendo hacia ningún lugar. Lowenstein, podré estar tranquilo, podré vivir sin sobresaltos, sin traer de nuevo a la memoria todas las cosas que me hicieron daño, pero no seré feliz porque, sencillamente, no estás tú.

Sé que hay pocas cosas que se puedan disfrutar más que dar un par de lecciones a ese violinista arrogante que cree que tiene derechos sobre tu piel y sobre tu cariño. Ése, al fin y al cabo, es uno de los entretenimientos más ociosos de cualquier hombre. Meterse con un tipo con el que se supone que mantienes una relación para que queden al descubierto sus enormes carencias, sus apariencias estúpidas, sus vanidades orquestadas. Tal vez porque no ha caído en que todos tenemos algo que decir y que, es posible, no sepamos leer una partitura, pero sabemos interpretar las pulsiones de la vida. Simplemente porque, en ella, ya has entrado tú. Lowenstein…Lowenstein…en tu mirada están todos los misterios que no supe resolver, todo el dolor que siempre me he guardado, todo el amor que he podido sentir, todas las renuncias que me han hecho bajar la cabeza y seguir a duras penas. Las mareas suben y bajan, como el sueño de tus labios, como la memoria de tu nombre.

Fui príncipe de una tierra que no me pertenecía y, ahora, regreso al comienzo. Con el sufrimiento a cuestas y la esperanza por delante. Los traumas del pasado han sido depositados en todos y cada uno de los besos que no te he dado, en el detalle de cada abrazo que se perdió, en la complicidad que surgió siempre de forma mágica en nuestras conversaciones, en nuestros deseos y en nuestras frustraciones. Tu nombre vuelve a mí a cada paso, con cada recuerdo que me hace sentir algo muy cercano a la felicidad. Mi ola se aleja y tu arena desprecia su humedad evidente y se filtra por las entrañas de tu playa. A partir de ahora, después de este puente, con el ocaso sobre la piel, no se verá mi rastro en la persona que ha sido más importante que yo mismo. Sólo habrá una intuición y, una vez más, murmuraré “Lowenstein…Lowenstein…”

jueves, 15 de julio de 2021

VIUDA NEGRA (2021), de Cate Shortland

 

Quizá Natasha Romanoff se merecía algo mejor. No sólo un drama de desarraigo familiar mientras la maquinaria soviética engullía toda su voluntad al mismo tiempo que la adiestraba para ser una guerrera de leyenda. Puede que porque sea única y esta película nos da a entender que ni mucho menos, que hay un buen puñado de viudas negras pululando por este mundo, tratando de desestabilizar los gobiernos, agitar las revoluciones o trabajar por los restos del comunismo más rancio que trata de hacer que todos sean igual de desgraciados.

Y es que todo se centra en que la familia de la Viuda Negra no es que sea el mejor dechado de virtudes que uno pueda imaginar. Todo es una farsa levantada para unos espías durmientes que, mientras sí o no, debían guardar las apariencias de familia feliz, con casa y jardín, hamburguesas para cenar y cariñitos por doquier. Todo se resume en una historia que llega a ser bastante tangencial y, además, bastante irregular, con parones en la trama, con conversaciones que no llevan a ningún sitio, con momentos bastante grotescos y alguna que otra secuencia espectacular resuelta de aquella manera.

Resulta bastante curioso que parte del atractivo de esta película radique en el duelo interpretativo entre Scarlett Johansson y Florence Pugh. Es algo bastante baldío porque no lleva a ningún sitio. En algún momento se espera la sorpresa, pero no aparece. Todo es rutinario, con bastante acercamientos emocionales que están rematadamente lejos de lo que se describió en el cómic, a pesar de que Natasha era más un miembro de “los vengadores” antes que un personaje con entidad propia. Se cuentan las cosas con desgana, con muchos flecos sueltos, con algunos extremos que no se han explicado y que convierten a la película en un producto mediocre, sin gracia, moviéndose siempre un punto por debajo de lo exigible. Y Natasha vale mucho más.

Así que habrá que estar muy atentos para ver de dónde salen las motivaciones, porque todas se explican de segundas, y también habrá que perdonar la degeneración de algunos personajes, como el que encarna Ray Winstone, malvado entre malvados y charlatán entre charlatanes. Incluso en algún instante parece apuntarse que Natasha es un carácter sin futuro y los pequeños descansos de humor son bastante ingenuos, de covacha y garita, meros chistes que se sostienen por los pelos pillados por el traje de neopreno. La Viuda Negra era única, sí, y sólo era una más. Y su hermana se parecía a ella hasta en eso, aunque al ser la pequeña tiene un complejo sorprendente de falta de cariño, de sensación de confundirse con el gris de la intriga internacional. Caramba, esa chica de gris tiene poco y aún así tratan de hacernos creer que necesita mimitos.

Por otro lado, la dirección de Cate Shortland se revela torpe en algunos momentos. Una de las luchas más interesantes, entre las dos hermanas, es imposible de seguir, es como si estuviera cortada entre plano y plano, como si falta continuidad y, sobre todo, claridad narrativa. Cuando se quiere algo espectacular, hay que darle al espectador suficiente campo de visión para que pueda apreciar lo que se supone que es una coreografía de acción muy ensayada. Si no es así, todo se queda en un mero truco para que el público rellene los espacios vacíos que, en este caso, no se pueden imaginar. Es la diferencia entre hacer las cosas bien y dejar que la fantasía ocupe los resquicios. A veces, no es suficiente. Y Natasha Romanoff es una chica que merece mucho la pena. Siempre lo ha sido. Incluso en las situaciones más difíciles. 

miércoles, 14 de julio de 2021

RICHARD DONNER: SOÑAR LO IMPOSIBLE

 


Puede que Richard Donner no sea precisamente un autor. Sin embargo, dentro de su entrega, en la mayoría de las ocasiones, al cine más comercial, sí que tenía algunos rasgos que le definían como un autor con sus obsesiones, con su temática casi permanente y, sobre todo, con una impecable hechura en todas sus películas. Donner se atrevía con soñar con lo imposible, no sólo en cuanto a forma, sino también en cuanto a fondo.

No deja de ser curioso que, en términos puramente cinematográficos, una de sus mejores películas sea La profecía, ese cuento diabólico, extraordinariamente  bien narrado y desarrollado, algo bastante inusual en el cine de terror, que nos avisa de la presencia del Maligno entre nosotros y que, por aquellas casualidades, se introduce en las más altas esferas del poder con la venida del Anticristo. Ahí, en su tercera película y después de una amplia experiencia en televisión que le convierte en uno de los más destacados integrantes de la llamada “Segunda generación de la televisión” compartiendo honores con Sidney Pollack, Stuart Rosenberg, Robert Altman o Alan J. Pakula, Donner nos demuestra lo que era capaz de hacer cuando en sus manos había un guión con oportunidades y nos introducía, por vez primera, en ese universo de imposibles y de luchas titánicas de individuos que se veían abocados a combatir solos contra el resto del mundo.

No podía pasar desapercibido su trabajo en La profecía, así que fue el elegido para dirigir la versión cinematográfica de Superman, con Christopher Reeves. Estaba previsto que también dirigiera la segunda parte, pero hubo grandes diferencias creativas con los hermanos Salkind, productores de la saga, y, después de dirigir unas pocas secuencias, fue reemplazado por el algo más festivo Richard Lester. Lo cierto es que, en esa primera parte, Donner apuesta por la aventura, pero también por desarrollar una historia que, al fin y al cabo, hablaba sobre un super-héroe que tenía que batallar contra las fuerzas del mal con casi ninguna ayuda.

Poco después, Donner apostó por una de las pocas películas en las que apenas prestó atención a la taquilla. El drama de Max´s Bar demostró que Donner sabía imprimir intimismo a la historia que lo necesitaba, y la película funcionó bien artísticamente, pero fue un enorme fracaso en taquilla. Su siguiente película, Su juguete preferido, con Richard Pryor en la cresta de la ola, también se estrelló con estrépito y condenó a Donner al cine de consumo rápido, tal vez. Pero él no lo hizo nada fácil.

La primera película de su nueva etapa fue la leyenda medieval que rodea Lady Halcón, con un reparto excepcional compuesto por Michelle Pfeiffer, Rutger Hauer y Matthew Broderick. Aún levanta alguna crítica la elección de su banda sonora, encomendada a Andrew Powell, antiguo integrante de The Alan Parsons Project, que realmente resulta chocante con el ambiente descrito, pero que, pensado con detenimiento, no es tan anacrónica. El cuento de la Edad Media, con maldiciones, asaltos a castillos y envidias por amoríos era brillante en cuanto a ejecución e interés y el éxito fue inmediato.

Aquel mismo año, 1985, Richard Donner se asoció con Steven Spielberg para producir y dirigir una película que ha marcado a dos generaciones enteras de niños. Los Goonies es una historia que ya entra en el imaginario de muchos cuarentones y cincuentones de hoy en día y, quizá más en nuestras fantasías que en nuestras realidades, siempre hemos soñado con vivir la camaradería que experimentan esos niños que se adentran en una aventura imposible de piratas, tesoros, monstruos y amistad.

A partir de aquí, Donner se entrega de lleno a la saga de Arma letal llegando a dirigir hasta cuatro episodios dedicados a los policías Riggs y Murtaugh, siempre interpretados por Mel Gibson y Danny Glover. Con sus altos y bajos habría que destacar las dos primeras partes, con el terrible error que supuso la tercera y la leve recuperación de la cuarta para despedirla con buen sabor de boca. Entre medias, Donner se atrevió a hacer una versión moderna del Cuento de Navidad, de Charles Dickens con el título de Los fantasmas atacan al jefe, que pasó sin pena ni gloria en su momento y, no sin cierta sorpresa, ha ido ganando adeptos con el tiempo.

Buscando siempre nuevos espectáculos de acción, Donner se decide a adaptar la serie Maverick y se rodea de un cartel de lujo compuesto por Mel Gibson, James Garner y Jodie Foster. La película es divertida, entretenida, llena de guiños para seriéfilos y cinéfilos y con excepcionales escenas de acción siempre con la sonrisa puesta. Cambia ligeramente el tono con Asesinos, con Antonio Banderas y Sylvester Stallone, y se pone bastante serio con esta historia de sicarios profesionales que falla, precisamente, en que, de alguna manera, Donner no sujeta debidamente al español y deja al americano en un aura de imperturbabilidad supuestamente elegante que no termina de encajar. A pesar de que la historia presentaba muchísimas posibilidades, no deja de ser algo más que una mediocridad.

Se vuelve a reunir con Mel Gibson y con la estrella del momento, Julia Roberts, para rodar Conspiración, excelente cinta sobre lo que puede ser mentira y lo que puede ser verdad, nuevamente con ese héroe que se enfrenta al mundo entero para imponer sus creencias y su seguridad en que todo ocurre por algo, con algún afán de que las fuerzas más oscuras triunfen y todos los ciudadanos pedestres se plieguen a la mentira permanente del poder.

En 2003 se atreve con una de las novelas más exitosas de Michael Crichton como es Timeline, pero, nuevamente, con la premisa siempre atractiva del viaje en el tiempo, naufraga dentro de un reparto muy poco acertado. No obstante, Donner aún nos tenía preparada una pequeña sorpresa.

16 calles es una película que se encarama a una de las primeras posiciones de la filmografía de Donner. La historia de un policía en viaje de vuelta al que le encargan la sencilla misión de escoltar a un testigo hasta el juzgado situado dieciséis calles más allá de la comisaría, se convierte en la odisea de un hombre que debe luchar contra la corrupción de la que él mismo forma parte, a favor de la justicia y de la seguridad de estar contra todo y contra todos. Bruce Willis hace una de sus mejores interpretaciones y la película es trepidante, bien narrada, con excelentes escenas de acción y de explicación y, quizá, sólo flojea un poco en la elección del actor encargado de dar vida al testigo, Yaslin Bey. Sin duda, Donner nos dejó un gran regalo de despedida que, tal vez, no fue del todo apreciado en su momento.

Esos fueron los sueños más imposibles de Richard Donner, el hombre que nos dijo que se podía volar, que se podía volver al Oeste con una sonrisa, que, de alguna manera, nunca se deja de ser niño, que la Edad Media tenía algo de cuento pop o que el Diablo puede tener el rostro de la inocencia. Siempre batallando contra todos. Siempre diciéndonos que lo apasionante de luchar no es el resultado, sino el esfuerzo. Soñar lo imposible.

lunes, 12 de julio de 2021

LA SEMILLA DEL TAMARINDO (1974), de Blake Edwards

 

Mezclar el amor con el espionaje es un mal negocio. Más que nada porque el amor demanda sinceridad y el espionaje se siente muy a gusto con la mentira. Así que en un paraíso caribeño, la secretaria de un importante funcionario del Ministerio del Interior británico conoce a un ruso encantador y comienza lo inevitable. Por supuesto, saltan todas las armas porque los ingleses creen que el ruso está intentando reclutar a la chica para que trabaje para el KGB y ésa, precisamente ésa y no otra, es la historia que él está contando a sus jefes en Moscú porque es la única manera de seguir viéndola sin levantar sospechas entre sus propias filas. Ella, desde luego, también tiene algo que decir y su corazón manda sobre todas las recomendaciones del servicio. Va a seguir viéndole porque está enamorada. Mientras tanto, el desconfiado vigilante comienza a hurgar donde no debe y cae en sus manos una información que resulta muy interesante. Parece ser que un veterano agente ruso está intentando desertar a Occidente.

Es muy complicado llevar un romance con la Guerra Fría de carabina. Los ojos hablan por sí solos, pero si lo pensamos un poco, es posible que esa mirada arrebatada que se puede interpretar como amor, también pueda significar un intento de escrutar al otro para adivinar sus intenciones. Lo cierto es que es un amor rodeado de peligros y no es nada fácil sortear las dificultades que se alzan por el camino. Ni unos, ni otros quieren que esa historia llegue a buen término. La verdad sólo se puede medir a través de hechos medibles y el valor de cada uno se calibra a través de la voluntad para llegar a sus objetivos. Son dos conceptos enemigos, opuestos e, incluso, asesinos entre sí. Quizá haya que sumergirse en esa complicada tela de araña para darse cuenta de que hay cosas aún peores que la traición.

Blake Edwards dirigió esta película desde la sobriedad, con una estética que, sin duda, ha envejecido mal, pero que, si se salva este inconveniente, resulta realista y con trazos de lo auténtico a través de las estupendas interpretaciones de Omar Sharif y de Julie Andrews. Creíbles y apasionados, tristes y decididos, caminan por delicados equilibrios emocionales que siempre siembran la duda, pero que acaban por convencer en sus motivaciones. Edwards, un tanto deliberadamente, se adentra más por el universo de John Le Carré que por el thriller de acción porque, quizá, le interesan más los seres humanos y mucho menos los caducos movimientos de los servicios de inteligencia.

Así que, por un momento, hay que convertirse en espías y estar muy atentos a los retorcimientos de la trama porque es posible perderse sólo en los brazos de quien amas. Muchos satélites se mueven alrededor de una historia de amor que parece imposible porque se pierde en múltiples secretos, hechos ocultos y actitudes sugeridas. Las heridas del pasado también cuentan y hay que recuperarse agarrándose a algo que realmente merece la pena. Y, a veces, moverse en el filo de la navaja tiene su recompensa.

viernes, 9 de julio de 2021

AMOR A LA INGLESA (1970), de Alvin Rakoff

 


Ella llama a la puerta, y el tipo es inquietante. Tiene una mirada perdida, como intentando buscar algo. Finalmente, él sonríe. Ella ha ido allí, a su apartamento, muerta de miedo, empujada por un chantaje vil y decidida a salvar a su prometido. El señor Hoffman enseña la casa. El baño, la cocina, el ropero y, finalmente, el dormitorio. Probablemente, ese es el fin aunque hay algo extraño en él, como si eso le interesara sólo un poco y que no fuera su principal motivación. La señorita Smith va dejando regueros de pánico por toda la casa. Cree que todo terminará en lo que realmente interesa a todos los hombres. Pero el señor Hoffman es algo diferente. Quizá sea un hombre realmente enfermo de soledad, incluso estando acompañado. La razón está en un verbo al que no se le da demasiada importancia, pero que resulta fundamental en la existencia de todos. Compartir.

El señor Hoffman no se aprovecha de la situación. Sólo quiere cuidar a alguien. Compartir un par de entusiasmos. Quizá la música. Quizá la naturaleza. O unos sándwiches de pellejo de talón. Eso no importa. Él quiere mirar a su alrededor y encontrar a alguien porque, a pesar de que es dueño de una compañía que factura treinta mil libras diarias, arrastra un fracaso casi insoportable. Quiere mudarse a una casa nueva y olvidar esos rincones en los que tanto ha llorado y sufrido. Y quiere que alguien como la señorita Smith esté allí para prepararle unas tostadas, o una copa, o tocar unos instantes juntos el piano, o desarrollar unos segundos de entera complicidad, o dar un pequeño masaje con crema por una torticolis. El sexo vendrá después, o durante, o nunca. Pero ella estará ahí. Y cada día tendrá su sonrisa, su interés, su momento siguiente.

No deja de ser una obra de teatro en la que Peter Sellers, sin renunciar a algunos momentos de comicidad, demuestra que también podía ser dramático o, incluso, patético. Algunas situaciones y diálogos tienen su agudeza y Sinead Cusack, como la señorita Smith, está irremediablemente brillante y atractiva. La película, por otro lado, también se adentra un tanto obsesivamente en la austeridad de sus imágenes, con algún que otro pasaje moroso y prescindible. Sin embargo, es interesante volver a comprobar cuáles son los caminos tortuosos del sentimiento, de la soledad, de encerrarse en una situación y salir de ella a través de un hecho que, en sí mismo, es bastante reprochable. Al fin y al cabo, los hombres merecemos la fama de egoístas e imponedores. Hasta los más inocentes pueden acabar siendo así.

Así que hay que dejarse llevar por esta improbable pareja formada por el señor Hoffman y la señorita Smith. Ella mirará siempre de reojo para vigilar que él no estará intentando obtener por la fuerza lo que nunca podrá poseer por sosería, inapetencia o ridiculez. Él buscará, hasta el límite, complacer a la única persona que ha tenido más cerca para demostrarse a sí mismo que es un hombre capaz de hacer feliz a alguien. Y no, el baño tampoco será un refugio, el café será inútil y la decepción es lo mejor para echarse en los brazos de otro.

jueves, 8 de julio de 2021

EL ROBO DEL SIGLO (2021), de Ariel Winograd

 

Sólo hay que tener en cuenta dos requisitos fundamentales para perpetrar el robo del siglo. Uno es la financiación. La preparación del golpe conlleva unos gastos que hay que sufragar de alguna manera, así que más vale encontrar al hombre adecuado, que maneje guita y sea listo. El otro, naturalmente, es la imaginación. Hay que utilizar el cerebro para que no haya fallos, ni fugas, ni contratiempos en caso de que la cosa salga mal. Y todo porque un poco de marihuana en un pitillo fue arrastrada en una noche de lluvia al lugar más inesperado posible.

Así que hay que rodearse de gente competente, que también ponga a trabajar la inteligencia. Hay que ser muy rápido y muy preciso para montar el quilombo y combinar, de forma magistral, el furgón y zapatazo con el guante blanco. Quizá, incluso, haya que disfrutar un poco con todo el asunto. Y prepararlo a conciencia. Todo debe estar previsto. Y aún así, el fallo acechará esperando su oportunidad. Es el único inconveniente de dedicarse al negocio del atraco. El secreto está en ahogar cualquier atisbo de error antes de que ocurra. Y añadir algo muy importante. Mantener la conciencia limpia. Al fin y al cabo, nadie saldrá dañado salvo el banco. Y a esos, ni agua.

Unos cuantos personajes van a deambular con la idea de que cualquier obstáculo se puede salvar siempre que se puedan armar suficientes maniobras de distracción. Luego, posiblemente, la debilidad humana hará su trabajo y, por supuesto, habrá que pagar algo, pero será tan poco que, prácticamente, es una inversión segura. Sin armas ni rencores, en barrio de ricachones, anticipándose al siguiente movimiento. Y con mucha labia de argentino enrollado. Eso que no falte.

Ariel Winograd dirige esta descripción de lo que fue calificado como el robo del siglo dentro de la historia de la delincuencia en Argentina. Y lo hace con habilidad y agilidad, recordando, especialmente en el último tercio de la película, el estilo de Martin Scorsese, con una utilización excepcional de la banda sonora y contando con el trabajo impecable, pleno de solidez, de todo el reparto y con mención especial para el extraordinario Guillermo Francella y el frío y colocado Diego Peretti. La historia marcha sobre ruedas todo el tiempo, con saltos muy oportunos hacia atrás y hacia adelante, con algún que otro personaje sin demasiado desarrollo, pero consiguiendo un ritmo sobresaliente y, sin duda, lleno de brillantez. En esta ocasión, no sólo asistiremos a un atraco en primera fila, sino también a un entretenimiento de cierta altura.

Y es que no cabe duda de que, a partir de determinado momento, el espectador desea fervientemente que estos granujas de asalto preciso, conciso e irreprochable, se salgan con la suya. Tienen mucho vacío en sus vidas y algún que otro sueño bastante sencillo por cumplir, se preparan con absoluta entrega y los diálogos establecen una empatía cómplice con ellos. Las negociaciones las ganan sobradamente y la sonrisa es un compinche más a la hora de recoger las ganancias. Si se añade una música adecuada, con un montaje claro y sin fisuras, unas interpretaciones creíbles revestidas de una estupenda ironía y una dirección sobria que pone el énfasis en planos que no necesitan ni un solo subrayado de más, damas y caballeros, estamos ante el golpe perfecto, el robo del siglo y el instante mágico dentro de una sala de cine. No dejen de participar en el reparto del botín. 

miércoles, 7 de julio de 2021

VIDA CON PAPÁ (1948), de Michael Curtiz

 

Clarence Day es un hombre excéntrico. Ha construido el mundo a su medida y, en él, se mueve a través de la lógica más aplastante. Ha conseguido una buena cantidad de dinero y se ha asegurado una posición más que cómoda. Tiene una encantadora esposa y cuatro hijos que empiezan a vivir su vida. Él cree que sus decisiones son absolutamente correctas y no hay más discusión. Sin embargo, comete un error de bulto, algo impensable en un hombre versado en las sinuosas curvas del Cambio y Bolsa. En una conversación aparentemente intrascendente confiesa que nunca ha sido bautizado. Y, claro, eso no se puede permitir. Clarence ya va teniendo una edad y la jubilación anda muy cerca y su esposa, Vinnie, no puede permitir que su marido no haya lavado su pecado original porque el cielo sólo admite a los que han pasado por el agua divina. Le guste o no va a tener que ser bautizado. Y no se hable más.

De esta manera, el mundo de Clarence se tambalea de la manera más tonta. Su autoridad, eso es lo que más duele, ha sido puesta en cuestión. Al fin y al cabo, no está bendecido por la iglesia y eso es imperdonable. Así que, con esta excusa, las maneras victorianas de finales de siglo se ponen en cuestión a cada paso. Pero si incluso se cuestionan los papeles de la mujer en la época. Inconcebible.

Con unas interpretaciones inteligentes y bordeando la excelencia, William Powell e Irene Dunne bordan sus personajes tratando de liberarse o acomodarse dentro del corsé de la rígida moral victoriana. La comedia está llena de clase y elegancia, con algún que otro toque prescindible como el romance entre Elizabeth Taylor y Jimmy Lydon, que incorpora a Clarence Junior. Sin embargo, no empaña en absoluto el resultado, con líneas de diálogo memorables, al borde de la carcajada, con actitudes realmente sorprendentes y sabiduría por los cuatro costados. La vida con papá podría ser muchas cosas, pero, en absoluto, era aburrida.

Y es que hay que desarrollar una creencia ciega en Clarence y Vinnie, de principio a fin. Por los alrededores también hay un reverendo muy particular, interpretado con la capacidad que siempre demostró un actor como Edmund Gwenn, y, de paso, también se dan unas cuantas lecciones sobre patentes medicinales, cerámicas, economías domésticas y toneladas de encanto. En el fondo, vivir con papá era un continuo carrusel de emociones que siempre se recuerdan con una sonrisa y el fin de una época siempre es un motivo para la parodia, en este caso, elegante. No hagan caso de los excesos histéricos o de las convenciones de una sociedad mojigata y anticuada. La película, por si eso fuera poco, es de una asombrosa modernidad que también delata las falsas hipocresías y los roles adjudicados por cuestión de sexo. La lengua afilada se encargará de dar un repaso a muchas de las cosas que nos preocupan hoy en día a pesar de que la acción se sitúa en 1885. Y eso hace que esta película merezca ser rescatada de la oscuridad y que brille tanto como lo que enseña.

martes, 6 de julio de 2021

EL FUEGO Y LA PALABRA (1961), de Richard Brooks

 

Elmer Gantry es el charlatán perfecto. No en vano se dedica a vender artículos de mala muerte por los puebluchos más inmundos del profundo sur de Estados Unidos. Después de una noche de borrachera y huida, encuentra su vocación verdadera. Y, por supuesto, es vender otro artículo de mala muerte. Se trata de la creencia fanática en Dios. Gantry dirá los más hermosos discursos, salpicados de trucos de actuación de feria, sin vacilaciones, sin más adornos de los que proporciona su propia dialéctica. Al fin y al cabo, ha estado engañando toda su vida y éste es un engaño más. Se trata de hacer que la gente tenga esperanza, que crea que hay algo más allá, algo poderoso y bello, sin fisuras, que existe porque tiene que existir. Si no es así, la vida será un engaño más en esa maleta que alguien puso en nuestras manos.

Y Dios, sin ningún género de dudas, es amor. ¿Y qué es el amor? El amor es la estrella de la mañana y de la tarde…El amor divino, por supuesto, no el carnal. Y Elmer Gantry no deja de repetir que el amor nos rodea, nos envuelve y nos hace humanos, maravillosamente humanos. Y la gente cree porque lo que más quiere es eso mismo: creer. El circo se monta y hay que viajar. Y al lado de Gantry está esa mujer que cree también realmente en lo que hace, Sharon Falconer. Su personaje es necesario, porque asistiendo a su devoción, podemos diferenciar la falsedad que emana de la cascada de palabras que salen de boca de Elmer Gantry. La palabra será el símbolo de la mentira. Quizá el fuego lo purifique todo.

Richard Brooks se arriesgó con la adaptación de la novela de Sinclair Lewis Elmer Gantry porque, a principios de los sesenta, el cuestionamiento de los predicadores evangélicos y su efecto sobre la ingenuidad intrínseca de sus fieles era un tema prohibido y considerado peligroso. La fábrica de fanáticos puso el grito en el cielo cuando se estrenó la película y la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas premió a Burt Lancaster con un merecidísimo Oscar al mejor actor de aquel año por una interpretación completa, avasalladora, llena de recursos, muy cercana al método, pero enormemente visceral. A su lado, se pueden apreciar los brillantes trabajos de Jean Simmons, de Shirley Jones y de Arthur Kennedy y, también, nos perdemos en los interminables discursos de convencimiento religioso, de milagros que beben de la sugestión, del enfervorizado deseo de creer en algo que es una mentira evidente. Elmer Gantry nos pondrá una flecha en medio de las creencias y, mostrando toda la parafernalia que se mueve detrás del enorme espectáculo de la fe, hará que nos inclinemos en cualquier dirección aunque tendremos la certeza de que el engaño siempre estará ahí, acechando detrás de las aristas del alma.

Por el camino, siempre habrá un pasado reprochable hundido en el fondo de un vaso de whisky, o un buen puñado de falsas promesas a una chica que acabó en un prostíbulo esperando su venganza. La fe, aunque sea falsa, también será puesta a prueba. Y sólo quien es verdaderamente fuerte podrá superar cualquier obstáculo. La muerte es lo único seguro y, con toda seguridad, Elmer Gantry tampoco cree demasiado en ella.

viernes, 2 de julio de 2021

LOS DESNUDOS Y LOS MUERTOS (1958), de Raoul Walsh

 

La cadena de mando es un instrumento de órdenes y disciplina que debe ejercitarse sólo cuando es necesario y siempre con un componente en el que se haga evidente el respeto. Quizá ya se haya llegado al cansancio de ver a auténticos inútiles en puestos de privilegio que sólo ejercen el poder que tienen para cosas banales, fútiles y estúpidas y, sin embargo, cuando se necesita un auténtico liderazgo pasan de largo porque nunca están, no se les espera y, lo que es aún peor, no se deciden a actuar. Sin embargo, el ejercicio de la cadena de mando tiene otra variable que es aún más incontrolable y es la circunstancia personal del individuo que debe practicarla. Es más que posible que el resentimiento guíe sus pasos y que no acepte el mando de quien más lo merece. También puede que no le importe arriesgar las vidas de quien le sigue porque considera que no es de su incumbencia y lo que realmente desea es que una bala acabe en su propio cuerpo para apagar el dolor que ha tenido que soportar antes de todo el lío del desembarco en playas y emboscadas peligrosas. La desnudez del hombre en el campo de batalla es la que sugiere quién es el verdadero héroe y hasta donde llega su hazaña.

La guerra está ahí, mordiendo y esperando a sus víctimas,  y se trata de conseguir los objetivos con el menor número de bajas posibles. Hay niños y mujeres esperando. Hay pueblos oprimidos. Hay razón en los ataques y justicia en algunos disparos. Pero también hay mucha crueldad innecesaria, saqueos vergonzantes, muertes que se podrían haber evitado. Y ahí también es donde el respeto se pierde y el mando comienza a languidecer. No se trata sólo de mantener las posiciones y alargar la guerra. Se trata de acabar con ella y, para ello, hay que moverse y olvidarse de orgullos heridos, dejarse de detalles que sólo sirven para reafirmar un poder que no se merece y que se incrusta en lo más prescindible, tener conciencia de que, para ganar, hay que perder en muchas ocasiones y poseer la iniciativa y el valor suficiente como para que la razón impere sobre la ira.

Norman Mailer escribió esta novela en 1948 y no se realizó su adaptación al cine hasta diez años después. La razón fue la dificultad de condensar una narración de setecientas veinte páginas y el retraso que se originó cuando Charles Laughton iba a ser el director de la película y, debido al fracaso de La noche del cazador, decidió no dirigir nunca más para el cine. Raoul Walsh se hizo con las riendas y, aunque dista mucho de la complejidad del original literario, llega a hacer una película absorbente, ágil, con interpretaciones interesantes, especialmente de Raymond Massey en la piel de ese general que no sabe y no aprende, o de Aldo Ray como ese sargento incapaz de superar sus propios problemas. También anda por ahí Cliff Robertson como candidato a oficial que siempre cumple con su deber con moderación y raciocinio y una buena compañía de secundarios que sueñan mientras luchan y traspasan las líneas enemigas en misiones de riesgo. Hay mucha humanidad en esta historia y el campo de batalla puede que sea un buen lugar para darse cuenta de que, en medio de las ráfagas de ametralladora, también hay un sitio para preocuparse por los demás y hacer lo correcto. Como ver esta película.

jueves, 1 de julio de 2021

OPERACIÓN CAMARÓN (2021), de Carlos Therón

 

Pensemos durante unos instantes en el prototipo del chico perfecto. Podría ser un chaval aseado, al que ninguna chica en sus cabales le importaría presentarlo a su madre. Uno de esos que ha puesto pasión en muchas cosas y no se le ha valorado en demasiadas. Con talento, eso sí. Dispuesto a ayudar, eso también. Y presto a sacrificarse por el bien común. Simpático, sin vicios, con cierto pánico a actuar en público y con alguna que otra carencia afectiva. Ah, y además con una tía política política.

El caso es que ese chaval da la casualidad de que es de la pasma. Y, por aquellos caprichos incomprensibles de la vida, ha puesto al descubierto una de sus habilidades, como la de tocar el piano como los ángeles. Ya está. Candidato perfecto para infiltrarse en una banda de música como teclista y sacar a la luz uno de los secretos mejor guardados de la mafia de las drogas de Cádiz. Ya lo tenemos todo. Es verdad que es un fulano que no se adapta demasiado bien a los ambientes en los que se va a mover, pero eso tiene fácil solución. Basta con ser un panoli. Y, como es buena persona, va a encontrar sus atractivos en una misión que no le hace ninguna gracia.

Carlos Therón dirige con su habitual oficio esta película intrascendente, sin grandes aspiraciones, que contiene momentos que, incluso, pueden rozar la brillantez y que combina con otros que adolecen de una transición creíble, o largos sin demasiado sentido. Desaprovecha alguna secuencia que otra, pero se apoya con la justa falta de pretensiones en situaciones que están bien resueltas. Para ello, no cabe la menor duda, cuenta con un trabajo estupendo de Julián López en la piel de ese chico que, en condiciones normales, resulta atractivo e irremediablemente torpe y, por supuesto, en Natalia de Molina que demuestra, una vez más, que no hay papel que se le resista. Entre algún que otro estereotipo y también más de una originalidad, Operación Camarón se deja ver sin demasiadas exigencias. Y no es poco.

Así que hay que acompañar a este aventurero de la medianoche que debe apagar su mente y encender su corazón para llevar a cabo una redada de cierta importancia a ritmo de flamenco-trap. Todo no deja de ser un remake españolizado de la película Song´e Napule, de Antonio y Marco Manetti y, con toda seguridad y sin haber visto la original, es muy posible que la supere. Al fin y al cabo, Riki Rivera se encarga de poner una música que, a pesar de todo, es resultona y, de alguna manera, el espectador no deja de estar al lado de ese chico perfecto que lo arriesga todo por una misión y, después, por una ilusión. Los seres humanos son así. Un día estás colocando pruebas en pequeños sobres del registro y, al siguiente, debes fingir que te mueves como pez en el agua en los ambientes marginales de las tentaciones del dinero fácil y la corta cultura. Complicado para alguien que tiene un busto de Beethoven al lado de la bandeja de la cena. Mientras tanto, le van a caer unas cuentas bacaladas al sujeto, va a meter la pata hasta el corvejón y defenderá lo más parecido a la amistad que ha sentido nunca. Lo normal en un poli.

Y es que tener una tía política política hace uno llegue un poco más lejos en todos los sentidos. Si no es en cargos, será en encargos. El zagal vale, pero tienen que dejar que lo demuestre. Ya se sabe. Es el prototipo del chico perfecto.